A favor de nariño

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Comentado por J. Mauricio Chaves


En portada, Presbítro Doctor Don Benjamín Belalcázar. Copia fotográfica. Ca. 1910. Museo de Historia Nariñense “Juan Lorenzo Lucero”. Estatua de Nariño en la Plaza de la Ciudad de Pasto. Colección particular.


A favor de Nariño Por Iván Benavides

En medio de los homenajes y de las celebraciones que seguramente engalanarán las efemérides del Departamento de Nariño (creado mediante Ley 1ª. de agosto 6, de 1904), me pareció justo hacer una breve reflexión acerca del sentido que tiene la efigie dispuesta en la plaza central de la ciudad de Pasto (dedicada al prócer Antonio Nariño) que sin embargo, no pretende agotar las discusiones al respecto y que más bien busca brindar información que permita a los entendidos y llamados a analizar la historia regional, elaborar un análisis mucho más profundo al respecto. De cualquier modo, son cada vez más usuales las expresiones de pastusos y nariñenses a favor del indómito Agustín Agualongo, quien para la historia nacional/oficial representa uno de los más fervorosos defensores

de la causa realista y un enemigo sin par de la denominada Campaña del Sur, adelantada por Bolívar, Sucre y Nariño, entre otros muchos. Hace pocos años, se gestó una campaña que buscaba fundir llaves y otros elementos de bronce para crear un monumento a Agualongo, mientras algunos otros, imprimían los muros de la Calle del Colorado con grafitis en contra de las tropas republicanas a las que se le achacan, los vejámenes que dejaron los enfrentamientos en el sur del país. Lo anterior coincidió con el hallazgo de un viejo libro, que reposaba como parte de la recreación de un secretaire del siglo XIX en el Museo de Historia Nariñense “Juan Lorenzo Lucero”1. Dicho libro, denominado “Álbum de las Ciudades de Popayán, Pasto y Cali” carece de autor o fecha de

1 Fundado por el Padre Jaime Álvarez, que a pesar de no haber nacido en tierras nariñenses, fue fundamental para la consolidación de un nutrido grupo de pensadores, de los cuales hoy heredamos importantes ensayos e investigaciones acerca de diversos temas del suroccidente colombiano.

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Esténcil elaborado por el grupo “Psicoamnesia” en la Calle del Colorado. 2010. Fuente: http:// psicoamnesia.blogspot. com/

2 En la tesis de maestría del arquitecto William Pasuy “Formulación del Plan de Conservación e Intervención Física del Templo del Sagrado Corazón de Jesús o Catedral de Pasto” desarrollada en 2009, el libro Álbum de las Ciudades de Popayán, Pasto y Cali, aparece referenciado como un edición de 1938.

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edición pero presumiblemente se editó entre 1938 y 1945 3 y contiene extraordinaria información acerca del desarrollo urbano y social de la ciudad de Pasto. En medio de aquellas páginas encontré el discurso que el Presbítero Doctor Don Benjamín Belalcazar, ofreció en 1911 con motivo de la inauguración de la estatua del prócer santafereño. Al leerlo, corroboré mi propia impresión respecto al tema, el Departamento debe llamarse Nariño y él debe estar en medio de la plaza central de Pasto. Quizá, los más pasionales verán mis palabras como acto de traición.

A ellos les digo, reconozco tanta hidalguía en la figura de Agualongo como en la de Nariño. A propósito de lo cual, agrego una anotación para poner en relieve el lugar que tienen los museos en nuestra comunidad. En el mencionado Museo de Historia Nariñense “Juan Lorenzo Lucero” de Pasto, existen al menos dos bustos de Agualongo, uno primero en piedra de rasgos muy indigenistas que recuerda por momentos al arte mexicano de los años veinte y treinta y otro segundo, algo más “europeizado” que hacía parte de


Bustos de Agustín Agualongo en el Patio Interior del Museo de Historia Nariñense “Juan Lorenzo Lucero”. 2013. Fuente: Archivo particular.

una serie de esculturas de ilustres nariñenses que alguna vez fueron dispuestas en la Avenida los Estudiantes. De igual manera, reposan en sus salas, al menos tres retratos alegóricos que dan cuenta del lugar que su figura guarda en los anales de nuestra historia. Les pregunto a aquellos viscerales defensores de Agualongo si le han dado la importancia que merecen a esos invaluables bienes muebles o si por el contrario, se declaran defensores de una historia y un patrimonio al que tratan con fría indiferencia.

Dicho lo anterior, regreso al discurso del Padre Benjamín Belalcazar quien fuere el primer rector de la Universidad de Nariño (entre 1903 y 1914), sacerdote ordenado en el Seminario Conciliar de Pasto y especialista en Derecho Canónico de la Pontifica Universidad Gregoriana de Roma. A su lado, estaba la Junta Departamental del Centenario de la Independencia en cabeza de Adolfo Gómez Guerrero, José Rafael Sañudo, Nemesiano Rincón, Daniel Zarama y José Rafael Zarama.

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3 Decreto 152 del 12 de abril de 1910, artículo 2°. 4 Herrera, Enrique. Agualongo, valor y orgullo de un pueblo. (2011). Alcaldía de Pasto - Secretaría de Cultura. Impresión J. E. Pasto.

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¿Cómo pudieron entonces, personajes tan ilustres y tan bien enterados de los hechos que habían acontecido hacía cien años, procurar el nombre de su verdugo al departamento que habían acabado de fundar? Las razones a mi juicio son más que claras. Algunas versiones sostienen que el nombre del departamento fue nada más que una imposición del cartagenero Bartolomé Calvo Díaz de Lamadrid quien en calidad de enviado extraordinario y ministro plenipotenciario ante el Ecuador, era una de las cabezas visibles del gobierno central ejercido por Rafael Núñez durante el período que va desde 1880 a 1894; ante el retroceso que supondría un cambio de nombre para el departamento, los dirigentes nariñenses prefirieron avanzar en el tema sin pensar mucho más en lo que podría ser un tema intrascendente. Al mismo tiempo, otros expertos coinciden en afirmar que el nombre del departamento obedeció a razones políticas, a una astuta y sagaz forma de aprovechar la coyuntura de aquellos días y lograr el proyecto de un departamento propio. Comulgo con esta hipótesis y las razones las dejo amparadas en la confianza tácita que se desprende de los grandes nariñenses que estuvieron a cargo de la celebración y del proyecto departamental en cabeza de Eliseo Gómez Jurado, en cuya gobernación tuvo “lugar la inauguración solemne de la

estatua del Prócer de la Independencia General don Antonio Nariño en el Parque Central que en lo sucesivo se llamará Parque de Nariño”3. En el discurso del Padre Benjamín Belalcazar, queda la idea plenamente manifestada, de que no se trata de una rendición al poder de la historia canónica, ni mucho menos una ceguera autoimpuesta; al contrario, es la muestra más grande de nobleza, grandeza y humildad del pueblo pastuso, reconociendo que efectivamente en el albor de las campañas independentistas se enfrentaron con todo tesón a las ideas que finalmente predominaron, pero ahora asumiéndose como parte del proyecto nacional y como hijos de la misma tierra floreciente se abrazan al resto del país en la conmemoración de su primer siglo como patria independiente. No sobra recordar, que según la versión del historiador Enrique Herrera4, Nariño al ser atrapado en el bosque de Lagartijas fue remitido a la casa de las señoras Elena y Máxima Polo Delgado, familiares del Dr. Tomás Santacruz Caicedo, ubicada en el extremo noroccidental de la plaza. Pocos días después de su captura y habiéndose restablecido, Nariño desde el balcón de la casa mencionada, ofreció sus famosas palabras con las que poco a poco disuadió las arengas y reclamos del pueblo pastuso. Para algunos, podría ser no más que el acto de un ingenioso


General Eliseo Gómez Jurado. Gobernador José Rafael Sañudo. Escritor, historiador y encargado durante las celebraciones del cen- miembro de la Junta Departamental del tenario en Nariño. Fuente: Archivo Particular Centenario. Fuente: Archivo Particular

político; en cambio, ofrezco elevar las virtudes del pueblo pastuso que a pesar del arrojo y la obcecación de sus ideales, supieron reformular sus puntos de vista o al menos encontrar un ápice de razón en las palabras de Nariño y que por lo mismo le atendieron con la hospitalidad y el cariño con que se trata al más amado de los hijos. Tan es así, que cuando hubo de ser trasladado a la ciudad de Quito, Nariño tuvo que solicitar permiso durante su paso por Obonuco para despedirse de la gente y los amigos que en estas

tierras frías en clima pero cálidas en corazones había encontrado. A estas alturas, Nariño debe ser visto como el enemigo de Pasto solo a la sazón de las circunstancias que le llevaron a ello. Si otros hubiesen sido los acontecimientos es probable que Nariño hubiera contado con el pueblo más fiel y valeroso de toda la cordillera, pues como lo expresaría el propio Padre Benjamín Belalcazar, el pastuso no atendía al fervor político sino a la defensa de Dios, en donde toda la concordia se encuentra y en donde todos somos uno mismo.

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Fotografía iluminada de la inauguración de la estatua de Nariño en 1911. Fuente: Archivo Universidad de Nariño.

4 ACADEMIA NARIÑENSE DE HISTORIA. Manual Historia de Pasto, Volúmen 6. (2000). Alcaldía de Pasto. Graficolor. Pasto.

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En ese sentido, Agualongo representa la valentía y el arrojo del pueblo pastuso; pero Nariño simboliza la caridad, la tolerancia y la gentileza de estas tierras; habrá quienes alardeen de lo primero, pero a mi juicio personal, prefiero a aquellos que promueven lo segundo. Estoy pues, a favor de Nariño. Finalmente, cabe recordar que la inauguración de la Plaza de Nariño no se realizó en 1910, como se había previsto, por las dificultades que supuso el transporte de la propia estatua y de las verjas francesas que se colocaron para cercar el lugar2. La estatua, que tiene un equivalente en la Plaza de Armas Sur del Capitolio Nacional en Bogotá, fue elaborada

por el prolífico escultor francés Hénri-León Greber y estaba destinada a reemplazar al vetusto Neptuno o Mono de la Pila que hoy ve con sus escuálidos ojos, el crecimiento de la ciudad desde los altos de Anganoy. Así pues, dejo en sus manos el discurso que el Padre Benjamín Belalcázar ofreció a los pastusos durante la inauguración de la estatua, no sin antes, hacer hincapié en la necesidad del análisis histórico con toda objetividad y sin la veleidad de las pasiones y al tiempo redundar en la idea del amor y la fraternidad que debe reinar entre los pueblos y sobre todo en éste, el colombiano, que tanto lo precisa.


“A favor de Nariño”

A propósito del breve ensayo de Iván Benavides Por J. Mauricio Chaves Bustos

En 1811 se inauguró en Pasto la estatua del General Nariño, acto que fue presidido por las autoridades de entonces, el Gobernador Gustavo Guerrero, y unas de las palabras fueron del sacerdote católico Benjamín Belalcazar, quien a propósito fue el primer rector de la Universidad de Nariño, en remplazo del Dr. Rafael Sañudo, quien denegó tal designación por parte del gobernador Bucheli. En el discurso que nos trae a colación Iván Benavides, se presenta una tesis muy clara: la defensa de las ideas republicanas luego de más de 100 años del inicio de los sucesos de las guerras de Independencia, justificando, eso sí, la posición de algunos pastusos respecto a su realismo irrestricto, cuya cabeza cimera es el General Agustín Agualongo. Es una historia que es harto discutida, debatida, contra debatida, condenada y exaltada. Para muchos la posición del solo nombre del departamento evoca un discurso de posición de las nuevas élites pastusas frente al concierto de la nación

que buscaba consolidarse hace 110 años; para otros, es una posición de aceptación, en clara alusión a la expiación de un pueblo que necesita seguir pagando los errores de sus antepasados, sobra recordar que el Dr. Rafael Sañudo fue el expositor de esta tesis en sus principales obras; para otros, un acto de traición a los ideales que habían defendido los pastusos antes, durante y después de la causa independentista. La propuesta fue que el departamento se llamara De la Inmaculada Concepción, en atención al dominio del clero que dominaba por entonces la región, idea que, menos mal, no fue atendida. Desconozco si hubo propuestas para que se llamara Agualongo, tal vez hubiese sido muy arriesgado en una época en donde la figura del criollo pastuso, General de los Ejércitos del Rey de España y del Mar Océano, aun despertaba toda clase de resquemores. Bien por el artículo que hace Iván Benavides, contextualizar el discurso del sacerdote Belalcazar, aún más,

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el de salir a la defensa del nombre de Nariño para el departamento, sobre todo porque, a su juicio, representa la concordia y la caridad aún más que el sentimiento de odio irrestricto a una causa, como fue la de la independencia, además, por el afecto que Nariño guardó por estas tierras, pese a que de Pasto salió a Quito y de ahí a España, preso. Respecto a esto, debo anotar lo siguiente, una de las grandes fallas de los historiadores nariñenses, en especial de los de Pasto, es desconocer la historiografía que se mueve alrededor de los conglomerados humanos, no sólo Pasto hizo historia, todo lo que compone el actual departamento de Nariño, entonces dependiente en lo civil de Quito y de lo Eclesial a Popayán, estuvo marcado por sus posiciones respecto a la independencia, inclusive no sobra recordar que las revoluciones comuneras del Sur se gestaron en diferentes territorios: Tumaco, Guaitarilla, Tuquerres, Ipiales, y que, con excepción de San Juan de Pasto y de Pupiales, el resto del territorio era afecta a la causa patriota, caso excepcional el de Barbacoas, cuyas elites estaban regentadas por las propias pastusas o las de Popayán, en gracia al poder económico que de ahí salía. La revolución comunera contra los Clavijos, que se extendió como

pólvora por tierra de Pastos, la Revolución de Juan de la Cruz en Tumaco, la presencia del heraldo Francisco Sarasty en Ipiales, el Acta de Independencia de estos pueblos en Septiembre de 1810, así como su apoyo irrestricto a los quiteños, no hace sino ratificar la diferencia de posiciones frente a la asumida por San Juan de Pasto. Imposible que los dirigentes del resto de las provincias no conocieran estas diferencias y estas actitudes. Imposible que los quiteños no hayan informado a los caleños, santafereños y antioqueños sobre el apoyo que recibían de los Pastos. Esto debe estar documentado y hay que rastrearlo. Por ello, frente al nombre del departamento, solo me resta agregar dos cosas: 1. Que el nombre pudo obedecer al sentimiento que se respiraba en la provincia antes que en el propio Pasto, y que fue una manera de atraer la atención de estos para poder generar un reconocimiento como región, cosa que, 110 años después, deja mucho que desear. 2. Los héroes de hoy ya no soy los de ayer. Bolívar, Santander, Nariño, Sucre, etcétera, poco o nada les dicen a las nuevas generaciones, inclusive a las no tan nuevas, como la mía. Y esto se debe a que hemos salido del molde clásico de una historia acuñada en la academia, ya nadie cree en ella, pues obedece más a un sustrato


Estado actual de la estatua de Nariño en Pasto. 2014. Fuente: Archivo particular.

de poder-élite, por eso se muestra añeja así sea actual, del que realmente estamos agotados. Hemos tenido acceso a nuevos documentos, hemos aprendido a valorar y re-valorar la palabra, la tradición, el mito que ha pasado de generación en generación y que, los académicos, no valoraban y dejaban pasar por alto. El problema es que se busca con ello generar nuevos héroes y desconocer todo lo pasado, en una especie de borrón y cuenta nueva que la dialéctica histórica no nos permite hacer.

Por eso se propone entonces que se eleve a Agualongo y se destrone a Nariño, como si con ello se re-compusiera la historia. En este punto se hace importante resaltar una curiosidad, hablando solo del monumento como un pedestal que gloría a unos y deja por fuera a otros: en Pasto, sólo hasta hace algunos años se elevó un monumento a Bolívar, en Ipiales en cambio, hasta el día de hoy, no lo hay. Hay un Santander y una Pola, en detrimento de la propia memoria

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Monumento a Policarpa Salavarrieta en Ipiales. 2013. Fuente: Archivo particular.

de su Josefina Obando, que se busca exaltar al igual que Agualongo en Pasto. En vista de lo anterior, ese alejamiento hacia el monumento, hacia el símbolo que ha dejado de serlo para poblarse de odios y de ideologías

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que no ahondan en el misterio del sentimiento humano sobre las representaciones simbólicas, por eso nuestros Nariño, nuestros Bolívares, nuestras Polas, nuestros Santanderes, nuestros Agualongos, huelen y seguirán oliendo a orines.


Colofón

Discurso Cívico Religioso Pronunciado, en la Iglesia Catedral, por el Presbítero Doctor Don Benjamín Belalcazar B., con motivo de la inauguración de la Estatua del General Antonio Nariño.

Uni autem spiritus Domini, ibi libertas. –En donde está el espíritu del Señor, allí hay libertad. San Pablo en la Carta segunda a los Corintios. Cap. III. Ver 18. Señores: La oración de este día no tiene ni puede tener otro exordio que mi presencia en este lugar. Soy sacerdote católico y soy hijo de la ciudad de Pasto; traigo, en una mano, la Hostia Eucarística que la República de Colombia, humilde y fervorosa eleva, en estos momentos, al Dios de las naciones; y en la otra traigo la corona inmarcesible con que los hijos de Pasto van a ceñir la frente del mártir de la libertad. Esto y no más debería ser el exordio de mi discurso. Pero al subir a esta cumbre sagrada, una fuerza irresistible, un impulso del alma y de la sangre me obliga a inclinarme reverente hacia los abismos del borrascoso Guáitara. Allí, entre el vaivén de las crispadas ondas, siento un rumor como de muchas lágrimas, ayes de intensísimo dolor que parten mi corazón y paralizan mi lengua. Oh! Es el alma de nuestros mayores encarnada en los Catorce Matrimonios Republicanos!, es el cruel martirio de nuestros padres!, es el bárbaro suplicio que cristaliza todos los dolores de la ciudad

de Pasto en las jornadas de la guerra Magna! Y todo por qué? Porque ellos, nuestros mayores, firmes e inquebrantables defendieron hasta la última hora los derechos de Fernando VII. Pecaron de esto nuestros padres? Nó; mil veces nó; son inocentes y aún más, son héroes, son mártires del deber; obedecieron los dictámenes de su conciencia, si queréis errónea, pero firmísima y cierta. Quién les dijo, en aquel entonces de un modo claro y convincente, las mágicas palabras de independencia y libertad? Quién les anunció que ya era llegada la hora de la mayor edad para el Nuevo Reino de Granada? Quién en fin, los aleccionó en las teorías del Derecho Internacional Público, para que por lo menos esperasen el advenimiento de los hechos cumplidos? Nadie, absolutamente nadie. Por el contrario, estaban íntimamente convencidos de que cualquier conato de independencia era una rebelión contra el rey y contra Dios; y por lo mismo se creían en la obligación de custodiar y defender, palmo a palmo, la integridad de la Monarquía española, su divisa era la obediencia y sumisión a las autoridades legítimamente constituidas; y así, antes de traicionar la lealtad de su conciencia, murieron como héroes,

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murieron como mártires al pie de la antigua bandera de los Reyes de España. Oh almas diamantinas, héroes ignorados, corazones magnánimos, vosotros nos enseñásteis el verdadero patriotismo! Por eso, antes de abrir las ferradas puertas de nuestra ciudad, al Colón de la Libertad Americana, contamos con vuestra adquiescencia! Y mientras con una mano levantamos arcos de triunfo a los próceres de nuestra independencia, con la otra sembramos de coronas vuestras tumbas ignoradas! Han pasado los tiempos, señores, y se ha hecho la luz. Hoy, sin abandonar un punto las creencias religiosas de nuestros mayores, amamos la libertad; pero la libertad subordinada a la absoluta soberanía de Dios. Y así como allá, lejos de la ciudad de Pasto, las aguas del Juanambú y del Guáitara se mezclan y se confunden para seguir, para siempre unidas en un mismo cauce; así también, los tristísimos ayes de los sacrificados en el Guáitara, hoy se mezclan y confunden con las voces de júbilo del Vencedor en Juanambú para entonar los himnos de la libertad americana. Pasto, la ciudad realista, hace, en estos momentos, lo que jamás ha hecho, ninguna otra ciudad de la República: se congrega aquí, al pie de los altares, deseosa de aspirar, mezclando con el aroma del incienso, el perfume de las virtudes cívicas del Mártir de la Libertad. La abnegación cristiana de Nariño, calmó un día los ánimos del pueblo enfurecido. Los pastusos entonces con creerlo encarnizado enemigo de nuestras creencias religiosas, en viendo su grandeza de alma, su valor civil, su abnegación cristiana; le perdonaron la vida. Sea, pues, hoy esa misma virtud y el verdadero sentido de nuestra independencia, el objeto de nuestra atención.

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Hé ahí, señores, el plan de mi discurso, dividido en dos puntos: primero, la abnegación con que Nariño amó a la Patria; y segundo, el modo cómo debe entenderse la libertad e independencia cristianas. Mas, ante todo, ayudadme a implorar las luces del Divino Espíritu por medio de su virginal esposa, nuestra Santísima Madre, la Virgen María. Ella tiene una razón especialísima para mirar con ojos de misericordia y de piedad al héroes de nuestra fiesta. Sí, Vos, oh! Soberana Reina de los Cielos, Madre del Libertador de todas las Naciones, Vos no podéis olvidar jamás lo que en los comienzos de la Patria Boba, pensó de vuestra maternal protección, el general Nariño; por ello os rogamos pongáis en mis labios, palabras de sólida verdad, en tanto que con el más grande fervor os repetimos la salutación angélica; Ave María. Ubi autem spiritus Domini, Ibi libertas. – En donde está el espíritu de Dios, allí hay libertad. (Palabras ya citadas) Qué diferencia señores, entre el acto que estamos presenciando, y lo que aconteció en Bogotá, poco después de la muerte del general Nariño! Los hijos de este egregio general trataron de honrar su inolvidable memoria con una función religiosa; pero ésta no puedo realizarse, por cuanto el predicador encargado de pronunciar la oración fúnebre, el ilustre doctor Guerra de Mier se excusó, diciendo “que tenía evidencia de que si hacía el elogio de Nariño, se le seguirían gravísimos daños en su carrera y aún en su cuerpo”; y hoy, en la ciudad realista se presenta a la cátedra sagrada, un sacerdote católico, dispuesto a principiar, por el recuento histórico de la traducción de los Derechos del Hombre! En realidad, señores yo aun cuando el último de los sacerdotes de la Diócesis, podría


principiar este mi discurso, narrando cómo Antonio Nariño y Álvarez, joven santafereño, habiendo dominado con su vastísimo talento todo el saber de la edad de oro del Virreinato Granadino, se dio clandestinamente a la lectura de los filósofos del siglo de Voltaire, y se imbuyó en ellos acaso con no muy ortodoxas doctrinas. Y aún más, sin paliar los errores de Nariño en este punto, podría defenderlo; porque los Derechos del Hombre, aquella serie de fórmulas contradictorias, anticristianas y antisociales, como con tanta sutileza los llamó Benoit, en tanto que en Europa fueron tea incendiaria y destructora, fueron luz, la luz de la libertad, el primer grito de nuestra emancipación política. Pero no me detengo en esto, por cuanto ello me pondría en la obligación de describir la caída de Nariño, desde el fastigio de la más selecta sociedad santafereña, hasta las más oscuras prisiones de una miserable galera. Sí; no quiero entrar en estas minuciosas narraciones, porque tendría que hacer, a cada paso, exactos parangones entre Colón y Nariño. Colón que domeña el mar Atlántico, y pone a prueba la confianza de sus tripulantes, porque lleva en su alma la visión del Nuevo Mundo; y Nariño que se burla de las olas del mar y de la vigilancia de sus carceleros, y huye al llegar a Cádiz, porque lleva en su cerebro un pensamiento sublime, la liberad del Nuevo Continente. Siguiendo por este camino debería presentarnos a Nariño, como al viejo navegante Cristóbal Colón, mendigando en Europa de puerta en puerta una limosna, una sola limosna; la libertad de su Patria. Y sentiríais honda pesadumbre por lo que le aconteció en Francia; y os indignaríais con la propuesta del Ministro Pitt, quien ofrecía un miserable auxilio, pero a condición de que Nariño cediere el Nuevo

Reino de Granada a la utilitarista Inglaterra. Nó, señores, yo no quiero proyectos en vuestra memoria la imagen de Nariño en su calidad de mártir; por eso me abstengo de describir su regreso a Santafé y su nueva prisión en los presidios de Bocachica, prisión terrible e inhumana que duró hasta bien tarde de haber despuntado las auroras de 1810. Nariño, a su regreso de las prisiones de Bocachica, viendo que la naciente libertad está amenazada de muerte por la indecisión y cobardía de las autoridades del Nuevo Reino de Granada, hace tronar en la prensa la voz del patriotismo; y a la hora del mayor peligro, como experto piloto, se apodera del timón, se hace nombrar Presidente; y salva a la Patria de una completa ruina. En la Presidencia, Nariño es un dechado del verdadero gobernante. El mismo y sin pretenderlo, en un manifiesto dirigido al público de Cundinamarca, nos hace a este respecto su más cumplido elogio: “Parece, dice, que no es necesario recordar a mis conciudadanos que ahora cinco meses yo era todavía mártir de la libertad con cuyo título honroso se me condecoraba, y que hoy se me dá el más odioso de los epítetos llamándome tirano, porque he extendido el territorio de Cundinamarca, porque he aumentado sus rentas, porque he puesto el Estado que se me confió a mi mando en aptitud de poder socorrer a las otras provincias y de dar contingente al Congreso, porque he establecido la tranquilidad y asegurado la subsistencia de los infinitos empleados que sin mi sistema estarían hoy sin tener de qué vivir. Quiera el cielo, a quien dirijo mis fervientes oraciones que no vengan a mi patria otros males que los de verse siempre gobernada por tiranos que respeten la vida, las propiedades y la libertad de los

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conciudadanos, sacrificándose como yo lo he hecho, por su timbre y prosperidad!. Esto, señores, en cuanto a la parte administrativa. Pero la virtud que más culmina en Nariño como gobernante, es su espíritu de sacrificio: La abnegación cristiana. Cree que su presencia en el poder es un estorbo para la unión y prosperidad de la Nueva República; y dimite del mando. Poco después sus amigos lo convencen de que su reaparición al frente de la administración pública, es de todo punto necesaria para consolidad la causa de la independencia; y Nariño, sacrificándolo todo en aras del patriotismo, vuelve a empuñar las riendas del gobierno. Con sus enemigos políticos y personales, al tornar al poder, se muestra más grande, más generoso y abnegado que en cualquier otra ocasión. Repetidas veces descubre sus negras maquinaciones; repetidas veces los sorprende en infraganti delito; repetidas veces los tiene entre sus manos, y en vez de perderlos o de extinguirlos para siempre, les dá garantías, los protege y aún los cubre, no diré con la púrpura de un verdadero republicanismo, sino con el manto de oro de la caridad cristiana. Recordad aquella escena, en la que un caballero de nacimiento trata de asesinarlo. Nariño todo lo sabe. Concede la audiencia privada que aquél le había pedido; y apenas estuvieron solos, Nariño impasible y lleno de amabilidad, púsose a cerrar por dentro todas las puertas, y a entregar las llaves a su pérfido acompañante. Qué hace su Excelencia?, díjole éste asombrado. Favorecer la fuga del que me va a matar, contestó el Presidente; no quiero que vaya usted a sufrir por mi causa; y se sentó tranquilo a su lado…

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Indudablemente, señores, la abnegación cristiana de Nariño brilla más con las insignias del poder, que entre los tristes resplandores de sus enormes grillos. Como Presidente, cuando era el ídolo de sus conciudadanos, se nos presenta más abnegado y si queréis más mártir, que cuando vende en Santa Marta, los vestidos que cubrían sus carnes. Cuando sus carceleros consintieron que se quedase desnudo para poder seguir con el precio de sus vestidos a los presidios de Cartagena, nada si queréis hay en ello de extraordinario, porque Nariño era en aquel entonces reputado como un criminal, pero cuando se humilla ante el traidor Baraya, estando en la cumbre del poder, y le ofrece en cambio de la paz o lo que era lo mismo en cambio de la libertad americana, no sus vestidos andrajosos de cautivo, sino la ingente púrpura de su sangre; oh! Entonces, señores, Nariño es más heroico, más grande y más tierno que Guillermo Tell! Después del completo triunfo de San Victorino, comprendiendo Nariño que el único medio de conjurar los inminentes peligros de que estaba amenazada la naciente libertad, era la unión de todos los granadinos; se dio en cuerpo y alma a borrar antiguas y odiosas disensiones; puso en juego su espíritu de sacrificio; y a sus enemigos, a los que lo habían perseguido y calumniado, los abrumó con todo género de miramientos y generosidades; y para mejor servir a la patria, y no contradecir en un ápice que fuera las prácticas republicanas, hizo espontánea dimisión de la dictadura de que justamente había sido vestido a causa de los trastornos de la guerra civil. Con esto, señores, pensaba Nariño dejar una página en la historia, y morir tranquilamente a la sombre de su honrado hogar; pero no fue así.


De pronto sonó en el cielo de la patria, un trueno sordo y prolongado; es la campaña del Sur. En tan aciagos momentos, todos ponen los ojos en Nariño. Y Nariño capitaneando sus huestes vencedoras, viene como un alud benéfico para la causa de nuestra independencia. Vence en todas partes, en Palacé y Calibío. Oh y después! Ah! Después- no hallo acentos épicos para decirlo. En estos momentos, más elocuentes que la voz humana, son el páramo siniestro de Cebollas y los vertiginosos abismos del Juanambú. Allá no muy lejos de vosotros, en la montaña de las Lagartijas, se troncharon las alas del águila que estaba destinada a volar más alto que Bolívar. Allí está Nariño, solo, abandonado de los suyos meditando en las miserias de la humana grandeza. Bien se le alcanza que si se presenta a los pastusos, morirá indefectiblemente. Pero columbra que de hacer esto, puede resultar algún bien para la naciente libertad: Por lo menos un armisticio. Morirá él; pero la patria tomará nuevo aliento para consolidad su emancipación política. Su abnegación sin límites lo lleva la sacrificio; opta pues por entregarse, como víctima, en manos de aquéllos a quienes él reputaba como a sus más terribles enemigos. En este pasaje huelga todo comentario; y aún juzgo estéril redundancia el seguir adelante para poner de relieve la abnegación cristiana de Nariño. Otra cosa es lo que en estos momentos aguijonea vuestra curiosidad; queréis que yo os diga cómo entendió Nariño la independencia y libertad de la patria. Pues bien, voy a satisfacer vuestros justísimos deseos. Pero de antemano, os digo y os pre-

vengo que si Nariño a pesar de su heroísmo, resultante ser un ateo o un impío, no debéis permitir que su silueta de bronce venga a turbar con la fría mueca de la incredulidad, la calma, la augusta calma de nuestros cielo azul, debéis levantaros como un solo hombre e impedir que ni por un solo instante, la imagen de un ateo venga a señorearse de la ciudad sagrada. Mas si por el contrario, dejando a un lado añejas preocupaciones, os convenciéreis a la luz de una crítica imparcial y razonada, de que Nariño no fue un ateo, ni incrédulo, ni impío; oh, entonces abrid las puertas de nuestra infranqueable ciudad, levantad arcos de triunfo; y apresuráos a sembrar de laureles y a cubrir con las mejores flores de nuestros bosques el pedestal del Precursor de nuestra independencia nacional! Nariño, como acabamos de ver, se sacrificó una y mil veces por la patria. Ah: ¿pero qué es la Patria que tantos sacrificios impone, que tantos honores se merece? ¿qué es la Patria? La Patria, señores, no es una abstracción metafísica, es algo real, es la cuna de nuestros mayores, este girón de cielo que nos cobija, es el suelo nacional, bañado con la sangre y los sudores de nuestros Próceres, es nuestra hermosa bandera tricolor es aquella espléndida constelación, donde brillan con vívidos fulgores nuestros astros de virtud, de ciencia y de heroísmo; y el remate o coronamiento de la Patria, es Dios. Sin Dios no puede desarrollarse el sentimiento de verdadero patriotismo; Dios es la base y la corona de nuestra existencia, y por lo mismo Dios debe ser el fundamento y el remate del edificio social. El amor de Dios y el amor de la Patria no pueden separarse; en todos los tiempos y en todos los lugares, la idea religiosa fue siempre elemento principal de la idea de Patria; nos

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los prueba la antigua divisa del patriotismo: “Pro aris et focis”. Separad estos dos elementos, y habéis cegado de un solo golpe y en su mismo origen todas las fuentes de las virtudes cívicas de un pueblo. Sin religión no hay espíritu de sacrificio, ni abnegación, ni mucho menos aquel impulso sublime del valor, que se llama heroísmo. Sin religión no tiene alma, no tiene vida el pabellón nacional; bien puede desplegar en los aires sus mágicos colores, pero ya no se llevará en pos de sí ni las simpatías ni el amor, ni el respeto, ni la admiración, ni el entusiasmo de los conciudadanos; el soldado ya no tendrá l entereza, ni el consuelo de morir al pie de esa andera, porque en sus pliegues ya no se siente flotar el espíritu del Dios de las batallas. Y si no sabe concebir Patria sin religión, menos, señores, mucho menos puede darse una nación verdaderamente libre sin los auxilios de la religión cristiana. El pueblo que desconoce el origen divino de la sociedad, y que no pone en manos de Dios, las riendas de toda potestad, necesariamente tiene que morir esclavo de los tiranos de la tierra. Sin la religión católica como alma de la sociedad civil, retrocedemos al paganismo. Ved y comparad, qué faltaba en las naciones paganas? No el esplendor de las artes, no el brillo militar, no la gloria de los filósofos; mas bajo el imperio de su aparente progreso, todo era sangre, lágrimas y cieno; porque en todas ellas faltaba el amparo de los débiles y el freno de los magnates: la Religión Católica. En ninguna parte, en ninguna nación de las paganas se encuentra el pensamiento de conciliar la libertad de todos con la felicidad de todos. En los imperios más florecientes, en Atenas, en Roma, se ve un monstruoso contraste; la libertad junto a la más espantosa esclavitud.

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Sólo en donde está el espíritu del Señor, allí hay verdadera libertad (Ubi autem spiritus Domini, ii libertas). Y el espíritu de Dios reina en donde reina la religión católica. El Hijo Unigénito de Dios, Jesucristo quitó de las leyes humanas la rigidez de acero; y les dio en cambio las flexibilidades de la caridad cristiana. Él nos trajo de los cielos, el saludable secreto de obedecer a los gobernantes aunque fueren díscolos; y colocó el solio de los reyes de la tierra junto a su excelso trono. El vertió toda la sangre de su amabilísimo corazón, como un óleo divino sobre el organismo social para que todos sus miembros se movieron hacia su propio fin por convicción y no por violencia, por amor a la virtud y no por ruines temores. Y no penséis, señores, que Jesucristo nos trajo únicamente la libertad individual. No: El estableció de un modo definitivo y científico la autonomía e independencia de las diversas agrupaciones políticas que se mueven dentro de la gran entidad universal. Antes de la aparición en el mundo del Hijo de Dios, vestido con la tangible envoltura de nuestro cuerpo mortal, ni lo más insignes filósofos dieron con el verdadero concepto de independencia nacional. La autonomía e independencia de una nación cualquiera, supone el derecho de gentes. En este derecho entran dos elementos; una sociedad universal y varias otras entidades particulares relacionadas con ella. Los filósofos antiguos a lo más reconocieron el primer elemento, como puede verse en las obras de los jurisconsultos romanos; pero no pudieron concebir esa variedad de entidades políticas, libres e independientes de cada nacionalidad. Así lo confiesan no solo los juristas afectos al espiritualismo católico, sino otros muchos que no pueden contarse


en este número tales como Vico, Laurent, Niche y más recientemente Cicotti y Landucci, escritores socialistas. Landucci, en su historia del Derecho Romano, confiesa que los romanos al igual que otros pueblos antiguos, no pudieron concebir un ideal de humanidad ni mucho menos la posibilidad de relaciones jurídicas entre ellos. Ni cómo habían de concebir esto, señores, cuando para los paganos la dignidad jurídica del hombre no deriva de la naturaleza humana, sino del ser miembro de tal o cual comunidad política? Puesto este principio no merecen respeto las otras entidades jurídicas, porque donde no se reconoce la dignidad individual, tampoco puede reconocerse la dignidad personal del Estado, Jesucristo, señores, estableció de un modo cierto y eficaz la dignidad individual; según sus divinas enseñanzas ya no es el ciudadano, el único ser merecedor de derechos; es el hombre, en ley de hombre. Sí; sabemos que es el hombre por que el Hijo de Dios, apare de haberse hecho en todo semejante a nosotros, nos enseñó por boca de apóstol, los verdaderos derechos del hombre diciéndonos: “todos sois unos ante Cristo Jesús; judíos y griegos, siervos y libres, todos formáis la comunidad del linaje humano, redimida por la preciosa sangre de Nuestro Señor Jesucristo”. He ahí, señores, el fundamento del derecho internacional público; y he ahí la base de la autonomía e independencia nacional; por eso Jesucristo es y será aclamado en el tiempo en la eternidad, como el verdadero libertador de las naciones. Aquellos ciegos innovadores que se empeñan en resolver todo problema político prescindiendo de la religión católica, ignoran o aparentan ignorar que ésta es la depositaria

de las doctrinas de Jesucristo, y que sin las enseñanzas evangélicas no hay ni puede haber verdadera libertad. La religión católica es la vida del cuerpo político, no le queda más alternativa que conservarse con ella o disolverse sin ella. Esa otra conocida fórmula de la iglesia libre y el estado libre, tomado como signo de absoluta separación, es un gastado sofisma de muy mala calidad; porque si el estado obra independientemente de las instituciones de Jesucristo, volvemos al paganismo; y en el paganismo, como ya lo hemos vistos, no hay ni puede haber verdadera libertad; porque sólo donde reina el espíritu del Señor, allí hay verdadera libertad. (Ubi autem spiritud Domini, ibi libertas). Nariño, señores, al declarar nuestra nación libre e independiente de la monarquía española, tuvo muy en cuento la sólida verdad de estos principios. Jamás entendió por libertad, el vil libertinaje; no por independencia aquella otra absoluta e ilimitada que pretende conculcar los derechos de la iglesia, y lo que es más aun la soberanía de Dios. Si persistió, todos los días de su vida, en alguna idea no tan ortodoxa, nadie podrá decirlo con certeza. Pero lo que sí es cierto, es que todos los actos de su vida pública se conforman en un todo con las enseñanzas de la religión católica. Reconoce y acata las sagradas e imprescindibles relaciones que median entre la iglesia y el estado; y para exteriorizar mejor este su modo de sentir, hizo grabar en el mismo escudo de la libertad; la figura de una joven india sosteniendo entre sus manos las llaves de San Pedro. En uno de sus discursos dirigido al Colegio Electoral de Cundinamarca, enseña y aún predica con su ingénita elocuencia que la virtud

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1 Nada acerca (palabras textuales de Nariño) tanto el hombre a la Divinidad como la acción a mejorar a sus semejantes, de romper sus cadenas… La virtud es la base, el fundamento de la libertad; sin ella no hay más que confusión y desorden. 2 Véase la “biografía del General Antonio Nariño”, por S. A. de S. Página 138.

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es el fundamento de la libertad y que sin ella no hay más que confusión y desorden1. Finalmente, en pleno Congreso el 28 de junio de 1813, declara completamente libre e independiente a Cundinamarca; a la vez reconoce y confiesa que Dios es el soberano de Cundinamarca2, o lo que es lo mismo, que Dios es el único soberano de todas las naciones de la tierra. Oh!, y qué diríais vosotros, los que irónicamente nos llamáis Inmaculados, si yo llegare a demostrar que dar el nombre de un personaje ilustre a una entidad cualquiera, no es otra cosa que ponerla bajos sus auspicios, y que Nariño, el traductor de los Derechos del Hombre, puso oficialmente a Cundinamarca bajo los auspicios de Nuestro Santísima Madre la Virgen María en el misterio de su inmaculada concepción? Y tal, señores, tal hizo Nariño: registrad las sesiones del Colegio Electoral de 1813, y os convenceréis de la verdad de mis afirmaciones. Pero sin necesidad de los documentos que acabo de citar podríais haber comprendido que un corazón tan generoso y magnánimo como el de Nariño, no tiene cabida la impiedad: Las entrañas de los impíos son cueles (Viscera impiorum crudelia). Y el corazón de Nariño es todo caridad, en él no hay odios, ni rencores, ni venganzas; todo es heroísmo y espíritu de sacrificio. La resignación cristiana con que sobrellevó los dolores de su incruento martirio, no se compadece con las entrañas de los impíos. La impiedad no tiene corazón, no tiene valor, no tiene entrañas para amar a la patria hasta el sacrificio de la propia existencia, tal como la amó Nariño. Sí, amados coterráneos, rectifiquemos nuestras apreciaciones y de hoy en adelante no insultemos la memoria de Nariño llamándolo injustamente el “inventor” en Colombia, de las libertades desenfrenadas; por el contrario

tratemos de imitar su alto ejemplo de acendrado patriotismo; y ornemos nuestras almas, siquiera sea, con un pálido reflejo de sus virtudes cívicas. Veneremos su memoria, porque él nos dio libertado y no libertinaje. Levantémosle en nuestras plazas y en nuestras avenidas, imperecederos monumentos de gloria, porque él nos legó independencia nacional; y no insubordinación contra la absoluta soberanía de Dios. Bendigamos sus cenizas que yacen entre los brazos de las Cruz redentora, y elevemos desde el fondo de nuestros corazones, una fervorosa y sentida plegaria por el descanso y eterna felicidad de su alma, porque él puso a la naciente República de Colombia bajo los auspicios de María Inmaculada. Y como en desagravio de nuestras viejas preocupaciones, unamos nuestra voz a la de nuestros mayores, los sacrificios en las jornadas de la Guerra Magna, y todos a una confesemos que Nariño no es el vencido en Pasto como lo llaman nuestros historiadores. Es cierto que aquí en las puertas de la ciudad, volaron hechas trizas sus huestes vencedoras, pero hoy, el bronce de sus escudos y el acero de sus armas fundidos en el fuego de nuestro patriotismo, reaparecen compactos y armónicos, cantando en el divino lenguaje de la estatuaria, el himno de la Libertad Americana. Nariño no es el vencido en Pasto; pero es cierto que hasta hoy no ha podido entrar triunfante en nuestra ciudad. Tú lo sabes, oh Nariño! Largos años, desde 1814 vives, en los vertiginosos abismos del Juanambú, como en un templo, recibiendo de todos los que logran pisar la garganta del formidable precipicio, un homenaje de admiración y de gloria. Ah! Pero también largos años desde 1814 has vivido en la siniestra y solitaria cumbre del páramo de Cebollas atalayando la hora de


entrar a nuestra ciudad; has clamado con la voz potente del guerrero vencedor; has clamado con los clamores del mártir. Y Pasto, en todo tiempo, te ha cerrado sus puertas! Hoy las abre de par en par; y yo vengo en nombre de sus hijos y su nombre de mi raza a ceñir tu frente con la corona que tanto anheló tu corazón diamantino; el triunfo sobre los pastusos.

Sí, has triunfado sobre los pastusos de ayer, sobre los pastusos de hoy y sobre los pastusos de las nuevas generaciones. Y allá, en tu imagen de bronce con tu actitud sublime, vivirás diciendo: Yo soy Nariño! Y señalando como un índice eterno la hidalguía y catolicismo de los hijos del Sur. Así sea.

Deprorable estado en que se encuentran los nichos que alguna vez protegían los bronces que acompañaban la estatua de Nariño. A la izquierda un bajorrelieve que representaba a Nariño dirigiendo la impresión de los Derechos del Hombre y a la derecha, el tránsito de los ejercitos patriotas por el río Juanambú. Fuente: Archivo Particular.

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Parque de Nariño durante las colocación de sus jardínes. Costados oriental (izquierda) y sur (derecha). Ca. 1910. Fuente: Archivo particular.


GalerĂ­a


Retiro de la Pila del Mono. Ca.1900. Fuente: Archivo Particular.

Aspecto de la plaza de Nari単o, desde la Iglesia de San Juan. Ca. 1916. Fuente: Archivo Particular.

Aspecto de la plaza de Nari単o, con la estatua aun ausente. Ca. 1910. Fuente: Archivo Particular.

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Aspecto de la Plaza de Nariño con el Volcán Galeras al fondo y las iglesias de San Juan y Catedral en el costado derecho. Ca.1915. Fuente: Archivo Particular.

Costado occidental de la Plaza de Nariño. Nótese que las torres de la Catedral están aun ausentes. Ca.1910. Fuente: Archivo Particular.

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Aspecto de la Plaza de Nari単o y su esquina noroccidental. (s/f) 多Ca.1950?. Fuente: Archivo Particular.

Aspecto de los costados occidental y norte de la Plaza de Nari単o. Ca.1911. Fuente: Archivo Particular.

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Aspecto de los costados sur y occidental de la Plaza con el Quiosco de las Retretas al costado derecho. Ca.1945. Fuente: Archivo Particular.


Estatua de Nariño cuando se dirigía hacia el oriente de la ciudad. Ca. 1920. Colección particular.

Aspecto actual de la Estatua de Nariño. En el fondo, a la izquierda, la casona donde presumiblemente, Nariño estuvo preso en Pasto. A la derecha, el Hotel Agualongo, las torres de la Catedral de Pasto y la Iglesia de San Juan. 2014. Colección particular.

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Nota adicional La escultura de Nariño, es obra del escultor Hénri-León Greber, sin embargo, se sabe que dicha figura, de la cual existe una copia exacta en la Plaza de Armas Sur del Capitolio Nacional en Bogotá, se comisionó primeramente al escultor italiano Cesare Sighinolfi, quien usó como modelo a su amigo Arístides Gigioli y de la cual hoy existe un grabado que fuere publicado en el Papel Periódico Ilustrado de Bogotá en 1886; el molde que se elaboró fue destruido en 1895. En el caso de Pasto, la petición se debió hacer en fechas posteriores, lo que supuso la imposibilidad de su colocación en 1910 en fecha coincidente con el aniversario de Grito de Independencia Colombiano. A la izquierda, grabado del proyecto escultórico de Cesare Sighinolfi. A la derecha, estatua de Nariño en el primer pedestal que ocupó desde 1911 hasta 1940. Fuente: Papel Periódico Ilustrado y Álbum de las Ciudades de Popayán, Pasto y Cali.

Este documento se terminó el primero de agosto de 2014 en la ciudad de Bogotá.


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