Keroseno 2.0 Ivรกn Alfredo Cabrera
Acerca de Keroseno: En
diciembre
de
2014
comencé
a
crear
el
experimento narrativo que se convertiría en este cuento. La idea era crear capítulos con una narrativa dispersa y no lineal, conectados por los personajes y los detalles. Todo eso fue culpa de leer Meth Z, de Gerardo Arana. Los capítulos que luego se condensaron y mezclaron y
remixearon
están
hipernaturaleza.tumblr.com
Keroseno 2.0 se publicó desde una computadora en Metepec, Estado de México el 6 de junio de 2015 por Iván
Alfredo
Cabrera.
ivancbit@gmail.com
en
mi
blog:
Keroseno 2.0
Al espíritu de Gerardo Arana, que ronda el internet.
Cuando
estaba
a
la
mitad
de
la
universidad, me di cuenta de que no quería
pasar
más
tiempo
solo.
He experimentado salir con varias chicas, no
funciona
con
ninguna.
Comencé a buscar entre el feed de Facebook,
quería
a
alguien
que
destacara, alguien con un brillo neón entre las autofotos y los fragmentos de canciones. A las 3 de la mañana encontré un estado que decía “Los colibríes son corazones con alas”. Ana Gabriela. Amiga de algún amigo que no conocía. Perfil incompleto. Apellido ruso falso. Ciudad de origen
desconocida.
1993.
Lugar
de
residencia: la azotea. Le envíe un mensaje con la dirección de mi blog. Me contestó con la suya.
Tomás estaba en una fiesta. Ese día, casi al amanecer, los muchachos se sentaron en círculo y
comenzaron
tenían
que
a
hacerse
responder
de
preguntas. qué
Todos
manera
se
suicidarían si resultaban ser miserables después de cumplidos los 30. Un chico dijo que a los 25 comenzaría a comer una manzana diaria y guardaría los huesos en un frasco. “Las semillas de las manzanas tienen cianuro, con masticar cincuenta tienes para morir.” Dijo y dijo que un día los echaría en la licuadora junto con una taza de té verde, y se bebería la malteada de un sorbo. Tomás respondió que su plan era clavarse una espina en el corazón. Una chica acostada en la alfombra le preguntó si tenía
idea
de
cómo
encontrárselo.
Tomás
extendió sus largos dedos sobre su pecho, parecían las rejas de una alcantarilla: “aquí está” le dijo a la chica del suelo, “p e n d e j o” le contestó ella, “el corazón es diminuto, nunca le vas a atinar a atravesarlo con una espina.”
Tomás se levantó y caminó hacia la chica, que seguía acostada, se arrodilló junto a ella y puso sus dos manos sobre sus pechos, cuando las levantó, había dejado una mancha con la forma de sus dedos abiertos sobre el vestido.
El animal con el corazón más grande es el colibrí, ocupa casi todo su cuerpo. Los colibríes son corazones con alas. Tomás compró una pipa en forma de colibrí en un viaje a Malinalco, el pico era una espina de maguey y estaba hecha de una madera muy resistente. No aprendió el nombre del árbol, no llevaba su libreta para anotarlo, por eso tampoco escribió esta historia. Antes de encenderla, Ana Gabriela se pinchó el centro de su palma con la espina/picodecolibrí y empezó a sangrar, rompió a llorar. Su nariz se humedeció. Sacó la espina del centro de su mano y apretó el puño con fuerza, sus dedos se cerraron como las rejas de una alcantarilla.
Tomás le encendió la pipa y ella aspiró, guardó todo el humo dentro de ella. Separó los dedos uno a uno y extendió la mano frente a su rostro, como un espejo de bolsillo, un espejo rojo. Suspiró el humo formando espirales sobre su palma. La sangre se solidificó y Ana Gabriela comenzó a lamer su reflejo, despacio, mirando de reojo a Tomás. Cuando sus labios estuvieron lo suficientemente negros, se enredó en el cuello del muchacho y lo besó, le derritió los labios. Sonrieron como dos calaveras contentas de estar muertas entre flores naranjas. Dejaron de sangrar, cerraron los ojos.
Un reloj monumental. 15:12 Se tomaron de la mano y fueron corriendo hasta la zona industrial. Se metieron a una fábrica
abandonada, llena de charcos y tierra. Tomás inhalo de la pipa primero y luego se la pasó a Ana. Frente a frente, empezaron a notar un anillo iridiscente que se formaba alrededor de sus pupilas. Negro azulado, se convertía poco a poco en azul eléctrico. Quietos. Sin tocarse. Absorto en los ojos de Ana Gabriela, me di cuenta del instante exacto en el que el aro azul se
fundió
completamente
con
el
iris
y
comenzamos a parpadear. 11:37 Abrí mi guardarropa. En el piso, el charco continuaba creciendo. En el techo de su casa se había formado un pequeño lago que había generado una gotera, caía dentro del armario de Ana Gabriela. Las gotas evitaban limpiamente la ropa y se acumulaban en el piso. 21:46 Tomás dejó sus gafas de sol sobre la cama, se dejó caer sobre su costado y las gafas que ella había rechazado crujieron dentro de su chamara.
Miró el techo de su habitación durante un rato. Uno a uno, los sonidos que lo rodeaban se apagaron. Un partido de béisbol en la radio. La lavadora temblando. El goteo de la regadera. Sus pájaros verdes. 20:25 Ruidos extraños salían del clóset. Ana Gabriela se quedó pegada en la puerta tratando de identificarlos, tenía los ojos fosforescentes y la boca pastosa. Se quedó sentada con el oído en la puerta, sus piernas blancas terminaban en unas botas llenas de lodo. Escuchó durante un rato, hasta que se quedó dormida y sus ojos se apagaron. 15:04 Caminaban despacio, con los ojos brillando. Ana Gabriela le dijo a Tomás que hacía demasiado sol y la gente no notaria lo que habían consumido. Aun así, él llevaba unas gafas de sol que lo ocultaban. Entraron a un vivero con una puerta muy pequeña. El lugar se extendía entre
los pasillos de una vieja casa. En el claustro se exhibían macetas con orquídeas y a un lado, cajas de madera dónde criaban abejas. El pasto era largo y descuidado, por todos lados había pequeñas
ranas
y
comenzaba
a
lloviznar.
Vagaron por toda la casa, pero no encontraron a ninguna otra persona, entonces se sentaron en la hierba húmeda y le cambiaron el color a las orquídeas. 13:23 Después de hablar por internet durante un mes y
doce
días,
Tomás
y
Ana
Gabriela
se
encontrarían frente al reloj de la plaza para intercambiar sus puntos de vista acerca del otro.
Vamos a saltar de un puente. Vamos a saltar de un puente Tomás. No hoy, no con este clima. Vamos, ayer podíamos volar, no veo porque debería ser distinto hoy. Mira esas luces. Vamos a pasar sobre ellas. Y en el peor de los casos
vamos a morir bajo ellas. Mira esas luces. No puede estar tan mal. O podemos comprarnos una casa. Con una azotea más alta que la torre latino. Un edificio con más pisos que los vagones de metro. Que el metro de Nueva York y el de Madrid juntos. Podemos comprar un rancho con una playa en lugar de milpas. Se llenaría de Palomas. Entonces, las alimentamos con papel. ¿De qué están hechas las palomas que comen papel? Podemos escribir cartas a nuestros abuelos. O podríamos hacer una escultura con los vasos. No, hay que saltar de un puente.
Tomás despertó. El celular no tenía batería, buscó el cargador debajo de la cama y en su abrigo de cuero falso. No lo encontró. Salió de su cuarto azul y buscó en la mochila un cable USB, conectó el celular a su laptop y mientras esperaba para enviar un mensaje, creó un nuevo documento, comenzó a escribir una historia. Relataba el día que compró la pipa de Colibrí.
El celular encendió. Escribió un mensaje lleno de emojis. Buscó el número de Ana Gabriela en su lista de contactos pero no lo encontró, buscó en el carrusel de su memoria y no lo encontró, intentó buscar el número con los 26 nombres y apodos de Ana Gabriela, así como cada una de sus variaciones ortográficas y diminutivos de cariño, pero no estaba. Entonces borró todo lo que había escrito y comenzó a escribir la historia de su primer beso, para poder recordar el número de teléfono de Ana Gabriela.
Ana Gabriela está fría a mi lado, le robé todas las cobijas, seguramente intentó combatirme durante la noche, pero yo estaba muy dormido, no la escuché, no la sentí. Ella se levanta y busca el frasco de burbujas que dejó en alguna de las bolsas de mi abrigo
negro. Las encuentra y se sienta con las piernas cruzadas sobre la alfombra del cuarto. Me doy la vuelta y miro al techo, me doy la vuelta y Ana Gabriela tiene entre sus manos el frasco de burbujas. Fuego cruzado de miradas. Le digo que estoy a punto de comenzar a escribir nuestra historia, que maĂąana voy a Malinalco y esta vez no olvidarĂŠ mi libreta, pero ella guiĂąa un ojo y destapa las burbujas, le da un sorbo al agua espumosa y hace una burbuja gigante usando sus labios abiertos como aro aterciopelado. La burbuja estalla. Alrededor de Ana Gabriela se forma
un
charco
con
formas
y
reflejos
iridiscentes. Se muerde la lengua, escupe el agua jabonosa. Me dice que iniciemos un blog para escribir nuestra historia, que tomemos fotos de nuestros huesos y les agreguemos nuestros nombres en Photoshop, que se quiere tatuar los huesos, dice.
Toma el frasco y lo derrama despacio sobre la alfombra. Al principio se forman burbujas sobre el suelo, pero cuando me acerco, se ha formado un charco sólido, nos vemos reflejados en el piso de jabón. Me besa con labios negros. Hay renacuajos nadando entre nuestros dedos. Le digo que nadie va a leer nuestra historia, que usé todos los borradores para el papel maché de un alebrije. El alebrije que quemó cuando le dibuje un colibrí en la espalda. Se abre la camisa que lleva y veo en su pecho el tatuaje que estaba en su tumblr: un colibrí dentro de una jaula hecha de dedos, una madeja de falanges y uñas. Sólo alcanza a salir el pico del colibrí, largo y afilado, se desliza por su seno izquierdo, yo lo sigo con mi dedo y cuando llego a la punta, puedo sentir el latir del corazón de Ana Gabriela. La beso como si fuera el aire después de ser enterrado vivo. Mis ojos se rompen, se hacen lágrimas que los renacuajos debajo de nosotros empiezan a beber, le pregunto si recuerda como
regresar
el
tiempo.
Ana
Gabriela
me
mira
sonriendo y recoge una rana azul del piso
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Muy despacio, con cuidado, Tomás abrió la puerta blanca del cuarto de Ana. Ella estaba hecha un ovillo sobre la cama, destapada, la sábana arrugada y el cobertor tirado en el suelo. Él se sentó en el borde de la cama, sus espaldas se miraban. Él, encorvado por caminar una y otra vez por los mismos pasillos con luces frías, fluorescentes, arrastrando los pies. Ella con los ojos desteñidos del viejo azul radiante, ahora apagados, casi grises por mirar todo el día a través de la ventana de su habitación y nunca encontrar un ave. Ningún colibrí desde el día que llegó ahí. Tomás no pasaba un sólo día sin visitarla, sin llevarle flores robadas del jardín de la clínica, siempre del mismo color, siempre más viejas, siempre mojadas. Se sentaba como hoy, dándole la espalda y se quedaba mirando sus propios dedos,
que
abría
y
cerraba
como
ramas
articuladas, tratando de encontrar un objeto, una mancha de algo que debería ser suyo por pura fuerza de imaginarlo una y otra vez. Se
imaginaba a las pequeñas manchas traslucidas de sus ojos como si fueran renacuajos amorfos. Todos los días llegaba la enfermera con su carrito lleno de frascos naranjas y sacaba a Tomás de la habitación de Ana. Él se quedaba recargado en el filo de la puerta, con su uniforme blanco de interno, mirando como Ana se incorporaba y habría uno de los frascos como si contuvieran burbujas. Camino a su habitación, Tomás miraba el reloj que coronaba el pasillo, se tallaba los ojos hasta llorar un poco y se mordía la lengua o la parte interna
de
brillantemente
sus
mejillas.
azules;
Con
adelantaba
los el
ojos tiempo
hasta la misma hora del día siguiente, cuando Ana volviera a hacer burbujas. Entonces él volvería a sentarse dándole la espalda, con los ojos inyectados en el azul que ella había perdido.