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Ana Lucrecia Mazariegos Tánchez
El trabajo doméstico no remunerado:
¿Una inequidad cultural?
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Ana Lucrecia Mazariegos Tánchez
Resumen
El trabajo doméstico ha sido un rol que tradicionalmente se ha asignado a las mujeres, transmitido a través de la cultura de generación en generación. Es un hecho asumido como connatural, sin reconocimiento social y no forma parte de los indicadores económicos de un país. La inserción laboral femenina creciente ha evidenciado la inequidad de género en los hogares, donde la mujer continúa trabajando luego de terminar su jornada ordinaria, lo que supone una fuente de desgaste personal físico y emocional. Las políticas públicas en materia de equidad de género, deben implementar un modelo de corresponsabilidad familiar que promueva la igualdad de hombres y mujeres, como personas que poseen la misma dignidad y derechos.
Palabras clave
Inequidad, cultura, trabajo doméstico, mujeres
Abstract
Domestic work has been a role traditionally assigned to women, transmitted through the culture from generation to generation. It is a fact assumed as inborn without social recognition and is not part of the economic indicators of a country. The increasing female labor insertion, has evidenced the inequality of gender inside the homes, where the woman continues working after finishing her ordinary day, which supposes a source of physical and emotional personal wear. Public policies on gender equity should implement a family stewardship model that promotes the equality of men and women as people who have the same dignity and rights.
Keywords
Inequality, culture, domestic work, women
El trabajo doméstico no remunerado: ¿Una inequidad cultural? Ana Lucrecia Mazariegos Tánchez
Las instituciones públicas involucradas en el tema de la equidad de género, han comenzado a emitir normativas y a sensibilizar a la población para cerrar, poco a poco, la brecha de las desigualdades entre hombres y mujeres. Pero yo quiero referirme a una de esas desigualdades, entendidas como falta de justicia y que se vive cotidianamente en la mayoría de hogares guatemaltecos, urbanos y rurales. Una falta de justicia que pasa desapercibida porque la hemos adquirido y la ponemos en práctica de manera imperceptible como tal: el trabajo doméstico no remunerado, aquel que no se comercializa, aquel que la Antropología y la Sociología denominan trabajo reproductivo, aquel que damos por hecho debe llevar a cabo una mujer del núcleo familiar, por tradición la madre de familia, ama de casa.
En el artículo “La Familia concepto actual, cambios y nuevos modelos en el fin del siglo XX y principios del XXI”, encontramos la siguiente descripción:
La mujer hasta bien entrado el siglo XX estaba fuertemente asociada a la casa y a la familia, su función era encargarse de forma exclusiva a la organización doméstica, y en ambientes rurales también al trabajo en el campo, aparece como cuidado y atención al esposo dentro de una atmósfera de obediencia y sumisión y en relación a sus hijos, la protección, crianza y educación. (Marimón, 2013).
La realización de las tareas del hogar ha sido un rol asignado a la mujer culturalmente desde hace siglos, que ha ido cambiando conforme las condiciones intrafamiliares también lo han hecho. La revolución industrial, la lucha por la igualdad de género, el descenso de la natalidad, el aumento de escolaridad -más que todo en mujeres provenientes de áreas urbanas y mestizas- ha favorecido el trabajo extra doméstico. Ahora las mujeres han salido a ser parte del mercado laboral para contribuir económicamente al sostenimiento del hogar, sin embargo, el rol de las tareas domésticas no ha logrado aún pasar de la idea cultural a la realidad y se ha convertido en una carga injusta y desigual su ejecución, ya que las mujeres al cumplir su jornada diaria laboral, deben proseguir con la jornada de trabajo doméstico en el hogar, debido a la idea de que es ella quien debe encargarse de tales tareas.
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La Organización Internacional del Trabajo (OIT) define al trabajo como el conjunto de actividades humanas, remuneradas o no, que producen bienes o servicios en una economía o que satisfacen las necesidades de una comunidad o proveen los medios de sustento necesarios para los individuos.
Las tareas del hogar comprenden la planificación de menús, la compra de ingredientes y la preparación de los alimentos; el orden, limpieza y mantenimiento de la casa así como del menaje de la misma; lavado y planchado de la ropa; lavar y guardar los utensilios de cocina y vajilla; crianza de los niños; cuidado de enfermos, niños y ancianos; manejar y/o transportar a otros miembros de la familia a sus distintas actividades; ejercer funciones de enfermería y supervisión de tareas, administración de los ingresos y del ocio familiar, apoyo afectivo y psicológico, entre otros. Todo esto consume mucho tiempo y energía de la persona que lo acomete. Es,
por lo tanto, un verdadero trabajo con funciones reproductivas, organizativas, administrativas y ejecutivas.
El trabajo que se realiza en el hogar beneficia a todos sus integrantes, es esencial para su bienestar, seguridad y supervivencia, aunque a su ejecución no se le aplica una cuantificación como a los productos del mercado, es decir no figura en las estadísticas del producto interno bruto de un país, pero sí conlleva implicaciones económicas, ya que posibilita que los miembros de la familia puedan desempeñarse laboralmente y, a su vez, producir el dinero necesario para vivir.
Al trabajo reproductivo o de la reproducción le es inherente, por cuestiones de naturaleza, el embarazo, el alumbramiento y la lactancia, además de las actividades arriba enumeradas. Se le diferencia del trabajo productivo de bienes y servicios, por ser este último el que goza de reconocimiento económico y social. Afortunadamente, para algunas corrientes de las ciencias sociales, se le considera igualmente productivo por el aporte económico que significa y que genera dentro de la dinámica de la familia y la sociedad.
En el documento El trabajo productivo no remunerado dentro del hogar: Guatemala y México, elaborado para la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) por Sarah Gammage y Mónica Orozco; las autoras citan lo siguiente:
La reproducción es uno de los conceptos centrales de la economía política y se puede definir como un proceso continuo de producción mediante el cual una sociedad: 1) reemplaza simultáneamente los bienes materiales que ha
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consumido; 2) renueva la reserva de capital productivo depreciado, y 3) refuerza o recrea la estructura institucional, mientras perpetúa los roles de trabajo. (2008, p.12).
El quehacer doméstico sin remuneración, cumple con las premisas citadas, lo cual fundamenta su vocación productiva y reproductiva. Si le asignamos un precio de mercado al trabajo no remunerado, debemos desagregar las tareas y funciones tanto por el tiempo que se invierte para su ejecución como por la escolaridad de la persona que lo ejecuta y lo que deja de ganar en un empleo remunerado. ¿Por qué? Porque no tiene el mismo valor en el mercado el tiempo/trabajo de un obrero que de un intelectual, por ejemplo. ¿Cuánto tendría que pagarse a la persona encargada, si se compra a precio de mercado todos y cada uno de los servicios domésticos? Es un costo de oportunidad (representado por los salarios en el mercado laboral), muy elevado por cierto, lo cual dificulta el reemplazo del trabajo del hogar.
Cuando se desea ingresar al mercado laboral se hace necesario buscar quien reemplace el trabajo no remunerado dentro del hogar. En Guatemala ese empleo extra doméstico resulta oneroso por el costo de reemplazo de los servicios reproductivos en el hogar, ya que por las condiciones socioeconómicas de nuestro país, a veces pagar la sustitución en los quehaceres domésticos puede ser mayor en relación a los ingresos que se percibirían en un empleo. La situación es aún más desventajosa si examinamos este tipo de casos en el área rural.
Las gráficas siguientes ilustran parte de los indicadores económicos determinantes para darle un valor económico al trabajo doméstico. Las cifras en quetzales que representan los salarios son bajas y reflejan únicamente un segmento de población etaria muy joven. Están tomadas de las Encuestas Nacionales de Empleo e Ingresos realizadas en 2016 y 2017 por el Instituto Nacional de Estadística (INE).
Como puede apreciarse en la gráfica 1, al considerar el promedio de horas trabajadas a la semana, la diferencia más significativa en el promedio de ingresos entre trabajadores asalariados e independientes, se da en el grupo de quienes trabajan más de 48 horas a la semana. Por su parte, los trabajadores asalariados obtienen un mayor ingreso promedio respecto de los trabajadores independientes entre quienes trabajan de 20 a 40 horas a la semana.
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Gráfica 1 Ingresos promedio según horas trabajadas por semana
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Fuente: Elaboración propia con base en datos de ENEI I 2016/INE
Según puede apreciarse en la gráfica 2, es en el dominio rural nacional donde se registró el ingreso promedio mensual más bajo para los jóvenes de 15 a 29 años. Mientras que los jóvenes que trabajan en el dominio urbano metropolitano, en promedio, tienen los ingresos más altos.
Gráfica 2 Ingreso promedio mensual población de 15 a 29 años según área de residencia (en quetzales)
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Fuente: Elaboración propia con base en datos de ENEI I 2016/INE
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La gráfica 3 refleja los ingresos de los jóvenes según la encuesta, registrando niveles menores a los del salario mínimo vigente. Los hombres perciben mayores ingresos y superan el ingreso promedio nacional.
Gráfica 3 Ingreso promedio mensual población de 15 a 29 años según sexo (cifras en quetzales)
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3. Fuente: Elaboración propia con base en datos de ENEI I 2016/INE
Pese a los índices salariales mostrados acá, en muchos casos las mujeres y las familias necesitan de ese salario para subsistir, lo cual lleva a la mujer fuera de casa. Y es en este punto donde la imposibilidad de su reemplazo por motivos económicos y/o por motivos culturales, la mujer se sobrecarga y empieza a cumplir una doble jornada de trabajo. La desigualdad aflora y los hombres lo aceptan como normal. Esa doble carga, le causa un desgaste físico y psicológico a la mujer, quien también se ve como culpable por el tiempo que ya no puede dedicarle a su familia.
Precisamente a nivel cultural, todavía nuestra sociedad arrastra patrones de desigualdad del pasado, los reproduce en sus habitantes y los sufre la mayoría de su población: las mujeres. Veamos entonces cómo se define esa desigualdad cultural. ¿Qué es cultura? El diccionario de la Real Academia de la Lengua nos
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indica que cultura “Es el conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”. También es “el conjunto de modos de vida, costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etcétera”. Los patrones de pensamiento, sentimiento y conducta se transfieren de una generación a otra, entre los miembros de una sociedad. Como vemos la cultura se transfiere, se comunica, es decir se aprende.
Una inequidad cultural, entonces, es la falta de igualdad, la falta de justicia en un acto o hecho que además es aprendida y transmitida dentro de la misma familia, la escuela y la comunidad; que validamos precisamente porque proviene de quienes representan autoridad, son dignos de respeto y credibilidad en nuestro núcleo familiar y entorno cercano. En el ensayo Sobre el concepto de desigualdad en Ciencias Sociales (Noguera, 2004), el autor sostiene que:
Las desigualdades, dado que requieren algún acto de comparación, son ontológicamente hablando, dependientes del observador, no son rasgos intrínsecos del mundo: requieren algún observador potencial que compare entre los términos entre los que se establece la relación. Son ontológicamente subjetivas. Las desigualdades así concebidas son, sin embargo, epistémicamente objetivas: es decidible la cuestión de si entre el capitalista y el asalariado, o entre el ama de casa y su marido, existe o no una relación desigual en un determinado sentido (Noguera, 2004: 4).
También afirma que “la diferencia de sexo puede ser un hecho sobre el que se asignen funciones de status que constituyan desigualdades. Sean éstas desigualdades asignadas al sexo”. (Noguera, 2004: 9).
Las desigualdades sociales, económicas y culturales son evidentes en nuestro país y han quedado plasmadas en el documento Examen Nacional Voluntario, 2017, Guatemala. Agenda 2030 para el desarrollo sostenible; presentado por el gobierno de Guatemala. En ese informe se evalúa los avances en la ejecución de políticas públicas para alcanzar las metas deseables en los objetivos de desarrollo sostenible.
Guatemala, acatando las resoluciones de la Organización de Naciones Unidas, desde 1996 ha comenzado a implementar las políticas de equidad de género desde el Estado y ha creado las instituciones que llevan a cabo la ejecución de los planes, programas y proyectos sobre la materia. De
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esa cuenta contamos ahora con la Secretaría Presidencial de la Mujer, SEPREM; la Secretaría contra la Violencia Sexual, Explotación y Trata de Personas SVET; con la Defensoría de la Mujer Indígena DEMI; con las Comisiones de la Mujer del Sistema de Consejos de Desarrollo Urbano y Rural, oficinas municipales de la Mujer y en diversas dependencias se ha instituido unidades que se dediquen a los temas específicos de género. Aunque recientemente, el 10 de marzo, tenemos que lamentar la decisión que tomó la Vicepresidencia de la República de eliminar el Gabinete de la Mujer.
En el plano académico, la Universidad de San Carlos ha sido pionera en la creación, desde 2005, del Instituto Universitario de la Mujer “Miriam Ileana Maldonado Batres” (IUMUSAC). Es desde estos espacios que ha comenzado la sensibilización de los temas, para tratar de angostar las brechas que a nivel académico, social, económico y cultural, han relegado a la mujer.
La educación con enfoque de equidad de género, la inclusión en los pensa de estudios de nivel pre primario y primario de las competencias y contenidos que induzcan al cambio cultural, generacional a través de las asignaturas de Educación para el Hogar -que ahora ya se imparte tanto a niñas como niños- es un avance que coadyuva en la concientización para llegar como adultos a ejercer la corresponsabilidad familiar.
Pero, sobre todo, este cambio será más fuerte y definido si proviene del seno del hogar, donde aprendemos los valores y es desde ahí que debemos desarraigar la injusticia, la inequidad de atribuirle solamente a la mujer el rol doméstico en la familia. Hay mucha sensibilización por hacer, para que el hombre se sienta responsable conjuntamente de las tareas domésticas y de la crianza de los hijos, y que la mujer no se tome solo para ella ese papel, fomentando relaciones sanas basadas en la libertad y en la igualdad, sin sentimientos de culpa alguna.
La dinámica social se va transformando y cada vez más será posible ver padres tomando parte en la educación y crianza de sus hijos, y mujeres que salen a ejercer un empleo sin vivir extenuadas por las sobrecargas domésticas, contando con la ayuda de su pareja como algo natural. Las políticas públicas impulsadas a través de las instituciones del Estado, deben incluir y promover un nuevo modelo de corresponsabilidad familiar, nuevas parentalidades y nuevas masculinidades en aras de cambios
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actitudinales, que no tienen más fin que el bienestar de sus habitantes.
Mientras tanto, reconozcamos que el trabajo doméstico no remunerado tiene un valor económico, es productivo, aporta a la calidad de vida de la familia y posee todas las características de un verdadero trabajo profesional. Por patrones culturales arraigados en nuestra sociedad con sesgo patriarcal, lo hemos atribuido exclusivamente a la mujer, aunque trabaje fuera del hogar, constituyendo una injusticia,
una inequidad cultural.
Referencias bibliográficas
- Gammage, S. & Orozco, M. (2008)
El trabajo productivo no remunerado dentro del hogar: Guatemala y México.
México: Comisión Económica para
América Latina y el Caribe. Serie de
Estudios y Perspectivas. Accesible en https://repositorio.cepal.org/bitstream/ handle/11362/4882/S0800810_ es.pdf?sequence=1
- Instituto Nacional de Estadística (2016-2017) Encuesta Nacional de
Empleo e Ingresos Recuperado de https://www.ine.gob.gt/sistema/uploads/ 2017/09/25/20170925120434AwqEC-
VuEFsNSCmHu3ObGLbhZoraZXYgn.pdf https://www.ine.gob.gt/sistema/ uploads/2016/09/22/PKdhtXMmr18n2L9K88eMlGn7CcctT9Rw.pdf - Noguera, J. (2004) “Sobre el concepto de desigualdad en Ciencias Sociales”
Recuperado de: https://gsadi.uab.cat/ images/pdfs/noguera/Sobre%20el%20 concepto%20de%20desigualdad%20 en%20ciencias%20sociales.pdf
- Organización Internacional del Trabajo (2004) ¿Qué es el trabajo decente?
Recuperado de: http://www.ilo.org/americas/ sala-de-prensa/WCMS_LIM_653_SP/ lang--es/index.htm
- Vega, J. (2008) “Estadística valora el trabajo de las amas de casa en 285.000 millones”, en El País.com. Recuperado de: https://cincodias.elpais.com/ cincodias/2008/06/16/ economia/1213595780_850215.html
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