Trabajos premiados en Concurso literario 2011-12 CCEE Reyes Católicos

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Premios narrativa Categoría 6° -7° Jacob Nicolás Patiño Ladino (Grado 6°) Liceo Santa Bernardita

La vida de una caricatura Cuando se habla de caricaturas, pensarán que se está hablando de caricaturas muy famosas, como Gaturro, Mafalda, etc., pero nunca se imaginarían que voy a hablar de una pobre caricatura, muy sufrida y desconocida por muchos. Mucho menos han de saber lo que le sucedió y que el único error que cometió fue el de ser creada. Esta es la triste historia de “Carcelotti”, un dibujo animado que nació, se crió y vivió detrás e las rejas de una cárcel, siempre viviendo desmotivado, con un tradicional overol a rayas en blanco y negro. Y lo más cruel, con su corazón vacío y relleno de tristeza.

Tenía muchas ganas de salir a conocer el mundo y vivir aunque fuera una sola aventura, sin esa terrible barrera de las rejas.

Este personaje fue creado por una de las más grandes compañías de cómics que, con su solo nombre, vendía lo que fuera, y de cuyo nombre no me quiero ni acordar.

Carcelotti comenzó a ver la luz un triste día de febrero de hace más o menos seis años. En el primer momento, y por la emoción de su publicación, que –suponía- le daría mucha fama, ya se sentía feliz. Pero, ¡oh sorpresa!, en vez de felicidad vivió tristezas, se sintió menospreciado, muy solo y cada día más triste.

Tenía solo una amiga, que era muy especial con él. Era la policía encargada de vigilarlo permanentemente pues se lo consideraba muy peligroso.

Con el pasar del tiempo, su historia fue desapareciendo, le quitaron a la policía que lo cuidaba y que se había convertido en su inseparable compañera. Carcelotti quedó solo, triste y vacío, nadie más existía en su cómic.


En muchas ocasiones trató de escapar, deseaba ser libre, pero sus creadores hacían todo lo contrario. Jamás se detuvieron a pensar que un simple dibujo podía sentir. Teñían sus aventuras de rojo y cada vez había más cicatrices en su piel.

Su caricatura ya no tenía la diversión inicial, pero a pesar de esto la empresa ganaba cada vez más dinero. El jefe, obsesionado con el que creía su mayor invento, dijo alguna vez: -“Cuanto más sufra Carcelotti, más dinero ganaremos, pues la gente es morbosa y eso hace que cada día compren más nuestros cómics.”

El corazón de Carcelotti se iba apagando, estaba realmente muy lleno de tristeza, de terror y cada día perdía más su dignidad. Aunque mucha gente hablaba con él, estaba muy solo.

Viendo que sus cómics ganaban cada día más lectores, decidieron hacerlo peor, ahora le quitaron el overol a rayas y lo vistieron con harapos. Sus aventuras eran más dolorosas. Como si esto fuera poco, hicieron más gruesas y pesadas sus cadenas, hasta le agregaron grilletes en sus pies, prácticamente lo inmovilizaron.

Una noche, al pobre Carcelotti se le ocurrió una idea para ver si así dejaba de sufrir, y llegó el día de poner a funcionar su plan. Sacó las pocas fuerzas que aún le quedaban y rompió las cadenas. Muy decidido a que todo terminara, se fue contra las rejas, allí terminó todo efectivamente.

A las 12.00 del día siguiente, el corazón de Carcelotti se apagó. Decidió que no iba a sufrir más, golpeó su cabeza tan fuertemente contra las rejas que a las pocas horas murió.

Aunque su vida se extinguió, logró con su muerte lo que durante tanto tiempo había anhelado: quedó libre y jamás volvió a sufrir.

MORALEJA


Nunca juzgues a una persona ni trates de hacerla sufrir, porque cada uno es diferente en su personalidad y es precisamente eso lo que nos hace especiales. Esta historia es un ejemplo de nuestros sufrimientos cuando otras personas influyen en nuestras vidas y pretender cambiarnos.


Categoría 8° - 9° Daniela Uribe Jiménez (Grado 9°)

El mundo en mis manos

Me llamo Valentina y vivo en Bogotá, Colombia. Actualmente tengo 18 años. Quiero contarles la historia de cómo tuve el mundo en mis manos, literalmente, y xasi acabo con él.

Me levanté, eran alrededor de las 9 de la mañana, el 28 de abril de 2001. Estaba lloviendo y era el día en que estaba cumpliendo 10 años de vida.

Ese día de abril mis padres me llevaron a comprar mi regalo al mercado de las pulgas de Usaquén, donde venden cosas poco comunes –y eso era lo que me gustaba-. Busqué por todas partes y encontré un par de cosas interesantes, pero lo que más me llamó la atención fue una casa de muñecas un algo rara, igual que su vendedor. Y daba la casualidad de que a mí no me gustaban las muñecas, pero {esta tenía algo que me hizo querer comprarla, aún no sabía qué era esa cosa especial, pero lo iba a averiguar más adelante.

Recuerdo muy bien que el vendedor me dio unas instrucciones fuera de lo común. Me dijo que con esa casa y sus muñecos podía representar la vida que yo quisiera, y me daban la potestad de cambiar la realidad. Pero adicionalmente me advirtió de que tuviera mucho cuidado con el uso que le daría a estos muñecos. Debería ser responsable y cautelosa al jugar porque de lo contrario las consecuencias podían ser nefastas.

Llegué a mi casa ansiosa por estrenar mi nuevo regalo. Cuando empecé a jugar comencé a sentir algo muy raro y diferente en el ambiente. En un momento dado, estaba jugando cuando de repente llegó mi mamá a regañarme y me castigó por haber dejado desorden en las sala, y me impidió ir a la casa de Natalia, mi mejor amiga. Me enfurecí tanto que cogí a la muñeca que representaba a mi mamá y la que se suponía era yo. Empecé a representar una situación donde mi madre me pedía perdón y me retiraba el


castigo. Minutos después algo extraordinario sucedió. Mi mamá entró al cuarto haciendo lo mismo que representé en la situación anterior con mis muñecas. Me pareció un poco extraño, pero pensé que había sido una coincidencia.

Más tarde, cuando intenté lo mismo con mi padre pude darme cuenta de que la situación se volvió a repetir. Él llegó con un oso de peluche como un segundo regalo de cumpleaños, tal y como lo había hecho con los muñecos. Desde ese momento descubrí cuál era el poder especial que tenía la casa y del cual me dijo el vendedor que debía que tener cuidado.

Me asusté, pero me alegré a la vez al saber que podía manipular a mis padres y a mi hermana Sara que, por cierto, tenía 15 años en esa época y estaba insoportable con el tema de su novio, sus estudios y su familia. Entonces, poco a poco y gracias a los muñecos, empecé a acomodar las cosas tal como yo quería y más me convenía. Cada vez que no me gustaba algo que mis padres decían o hacían, manipulaba sus acciones mediante el juego.

Lo que no sabía era que más adelante mis acciones iban a tener una consecuencia, y una muy grande. Las manipulaciones afectaron no solo la unión familiar, sino también a las personas que nos rodeaban como mis amigos y los demás familiares, vecinos los empleos de mis papás, y demás. Mi padre perdió su trabajo, mi mamá estaba pasando por un problema económico en su empresa al punto que la estaba perdiendo y, como consecuencia, los empleados también perderían su empleo, lujo que ninguno de ellos se podía permitir. Y eso se debía a que, a través del juego con los muñecos, yo hacía que siempre estuvieran en la casa para complacerme a mí, o lograba que nos llevaran de vacaciones, dejándoles poco tiempo para asistir a sus trabajos. Vivían gastando dinero en lo que yo quería, por lo tanto la economía familiar también se vio afectada.

A pesar de ello, mis padres no se daban cuenta. Estaban en una especie de trance como si ya no existieran sus almas, solo estaban sus cuerpos sin voluntad propia, vulnerables a mis deseos. Los muñecos parecían las cuerdas de una marioneta y yo el titiritero.


Por otra parte, mi hermana casi pierde el año, peleó con su novio, y todo eso gracias a mí. Yo hacía que ella se distrajera de sus tareas y trabajos; cuando me trataba mal representaba una situación en la que peleara con su novio por egoísta, y eso me hacía sentir como una mala persona. Sin embargo, estas no fueron las únicas consecuencias para ella. Llegó hasta tal punto que se estaba volviendo loca y drogadicta porque no sabía qué le estaba pasando. Empezó a robar y llegó a amenazar a la gente solo para conseguir dinero y comprar más droga. Y yo, sin darme cuenta, seguía usando esta especie de cuerdas para los títeres logrando que todos hicieran lo que yo quería sin importar el daño que estaba causando. A raíz de lo que sucedía con mi hermana, sus amigas se alejaron y la dejaron muy sola.

Lamentablemente, no solo fue mi familia la que sufrió la consecuencia de mis actos, como ya se pudieron dar cuenta. Mis tíos, mis abuelos y mis primos se fueron alejando poco a poco hasta perder contacto unos con otros. Mis amigas pelearon entre ellas. A su vez, más de doscientas personas quedaron desempleadas porque al final mi madre perdió su empresa. Mi hermana, por su lado, estaba siendo buscada por la policía por lo daños que había causado y la gente que había herido. Todo era un caos culpa de mis caprichos y el mal uso que les di a mis muñecos en el momento en que descubrí que podía tener el mundo en mis manos. ¡Y pensar que hubiera podido mejorarlo en vez de empeorarlo! Me hacía sentir como el villano de la película, y de hecho me estaba quedando sola.

De repente me di cuenta de que no era momento para lamentarme. Tenía que hacer algo para remediar el caos creado y volver todo a la normalidad, así que decidí ir en busca del señor que me había vendido la casa. Empecé yendo al mercado de las pulgas, pero al buscarlo me di cuenta de que su puesto de ventas ya no estaba. Ahí me empecé a angustiar porque él era la única solución del problema. Decidí no quedarme ahí parada sin hacer nada y rendirme. Le pregunté al nuevo dueño si tenía algún dato del señor que estaba antes ahí. Me sorprendí al enterarme de que nunca hubo otro dueño, todo era demasiado confuso. No sabía lo que estaba pasando. Luego de enterarme de esto, resolví volverme a mi casa. Fuera como fuera tenía que encontrar una solución a este enredo.


En mi casa busqué alguna indicación que me llevara a encontrar a ese vendedor insólito. Busqué en los muñecos y en la casa mágica. De repente, encontré un papel que me indicaba que siguiera un camino azul. Si hubiera visto esto antes hubiera pensado que era alfo así como una fantasía que tal vez formaba parte del juego, o que esto pasaba solo en las películas. Sin embargo, a esta altura todo podía ser posible. Me dirigí de inmediato a la calle para buscar ese camino azul. Ni fue fácil encontrarlo: solo cuando llegué al parque de la esquina vi un camino azul. Parecía como si no llevara a ningún lado ya que daba la vuelta y volvía a empezar. A pesar de eso, y gracias a mi desesperación, empecé mi viaje a través del camino azul sin pensarlo. Antes de dar la vuelta, se enderezó y me llevó a un lugar desconocido, un mundo idéntico al de mis muñecas, hasta que el camino se acabó y enfrente estaba una casa azul, muy parecida a la que me habían regalado.

Llamé a la puerta tres veces antes de que se asomaran por el ojo mágico. Grande fue mi sorpresa: quien me abrió era nada más y nada menos que el vendedor que tanto había estado buscando. En ese momento mi alivio fue muy grande al saber que por fin la solución a mi problema estaba cada vez más cerca. Cuando me vio, supo de inmediato para qué lo había estado buscando tanto. Me hizo pasar a su casa y lo que vi fue increíble; esa casa era única, estaba llena de antigüedades y de muchos juguetes que desde niña quise tener; cosas como un espejo mágico que, al mirarme, me reflejaba con la imagen de una princesa, una bicicleta que podía volar, una muñeca que bailaba y cantaba todas las canciones que me gustaban. Todo esto me dejó atónita.

Entonces, el vendedor, llamado Juan, me contó que la casa que escogí la había construido él con su imaginación y deseos. Además me dijo que el jefe lo había mandado a mi mundo APRA buscar una persona especial que mereciera tener esa casa mágica. “Cuando te vi, Valentina, supe que tú eras esa persona especial. Estabas de cumpleaños y los colores que salían de tu alma y cuerpo se veían un poco oscuros. Ahí me di cuenta de que eras tú la elegida, que necesitabas la ayuda de la casa para mejorar tu camino y no seguir perdiéndolo. Además, para que aprendieras a disfrutar de las cosas simples de la vida.”

Luego de un tiempo de estar hablando, Juan me mostró parte de la solución que estaba necesitando, y me dijo que yo tenía que encontrar la otra parte. Emprendí otra


vez el camino hacia mi casa con la parte de solución que él me dio, Al llegar, subí lo más deprisa que pude a mi cuarto y cogí la casa teniendo en cuenta lo que me había dicho Juan: “-Lo primero que tienes que hacer es buscar por toda la casa una pequeña puerta donde encontrarás imágenes de los que has hecho y, a partir de ello, representar con los muñecos las situaciones contrarias. TIENES QUE HACERLO CON REPSONSABILIDAD, QUE NO SE TE OLVIDE.” Así que empecé a buscar la puerta, que hallé después de un tiempo, así como todas las imágenes. Esta vez. Con mucha responsabilidad, cogí los muñecos y empecé a representar las situaciones contrarias a las que había, pero nada nuevo sucedía, ningún cambio se presentaba.

Pero cuando terminé de representar todo, de la nada entró un viento muy fuerte por mi ventana y revolvió todas las imágenes, papeles y muñecos. De pronto aparecí en mi cama, vi el reloj y eran las 9 de la mañana del 28 de abril de 2002. Otra vez era el día de mi cumpleaños y todo había vuelto a comenzar. Mis padres eran los mismos y mi hermana también.

Con esa experiencia, queridos lectores, aprendí que, a veces, se nos presentan situaciones que nos permiten manipular las acciones de los demás y cambiar un poco el mundo. La mayoría de las veces tomamos esto irresponsablemente, solo por nuestros caprichos y querer tener el poder. Desde ese día mi vida cambió para bien, y hoy soy una niña que piensa que sus acciones afectan a quienes me rodean. Hoy estudio publicidad en la universidad y mi familia está más unida que nunca. ¡Y ni hablemos de mi responsabilidad, que claramente es toda en cuanto a cualquier situación!


Categorías 10° - 11° - 12° Premio compartido: Ägueda Pilar Enet (Grado 12°): Rana C.C:E.E. “Reyes Católicos” Santiago Eslava Bejarano(Grado 12°): Albañiles en el cielo C.C:E.E. “Reyes Católicos”

Rana

Todos mirábamos con una emoción incontenible la caja con agujeritos que al maestra cargaba hasta la mesa. Antes de su viaje al Amazonas nos mostró un montón de recortes y fotos de la selva y algunos animales que acá no se encuentran. Había una de un lagarto, que ella me regaló cuando dije que me gustaba. Es buena, aunque a veces está un poco loca o triste, y llora cuando nos vamos al recreo; ¡bah!, ya no, desde que la viene a buscar el novio. Con él se fue a Brasil en las vacaciones, nos dijo y, a su regreso, contaba de un regalo encantador para nosotros. Sí, también decía mucho “encantador” y hablaba como mi abuela Rita, aunque definitivamente no se parecían. Los primeros días fuera del colegio lo único que ocupaba mi cabeza era esa selva profunda y oscura, y lo mal que me cae ese que al viene a buscar a la salida cuando se pone en la puerta y no nos deja salir, pero después fueron cambiando a fútbol, a Tomi, el perro y a Lucrecia, la del frente.

Ese día nadie se quedó saludándola en el lugar para correr hasta ella en su camino al escritorio penas llegase, pero no le importó. Pude ver por uno de los huecos, mientras me atropellaban los demás, una sombra moviéndose y, de repente, ya no me emocionó tanto la situación. Todos ya me tapan la visión de la maestra y su caja, cuando escucho varios gritos de mis compañeros, aunque no de miedo como los míos con las arañas. Rodeada por las paredes de cartón estaba una rana gorda y granulosa, de piel limpia y naranja fosforescente, cruzada por rayas negra que formaban un dibujo en su espalda, como la bandera de un equipo de por acá. Sus ojos fijos u los saltos graciosos hicieron que me ofreciera a tocarla primero. La voz de la profe comenzó de a poco a alejarse mientras pasaba mis dedos por esa superficie tan distinta, que, extrañamente, también iba cambiando bajo als yemas hasta volverse babosa y


escalofriante. Levanté la cara confundido, miré alrededor y, cuando enfoqué mis manos, la rana se había fugado hasta la camiseta de la seño; no paraba de gritar cuando el animalito le entró por el cuello, aunque no sé qué esperaba si lo tenía tan abierto.

Se volvía invisible mientras saltaba de la mesa a los estantes, de los estantes a una cartuchera y e una cartuchera a la cabeza de Martín, justo cuando se estaba limpiando los mocos. Seguramente quería explorar el lugar, en la selva lo verde no son pizarrones ni los árboles son bancos, está todo como es en realidad. Me puse muy feliz cuando vi que, sin miedo ni apuro, se empezó a trepar por mis zapatillas para quedarse ahí. “Podrían abrir las ventanas”, escuchamos todos desde algún rincón desconocido del salón., “no hay muchos bichos por acá, al parecer”. Levanté lenta y equilibradamente mi zapatilla y observamos con asombro una rana erguida aclarándose la garganta, que desmayó a Laurita. Como leyendo un libro, la maestra se miraba y acariciaba los pelos de los brazos sin darse por enterada de la película de Disney que se acomodaba en mi pie, y como ella es de asustarse por todo, mejor no le dijimos ni mu. Pensé que no tenía más ganas de jugar por el hambre, como le pasa a mis primos cuando vienen a casa. Entonces les propuse llevarla al patio aprovechando que no había nadie jugando a la pelota.

Pelotas no había, pero tampoco había patio. Se nos enterraban las rodillas en un lodo blandito y asqueroso, y un vapor de agua apenas nos dejaba ver los árboles que estaban en lugar de los edificios, los helechos en lugar de la cafetería y la noche con estrellas en donde antes alumbraba el sol de las 9 de la mañana. Los demás también se comían todo con los ojos, menos Martín, que ni se dio cuenta de que se sentó arriba de un cocodrilo y abría y cerraba la boca sin soltar ningún sonido, con cara de fastidiado. Como seguro eran los mocos, seguí caminando solo en la dirección opuesta, siguiendo a la rana que ahora había aumentado su tamaño casi el triple y se revolcaba en el fango y se deslizaba por las piedras. “-¿Cuántos años tienes?”, “en dónde aprendiste a hablar?”, ¿los demás también saben?”, repetían todos agitados mientras la perseguían, en vano, porque pareciera que lo único que le importaba era darnos vueltas por ese lugar desconocido.

Después de pasar por muchas luciérnagas enormes, de hojas con colores exóticos y movimientos del piso serpenteantes que hicieron saltar a más de uno, se


extendió frente a nosotros una playa grande y blanca, donde ahora eran casi las cinco de la tarde (lo supe porque me fijé en mi reloj). Mojándose los pies estaba la seño, más linda y menos loca que nunca, con sus qué decirle, le mostré que todavía guardaba la figurita del lagarto de aquella vez en el bolsillo del pantalón. Tampoco dijo nada, pero porque parecía enmudecida sin quererlo, y buscó un caracol en la arena, perfecto para mi colección de cosas que me regalaba sin entender por qué. En su caparazón se mezclaban el rosa y el violeta casi como un cuadro, similar a las que pasan por TV pero cuando todavía tienen un habitante adentro que los lleva y los trae para todos lados.

Cuando ya había visto la caracola entera desde todos los lados posibles para saberla de memoria, me volteé y vi a todos los que me seguían acurrucados en la arena, cerrando sus ojos. Busqué a Martín entre los bultos de personas en la playa, pero no era ninguno. De todas formas, cuando quise empezar a preocuparme me llamó la atención lo tibio del suelo, su suavidad y cómo se amoldaba a mi cuerpo y…

Era todo blanco y brillante donde desperté. Cuando las líneas dejaron de ser borrosas reconocí a papá y mamá sentados en la cama blanca. Era el hospital donde mi mamá nos había tenido a mi hermana y a mí, y adonde una vez me trajeron por un dolor de apéndice. Al parecer la seño no sabía que esas ranas sueltan unas cositas chiquitas por los granos de la piel cuando están asustadas, y flotan y entran por la nariz hasta el cerebro, según dijo el doctor. Martín sólo nos había visto dar vueltas por el patio, gracias a los mocos. Que no me iba a pasar nada ni a mí ni a ninguno de los demás, que me olvidara de lo que en realidad no había visto de verdad. Me aguanté que me hicieran comer ensalada sin sabor, que lo contaran en la mesa cuando venían familiares y se rieran, incluso que mi mamá diga que se va a encargar de poner una profe nueva “más responsable”, me lo aguanté porque lo valía. Nada de eso me interesaba mucho desde que encontré el caracol en el pantalón.


Albañiles en el cielo

Una vez más el pronóstico meteorológico de la tele se había equivocado, siempre admiré al hombre del clima, que tenía los cojones y el valor de pararse frente a un país entero a hablar sobre algo de lo que no sabía absolutamente nada.

Pues sí, una vez más ese hombre me había convencido de no sacar mi paraguas. Llovía inclementemente… Me vi obligado a tomar el bus para volver a casa lo antes posible, la lluvia siempre incita en mí el más angustioso de los afanes.

Mi suerte no mejoraba, al bus al que me subí no le cabía un alma más, estaba lleno de gente con el mismo irremediable afán por llegar a sus casas. Pagué mi pasaje mientras me preparaba mentalmente para agarrarme de la pegajosa barra metálica; ya me disponía a colgarme del infecto tubo cuando sucedió lo inesperado: un hombre gordo, apretado en un traje de oficina, me cedió su puesto. Le sonreí y me senté, por fin la suerte estaba de mi lado.

Ya sentado, me atacó una pregunta: ¿por qué ese hombre me había cedido el puesto? ¿Tengo yo algún tipo de discapacidad? ¿Acaso no soy lo suficientemente hábil para poder sobrellevar un trayecto de bus de pie? Ese hombre me trató con pesar, me subestimó, me escupió en la cara y yo le sonreí como un imbécil. Me levanté precipitadamente de mi asiento, buscando al agresor, su afrenta no iba a quedar impune. Miré a mi alrededor, solo veía gente apretada en medio de una atmósfera en extremo pesada, no lo encontré, había bajado del bus. Una de dos, o huía de mí, o simplemente se levantó del asiento para bajar del bus y no para cederme el puesto, prefiero creer en la primera opción.

Avergonzado por mi inusitada paranoia me volví a sentar, limpié la ventana empañada con la manga de mi camisa, perdí la noción del tiempo contemplando el panorama cambiante de mi ciudad. El cielo se fue despejando, el torrencial diluvio se fue convirtiendo en una suave llovizna. En lo alto del firmamento se alzaba imponente una nube que llamó mi atención, tenía forma de castillo, pero no era de esas nubes a las que después de varios minutos se les encuentra con mucha imaginación una forma


determinada, no, esta nube. Me encontraba absorto, era uno de esos momentos de concentrada distracción, tenía la mente en blanco, la nube era lo único que me ocupaba.

De repente vi algo más inusual que la perfección de la nube, de una de las torres colgaba un hombre, estaba sentado sobre un andamio, como el que usan los temerarios limpiadores de ventanas en los edificios altos. La nube se acercaba más y más al suelo, pude apreciar mejor todos los detalles del castillo.

Este intrépido escalador de nubes se mecía, sostenido por el andamio, colgando de la torre del castillo; lenta y pausadamente tomaba pequeños bloquecitos de nube y los disponía unos sobre otros cual ladrillos, agrandando uno de los muros de la nube. Tomó un descanso, sacó de una ponchera metálica un emparedado y se dispuso a almorzar. Yo no daba crédito a mis sentidos, no era posible que un hombre almorzara sobre una nube frente a mis ojos, miré a mi alrededor, expectante por ver la reacción del resto de pasajeros, seguramente estaban tan sorprendidos como yo. No encontré una sola mirada de asombre, todos actuaban como cuando subí al bus, algunos dormidos, otros distraídos con sus móviles, ninguno parecía notar lo que acontecía en el cielo. Decidí no decir nada y seguir observando el firmamento.

Vi cómo un segundo hombre se asomaba por una de las ventanas de la torre y, mediante una polea, le alcanzaba más bloques al primer hombre. Éste interrumpió su almuerzo y se dispuso a trabajar, con cada bloque que añadía, la nube se hacía más pesada y bajaba un poco. A medida que iba creciendo el castillo, su estructura celestial se iba haciendo más pesada y frágil. ¿Cuánta gente viviría en aquella nube? ¿Serían conscientes del peligro que corrían? Con cada bloque aumentaba el riesgo de que todo se viniera abajo.

De pronto, el bus frenó en seco. Todos nos agitamos violentamente, el conductor bajó. A continuación bajó el resto de los pasajeros. Aparentemente yo era el único que no entendía lo que sucedía. Bajé sin perder de vista el castillo y le pregunté al conductor pro qué había frenado de ese modo. Se limitó a señalar lo que parecía ser un agujero en medio de la calle, luego me dijo: “-Se está empezando a desmoronar, está hecha pedazos, hermano, ya no se puede arreglar.” Yo seguía sin entender, “-¿Qué nos e puede arreglar?”, pregunté. “La realidad, maestro, la realidad se nos cae a pedazos.”


Me acerqué al agujero, era grande. LA policía estaba empezando a acordonar la zona. El agujero parecía más blanco y suave a medida que se hacía más profundo, en la superficie era duro y real, pero en el fondo parecía una nube blanca, como el castillo. Me quedé mirando desde el borde del abismo, la zona ya estaba acordonada y empezaban a llegar bomberos y especialistas del gobierno. Yo, mientras tanto, veía cómo la subterránea nube se iba disipando, hacia abajo se veía otro suelo más profundo, como un prado. Me sentía como mirando el paisaje desde la ventana de un avión. Era una realidad oculta, distinta a la de la nube en la que estaba. Pronto me enteré de que el castillo del cielo era un proyecto de realidad alternativa, lo estaban construyendo porque esta se estaba quedando pequeña y con todo el peso de las construcciones pronto se iba a caer al suelo. Pensé: “-¿Por qué no bajamos todos por ese agujero?”. Tenía curiosidad por conocer qué había abajo, quería conocer la realidad auténtica. Como leyendo mi mente uno de los policías me dijo: “-No podemos bajar, si bajamos nos matamos todos, no sólo por el impacto de la caída, sino por lo que hay allá abajo. Allá todos son animales, acá somos dioses, allá no somos nada, acá somos algo mejor, no somos libres ni conocemos al verdad, pero somos algo mejor.”

Me paré al borde del abismo en medio de la calle, una extraña sensación se apoderó de mí. Sentí la necesidad de saltar. Un impulso suicida me incitaba a lanzarme a ese vacío,. Sin pensarlo dos veces me dejé caer. El viento acariciaba mi cara, la libertad del vuelo me extasiaba. Pronto la infinita caída me transportó a la realidad inferior. Tal fue la magnitud del golpe de mi caída que abrí un agujero en la realidad inferior, caía a una aún más profunda, pero la fuerza de mi caída abrió también un agujero en esa, y en la que estaba debajo de ella, y en la inferior a esa, y en la inferior de la inferior a esta última, y así se fueron sucediendo una tras otra un sinfín de realidades, cada una más complicada que la anterior. Por fin mi caída se detuvo.

Me estrellé contra el suelo, dolorido me levanté como pude. Miré a mi alrededor; me encontraba en un prado, el día era soleado, en el cielo alcancé a ver una nube con un agujero en el medio. Era la última de las realidades fracturadas por mí, me recosté en el prado y disfruté del tranquilo silencio.


No sé si esta será la realidad auténtica que esperaba encontrar, no sé si es otro castillo en el cielo, ya no me importa. Si muero en esta mentira moriré feliz, sabiendo al menso que esta es más real que la mentira en la que vivía.


Premios poesía

Categoría 8° - 9° Juan Fernando Muñoz Donoso (Grado 9°) C.C.E.E. “Reyes Católicos”

La pintura

Una noche cualquiera, tranquila, de luna llena; un pincel sobre el suelo acompañado de un cuadro, ya terminado.

Un hombre desesperado entra al cuarto; al ver la majestuosidad de aquella obra queda asombrado; este hombre, ya calmo, observa la obra.

Con gran delicadeza la toca, la palpa, y sucede algo fantástico: aquella pintura cobra vida. El hombre, asombrado, observa callado, anonadado.

Lo que ve es un mundo… ¡fantástico! donde los peces vuelan y las aves nadan. hay seres alados, extraños, similares a personas; lo observan, lo rondan

El hombre, asustado, se pregunta: “¿Qué son? ¿Qué harán? ¿Acaso estaré soñando?” Los seres se miraban,


en idioma extraño se hablaban.

El hombre se vuelve a preguntar: “¿Qué son? Qué harán? ¿Acaso estaré soñando?”

Se sorprende, pues le hablan y responden: “Somos yamis, somos de la tierra. No todos nos ven, no todos nos escuchan, no todos nos creen, no todos nos esperan.

Sólo un corazón puro nos anima, sólo un corazón puro nos da vida.”

El hombre se conmueve. El hombre sonríe y llora. El hombre se emociona.

Este hombre de corazón noble, recoge el pincel y se marcha. Regresa a su noche, una noche de luna llena, tranquila, dormida, serena… donde su propia pintura lo espera.


Categoría 10° - 11° - 12° Alejandra Arango González (Grado 10°) Clermont School

No esperes que vuele contigo

Tú, con tus poemas de sirenas con tus historias de niños perdidos y tus ojos que en la galaxia vuelan.

Tú, con esos cuentos de dragones esas canciones de los elfos y esa boca que habla con los faunos.

Yo no pienso en tonterías yo soy realista y modesta y no permito, por nada del mundo, que las hadas me lleven entre las rocas.

Yo observo, analizo y pienso con este mundo tan hermoso. ¿Por qué ves el mar con un caleidoscopio? ¿Por qué pintas ogros en el magma?

Tú escuchas historias románticas de los minotauros miras las nubes buscando un hipogrifo. Conviertes un carro en “halcón milenario”. y lo peor de todo siempre pierdes andando en Mulberry street.

Tú viajas sobre el lomo de un león buscando refugio en la Tierra media, mientras que yo ando en bicicleta


buscando aves, árboles y algunas sonrisas.

Tú vuelas, yo corro; tú imaginas, yo dibujo; tú vives en las flores mientras que yo las recojo.

No esperes que yo vuele ni que viva en el país de las maravillas. No esperes que me esconda de los “Nazgul” ni que le tema a una bruja blanca.

Yo veo cómo pasa el tiempo y también las hojas que caen, y yo admiro al revolucionario así no sepa blandir una espada.

Aunque debo admitirlo, sin tu gracia mis manos temblarían ante el papel, un lápiz me atormentaría y mis poemas jamás volarían.


Premio trabajo “Reyes Católicos”

Alejandra Cadavid (Grado 11°): Felizmente desmemoriado (narrativa)

En su reino de dos metros cuadrados, vivía don Fantaso Nafasti tan feliz como había vivido su predecesor.

Era un reino maravilloso, tan maravilloso que las paredes y el piso tenían un color azul cielo, pero no cualquier cielo, sino el cielo que vemos cuando la nostalgia aflora y el reloj marca las 5 y 51 minutos de la tarde. Era tal la grandiosidad de su reino que podía cultivar claveles verdes y árboles de naranjas azules; y por las mañanas, el tiempo iba lento como las gacelas; tanto que, a veces, se paraba y a don Fantaso Nafasti le tocaba dispararle con la escopeta (que llevaba todo el tiempo detrás e al oreja izquierda) para que reaccionara. En estas ocasiones, los disparos no iban asociados a heridos, ni a muertos… ninguna tragedia. Sólo eso: un despertar del letargo temporal del tiempo.

A don Fantaso Nafasti le gustaban el sonido de percusión que hacían las teclas del piano que cabía en su reino cuando las golpeaba muy suavemente y las agudas notas que se producían cuando el rocío tocaba los dedos de sus pies. Le producía una sensación extraña la música de las peras cuando las cortaba exactamente por la mitad.

Casi nada de lo que ocurría cotidianamente lo molestaba, ni siquiera las esporádicas visitas de una horrible mujer que se hacía llamar “Realidad”, pues cada vez que una de estas visitas tenía lugar, don Fantaso Nafasti se escondía detrás de la Fantasía en fa menor de Schubert que todos podían ver y oler cuando se activaba el detector de Realidad.

Pero como Realidad tarde o temprano llega y hace de las suyas, un día lo cogió muy concentrado cortando peras, por lo que no tuvo tiempo de esconderse, así que tuvo que enfrentarla. Fue una conversación corta en la que ella le dijo que no podía seguir viviendo en un mundo de tales contradicciones y le informó sobre el operativo que se llevaría a cabo el próximo 31 de abril. Ese día, los hombres a su mando


destruirían el reino de don Fantaso Nafasti y lo sacarían a la fuerza para llevarlo al mundo real, si es que antes no había desalojado por las buenas.

Don Fantaso Nafasti, que era un hombre sensato, decidió que abandonaría su reino el próximo 30 de abril. Así, tuvo tiempo para despedirse de las paredes y el piso, de los claveles y los naranjos, del tiempo, de la percusión, de las teclas del piano que no cabía en su reino, del rocío, de las peras y su música, y hasta del detector de Realidad y su Fantasía en fa menos de Shubert. Estaba tan triste que ni siquiera lloró; no entendía por qué doña Realidad había hablado de su reino como un mundo de contradicciones.

Confundido y destrozado, salió de casa para entrar a un horrible mundo en el que verdaderamente nada tenía sentido: la gente hablaba del anhelo de la felicidad a la vez que construía una sociedad en la que ser feliz era imposible. Al principio trató de refugiarse en los pequeños placeres cotidianos que ofrece la realidad, pero el tiempo pasó y poco a poco, don Fantaso Nafasti fue olvidando todo aquello que alguna vez había formado parte de su vida hasta que llegó a convertirse en una persona como todas las demás.

Fue a la universidad y estudió odontología porque le dijeron que así sería feliz; allí, como todos se burlaban de su nombre, se lo cambió a Marco Antonio. Acabó por convertirse en un famoso odontólogo con mucho dinero. Había olvidado por completo los pequeños placeres de la vida y ahora buscaba la felicidad en grandes lujos que podía comprar.

Un día se encontró con un hombre que le recordó que los 31 de abril no existían, pero Marco Antonio nunca supo a qué se refería. Años después, se encontró con el mismo hombre, quien le volvió a recordar que los 31 de abril no existían. Al ver que no entendía, le pidió que lo siguiera. Movido por una curiosidad inexplicable, obedeció. Lo condujo hasta un inquilinato en el centro de la ciudad. Al principio tuco miedo, pero inmediatamente supo que aquel hombre de apariencia extraña no iba a hacerle nada malo; lo único que quería era que observara una de las habitaciones. Esperando que recordara, el hombre de extraña apariencia se decepcionó al ver que Marco Antonio sólo veía en aquel lugar un cuarto extremadamente pequeño y sucio, de paredes a medio pintar de un horrible azul pastel, lleno de flores muertas y de frutas podridas y con


goteras por todas partes. Ninguno dijo nada; sólo se oía la Fantasía en fa menor de Schubert, que venía de un viejo tocadiscos de la habitación de al lado. Tras unos segundos, don Marco Antonio empezó a sentir un nudo en el pecho que cada vez se hacía más grande y le producía un dolor inmenso en ninguna parte; sintió que algo húmedo inundaba sus ojos. No supo que lo que sentía se llamaba “nostalgia” y que nos e trataba de ninguna enfermedad. Tuvo miedo. Una parte de él quería salir corriendo pero otra quería quedarse allí eternamente. Entonces recordó lo que debía hacer en esos casos: sacó de su bolsillo el pequeño frasco que le había entregado hace muchos años una elegante mujer, lo abrió, sacó una de esas pastillas blancas y se la metió en la boca. Cerró los ojos y tragó. Nunca más volvería a sentir esa horrible sensación.


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