21 Visual Blog / Carlos Mal / La hora del preguntón

Page 1

MARZO 2021

ARTES VISUALES Artes Visuales ISC dav@isc.gob.mx www.isc.gob.mx

21

Q

Diseño editorial: Argelia Juárez

Por Carlos Mal

uien cruce este punto debe dejar atrás el cosmopolitismo, el afrancesamiento y la exquisitez. Este ensayo es una sonda en la memoria, y sus productos de melosa y barata nostalgia nada tienen que ver con mis normales esfuerzos de escapar de la pesadilla de mi contexto sociohistórico, de la telaraña en la que mis genes y mis circunstancias se han quedado enmarañadas. Sucede que me acordé del Preguntón y de cuando mi primo y yo ganamos todos los premios en su terrible show en la televisión.

La Hora del

Preguntón

Cuando tenía tres años mi madre me enseñó a escribir la letra a mayúscula. Me dio un lápiz y escribí muchas letras a mayúsculas en las paredes y en el piso, así que parecía que la casa entera gritaba largamente, como la sirena de un coche bombero que se caía en un abismo eterno.

Yo veía el título de su show y criticaba entre dientes que decía «PREGUNTON», sin acento en la o.

Después aprendí la letra e. Después la be y la ce. La ce era la primera letra de mi nombre, y por eso era mi favorita. Mi madre arregló el problema de las paredes intervenidas dándome unas hojas de papel. Las llené con la letra a y con la letra pe y con la ese, mi segunda letra favorita, porque era una serpiente y la palabra «serpiente» comenzaba con ese; ¡qué cosas! Ansioso por seguir escribiendo, tomé un libro del modesto librero de la casa. Lo abrí y escribí la letra a por encima de todas las letras a que encontraba en cada página. Y después escribí la letra ce y la letra ese por encima de las ces y de las eses que encontraba. En un par de días, había, efectivamente, leído mi primer libro. Hamlet, de William Shakespeare. ¿Qué leería después? Hamlet de nuevo. Después La Ilíada, mi libro favorito hasta hoy. Después cómics y otra vez Hamlet. A los seis años por fin entendí por qué Laertes estaba enojado en el combate final. Después leí más cómics. Era difícil encontrar qué leer en la década de 1980, porque vivía en Hermosillo, en Sonora, en México, y era yo, además, pobre, y mi piel era, como hoy, café. ¿A qué

biblioteca iba a ir? ¿A qué inexistente clase de superdotados me podrían haber inscrito? ¿Qué hacer con una mente inquieta, ávida de conocimiento? Quedaba la televisión. El canal de televisión local (canal 12) era una fuerza cultural que intentaba terraformar el llano ardiente de Hermosillo para que diera la apariencia de ser habitable por las huestes de ricos y de pequeñoburgueses que comenzaron a reproducirse en la ciudad como una ebullición de carbunclos. Los hermosillenses siempre han querido ser como los pingües y rubicundos vecinos de Phoenix y de Tucson, pero con vacas y con más racismo. El Preguntón, Jorge Cuan Aubert, evidentemente descendiente en corto de judíos franceses emigrados a México durante la diáspora, tenía un programa de televisión en vivo en el que hacía preguntas de todos los temas a niños y niñas de la audiencia. Quien respondía correctamente se llevaba un premio. Quienes no, se llevaban a casa y para el resto de sus vidas, la aplastante experiencia de haber fallado en televisión. El Preguntón se plantaba frente a las cámaras de televisión una vez a la semana y miraba fijamente las convecciones y concavidades laberínticas de la lente. Me retaba desde su escritorio decorado de brillantes, su desdén cruzaba el cielo, rebotaba en el único satélite vetusto que México pudo comprar a los gringos y la energía de su odio llegaba desde los cielos hasta mis propios ojos de adolescente en la colonia Lomas de Madrid, que abunda en cholos. Yo veía el título de su show y criticaba entre dientes que decía «PREGUNTON», sin acento en la o. Cabe mencionar que Jorge C. Aubert también era el conductor de un insólito programa llamado Risas, estrellitas y sonrisas. Nunca tuve la menor idea por qué eligieron la palabra «risas» como primer sustantivo para este


ARTES VISUALES Artes Visuales ISC dav@isc.gob.mx

21 ganaría al Preguntón hasta su alma inmortal. Tal vez por ahí estaba el personaje local Luis Lope, quien me confesó que también solía ir a probar suerte. Tal vez sin advertirlo nos sentamos juntos a tratar de ganarnos los premios que ameritaba nuestra pericia al saber el nombre del asesino de Álvaro Obregón (León Toral) o la capital de Turquía (Ankara). Entrar al estudio del Canal 12 para ser parte de la audiencia de niños y niñas concursantes era humillante y atroz. Uno o dos cabrones autoritarios abrían la puerta por unos segundos y los que podían colarse entraban, como un embudo de miseria. Cuando se llenaba el lugar los demás teníamos que volver a casa. Y me refiero a tomar un puto camión a las tres de la puta tarde desde el puto Canal 12 hasta las putas Lomas de Madrid uno, como a veinte kilómetros a cuarenta y cinco grados centígrados. Ya dentro del estudio (aparte de los hospitales fue el primer lugar con aire acondicionado que recuerdo) esto es lo que pasaba: el Preguntón solía acercarse (no mucho, guácala) a decirnos que nos calláramos hasta que terminara la canción de inicio y que aplaudiéramos solo cuando él lo indicara. No se veía de buen humor, ni feliz de estar ganándose el pan en un lugar con aire acondicionado. El Preguntón se sentaba, daba la bienvenida a los televidentes y comenzaba con las preguntas, no sin antes presentar a «la secretaria», quien era siempre una niña de nuestra edad (teníamos entre diez y quince años, grandes como para tomar un camión, pero no tan grandes como para darnos cuenta de que no era cool ir a La Hora del Preguntón) se encargaba de contestar el teléfono para fiscalizar las respuestas de los concursantes desde casa (en mi casa no había teléfono todavía porque pobreza y tercer mundo).

proyecto si nada del programa era hilarante ni cómico ni gracioso. El show consistía en números de baile ejecutados por niñas hiperactivas y nerviosas. Las ejecuciones variaban entre disciplinadas, desastrosas o sosas. Y era así por una o dos o tres horas, qué sé yo. Nadie veía completo el programa nunca, y los que lo veíamos era porque necesitábamos tener el televisor encendido para no pensar en la realidad aplastante de un cosmos frío que no nos ama. Para quienes leen esto y tienen la dicha inconmensurable de no ser de Hermosillo, todas estas referencias a televisión local deben ser muy confusas. A esto digo: ¿qué rayos hacen leyendo esto todavía? ¿No ha quedado claro que esto es una remembranza de color local? ¿No ha quedado claro que esto es un paseo por la calle de las memorias equivalente a un chiste privado? ¡Fuera de aquí! Hay ensayos excelentes otros lugares. Para quienes comparten conmigo el viacrucis de mi nacimiento en este yermo de malas ideas, sigamos. La Hora del Preguntón desapareció en 1999. Supongo que Risas, estrellitas y sonrisas todavía debe seguir en el aire, porque no es en realidad un programa de televisión, sino una medida de escarmiento que Televisa inflige en los empleados a quienes quiere aleccionar. Casi nadie sabía el nombre real de El Preguntón, y por eso me hacía imaginar que era algo así como un villano de Batman. Su personaje público consistía en lo siguiente: una actitud de desafío a los niños, un rostro adusto e irritable, lleno de mezquindad; su gruesa voz era pronta para la admonición y para los insultos sobre la apariencia física de los chicos. Aun así, es casi infernalmente irónico cómo un personaje que expresaba tanta aversión por los niños terminó trabajando exclusivamente en programas infantiles. Ahora que lo recuerdo me parece muy cruel. Es como si a mí me pusieran a trabajar en un parque de diversiones llamado «Cucarachalandia» o como conductor de La hora del jazz blanco. Qué injusto es Dios. Los n00bs lo llamábamos La Hora del Preguntón, pero en verdad el programa se llamaba Lluvia de Cheques: La Hora del Preguntón, porque (me cuentan mis tías) en los inicios del programa el Preguntón premiaba a los ganadores con cheques del Banco de México válidos por cantidades ínfimas. Pero de cualquier manera era dinero. Dinero gratis, man. Tal vez por eso el programa comenzó a ser frecuentado por los niños del gueto. Como yo. Cuando estaba en secundaria era odiado y reverenciado como el cerebrito, el matado, el nerdo. Todo mundo me decía que si iba a concursar en LHDP, le

¡Ah… Gladys! Gladys era una secretaria en el show. Era muy bonita. Confieso que dos o tres veces fui al show solo para contemplar sus facciones europeas y su peinado con fleco erizado. Fantaseaba con cruzar la barrera que había entre las gradas y el estudio al final del programa y hablar con ella, pero en realidad nunca tuve nada qué decirle. ¿Se llamaba Gladys de verdad? Ya no me acuerdo. “Gladys, si lees esto... ¡¡¡BOOM!!!, ¡Olvídalo, nena, soy casado!” El Preguntón era famoso (localmente, claro) por la manera en que arregló un importante problema logístico en su programa. ¿Cómo elegir entre la multitud que levantaba su mano para contestar? ¿Cómo llamarle al elegido, al privilegiado que aparecería en televisión para hacer orgullosa a su familia al decir la respuesta correcta y ganarse un paletón o una soda retornable de un litro y medio? Fácil: nos llamaba por nombres como «Hey, tú, el camisa rayada...»; «tú, el lengua peluda... »; «tú, el cara de chango... », «tú, el narices de bola... »; «tú, el cara de pendejo... » Bueno, ese último no. Pero yo vi en su cara una especie de placer al decirnos esos apodos... como si de manera velada disfrutara desahogar en nosotros, la niñez pobre de Hermosillo, todo su odio por la humanidad y su vida vacía de celebridad en un pueblo lleno de ganaderos ricos y de una prole hambrienta.

“Los n00bs lo llamábamos La Hora del Preguntón, pero en verdad el programa se llamaba Lluvia de Cheques: La Hora del Preguntón”


ARTES VISUALES Artes Visuales ISC dav@isc.gob.mx

21

Cuando el programa terminaba se apagaban los reflectores y el Preguntón se iba sin voltear a vernos ni decir una palabra. Hace unos años llegó a mis manos una joya: un VHS con grabaciones del canal doce en 1984, más o menos. Estas me dieron una pista para saber qué había pasado con Jorge C. Aubert, por qué los cúmulos demoniacos de la misantropía le habían amargado la sangre. En la cinta vi al Preguntón que, con voz ceremoniosa y con un léxico pomposo, presentaba una sinopsis-reseña de una película de arte justo antes de que esta iniciara. Estaba ataviado de traje y corbata. Esa es la clave. Al parecer el Preguntón era una especie de «hombre culto» del Canal 12, como su doppelgänger calvo de Telemax, Sergio Romano. Cuando el canal se dio cuenta de que la cultura no funciona en Sonora porque es el peor estado de México, decidieron darle programas para niños porque simplemente no tenían otro lugar dónde poner a nuestro pobre villano de Batman. Por eso. Esa tarde de hace veintisiete años, mi primo y yo contestamos bien todas las preguntas que el Preguntón lanzaba hacia nosotros. Yo no entendía por qué las preguntas eran tan fáciles. Poco a poco comenzamos a eliminar a los equipos contrincantes y al final de la hora ganamos por una avalancha de puntos. La última pregunta fue: «¿Qué animal tiene cuatro patas en la mañana, dos patas en la tarde y tres patas en la noche?». Se acabó el programa. Se apagaron los reflectores, se fueron los camarógrafos y la audiencia salió por la puerta de atrás. Mi primo y yo estábamos solos con el Preguntón y con su secretaria. Recuerdo el olor. El Preguntón tenía el perfume dulce de los ricos. La secretaria no olía a nada porque los pobres no olemos a nada y era obvio que la secretaria volvería en camión a su casa como nosotros. El Preguntón, malhumorado, cansado, nos dio los dulces, los juguetes y la pizza que nos habíamos ganado. Años después, poco después de su retiro en 1999, lo vi en un supermercado local comprando cosas inicuas. Me daba ganas de saludarlo y decirle «¿Es usted el Preguntón? ¡¡¡PREGUNTA PREGUNTÓN, WEY!!! ¡¡¡YO IBA A SU PROGRAMA!!! ¡¡¡WOOOOOO!!!» para que se sintiera bien. Pero decidí que no, porque si, como me imagino, fantaseó alguna vez con matarnos a todos los niños del gueto que íbamos a su programa, pensé que sería mejor no acercarme a alguien que planeó mi muerte, aun indirectamente. Es una como regla que tengo. Hace también mucho tiempo, Por allá en 2003, escribí para un blog (qué diablos es un blog, ¿cierto?) un ensayito sobre El Preguntón que es el precursor de este mismo, pero sin el talento chingón acumulado de mis décadas de sufrimiento y de viajes alucinantes por el mundo. En ese ensayito no escribí que recientemente, en 2017, me volví a encontrar cara a cara con Jorge C. Aubert en el banco. Esta vez fue muy diferente. Yo, ajado y desastrado por los años, ya no podía ocultar las canas en mi barbilla. Ya no era el niño enjuto y desgarbado de los años del rap. Ya no estábamos en el México en crisis económica del Fobaproa, ya estábamos en el siglo XXI, con Internet y smartphones. Él, sentado, esperando su turno para pasar a ven-

Carlos Mal (Hermosillo, Sonora, 1980)

tanilla, parecía un hechicero de mundos de fantasía. Volteó a verme y me recibió su mirada: era un ojo de un azul pálido, y cuando se posó en mí, mi sangre se congeló. Lo había logrado. Había hecho la pregunta máxima y como respuesta el mundo lo cegó de un ojo. Eso es lo que pasa cuando se mira al abismo de frente, Preguntón, ahora toma esta luz y refúgiala por siempre en tu ojo izquierdo. Yo solo incliné la cabeza en un saludo de respeto. Él inclinó la cabeza de nuevo como para decir «Perdono tu infancia y reconozco mis errores, niño eterno, receptáculo de las preguntas del cosmos. Te perdono y me perdono, Carlos Mal. Mírame. Ahora ya no soy El Preguntón. Ahora soy La Respuesta».

Soy Carlos Mal. Soy escritor, artista visual, dibujante de cómics, muralista, diseñador gráfico, periodista gonzo y profesor de literatura. Por cinco años dibujé el webcómic Al Grito y he dado clases de dibujo y pintura y talleres de elaboración de cómics en mi localidad. Estudié Letras en la Universidad de Sonora y maestría y doctorado en la Universidad de Arizona. Fui cofundador y líder del Club Chufa, un movimiento cultural de vanguardias fundado en 1998 que abogaba por la destrucción del regionalismo y de la ética y estética bohemia. Soy profesor de Literatura en secundaria, pinté un par de murales y dibujo cómics. De 2010 a 2013 viví en París, donde concebí y escribí la novela gráfica La República de Sonora, completada en 2015 y que sigue hasta hoy en el purgatorio editorial. Gané el Concurso del Libro Sonorense en 2019 con el libro de ensayos Pianos en llamas y en 2020 con el libro de crónicas Rodear la Tierra (y andar por ella). Mi obra inédita incluye cómics, teatro, novela, poesía, ensayo, cuento, crónica y canciones.


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.