Revolución

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REVOLUCIÓN


• Y siempre se acaba haciendo de día. Esa inmensa bola de fuego que nos vuelve a hacernos renacer en un nuevo día que como el pasado y el otro volverán a tener las mismas similitudes, las mismas acciones y las mismas rutinas. En las cuales todo hombre, mujer y chiquillo es sometido por su vida y a la clase en la cual ha nacido, por suerte o por desgracia. Solo que hoy, es la continuación del día tormentoso que fue ayer, no solo por las tormentas que hubo en esta villa, sino por los anteriores días vividos, con sumo reflujo de disturbios de las últimas cinco jornadas. Jornadas llenas de gritos agónicos, diversas defunciones, asesinatos y ejecuciones. Y sobre todo en la oscuridad del nuevo inquilino de la villa…


• Era una de las noches más umbrías desde donde me alcanza recordar en mi prolongada vida. Era una de esas noches en que los mendigos aprovechaban para hacer que se creyeran todas esas leyendas que nos hicieron creer cuando éramos pobres e insignificantes, ingenuos y pequeños niños. Para que toda la familia se reuniera alrededor del caluroso fuego, y así, colarse por las puertas traseras y saquear, eso que para ellos era el paraíso, algún que otro mendrugo de pan y queso. De esas noches que los soldados y nobles se tomaban libre y abusaban tanto de su poder como de las mendigas que intentaban mantener el calor de su prole en los portales de las iglesias, monasterios o en cualquier agujero de mala muerte, inmundo, donde no hubiera calado aún la inmensa oscuridad.


• La noche anterior había dejado un hedor distinto, un olor que se unió al de todos los que ya moraban en los rincones del pueblo. Todos sus habitantes ya estaban haciendo sus quehaceres desde hacía, horas. El panadero colocando los panes en su lugar en las paneras. Pensando ya cuál de sus habituales y continuos vecinos sería el primero en aparecer a por su pan, para después guardarlo y comérselo el día posterior. A causa de la pobreza que causaban los nobles a sus supuestos “amigos”. Solo los más necios creían que los considerarían sus parecidos como ellos decían. Pero ese día no fue ninguno de los vecinos el primero en cruzar el umbral de su pobre pero humilde panadería. El primero en cruzar fue un hombre, no era ni joven ni viejo, ni alto ni bajo, ni rechoncho ni flaco, ni rico ni pobre, pero aún así con un porte sumamente singular y distinto a todos aquellos a los que ya había visto.


• El hombre era de piel blanca, cual nieve que caía en el más gélido de los inviernos. Sus ojos contenían algo diferente de todas aquellas personas a las cuales las había mirado a los ojos, el espejo del alma, donde aparecen todas las verdades y mentiras de cualquiera. Pero esos ojos, grises como la nube que porta las más feroces de las tormentas, no dejaban descubrir sus secretos. • El panadero, atendiendo su negocio, le preguntó qué deseaba. El hombre le contestó, únicamente quiero saber cuál es el precio de una simple habitación que había oído hablar al noche anterior que ponía en alquiler por un buen precio. El artesano dijo, sorprendido por la información que había conseguido solamente en una sola noche, “es una pequeña estancia donde solo se solía dormir de paso que perteneció a mi familia hace mucho tiempo pero que ahora únicamente necesito el dinero”. Me llamo Arl, le respondió el hombre dando a entender que quería alquilar dicha estancia.


• Esa misma noche empezaron a llegar carros repletos de objetos, cachivaches a montones y brotones, y todos ellos los recibió el nuevo inquilino en la villa, haciendo despertar así la curiosidad de su casero. Y este mismo le preguntó a qué se dedicaba y Arl le contestó que era burgués, un comerciante que viajaba de aquí para allá buscando compradores para poder vender aquello que consigue en sus viajes y que del beneficio que sacaba con esas ventas se enriquecía. • Con esa última palabra el panadero, de renombre Román, se sorprendió porque únicamente osaban a utilizarla los nobles, aquellos a los que estaban sometidos a pagar alquileres y eran obligados a jurar lealtad para luchar en guerras que no eran las suyas propias.


• Otro día pasó y todos aquellos que habitaban en el pueblo observaron lo que era, eso nuevo que apareció en sus tierras, un burgués. Se parecían mucho a los nobles, vestían las mismas prendas, portes de seda y telas que para ellos eran inalcanzables… • Los pueblerinos y los burgueses buenos amigos se hicieron y de esta unión nacieron alianzas. Alianzas que empezaron a hacer temblar a los más favorecidos, y, excusarse diciendo que aquellos que habían empezado a acusarles de dichas atrocidades, que solo eran herejes que adoraban al demonio. • Allí empezaron los primeros asesinatos hacia los pueblerinos de los nobles. Allí empezó toda una revolución.


• Las muertes fueron en aumento, al igual que las alianzas y a mayor escala contra la sociedad estamental en la que estaban oprimidos. • Los pueblos y los burgueses de unieron y poco a poco fueron derrocando a los nobles de sus “tronos” heredados por sangre y no por el esfuerzo del trabajar como hacían los demás de los mortales. • Y así siguieron hasta que llegaron a conseguir lo que ellos deseaban, que era destruir la sociedad estamental.


• Y es por eso que ahora vivimos donde vivimos y en la rutina en al cual vivimos, explotados por aquellos a los que ayudamos a no estar oprimidos, si, cambiamos de sociedad, ahora estamos en una sociedad de clases. Clases las cuales las han puesto aquellos a los que ayudamos a que no estuvieran reprimidos como nosotros lo estuvimos, estamos por debajo de aquellos que una vez dijeron que seríamos iguales. Por debajo de aquellos que una vez dieron ser nuestros amigos y ahora nos traicionan.


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