Cap铆tulo 3 Insectos en el Est贸mago.
“Nunca desperdiciaré mis sueños por quedarme dormido. Nunca más.” Eugene Ionesco
Hoy por primera vez sentí lo que en muchos libros leí o de muchas personas escuché decir, la expresión superflua pero que se siente en lo más profundo del ser: “siento mariposas en el estómago”. Tal vez no era cierto, es mucho más que eso. Son abejas que clavan sus aguijones en las paredes estomacales, hormigas que marchan por mis piernas como si fueran ramas, polillas que nublan mi vista, libélulas que revolotean en mis oídos, zancudos que pican mis brazos. Si esto es sentir mariposas en el estómago, prefiero tragármelas y que se digieran rápido. Seguro es porque ayer troté muy tarde y desayune poco, seguro es eso, ya que sentía que en cualquier momento mis piernas se quebrarían y mis rodillas perderían su función. Antes de seguir, empezaré contando como es que llegué a convivir con estos insectos, perdiendo todo el temor que llegué a sentir en un principio. Erase un día Diciembre, ya había pasado un poco más de una semana que recibí aquel esquivo libro, de una manera un poco inesperada; pero no negada, sabía que en cualquier momento llegaría, un buen libro siempre llega con una buena persona. Las conversaciones con Margarita se volvían instantes de tranquilidad en mis noches de tareas y trabajos. Entre una de esas, surgió la idea de una salida en grupo con Franco y Teresa, que eran amigos de ambos; para ser sincero, la idea surgió de Margarita pero en la conversación grupal me echó la autoría, así que como yo fui el de la idea, tenía que invitarla y no dejar que pague nada; aunque de todas formas
pagaría con gusto todas las salidas que tendríamos, claro, si es que se llegan a dar. Y llegó el tan esperado día. Un miércoles, al igual que el día que la vi en aquella estación. Pero que me pasa, soy tan malo para recordar; pero con ella hasta recuerdo los días que quise olvidar. Subo al bus no tan tranquilo; pero con una sonrisa de un niño luego de haber realizado una travesura. Tenía el remordimiento de haber mentido al profesor, diciéndole que me deje salir una hora antes de que culmine su clase por motivos familiares de urgencia, acompañándolo con un poco de sobonería al inicio de las clases, como mostrándole mi trabajo que ya lo tenía avanzado para la clase siguiente. Nunca hago esto pero siempre hay una primera vez, además el profesor estaba con cara de querer irse, seguro al cine también. Ya dentro del bus, como de costumbre me encuentro parado sujetándome del pasamano, no me sería problema alguno sino me estuviera empezando a sentir mareado, algo que se agita dentro de mi ser de una manera inexplicable. Hormigueos, picazones, escozores empiezan a aparecer por todo mi cuerpo. Ya estamos a punto de que se inicie el verano pero aún no hace calor como para sentir todo este bochorno, las mejillas rojas y una gota de sudor resbala por mi patilla. ¡Necesito una ducha con agua fría! Los minutos pasan y empiezo a sentir la invasión de los insectos dentro del bus, siendo yo el único que los percibe entre abogados, amas de casa, obreros, niños, estudiantes, personas de tercera edad y demás personas que reúne el bus.
Caminan por todo el piso del bus, en mi búsqueda, se acercan sin poder hacer nada. Hormigas, abejas, polillas, libélulas, zancudos y las primeras en entrar pero últimas en salir: las mariposas. La estabilidad se me va. Acomodo mi mochila hacia delante de mi pecho, por si me caigo encima de la señora somnolienta sentada delante de mí. ¡Ah ya sé! Sacaré mi celular y me pondré los audífonos para escuchar un poco de música instrumental, y así aliviar todas estas sensaciones. La música está que cumple su función, salir de mi cuerpo para adentrarme a otros mundos rítmicos. Todo tranquilo hasta que la música me hace una mala jugada. La mezcla del vibrato del violín y el compás del piano sensibilizan hasta al hombre más rudo. Mejor dejo de escuchar música y trato de dormir. Parece que por fin se fueron estos malditos insectos. -¡Pero que ca…!- Por qué los menciono. Otra vez mi cuerpo empieza a sentir escozor, ahora es más fuerte. Las mariposas dejaron sus crías o qué. Mariposas, mariposas… tan frágiles se les ve; pero en mi cuerpo sus alas raspan mi piel. No quiero sentir esto, tener esta sensación es enfermiza, algunos dicen que es amor, ilusión, gusto, enamoramiento, si es así, entonces tendría que ser estudiada por médicos y así no enferme a muchos en todo el mundo, a todos aquellos que alguna vez cruzaron miradas y de ellas impregnaron sueños, sueños que desearían volverlos realidad. Quiero y no quiero a la vez, bajar de este bus. Si bajo, mi cerebro va a mandar impulsos a mis piernas para que se muevan de forma autómata y así no estar aquí parado pero con el acierto de que en cualquier momento me desmayo. Si
me quedo, podré recibir el auxilio de algún pasajero ante un posible ataque cardiaco. -¡Ojalá haya un médico! Todo esto es algo extraño, como para escribir un cuento o relato. Acaso no dicen que las mejores historias son escritas o narradas cuando el autor está en una montaña rusa de emociones, cuando las palabras invaden su mente y su único impulso para poder expresarse es escribir y escribir. A mi parecer hoy escribiré para mí, una de las mejores historias. Abro mi mochila en busca de un cuaderno y lápiz. Lo encuentro. ¿En qué parte escribiré? ¡No hay hojas en blanco! Esto merece ser escrito en una hoja inmaculada como los sentimientos que se reflejarán en ella. Que importa. Mejor escribir en hojas ya usadas y de una forma rápida, para así volver indescifrable mis escritos ante cualquier curioso que agarre mi cuaderno. Me miran como si fuera un loco. Acaso nunca han visto a un hombre ilusionado o será porque me ven escribir a pesar de la ilegibilidad de mi letra, a pesar de las maniobras bruscas del chofer, a pesar de estar parado y tratando de mantener equilibrio para que aquellas emociones que siento, queden registradas. Los insectos vuelven, quizás se han encariñado conmigo; pero yo cada vez los odio más. Agarraría un pulverizador mata insectos y me lo esparciría como desodorante por todo el cuerpo, y por las mariposas… las mariposas se pueden quedar, les estoy empezando a agarrar cariño. Siento que sus alas ya no me raspan, al contrario, las siento tan suaves que parecen que acariciasen mis paredes estomacales. -¡Mal… benditas mariposas!
Llegó a la estación donde debo bajar. Me llevo conmigo a las mariposas, dejando de lado a los otros insectos. Revolotean por todo mi cuerpo, haciéndome volar junto con ellas, cada paso que doy lo siento tan ligero, será que así se sentirá caminar en la luna o en algún espacio de ingravidez. Me acerco al punto de encuentro entre el caminar desordenado de las personas, yo sólo me dejo guiar por mis queridas mariposas. Como si fuera una marioneta donde el control lo tienen ellas, cada una maniobrando cada paso que doy. Temprano justo como calculé. Bien, esperaré mientras observo lo que hay en cartelera. -¡Debí haber pedido su número de celular!- De todas maneras les mandaré un mensaje a Teresa y Franco. Pero a donde se han ido, las mariposas, ya no las siento, otra vez la serenidad volvió a mi cuerpo. Yo que tanto cariño les cogí. Entre la música que me puse a escuchar para la espera y la lectura a través de mi celular, sentí una presencia cercana que me tocó el brazo y me detuvo el tiempo por un instante con un: -¡Hola! Era Margarita, tan tan tan… tan ella, tan deslumbrante como en aquella oportunidad dentro de la estación del bus. Volví a sentir la apropiación de mi cuerpo por aquellos seres que al parecer no se fueron, estaban escondidas y esperando el momento oportuno ocultas en mi estómago. -¡Siento mariposas en el estómago!
Sobre el autor I. I. E. H. empezó escribiendo cuando… creo que no es necesario saber esto, porque haré que me conozcas cada vez más. Algo que si tengo que recalcar, es que me gusta cumplir con lo que digo y me propongo, así que, prepara tu vida porque la taza de café la prepararé yo.