EL ÁNGEL DE LA GUARDA – Pasara mucho tiempo hasta que pueda limpiar todo esto. ¡Sinvergüenza! – Pero… ¿Qué dice? ¿Quién es usted? – El destino no se cambia. ¡Claro que no! Los deseos y razonamientos se calculan con exactitud matemática. – No hay mas que observar a un niño con la debida atención para saber donde estará dentro de treinta años y después esperar tranquilamente sentados a que aparezca. Cambiar el destino, ¿ a quien se le ocurre ? Paco Roca: Las calles de arena, 2009 Entrevista a un profesor de física El profesor de física pasa un dedo por la sien derecha recorriendo una patilla moteada de canas, luego se ajusta las gafas, mira a la periodista con interés y responde a su pregunta. – Todo está determinado, el universo también. Lo que ocurre, estimada señorita, es que no es determinable. Es decir, lo que está previsto sucederá aunque nosotros, ahora, no lo podamos saber. Está determinado pero no es determinable. Para muchos de nosotros el tiempo pasa como si se nos escurriera por entre las manos, fluye continuamente, pero ¿y si ocurriera que fuéramos nosotros los que nos moviéramos por el tiempo? No me refiero, desde luego, a la famosa máquina de Wells. Lo que le intento describir se asemeja mucho más a un libro que está escrito de antemano, toda una historia contenida entre dos tapas de cartón. Si usted quiere comprenderla ha de comenzar por la primera hoja y seguir hacia delante. Puede que el universo sea un inmenso libro del que solo conocemos las primeras lineas. ¿Comprende usted? El profesor siempre se sitúa en el lugar del otro, sabe que la empatía es un arma de la comunicación. Ese comprende usted no es una pregunta, expresa un deseo, si usted no lo comprende se lo vuelvo a explicar. La mirada de la periodista expresa confusión y el comprende usted se va diluyendo en un no lo he comprendido. Pero la mirada de la periodista sigue mostrando interés, así pues el profesor insiste: – Analice su vida, ¿cómo se convirtió en periodista?, ¿lo decidió usted, se dejó llevar por las circunstancias o sucedieron ambas cosas? Puede que decidiera ser periodista en respuesta a una serie de acontecimientos que precipitaron su resolución. Sucedieron ciertas cosas que ahora, pasado el tiempo, comprende y que le hacen recapacitar y deducir que lo que decidió era exactamente lo que estaba previsto que decidiera. Iba a suceder aunque usted no lo sabía. Para afirmar tal cosa no necesito recurrir, debo decirlo, a un ser supremo que todo lo ordena, en todo influye y todo lo puede. Me basta con el universo, al que estamos empezando a comprender tímida e ínfimamente. No le estoy diciendo que usted no haya hecho nada o que no pueda hacer nada que, a buen seguro, lo habrá hecho, pero incluso esto será lo previsto, lo determinado, aunque para usted fuera imprevisible o, mejor dicho, indeterminable. Le confesaré algo en mi calidad de 1
científico, es muy fácil analizar un suceso una vez se ha producido, lo difícil es preverlo con la suficiente anticipación. Igual ocurre con el Universo, la cuestión es ¿estaremos allí para comprobar nuestras hipótesis?
Primeros días de julio de 1959 En mis sueños suelen aparecer casas por las que me desenvuelvo buscando y escudriñando por aquí y por allá. Son sueños muy agradables en color, con muebles llenos de libros, pequeñas esculturas y ventanas desde las que se ve y se huele el mar. Cuando me despierto intento recordar la casa pero me resulta imposible. Pasan las noches y en un nuevo sueño aparece una casa diferente, y así sucesivamente. Hay, no obstante, una cosa que siempre sucede: llego a estas casas, que son mis casas, viajando en tren.
En mis sueños suelen aparecer casas cerca del mar a las que llego en un tren de vapor
Esto es algo bastante lógico. Algunos de los acontecimientos más importantes de mi vida están relacionados con una estación con trenes, nunca con un aeropuerto u otro medio de transporte. A veces, cuando veo una película que recrea la época victoriana, siento mucha envidia, ¿cómo habría sido viajar en aquellos trenes ingleses remolcados por bellísimas máquinas de vapor, disponiendo del tiempo para ver, del tiempo para hablar, para comer, leer y ensimismarse en pensamientos y ensoñaciones? Hoy los trenes me gustan un poco menos, son rápidos, ultrarápidos y demasiados metálicos o plastificados, pero conservan muchas de las ventajas del pasado. Me sigue pareciendo que 2
cuando se viaja en tren se tiene conciencia del principio, del transcurso y del final. Como si fuera una obra de teatro convencional: presentación, trama y desenlace, y vuelta al principio. Se comienza en una estación y se acaba en otra desde la que se puede iniciar un nuevo recorrido. Los viajes en tren son como pequeñas vidas llenas de aventuras inesperadas. Como la que os voy a contar y que me sucedió en los primeros días del mes de julio de 1959, al punto de cumplir los 12 años. Ese año, mis padres, decidieron que debía ir a Francia a conocer a mi familia exiliada. Asomado a la ventanilla de un compartimiento de tercera clase de un tren de madera, aún puedo percibir los olores a carbón, comida empaquetada en papel de periódico, tabaco y sudor humano. Todo incrustado en la madera, por la que habían pasado manos, maletas, trapos de limpieza, alguna lágrima del adiós, un trozo de tortilla de patatas, gotas de lluvia impregnadas de carbonilla o el aliento de una gallina cacareando de miedo, al ser arrastrada hacia el interior. Allí estaba yo mirando como mi madre lloraba desconsoladamente mientras entre sollozos le decía a mi padre: – ¡Es demasiado pequeño para un viaje así!, ¡y si se pierde, qué vamos a hacer! He de deciros que me sorprendió mucho la actitud de mi padre, cuyo ánimo no se alteraba ante los escandalosos lloriqueos de mi madre. Sus ojos iban hacia mis ojos, no parecía que hubiera nadie más en la estación que mi padre y yo, y en su mirada percibía seguridad, confianza y un inmenso amor. Siempre fue así, aunque frecuentemente acompañaba esta actitud con chistes, ocurrentes relatos, bromas y chirigotas. Aquel día no fue así, no hubo historias divertidas. Haciendo tiempo hasta que el tren iniciara su marcha me iba haciendo preguntas y su mirada parecía ser el reflejo de mis respuestas. – ¿Sabes bien lo que debes hacer al llegar a Zaragoza?, recuerda que el tren que debes coger para Irún estará dispuesto en el andén que queda justo al lado derecho por el que entrará en el que tu llegas. Tu sólo tienes que pasar de un andén al otro. Mira bien que el tren tenga escrito Irún, no te importe que aparezcan otras ciudades, tu vas a Irún, ¿de acuerdo? Cuando llegues pasarás la frontera, enseñas tu pasaporte y ya está, tu tío te espera el otro lado con un cartel en el que estará escrito tu nombre ¿Lo tienes claro? – Sí, papá. – ¿Te sientes capaz? – Sí, papá, me siento capaz y quiero hacerlo 3
En ese momento las lágrimas de mi madre alcanzaron lo que parecía una cúspide insalvable. Todo el mundo que pasaba nos miraba, mientras mi padre proseguía su discurso. – La gente se puede sorprender al verte solo, tu a lo tuyo habla poco y recuerda que el dinero no debe saber nadie donde lo llevas –mi madre había cosido una especie de faltriquera en el interior de mis calzoncillos–. Tu pasaporte en el bolsillo y tu maleta siempre a la vista... – Sí papá, no te preocupes. Quiero hacer este viaje, pero dile a mamá que deje de llorar. Entonces mi padre miró a mi madre y esbozando una casi sonrisa, la única que le vi ese día, le dijo: – ¡Calla ya mujer, se va un jilipollas y volverá un hombre! Mi perplejidad fue total. Nunca había oído a mi padre hablar de esta manera y menos a mi madre. Lo que ocurrió a continuación lo recuerdo nítidamente. El tren inició la marcha, mi madre dejó de llorar y sonrió, percibí en mi padre cierta angustia que desapareció de inmediato, ambos levantaron las manos me dijeron adiós y los fui viendo desaparecer mientras la estación fue pasando ante mis ojos en una especie de “rápido y despacio”, como si fuera un película de Sam Peckinpah, hasta empezar a ver los primeros huertos de naranjos, entonces me puse a llorar desconsoladamente. No os voy a contar el viaje, necesitaría muchas páginas y empequeñecería lo esencial de este relato. Solo deciros que no tuve problemas para encontrar el tren de Irún, que me lo pasé muy bien con unos muchachotes con boinas rojas que bebían en bota y que decían venir de San Fermín, cosa que no entendí. Que llegué correctamente a lo frontera y que allí me esperaba mi tío, al que quise enormemente desde el primer instante en que le vi. He de deciros, no obstante, que hubo una cosa que no entendí y fue la siguiente: ¿Cómo se atrevieron mis padres a enviarme solo a Francia en un viaje tan largo, sin compañía alguna en aquella España de finales de los cincuenta? Me costó mucho averiguarlo y lo supe, lo supe muchos años después. Prosigue la entrevista al profesor de física – Todo lo que nos rodea es complejo. Un pájaro, un árbol, una toalla fabricada en Portugal, su lápiz de labios, aquella montaña que se vislumbra por la ventana, usted y yo. Cuando todo esto, y mucho más imposible de percibir globalmente, se relaciona entre sí la complejidad se acrecienta. La pretensión del especialista es reducir esa realidad y simplificarla. Pero no siempre es posible y siempre es muy difícil, ya que lo complejo es antagonista de lo simple. Si bien a veces sucede algo y lo que parece extremadamente complejo se hace evidente, 4
comprensible y sencillo. ¿Se ha recreado alguna vez ante la sencillez, la elegancia y la belleza de la fórmula E = m.c2? Este fue uno de los exiguos casos en los que la mente humana fue capaz de expresar lo complejo de manera sencilla y esquemática. Hoy hacen falta muchas miradas y otros tantos especialistas para comprender lo que sucede en torno nuestro. Mañana puede que aparezca una mente capaz de sintetizar y comprender lo que hemos ido investigando y construyendo durante muchísimos años. Será tributaria de lo que todos hemos ido haciendo. Puede que incluso se trate de una mente global, si bien este es otro asunto. En cualquier caso, el mundo seguirá siendo complejo. Por todo ello, he decidido mirar al universo de otra manera y estoy llegando a ciertas conclusiones. De mis palabras, sin embargo, debería deducir que en este viaje he acompañado y me han acompañado otros muchos científicos y pensadores y que, desde luego, soy deudor de todos ellos. Divisé tan lejos porque trepé a hombros de gigantes, afirmó Newton. Precisamente, de eso se trata, una mente construida por gigantes, poco a poco, piedra tras piedra; una mente global e histórica. La periodista asiente invitando al físico a que progrese en sus argumentos. Lo que dice el profesor le parece sugerente, no lo llega a comprender demasiado bien pero atisba su significado. El físico se da cuenta y busca un ejemplo. – Parece que uno de los primeros en mirar de una forma diferente el vuelo de un pájaro fue Leonardo. Luego llegaron otros, hoy podemos volar, ¿percibe el hilo conductor? –la periodista asiente–. ¿Qué pasaría con los motores de nuestros trenes si alguien antes no hubiera mejorado la calidad y consistencia del acero?, ¿hubiera sido posible construir un rascacielos o la máquina de un tren de alta velocidad sin una formulación matemática basada en los números arábigos, que en realidad parece que son de origen Hindú? ¿Ve usted el hilo conductor? Pues, su vida, la del universo también, ocurre de similar manera. ¿Podría usted, querida señorita, haber sido periodista sin antes haber comido lo correcto, cuidado su salud y adquirido los conocimientos que otros antes que usted fueron edificando? Usted tomó su decisión sin saber que era el resultado y la prolongación de sucesos caóticos pero que ocultaban un orden que hoy conoce y comprende. No lo supo ayer, hoy lo sabe. Existe un hilo conductor determinado, que todos seguimos de una manera u otra. Lo han llamado se hace camino al andar, la vuelta a Itaca, el karma, los jardines de la luz, el destino o el impulso vital. La mirada de la periodista muestra perplejidad, la del físico una vigorosa determinación. Su discurso no es lineal, da vueltas sobre sí mismo, va y viene, es complejo y caótico. Como la vida, el universo o el vuelo de un pájaro. El físico baja la mirada y deja libres sus reflexiones ahora interiorizadas mientras parece no pasar el tiempo..., y piensa: soy un físico buscador, mis padres me pusieron el nombre de Juan en memoria de mi abuelo, me encanta el arroz caldoso de conejo y caracoles y el chocolate con churros, tengo muchos años y mis recuerdos de la infancia antes ansiosos y melancólicos han ido mejorando con el tiempo. Hoy, ahora, vuelvo a ellos cada vez con mayor insistencia, con la intención de comprender que me ha sucedido, cómo ha sido y por qué ocurrió de esa manera. No sé lo que les pasa a los demás pero en mi caso es así. Si lo pienso mejor cuando era un adolescente ya me ocurría pero era diferente, estaba más pendiente de lo que iba a ser que de lo que había sido. Ahora sé que ambas cosas están ligadas entre sí por sutiles hilos de interacción y energía. El presente no existe, somos memoria e intención; entre hoy y mañana no hay nada, son una misma cosa.
5
Días finales de noviembre de 1969 Es fácil constatar como la mayor parte de los edificios de las universidades de antes se construyeron en elevación, con escaleras que representan el privilegio de aquellos que han alcanzado el suficiente conocimiento para subir por ellas. A mi me gusta que sea así, los universitarios –todos ellos, profesores, funcionarios, hombres, mujeres y estudiantes– deberían ser conscientes del privilegio que supone poder adquirir conocimientos y no olvidar –nunca deberían olvidar–, que estos conocimientos lo son de todos. No se pueden ni se deben patentar, son resultado de los que otros promovieron en el pasado, de los que somos herederos y deudores y que siempre deberán poner al servicio de la sociedad que les ha permitido subir por aquellas escaleras. Así fue en el pasado y así debería seguir siendo. He de deciros, no obstante, y por si os hubiere producido confusión, que no es lo mismo el saber o los conocimientos que las tecnologías que de ellos se derivan. Estas sí que se pueden patentar durante un cierto tiempo, los otros no, pertenecen a todo el mundo, el de ayer y al de mañana. Eso creía yo, aún de manera incipiente, cuando subí por primera vez las escaleras que me llevaban al hall de la Facultad en la que iniciaba mis estudios. Cada peldaño se asociaba a un pensamiento. Primer peldaño: lo he conseguido. Segundo peldaño: soy un hijo de trabajadores y lo he conseguido. Tercer peldaño: ¿seré capaz? Cuarto peldaño: ¡Qué haces chaval, mira por dónde vas! Quinto peldaño: camino, mejor dicho subo hacia el conocimiento. Sexto peldaño: todos tenemos iguales derechos y obligaciones. Séptimo peldaño: ¡Viva la libertad! Y así sucesivamente. Esta última imprecación era, en aquella España, sumamente peligrosa, salvo cuando ante le exclamación reiterada de ¡España!, había que responder: ¡Una! ¡Grande! ¡Libre! En aquellos años había que ir con mucho cuidado. Se podía imaginar la libertad incluso proclamarla interiormente, pero no había que vocearla como lo más natural esperando que no sucediera nada. Ya os podéis imaginar, a ciertas edades y cuando se es joven, poco importan los peligros, más aún cuando está en juego la libertad y la democracia. Todos los que vivimos los sesenta, de una forma u otra, sabemos lo que supusieron en aquella España sometida, cabizbaja, triste y humillada. Como muchos otros, se hizo patente mi militancia en pos de la libertad y la democracia. Muchos días me hice notar y un día ocurrió lo inevitable, era previsible aunque no lo previne. Cuando me vi en aquel celular lleno de otros 6
estudiantes como yo, con la mirada llena de un susto ansioso, entreviendo la porra negra de aquel inmenso policía gris, no fui capaz de tener pensamiento alguno. Sólo sentía miedo y el presentimiento de que lo iba a pasar muy mal. De celular al hotel... Disculpad, lo que quería escribir es, del celular al cuartel que hoy han convertido en un hotel. Recientemente, olvidado el incidente, al entrar en la recepción de este hotel quede paralizado sin comprender que me sucedía. Salí y al volver a entrar lo comprendí. En mi cabeza seguían presentes los acontecimientos de aquel día de noviembre de 1969. No me detendré en una explicación profusa de lo que me sucedió, otro día os lo contaré. No debo remover el pasado, en ocasiones me hace mucho daño y prefiero recordar lo positivo, que como veréis lo hubo. Ocurrió, más o menos, esto. Estuve la mayor parte del día en el cuartel, allí me ficharon, me fotografiaron, tomaron mis huellas y luego, de nuevo en un celular, me llevaron a otro lugar, un calabozo, en el que pasé la noche. Al día siguiente me condujeron, entre coscorrones y empujones, a declarar. Eso decían ellos, pero yo sabía que sería un interrogatorio y estaba asustado, muy asustado. Me encontraba sentado en una silla diminuta justo en el centro de la sala y ante mi un policía circunspecto apoyado en una mesa, leía mi ficha, me miraba malhumorado, provocador, chulesco y volvía a mira la ficha. Se levantó, se acercó y sin mediar palabra alguna me soltó un inesperado guantazo que me sacó de la silla entre gritos y sollozos. Creí reconocer entonces una voz alterada que llamó la atención del interrogador, alcé la mirada y percibí, entre estrellitas, puntitos negros y pitidos, el cuerpo enjuto de Antonio Luján, quien con aspavientos y autoridad decía: – ¡Deja inmediatamente a ese chico! Ni lo toques. Es cosa mía. Se viene conmigo Antonio Luján, el amigo de mi padre, inspector de policía, franquista reconocido y por el que no sentía yo gran simpatía, apoyado en la puerta insistía: ¡Se viene conmigo! Ya lo creo que sí, que me voy con él. Luego lo pienso mejor y me digo, ¿no se estaba muriendo? Así me lo había dicho mi padre con voz emocionada hacía sólo unos días. ¿Qué hacía allí?, ¿por qué había venido? Tras las formalidades de rigor, partes médicos, firmas y demás gaitas, salimos a la calle. El sol, los árboles, la brisa, ¡qué bella es Valencia! El rostro cetrino de don Antonio mostraba dolor, un dolor extremo que lo estaba corro7
yendo por dentro. No obstante, me sonrió. En respuesta y casi susurrando se me escapó un sentido y emocionado, ¡Gracias, don Antonio! –¿Gracias, dices?, ¿no sabes que soy tu ángel de la guarda? –¿Mi ángel de la guarda? Está usted de broma don Antonio. –¿De broma?, ¿quien crees que cuidó de ti cuando viajaste a Irún? Pues yo, que era el policía encargado del trayecto ¿Cómo si no te dejaron pasar la frontera y no te molestó la guardia civil durante todo el recorrido? ¿Crees que tu padre es un insensato capaz de enviarte sólo y sin protección alguna en un viaje tan largo y complicado a Francia? Allí estuve yo vigilando en la distancia, tu ángel de la guarda. Me habían dicho que eras inteligente, me defraudas metiéndote en líos políticos, pero me defraudas mucho más si alguna vez has pensado, que seguro que lo has hecho, que tu padre es tonto. Estoy aquí por él y lo volvería a hacer, esto y lo del viaje, tantas veces como hiciera falta.
!Venga, Juanín, vámonos a casa! No me siento muy bien y quiero acostarme
Tras un breve silencio bajó el tono de su voz, quizás alterado por el dolor que lo acuciaba y, mientras la avenida ajardinada aparecía ante nosotros, finalizó diciendo: 8
– ¡Venga, Juanín, vámonos a casa! No me siento muy bien y quiero acostarme. Fue la última vez que vi y hablé con don Antonio Luján, al que siempre tendré en mi memoria, siempre. Aunque sé, lo sé muy bien, que no lo hizo por mí, lo hizo por mi padre, era lo previsto aunque yo no lo supiera cuando el miedo me deshizo el corazón en aquel lúgubre, frío y oscuro calabozo. Todo esto lo supe diez años más tarde, aunque debéis saber que lo que sucedió lo olvidé durante mucho tiempo. Puede que lo haya encontrado en alguna de las alacenas de las casas de mis sueños. Así es la vida, repleta de recuerdos almacenados que no siempre se recuerdan ¿Fue el karma, el camino al andar o el destino? Poco importa, fue mi Itaca, la mía, la que esta Navidad deseo compartir con vosotros. –––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––– Las ilustraciones que aparecen en el cuento de esta Navidad son de Paco Roca, quien ha tenido la cortesía de trasladar mis sueños al papel, con la maestría que le es propia y en respuesta desmedida al afecto que le tengo. Al límite de sus fuerzas y atareado con los múltiples compromisos resultado de haber ganado el Premio nacional del cómic o del tebeo como a él le gusta decir, ha encontrado el tiempo de regalarme lo que más aprecio, su cariño. Gracias amigo, te quiero mucho. Este es Paco Roca según Paco Roca:
Y su página Web es http://www.pacoroca.com/
––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––
9