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abril 2017

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Edición: Alejandra Olay, Marreyna Arias, Rosy Orozco / Captura: Samantha Leyva / Diseño: Argelia Juárez / Fotografía: Juan Casanova

Por Marreyna Arias

n Desierto para la Danza llega a su edición número 25 de la mano de Producciones la lágrima como grupo sonorense anfitrión, que encabeza Adriana Castaños, una de las figuras más importantes de la danza a nivel nacional. Con ella charlamos sobre la relevancia del festival, legados, visiones y experiencias. Adriana, son 25 años de la Muestra Un Desierto para la Danza, platícanos de este acontecimiento. Fíjate que sí es un acontecimiento. Ayer lo platicábamos con la pareja que está de visita Sleepwalk Collective y nos decían “25 años” en un lugar que está lejos de los centros culturales y artísticos sobre todo en México, en un país tan centralizado y comentábamos que sí es un evento especial, una celebración especial pero que parece que a mucha gente lo siente normal. Está normalización de los acontecimientos no nos ayuda, porque los 25 años fueron construcciones ladrillo por ladrillo de muchas personas, de muchos grupos artísticos, de muchos gestores y administradores, de diseñadores: fue la conclusión de un trabajo que hemos heredado; hemos tomado la estafeta para que se siga haciendo realidad. En efecto es algo que tenemos que celebrar, que tenemos que pensar y volver a pensar... no solo ponerse el sombrerito y soplar las velitas, sino porque implica ¿qué sigue después?, ¿qué se espera?, ¿qué se puede hacer? ¿Cuáles serían las grandes diferencias de los inicios a 25 años de distancia? Creo que lo platica (Carlos) Moncada bien: había varios grupos que tomamos en nuestras manos el papel de gestoría, estaba la Casa de la Cultura, incipiente en la organización de actividades culturales y el Instituto Sonorense de Cultura, que prácticamente acababa de nacer. Para que las cosas ocurrieran los grupos tenían que gestionar y una de las preocupaciones era ese aislamiento geográfico y cultural que impactaba directamente en el trabajo artístico. Muchas de las cosas que empezamos a hacer, como traer grupos, cursos, era una manera de profesionalizar la danza aquí y una necesidad de los mismos grupos de interactuar con otras instancias, no quedarse en esta burbujita. Y creo que en un inicio fue eso, la vinculación con otros trabajos. Y si bien ha cambiado en el sentido de que se ha ampliado la perspectiva -el primer año fue un festival nacional-, se han ampliado los horizontes. Me parece que esa premisa inicial sigue siendo cierta: los festivales se hacen para comunicar, oír otras voces, para unirte a la diversidad y aprender a ver otras cosas que no sea nada más las tuyas... En otras palabras, para abrirte. A estas alturas ya hay grupos a nivel internacional que solicitan unirse... Eso es increíble, este año el vínculo con el Instituto Goethe es un ejemplo y así ha habido muchos grupos que les interesa ser partícipes del festival. A mí me parece que el asunto es curioso; no es porque tenga una proyección nacional o internacional en el sentido de que es una parte que tenemos que atender, nos hace falta esa parte analítica, crítica, de investigación, no solamente en el festival sino en la danza en Sonora, pero tiene algo que es entrañable: el público. Un Desierto Para la Danza tiene público que asiste, que se interesa, que se enrola, que exige que haya un fanzine para poder corroborar sus cosas, que desea, que pide una programación diferente, que se queja de la programación, es decir es un público participativo que junto con el festival ha ido cambiando, desarrollándose, básicamente es un público joven y la gente que viene lo percibe. En un país que está en crisis, sobre todo en la gran ciudad, en la capital, la asistencia de público en las artes escénicas, el venir a encontrarte un festival que no tiene salas vacías es verdaderamente un hallazgo y tampoco lo valoramos, o no lo valoramos lo suficiente.

Para un artista, cada butaca llena es un compromiso y un enorme gusto. En cuanto a tu trabajo de directora y tu experiencia de trabajar con otros directores, con otras visiones, ¿a qué conclusiones llegas? Considero que el trabajo artístico es una manera de conocer el mundo y de cuestionarlo. No solo te nutres con la presencia de otros modos de acercarse a ese conocimiento o a ese aprendizaje, sino también de otras formas de apropiarse del hecho artístico, es decir, de la estética del hecho artístico y la responsabilidad que eso conlleva. Estas dos partes, el enriquecimiento que te dan los intercambios y esta otra parte, que estás en un mundo cambiante y que en ese sentido te estás cuestionando ¿y el arte para qué? Creo que eso es lo que ha permeado el trabajo, por lo menos en este momento como grupo y yo personalmente como coreógrafa me pregunto ¿y para qué?, ¿qué estoy haciendo aquí?, ¿qué significado tiene esto? Lo he dicho muchas veces y lo sigo diciendo: en un país de desaparecidos encontrarnos en la presencia con el cuerpo, me parece que es gran cosa y que es algo que deberíamos seguir propiciando. Creo que el festival es un encuentro y desencuentro donde nos vemos las caras, no nos vemos a través de una pantalla, no nos comunicamos a través de letritas, podemos estar de acuerdo o no, es decir cómo vivimos como humanos. Esos deberían ser los festivales, propiciar el encuentro con otros para tener más apertura, más tolerancia, entendernos mejor y sobre todo apreciar el calor de estar vivos.

¿Cómo asumes el compromiso histórico de haber participado en el festival?, ¿qué legado vas a dejar?, ¿cómo vas a pasar la estafeta? Yo pienso que se cierra un ciclo muy importante, que hay mucho que el festival se tiene que replantear en muchas maneras, desde cómo se organiza, se cura y hasta cómo se va a pasar la estafeta para que cambie. El engranaje que tenemos que resolver y/o vamos a resolver en este festival, es la manera en cómo el gobierno se asume con los cambios sexenales. Esos son los cambios que debemos saber hacer no nomás los bailarines, sino todos los gestores y diseñadores que participan: el festival cumple una función, debemos plantearnos juntos qué es lo que viene y es una responsabilidad comunal. ¿Cuáles son los momentos más importantes de estos 25 años de festival? Hay momentos, yo lo relaciono todo con la gente básicamente, si yo pudiera resumir qué es lo que ha valido la pena en este festival, es el haberme encontrado gente generosa, en mi grupo, fuera del grupo, con los visitantes, que me hacen esos ‘clic’, que de repente hacen que se te ilumine un color que no habías visto; de esos momentos chiquitos y grandotes, ha habido muchos, por eso me parece difícil. En términos de función, no se me olvida a mí Ko Murobushi, de danza Butoh; me cambió mi percepción de la escena y el intérprete, tanto así que lo esperé al final para abrazarlo. Entonces eso de ir a darte a brazos con la gente que se va, no lo cambio por nada.

EL TRABAJO ARTÍSTICO ES UNA MANERA DE CONOCER EL MUNDO Y CUESTIONARLO:

ADRIANACASTAÑOS

Estamos hablando de un encuentro entre humanos... Me parece que el arte propicia eso, que nos cuestionemos, nos enojemos, nos aburramos, digamos “esto no nos gusta”, nos ofendamos, nos extasiamos. Finalmente, esos son espacios de expansión de la mente, el deseo y la imaginación y necesitamos desear, tener otras maneras de imaginar, porque si no caemos en el terrible “siempre ha sido así”, “esto no va a cambiar”. Y me parece que en ese sentido tenemos esa obligación. ¿Cómo escoge Adriana Castaños la gente que le rodea, con la que trabaja? Yo creo como todo mundo, nos juntamos los afines, o que de plano somos tan opuestos que terminamos estrellándonos y encontrando una cosa nueva. Finalmente, es por una afinidad, podemos pensar distinto, trabajar juntos en términos de lo que nos interesa descubrir, nos interesa meternos en problemas, nos interesa complicar. También el grupo cumple 20 años Estamos metidos en eso. Plagio es un poco esa nueva reelaboración, hay cambios en el elenco, en el grupo, hay gente nueva que viene con otras ideas, con otros cuerpos. En este aniversario el grupo está viendo más que para atrás hacia el presente, qué está pasando ahorita y a partir de eso trazar caminos.


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Un Desierto Para la Danza ISC

*INDAGAR ES LA ENCOMIENDA

IAN KALER Por Carlos Sánchez

H

ermosillo.- Es un volver a la infancia. Porque ellos no lo saben. Pero aquí antes hubo un circo o dos, o muchos más.

En el otrora corazón de un río. Cuando ya la sequía o el cauce mutilado antes de la construcción de la Casa de la Cultura de Sonora, donde ahora se manifiesta el arte; donde el encuentro anual nos reúne en Un Desierto para la Danza. Ahora en su edición número veinticinco. Es un volver, digo, porque la propuesta de Ian Kaler, nombre del bailarín, quien además es el productor, coreógrafo, venido desde Alemania y con su propuesta o.T, Incipient Futures, tiene como escenografía las gradas similitud de un redondel circense. Linda casualidad muchos años después, donde al treparme a los años setenta encuentro a un salvadoreño levantando la carpa, para que yo, de trampa, ingresara al espectáculo de payasos y domadores. Justo allí, o quizá unos metros más hacia acá. La similitud no es menor o mayor si la locación es exacta. Lo interesante luego de la nostalgia y el recuerdo, se me vuelca desde el treparme a las gradas de madera. Porque el escenario está dispuesto y el privilegio de espectador me dicta la gratitud. Ian Kaler y Stéphane Peeps Mount (este oriundo de Camerún), son los protagonistas. Los cuerpos que cuentan la exploración. Diversas búsquedas y planteamientos. De la nostalgia a la alegría, de la calle a la improvisación, del germen a la vida que somos todos. Hay un puño de propuestas. Nomás trepar las gradas y la música en vivo, aquí a un ladito la percusionista, Jay

Joseph, con las baquetas construyendo el camino que han de seguir los cuerpos. Luego la mezcla de sonidos, allá enfrente con micrófono abierto Jam Rostron, musicalizando también el curso de la propuesta. La música en vivo, la cercanía de los actores, bailarines. La lúdica seducción entre ellos y nosotros. Son camaradas de una misma exploración. Se abrazan, se divierten. Porque la vocación emana desde el cuerpo. Entonces saber qué hay más allá, indagar, es la encomienda. Miran al horizonte, de pronto las butacas vacías de un teatro les dicta el retorno, les sugiere que allá no es, que las miradas, los murmullos, están en el mismo lugar que antes habitaron. De pronto es un callejón, es el barrio, la ciudad, el ritmo reminiscencia de lo que encontramos a nuestro paso. Digo, la ejecución de Stephan “Peeps” Moun nos remite a la parvada de muchachos que toman por sorpresa los adoquines de la plaza. Y encienden sus grabadoras y nos regalan la dulce improvisación de sus más perfectos movimientos. Pero antes el vestuario, al inicio, el vestuario es un embrión de donde emana la búsqueda. ¿A dónde se llegará desde esta luz, este espacio, qué hay más allá? Sigamos indagando. El Desierto se nos dispone. Otra vez. *Ian Kaler se presenta en el marco de la celebración del 25 aniversario de la Muestra Internacional Un Desierto para la Danza y del Año dual México – Alemania, una colaboración del Instituto Goethe-México con el Instituto Sonorense de Cultura y Producciones La Lágrima.

LAS FRASES DE LA PIZARRA Para mí, antes era el lugar para aprovechar y ver qué pasa en otras partes del mundo respecto a la danza y aprovechar la variación del cartel. Digo antes, porque ahora ni me entero de cuándo es… antes porque mi novia era una bailarina.


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