UN
JARDIN CON
VISTAS A
LA
A N U L un cuento a beneficio de la:
Un jardin con vistas a la luna Autora: María Pineda Ilustradora: Marta Mayo Martín Dirección de Arte: www.estoesloquehago.com Impresión: Creapress Edición: Fundación Infantil Ronald McDonald Idea Original: Agencia IDS Diciembre 2012 - © Todos los derechos reservados
La Fundación Infantil Ronald McDonald es la representación en España de Ronald McDonald House CharitiesTM, organización que atiende a más de 4.500.000 niños cada año. Es una institución española sin ánimo de lucro, con autonomía propia, independiente y apolítica, cuyo objetivo es poner en marcha y mantener iniciativas a favor del bienestar de los niños y sus familias, fundamentalmente mediante la construcción y mantenimiento de las Casas Ronald McDonald. La enfermedad de un hijo es, ya de por sí, una situación muy complicada de manejar para las familias. Y puede llevar aparejada además la tensión emocional y afectiva y las cargas económicas (en ocasiones imposibles de sobrellevar) de mudar la familia a otra ciudad. Las Casas Ronald McDonald son un bálsamo a esa situación, y además los expertos, especialistas y médicos aseguran que nuestras Casas influyen muy positivamente en la recuperación de los niños. Cada Casa Ronald McDonald es una residencia con un ambiente agradable, con habitaciones individuales, cocinas, comedores, salones de TV y lectura y una serie de servicios comunes (salas de ordenadores y videojuegos, de manualidades, profesores visitantes para que puedan continuar su educación, jardín, zona exterior de juegos, visitas y actividades externas, etc.) donde los niños tienen la oportunidad de sentirse “como en casa” y los padres pueden llevar a cabo una vida familiar lo más parecida a la normalidad. En definitiva, un “hogar fuera del hogar” por cuya estancia y servicios las familias no pagan nada.
Ya se había hecho de día y
Sergio estaba con los ojos como platos, tumbado boca arriba en su cama. Desde su habitación oía el rumor de las voces de sus padres que estaban hablando en la cocina.Sabía que desde hacía unas semanas estaban preocupados, incluso en ocasiones se había dado cuenta de que su mamá tenía los ojos brillantes y un poco rojos, por haber llorado.
Todo había comenzado hacía un mes, cuando a media
mañana llamaron desde su colegio al trabajo de su papá y le dijeron que fuese a buscar a Sergio, porque este no se encontraba muy bien. Esa misma mañana pidieron cita con el doctor y por la tarde fueron a su consulta. Después de examinarle, el médico les dijo a sus padres que habría que llevar a Sergio al hospital para que le realizaran unas cuantas pruebas.
Unos días después volvieron a la consulta del doctor con varios sobres que contenían todas las pruebas que le habían hecho a Sergio en el hospital. El médico, que al llegar les había saludado con una sonrisa, ahora parecía un poco más serio. Hablaba con sus padres de un modo que Sergio no podía comprender, muchas de las palabras le sonaban “a chino”. Lo único que sabía era que algo importante estaba sucediendo, porque los tres habían puesto una cara un poco extraña.
Durante ese último mes todo habían sido preparativos. Era
parecido a cuando se marchaban de vacaciones, pero no parecían tan contentos como cuando esto sucedía… Al regresar de la consulta del médico, Sergio y sus padres se habían sentado en el salón de casa y ellos le explicaron que algo no funcionaba bien del todo en su cuerpo. Por ese motivo, tendrían que trasladarse a una ciudad más grande, donde había un hospital en el que Sergio tendría que quedarse unos días para que los médicos pudieran curarle. Al escuchar toda esta explicación, Sergio se asustó un poco. No quería ir a ese hospital, ni tampoco tener que dejar el cole, donde además de ir a clase, podía jugar al fútbol a diario con sus amigos. A Sergio le entusiasmaba jugar al fútbol. Disfrutaba de lo lindo con aquellos partidos en los que se marcaban tantos goles…
Además, tampoco le apetecía tener que irse de
casa y no poder dormir en su habitación y, mucho menos, abandonar la colección de recuerdos de su equipo favorito. Por fin había llegado el día. Las maletas ya estaban preparadas y papá las estaba colocando en el maletero del coche. Se iban los tres, pero papá debería regresar al cabo de una semana, porque tenía que volver a trabajar. Mamá y Sergio, sin embargo, se quedarían más tiempo. Había llegado el momento de despedirse de sus cosas. Sergio echó un último vistazo a las fotos de sus jugadores favoritos colgadas en la pared de su habitación, a su álbum de cromos, a su balón, a la camiseta con su nombre… pero… ¿Por qué no llevársela? ¡Claro!, -pensó Sergio- me llevaré mi camiseta de futbolista y así me sentiré mejor. Sergio descolgó la camiseta de la pared y se la puso.
¡Ya estaba preparado para vivir esa aventura!
El viaje no fue demasiado largo. Unas tres
horas. Además habían parado por el camino para tomar algo y echar gasolina. De todas formas, a medida que se alejaban de su casa, Sergio se sentía cada vez más triste… Cuando llegaron a la casa, Sergio tuvo que frotarse los ojos para creerlo: Era una casa enorme, preciosa, muy nueva y con un bonito jardín, en la que también vivían otros niños y sus papás. Se llamaba Casa Ronald McDonald. Tendrían su propia habitación, una nevera y su espacio para cocinar. ¡Qué suerte! Así Mamá podría prepararle ese arroz que tanto le gustaba. El jardín era grande; seguro que se podría jugar al fútbol. ¡Menos mal que se había traído la camiseta de su equipo!
Mientras su papá guardaba la ropa en el armario,
Sergio salió con su mamá a dar una vuelta por la casa. Estaba decorada con vivos colores, tenía amplios salones, una biblioteca con libros y cuentos y hasta un pequeño gimnasio.
Era un lugar tan acogedor y familiar que estaban seguros de que se iban a sentir como en su propio hogar. Al final, entraron en una habitación de juegos.
Allí había una niña muy guapa y simpática que llevaba un pañuelo en la cabeza.
La mamá de Sergio le explicó que para poder curar a esa niña, le estaban dando una medicina que hacía que se le cayera el pelo, pero que no pasaba nada, que le crecería de nuevo y que volvería a tener su bonita melena rubia. De momento, le habían regalado un montón de pañuelos de colores que le encantaban.
La niña se acercó a Sergio: - Hola. Yo soy Mati. ¿Tú cómo te llamas?- Yo me llamo Sergio. ¿Tú vives aquí, Mati?- Si, vivo aquí desde hace un mes, y todavía me queda un tiempo hasta que terminen de curarme en el hospital.
-le contestó Mati, dejando ver su bonita sonrisa-.Sergio se sintió mucho mejor. Ya tenía una amiga en ese nuevo hogar en el que viviría un tiempo.
Una noche, cuando el sol ya se estaba ocultando en
el horizonte, Sergio y Mati se tumbaron en el césped del jardín. Mati se encontraba cansada. De repente, Sergio notó como algo subía por su pierna y se paraba en su barriga. Se quedó muy quieto y levantó un poco la cabeza para ver qué era aquello: se trataba de una pequeña ardilla. Tenía el pelo de un bonito tono rojizo, los ojos muy vivos y una mirada muy especial…De repente, Mati se incorporó y se dirigió a la ardillita: - ¡Hola amiguita! Sergio miró extrañado a Mati, ¿Por qué le hablaba a aquella ardilla? Pero lo más sorprendente aún estaba por llegar. Sergio jamás hubiese creído lo que ocurrió a continuación.
Sergio dio un respingo que casi hace caer al suelo a la ardillita. Al ver la reacción de Sergio, Mati no pudo parar de reír, lo mismo que la graciosa ardilla. ¡Las dos estaban desternilladas de risa por la cara de susto de Sergio! ¿De verdad hablas? -Preguntó Sergio, sin estar muy seguro de si lo que había oído era cierto o sólo era producto de su imaginación-.
- ¡Pues
La ardilla le contestó a Mati: - ¡Hola Mati! ¿Qué tal te encuentras hoy?
claro que habla! -exclamó Mati, divertida- Es una amiga muy especial, que sabe cómo animarme cuando no me encuentro bien.Sergio no salía de su asombro. Pensaba que los animalillos parlanchines sólo existían en los cuentos. Y ahí estaba aquella ardilla roja, hablando con Mati y con él mismo.
M
e alegro mucho de conocerte Sergio.- Dijo la ardilla, con su voz aguda- Yo vengo a este jardín todas las noches, ¿Sabes por qué? Porque desde este jardín se puede ver la luna mejor que desde cualquier otro sitio de Entonces la ciudad. Sergio miró hacia el cielo y, efectivamente, comprobó que había una preciosa luna blanca y redonda. Se sentía un poco extraño conversando con un animal, pero se atrevió a hacerle una pregunta:
gusta e t é r qu ¿Y po luna? a l tanto
-
- ¡Vaya! ¿Acaso no sabes lo mágica que es la luna?-Contestó la ardilla- Pues yo te lo explicaré: Si miras fijamente a la luna, puedes ver reflejado en ella aquello que te haga más ilusión. Puedes imaginar el sueño que quieras alcanzar y se quedará grabado en tu mente hasta que consigas cumplirlo. Ese sueño, te ayudará a vencer tus -¡Qué bien! miedos y superar los -Sergio estaba problemas que te muy emocionado surjan. con la idea-. Entonces Sergio se detuvo a mirar aquella preciosa luna iluminada y consiguió ver su sueño reflejado en ella: Estaba en el césped de un campo de fútbol, el estadio en el que tantas veces había visto por la tele a su equipo. Aplaudía y animaba a sus jugadores favoritos, mientras ellos le sonreían. A su lado estaba Mati, con su bonita melena rubia.
A partir de esa noche todo fue diferente. A veces lo pasaba mal en el hospital, pero no le importaba demasiado, cerraba los ojos y veía la luna con su sueño reflejado. Y así fueron pasando los días… Por fin llegó el momento de volver a casa. Los médicos le habían dicho a su mamá que Sergio estaba mucho mejor. Tendrían que volver para alguna revisión, pero ya podían regresar a su casa. Hacía unos días que Mati también se había marchado. Cuando se despidieron, ella le regaló uno de sus pañuelos, que ya no se ponía. Su pelo rubio estaba volviendo a crecer. Habían prometido verse muy pronto.
Unas semanas después de volver a casa, su papá llegó muy contento del trabajo.
Le pidió a Sergio y a su mamá que se preparasen para salir de viaje, incluso le dijo a Sergio que se pusiera la camiseta de su equipo. Los tres subieron al coche y, por el camino, Sergio le preguntó a su papá en varias ocasiones que dónde iban y que cuándo llegarían. Su padre no hizo mucho caso de sus preguntas y se limitó a decir que hacía un día precioso y que iba a ser un día muy especial para Sergio…
Unas horas después su papá detuvo el
coche delante de una de las puertas de entrada de un gran estadio de fútbol. Sergio no podía creerlo.
Pero ahí no acabó su sorpresa. En la puerta del estadio estaban esperándoles Mati y sus papás. ¡Qué alegría! ¡Y qué guapa estaba Mati con su melena rubia y su radiante sonrisa! Después de saludarse con un beso, todos pasaron dentro del estadio. Era día de partido y había mucha gente. Su papá habló con alguien vestido de traje quien les llevó hasta el mismo césped del campo.
De repente, Sergio se dio cuenta de que lo que estaba viviendo era exactamente su sueño reflejado en aquella luna que vio en el jardín de la Casa Ronald McDonald. Miró de nuevo hacia el cielo y allí estaba otra vez la luna, más brillante, redonda y blanca que nunca. Había merecido la pena. El sueño que había mantenido su ilusión se había cumplido.
Cuando Sergio bajó la vista, los jugadores
estaban preparados para comenzar el partido y algunos de ellos le sonrieron y le saludaron. En ese mismo momento, el árbitro tocó el silbato y Sergio pudo ver corriendo por la banda a una graciosa ardillita roja que le guiñó un ojo y a la que los dos niños gritaron…
!Gracias amiguita!
M
A
Y
O
R