LOS PROLOGOS DE JOSE VARALLANOS
1.- LOS PRECURSORES OLVIDADOS: GABRIEL AGUILAR NARVARTE Y JUAN JOSÉ CRESPO Y CASTILLO.DOS HECHOS HISTORICOS DE LA EMANCIPACIÓN DE SAMUEL ORDOÑEZ ( Cooperativa de Ahorro y Crédito San Francisco de Huánuco. 1972). A MANERA DE PROLOGO. CON motivo del ciento cincuenta aniversario de la proclamación de la Independencia del Perú por San Martín, en Lima, y sumándose a su celebración, la Cooperativa de Crédito “San Francisco Ltda.” de Huánuco, convocó a un concurso nacional para trazar las semblanzas de dos precursores libertarios: los huanuqueños Gabriel Aguilar Narvarte y Juan José Crespo y Castillo. Samuel Ordoñez Salcedo fue ganador en dicho certamen, con el trabajo cuyo título es del presente volumen; y para el que me ha solicitado, honrándome, unas líneas prológales el R. P. Eugenio Rojas Espinoza, fundador y Presidente de dicha progresista institución de crédito, como propulsor de la cultura en aquella vieja urbe que la tiene ya por su hijo espiritual. COMO podrá apreciar el lector, este libro contiene las semblanzas de los nombrados precursores, a quienes los sitúa en el panorama social y político de los turbulentos años de las dos primeras décadas del siglo XIX, en que se produjeron los hechos históricos. Y cuya principal finalidad del autor, según se ve, es divulgar la personalidad de aquellos “precursores olvidados” por los peruanos y por la Patria, a la que ofrendaron sus vidas en heroico afán de verla libre de la opresión española. En verdad, “precursores olvidados”, como muy bien los designa Ordoñez Salcedo. Porque en el programa oficial nacional de los diversos actos de celebración del reciente sesquicentenario, no se contó entre los próceres de la Libertad, la figura inmortal de Gabriel Aguilar; ni se tomó en cuenta, entre los movimientos libertarios anteriores a 1820, la Revolución de Huánuco de 1812, uno de cuyos principales dirigentes fue Crespo y
Castillo. En tanto se divulgó si, hasta el exceso, hechos frustrados y sin importancia, cual la entrevista de San Martín y el Virrey La Serna en la hacienda Punchauca. Y se les tributó homenaje nacional como a “fundadores y precursores de la Independencia de 1821” a figuras segundonas de la aristocracia colonial, o miembros de los centros de enseñanza o del foro del Rey; particularmente a los que resultaron nuestros “primeros Presidentes y grandes hombres públicos”, gracias a sus títulos nobiliarios de marqueses y condes. (Cómo si se hubiera tratado de la instalación de una nueva monarquía y no de una República representativa y democrática!). A este “olvido oficial” se agrega que, al mártir que fuera ahorcado el 5 de Diciembre de 1805, en la Plaza Mayor del Cuzco, juntamente con el Licenciado Manuel Ubalde Zevallos, moqueguano, ha venido nombrándosele José Gabriel en documentos oficiales; mientras los ligeros o improvisados autores de textos de enseñanza secundaria y universitaria, lo califican de “oscuro minero”; o es motejado de “loco” por los tardíos servidores del encomenderismo español o la añoranza de la dominación, como don Ricardo Palma. Y, de otro lado, los historiadores e historiógrafos que han tratado de las etapas de la Emancipación, apenas diseñan el movimiento huanuqueño; o lo sitúan en segundo plano, con marcado criterio centralista y discriminativo, cual un hecho realizado en una provincia de la sierra peruana. O son ciertos escritores contemporáneos pero de mentalidad colonialista, sin conocer las fuentes documentales, le llaman “movimiento vago, de origen confuso... movimiento indígena iniciado fuera de Huánuco contra el vecindario de la ciudad”; o también, “rebelión de los alcaldes indios de Huánuco.. . Armados de hondas y de una escopeta”. Finalmente, se ha venido y viene sosteniendo que fue “un movimiento local, sin vinculación alguna con otras provincias ni plan conocido”; así como que “no tuvo ningún fin separatista” o que fuera contra la Corona española, sino que, simplemente, estuvo “dirigida contra las malas autoridades”etc. FELIZMENTE tales equívocos juicios, emanados de los hispanistas defensores de la “benignidad del régimen colonial”, en torno a Gabriel Aguilar, a quien llamamos El Iluminado Patriota; han sido refutados por el
notable escritor Esteban Pavletich. Pues, en el libro que le dedica: “Un tal Gabriel Aguilar”, aparejado de documentación original e inédita, a la vez que nuestra una notable ilustración literaria y agudo análisis crítico; nos dá la personalidad del héroe libertario. Pero no al modelo clásico o de la historia tradicional, sino la cabal figura de un luchador social, de un defensor de la clase desvalida y explotada, como la fuera la india, con la que se identifica en sus sufrimientos; y de un poeta como que es el autor de “El Llanto de los Indios” y como tal precursor del romanticismo peruano, al igual que Juan Huallpa Rimachi, el noble indio alto peruano•, y Mariano Melgar, el criollo arequipeño. Con hondura de pluma y agilidad de estilo, Pavletich saca a flote al “paisano” Aguilar, en su calidad social de hombre ilustrado y vinculado a mentalidades de su época como el Primer Ministro Godoy o El Príncipe de la Paz, Humboldt, Murillo y demás; de aquel que dejara las comodidades de sus padres y tierra natal, Huánuco, para aventurar mundo recorriendo Europa y América, empeñado en liberar al Perú de España y restaurar el viejo Im¬perio Inca sobre bases de justicia y beneficio para las mayorías populares, cual eran los indios y mestizos, al igual que lo planeara Túpac Amaru II. Alta tarea esta de Pavletich, de reivindicar ante la Nueva Historia del Perú y de América, a uno de los más preclaros huanuqueños: precursor libertario, revolucionario social e hito literario: don Gabriel Aguilar Narvarte. Cuya resonancia es precisamente, en nuestro concepto, las páginas del presente libro de Ordoñez Salcedo. Por nuestra parte, hemos sido los primeros en ocuparnos de la Revolución Huanuqueña y de esbozar la biografía de sus principales gestores y ejecutores. En “Historia de Huánuco”, aparecido hace más de doce años, le dedicamos un largo capítulo, escrito después de empaparnos de los expedientes del proceso judicial que se siguió a aquellos “rebeldes a la Corona española”. Folios rescatados por nuestras manos del hacinamiento en que se hallaban entonces, en el Archivo Nacional, y sólo conocidos en algunas de sus piezas por los que la sustrajeron, mutilándolos, y cuyos nombres
damos en nuestro libro. En tal capítulo titulado La Revolución Libertaria de Huánuco de 1812 y sucesos posteriores, luego de justipreciar las aludidas fuentes y otros documentos conocidos; esclarecemos los aspectos sociales, políticos y militares del movimiento, dándole el sitial que merece, por su dimensión y trascendencia, en el marco de la historia nacional y americana. Sostenemos en nuestras páginas que, la revolución huanuqueña insurgió contra el régimen español, cuyas autoridades explotaban, inhumanamente, al pueblo indio y mestizo; y tuvo arraigo ella gracias a las ideas liberales propagadas por los miembros de una Junta Secreta que funcionaba en la ciudad de Huánuco, cuyos directores y autores intelectuales fueron eclesiásticos y civiles vecinos de dicha urbe, y esparcidos otros en las provincias o subdelegaciones de Huamalies, Panatahuas, Cerro de Pasco, etc. Afirmamos también, siempre validos de instrumentos y actuados judiciales, que los conjurados mantuvieron correspondencia secreta y cambiaron planes con emisarios de Quito y Buenos Aires, ya que pretendían apoyar las acciones del ejército de Castelli que actuaba en el Alto Perú por el gobierno de la Junta de Buenos Aires, a la par que recogían el mensaje de los patriotas quiteños. (Entre los procesados se contaron a quiteño y tucumano). Hemos demostrado, documentalmente, que el movimiento tuvo por principal fin “expulsar a los europeos y salir de su cautiverio”, o vale decir, que los revolucionarios sublevados agitaron el pendón de la libertad e independencia de este suelo. Que tomada la ciudad de Huánuco el 22 de Febrero de 1812 por los indígenas de Panao, capitaneados por don José Contreras, quien muriera después cobardemente asesinado por el “cambia- banderas” Domingo Berrospi, y secundados por la masa del pueblo huanuqueño dirigida por los hermanos Rodríguez y otros; luego de poner en fuga al Subdelegado García y al Jefe de las milicias españolas capitán Ignacio Prado; se constituyó una Junta de Gobierno y se organizó un ejército al mando de Domingo Berrospi, a quien, por traidor, sustituyeron con el Regidor del
Cabildo don Juan José Crespo y Castillo, con el título de Comandante General, secundado por su Teniente José Rodríguez. Este ejército aunque apenas armado de 100 fusiles, y no de “una escopeta” sostuvo dos acciones de armas con los realistas: el combate de Ambo, de 5 de Marzo, favorable a los libertarios, y la batalla de 18 de Marzo en Pomacán llamada después Ayancocha, en memoria trágica de aquella carnicería en que triunfaron las tropas del Intendente José González de Prada, fuerte de mil hombres y cuatro cañones, dando muerte a 1,500 insurgentes. El movimiento, fuera de las 'provincias de Panatahuas y Huánuco, abarcó también la extensa de Huamalies, donde tuvo por jefe a Norberto Haro, auxiliado por Vicente Estado y otros; que fueron vencidos en las acciones de Quivilla y Pachas por los 500 hombres del Comandante Maíz y Arcas. Luego de la derrota de los rebeldes, González de Prada abrió proceso militar a más de 40 de los cabecillas; sentenciándolos a muerte, prisión y destierro. Crespo y Castillo y Rodríguez fueron fusilados y Haro ahorcado en la Plaza Mayor o de Armas de Huánuco, en la mañana del 14 de Setiembre de 1812. Sus bienes se confiscaron a favor de la Corona española; sus casas fueron demolidas y sembradas de sal; sus cadáveres privados de sepultura y arrojados al campo para pasto de perros y aves de rapiña. A Fray Marcos Duran Martel, que fuera el primer promotor y director de la insurrección, y a Cayetano Morales se les desterró a España, al presidio de Ceuta, para servir allí, sin poder retornar al Perú. A los restantes patriotas se les condujo a sufrir prisión en el Real Felipe del Callao, a las minas de Yauricocha o Pasco, donde debían realizar trabajos forzados durante 10, 8, 6, 4 y 2 años; amén de perder todos sus empleos y cargos. EXPRESAMOS, asimismo, que los gestores del movimiento fueron los más distinguidos e ilustrados hijos de la ciudad de Huánuco: clérigos y laicos; criollos, mestizos e indios; y de toda condición económica; aunque particularmente los mestizos e indios de las comunidades panatahuas, chupachos y huamalíes formaron el grue¬so de las fuerzas de choque. En una palabra, aquella insurgencia fue obra de los huanuqueños en general;
tuvo el sueño de una revolución popular, multitudinaria; surgió ella de la masa social. La intervención mayoritaria del pueblo, está esclarecida en el proceso que se siguió a sus autores, cuando se afirma por decenas de testigos de cargo y descargo: “que todo Huánuco, grandes y chicos ‘se habían levantado contra el Rey y que combatieron hasta los muchachos de doce años”. Crespo y Castillo, en los autos, afirmó: “desde el principal hasta el último plebeyo estaban contra los europeos” y que “era preciso salir de su cautiverio”. Pero sus principales autores intelectuales, que mantuvieron la tea de luz de las ideas libertarias o el “derecho de rebelión” y de justicia social para el pueblo explotado, fueron fray Marcos Durán Martel, Fray Ignacio Villavicencio, el valiente cuzqueño; Fray Mariano Aspiazu y otros. Que las ideas liberales esparcidas por los periódicos y hojas sueltas, se esgrimieron en aquel movimiento, nos dicen hasta los propios documentos del oficialismo virreinal; pese a que, como es lógico suponer, se empeñaron los españoles en ocultar su fin libertario. “No encuentro otro principio de la revolución de Huánuco dice el Virrey Abascal que el veneno que esparcen los papeles sediciosos que se imprimen y publican antes que se pueda recoger, con impunidad de sus autores”. Los nombrados frailes fueron los más empecinados propulsores de la revolución, desde su principio. Crespo y Castillo, necesario es esclarecer, fue sólo un ejecutor que surgió como jefe de ella, obligado o no por la masa sublevada, en pleno desarrollo del movimiento. DEBEMOS subrayar, en esta ocasión que se nos brinda para volver a ocuparnos del tema: que la Revolución de 1812 fue huanuqueña por antomasia e indigenista, porque uno de sus fines era liberar de sus sufrimiento a los indios. Ello lo declara, con énfasis, ante González de Prada, el Padre Villavicencio: “que escribió papeles y décimas incitando a la rebelión, por la inhumana explotación que sufrían los indios... y porque las Amé- ricas siempre habían de estar olvidadas”. Pues, con la excepción de algunos de sus directores y ejecutores, fueron todos oriundos de la ciudad de Huánuco y términos; y los combatientes, casi en absoluta mayoría, eran indios. Esta es su característica entre los movimientos de
tendencia libertaria en el Perú; y por ello se asemeja a la revolución de Túpac Amaru II, en el siglo XVIII, y a la de los hermanos Angulo o del Cuzco, en el siglo XIX. (Esta última revolución mal llamada “de Pumacahua”; porque tal cacique españolado, en 1780 - 1781 realista y contra Túpac Amaru, y en 1814 antirrealista, resentido de los españoles por asuntos personales; no fue en aquel movimiento cuzqueño de 1814, sino un segundón de don José Angulo y otros, y de sospechosa conducta; ya que, al ser ahorcado por Ramírez, gritaba: “Viva el Rey”). La Revolución de Huánuco se diferencia también, palmariamente, de las otras dirigidas o realizadas por los criollos o “españoles americanos”, que fueron los que, al final de las guerras de la Emancipación se beneficiaron con el poder político, posponiendo a los mestizos e indios que izaron la bandera de la Independencia Nacional y la sostuvieron con su esfuerzo y sangre. Y tan fue así que los “españoles americanos” que, en Huánuco combatieron a los revolucionarios de 1812, años después, plegados a las huestes de San Martín y Bolívar, resultaron líderes de la independencia en aquella ciudad, como los Prado, Echegoyen, Valdizán y otros. Es que, juzgada serenamente, la independencia no fue sino un cambio de hombres; pasando el mando o poder político de manos del español “peninsular o chapetón” al “español americano o criollo”. Permaneciendo siempre al margen de la vida política, social y económica, el indio y el negro, por más que lucieran méritos personales y de patriotismo. De otro lado, por el volumen que tuvo ya que comprometió gran parte del centro peruano, razón por la que atrajo la inmediata atención del Virrey Abascal, de Lima como por la represión sangrienta a que se sometió a sus autores, podemos calificar al de Huánuco', como el segundo movimiento pro-libertario, después del encabezado por José Gabriel Condorcanqui y Noguera o Túpac Amaru II. Y encontramos que el antecedente jurisdiccional de la acción huanuqueña, está en la Rebelión de Llata de 1777, en que el pueblo indígena y mestizo, cansado de la explotación de que era víctima reaccionó dando muerte al Teniente del Corregimiento de Huamalíes don José de la Cajiga; y a cuyos dirigentes la justicia virreinal condenó a cárcel y destierro a Chile y Panamá. Tanto esta rebelión indígena como la Revolución de 1812, llegaron a su culminación, años
después, con la Proclamación y Jura de la Independencia de aquella vieja ciudad de Huánuco, del dominio español, en Cabildo Abierto y en 15 de Diciembre de 1820, sentando Acta; siete meses antes que lo realizara, protocolariamente, en Lima el General argentino San Martín, rodeado de marqueses y recientes servidores del Virrey, de cuyo bando, por conveniencia personal, muchos de ellos se pasaran al de los independientes. Es más: juzgado con lente imparcial y analizando las consecuencias que trajo ella; la Revolución de Huánuco de 1812 fue un auténtico movimiento precursor de la independencia política nacional, y sus gestores y autores verdaderos héroes de la libertad. Aunque usando de la frase-consigna: “Viva el Rey y Abajo el mal Gobierno!”, al igual que lo hicieron desde Túpac .Amaru a los argentinos, quiteños y bogotanos; enfrentándose en lucha armada contra las autoridades españolas, combatieron contra el Rey. Visto desde otro ángulo, Aguilar, Crespo Castillo, Durán Martel, los Rodríguez, Contreras y demás, personificaron al hombre peruano en general y al huanuqueño en particular, en el constante afán de sacudirnos del opresor yugo español sosteniendo el ideal de la independencia y libertad del Perú. Este deseo no lo niegan los propios realistas. El cura español Yadó, espectador, en el terreno de los hechos, y conocedor de los personajes que intervinieron, escribía: “declarada la rebelión antes de tiempo... más dijeron que todo el Reino seguiría el ejemplo de Huánuco, y por consiguiente ya podían llamarse independientes”. PERO, pese a su gravedad histórica, aquellos precursores de la separación política del Perú de España, por cuya causa o la libertad lucharon, derramando su sangre, sufriendo prisiones y destierro; el Perú no les ha rendido el homenaje que merecen, a más de un siglo y medio de sus gloriosos hechos. Acaso porque quienes intervinieron en dicha revolución, fueron criollos pobres, mestizos e indios, o la masa social media y popular. O será porque tales héroes no dejaron descendientes, instauraba la República, para exaltarlos y solicitar la gratitud de la Nación. (En este país, el parentesco, la familia forja dioses y la publicidad los consagra).
Aguilar, Crespo y Castillo, Durán Martel y demás, permanecen olvidados, disminuidos y postergados en nuestro calendario cívico. Empero, con ocasión de cumplirse el sesquicentenario de aquel acontecimiento, el que esto escribe, como huanuqueño, cuando ocupó la curul de Senador por el departamento de Huánuco, para honrar a dichos patriotas, redactó y presentó un proyecto de ley para que, en gratitud nacional, se levantara un monumento a los autores y actores de la Revolución de Huánuco de 1812. Así como presentó otros proyectos, entre ellos, para la creación de la Universidad Nacional Gabriel Aguilar, en homenaje a tan preclara figura. Tales proyectos sufrieron la indiferencia del Gobierno y de su grupo actuante, alegándose no existir fondos públicos (°). Para nuestra visión, tal actitud oficial debiose al menosprecio por las acciones populares de la mentalidad hispanista e hispanizante. Es que, volvemos a repetir, nuestra Independencia fue una independencia política; nada más. Sin ideólogos, salvo los ocasionales; sin programa o plan de acción que no fueran sino en pro de los intereses de aquella burguesía de terratenientes esclavistas, mineros y comerciantes. Quedando el indio y el mestizo y sus comunidades al margen de la ley, so pretexto de que eran analfabetos; cayendo sobre ellos peores cargos que bajo la Colonia y siendo sus tierras usurpadas para incrementar y constituir los grandes latifundios y haciendas, en las que el negro y el chino abonaban su cuota de sudor y lágrima. La independencia y su consecuencia o República fue, pues, usufructo de una minoría con alma hispana y monarquista; siendo de sus miembros los héroes, sabios y santos peruanos; y que tomaron para sí la banca, la diplomacia y la dirección de la cultura, hasta nuestros días. La República benefició, en suma, esa pequeña, decadente y corrupta oligarquía con un “monarquismo interior” y hoy ya capitalista de métodos. De aquí la urgencia de revisar nuestra historia, cuyo más alto fin es descubrir la verdad, para el imparcial juicio y el permanente ejemplo. Pero esta revisión deberá hacerse empleando nuevos métodos de investigación y de crítica social, ya que ella es trasunto de la sociedad en un tiempo o
época. Dejando atrás el común elogio y las “descripción de los hechos” que realizan los descendientes de la oligarquía colonialista que, encararmados en ciertos organismos rentados, oficiales o semioficiales, pretenden dar-nos directivas, llamándonos, si no aceptamos sus planes, “marxistas” y “comunistas”.
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------l (°) El proyecto de ley para la erección de un monumento a los actores de la Revolución de 1812, se registró en el Senado bajo el número 1403/61, de 5 de Setiembre de 1961. Y el referente a la creación de la Universidad Nacional Gabriel Aguilar, con sede en Huánuco, lleva el N° 197/61. Pero solo obtuvimos dación de la Ley N° 14.151, promulgada en 22 de Junio de 1962, por la que se declara Días Cívicos en el Departamento de Huánuco: el 22 de Febrero o Revolución de Huánuco de 1812; 15 de Diciembre o Jura de la Independencia (1,820); 15 de Agosto o Fundación de la Ciudad de Huánuco; 16 de Julio o Rebelión Libertaria de Llata; 10 de Julio y 8 de Agosto, aniversarios de los combates de Huánuco Viejo y Jactay Cuanto a la Universidad, pasándose por nuestro proyecto, se creó, después, la que lleva por nombre Hermilio Valdizán, notable figura profesional pero que jamás puede parangonarse con la múltiple figura del precursor Aguilar. Ya hemos nombrado “historia oficial’’ a la escrita conforme a la conveniencia del grupo detentor del poder político, económico y cultural. Revisión que se practicará estimándose que la historia no es patrimonio de grupo alguno; sino de todos los peruanos, cuya sensibilidad y vocación les empuja a redactar obra; tomando los temas del rico arsenal que guarda el Perú, país de grande y múltiple historia, pero sin historiadores de verdad, menos aún de libre e imparcial criterio. Por ello mismo, por no haberse redactado sujeto a pauta antelada, sino ser fruto de un pensamiento libre, el presente volumen de “Los Precursores Olvidados” será bien recibido y justipreciado en cuanto a su propósito y lo que significa como mensaje. Y esperamos de la ya iniciada
pluma de su autor, otros trabajos que lo consagren como a cabal historiógrafo.
FINALMENTE, no podemos dejar de referirnos al ensayo “Huánuco, primer territorio libre del Perú colonialista” de Juan Ponce Vidal y que constituye el Colofón del volumen. El conocido e inquieto escritor y periodista, pionero de las sanas letras de la cultura en su ciudad natal; reseña, documentado, la acción del pueblo huanuqueño a la causa de la libertad nacional y la proclamación y jura de la independencia por la ciudad de Huánuco en 15 de Diciembre de 1820. E incluye afianzando sus páginas, el texto del Acta de tan significativo como trascendente/ hecho histórico. Acta que constituye una verdadera declaración de principios y de fe libertaria, única en nuestros anales. Y por ella vemos que el Cabildo de León de Huánuco, respaldado por el pueblo todo, fue el primero en el Perú que, como institución venida desde el siglo XVI, jugó su nuevo papel histórico al declararse por la emancipación “por siempre jamás del dominio español”. Acta que coloca a Huánuco como la primera tierra libre del coloniaje español, antes del 28 de Julio de 1821. Y tan solemne como formal fue tal hecho que, en cumplimiento de la declaración de su independencia de la Corona española, el Cabildo huanuqueño acordó y obligó que, en su jurisdicción, desde el 15 de Diciembre de 1820, todo, instrumento público se refrendase con el mote: “primer o segundo año de la Independencia”, como aparece de los archivos de aquella ciudad. Lima, Mayo de 1972.
2.- YARUPAJA : LOS DIAS DE MELCHOR ALBORNOZ Y LUIS PARDO DE MAURO AQUINO ALBORNOZ ( Primera Edición , Noviembre 1978 . Edición No. 6 con el auspicio de la Asociación Nacional de Escritores y Artistas (ANEA) , Herrera Editores , 1978) PROLOGO
YARUPAJA es un pico nevado de la Cordillera Central de los Andes, cuyas cumbres sirven de lindero a las provincias de Dos de Mayo (Huánuco) y Bolognesi (Ancash). Pico que, en sus 6,634 metros de altura, domina el espacio, mirando al mar y a la selva; y en sus hondos declives o faldas se acurrucan las villas, pueblos y estancias de esas agrestes como bellas y frías tierras. El Yarupaja es el monte sagrado, el auquillo, el dios vigia o de la serenidad en la mitica nativa desde los yarovilcas; nación de tiempos muy remotos a la aparición de los incas con Túpac Yupanqui en aquella región geográfica y de la que los cusqueños la hicieron integrante de una gran provincia del Chinchaysuyo o N, del Imperio del Tahuantinsuyo. Monte, bajo cuyo hombre se han tejido mitos, leyendas, cuentos y a su sombra se deslizan la vida de los hombres que habían las altas fuentes del rio Marañón el rio más viejo de los Andes- que tiene su origen en Raura, cercanías del lago Lauricocha. Oriundo de aquella zona, Mauro Aquino Albornoz- uno de los mejores y conocidos pintores peruanos- ha reunido en su libro su producción en prosa, que nos place prolongar, cambiando su paleta de pintor por la pluma de escritor; bajo el titulo simbólico de aquel gran monte, cuyo solo nombres deslumbra o despierta un verdadero sentimiento cósmico a los que procedemos, en cuerpo y espíritu del Ande, panorama y mundo. … Las acciones y los personajes en “Yarupaja” se realizan y ubican en tierras occidentales de Dos de Mayo, provincia huanuqueña por excelencia y de donde emergió el nominativo Huánuco, que viene del quechua GuanucoMarca o Pampa: la esplendorosa ciudad incaica erigida por Túpac Inca Yupanqui y Capac Apo Guaman Chaua o el último rey Yarovilca. Nombre con el que el conquistador Gómez de Alvarado Contreras (1539) bautizara a la urbe española que fundara sobre los muros incaicos y luego la trasladaran al valle de los Pilcos o Chupachos y donde hoy está asentado, llamándose bajo la época colonial León de Huánuco de los Caballeros.
En las copiosas páginas de la novela- llamémosla así- se relata la vida de los hombres y pueblos de aquel marco geográfico, en sus costumbres ancestrales y coloniales, en su lucha por la existencia, en sus contiendas políticas desde las acciones armadas cuál de los “pierolistas y caceristas”, de fines del siglo pasado, que costó cientos de vidas y pueblos desbaratados hasta el “pacifico fraude electoral montado por políticos criollos”. Están también narradas, las rivalidades locales y familiares que al irrumpir la pasión del odio alimenta los hechos delictivos que terminan en agudos bandolerismo. Muchos personajes son dignos héroes de muerte y de sangre; verbigracia, Nicolás Dávila Eguizabal, ex-combatiente de la Guerra del 79 con Chile, autor y protagonista de la masacre de Chacabamba en que perecieron la flor y nata de la juventud huanuqueña en astuta y trágica emboscada. Revela, asimismo, hechos históricos de los viejos tiempos patrios, en que los hijos de la provincia lucharon o secundaron en las guerras de la Independencia y del Pacifico y que la historia oficial y centralista, escrita por miembros de castas oligárquicas e imbuidos de prejuicios raciales, injustamente han callado u olvidado. (Ahí hállense hasta anécdotas inéditas de Bolívar a su paso por aquellos pueblos rumbo a Junín y quien, por las atenciones que fuera objeto, obsequiara una de sus prendas personales precisamente a uno de los antepasados del que esto escribe). Particularmente –de aquí el subtítulo del volumen – trata de la genealogía o ascendencia, vida y hechos de Melchor Albornoz, célebre personaje de Dos de Mayo, que al verse desamparado de la justicia legal o estatal, tan vilipendiada por los propios jueces y escribanos en aquella provincia, se vio obligado a hacer justicia por su propia mano; tornándose de pequeño hacendado y de figuración social, en criminal en bandolero, para vengar la muerte de sus hijos; cual también el caso de Luis Pardo, en Chiquián. Personajes éstos que se vinculan no sólo por el ámbito o escenario de sus hazañas – éste en el lado occidental y aquél en el oriental del pico Yarupaja: sino por su estirpe netamente mestiza, indoespañola o chola; y como destacados actores de la violencia y exponentes del coraje y de la astucia preocupando, por largos años, con sus fechorías al Gobierno nacional hasta que dieron con ellos. Sólo sí que Pardo muere masacrado
por sus perseguidores que le dan el “triunfo” a Toro Mazote; en tanto Albornoz es capturado después de dar muerte al Teniente Carpio, su implacable perseguidor y es encarcelado largos años; saliendo finalmente, libre de la prisión para volver a su funda “Yantaragra” y allí ve apagarse, cual una tarde andina, sus últimos días. Sobre la genealogía de Albornoz, en “Yarupaja” sostiénese que este viejo apelativo castellano llegó al Perú bajo la Colonia con personajes que se dedicaron a la administración real, al comercio y a la minería; que uno de ellos de Lima pasó al Corregimiento de Huamalíes, portando sus “títulos nobiliarios”, para “trabajar unas minas de plata”, procreando allá, con mujeres indias, a mestizos, de los que proceden los Albornoz de Dos de Mayo. Bien sabemos que, a la Ciudad o Cabildo de Huánuco y jurisdicción, fuera de los conquistadores que se convirtieron en encomenderos (siglo XVI); sólo arribaron los corregidores, para unos cuantos años de gobierno, con sus escribanos y séquito; algunos pequeños comerciantes, crianderos de ganados, agricultores, mayordomos de obrajes, mineros, arrieros, frailes de las doctrinas, vagabundos o “soldados”, sin oficio ni beneficio, como los llama el Virrey Marqués de Montesclaros (siglo XVII), recolectores de la quina o cascarilla, coca y tabaco cuyo campo estaba en los valles selváticos de Monzón y Chinchao, en el Huallaga, (siglo XVIII). Muchas de estas gentes, procedentes de las más bajas clases sociales de España, al cruzarse con las mujeres indias dieron origen al mestizo indo-español o cholo huanuqueño; y otras que mantuvieron su “pureza de sangre”, ya con algún bienestar económico-siempre a base de la explotación del indioproclamaron su “nobleza”, y particularmente los mineros afortunados y los comerciantes llegaron a adquirir títulos nobiliarios, hábitos militares y condecoraciones por “compra a plazos”; ya que uno de los renglones del presupuesto virreinal, siempre en emergencia, era la venta de tales blasones. Así el minero don José Manuel Maíz de Arcaz adquirió el título de Marqués de la Real Confianza, con solar en el Cerro de Yauricocha y Tarma (1771). Aunque no era menester tal “compra”, porque por el solo hecho de ser oriundo de España o tener el cutis blanco, se era considerado “noble”.
Flora Tristán en plena República, escribía: “En el Perú, como en toda la América, el origen europea es el gran título de nobleza” (“Peregrinaciones de una paria”), Por su parte, Jorge Juan y Antonio de Ulloa, refieren en sus “Noticias Secretas de América”: “los criollos no tienen más fundamento que observar….que el decir que son blancos y por esta sola prerrogativa son acreedores legítimos a tanta distinción, sin pararse a considerar cuál es su estado, ni inferir por el que llevan cual puede ser su calidad”. Y agregan que, en el siglo XVIII, en que visitaron el Perú dichos comisionados reales, que tal era “vanidad social y el prurito de nobleza” que los pequeños comerciantes atendían en sus negocios, trajeados con sus hábitos y condecoraciones de la Orden de Carlos III”. Por eso, sostener que gentes de rancio abolengo hispano o de nobleza titulada se radicaron en los pueblos de las serranías huanuqueñas, nos parece de pura ficción histórica. … Empero no vale referirse a ello o a la “superioridad de la raza blanca”, la “pureza de sangre” y los “títulos nobiliarios”, que ayer en la Colonia era enfermedad social, y que hoy constituyen un mito que la ciencia antropológica ha liquidado. Y que sepamos documentalmente, en la primera década del siglo XIX, Domingo Albornoz y Benito Cortavarría, eran los cobradores de los tributos, repartos o negocios del Subdelegado Manuel del Real, en los pueblos de Huamalíes. Ambos denunciados por excesos con los indios de aquella subdelegación al Juez Comisionado Domingo Berrospi, en los preámbulos de la Rebelión de Huánuco de 1812. (Expediente de la causa seguida a los insurgentes del Partido de Huamalíes). Se dirá ¿qué fueron de los nobles caballeros de León de Huánuco? Estos así llamados o caballeros de órdenes militares y descendientes, abandonaron Huánuco para radicarse en Lima, desde el siglo XVI; quedando en la ciudad solo los componentes de su viejo Cabildo, los funcionarios reales y eclesiásticos y los mayordomos o administradores de las encomiendas, abolidas en 1720.
Cuando a Huallanca, a raíz de haberse descubierto algunos minerales de plata en la vaquería o fundo de “Guallancas” del Marqués de Corpa don Luis de Ibáñez y Segovia y de don Gaspar de la Puente Ibañez, se instalaron en su área o campamento algunos españoles mineros asistidos por los mitayos indios, y el pueblo se formó paulatinamente, nombrándosele “Asiento Mineral y Asiento Real” (1779); y llegando a ser por unos años capital del corregimiento y luego de la subdelegación de Huamalíes. Pero nunca se radicaron en dicho pueblo los familiares de Ibañez ni De la Puente; salvo algunos parientes, ahijados o mayordomos que, generalmente, llevaban el apelativo de sus emparentados, padrinos, protectores o patrones, usual en aquellas épocas. De otro ángulo, si bien se analiza, “Yarupaja”, en muchos de sus capítulos, es la biografía o historia de una pequeña ciudad o pueblo minero a la par que ganaderos: “el de la plata y de los quesos”: Huallanca, de donde es natural su autor, y por cuyas páginas o calles desfilan: mestizos, cholos e indios, que son pequeños comerciantes, terratenientes, mineros, agricultores, estancieros, arrieros, ya empeñados en sus tareas cuotidianas o en sus manifestaciones de un día de jolgorio o fiesta que se cierra en jarana al compás de unas guitarras y cantares. Ciudad o pueblo estacionado en una geografía de ruda como idílica naturaleza andina. Al describir este panorama como otros similares de aquella región, Aquino Albornoz hace gala de presentarnos el paisaje –primer e imprescindible personaje de toda la sierra peruana-; y es entonces que el pintor que se vuelca en escritor, en poeta, que siente la naturaleza andina, en su belleza estática, y la evoca y le rinde insabido culto. Es que la grandiosidad de los andes, particularmente en sus nevados y cordilleras, nos torna panteísta; tal es la fuerza cósmica, tremenda, irresistible. Desde este punto de vista, si se quiere, “Yarupaja” es un complemento, en prosa de la obra pictórica del artista; pues en sus óleos bullen también los mismos personajes y paisajes. …
Literalmente considerado, los capítulos de “Yarupaja”, dijimos, son relatos, descripción, recuento de personajes y de hechos vividos, observados o documentados, un tanto distante de la literatura y más cerca de la historia y a la verdad. Diremos es, en gran parte, una historia narrada con intención novelísticas; narrativa salpicada de lirismo no en pocas páginas; y en que se halla también el juicio crítico de acontecimientos y de hombres, la verdad dicha sin vacilaciones, nominando a personas aún vivas hoy, y a las que nos las perdona por su conducta, sean “sus amigos o parientes”. Al igual que el paisano huanuqueño, de Huánuco Viejo, don Felipe Guamán Poma de Ayala, crudo expositor y de verbo sin dobleces. Páginas y muchas, de denuncia y de protesta; en defensa del indio y del cholo explotado en las minas, haciendas y en las oficinas públicas, de la corrupción que nos envuelve cual nube negra, asfixiante. Páginas en las que no se halla al “indio triste e inepto”, con su quena al brazo y arriando llamas, o al “cholo servil y acomplejado” que han hecho género clásico desde los colaboradores de “Mercurio Peruano”, del siglo XVIII, Hipólito Ruiz a Enrique López Albujar y José María Arguedas, y tantos escritores y escribidores, con cuyo mito labrado su gloria literaria y llenado sus bolsillos, sino conseguido cátedras o cargos públicos con renta estatal. No, en “Yarupaja” está el indio real –no ideal ni de ficción- de aquella zona: laborioso, leal a los suyos, a sus costumbres ancestrales ancestrales y a su tradición; y el cholo que quiere a su tierra y tiene orgullo por ella: trabajador, diestro, varonil, medianamente ilustrado que trueca la pluma de “tinterillo” por la carabina Winchester, que toma causa en las agitaciones políticas y reivindicatorias, que es hacendado, gamonal, ganadero, arriero, jinete y torero. Hombre en que han conjugado las sangres, española e india y sus culturas a través de los siglos, haciendo de él un mestizo por excelencia; y que es el personaje de la historia de su pueblo, de su región y del Perú todo, porque esta nación, de la costa a los Andes, es mestiza en sus gentes y en la múltiple gradación de sus costumbres, y del propio paisaje. El que campea en “Yarupaja”, es el hombre de la fuentes del Marañón, desde este aspecto, subrayamos, si la “Serpiente de Oro” de Ciro Alegría es el relato de la vida de los cholos de
las orillas del Marañón en sus bajas fuentes –latitud del departamento de La Libertad-Aquino Albornoz nos muestra a los cholos de sus altas fuentes –Dos de Mayo, Huánuco. Marañón, río novelable, río de muerte y sangre, en cuyas tierras de sus riberas vive el hombre nativo con su original cultura, desde hace miles de años. Libro de relatos de la vida rural, campesina, y de un realismo desnudo, primitivo. Páginas escritas por quien es oriundo del propio escenario en que ha conocido o compartido con sus personajes; páginas vividas y sentidas – repetimos- y no producto de la mera imaginación la ficción, la literatura pura, el estetismo inútil, o el “indigenismo” practicado por turistas y para la exportación, con personajes apócrifos “aderezados al gusto de la época”, “surrealista y baladistas”, para ganancia de libreros. Fuente documental en que se hallan muchas vetas para el estudio de la sociología, etnología y folklore. Esta es la calidad que compensa a los defectos que pudiera hallar el crítico en un exámen estrictamente literario o de su estilo. … Entre los últimos libros de su género publicadas por huanuqueños, “Yarupaja” forma binomio con “Negro Cielo” de Pedro N. Cardich, que apareciera en Buenos Aires, en 1972. (Editorial Plus Ultra), con elogiosos comentarios de la prensa argentina, pero mezquinamente silenciado en el Perú por el clan de los diestros de la critica y la narrativa. En su novela Cardich, con prosa ágil y no carente de gusto literario, nos presenta cuadros de la vida y costumbres de los pueblos de las provincias de Dos de Mayo y Huamalíes y que los vincula a la explotación de unos lavaderos de oro en Quivilla –a orillas del Marañón- por la empresa extranjera “Marañón River Place Inca”. En la trama novelística son personajes centrales Bonell, el viejo indio Tayta Achico y su hija Cleta, moza de la que se enamora el norteamericano y se queda en el pueblo de Jircán, para luego dedicarse a la agricultura –cultivo de la coca- en las tierras selváticas de Monzón; de donde parte a Estados Unidos con su mujer Cleta que allá se “americaniza” como su marido el “gringo” en el
Perú “indianizara”. En sus capítulos se plantea el tema de la transculturación o amalgama de razas y culturas diferentes y hasta adversas, que ha sido común en nuestro país, pero ninguna pluma ha tratado este nuevo renglón para el dominio de las letras. La obra de Cardich como la de Aquino Albornoz, constituyen un testimonio humano, vivificado en su propio ambiente, en la tierra de la que son nativos y dentro de un marco de múltiples tonos del paisaje que, en los Andes, todo lo envuelve. “Negro Cielo” es el testimonio de la vida del hombre y de los “pueblos en el alto Marañón” empeñados en la conquista de Aquino Albornoz los hombres y sus pueblos se deslizan en el lado oeste, camino del nevado Yarupajá , a la costa al mar. Pero ambos, en el fondo, significan un planteamiento de los problemas socio-políticoeconómico de aquel privilegiado territorio nacional al que nosotros le nombramos “nudo arqueológico”; porque en el conjugaron las cinco edades, descritas por Guaman Poma, por la que pasó la cultura andina, desde la aparición del Hombre en Lauricocha, descubierto por el arqueólogo Augusto Cardich(hijo del novelista que nos entregara su primer libro en la cercanía de sus 80 años) hasta la etapa de los Incas. Libros que revelan la verdad del hombre y del mundo andino en sus manifestaciones más saltantes o características. … Y sus personajes son cuán diferentes de los de “Cuentos Andinos” de Enrique López Albujar, quien nos muestra una tipología lombrosiana, de delincuentes que pasaron por su despacho de Juez Instructor de Huánuco, y que actúan en un escenario de tablas, frio y lúgubre, carente en absoluto de la luz, del paisaje andino; y en cuyas páginas el notable escritor piurano destila un secreto rencor por el indio y el cholo huanuqueño, a cuyos tipos, en su caracterología, confunde y los encarcela literariamente, es que López Albújar no conoció el medio ambiente de sus personajes, no se nutrió de los paisajes cordilleranos, de la atmósfera en los que aquellos se mueven; menos pudo ubicar los hechos en un tiempo histórico, admitiendo por eso, como verídicos o de la costumbre o derecho consuetudinario lo inverosímil, lo falso, como aquella “justicia india” del Ushananjampi o el Ultimo Remedio, el que consistía –dice-el “juzgamiento
por el pueblo en masa de un delincuente” convicto, al que daban muerte, generalmente a “palos, descuartizando su cadáver y arrojándolo al fondo de los ríos o despeñaderos” y “sirviendo de pasto a los perros y a la aves de rapiña”. Penalidad bárbara esta practicada, según López Albujar y su prologuista Ezequiel Ayllón, en pleno siglo XX, en Chupán, pueblo situado entre las capitales de las provincias de Huamalies y Dos de Mayo. Es decir, por aquella región no había pasado ni el gobierno incaico en que la justicia se practicaba por el Tucuyricoc en nombre del Inca, ni el régimen colonial en que los corregidores conocían de los delitos, ni la República con sus jueces de Primera Instancia. Cuento o tesis que por falsa y como producto de la mente creadora de su autor la refutamos en nuestro libro “El Derecho Indiano” (1946). Porque jamás se practicó tal “justicia” en aquel pueblo de las faldas del rio Marañón, por donde anduvimos, pero tenido y comentado por verdadero como “procedimiento penal indio” por escritores como José Carlos Mariátegui (“7 Ensayos”) a teóricas o repetidores profesores universitarios. Volveremos sobre los “Cuentos Huanuqueños” del autor de “Matalaché”; y en tanto, terminemos nuestra estimativa –y no crítica- del libro primigenio de Mauro Aquino Albornoz, pintor, escritor y amigo fraterno.
Lima, Noviembre, 1978.
3.
José VARALLANOS
NEGRO CIELO DE PEDRO N. CARDICH A PROPÓSITO DE NEGRO CIELO Escribe: José Varallanos
Negro cielo es el título de la novela de Pedro N. Cardich que, en cuidad edición, saliera, ya en 1972, de las prensas de la Editorial Plus Ultra de Buenos Aires. En ella su autor narra la presencia de un geólogo
norteamericano en un pueblo del Alto Marañón o más propiamente, situado en el radio geográfico en que lindan las abruptas sierras que bordean aquel río, en las provincias de Dos de Mayo y Huamalíes, con las selvas por las que corre el Monzón, afluente oriental del Hullaga. Aquel yanqui es el ingeniero John Bonell, recibido en la Universidad de Texas, y que, en compañía de su colega F. Smith, llega al Perú por 1910, como jefe de excavaciones de la <<Marañón River Place Inc. >>, que explota los yacimientos auríferos de Uchpapampa, en el distrito de Quivilla. Declarada en quiebra la millonaria empresa extranjera, Bonell y Smith parten al norten en pos de los asientos mineros de Pataz y Santiago de Chuco. Pero apenas iniciado el viaje, el promero cae atacado de tifus exentemático en Jircán, pueblo contiguo a tantamayo, éste célebre por sus monumentos arqueológicos descubiertos, recientemente, al mundo científico por Beltrán Flornoy. Abandonado por su compañero Smith que lo creyera muerto, es socorrido por el principal de la Comunidad Indígena de Jircán, don Tiburcio Huaytán o Tayta Achico, su mujer o Mama Lusha e hija Cleta. Y gracias a los esmeros de dicha familia y a la eficacia de la medicina folklórica indígena, Bonell <<resucita>> cuando era conducido al cementerio. Y ya recuperado de su salud, se radica en aquel rincón andino y se habitúa a la vida de sus humildes pobladores campesinos. Por gratitud a sus salvadores y al afecto que en él prendiera por la adolescente que le velara en su abandono, la toma por mujer y se casa con la ya <<Linda cholita Cleta>>; convirtiéndose en comunero y como tal práctica las costumbres tradicionales y cumple las obligaciones de miembro de aquel grupo aylla; ya hasta llega a ser Regidor o Varayoc del caserío de El Carmen de Chipaco, anexo dependiente de Jircán. Luego, en compañía de Cleta e hijos, se establecen en las tierras selváticas comunales del Valle de Monzón, dedicado al cultivo de la coca en los fundos Texas y Tambo Grande. Allá el trabajo es duro, y la naturaleza bravía; pero ambos esposos vencen toda valla y logran una situación económica holgada y hasta envidiable.
Una carta anónima que llega a Dallas les hace saber a los padres de Bonell que su hijo a quien dan por fallecido hace años, vive en el Perú, en las montañas de Monzón, departamento de Huánuco; y aquellos comisionan a su hermano Charles para sacarlo del <<salvajismo>> y conducirlo a Estados Unidos. El enviado llega al fundo Texas; y de allí parten por la ruta de Huánuco, a Lima y por el Callao a New York. John viaja en compañía de su mujer y menores hijos. Producida la primera guerra mundial, Bonell es llamado a filas en el ejército de su patria y trasladado a Francia donde muere en Verdún, a los pocos días del Armisticio de Versalles. Cleta y sus hijos quedan en Dallas al amparo de los millonarios petroleros, padres de John. Y Cleta ya no es Cleta Huaytán, la hija del principal de Jircán, sino Greta Waytt Vda. De Bonell, natural de Irlanda. Muerto su marido, desamparada sentimentalmente y bajo la potestad de una familia blanca, rica, orgullosa y llena de formulismos sociales, Cleta es acosada por el infortunio, la consume la angustia, ansía el retorno al claustro geográfico materno, al lado de su estirpe india, a las andinas tierras del cielo azul profundo. Estados Unidos, la ciudad de Dallas, pese a su confort y progreso que halaga al extranjero, para ella es el <<negro cielo>> de su drama, de su tragedia. Tal es el resumen de la novela y su epílogo; tales los principales personajes capítulos de NEGRO CIELO su autor relata de los hábitos de la vida rural de una familia y grupo indígena en el alto andino. Así sus trabajos, fiestasreligiosas y profanas-, leyendas, mitos, supersticiones, Prácticas curativas o medicinales, etc.; o, mejor sus páginas registran las expresiones de una comunidad o ayllu que es cédula básica en la estructuración social del mundo andino. Manifestaciones aquellas que, en buenas dosis, proceden de una antiquísimas nación cuya sede estuvo en las tierras o parcialidades prehistóricas de Allauca, Ichoca y HuamaliHuánuco o cultura de los Yarovilcas; nación, reino o confederación a la que llegaron primero los conquistadores cusqueños con Túpac Yupanqui y después los españoles, y que hoy, si bien se analiza, culturalmente son ya mestizas, cholas, más que indias. Ello por el fenómeno sociológico de la
simbiosis o transculturación, a través del tiempo, de las culturas Incas y europeas o española. Indiquemos, ahora, algunos aspectos literarios y extraliterarios de la novela y las cualidades adictas a su autor. No precisamente en estricta actitud de crítica, sino en estimativa literaria o de simpatía por las letras como quiere el teorista francés Albert Thisbaudet. Escrita con prosa ligera, desnuda, sencilla, descriptiva –que hacen fácil su lectura-; NEGRO CIELO es una novela de tipo realista o que dice más de la verdad y de la vida que da la belleza o estética literaria. Subrayamos que en ella trasunta un realismo crudo, desnudo; sin el empleo de la metáfora o la subimagen que son aditamentos propios del realismo mágico o de ficción y que, por el contrario, en su verismo, abre al camino de los extraliterario. Es que son páginas testificales, documentales, y por ello mismo útiles al estudio de la antropología, etnología e historia de una comunidad o ayllu indígena. Y elaborado, se ve claramente, con el pan de la vieja tesis científica de Taine o los ingredientes de: ambiente, tiempo o momento y raza o grupo humano. Desde otro ángulo de apreciación, los capítulos que lo constituyen son, en gran parte, una relación de hechos vividos y sentidos por el escritor que, por ser oriundo de la región-natural de la ciudad de La Unión- es diestro conocedor del medio geográfico en que actúan sus personajes, particularmente Bonell y Tayta Achico; los que están captados y que con su prestancia dan unidad al trama o tejido narrativo, desde el primero al último capítulo de la obra. Su prosa es parca en el uso de palabras del idioma quechua, salvo el caso de los nombres propios o intraducibles al castellano. Defecto grave e intolerable es cuando se abusa del léxico quechua o nuestro idioma nativo, bajo el pretexto de <<rescatar o descubrir el peruanismo original>>, como se observa, verbifracia, en Agua de José María Arguedas, obra que es una verdadera jerga de castellano y quechua; a la que, por la idolatría literaria, los críticos bisoños la califican de <<literatura india, auténtica>>, siendo mestizos, indoespañoles o cholos sus actores, como
fue cholo su propio autor andahuaylino que siempre disimuló su condición de tal, pasando por un misti, un viracocha. Cuanto al paisaje como <<tierra y cielo, como aire y luz>>, cual reclama el gran estetista mexicano Alfonso Reyes para <<la investigación y el descubrimientos de nuestro ser americano>>, está dosificado en pinceladas sobrias al describirnos los matices de la naturaleza serrana y andina. Pero sobre todo, en NEGRO CIELO hallamos temas y que sepamos hasta hoy han permanecido inéditos en el que hacer de la novelística peruana. El caso de la simbiosis o transculturación de un hombre blanco –Bonell- que posponiendo los valores espirituales y culturales propios de la civilización occidental o europea, se indianiza. Al revés, Cleta, una mujer india o mestiza serrana, se norteamericaniza o europeiza. Caso este de transculturación individual que nos explica, cabalmente, en el prólogo del libro el profesor Augusto Cardich: el notable arqueólogo, descubridor del Hombre de Lauricocha, cuan culto escritor e hijo del novelista. La obra es también testimonio de la vida del hombre comunero de puna o de las altas tierras andinas que por el intercambio y obtención de productos agrícolas o por labrarse una holgada economía, se desplaza a la conquista de las tierras cálidas de la selva, siguiendo un ancestral movimiento migratorio. Asimismo en NEGRO CIELO se nos dice que el indio o el mestizo, individualmente o en común, es hospitalario, laborioso, de vida sencilla y sinceramente humano; en visión contraria a la de Enrique López Albújar que nos presenta una comunidad con tipos rudos, primitivos, bárbaros y muy propios de la criminología, como veremos, más adelante. Dentro de la catalogación de la narrativa peruana, NEGRO CIELO es novela andina e indigenista; y en la que, felizmente, no encontramos la <<sierra trágica>>, al <<indio triste y su quena>>, ni al mestizo o cholo <<tinterillo, verdugo de los de su raza>>. Vulgaridades aquellas sostenidas y repetidas ayer, en el siglo XVIII, por los colaboradores coronista del <<Mercurio Peruano>> y hoy mediocres escritores u oportunistas, ávidos de fama y liderismo político. Seudo indigenista éstos que no trataron al indio en
persona, que no convivieron con sus miembros en el seno de una comunidad, que no hurgaron su intimidad , ni supieron de sus trabajos, dolores y alegrías; que no vienen de la estirpe india para sentirlos como suyos. Pero que valiéndose de simples referencias, armados de una dudosa bibliografía, en tarea de salón o después de un cómodo viajecito de unos cuantos días a una ciudad serrana, escriben novelas, cuentos, ensayos, versos, y los publican en Lima o París, en beneficio personal y ganancia de libreros, en verdadera nueve forma de explotación del indio y de su patrimonio cultural. En tan artificiosa literatura o colmada de irrealidades, los sociólogos <<interpretan la realidad peruana>> y los críticos de ocasión hallan categorías estéticas, <<un nuevo mundo literario>> y hasta planteamientos sociales o la literatura política, <<comprometida>>. En este panorama de mistificaciones, la novela que tratamos es auténticamente indigenista y no indígena o india que es expresión directa, prístina, del alma de la raza nativa y que sólo se encuentra en la arqueología cultural, por decir, que hoy casi no existe o subsiste – esta nuestra tesis general- la creación pura del genio indio, porque después de la llegada de los españoles todo se ha amestizado en los Andes. En el recuento de la producción literaria en que confluyen el hombre y el ambiente huanuqueños, encontramos similitud, en varios aspectos, de NEGRO CIELO con YARUPAJÁ, novela de Mauro Aquino Albornoz; y una profunda contradicción del contenido de ambos volúmenes con el de CUENTOS ANDINOS de López Albújar, escritor no huanuqueño, pero cuyos actores son de la misma área geográfica andina del departamento de Huánuco. Ya tenemos dicho en el prólogo al libro de Aquino Albornoz: <<YARUPAJÁ>> forma un binomio con Negro Cielo de Cardich. Ambos constituyen un testimonio de la vida del hombre de los pueblos del Alto Marañón que miran y deslizan hacia la selva y hacia la costa, al mar. Pero ambos también, en el fondo, significan un planteamiento de los problemas socioeconómicos de aquel privilegiado trozo del territorio nacional al que nosotros le nombramos <<nudo arqueológico>>; porque en él conjugan las cinco edades, descritas por Guamán Poma, por las que pasó la cultura
en los Andes, desde la aparición del hombre de Lauricocha la etapa de los incas. Libros que revelan, aunque con escritura literaria, la realidad social, y cuyos personajes o actores son diferentes a los que se muestran en CUENTOS ANDINOS y que actúan en un escenario carente, en absoluto, de luz, tierra y cielo o del ancho paisaje andino, cual reos y delicuentes. Es que por la pluma del notable escritor piurano o lambayecano, destila un abierto rencor –muy propio de la gleba negra, zamboide o costeña- por la raza india o serrana. Y el indio y el cholo huanuqueño, según <<la psicología deducida –lo declara- como juez de primera instancia de Huánuco>>, el indio es <<ladrón, mentiroso, ocioso, traidor, hipócrita, cobarde, vengativo, servil, explotador de su raza, tinterillo, leguleyo, etc., etc. >>; es decir, acumula todos los defectos y vicios, es un monstruo de la especie humana. (Sobre la psicología del indio <<Amauta>>, N°. 6, p. 4, Lima). Exactamente lo que escribiera el botánico español Hipólito Ruiz en 1777, <<sobre la naturaleza del indio en la provincia de Huánuco>>, para justificar la dominación española y explotación del indio o <<ser inferior>> y por estos vicios merecedor de ser gobernador por el rigor. (<<Relación histórica del viaje al Perú>>, T.I. p. XVI). Idéntico es también el juicio de José de la Riva Agüero y Osma, Marqués de Monte Azul de Aulestia, que visitó la sierra sur peruana por 1912 <<estudiando al indio>>. (<<Estudios Literarios>> T.1.). Juicios adversos, tremendamente injuriosos, los de López Albújar que extremó Luis Alberto Sánchez en ocasión de la polémica con José Carlos Mariátegui, cuando reclama la <<necesidad de exterminar a la raza india>>. (Balance literario). (Celebrada y curiosa polémica retórica, sobre el indio y su comunidad entre dos intelectuales que no habían salido de Lima, ni conocían el Perú, menos la indio). Es que el autor de CUENTOS ADINOS no conoció el ambiente circundante de sus personajes indios, ni diseño su psicología cierta, real, no recorrió los pueblos y comunidades de Margos, Chaulán, Pampamarca, Obas, Chupán, de donde eran oriundos Aurelio Calixto, Magariño, Cunce Maylle y demás. Sus famosos <<cuentos>> fueron redactados en la soledad de la hacienda de Pucuchinche, a pocos kilómetros de la ciudad de Huánuco, en ocasión de unas vacaciones judiciales forzadas o suspensión que le impuso la Corte
Suprema como a juez que <<había desacatado la ley>> al dictar una sentencia. Lo redactó teniendo a la diestra los expedientes de instrucción criminal que le proporcionaba su escribano Linares y apoyándose en las referencias, dantescas que le proporcionó un tal Leoncito Ayllón, natural de Huánuco, y que residía por temporadas en Chupán, pueblo en el que jamás estuvo López Albújar, ni <<tomó apuntes de sus visitas a dicha comunidad primigenia>> como afirma temerariamente, Tomás G. Escajadillo, uno de los devotos o panegiristas del autor de Matalaché, novela del negro piurano (<<Sesenta años de Cuentos Andinos>>, Expreso, Lima, abril 1980). El celebrado autor de Cuentos Andinos no sólo no viajó a las serranías en que sitúa a sus trágicos personajes, a los <<shucuyes y bandoleros indios>>, sino que no pudo buscar los hechos que relata, con dura prosa, en el verdadero marco del tiempo histórico; admitiendo por eso como verídico de las costumbres o derecho consuetudinario, lo inverosímil, lo falso, lo no practicado, como aquella <<justicia india>> de ushanan jampi o último remedio, el que consistía –dice- en el juzgamiento <<por el pueblo en masa de un delincuente convicto al que daban muerte, generalmente a palos, descuartizando su cadáver y arrojándolo al fondo de los ríos o despeñaderos>> y <<sirviendo de pasto a los perros y a las aves de rapiña>>. Penalidad bárbara esta practicada según López Albújar y su prologuista Ezequiel S. Ayllón en pleno siglo XX, en Chupán, pueblo situado entre La Unión y Llata, ciudades capitales de Dos de Mayo y Humalíes. Es decir, que por aquella región y pueblo no habían pasado ni el gobierno incaico –que tuvo una gran capital regional en Huánuco Viejo y en la que la justicia por delitos graves se practicaba sólo por el Tucuyricoc, en nombre del inca; ni el régimen colonial en que los corregidores conocían los delitos cometidos por aquellos en Llata o en Quivilla, donde residía el corregidor de Huamalíes; ni la república con sus jueces de primera instancia. Cuento o tesis que por falsa y como productor de la mente creadora del escritor, la refutamos, ampliamente, en nuestro libro y tesis doctoral, El Derecho Indiano (Lima, 1946).
Porque nunca se practicó aquella justicia en aquel pueblo de Chupán, tendido en las altas faldas de río Marañón por donde anduvimos y visitamos en 1940, indagando el caso de dicha bárbara <<justicia>> y cuyos hijos, los más ancianos escuchaban atónitos tal nueva del ushanan jampi; y por haber atribuido a su comunidad tan espantoso delito decían que, en desagravio, desearían “practicar tal justicia en la persona del autor del cuento>>. Pero, pese a la falsedad, a lo irreal del caso, el relato, <<Ushanan jampi>> ha sido tomado como procedimiento de <<justicia india>>, como institución sobreviviente del régimen autóctono, <<y comentado por escritores de talla de José Carlos Mariátegui (Siete Ensayos de la Realidad Peruana, proceso de la literatura, p. 254), y por tantos teóricos repetidores, desde profesores universitarios, a los antologistas apresurados y periodistas empeñados en el ruidoso afán informativo. Declaramos que las presentes líneas no tienen otro fin que rendir homenaje a la pluma del codepartamento y amigo fallecido en Lima, y que con Negro Cielo revelara su vocación literaria en los postreros años de su vida octogenaria. Caso raro en el Perú en que el ímpetu juvenil empuja a la publicidad a pretender renombre cuando apenas comenzamos en el <<mal leer y peor escribir>>, como diría Gracián, el conceptista. Libro a cuya aparición silenció la crítica oficialista de Lima, pero que fue comentado favorablemente en Argentina. Copiemos un solo juicio: <<La novela se expande literariamente al mismo tiempo que realiza una penetración en el análisis de tipos y costumbres de las zonas elegidas como escenario. Una prosa calibrada, nutrida, determina una constante que sirve de vehículo expresivo. El autor traslada al nivel de las letras un mundillo que no sólo responde a pautas estéticas, sino también a un ahondamiento antropológico. En suma, un libro que aporta al interés de su propio valer>>. (<<La Prensa>>. Suplemento dominical. Buenos Aires, 25 de marzo de 1973). No difundida, sin embargo de su importancia, para el conocimiento de la múltiple vida comunal del cosmos andino. Esta omisión exige una edición peruana para la masa de los lectores. Así como esperamos la edición póstuma de la inédita Soraida, con la que como esperamos la edición, y
entre decenas, obtuviera el quinto puesto en el concurso literario de novelas para autores de habla español, patrocinado por la revista <<Gemas>> de Bilbao, España. Que así sea. Lima, Agosto de 1981 4.- HUÁNUCO DE AYER TRADICIONES, COSTUMBRES, PERSONAJES Y VIDA SOCIAL HUANUQUEÑA de Nicolás Vizcaya Malpartida.
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PRÓLOGO ESTUDIO DE JOSÉ VARALLANOS (*) COMENCEMOS declarando que las subsiguientes páginas constituyen, en verdad, un estudio complementario de la presente obra y de nuestra “Historia de Huánuco” y solo por tener tal carácter se justifica, acaso, la extensión de ellas que rebalsan, en mucho, lo especifico de un clásico prólogo. Por otra parte, la importancia de los temas que trato que no solo atañen a Huánuco sino al Perú, así como la ocasión que hallamos para relacionar nuestra pluma con la del noble escritor amigo, nos ha empujado también a ello y que el lector común o el culto, podrá apreciar o discrepar de nuestro doble empeño. En el presente volumen, Nicolás R. Malpartida trata de la ciudad de Huánuco y región, en los aspectos de la tradición, costumbres, folklore y temas afines. De esta su primera obra antológica, el cauto y maduro escritor dice que es una recopilación de artículos publicados y otros inéditos, y que son recuerdos de infancia, recogidos de la tradición oral o proveniente de noticias habladas en viejos infolios. Sea cual fuere su origen, elaboración y género narrativo, los de este libro son capítulos en los que se exalta la vida social e idiosincrasia de un pueblo señorial del Perú. Aquella urbe que, para someter al indomable Inca Illatupac y pacificar la zona que fuera fundada por el capitán Gómez de Alvarado, bajo el patrocinio de la Virgen del Tránsito o Asunción, en 15 de agosto de 1539, sobre los mismos muros de la ciudad incaica de Huánuco–Marca que fuera
elegida por Túpac Inca Yupanqui y Capac Apo Chaua en la planicie, a 3,520 metros de altura, llamada hoy Huánuco Viejo, en la provincia de Dos de Mayo. Trasladada por Pedro Barroso, meses después, la fundación española, a 20 lenguas al S.E., al idílico Valle del Pilco o Paucarbamba, a orillas del río Huallaga habitada por los Ayllus Chupachos y donde la asentara definitivamente el capitán Pedro de Puelles, en 2 de febrero de 1543, pero conservando el nombre quechua castellanizado de la famosa metrópoli imperial precolombina, pues el nombre Huanuco proviene de guanuco. Ciudad-frontera que, en las primeras décadas del Virreinato, obtuviera un escudo de la Corona Española con el mote de “Muy Noble y Muy leal Ciudad de León de los Caballeros“ (1554). (Escudo de armas expedido con arreglo a la ciencia heráldica oficial y consistente en un campo un “León” de pie que con una garra tiene prendido a un capitán Hernández Giron- y con la otra le tira con una cadena que pende del cuello“. Pero por la ignorancia de la heráldica y la testarudez “oficial”, han dividido el campo del escudo, agregándole un “ave Pilco en vuelo” dándole así a Huánuco un escudo folklórico.) Reducto y asiento de “nobles y primeros conquistadores españoles” al decir de los cronistas y que, con el transcurso de los años, sus descendientes, en su opulencia, constituyeron una pequeña elite social ligada étnica y culturalmente a España o la llamada nobleza colonial, hasta su decadencia en el siglo XVII. En tanto, de la unión sexual de las indias con los españoles de las clases medias y bajas mineros, arrieros, maestros de obras, criaderos y mayordomos, soldados o vagos nacen los mestizos indo-españoles o cholos en su basta jurisdicción. Particularmente los miembros del clero, los curas de las doctrinas de los pueblos de los cincos corregimientos de su Cabildo, son los progenitores más activos e incognitos del mestizaje. Clase esta racial y social, siempre en crecimiento, dio a Huánuco y región prestancia de un pueblo históricamente mestizo por excelencia y cuyas tradiciones y costumbres y demás elementos sociales, como consecuencia de la transculturación y simbiosis de lo indio y de lo español, han llegado hasta este siglo y para nosotros significan y constituyen las bases de nuestra verdadera nacionalidad, de nuestra personalidad de pueblo. Pero para las actuales generaciones, sin conciencia racial ni tradición cultural, lo de ayer es intranscendente, inútil y hay que rechazarlo; sin considerar que
el pasado es una etapa histórica de lo que deriva o le sucede la presente. Es que Huánuco, como todo el Perú, sufre de la europeización, de la “yanquinizacion” o cosmopolitismo que nos trae la civilización mecánica con el cine, la moda, la radio, la televisión, desperuanizándonos, deshuanuqueñizándonos, valga el término, e importándose hasta “ideologías” políticas, cual mercadería para traficar con ella. **** De los temas tratados por nuestro autor, glosemos algunos de ellos, comenzando por “Los Negritos”, danza que exhibe Huánuco como típica en al actual arena folklórica del Perú. De lo escrito ocupándose de ella – Javier Pulgar Vidal, Esteban Pavletich y Rosa Alarco– el ensayo de Vizcaya Malpartida es el mejor realizado hasta hoy y en el que considera o analiza los diversos elementos de la danza: personajes, vestimenta, ejecución, movimientos o coreografía y música; y todo ello encajado en el ambiente en que se realiza el suntuoso espectáculo. Empero, discrepamos que tal danza fuera traída o creada por los negros que llegaron al Perú con los conquistadores españoles. El negro personaje social, ayer deprimido y exaltado hoy, reclama tratarlo con atención y justicia, pero ajustado a la verdad histórica. Si es verdad que algunas docenas de negros acompañaron a Pizarro -autorizado este por la Capitulación de Toledo- y a otros capitanes en la invasión del Tahuantinsuyo, eran aquellos ya cristianizados, procedentes de España o de las Antillas, donde los habían adquirido. Recordemos, anecdóticamente, que el primer negro que pisó tierras del Perú, fue aquel que desembarcara en Tumbes en compañía de Alonso Molina, en uno de los viajes de exploración de Pizarro. Cuentan los cronistas que los indios lo miraban atónitos y que algunos, venciendo su temor, se le acercaban y pasaban las manos por el cuerpo para untarse con su tinte. También lo hallamos en el sitio del Cusco, 1534, cercado por Manco II con don Pedro de Alvarado desde Nicaragua, a la conquista de Quito, y que fueron vendidos en el Perú; y aquel negro que cortara la cabeza del Virrey Blasco Núñez de Vela, en Añaquito, por mandato de su amo Illán Suárez de Carvajal.
El comercio de los negros lo realizaron conquistadores conforme al sistema imperante en España. Pues, en la península la compra venta la practicaron legalmente, antes de los Reyes Católicos, por los mercaderes andaluces. Descubierta América, los nombrados monarcas ordenaron y otorgaron licencia, entre ellas una para que el Gobernador Ovando de la Isla La Española (Haití) pudiera introducir a “Indias y Tierra Firme negros esclavos, pero nacidos en poder de cristianos“, llegando el primer lote de 200, en 1502, a la Isla La Española, para que se vendiese en su real nombre a los vecinos” de aquella isla: los que fueron empleados al cultivo de la caña de azúcar. Existía, pues, como vemos, la trata de negros antes que en defensa de los indios clamara Fray Bartolomé de las Casas, a quien la mala información sindica como el promotor del transporte de negros para sustituir a los indios caribeños diezmados por la explotación e inhumanidad de los españoles en los trabajos agrícolas y mineros, en aquellas inclementes tierras tropicales de las tierras de las Antillas. El triste negocio de venta de negros o carne humana, se practicó en todas las colonias españolas de América desde pocos años antes del descubrimiento de este continente hasta el siglo XIX o sea más de siglo y medio, siendo la única condición llenar los trámites administrativos y abonar los impuestos, el monto de tales derechos aduaneros de los “embarques” de negros a América, se destinó al “costo de la fábrica de los palacios reales de Madrid”, y aunque la iglesia mediante los papas, como Paulo III, se opuso a la esclavitud y a la trata de negros, sus miembros o representantes, muy vedadamente, compraban y vendían esclavos. Los que llegaron a América y al Perú, desde el siglo XVI al XVIII, traídos por los portugueses, franceses e ingleses, previa licencia de la corona española, vinieron de África en barcos llamados negreros que encallaban en Portobello (Panamá) y Veracruz (México) para su venta en Cartagena de Indias, Lima y Buenos Aires que fueron las principales “plazas de feria” o de la venta de negros. (Entre las grandes empresas dedicadas al triste tráfico que dejaba reales ganancias, se contaban varias compañías portuguesas, la compañía real de Guinea, de los franceses, la real compañía del Mar del Sur, de capitalistas ingleses, las que venían con
verdaderas flotas de barcos que atravesaban miles de millas de mares tropicales, el del Atlántico y de las Antillas) en 1616, apuntaba al cronista Vásquez de Espinoza, en este puerto de Cartagena atracan hasta 12 barcos al año, atestados de negros para venta a los agricultores de las Antillas, Colombia, Venezuela, Panamá y Perú. La forma como viajaban o se les conducía a estos “prisioneros del blanco” era de horror y el trato que recibían inhumano, semidesnudos, amarrados de tres en tres a un madero que descansaba en los hombros y el cuello, los pies encadenados, para evitar se subleven o arrojen al mar, pues muchos se suicidaban para no proseguir en el tormento y ser esclavos, obligados a cantar y bailar al son de un tambor y una gaita, como medida terapéutica, para discipar la melancolía suicida, bajo la vista de un marinero que les rondaba con un “caballito” (azote de nueve colas) en la mano, para repeler cualquier desmán, silenciar sus gritos o aullidos, no por diversión sino porque se les ordenaba, cantaban canciones melancólicas, monótonas, referentes al hambre, a los quehaceres y remembranzas de sus países de origen . Arrumados en las bodegas sin ventilación y sin servicios higiénicos o baño alguno, con una pobre alimentación que se les arrojaba y unas cuantas tomas de agua, eran diezmados por la peste, particularmente por el escorbuto, significando cada muerte una perdida para el dueño o tratante y el alza del precio de la “mercadería” para compensar su balanza comercial. Las empresas traficantes tenían puestos o factorías establecidas en la costa occidental de África y mediante sus agentes las adquirían de los reyezuelos que vendían por lote a sus prisioneros de sus guerras tribales o eran los cazados en las selvas por cazadores adiestrados en tal oficio, que eran europeos, guiados por los de tribus enemigas. Los que se adquirieron en el Perú fueron negros procedentes de Guinea, Cabo Verde, Costa de Oro, Sierra Morena, Cambia, Senegal, Congo y Angola y que pertenecían a diversas tribus o castas y que no solo se diferenciaban por su desarrollo intelectual o grado de civilización, sino también por su rendimiento en el trabajo. De aquí que los guineos, por superiores y los minas por sus actitudes, eran preferidos por los
compradores que abonaban hasta 500 pesos o petacones por piezas, en tanto los de otras costas el precio variaba de 150 a 300 pesos. Tal monto fluctuaba también según fueran bozales o recién llegados, criollos o nacidos en America, estos ya expertos en el trabajo agrícola o en una industria manual y según la edad, el sexo y salud. De todos los que sufrían el tráfico, los menos apreciados eran los “mandingas” o rebeldes y defectos el trabajo y de aquí que a todo esclavo peligroso se le llamó mandinga. En los años de la Conquista del Perú, por un “negro cristiano” se abonaba de 150 a 700 pesos, si era “diestro en labores y en armas”, es decir experto en varias ligeras artes como preparar la pólvora, cuidar de los caballos y combatir a los indios en las guerras con éstos, etc. El repugnante comercio de los negros bozales o recién llegados se realizaba en el campo de feria de Lima, cada vez que atracaba en el Callao un barco “negrero” procedente de Panamá; y la Caja Real percibía hasta 30 pesos por la transferencia de cada “pieza de ébano”, constituyendo tal ingreso un renglón del Presupuesto Virreinal bajo el rubro de “Entrada de negros”. En las barracas de San Lázaro (Abajo el Puente, Rímac) donde se les exponía cubiertos solo con una túnica de tela de algodón de color morado, se realizaba el remate bajo martillero y fe de Escribano Público o Notario,” con todas sus tachas, vicios y defectos, enfermedades públicas y secretas, por de alma en boca y costal de huesos, a uso de feria franco y según como se estila y la frase ” ha sido ganado en buena guerra “ , papel en que se declaraba también la obligación del comprador de redimirlo abonando que fuera el valor oblado con el trabajo del esclavo. La transacción fuera de feria, de los criollos o “negros de la tierra”, se extendía en los oficios de los escribanos de las ciudades o villas; en Lima, verbigracia, en uno de los escribanos de la Plaza Mayor o de Armas, llamado así. Adquirido que era, si el esclavo no tenía marca que se describía en el documento de venta, la primera operación del amo era marcarlos con hierro candente en la espalda con un sello o signo o letras, para ser identificado en caso de huida, transferencia o muerte. ****
Los compradores eran los grandes propietarios de tierras, los mineros, los potentados, los caciques (como lo ha demostrado documentalmente Hard-Terré), o cualquiera persona, ya que el negocio era libre, llamándose “amo” desde el momento de cerrada la operación. Lo adquirían también, indirectamente, pese a las prohibiciones de los papas, los frayles para el cultivo de los fundos de su orden o para el servicio de mano de sus conventos; y los propios virreyes, oficialmente, para dedicarlos al trabajo de las mitas en reemplazo de los indios y con dinero oblado por sus comunidades o ayllus. Así los negros comprados por el Virrey García Hurtado de Mendoza (1590) para el servicio y guarda del puente de Tablachaca (Abancay) cuya tórrida quebrada y duro trabajo era tumba de los naturales procedentes de tierras frías. A los grupos de trabajo se llamaban cuadrillas, a órdenes de un capitán o capataz. Los negros se radicaron en la costa, en los valles y quebradas de la sierra lindantes con la selva, cuyo clima cálido era propicio a su naturaleza de raza del trópico africano. En realidad, el mayor número o porcentaje de la población negra vivía en la costa, como lo demuestran los censos; siendo muy reducido su número en la sierra donde era víctima de la agresividad climática, razón por la que el negro huía del frio y del panorama andino, naciendo de ello el pareado popular: “gallinazo no canta en puna y si canta es por fortuna”. El amo era el dueño y señor de su esclavo, a cuya condición económica y mando se sometía como lo prescribían las leyes y ordenanzas reales. Y como la esclavitud era hereditaria, el hijo de una mujer esclava nacía esclavo y pertenecía al dueño de la madre, aunque el padre fuera libre; y el hijo de una mujer libre era libre, aunque el padre fuera esclavo, pudiendo el marido comprar la libertad de su mujer e hijo, prefiriendo a los padres blancos que tuvieran hijos en mujeres negras esclavas. Los terratenientes los dedicaron al cultivo y molienda de la caña de azúcar, a la fábrica de jabones, cueros y a la preparación del carbón de palo en las haciendas de los valles costeños, en las que habitaban en galpones con sus mujeres e hijos adscritos al inmueble en cuyos títulos de propiedad figuraban como semovientes y se les contaba, verbigracia, juntamente que los bueyes o mulos. En el caso de venta del fundo, su
precio se estimaba según el número de esclavos o brazos de trabajo con que contaban. En una escritura de transferencia de un fundo, en el siglo XVIII, se lee: “se dá en venta el fundo (Talambo) con 80 piezas para labores, entre hombres y mujeres...”). Los mineros los destinaban al trabajo de las minas afirmando que “un negro valía por 5 indios”; actividad en la que los negros actuaban, en particular, como capataces de los indios mitayos de los que eran sus verdugos o “brazos derecho del amo para flagelar a los indios”, como gráficamente nos muestra Guamán Poma de Ayala. Al mayor número de negros criollos, los potentados los dedicaban el servicio doméstico o de sus casas en las ciudades, significando en las familias holganza económica y valer social el tener el mayor número de esclavos a los que cuidaban su salud, porque les había costado su dinero, en tanto el indio no les costaba nada, y no les importaba su salud y vida. (En las haciendas, los amos cuidaban la reproducción de sus esclavos y para tener más brazos para el trabajo, y hasta contaban con un “padrillo” para embarazar a las negras púberes). Persona de mediana economía o propietarios de pequeñas industrias, panaderías, carpintería, ornamentaría y demás -adquirían negros para hacerlos trabajar “a la vista” o alquilarlos para vivir de su trabajo cual renta que “produce un capital” de ahí el dicho colonial: “mis negros me mantienen”. A los negros criollos de las ciudades que los alquilaban para peones o ayudantes de obras de construcciones en especial, se les llamaban negros de “oficios”, quienes aprendían tales oficios de otros negros venidos de España, de Santo Domingo, o de los maestros españoles. Gran número de madres de familia de la sociedad virreinal, especialmente en ciudades como Lima, tenían o alquilaban negras esclavas para amamantar a sus hijos o las llamadas “amas de leche”; y de aquí, acaso, el efecto instintivo del blanco criollo por la raza negra y sus manifestaciones emotivas -pues la leche materna de idioma y espíritu- y la natural aversión por el indio y el mundo andino; y su preferencia sexual por la negra, dando lugar al nacimiento del mulato, casta que como el negro es su “enemigo” y
contrario a todo lo indio. Y es el mismo español que, en su política de “dividir para gobernar”, difunde y mantiene el odio, entre el indio y el negro; los separa para que no pudiera aliarse y rebelarse contra su autoridad. Por la protección del español al negro éste se cree “señor” ante los indios a los que les da malos tratamientos de palabra y obra y les llama “perros” al igual que el español, que les permite y consiente. Pero pese a la discordia, en muchas oportunidades, se forjó entre ambos grupos una alianza para rebelarse contra el común opresor. Tal lo ocurrido en Panamá en que indios y negros lucharon bajo una sola bandera con el mando del famoso “Capitán Barallano”; rebelión repelida sangrientamente; y la de los valles de Quillabamba, jurisdicción de Vilcabamba, Cusco, en que los esclavos africanos atacaron a las propiedades y a sus defensores, destruyendo los ingenios de caña del acaudalado español Toribio de Bustamante; encabezados por el indio “pilcocón” Francisco Chichina, a quien por su valentía y otras dotes, los negros lo eligieron por su capitán. Alzamiento que fuera develado bajo el gobierno del Virrey Velasco, por el Corregidor Don Diego de Aguilar y de Córdova, el poeta de “La Soledad entretenida” y que fuera vecino de Huánuco. ***** Los negros bozales que ingresaron al Perú fueron, en su mayoría, mandingas, minas, carabelies, locumas, terranovas, sumumes, cambundas, angolas, congos, misangas y otras; pero todas de las rudas y primitivas tribus y que no portaron su dialecto nativo y si lo tuvieron como los angolas, los olvidaron o perdieron en su aislamiento o por convivir con miembros de otras castas. Teniendo por eso que adoptar el idioma de sus amos, el romance o castellano, así como un descendiente o criollos, los que alteraron su fonética introduciendo uno que otro vocablo al idioma español. No llegaron a nuestros territorios, verbigracia, las castas de los irulas, ijebu, ondos, etc. que conocían hasta la escritura ideográfica; grupos tribales estos que ingresaron a las colonias antillanas y al Brasil, donde han dejado una imborrable huella en sus descendientes o los afroamericanos. (Se sabe que los angolas uno de los grupos que llegaron al Perú, tenían lengua propia llamada angola y que, hasta principios del siglo
XVII, la hablaban dichos negros, de mayor número en los valles de Chincha y Mala; que recogida por el padre Sandoval, éste juesuita escribió hasta un catecismo en dicho dialecto para distribuirlo entre los negros de Lima y provincias. Aunque sin resultado, porque los negros no aprendieron a leer y olvidaron su lengua por el castellano de sus duros amos. Carentes de idioma o casi carentes, las manifestaciones artísticas de los negros o “piezas de ébano” -cual el trato notarial- eran de las más primitivas, provocadas por el dolor o la alegría colectiva. Sus cantos consistían en gritos guturales ; sus danzas y bailes, en saltos o movimientos lúbricos que realizaban en confusión y desorden, al son de tambores u otros instrumentos como la quijada de un asno, con los que producían un ruido infernal y monótono. En el siglo XVIII, sobre el particular escribía Concolorcorvo en su “Lazarillo de los ciegos caminantes”: “Los negros civilizados en sus reinos son infinitamente más groseros que los indios. Repare el buen Inca, la diferencia que hay en los bailes, canto y música de una nación y otra nación. Los instrumentos de los indios son las flautillas… y los tamborillos. Su canto es suave aunque toca siempre a fúnebre. Sus danzas son muy serias y acompasadas… Las diversiones de los negros bozales son las más bárbaras y groseras que se pueden imaginar. Su canto es un aúllo. De ver solo los instrumentos de su música se inferirá lo desagradable de su sonido. La quijada de un asno bien descarnada, con su dentadura floja, son las cuerdas de su principal instrumento, que rascan con un hueso de carnero, asta u otro palo duro y con que hacen unos altos y atiples tan fastidiosos y desagradables que provocan a tapar los oídos o correr a los burros, que son los animales más estólicos y menos espantables… Usan los negros un tronco hueco, y a los dos extremos le ciñan un pellejo tosco. Este tambor lo carga un negro tendido sobre su cabeza, y otro va por detrás, con dos palitos en la mano, en figura de zancos, golpeando al cuero con sus puntas, sin orden y solo con el fin de hacer ruido… y sus danzas se reducen a menear la barriga y las cabezas con mucha deshonestidad, a que acompañan con gestos ridículos, y que traen a la imaginación la fiesta que hace al diablo los brujos en sus sábados… y todos principian y finalizan en las borracheras”. Es más, la dama primitiva, bestial, bajo la denominación de “El son de los Diablos” se practicaba hasta el presente siglo y con cultivadores en Lima,
Chiclayo, Chincha, territorios de mayor porcentaje de población formada de los negros y zambos, y que alcanzamos nosotros a presenciarlo en las calles de Lima; y que el mulato Martín Fierro la presenta en sus acuarelas de la primera década de la República. ***** En la Colonia y hasta mediados del Siglo XIX, los negros esclavos estaban sujetos a leyes inhumanas y a la voluntad de sus amos quienes como dijimos, los marcaban con hierro candente en la parte derecha del pecho o la espalda -práctica cruel suprimida por la orden real de Carlos IV, en 1784- y les propinaban azotes en público; la castración, mutilación y la muerte y por faltas y delitos. A los perezosos y a los huidos rescatados los hacían trabajar engrillados y de sol a sol, con mísero alimento, o los encerraban en calabozos con instrumentos de suplicio como el potro. Existiendo “haciendas especializadas en “domar negros” y a cuya sola amenaza de remitirlo a ellas, los aterrorizaba. Siendo célebre en el valle del Rímac (Lima) la hacienda de La Molina, por su cárcel subterránea, instrumentos de tortura y el insufrible trabajo forzado bajo el rigor de las cadenas y el látigo, cuyo recuerdo fúnebre pasó a la tradición y dio origen a unas coplas y danza, al producirse, en 1854, la manumisión decretada por Castilla y que decía: “A la Molina no voy/porque libre ya soy/viva don Ramón Castilla/nuestro libertador”. Por ordenanzas reales expresas, les estaba prohibido llevar armas, andar sueltos por las ciudades, villas y pueblos, servirse de indias o convivir con ellas; juntarse con negros de otras haciendas, aun para la distracción. No podían vestirse, sino de una túnica de algodón o jerga, y las mujeres estaban impedidas de usar sedas, mantos, perlas y otros adornos. Si fallecían debían ser sepultados sin caja funeraria y en un lugar designado en el campo para cementerio de los de su condición y clase; debiendo asistir, en las ciudades, para las prácticas religiosas solo a la parroquia destinada a los negros; y cuando no vivían en la casa de sus amos y los libertos debían residir en barrios y galpones especiales, independiente y lejos de los indios .Los amos por mandato real y de la Iglesia , debín inculcarles la religión católica , bautizándolos y poniendoles un nombrte , y como apellido eldel amo o del fundo al que pertenecían . Debían
también alimentarlos y vestirlos , descarles descanso los días de guarda , permitiéndoles sus diversiones;dejándoles de libre elección para el matrimonio , pero debiendo el amo comprar a la mujer de su esclavo y el dueño de la mujer abonmar por el marido ; y, finalmente llevar un padrón de ellos con los datos de su nacimiento , matrimonio y defunción. En una Real Cédula dictada en el siglo XVIII , se especifica su educación , ocupación , alimntos , vestimenta , diversiones , trato de los enfermos y enfermerías u hospitales para esclavos . Está cédula y otras que se citaron por la Corona , desde el siglo XVI , en los años de la Conquista , están incluidas , en resumen , en el Libro VII , Titulo V (De los mulatos , negros barberios e hijos de indios), en la 2Recopilación de las Leyes de los Reynos de las Indias” , promulgado por Carlos III , en 1680 . ***** Desde los años de la fundación de Lima, los negros cometían fechorías: atacando a los indios, robándoles y violando a sus mujeres e hijas; y los huidos de las casas y haciendas de sus amos, convertidos en cimarrones, en bandas, asaltaban en los campos y caminos. De estos hechos común los negros, noticia en su “Diario Juan Antonio Suardo”: “27 de marzo de 1630 que un negro esclavo mató a puñaladas a su amo, mayordomo español de la hacienda Huachipa”. En la Colonia obligaron a las autoridades darles batalla hasta poner sus cabezas en la horca, para escarmiento. Tal lo realizado por el Alcalde de Lima don Lorenzo Aldana contra los 600 negros que, aprovechando la lucha entre Gonzalo Pizarro y el Virrey Núñez de Vela, se rebelaron en las haciendas, y sitiaron Lima, pretendiendo apoderarse de las mujeres de los españoles. Levantamiento que puso fin el nombrado jefe cabildante después de sangrientos encuentros, para exponer la cabeza del “Rey mandinga” en un poste al ingreso a la ciudad. Estos negros eran ferozmente perseguidos por sus amos hasta dar con ellos, volviéndolos a sus galpones o los mataban sin conmiseración. El nombrado Suardo anota que el “18 de abril de 1632, la Santa Hermandad trajo a esta ciudad (Lima) y paseó por las calles acostumbradas cinco cabezas de negros cimarrones, seis negras vivas y tres negros”, que actúan por Cieneguilla, portada de ingreso de la sierra central a Lima.
Vaca de Castro y el Cabildo limeño dictaron ordenanzas o mandatos rígidos, imponiéndoles desde el azote, el trabajo forzado “e engrillado”, la mutilación, la castración y la horca; así como se facultaba que cualquier persona podía dar muerte a un negro cimarrón y cuya cabeza se ponía precio. Para terminar con los escándalos, dado el número de indios y negros en la capital del Virreinato, se fundó, anexo a Lima, el pueblo de naturales denominado Santiago o del cercado, llamado así por estar cercado de altos muros de adobes, con puertas que se cerraban cada noche para evitar el ingreso de negros para los que se instalaron galpones en San Lázaro, llamado después Malambo. Pero muchas de las disposiciones reales o cabildantes o las contenidas en “Las Leyes de Indias”, no se cumplían y en la práctica la condición de los negros variaba según fueran sus amos tolerantes o despóticos; pero, en general, eran mejor tratados, llevaban una vida superior a la de los indios, con excepción de los caciques o gobernadores de repartimientos de naturales. En Lima, verbigracia, mimaron a los negros y mulatos, tolerando sus vicios y hasta usando las familias de su influencia para extraerlos de los brazos de la justicia, es que tales mulatos provenían de los amores furtivos del “patrón” o del “niño de la casa” con las negras esclavas en las que se iniciaba la vida sexual de los “amitos”. Estos negros criollos y los mulatos imitaron de sus amos el lenguaje, la ostentación, los placeres y la vestimenta. Pues no la túnica de jerga o algodón, usaban pantalones y casacas o camisetas de paño de Quito y sombreros; y las mujeres faldas y blusas con encajes, sarcillos y pañuelo rojo que cubrían la cabeza, como nos muestra gráficamente Guamán Poma de Ayala (1570-1616) y Flora Tristán nos dice en comienzos de la República (1835). ****** De otro lado, la unión sexual de los españoles y criollos blancos con la negra y del negro con la india, dio lugar al nacimiento de los mulatos y
zambos o casta de crecido número en la costa del Perú virreinal como notician Guamán Poma y otros autores. El cronista huanuqueño dice más, que las indias yungas aceptaban y preferían a los negros que a los serranos. El crecimiento de dichas castas débese a la preferencia del español por la negra y su desdén por la india; contrariamente lo que ocurría en la sierra en la que la preferida era la india, para dar origen a otro mestizaje el de español e indio. De la preferencia del blanco por la mujer negra, nos informa el Cronista Anónimo (1615): “Los españoles son muy aficionados a tratar con negras, como ellas las crían en todos en sus pechos asi le son más aficionados que a las españolas”. De aquí también, repetimos, lo expresado antes, el clásico e instintivo desdén del mulato y del zambo por el indio, y de ser estos los peores enemigos corruptores de los nativos. El Virrey Mendoza y Luna, Marqués de Montesclaros, decía de ellos: “cada uno de estos mulatos… son rayo contra los indios, por lo cual en manda no viven ni conversan entre ellos, así como por el mal tratamiento que les hacen como por las costumbres que aprenden de su compañía”. Los negros hijos de padre y madre africanos llamabase criollos, al igual que los hijos de españoles nacidos en esta tierra, tenemos ya dicho. Muchos negros criollos como estaba permitido por la ordenanzas reales, obtuvieron su libertad o rescate, abonando el precio que habían hablado por ellos, o eran declarados libres por merced de sus amos que generalmente le concedían como gracias testamentaria; llamándose entonces libertos u horros. De estos en los más aptos eran pasteleros, floricultores, agüeros, y las mujeres eran modistas, maestras de bocados y manjares de harina de camote y maíz y azúcares. Tales negros, criollos, zambos o zambahigos y mulatos, al decir de Unanue, “en disposición de cuerpo y también en vicios, aventajaban a sus padres nacidos en África”. Y Guamán Poma de Ayala que en su famoso libro “Nueva Crónica y Buen Gobierno” les indica un capítulo, y dice que los “criollos, mulatos o zambahigos son ociosos, inclinados al robo, jugadores y bellacos, robadores y ladrones; que por robar matan a sus amos y enseñan vicios a los bozales o recién llegados así como a los indios el juego, la borrachera y otros vicios; raptando a las indias o dándoles
dinero sustraído de sus amos para vivir con ellas, que no se morigeran razón por la que sus amos los tienen cargados de cadenas”. Estos negros criollos asimilaron, el idioma, la religión, las costumbres y el régimen social español imperante en el Virreinato; formando los gremios de oficios y cofradías o asociaciones religiosas en las que el sentimiento solidario era vigoroso. Vervigracia en Lima, en el siglo XVIII, existían seis cofradías de negros; la de Nuestra Señora de Guadalupe, Nuestra Señora del Rosario, Nuestra Señora de El Salvador, Nuestra Señora la Antigua, entre las primeras; y tres cofradías de mulatos, organizadas todas por la orden religiosa de San Francisco, Mercenarios, Dominicos y Jesuitas. En los gremios de oficios formaban los negros y separadamente los mulatos y zambos con sus maestros, oficiales, capataces, y en las cofradías se agrupaban en torno a un Santo Patrono y en este cuerpo de sus miembros elegían mayordomos, cargadores, sahumadores, celadores y danzantes. La celebración religiosa del Santo Patrón del Gremio o de la Cofradía, completábase con diversiones en las que sus componentes volcaban sus sentimientos de alegría o dolor; practicando bailes, danzas, representaciones y desfiles a la usanza española y que terminaba en borracheras. Producía ello como compensación a sus duros trabajos y monótona vida, autorizados por mandato real y la Iglesia que obligaban a los amos darles descanso en los días de guarda o de fiesta oficial, “para que se distraigan, expandan en sus costumbres y tengan recogido y diversión”, pero prohibiéndoles las danzas obscenas y contra la moral cristiana”, reza la ordenanza del Virrey Marqués de Cañete que la dictó reglamentándola: “Que los negros danzaban salvajemente en los corrales y no fueran por las calles estorbando el tránsito de los carruajes y que también no ocupasen las plazas bailando salvajemente ante la mirada de los vecinos”. En tales días festivos, en las ciudades, los grupos o pandillas de negros en fanfarria visitaban las casas principales, principiando por las de las autoridades, danzando y realizando sus representaciones y en recompensa de lo cual recibían comidas, bebidas o dineros de los dueños de casa, dinero que servía para sufragar los gastos de la fiesta. Animaban el jolgorio la típica orquesta del tambor cilíndrico y una quijada de asno
que en el siglo XVI se complementó con una flauta, una vihuela, cascabeles y la “presencia de un corista que repetía un estribillo monótono”, apunta el investigador colombiano Aquiles Escalante. ****** Por mandato real y de la Iglesia, dijimos, los amos debían tener a sus esclavos bajo la fe cristiana, particularmente bautizarlos y enseñarles el catecismo a los infantes o esclavitos; labor que corría a cargo de los curas o doctrineros que les enseñaban también algunas danzas españolas relacionadas con las festividades del Calendario católico como el Corpus Cristi y la Navidad o Nacimiento de Jesús. Este mismo adoctrinamiento se realizaba con los niños indios; pero mientras que a estos se les inculcaba los principios de la Fe en su propio idioma –el quechua o runa-shimi– y se les permitía presentarse en las festividades con sus danzas y trajes nativos, como lo hacían en Corpus Cristi, en el Cusco, entonando himnos religiosos traducidos del castellano al quechua y con la melodía del jarahui incaico, que nos relata Garcilaso , a los infantes negros los adoctrinaban en castellano o romance, enseñándoles a cantar, en particular, redondillas navideñas y danzas con música del folklore español, medieval o morisco, del siglo XV; siendo trajeados por sus amos con prendas españolas de la época, en verdadera emulación de las más poderosas familias, llamándoles “sus negritos adoradores del Niño Jesús”. Así nació, en la Colonia, la “Danza de los Negritos”, en las ciudades y villas de encomenderos y acaudalados propietarios de esclavos. Danza que, acopiada merced al tiempo, ha llegado hasta nosotros convertida en popular, tradicional y folklórica. Pero laicalizada, despojado de su puro carácter religioso con que naciera, y ejecutado no ya “por niños negros”, sino por adultos mestizos indio-españoles o cholos, en la que se confunden diversos personajes y de épocas diferentes; teniendo del negro solo el nombre en diminutivo y el color de la máscara con que ocultan sus rostros indígenas los que los practican o danzan. Y como muy bien lo dice Vizcaya Malpartida, “el mestizo indohispano hace suya la danza, “y se indianiza”.
En las grandes festividades oficiales de la Colonia -la proclamación de un nuevo soberano, el nacimiento de un príncipe o el matrimonio del Rey español- en las “procesiones heroicas” (hoy cívicas) que tenían lugar en la plaza mayor de armas de las ciudades como en Lima, en las fechas señaladas o programadas en el desfile, después de los españoles, criollos, indios, el cuarto lugar ocupaban los “pardos” (negros y sus castas). En este orden desfilaban las huestes negras de las cofradías o gremios: los hombres, en cuadrillas, disfrazados con máscaras de madera, delantales de cueros de tigres y leones; cubiertos del rostro, el cuello y las piernas con plumas de colores; y las mujeres aparecían en carruajes simulando de reinas y princesas, con coronas guarnecidas de piedras preciosas, collares y brazaletes de oro y plata, ataviados de lujosos vestidos de brocado y de seda con bordados magníficos. Trajes y verdadera emulación y competencia de familias. (“Ved quien presenta mejor a sus esclavas honrando a sus amos”, era el comentario público). Marchaban sus pandillas al son del tambor y de la flauta, con monótonos cantos o gritos y dando brincos y haciendo contorsiones. Terminando el júbilo o los días de fiesta, los hombres se incorporaban a sus labores diarias, y las mujeres devolvían tales joyas y vestidos a sus amas, para proseguir su vida triste con los rigores de la esclavitud. A estos desfiles o procesiones reales, los gremios acudían en verdadera competencia y en los que, verbigracia, los indios rememoraban a sus antiguos reyes y grandes solteros, representados por sus más apuestos tipos, conducidos en regias literas, portando cetros y cubiertos de pectorales y brazaletes de oro y plata, trajeados de púrpura y otras ricas telas. Ahí desfilaban de Manco Capac o Huascar, a los que acompañaban con sus cánticos las ñustas; y la música lenta de las quenas, zampoñas, tamboriles y tambores de guerra; y ejecutando sus danzas colectivas, rurales. (Esplendor que describe con su barroca pluma don Jerónimo Fernández de Castro en su “Eliseo Peruano, Solemnida Real, etc.”. (Lima, 1725). He aquí otro testimonio, el del poeta colonial don Rodrigo de Carvajal y Robles, autor del opúsculo poético “Fiestas que se celebró en la ciudad de los Reyes por el nacimiento del Príncipe Carlos de Austria”, (1632), en que
relata la actuación en ellas de los negros y mulatos. Los negros bozales dice- desfilaban por la Plaza Mayor a pie, en cuadrillas, disfrazados de animales: y los criollos lo hacían a caballo con lujosos aporreos, “presentando batallas”, para terminar con un Viva el Rey. Ingresaban los mulatos -prosigue- en “Barcos” o carruajes tirados por caballos y armados de guerreros griegos representando a los héroes de las guerras de Troya como Héctor, Paris, Menelao y otros: para luego simular combates y finalmente “libertar a Elena”; dedicando el “paseo y su trofeo” al Militante Católico Rey de las Españas”. Desde el siglo XVIII, los negros libertos y sus castas, al igual que los indios, bajo el control de los clérigos españoles “extirpadores de idolatrías”, practicaban danzas, bailes y música en las que imitaban a las populares españoles, ejercitándolas en las celebraciones religiosas del calendario cristiano, como ya vimos, nos noticia Guamán Poma. Los jesuitas les enseñaron música a los negros y mulatos, quienes mostraban inclinación natural para dicho arte. En el siglo XVII, en el Colegio de San Pablo, “existía una orquesta de música de negros que tocaban clarinete, chirimía, trompetas, laúdes, virhuelas y rabales”. En sus diversiones, los negros y mulatos, imitando a los motetes y música españoles, bailaban y danzaban en los corrales y plazas, dando expansión a su sensualidad atávica; porque toda manifestación emotiva del negro tiende a la relación sexual con la hembra. Y de estas orgías, este desempeño lasívico, ya en el siglo XVI, se vio condenado por el Arzobispo Mogrovejo “por desenfrenada corrupción, pues las parejas zapateaban en traje edénico, con cantos de un sensualismo grosero y exceso de libaciones de alcohol”. Estas manifestaciones lúbricas, en el siglo XVI, se sintetizan en el fandango “danza deshonesta”, al decir de Jorge Juan y Ulloa, al extremo que fue prohibido por la Iglesia, pero pese a ello, lo practicaban los mismos españoles y hasta los eclesiásticos, en la decadencia de la conducta que nos dicen los nombrados visitadores de la Corona. Aparte del fandango o “danza negroide”, algunas primitivas danzas mantenidas por los negros del campo o rurales han llegado hasta el presento siglo, como el Son de los Diablos, que tenemos ya nombrado. ******
Declarada la República y abolida la esclavitud por San Martín y Castilla (1854) se transformaron, un tanto, la vida y manifestaciones artísticas del negro y sus castas. El canto, el baile y la danza españoles o europeas los imitan, las bajan de su escala artística y las popularizan y desnaturalizan, apareciendo danzas como la cachucha, el mismis, el lando, la zamucueca, la marinera etc., todas aquellas imitaciones por los viajeros y que el pintor mulato Pancho Fierro nos muestra en sus acuarelas y encima de ellas aparecen unos mulatos bailando “con un cajón y un arpa”. Max Daiguet, el escritor francés que pasó por Lima en 1843, escribía: “Los negros desnaturalizan las danzas graciosas y sentimentales del Perú, introduciendo en ellas las posturas grotescas y los impulsos desordenados de sus bamboulas africanas”. En el nombrado siglo en la costa peruana, sobre todo en Lima, -cabeza cultural del Perú y de donde se expande para todo el territorio nacional en el centralismo- los negros y sus castas, adoptan otros bailes, danzas, versificaciones y ritmos e instrumentos musicales procedentes de Las Antillas y Cuba, Colombia y Brasil, países en los que es vigorosa la prestancia de la raza en sus descendientes o afroamericanos. De otro lado, refiriéndonos al Perú, exagerándose el volumen de la población negra en la Colonia, al dicho del Virrey Príncipe de Esquilache (1616) de que “en Lima por un español existían 10 negros”, negristas como Juan José Vega y Fernando Romero, sostienen del “aporte negro en la formación de nuestra nacionalidad post-tahuantinsuyana” y la presencia, entre nosotros de “fuertes rasgos de sus anteriores culturas africanas”. El ingreso de negros en el siglo XVII fue de 500 a 2,000 por año, y en el siglo XVIII (1677) el ingreso mayor no pasó de 10.000 anual. De estos ingresantes el mayor número radicaban en Lima. Hemos sostenido y sostenemos que el negro no aportó elemento valedero alguno a nuestra música, danza, bailes o a los módulos de nuestra vida y tradición social. Por eso es casi temerario afirmar con Arturo Jiménez Borja, “ que los negros que llegaron con los conquistadores y los que más tarde “vinieron” en calidad de esclavos aportaron al baile popular peruano nuevos acentos”.
No negamos que sus descendientes –los mulatos y zambos y zambohigos , porque él se fortifica la sangre y las aptitudes personales– sus tipos más representativos hayan dado muestras de su particular talento en el arte y en el desempeño intelectual; pero dichos personajes siempre imbuidos de hibridismo, no mostraron una conducta señorial, actitudes de rebelión o protesta, y prefirieron el acomodo, la cortesanía, el servilismo, cual dañido legado del espíritu colonialista. Hombre biólogo más que hombre espiritual o cultural. Lo negro y lo negroide, no es peruano; en todo caso, constituye lo subperuano; que no lo auténtico peruano que es el mestizo, el indio, andino. Y siendo así estamos por un “Perú sin negros”. Por eso es pueril hablar de un “Perú negro”, exponiendo unas danzas y todas importadas o creadas en un afán momético de africanizarnos. Política que en el fondo es aversión a lo indio y a su cultura, con ese andianismo de encomenderos coloniales en plena república. El negro y su grupo o étnico en el Perú repetimos, no creó una canción o una danza, todo lo imitó deformándolo y sexualizándolo; porque el negro siempre fue un hombre encadenado. Bien ha escrito el eminente Carlos Vega: “El acto de crear requiere como fondo y condición cierto grado de autonomía social del grupo al que pertenece el individuo… se necesita que los espíritus no estén en actitud de imitar”. ****** Propuesta una visión general, concretémonos al caso del negro de Huánuco, a la danza de “Los Negritos”. El negro estuvo presente en Huánuco desde los primeros años de la conquista española. Pues algunos fundadores de la ciudad llegan con sus esclavos, procedentes de Panamá y Nicaragua. En nuestra "Historia de Huánuco” hemos consignado que Barrionuevo el Viejo, trajo de la Paz (Bolivia) 50 esclavos negros para trabajar juntamente con los indios, en las minas de oro de Ninamarca y Tomarica y que, el capitán Gómez Arias Dávila, conquistador de Rupa-Rupa, llegó a la ciudad con algunos esclavos; y que el Licenciado Diego de Álvarez (1570) testamentariamente dejó dinero para la compra de 12 negros para que trabajasen en la
construcción de la iglesia de San Agustín. Y en las rebeliones de Gonzalo Pizarro y Hernández Girón contra la Corona, los encomenderos Miguel de la Serna, Valentín Pardavé, Francisco de Garay y otros, secundados por sus negros e indios combatieron y capturaron a Hernández, por cuya hazaña de fidelidad al Rey de España le confirió a la ciudad un escudo de armas y el título de “Muy Noble y Muy Leal Ciudad de León de Huánuco de los Caballeros”. En verdad reducido fue el número de negros en la jurisdicción de Huánuco colonial como en el republicano. Tan reducido fue que en el valle del Huallaga, que sepamos, no forman una capellanía, gremio o cabildo. No hallamos su número en el censo del Virrey Marqués de Montesclaros (siglo XVII, 1616); y en el del Virrey Gil de Taboada y Lemos (siglo XVII, 1794), entre libres y esclavos se registran en la ciudad de Huánuco 39, y 43 en el corregimiento de Huamalíes. Tadeo Hanke en su “Descripción” del Reino del Perú”, asigna a Huánuco y Huamalies “negros esclavos y “perdidos” (mulatos y zambos), sin fijar número. Hipólito Ruiz que visitó Huánuco por 1778, afirma haber hallado en la ciudad 30 entre negros y mulatos. En Huamalíes algunos caciques de sus pueblos adquieren uno que otro negro para su servicio personal, los que, andando el tiempo, son absorbidos por las comunidades al matrimoniarse o convivir con las indias; dejando descendientes que se disuelve en la raza india cual gota de agua dulce en la mar. Este mismo fenómeno se produjo en el Cusco, Apurimac, Huancavelica, Cajamarca, de aquí que sus descendientes, ya lejanos, muestran algunos rasgos fisonómicos negroides cual los cabellos ensortijados y el ánimo prospectico propio del africano. Bajo la República, los que resultaron favorecidos por la manumisión de Castilla (1854) no pasan de 30 entre hombres y mujeres, dispersos en el valle del Huallaga y su ceja de selva. En el Censo de 1876, en el Departamento de Huánuco se registra 65 negros, de ellos 19 en la provincia de Huamalíes, empleados en la agricultura y en los lavaderos de oro de Sausac, hacienda Morla, cerca de la ciudad de Llata. En el Censo de 1940, suman 45 en todo el territorio departamental y de ellos 25 residentes en la ciudad de Huánuco y los restantes en la provincia selvática de Leoncio Prado. (En los últimos censos se han suprimido la
categoría racial, por convenirse así a la “política de estadística”, resultando el Perú habitado por gentes sin raza alguna). Los que van a Huánuco en compañía de los conquistadores y los que llegan después, a estar por documentos notariales, son de la casta de los guineos, biafras y bram, que se comprobaban y vendían a 500 pesos por cabeza. A los casos que consigna Vizcaya Malpartida en las páginas de su libro, agreguemos que a mediados del siglo XVI, el español Ramírez en la ciudad de Huánuco dio en trueque tres negros de su propiedad por un caballo; y en 20 de abril de 1815, el capitán de milicias Ignacio Prado vendió al capitán Alonso Mejorada, gobernador de los Panataguas, un negro esclavo por 300 pesos y por ante el Subdelegado Pablo Travitazo. Los “caballeros de Huánuco” adquieren, generalmente, negros criollos que los dedican a la agricultura en el valle del Huallaga, particularmente al cultivo de la caña de azúcar para la elaboración del azúcar y la chancaca; los tienen como domésticos y de “guarda espaldas”, o los emplean en la recolección de la cascarilla y el cultivo de la coca en las selvas próximas. Y los negros libertos se desempeñan en la albañería, carpintería y otros oficios. Del cruce del español de la clase media con la india nacieron algunos mulatos, y del negro con la india algunos zambos. Este pequeño grupo y su casta no impusieron, en absoluto, en Huánuco modalidad alguna artística o de costumbre. Los nacimientos y matrimonios de los negros se registraban en los libros en la Parroquia de San Cristóbal, que era de indios y negros; subrayando que en la partida de los negros aparece la frase: “madre negra, padre desconocido”, cuando eran hijos de blancos. ****** Veamos, ahora, a “Los Negritos” en sus componentes o personajes, atuendo o vestimenta escenario, música o melodía e instrumentos; comenzando por su origen o historia. (Anotamos que no hemos hallado antecedente alguno de la danza en el panorama de las “danzas coloniales”. Apenas en “Mercurio Peruano” de 1792 uno de los polemistas sobre el yaravi, nombra entre los bailes de la época: “el negrito”.
Analizando con atención hallamos que esta danza colectiva es mestiza o hispano-india y que nada tiene del negro, salvo el nombre en diminutivo, como ya dijimos. Ella como toda danza es la expresión de la vida de un grupo étnico y en la que se sintetiza etapas histórico-coloniales y republicano y sus costumbres; una especie de crónica viviente y directa. Su origen, ya tenemos dicho, es colonial, nacida con fin religioso y que, en su evolución, se convirtió en danza profana y de adultos en los años de la República; teniendo el carácter de popular más que de folklórica, y de crítica más que alabanza. Son personajes de la Colonia: el corochano que es la representación burlesca del corregidor español, el turco es el encomendero poderoso señor que cobra los tributos y negocia con los indios, y la dama es la mujer de éste, la matrona española; los caporales son los directores de las faenas de trabajo de campo de los negros; el abanderado es el Alferez Real, miembro del Cabildo, quien en las ceremonias o desfiles portaba el estandarte de la Corona, emblema que declarada la República, se trocó con la bandera argentina en recuerdo a San Martín o libertador de los negros. El vestuario que lucen, chaquetas o cotones, levas, chalecos de pana o terciopelo cargados de dibujos churriguerescos y de diversos motivos bordados finamente con hilos de oro y plata; las más caras de cuero o gamuza, adornadas con cuentas y abalorios; son del uso del pasado tiempo colonial. Las charreteras, las bandas, los escarpines, las botas, el chicote con campanilla, la bombilla para absorber el mate, la matraca, el látigo son del uso de los años coloniales. Elementos últimos estos que han venido adoptándolo el personal de la danza y en la evolución de esta hasta convertirla en cuerpo mixto o mestizo como se presenta hoy. Es indudable que en el cuerpo de la danza y su ejecución, se revelan, simbólicamente, las diversas fases de la vida del negro esclavo; y su música, melodía y ritmo, que es vigorosa y alegre, una las modalidades de lo español e indio. Danza con reminicencias del Coloniaje o modificada con los aportes de la vestimenta y otros elementos de la vida republicana que se introdujeron con la libertad del negro criollo que despertó a una nueva realidad social. La danza y música de “Los Negritos” tienen acaso su lejano origen en la Morisca española. Esta danza derivada de Las Moriscas que, en el siglo XVI, la “Danzaban 6 hombres, uno de ellos con vestido de mujer llamada
Dama y un Diablo, que llevaban las campanillas cosidas a la ropa; cuyos oponentes se pintaban la cara; danza guerrera que después evolucionó hasta convertirse en suntuosa y cortesana. Cuando Pizarro y los suyos arribaron a nuestras playas (1533), la morisca se bailaba en España introducida ya en la masa popular como evocación o tradición de la lucha entre moros y cristianos; y se ejecutaba al son o compás de tambores y pífanos. No dudamos que esta danza la portaron los españoles al Perú, donde se modificó en sus figuras y complementó con la escena de la Adoración y la Despedida. Pero todo ello ejecutado en la Colonia y al son de la flauta, el bombo, los cascabeles; y en la República con instrumentos de vientos: el requinto, el trombón, el clarinete, el saxofón, el bombo, el tambor, los platillos, las cadenas de plata y las campanillas le dan gran sonoridad al conjunto. Banda musical conformada así es la que anima la danza en sus diversos momentos como la Adoración del Niño y el baile en las visitas de los danzantes, a las más notables familias; ocasión en la que se efectúan las mudanzas o figuras, y luego en el esplendor de la alegría se baila la cachua, la muliza, la marinera que tan en detalle describe el autor del presente volumen. Danza que la tienen por suya la gente de la ciudad de Huánuco, donde se le ha cultivado desde los años coloniales; haciéndola faustuosa y pocas veces vista en nuestros escenarios de espectáculos folklóricos. Desde que apareciera en aquella urbe la danza de Los Negritos Adoradores, los españoles en su aversión o desprecio al indio, a sus cantos, bailes a su folklore, la prefirieron y dieron su apoyo y simpatía al negro esclavo o no. Es que Huánuco, la “ciudad de los caballeros”, como Lima, fue anti-india, españolizante y europeizante, y por la falta de conciencia nacional y cultural, y la aceptación en el seno de su sociedad de todo forastero, venido a suerte, postergóse lo auténtico huanuqueño y peruano histórico. Empero la ciudad y toda su jurisdicción, en su volumen étnico, usos y costumbres, es mestiza, chola, mestizaje que le da personalidad de pueblo afianzado en su propia historia. De otro lado, la danza de “Los Negritos” no es exclusiva de la ciudad de Huánuco, como no lo es el yaraví de Arequipa. Se la baila o danza por los mestizos en diferentes lugares del Perú, en las provincias andinas -que en
las costeñas no se la conoce, salvo en Cañete -hoy centro del negrerismo peruano- donde se baila en estos últimos años imitando a la danza huanuqueña. Hemos presenciado “Los Negritos” en Parinacochas, con motivo de la celebración de la Virgen de las Nieves; en los pueblos del Valle del Mantaro, en los del departamento de Ancash. Lo ejecutan también los indios conforme a su versión y como sátira al negro; pues va la cuadrilla con sus vestidos trapos, toscas botas, burdas máscaras negras y otros implementos; y danzan dando saltos discordes, gritos esténtoreos, revolcándose por el suelo y cubriéndose el rostro y el cuerpo con barro húmedo, cual puercos, simulando actos y voces de los negros. Llámase a esta danza Yana Guchi Danza” o la danza de los negros puercos. Es la respuesta histórica del indio a la clásica antipatía del negro por la nativa raza. Es de advertir que los grupos de Huánuco, donde se baila en todo el departamento en especial en las provincias de Ambo, Huamalíes y Dos de Mayo, llevan lujosa vestimenta que, por su trabajo y bordados, no admite comparación alguna con otros de la República, y sus bailes o figuras son armoniosos y artísticos. (Por afición a la danza, más que al sentido selectivo de clase, universitarios y profesionales huanuqueños han formado sus grupos de danzantes y sus bandas de música, llamándose por eso tanto de “los profesionales” que en sí lo son también en el cultivo de la danza. Y actúan tanto en Huánuco como en Lima). Es del mismo género de “Los Negritos”, la danza del Tuy-Tuy, que nosotros le llamamos de los Corregidores, que se práctica en los pueblos de Dos de Mayo y Huamalíes en días anteriores o como anticipo de Navidad. Se presentan los danzantes al son de la música instrumental con su vestimenta de paño negro -calzón corto, levita, tongo y bastón-, y los pasos lentos y rítmicos de la danza, así como los ademanes ceremoniosos de los actores, significan a los caballeros españoles o a los corregidores que dejaron su figura histórica en aquella zona territorial peruana. Finalmente, convenimos con Vizcaya Malpartida que, la danza de “Los Negritos” más popular que folklórica en la ciudad de Huánuco, conviene conservarla en sus puras esencias; debiendo proseguir por tanto como expresión de lo mestizo, de lo cholo, en el grado que ostentó conforme
viejas tradiciones hasta fines del año veinte de este siglo, con sus marineras, cachuas y mulizas como complementarias del baile; que en las provincias de Huamalíes y Dos de Mayo debe conservarse según sus costumbres indías, aparte de su pachahuala de neta raíz yarovilca, cuya música interesa ser mantenida en su expresión propia de saludo o celebración del amanecer. Opinando nosotros que la danza que tratamos (Los Negritos) no es consecuencia de la explotación del negro, ni en ella hallamos el gesto de su protesta por la sociedad que la tuvo cautivo y lo explotó, sino que todo lo significado en el cuerpo de la “danza suite” es de la creación del mestizo con el motivo o el pretexto del negro; y quien lo mantiene al lado de su sentimiento es el cholo e indio, y no el negro ni sus descendientes. ***** Referente al análisis de la música, dejemos a Rosa Alarco, noble amante de la raza india y que descansa, en sueño eterno en un pueblito de los Andes, ella nos ha dejado apuntes sobre este aspecto en su ensayo nombrado “Los Negritos de Huánuco” (Lima, 1975). Al nacer la danza y durante muchos años fue acompañada con una flauta y un bombo, actualmente lo es por una banda instrumental de viento compuesta de piezas de metal en su mayoría europeos, y de auxiliares como acabamos de numerarlos. E igual que en la danza, en la música se distingue cuatro aspectos: La Cofradía, la Adoración, el Paseo y el Baile popular; los que en el fondo, conforman una “Suite”. La música de la Cofradía en su ejecución, es de muchas variantes y diversas melodías que corresponden a diversos pasajes de la danza, llamándose: Salida, Mudanzas, Final y Despedida. En los compases y sonidos de los diversas Mudanzas, hállase reminiscencias de las antiguas danzas españolas, “la morisca y el pasacalle y el ritmo del huayno o cadencia propia de la música indígena y la carencia total de las sineopias propia de la música negroide; y en todas ellas se juega los compases y las notas en que predominan el “do”, el “re” y el “fa”, ascensos y descensos bajo el pentagrama, y el cambio y los espacios, corcheas y semicorcheas. En el pasaje de la despedida la música es ritmo altamente indígena. En la
estación final del baile popular” las melodías son libres y se toca lo que el pueblo baila en la época; siendo los más usados: cachuas, mulizas, marineras, valses, etc., que consta de entrada, baile y fuga. La música de la adoración, representa “el movimiento de contraste melódico-rítmico”. En conclusión, dice la musicóloga Alarco, “La Danza de los Negritos de Huánuco”, a pesar de referirse directamente al problema de los esclavos negros del Perú, nos sorprende -al hacer un análisis de los elementos que la conforman- con la ausencia de elementos negroides y la presencia en cambio, de notables influencias europea, árabe española, religiosa o indígena, y con alguna reminiscencia patriótico militar. Corresponde, en casi todos sus aspectos, a la danza medieval: “La Morisca”, de origen español o influencia árabe y anterior al descubrimiento de América”. La investigadora nos da pentagrafiada la música de la danza, en sus etapas o movimientos. Y es de mencionar que el maestro Rodolfo Holzman, notable musicólogo residente en la ciudad de Huánuco, en su álbum musical “Música Tradicional del Perú” , ha incluido , ya con técnica artística , el baile de “Los Negritos “. ****** En “Huánuco de Ayer” pasemos a otro tema que describe las costumbres tradicionales, tanto religiosas como paganas que conforman el carácter social popular de aquella urbe. Todas ellas venidas con los españoles desde la Conquista y las que con las aportaciones o elementos indios, se trasformaron en mestizas, enraizándose con el tiempo principalmente en los pueblos andinos cuyos hijos las tienen hoy por suyas y tradicionales. De las festividades paganas, destácase las páginas dedicadas al Carnaval. Costumbre española de solaz y regocijo que se amestiza en los Andes, adicionándose a la fama de sus festejos el “planteo y corte del árbol” que simboliza la fiesta del sembrío y la cosecha de los tiempos incaicos, y al juego con agua, y pinturas y las tunas o los bailes colectivos populares. El “carnaval huanuqueño” era una fiesta de júbilo y algazara que se realizaba en los tres días que presidían al miércoles de ceniza. Ella se iniciaba con la “entrada a la ciudad” y el “bando de don Calixto” o el rey Momo, acompañado de una cabalgata compuesta por los más distinguidos
hijos de la ciudad y que recordaba los “alardes” de los caballeros españoles de la Colonia. Proseguía con su reinado de tres días, terminándose con su “testamento y entierro” en las pampas de Moras. Durante tales días había plantaciones y cortes de árboles en las plazas y calles, paseo de comparsas disfrazadas de blanco, juego con globos y harinas; bailes en los salones o patios de las casonas coloniales, amenizadas por orquestas de instrumentos de cuerda o banda de música con instrumentos metálicos, con variado repertorio de mulizas o pasacalles, cachuas, chimayches, marineras y yaravíes. (El autor de “Huánuco de ayer” estampa en sus páginas texto y música de algunas mulizas y yaravíes, así como en calidad de Apéndice una colección de Bandos de don Calixto, en los que se refleja la sátira y humorismo popular huanuqueño). La fiesta de los Carnavales se celebra en todos los pueblos de las provincias de Huánuco, en especial las de Dos de Mayo y Huamalíes, con sus “cortes de árboles” y ciertas peculiaridades como “pachamanca”, pero en las que no se practicaba la “entrada de don Calixto”. Félix Villarreal Vara nos ha descrito de esta fiesta en las comunidades indígenas, en su trabajo “El Carnaval de Jesús”, aparecido en revistas de folklore. En este capítulo, Vizcaya Malpartida refiriéndose a la muliza discrepa que tal canción proceda de tierras argentinas, que fuera traída al Perú por los arrieros gauchos o pampeanos; afirmando que ella viene del huaylash o pashapas -castellanizado pasacalle- y que es creación del mestizo indoespañol o cholo del centro del Perú andino. Reforcemos con nuestras líneas tal acertada afirmación que plateando una nueva concepción del origen de la muliza al que los folklórogos le han dedicado hasta volúmenes de libro. Dionicio N. Bernal, en su libro “La Muliza”, sostiene que dicha canción popular que tiene por escenario los Andes Centrales, en la Colonia emigró al Norte argentino -Tucumán y Salta- y que, renovado retornó a sus lares con los arrieros mestizos que conducían mulas para el transporte comercial, principalmente para el acarreo de minerales, cuyo famoso centro minero era el Cerro de Pasco o San Esteban de Yauricocha.
Para el nombrado investigador el remoto origen de la muliza estaría el zegel: triste mono-rítmico de ascendencia árabe y con un tipo musical popularizado por los juglares del medioevo español, antes de la aparición de la seguidilla y la copla; y que también tiene relación con el romano español del siglo XVI y la vida del gaucho argentino; que su ascendencia española está manifiesta principalmente en las estrofas o versos de la más bella expresión poética, y aún en el compás de la música, aunque amestizada con la pentatonía incaica. Y finalmente afirma que esta canción, no bailable, se arraigó en Cerro de Pasco y zona, adaptándose el carácter del mestizo de español e indio o cholo en la que canta los hechos del pueblo, resaltando la vida afectiva del amor y la ternura; y sobre todo, “canta -dice- la belleza de la mujer y la conquista del amor”; siendo en la canción la queja ya profunda o leve, debido a las características del medio ambiente, geográfico y el paisaje que los distingue llamándose muliza cerreña, tarmeña, huanuqueña, jaujina, huancaína y huancavelicana, cual es el área territorial que abarca esta canción popular. Para nuestro juicio -nos rectificamos de lo que tenemos escrito sobre ellala muliza al igual que el yaraví provienen del cusi-harahui y del jarayharahui, dos géneros del harahui incaico, tan bien diferenciados por Guamán Poma de Ayala en ”Nueva Crónica y Buen Gobierno”. El cronista de estirpe huanuqueña sotiene que el nombre harahui era genérico y sus especies respondían al grado e intensidad de los sentimientos y motivos que lo inspiraban. Asi el jaray-haralqui era la canción del amor doliente, de la desesperación y sufrimiento del amante; el sancay-harahui o de la expiación del condenado, le antenaba en la cárcel, al cusi-harahui o de la alegría frenética el que se cantaba en las tiendas en forma dialogada, con exclamación y el cumac-harahui canción de la gracia y la belleza.La cusi harahui , subráyamos , era una canción rural incaica que se cantaba en quechua, andando en grupos a paso ligero, al son de la tinya o tamborcillo y con él se expresaba y cantaba el amor doliente. En la Colonia, bajo la dominación española, el cusi-harahui amestizado, un tanto y llenándose de huayllar o pasnpas en quechua pasacalle de una danza española en castellano, es cantado en quechua por los indios al son de la tinya y del pincullo o flauta al ingresar a sus pueblos, después de la
cosecha o siembra, en parejas de hombres y mujeres tomados de las manos. Pero este cusi-harahui que en los años incaicos era canción trotable, de triunfo, se trastocó o se convirtió en la Colonia, en expresador de la tragedia de los hogares de indios asolados por las mitas mineras. El Lic. Juan de Padilla, Juez de la Sala de Crimen de la Audiencia de Lima, escribía: “en el año de 1662… en la provincia de Lucanas, pueblo de Santa Lucía… que convidándose las indias para hacer sus chacras, volvían después estas indias cuando alzaban la labor asidas de las manos y cantando en su lengua y en tono lastimosísimo, lamentaciones de las desdichas que pasaban y a las que les habían sumido las minas de Huancavelica… sin sus maridos, muertos… y obligadas ellas para sustentarse a sembrarles y “trabajar como hombres”. Refiriéndose al tema, conviene saber que, pese a la conquista y al virreinato español en el Perú o la destrucción del alma Inca, y pese también a los gobiernos de esta República colonial, que bajo el pretexto del “progreso y la cultura” se menospreció y menosprecia todo lo nativo; el cusi-harahui se viene cantando y trastocando por las masas indias andinas en ocasión de sus festividades rurales. Y así las vemos ingresando a sus pueblos, por los caminos que llevan a ellos, al son de sus tamborcillos y sus gritos de triunfo. Verbigracia, en la valle de Jauja, en ocasión del día de “Tayta Santiago” y la marca del ganado o toril, festejos tan bien cantados, con trasmisión de sus canciones o harahuis por el ya maestro en folklore Sergio Quijada Jara, en Huancayo. A este mismo cusi-harahui, urbanizándolo, lo hace suyo el mestiso indoespañol o cholo y lo entona, con versos o estrofas arregladas en castellano y con tono musical en el que se entremezclan el ritmo español y la pentatónica incaica, pero siempre acompañado de la guitarra. Y lo modula para expresar los sucesos de su vida y su queja amorosa. Pero como el cholo no es como el indio hombre pedestre, sino hombre a caballo, trotamundo, aventurero y galante, es él quien lo adoptó al compás de la entonación musical al trato del mulo, animal preferido en sus viajes por los ricos de los andes y en particular como arriero; y quien lo canta, guitarra en mano; sobre el lomo de la bestia a lo largo de los caminos en las despedidas del hogar, de los tambos o bajo los balcones y aleros de la
mujer amada al igual que el yaraví. De ello, de mula derivaría muliza o canción preferida de los muleros. Pero sea cual fuera su versificación y ritmo musical, su esencia es india, su raíz está en el harahui, como lo está la del Yaraví. La muliza es, pues, canción mestiza o de otro modo, la nacida de la simbiosis de los elementos españoles a indios, primando, en su transición y evolución, claro está, los ingredientes europeos o en grado mayor que el yaraví. Es originaria de la región andina del centro del Perú, es la creación u obra de un hombre y pueblo indohispano o cholo y que, evolucionado, ha llegado hasta nosotros y es tenida como tradicional y popular en los departamentos de Pasco, Junín, Huánuco y Huancavelica. Signos del tiempo, pero ella en estos nuestros días no se entona ya en las cabalgatas, porque las máquinas motorizadas clausuraron los caminos de herraduras: pero la canción ha ingresado a las orquestas instrumentales y se la escucha en los salones y en las radios. Va en camino de la orquestación, es la ascensión de lo folklórico y popular a la música culta, artística y lo que será obra de los músicos peruanos de verdad. (Que tiempo es de estructurar nuestra cultura, de defender nuestra “tierra espiritual” que vale más que nuestra “tierra geográfica” encerrada en las fronteras). No puede buscarse todavía en España o en la Argentina el origen o los antecedentes históricos de la muliza, negando al indio su valioso y único aporte a lo cultural y espiritual de nuestra nación o la creación del mestizo cholo, nombre colectivo y peruano por excelencia. (No olvidemos, jamás, que todo lo característico u original del Perú, viene de la raza india y de su cultura; y lo sustantivo y valorativo actual es del cholo). De aceptarse que la muliza llegara con los arrieros gauchos que traían venta de ganado mulero para el acarreo en las minas, y como el tráfico comercial era antiguo e intenso en Potosí, Laycacota, Tacna, debió también aparecer tal canción en dichos asientos mineros y trayecto de
Bolivia y Perú; lo que no sucedió, que sepamos. Como ya anotamos más adelante en todas las zonas del sur peruano-boliviano-argentino-, primó el yaraví entre los mestizos, en sus variadas gradaciones, desde el siglo XVI. De otro lado, la musicóloga argentina Isabel Arela, ha indagado, con técnica musical, los géneros de la muliza y la vidala y aunque esta última canción mestiza en su nominación, viene del quechua vidallay, descarta, terminantemente, en beneficio de nuestro patrimonio folklórico, la ascendencia o descendencia de ambos géneros. Hallando si remenicencias del yaraví en las opciones de las serranías de Tucumán; cantar nuestro que fuera a la Argentina desde el Perú, en ticayo colonial, al igual que muchas otras, como lo ha sostenido el eminente profesor Carlos Vega. Convenimos, pues, la tesis de Vizcaya Malpartida, que la muliza es de seco descendencia india, que viene del harahui, del pahe-parin o pasacalle; que el mestizo andino lo adoptó como suyo, a su medio ambiente, a su historia, haciéndola suya, propia. Sobre el yaraví, nuestro autor hace suyo el juicio que tenemos expresado en diversas notas de nuestros libros y en un extenso ensayo, aún inédito; que dicha canción proviene del JARAU KARAWI incaico o canción del amor doliente, de la desesperación y del sufrimiento del amante”, está ligeramente dicho; que el yaraví es canción mestiza en cuyo cuerpo concurren elementos indios y españoles o europeos y cuyo solo nombre está indicando tal amestizamiento o transición: de harahui a yaraví. El cholo o nuestro hombre de los Andes, producto, biológico y cultural, de la conquista española, es quien urbaniza la canción y haciéndola individual, la incorpora al arsenal sentimental de su vida e historia; pero para vaciar la emoción de su pecho o expansión de sus sentimientos amatorios, no solo se vale de la quena sino, preferentemente, de la guitarra, y la modula indistintamente, en coplas de versos en castellano o rara vez en quechua o bilingües; empleando en lo musical el compás de la pentatonía nativa. El yaraví emergió en el siglo XVI bajo el ropaje religioso o místico y más tarde en forma de canción profana, como lo atestiguan los cronistas. El mestizo cusqueño Garcilaso dice que por 1551 el Maestro de Capilla de la Catedral del Cusco, compuso una plegaria mística inspirada en la melodía
del harahui, para mejor convencimiento del caso copiemos al celebrado cronista, “Pareciendo bien estos cantares de los indios (-huayllis en término, genérico es todo cantar incaico-) de los indicios y el tono de ellos, al maestro de capilla de aquella Iglesia catedral, compuso el año del 51 o el de 52, una chanzoneta en canto de órgano para la fiesta del Santísimo Sacramento, contrahecha muy al natural al canto de los Incas. Salieron 8 muchachos mestizos de mis condiscípulos, vestidos como indios… Que representaron en la procesión el cantar o el huaylli de los indios, ayudándoles toda la capilla al retruécano de las copias con gran contento de los españoles y suma alegría de los indios de ver que sus cantos y bailes solemnizasen los españoles la fiesta del Señor Dios Nuestro. Dice que en estos tiempo (1602) se dan mucho los mestizos a componer en indio estos versos (los harahuis), y otros que le sirvan en todo”. Guamán Poma de Ayala, por su parte, en “Nueva Crónica y Buen Gobierno” (1570-1616), muestra gráficamente a un mestizo o cholo, trajeado a la usanza española, con la vihuela en los brazos, cantando versos de yaraví a su dama (p.656). El yaraví, subrayamos, por su composición musical de quejumbre y de endecha amorosa, es mestizo, y género entonado por los amantes dolientes. También subrayamos que, desde su aparición, en el siglo XVI, fue escrito en quechua como también en versos castellanos o trasladado de este idioma al primero por los poetas o versificadores quienes les dieron diversos metros que los equiparon a las coplas y seguidillas españoles; pero el tono musical, su gravedad o agudeza a la que se adaptan a los versos le dan el sello emocional grave, y patético. En particular los escritores mestizos los elaboran en quechua -idioma musical propio para los coloquios- y los identifican con la tradición y alma india de cuya sangre vienen en mayor grado y en cuyo suelo nativo habitan. (“Los mestizos tiran más a la madre india que al padre español y pretenden la libertad de su suelo”, escribía a comienzos del XVII, Solórzano y Pereyra, célebre jurista visitador de las Minas de Huancavelica que viera allá la oprobiosa vida de los indios). Por la mayoritaria presencia del mestizo y el arraigo del cantar en su suelo, en el siglo XVIII, el Cusco se convierte en sede del yaraví auténtico,
mestizo o cholo; ciudad cual fue su cuna y en la que impera, a través de los siglos, la presencia Inca o Imperial, y desde donde recorre todo el virreinato. Siguiéndole en dicho rango: Quito, Arequipa y Chuquisaca, de cuyas dos ciudades, en particular, se difundió por el Sur hasta Rio de la Plata, Santiago del Estero y Tucumán; y por el Norte a Huamanga, Huánuco, Chachapoyas. Respecto a su cultivo con el carácter distintivo de su procedencia, traigamos el testimonio del presbítero de la Catedral de Arequipa el español don Antonio Pereyra y Ruiz, autor del libro “Noticias de la Muy Noble y muy Leal Ciudad de Arequipa en el Reino del Perú (1816). “El cántico del Yaraví -dice- es tan general que en todo el Perú lo hay… Y es tanto más apreciable para sus habitantes, cuanto más triste y lánguido; aprecio que les hace abandonar cualquiera otra música extranjera, o si por algún tiempo oyen un concierto de aquella, no queda saciado su gusto si no se mezcla algo de esta. La ciudad de Chuquisaca, capital del Arzobispado de La Plata, es una de las que impone la ley en estos cantos, extendiéndose después con mucha aceptación entre los limítrofes; sus Colegiales naturalmente inclinados a ellos, con el cultivo de sus ingenios componen continuamente letras adecuadas; tal es el que se ve el N° 50, siendo por la mayor lugubrés que he dicho antes, más recomendable, que el de Arequipa N° 51”. Difundido por los extensos territorios de las Audiencias de La Plata, Lima y Quito, el yaraví acompañado de la guitarra, de la quena o de la melodía, no solo es de los mestizos indo-españoles y de la geografía rural, sino también es cultivado por los criollos o españoles americanos que forman la aristocracia colonial de las ciudades y villas. (Contradiciendo la ley de la aparición y evolución del cantar, que de la alta clase social baja a la tenencia o uso del pueblo o masa popular). En el siglo XVIII, en 1788, Félix Azara lo halla en las pampas argentinas, cantado por los gauchos que le llaman “triste”; y en 1793, noticia un viajero en Huánuco, que los miembros de su más alta sociedad” cantan yaravíes patéticos, amén de otros cantos y bailes españoles como “seguidillas, contradanzas, fandangos, iglesias y cashuas”. Aquellos
modulados por los mestizos son los yaraviés populares y los “cantados por los aristócratas” son los yaravíes criollos o seudo-yaravíes. Tan arraigado estuvo el yaraví en la sociedad colonial que, en el siglo XVIII, es motivo de disertación polémica en “Mercurio Peruano”, a la vez que de la “tristeza del indio” de la que, según los polemistas, derivaba la canción. Esta se había puesto ya cortesana, “criolla”, de salones virreinales limeños en los que se le presentaba como “drama musical”; y hasta ingresa, con el tiempo, con el “personaje indio” o el “buen salvaje” en las obras del teatro europeo de fines del siglo XVIII y principios del XIX; así la ópera lírica “Alcira”, en cuyo trama musical Verdi introduce las “lagrimosas armonías, los tristes ay de los yaravíes” en el diálogo de los amantes de la heroína de la tragedia, la Ñusta Alcira, escrita por Voltaire. Según la región en que se halla vigente, son la variedad de la armonía y el compás, armas del lenguaje o elemento idiomático, se llama verbigracia, yaraví cusqueño , guamanguino, huanuqueño, arequipeño y otros; este es el yaraví colonial, que por el empleo que hace el cholo de los instrumentos musicales y del idioma castellano en los versos, lo distingue del harahui indio. “El yaraví colonial -dice acertadamente Vizcaya Malpartida- no lo entendió el indio de ninguna región del país, tampoco aprendió a pulsar la guitarra, en tanto el arpa y el violín son de su uso común”. En tanto el mestizo, el cholo, ejecuta el yaraví en diversas posiciones con acompañamiento de la guitarra”. ****** Al entrar el yaraví a su etapa republicana, Juan Huallapaimac Mayta (17931814), el poeta mestizo guerrillero altoperuano, natural de Potosí es quien lo cultiva en idioma quechua a la vez que combate contra las tropas realistas, abonando con su vida en el combate de Las Carretas su deseo de libertar su patria de la dominación española. En su propaganda y proclamas que traduce del castellano al quechua, emplea el yaraví amoroso y de despedida de la amada como el heroico. Si bien se observa, el yaraví fue la canción musical que modelaron los rebeldes y luchadores patriotas andinos para sacudirnos del régimen español y de su secuela de explotación. Al igual que el altoperuano, don
Gabriel Aguilar, el poeta y mineralogista huanuqueño, erudito y amigo de Humbolt, ahorcado en el Cusco, juntamente con el moqueguano Manuel Ubalde, en 5 de diciembre de 1805, con el tono del yaraví dejaba la chispa para encender la insurrección por los caminos, tambos, pueblos, ciudades por donde anduviera en su obsesión de libertar al indio, con el que en su dolor se identificara del yugo español y restablecer el Imperio de los Incas. El propio Aguilar, no dudamos, reuniría letras de yaravíes en su libro inédito “Llanto de los indios” sustraído por sus carceleros, cual fuera cultor en dicho género, alimentado, acaso, por la muerte de su esposa en Huánuco, urbe a la que, después de su vuelta de España, fuera a visitar a sus padres. Auténtico libertario al que, otro huanuqueño, Esteban Pavletich, gran escritor y dialéctico, le dedicara el excelente, erudito y dinámico ensayo “Un tal Gabriel Aguilar (Lima, 1967), ubicando la agregía figura. Y a quien Huánuco, pese a su gloria, no le ha levantado siquiera una modesta estatula y muy lejos de ello, cuando nosotros presentamos proyectos de ley al Senado de la República para que la universidad de aquella urbe llevase su nombre, se la sustituyó por la de un psiquiatra, cuya talla no puede comparase en modo alguno con la del precursor y mártir de la emancipación americana, como fuera Aguilar, y al que el Congreso Constituyente de 1823 lo declaró “Benemérito de la Patria” (Ley de 6 Junio, 1823). Empero no es tarde para rendir homenaje de tributo histórico a uno de los más preclaros hijos de Huánuco, “el caballero del ideal e iluminado patriota” y al que los de mentalidad colonialista y los carentes de documentación le llaman “Loco” (Ricardo Palma Tradiciones Peruanas, (T. IV, p, 325), y otro “oscuro minero natural del Cusco”, (Luis Alberto Sánchez, La literatura Peruana. Derrotero T.1., p. 465). ****** Prosigamos en el tema, ya que nos brinda la ocasión . Tanto los eruditos como los incultos señalan a Melgar como el “Autor o creador de los yaravíes”, sindicando a Arequipa como “cuna” de tal canción musicada. Mariano Melgar Valdivieso que recibiera las órdenes menores y fuera torturado por el Obispo Luis de Gonzaga de la Encina y Perla (1810), profesor de Latinidad, Retórica, Filosofía y Matemáticas en el Seminario Conciliar de San Jerónimo (1807-1813). Notario de la Santa Inquisición,
Capellán en la Hacienda Huarango, Valle de Mala, designado por el Cabildo Eclesiástico de la citada urbe; no escribió yaravíes sino “canciones de ruego de amor” o “tiranas”, dedicadas a Belisa (Manuela Perales) y a Silvia (María Santos Corrales, adolescentes de 16 años), las amadas del poeta. Versos en cuarteto y décimas con el rigor de la métrica castellana, canciones que son idénticas a las endechas españolas de la Colección de Juan Antonio Zamácola, que impresa en Madrid en 1805, en su tercera edición, circulaba en el virreinato del Perú, muchísimos años antes del nacimiento del poeta en Arequipa (1790). Los “yaravíes de Melgar”, pertenecen, pues en la letra, al cantar español o, mejor, son imitaciones o traslaciones de las “tiranas” que entonaban los miembros de la alta sociedad colonial. Versos que los escribió ocultamente y a los que jamás les puso música ni los entonó, porque no fue “tunante” ni músico. Solo después de más de 40 años de su heroica muerte de Humachiri (1814), al lado de Pumacahua, que tales estrofas los publicara don Mateo Paz Soldán en “Geografía del Perú” y su sobrino Manuel Moscoso editara el tomo “Poesías de D. Melgar”, en (París 1878), en que se incluyó diez yaravíes, solo después de las nombradas publicaciones, repetimos, compositores anónimos arequipeños las pusieron a dichos versos musicales de los harahuis, llamándoles “yaravíes”. Así nació la gloria literaria del poeta a la par, que su figura de mártir de la libertad y de su patriotismo ocasional, porque su adhesión a Pumacahua no fue consecuencia de sus ideas liberales o libertarias, sino del resentimiento con su alta clase social, o acaso, al conflicto amoroso de ex-seminarista. Los “yaravíes de Melgar” no proceden al harahui indio, ni siquiera fueron traducidos del idioma quechua, sin imitaciones de los verdaderos yaravíes o poesía primitiva de los Incas, del hara-harahui o del amor doliente. Fueron sentidos y dictados por un español, desdeñando el empleo del quechua con que se le escribía y se le cantaba por el mestizo indoespañol, desde el siglo XVI, de Quito a Tucumán. Es que Melgar no hablaba el quechua, ni por su sangre corría la sangre india que, en todo tiempo, fue del auténtico peruano. Si se quiere, los “yaravíes de Melgar” son “criollos” y como todo criollo es imitación y no legítima expresión del
alma nativa, telúrica, profunda. Su calidad de simple imitación de aquellos versos, lo dice García Calderón, el prologuista de la colección de Melgar : “Las mejores composiciones de este género -del yaraví- se encuentran en quechua. Lo que se ha hecho en español son traducciones o imitaciones de aquellas; y el verso que se ha adoptado a estas imitaciones es por la común el de 8 sílabas, en cuartetos o quintillas”. De otro lado, el yaraví era cultivado en Arequipa por gentes mestizas o descendientes de la raza india. Pero Melgar era criollo o español americano, de la alta clase social o burguesa de Arequipa, cuyos hijos se jactaban de su aristocraicismo y de “la pureza de su sangre española” que proclamaban, detestando, históricamente, todo lo indio, sus costumbres, e idioma y asimilando, aunque tardíamente, las europeas. En los años anteriores y posteriores a Melgar, el desdén arequipeño por todo lo nativo o tradicional peruano era evidente. “Los cantos y danzas de los indios y mestizos eran reprobadas por la decencia”, nos dice Flora Tristán que visitó Arequipa en 1833; y es del viajero francés Conde de Sartigas, un año después, (1834), este juicio: “los arequipeños desdeñan las costumbres peruanas o de la tierra allá se baila y canta los londou y el mis-mis… “solo en las tierras altas (de las punas) se cantaban los yaravíes y los llantos. El citado Paz Soldán, arequipeño, escribía “todas las clases sociales de la población hablan únicamente el español… el quechua e idioma de los Incas hablada por los indios y mestizos ha caído en completo desuso y olvido”. Puede afirmarse, documentalmente, que los indios y mestizos de Arequipa, cultivaban y cantaban yaravíes muchas décadas antes del nacimiento de Melgar, al igual que en Huánuco, Cusco, La Paz, Cochabamba, Oruro, Potosi y que tal canción era popular, pese a la repulsión de los españoles y de los españolados, nos dice el Presbitero don Antonio Fereyra Ruís, Párroco de Arequipa y doctrina, dos años después del fusilamiento de Melgar : “los indios componían ciertos cantos llenos de dolor, de queja y penas… Con el correr de los años estos cantos se transformaron en endechas amorosas por obra del mestizo… es general y
se conoce con el nombre de yaraví en todo el Perú”. (“Noticias de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Arequipa”) ya citado. Arequipa no fue, pues, exclusiva tierra del yaraví ni su creador fue Melgar: aristócrata nomarquista y cortesano que escribiera elegías, sonetos, fábulas, décimas para el gusto de gentes de su clase social, y estrofas laudatorias para funcionarios monárquicos y consumados realistas como la Oda dedicada a Don José Baquíjano y Carrillo, Conde de Vista Florida, por haber sido designado miembro del Consejo de Estado en España, al lado del tenebroso Fernando VII. (Elogio rendido este al nombrado realista limeño, un año antes que se enrolara como patriota en las huestes de Pumacahua). Ni puede aceptarse que los “yaravíes son canciones populares de los “lloncos” o mestizos “de los mercados de Arequipa”, según Muñoz Carpio; o una de las tantas tesis para mantener “la cuna del yaraví en Arequipa”. ***** Entre las costumbres paganas que se relatan en el presente volumen, aparte de las acotadas, están las celebraciones de los onomásticos, las serenatas, las lidias de gallos y los juegos infantiles. Subrayándose, entre las cívicas, el “28 de Julio”, pomposamente celebrado en la urbe, con la “entrada” de los danzantes venidos de los vecinos pueblos de indígenas, la víspera” con quemas de cohetes y castillos artificiales, en que se apreciaba la clásica pericia del pirotécnico huanuqueño; “el día” con el tedeum, los desfiles, las lidias de toros y gallos; y los bailes populares con bandas instrumentadas -“los cachimbos” que con sus tocatas que resonaban desde el alba a la noche, yendo a morir por los cerros y el cielo. Leyendo estas paginas podemos evocar a aquellos que destacaron por sus virtudes morales y por benefactores de la ciudad. Así Fray Alonso María Sardinas, varón ilustre, natural de Huánuco, segundo Obispo de su Dieciséis, y Fausto Figueroa Lúcar que dejaron sus inmuebles y aportaron dinero para la edificación de asilos y del Hospital principal de la ciudad, en beneficio social. Finalmente desfilan figuras populares y cultores del folklore; se estampan dichos, refranes léxico de “huanuqueñisimo”, llevando como Apéndice
una colección de “bandos de Don Calixto” y otros documentos literarios del proceso del verso, de la prosa y sátira de la creación del ingenio popular. Constituye aporte para la historia del periodismo en Huánuco, la revelación de periódicos y revistas aparecidas en el departamento y que abarca del año 1904 a 1958. Y agreguemos al punto la noticia referente a la primera imprenta en Huánuco. En el aún inédito “Viaje en Chile y Perú y en el río Amazonas” (años 1827-1832) “de Eduard Peoppic” se consigna que “desde el tiempo del Ministro Monteagudo, Huánuco, al igual de las más importantes ciudades de la República, posee una imprenta, cuya actividad se limita a imprimir de vez en cuando un panfleto, político, frecuentemente, anónimo, con que en este país fornido se atacan los partidos”. Asimismo es de veras estimable, la revelación que hace Vizcaya Malpartida del Primer Reglamento Interno de funcionamiento del Colegio Nacional de aquella ciudad, llamado, al fundarse, en 1829, Colegio Científico, luego Colegio de Minería y rebautizado con diversos nombres hasta nominársele Gran Unidad Leoncio Prado -categoría que lo obtuvo siendo Senador el que esto escribe y hoy Centro Base Leoncio Prado-; nombres con los que improvisados e inexpertos pedagogos, pretenden renovarlo o darle mejor prestigio, como si el nombre hiciera a la persona o institución. Por los cursos que se dictaban y la calidad de los catedráticos, era una Universidad Menor al igual que el Colegio de San Carlos de Lima, cuyo modelo se tomó, enseñándose Lógica Filosofía, Moral, Cálculo o Matemáticas, Geometría, Trigonometría, Física Experimental y Latín. El botánico alemán Peoppic que permaneciera algunos días en Huánuco a su paso a las selvas de Huallaga en que fijó como su centro de operaciones la Hacienda de Pampayacu (julio de 1928 a abril de 1929), nos dice que al inaugurarse el Colegio Científico de Huánuco, se “estableció un internado para 16 alumnos de provincias que debían abonar 80 pesos anuales; que un día “determinado de cada mes se anunciaba a los habitantes de la ciudad, al son de trompetas, el triunfo obtenido por algunos estudiantes en exámenes brillantes ante sus profesores y el público asistente, que los
alumnos asistían vestidos de negro, llevando en el pecho, como distintivo una insignia bordada del escudo nacional, que en Huánuco predominaba la mentalidad alarde y que los exigió que los dirigiera, se oponían a que se incluyeran las ciencias naturales en el plan de estudios. Tan interesantes son las notas del viajero europeo en torno a Huánuco y región el carácter de sus habitantes, su economía, las costumbres de los indígenas, la riqueza de su flora y fauna selvática y la esplendidez del sus paisajes, que nos empuja a trascribirlo muy ligeramente en el mencionado libro el Capt. 3° que le dedica a Huánuco y tiene más de 40 páginas. Dice que “son muchos los mestizos en Huánuco, que los descendientes de los europeos hacían valer el color blanco de su piel como de hombres superiores”. Racista o imbuido de la antropología de esos años, Peoppic, halla en los mestizos, por ser descendiente de indios, todos los defectos del ser humano: ocioso, ligero, vil, ingrato, voluble, codicioso, soberbio, cobarde. (Estas mismas cualidades negativas le atribuían al botánico español Hipólito Ruiz en 1780; y lo repite en este siglo, don Enrique López Albújar en su “Psicología del indio huanuqueño” (Amauta, N° 1. 1928). El científico alemán calcula que la “población blanca de Huánuco subía a 4,200 habitantes que viven en sus pequeñas haciendas cultivando la tierra, en especial la caña de azúcar y la coca, del comercio y de los cargos públicos; que en Huánuco se producen frecuentes temblores; que se conserva la costumbre morisca trasplantada por los conquistadores del Nuevo Mundo, de construir todas sus habitaciones orientadas al patio y al jardín”. Peoppic describe una fiesta religiosa en Acomayo en la que vio escenificar la “captura de Atahualpa por Pizarro” y el desfile de danzantes nativos que ejecutaron diversas danzas como la “danza de las cintas, con música de arpas, violines, charangos, flautas y tambores”. Sobre el paisaje apunta: “el panorama que ofrece visto desde Gloria-Pata, en la cuesta de Carpish, el valle de Huánuco es grandiosos e idílico a la vez, lo más hermoso que haya visto hasta este momento en el Perú, en América y hasta en la misma Europa”. ****** Es de felicitarse que en ninguna de las páginas que nos ocupa, hallemos mención de la Perricholi “nacida en Tomayquichua”, aquella pizpireta
actriz amante del Virrey Amat, cuya leyenda se mantiene en ofensa a la verdad y el prestigio de la mujer huanuqueña, porque las “mujeres de teatro”, en la Colonia, no eran de las virtuosas. Doña María Villegas y Hurtado de Mendoza -la Perricholi- era española americana”, natural de Lima como lo declaró en su testamento de 2° de Marzo de 1819 extendida ante la notaria de Don José Antonio Cobián y contando también en su Partida de Defunción, a Fs. 228, Libro 1° de la Parroquia de San Lázaro (Rímac) en la que da como fecha de su nacimiento el 8 de setiembre de 1748. La leyenda de la Perricholi nacida en Huánuco es una tradición o mejor, una traición (a la verdad) de don Ricardo Palma (Ocurrencias de la Perricholi); el que también tilda de “loco” a Gabriel Aguilar, como ya tenemos visto, y aquella “tradición” sobre la muerte de Leoncio Prado, tomando café, los golpes con la cucharilla y la atención postrera al herido y prisionero, en su lecho de muerte, por parte de los chilenos, los que, contrariamente a lo sostenido hasta por los patriotas historiadores, fue asesinado de un tiro; para fabricarse después por un oficial chileno el “hidalgo comportamiento” del coronel Gorostiaga y en beneficio de Chile. ******* “Huánuco de Ayer” es de los libros perdurables; de necesaria e imprescindible lectura y consulta; y quien desee enterarse de la vida social del pueblo huanuqueño tendrá que acudir a sus amenas páginas; casi todo él constituye, en particular, un aporte al estudio de la tradición popular y del folklore. Páginas que son el producto de lo observado, sentido y vivido por su autor, bajo el panorama evocativo de su ciudad natal. Sus afirmaciones y conclusiones, en la mayoría de ellas, son consecuencia de un sereno y libre discurrir de la idea y del sincero pronunciamiento de la emoción. De prosa pulida y un tanto clásica, Vizcaya Malpartida es de los escritores que no pertenecen a los oficialistas ni a los “comprometidos” o sometidos por una causa personal o de grupo social. No lleva el “indigenismo como enfermedad de infancia”; más bien un indianista, un andinista, teniendo el Ande como fuente auténtica de la nacionalidad y peruanidad.
Tampoco es de los que escriben o describen lo que “jamás vieron sus ojos mesales”, como reza el yaraví- y tratan del indio y su problema en pura imaginación o elucubración mental, cosa tal de González Prada a José Carlos Mariátegui a estos años. Causándonos por eso verdadera hilaridad, verbigracia, la celebrada “polémica limeña” entre el escritor socialista y Luis Alberto Sánchez sobre el hombre andino -el indio-, su vida social y cultural a las charadas literarias, ambos dos sin conocer el territorio o escenario geográfico en que vivió, vive y actúa entre sus miembros. HUANUCO DE AYER, es también un libro en que culmina la vocación de su autor por las letras y el periodismo en que se iniciara muchos años atrás. Pues, siendo aún alumno del Colegio Nacional de Minería, en compañía de Andrés Varallanos -tempranamente fallecido- y Manuel C. Solís Daza, fundó y dirigió la revista “Brújula” que desde 1927 a 1931, circulara en la ciudad y departamento, y en cuyas páginas volcara sus primeras inquietudes literario periodísticas. Con el presente volumen Vizcaya Malpartida se incorpora, definitivamente, al elenco de los escritores, que como sus hijos, han tratado a Huánuco en sus aspectos: históricos, literarios, investigativos, folklóricos, entre ellos Juan E. Durand, Saturnino Vara Cadillo, Enrique L. Vega, Pedro N. Cardich, Esteban Pavletich, Augusto Cardich, Adalberto Varallanos, Javier Pulgar Vidal, Wilelmo Robles y otros. Con su área de vivencia que está en aquella vieja a histórica urbe que, desde los primeros años de su edificación si no cuna fuera solar de vida y labor de escritores y poetas de la talla de la anónima Amarilis, Diego de Aguilar y Córdova, Fray Diego de Ojeda, el Bachiller Francisco Vásquez, Alonso de Huerta, Blásquez Valverde, José Dávila Falcón y tantos. Tierra siempre generosa y fecunda para el sembrío y la cosecha literaria y artística. “Huánuco de Ayer”, en suma, es la exégesis o exaltación de la ciudad de aquel nombre por un hijo amante de ella; en la evocación de “un Huánuco” que el viento del tiempo lo llevó, inexorablemente. Huánuco la sin par urbe, la primera en el Imperio Inca, planificada como lo ha demostrado Harth Terré -que cargado de años y de sabiduría acaba de fallecer-, la “muy noble y leal ciudad” al Rey español, en la Colonia; la
libertaria y patriota en los albores y curso de la Independencia; la defensora del honor nacional, con sus hijos mestizos e indios, en la Guerra con Chile; cuna de parlamentarios honestos, sapientes juristas y altivos políticos bajo la República. Opacada hoy, en su brillo histórico, por la voluntad de sus propios hijos que, sin conciencia local, que es la piedra angular de todo gran patriotismo, han elegido a extrañas gentes por sus personeros políticos y hombres públicos, los que, sin el limo de los “caballeros de León de Huánuco”, como extraños al suelo y ensorbecidos por la adulación de unos cuantos y la ocasión que brinda el poder político o de mando, están solo empeñados en labrar su bienestar personal y no el interés del pueblo huanuqueño que se debate en crisis social e incurable corrupción moral. Motivado ello por la falta de conciencia cívica, de honradez y dignidad –el “hombre es un animal digno”– y la riqueza de su selva: la coca, hoja que cual espada de muerte, blande un nuevo jinete del Apocalipsis: la cocaína. ****** Discúlpenos, volvemos a repetir, el autor y el lector, de la extensión de nuestras líneas que, como ya dijimos, constituyen un complemento o adicional al volumen que tratamos. Pero en todo lo que tenemos escrito, saludamos a la pluma, ya madura, del codepartamentano, viejo y fraterno amigo; le expresamos nuestra enhorabuena y estima literaria por siempre, en justo juicio y no ameno decir. Amen.
José VARALLANOS. Lima, diciembre, “Mes de los Negritos”. 1985. -------(*) Nicolás Vizcaya , nos decía el maestro José Varallanos , es uno de los escritores que con mayor autoridad vivencial ha revelado la vida social , la tradición popular y el folklore del pueblo huanuqueño. Por cartas que obran en nuestro poder podemos afirmar que Vizcaya Malpartida le pidió a Varallanos que le hiciera el honor de escribir el prólogo de su libro “Huánuco de Ayer” , también llamado “Huánuco de Antaño” que en
edición póstuma recién se publicó en Junio del 2008 pero sin el prológoestudio de su animador José Varallanos y que ahora, salvando acaso esa omisión , lo publicamos en el presente volumen por la trascendencia de los temas que se abordan.
Lima, diciembre, “Mes de los Negritos”.1985. 5.- NACIÓN Y HOMBRE AYMARA Estudio-Prologo a “LOS AYMARAS” de José Portugal Catacora(*) A los libros que tiene publicados José Portugal Catacora, el conocido escritor y educador, agrega el presente titulado “LOS AYMARAS”; y en el que, como veremos más adelante, trata de los diversos aspectos de la vida social de los indios, ayllus o comunidades aymaras que anualmente habitan en la altipampa de Puno, departamento que colinda con Bolivia. (Nosotros decimos indio y rechazamos el término campesino impuesto por el militar-socialismo, en dañino afán de confundir su categoría racial, negar su rol histórico y cultural en el proceso social del Perú). Collas o aymaras, grupo étnico cuya presencia, desde primitivas edades, es singular como relevante en el panorama general de la cultura andina sudamericana. Por eso, para que mejor se aprecie el contenido de los capítulos del presente volumen, hagamos un ligero resumen de la prehistoria e historia–historia narrativa y con lenguaje casi didáctico de la nación y hombre que llamamos hoy aymara, circunscribiéndolos en su propio espacio geográfico. ***** Sábese por las conclusiones de la arqueología moderna y demás ciencias afines, que en la meseta del Callao que se extiende entre Perú y Bolivia y las riberas del lago Titicaca, a más de 3.500 metros de altura, y enmarcada por las cumbres de la cordillera de Illimani, Zorata, Palomaris y Aricoma, desde remotos tiempos habitaban pueblos o ayllus, ya venidos de otras latitudes u oriundos del suelo, los que, en su evolución, crearon una original cultura o civilización que es llamada de Tiahuanaco. Ella, entre los
950 y 1.000 años a. y d. de Cristo, con los cálculos del Carbono 14 de Libby, habría pasado por etapas culturales hasta culminar en la clásica o de pleno desarrollo, en la de expansiva para luego caer en la decadencia. Los creadores de esta alta cultura–horizonte, los tihuanaquenses o tihuanacotas, habrían sido gentes de una raza vigorosa y de particular genio artístico, acaso de los arawaques, de los pukinas, o de los callanayas, cuyos dialectos, mezclados en los siglos, constituiría su idioma de nombre que se ignora, así como de sus costumbres y aspectos propios de su vida social. Tal nación, reino o imperio confederado, habría tenido por capital a Chucara (Chuqi-ara) o Taypicala, ciudad que era a la vez centro político y religioso, que describen desde Cobos, Brennet y Ponce Sanguinés. Y según una tradición que alcanzaron recoger los primeros cronistas españoles, en el gobierno de dicha nación se habrían sucedido varias dinastías de reyes míticos; siendo el más notable Huyustus, al que llamaban “dueño del mundo” y a su metrópoli Taypicala el “centro del mundo”. La existencia de aquella pretérita cultura, está manifiesto en su arte cerámico, metalúrgico y arquitectónico, cuyas muestras ha llegado hasta nosotros. Pues fabricaron diversos tipos de ceramios de barro de color marrón-oscuro, decorados con dibujos geométricos o figurativas de seres zoomorfos y huacos retratos, los que en el periodo clásico, llegaron a la perfección en cuanto al encaje, pulimento y dibujos. Descubrieron el bronce aliando el cobre con el estaño, que emplearon en sus herramientas y en “llaves o grapas para unir los muros de piedra”. Con hojas o láminas de oro confeccionaron mascarillas funerarias y ceremoniales; utilizando la plata para sus joyas, adornos, utensilios y amuletos, como los cuchillos circulares o tumis con los que practicaban la trepanación del cráneo. Labraron enormes bloques de piedra y gigantescos monolitos estatuarios hasta de 7 m. de altura por 1 de espesor y 20 toneladas de peso, en cuyas paredes tallaron figuras simbólicas zoomorfas, de felinos y zorros. Sobresalieron principalmente en la arquitectura, de estilo escalonado, levantando monumentales templos aéreos sobre pirámides artificiales o plataformas, y subterráneos con galerías, estelas y muros con cabezasclava y canales de piedras labradas; templos en honor a Ticci Viracocha: dios del agua o emergente del lago.
“Restos vivos” de este arte lítico-arquitectónico pueden verse estos días en Tiahuanaco, desnuda e inhóspita planicie rodeada de suaves colinas, a 3.250 m. de altura, a 20 km. del lago Titicaca-lado boliviano- en las inmediaciones del pueblo de Chucara; ocupando un área de 400 m. de N. a Y y 1.000 m. de E. a O. Así el templo de Kalasasaya habría descansado sobre un promontorio artificial escalonado de 150 por 130 m. de base y 15 de altura; el de Apakana en la cúspide de una pirámide de 210 por 210 m. de superficie; y el Templo de los sarcófagos con galerías subterráneas y muros con cabezas clavas. Dentro de este grupo destácase, en el sector de Pumapunko, la Portada o Puerta del Sol, de singular belleza. Piedra monolítica de gris piedra andesita de 4 m. de ancho por 3 de altura, diestramente labrada y que tiene en el centro una puerta sobre la que está primorosamente esculpido un personaje central de pequeño cuerpo y gran cabeza encima de la que, bordeándola, están cabezas estilizadas de cóndor, y que sostiene en cada mano un cetro; acompañado por 4 hileras horizontales con 14 seres antropomorfos alados y que también llevan un cetro. Monumentales edificios arquitectónicos y primoroso y simbólico arte lítico, que plantean interrogantes sobre su construcción y es finalidad de la urbe Taypicala sobre cuya área se alzaban. Sus gigantes monolitos y muros se labraron de bloques de piedra volcánica transportada desde Yunguyo con balsas de totora a través del Titicaca; lo que requirió grandes marinos y concentraciones humanas. El plan urbano de Chucara, Taypicala o Tiahuanaco era de una ciudad-templo o “centro ceremonial”, como la califica Brusmell. Obedeciendo tal arte arquitectónico a la inspiración del sentimiento religioso-mágico, propia de todas las altas culturas que florecieron en América precolombina. Y de aquí que, aunque respondan dicho arte a diferentes etapas, y medio geográfico, existe entre ellas un denominador común. En efecto, estudios recientes parecen demostrar que los edificios o acrópolis de Tiahuanaco, fueron construidos al igual que los grupos santuarios aztecas del tipo de Teatihuacán, para servir de centro de peregrinación religiosa preincaico del sur andino, como lo fuera Chavín de Huantar en el N. Es más, las figuras esculpidas en la Puerta del Sol de
Tiahuanaco y en las estelas de Chavín son semejantes en su simbolismo y estilización; y en los templos de ambas culturas se hallan plataformas, cabezas clavas, cámaras o galerías subterráneas; y al igual que los templos mayas mexicanos que descansa también sobre pirámides, ostentando estelas u obeliscos y muros con alto y bajo relieve, de personajes simbólicos; cual lo vimos en nuestras visitas a los grupos arqueológicos de Copán, Chinchen-Itza, Uxmal, en aquel noble país del “águila y la serpiente”, donde vivimos bellos días profundos. **** En su periodo clásico Tiahuanaco, con sus elementos culturales, traspuso el territorio peruano hasta Ayacucho y la costa sur y central e influyó en la “aparición” de culturas locales en aquella área geográfica. Pues su estilo o sello se halla visible, particularmente en la alfarería, tejidos y adornos extraídos de las tumbas de los valles de Tacna, Moquegua, Nazca, Paracas, Ancón y Pachacamac; identificadas por Uhle, Bennet y Tello, quien afirma que “Tiahuanaco” da la impresión de un viejo árbol, cuyas raíces estuvieron en la cuenca del Titicaca y desde donde avanzaron en diversas direcciones de la costa y sierra peruana”; y cuyo juicio, por otro lado, es que “Tiahuanaco y Chavín fueron culturas contemporáneas”, aunque arqueólogos más modernos afirman que Chavín precedió a la del altiplano. En su periodo tardío, Huari –a 20 km. de la ciudad de Ayacucho, en Pacaicasa– fue el principal centro de irradiación de ella y floreciendo después como una subcultura de estilo manifiestamente Tiahuanaco en su alfarería, arquitectura de construcciones semi-subterráneas con piedras blancas, calcáreas, propio de la región, estelas, monolitos y símbolos antropomorfos. “Provincia cultural”, llamémosla así, estudiada por King, Bennet, Larco Hoyle y otros, y a la que Lumbreras llama vieja cultura o Imperio Huari, que mediante sus ejércitos conquistara hasta Cajamarca y Moche, introduciendo el sistema de los mitimaes, etc.; pero que ningún cronista nos da la más pequeña referencia de ella. *********
Luego de su esplendor e irradiación, Tiahuanaco entró en decadencia y posteriormente sucedió su destrucción, originada esta por una catástrofe telúrica que arrasó su capital la ciudad de Chucara y región, seguida de la invasión de pueblos bárbaros. En verdad nada se sabe del colapso de aquella nación o Imperio, salvo lo que refieren los mitos y leyendas y forma oscura o confusa, cual la leyenda de tunapa; constituyendo, igual que su origen, un enigma. Aunque la ciencia arqueológica moderna auxiliada por la geología y el paleoclima, despejan ya, en parte, la incógnita. En la formación y asentamiento de los Andes del Sur que provocó grandes movimientos sísmicos y deshielos, las torrenciales lluvias –el diluvio que mencionan las leyendas alto andinas– originaron los ríos de la cuenca altiplánica y del gran lago Titicaca, cuyas aguas cubrieron sus orillas y se desbordaron abriéndose paso por el Desaguadero al lago Popoó, fenómenos que provocaron el hundimiento de las poblaciones de sus márgenes y la destrucción de las que ocupaban la planicie como Taypicala o Tiahuanaco. Y como consecuencia de la catástrofe geológica-sísmica la variación del clima de benigna a la de frígida temperatura y la esterilidad del suelo para la agricultura y la ganadería que consistían en el cultivo de la papa, la maca, la cañigua, la quinua, y el pastoredo de llamas, venados, pacos y otros animales ya domesticados por los tiahuanacotas. Esta desaparición de la producción por razón de la variación del clima fue un hecho que se produjo en varias zonas del continente americano, hace algunos milenios. En el Perú la pérdida de la productividad de sus suelos de más de 3.500 metros de altura, obligó a la migración de los ayllus andinos de punas a las tierras más bajas y productivas, originándose guerras entre los jalcas u hombres de tierras frías y los yungas o de tierras templadas o calientes. Luchas a las que se refieren, verbigracia, los mitos y leyendas, como el mito de Pariacaca y Huallallo, recogido por el Cura Francisco Dávila en 1616, en Yauyos, y el de Puscanturpa hallado en 1968, por el notable arqueólogo Augusto Cárdich en la región de Lauricocha, Dos de Mayo, 1968, científico peruano que viene estudiando el límite de sembríos de producción y variación climática en los Andes, particularmente en el altiplano puneño del Collao.
La múltiple catástrofe de Tiahuanaco, obligó a sus moradores a abandonar sus ciudades convertidas en ruinas y sus campos en tierras yermas, partiendo preferentemente hacia el O, en busca de suelos más bajos y de clima benigno y productivo. La leyenda de Manco Capac saliendo del Titicaca, explicaría la inmigración de los ayllus quechuas a través del lago para dirigirse al valle de Pacaritambo, de donde, después de siglos, fueron a someter a los pobladores de Huanacauri, inaugurando Manco Capac la dinastía de los Incas o el Tahuantinsuyo o Imperio Universal de los Andes. La catástrofe que sufrió Tiahuanaco se descubre por la fractura de la parte superior de la Puerta del Sol y en los ejemplares de la cerámica que muestran “rostros llorosos y huellas de lágrimas, en la presencia de bloques de piedra abandonados al lado de los cimientos de edificios inconclusos, las bóvedas o sarcófagos sepultados, las estelas solitarias aquí y allá, y muros y pórticos dispersos. (Así lo vimos en nuestras excursiones –no científicas por cierto, de 1950 y 1960–; y al contemplar aquel trágico sembrío de restos de una ciudad-Rayquipala, ha siglos muerta, de aquella Pompeya de América Andina, sentimos, en la sangre india que llevamos, el dolor cósmico y mortal de los tiempos idos). En estos años, los profesores bolivianos Ponce Sanginés y Cordero, han ubicado grupos arqueológicos bajo las aguas del Titicaca, atribuidos a la civilización Tiahuanaco. Aparte, en 1980, el explorador francés Jacques Cousteau halló muros bajo las aguas de la Isla del Sol; y en octubre de 1981, al filmarse la película “El Lago Sagrado” por el escritor Hugo Boero y Sonia Kavlin, los buzos Iván y Alex Irizarry, “han descubierto” a diez metros de profundidad una plataforma de bloques de piedra que une el monumento con la entrada a misteriosas grutas, situadas bajo el islote de Croa, en las inmediaciones de la Isla del Sol. ******** Al eclipsarse Tiahuanaco, diversos grupos semibárbaros, en oleadas, procedentes del S., cual ejércitos guerreros, al decir del cronista collaguino Pachacuti Salcamaygua, invadieron y se establecieron en el Collao, mezclándose, a través de los años, con los nativos o sobrevivientes y
nutriéndose de la vieja cultura. Formando luego pequeños régulos o reinos gobernados por curacas y sinches, como el de los Lupaca, Omasuyos, Collas –que dieron su nombre a toda la región del Altiplano– y Aricasa, Régulos que sometieron o asimilaron a los Ayllus Urus, Quillatas, Paquinas, Collahuayas, Coralgas que se extendieron por las cuencas de los ríos Vilcanota, Ocoña, Carvelí, Cuntisuyo, Tambo o actuales territorios de los departamento de Tacna, Moquegua, Arequipa, La Paz, Charcas y Lago Popoó en Perú y Bolivia. Estas pequeñas naciones o grupos ayllales agrícolas- ganaderos cimentadas ya en su posesión en las nombradas zonas geográficas, pasando por sucesivas etapas, se confederaron política y militarmente constituyendo un gran reino o imperio Colla o Collasuyo como lo nombran los modernos historiadores bolivianos. Según las tradiciones, los reyes collas habrían sido de varias dinastías, siendo la primera la de los Mallcus Apo Willcas o los iniciadores del Imperio; luego la de los Mallcus-Kaka Para u “hombres blancos de las invasiones” que recogieron las artes y los conocimientos de los tiahuanacos para hacerlos suyos; siguiendo la de los Illas con sus reyes Juuilla y Kipuilla; y finalmente la de los Mallcu-Capac con sus reyes, entre otros, Manco Capac, el que inmigrara para fundar el Tahuantinsuyo, y Makulla, época en que se disgregaría el reino collauino que abarcaba en territorio desde el Vilcanota a Copiapó en Chile. Por cierto, esta relación recogida por Anello Oliva y otros cronistas del siglo XVI y los mitos de Tunapa o Viracocha que narra Santa Cruz Pachacuti Salcamayhua, venían de las remotas edades del Tiahuanaco y que los collanas lo asimilaron dándole algunas variaciones y los tenían por suyos. Históricamente, los últimos reinos, contemporáneos al Inca Viracocha, fueron el del Collao con su capital Hatun Colla y su capac o rey Zapana; y el de Los Lupacas con su capital Chucuito o Chuquito y su rey Cari quien se alió con los Incas, como veremos. La base de la organización social de los collas era la hatta-ayllu familias, los que en número constituían la marca o pueblo y que unidas por el parentesco, el culto y las mismas costumbres, vivían usufructuando tierras en común, gobernados por los curacas o hila katas. Al confederarse estos ayllus con fines militares, formaban la pachaca que obedecían al sinchi,
capac o apu, subordinados estos al Mallku que era a la vez jefe religioso, político y militar, sobre el que existían un Consejo de Ancianos. Los ayllus collaguas o collas vivían en pequeños reductos que servían de vivienda y tumba, al cuidado de sus ganados y parcelas de tierras de cultivo de reparto periódico, en tanto que los pastos y las aguas eran de usufructo común, sistema social agrario que fue de todas las sociedades primitivas de la América Precolombina. Para defenderse en sus guerras construyeron fortalezas o pucaras, aprovechando los montículos naturales que los cercaban y fortificaban, dotándoles de plazas, terrazas, habitaciones y compartimentos en que se guarecían y refugiaban, como escriben los cronistas. Restos de estas fortalezas quedan hoy en Cajanarapi, Maycamasca y Koira en provincias de Chucuito y Huancané. La época de aparición de los pucaras sería la Cuarta Edad por la que, según Guamán Poma, pasó la cultura andina: la de los aucarunas u hombres guerreros o la edad de los Purún Pacha Racaptin, según Pachacuti Yampi. (Siendo las tres edades anteriores para el cronista yarovilca o huanuqueño : Huari-Huiracocha Runa, Huari Runa y Purun Runa; o la de Curma-Pacha, Calla Pacha o Tutayachacha, Purun Pacha Racaptin y Tunapa Huiracocha, según el cronista collagua. Belicosos y valientes, aunque “pequeños y rechonchos”, los collas tenían la bárbara costumbre de beber sangre en el cráneo de sus enemigos; usando como armas ofensivas y defensivas: lanzas de madera con puntas de cobre, porras, escudos de madera, hondas y el rigue o lazo; especies que los arqueólogos han hallado en sus tumbas o chullpas, juntamente con manojos de largos quipus o cordeles con nudos que, según sus tradiciones, habrían sido inventados por el legendario rey Kipuilla. ******* Los ayllus collaguas, como agricultores, cultivaban la papa, el tauri, la cañigua, la maca, la mashua y otros tubérculos, y como ganaderos tenían rebaños de llamas, pacos y otros animales ya domesticados, de cuyas carnes se alimentaban, utilizando sus lanas para manufacturar sus vestidos y otras prendas de textilería. Se nutrían también del pescado -el suchi- que, con otras especies, cogían del lago Titicaca y del Poopó; pues
eran grandes marinos sobre sus balsas de totora. Los productos de las tierras cálidas o templadas como el maíz, la coca, el ají, el algodón, el pallar, el camote y frutillas, los cultivaban en la costa o litoral marítimo, de Moquegua a Arica que eran tierras de su inmemorial dominio. En el arte metalúrgico, como en el cerámico y textil, prosiguieron en el estilo del horizonte Tiahuanaco. Allí están sus vasijas o huacos con sus dibujos y ornamentos geométricos y representaciones zoomorfas, predominando en ellas los colores polícromos, negro y rojo y los trazos o líneas blancas. Arte cerámico que, en general, no fue brillante y en el que influyó el aporte cultural local que lo diferencia, ligeramente, una zona de producción de otra, como puede observarse en los ejemplares que se guardan en los museos de Puno y La Paz. Los collas que usufructuaron del genio de Tiahuanaco, en su evolución, crearon focos de cultura local, llamados por los arqueólogos tihuanacoides, parecidos o procedentes de aquella matriz y horizonte. Siendo de ellas la de Pucará la más sobresaliente, con una antigüedad de 2.000 años a. de C.; y con un estilo casi propio en su arte lítico, alfarería y textilería y, sobre todo, en la arquitectura de sus templos piramidales, provisto de escalinatas y estelas, en cuyo estudio están empeñados los arqueólogos. Cuanto a su vestimenta, usaban trajes de lana y algodón que no revelaban lujo ni alta textilería, siendo el traje de los hombres “una túnica estrecha al cuerpo y muy sencilla llamada pacha y el chuco cónico para cubrir la cabeza”; usando las mujeres también una túnica más una manteleta que colgaba de los hombros y cruzada en el pecho con un tupo o prendedor de cobre o plata. Una costumbre particular de los collas era deformar el cráneo, para darle una forma puntiaguda, a efecto de ponerse el birrete o chullo, como lo revelan el 30% de los cráneos hallados en los osarios o chullpas; costumbre que siguieron practicando hasta los días coloniales. Pues, en 1563, el Visitador de los Lupacas don García Diez de San Miguel, refería: “tiene la costumbre las indias cuando paren de apretar con las manos la cabeza de los niños para poderlas hacer largas y delgadas y las tienen ligadas más de un año sobre unas tablillas de manera que en lugar de las caperuzas conformen a las cabezas, hacen con las cabezas el talle de
las caperuzas”. Tal deformación craneana traía como consecuencias la muerte del infante, la existencia de tarados mentales o de ciegos, razón por la que fue prohibida por la Iglesia y por las autoridades de la Colonia. El idioma de los collas era el Aqe Aro o Jake Aru (idioma del hombre) o el pukina, llamado comúnmente aymara, nombre derivado de los ayllus aymaraes del río de Pachachaca, en Apurímac, trasplantados por los Incas a la zona de Pucarcolla como mitimaes quechuas o colonizadores leales al Imperio. Con los años aquellos forasteros-mitimaes optaron por el idioma colla que fue llamado por los españoles aymara, denominación divulgada por los lingüistas como el jesuita italiano Ludico Bertonio autor del “Arte de la Lengua Aymara”, (1612), y Fray Diego de Torres, también de la Compañía de Jesús, que publicó la “Primera Gramática y Vocabulario o Arte de la Lengua Aymara”. Ambos libros escritos con el fin de catequizar a los indios, e idioma que, en el siglo XVI, se hablaba en la costa peruana, de Arica a Lima, y en una vasta zona de la sierra andina, con sus dialectos, como el cauqui que aún se habla en Yauyos. Baltazar Ramírez, en 1597, escribía: “La lengua aymara es la más general de todas y corre de Guamanga a Chile y Tucumán”, siendo las otras generales la yunga y la quechua. ****** Al igual que todo pueblo primitivo, los collas en su concepción mágicoreligiosa del mundo, rendían culto a diversos dioses cósmicos o elementos de la naturaleza, así como a sus muertos cual sus antepasados culturales o tihuanquenses. Teniendo por su dios mayor con Ticsi Viracocha o Tunapa hacedor del mundo, a Pachacamac o productora de la vida, a los que simbolizaron; siendo otra deidad principal el sol, el rayo, el trueno a los dioses hogareños o mallquis. En honor a Viracocha y para su culto, construyeron templos o se sirvieron de los dejados por los tihuanacotas; y para sus muertos nobles construyeron chullpas o grandes torres funerarias de forma cuadrada de piedras labradas que tenían hasta 10 y 13 metros de altura, con ornamentaciones de animales totémicos –serpientes y cóndores–, y en cuya base enterraban a sus deudos en posición horizontal y utilizando la
parte superior para vivienda. Estos monumentos funerarios son las mejores muestras de su arte lítico y que han llegado hasta nosotros y que pueden verse, aunque en ruinas, en Sillustani, Arkopunko, Vizcachani, Juchuc Pucara, Paro Paro, Coninca, Cajnarapi, etc., en las provincias de Lampa y Chucuito. Como fortuitos sucesores de los tihuanacos, tenían por suyas las leyendas de aquellos referentes a la creación del mundo, la aparición del hombre y de los dioses, etc. Siendo la más difundida entre las leyendas religiosas, la de Thunapa o Tonapa, recogida en el siglo XVI, por Pachacuti Salcamaygua. Dice ella: que bajo el gobierno del rey Makuri, llegó al Collao procedente del S. un “hombre blanco, barbado, de cabellos largos y túnica”, llamado Tonapa Viracocha o Tarapacá, que traería una cruz sobre sus hombros e iba de pueblo en pueblo haciendo milagros y predicando la práctica de las buenas costumbres y condenando la poligamia, el vicio de la chicha y de beber la sangre en el cráneo humano. Que llegó hasta Carabaya pasando por Chucuito y Tiahuanaco o Chucara, cuyos habitantes estaban entregados a la orgía y se burlaban de él; que en Sica-sica intentó levantar un templo y en Carabucó plantó la Cruz que portaba. Que en algunos pueblos, él y sus discípulos eran bien recibidos y en otros pretendieron victimarlos, a cuyos habitantes los convirtió en piedra o huanca sobre tales huellas e hizo llover fuego y agua convirtiéndolos en cenizas y en lagunas. Pasando por el Titicaca se dirigió al N. y llegó al mar donde penetró tendiendo su manto, y se alejó perdiéndose en las olas, por lo que los collas le llamaron Tunapa o Viracocha o espuma del mar. Otra versión es esta: alarmados los collamas de sus prédicas contra su costumbre y sabedor el rey Makury que su hija Kara-Huara se había convertido a su credo por un discípulo llamado Kolke Huaynaka, de quien se había enamorado la doncella, mandó apresar a Tunapa y lo echó al Lago Titicaca amarrándolo en una pesada balsa, la que, lejos de hundirse, penetró a tierra abriendo el Desaguadero que va del Titicaca al lago Poopó; en tanto sus discípulos fueron muertos y la Cruz enterrada en Carabuco donde fue hallada en la Colonia por el Cura Sarmiento, por indicación de un curaca de los anansayas. (Según la interpretación o mejor la concepción católica, Tunapa sería el Apóstol Santo Tomás que, se habría pasado a la América precolombina a predicar las enseñanzas de
Cristo. Otros mitos y leyendas referentes a los dioses nativos, la lucha de estos, la aparición del hombre, el surgimiento de los Andes y de los animales, etc., recogidos de la tradición oral por los primeros cronistas como Cieza, Acosta, Calancha, Anello Oliva que visitaron o vivieron en aquella altiplanicie. El mito o leyenda de la aparición de Tunapa o Viracocha corría por el centro y N. del Perú, significando que la expansión de la mítica tiahuaquense o collana más allá de los linderos geográficos de la zona del Titicaca. En 1586 los caciques de Lucanas (Guamanga o Ayacucho) manifestaron ante el clérigo Guevara que: “en tiempos antiquísimos, antes de los Incas, vivían en sus tierras unas gentes que llamaron Viracocha y a los que seguían los indios oyendo sus prédicas y a quienes les hacían caminos como una calle, y para alojarlos les “hacían casas, cuyos restos pueden aún verse”. En el repartimiento de Recuay (Ancash) los antiguos indios del “ayllu hecos” eran adoradores del dios Yarovilca, hijo del rayo y que vino del lago Titicaca para tener su mansión en ese lugar”, relata el Dr. de la Vega Bazán, cura de Singa en 1615. También en Conchucos aparece Huari o creador de la tierra, que “es un hombre alto, blanco, barbado como español” y que puso en paz a los hombres empeñados en guerras y les enseñó la agricultura, dios al que le erigieron un templo, el de Chavín de Huantar, llamándose a aquella generación Huari Viracocha Runa, dice la leyenda recogida por Santiago Antúnez de Mayolo en 1971. ****** Al expandirse el reino cusqueño de los Incas, Lloque Yupanqui comenzó a someter a los reinos Colla y Lupacas de la zona occidental del Titicaca, gobernados ya dijimos por Zapana y Cari, los que sostenían feroces guerras. Cari que obtuvo la ayuda de los Incas, en la batalla de Paucarcolla, derrotó y mató a Zapana, declarándose el único soberano de los Lupacas y Collas. A mediados del siglo XV, Cuchi Capac, descendiente de Cari, reinaba en todo el Collasuyo, de Vilcanota a los chichas, como aliado de los cusqueños. Al desacatar al Inca y rebelarse, Pachacutec lo sometió después de sangrientos encuentros, tomándolo prisionero juntamente que a sus hijos y capitanes. El Inca avanzó luego al S. conquistando las
regiones collas de los Catumas, Oruros, Yamparas, Carangas y Pacases, Chaquies, Chichas, Charcas hasta los Calchaquis, en el N. argentino. Regresó después al Cusco llevando preso a Cuchi Capac, al que lo hizo decapitar. Bajo el gobierno de Túpac Yupanqui, los pueblos collas encabezados por los hijos de Cuchi Capac, se sublevaron contra los Incas siendo develados sangrientamente por los cusqueños en las batallas de Hatun Colla. Los Ayaviris, uno de los pueblos alzados combatieron y resistieron con tanta fiereza al ejército imperial que el Inca los mandó degollar e hizo trasladar a los sobrevivientes –hombres, mujeres y niños– a lejanas regiones, como mitimaes. Y dejo tan arrasada la provincia que fue necesario traer colonizadores o mitimaes leales de otras provincias del Imperio para repoblarla; entre aquellos venidos los ayllus quechuas de Apurímac y huancas del valle de Jauja. Incorporada la región al Imperio, por su riqueza agrícola, ganadera y minera, los Incas hicieron del Collao una gran provincia nombrándola Collasuyo, gobernada por las autoridades imperiales y un Virrey del Inca llamado Incap Rantin, con sede en Paucarcolla. Los emperadores cusqueños reconstruyeron Hatun Colla e hicieron de Paucar Colla una ciudad o centro religioso, erigiendo un templo al sol y un convento de acllas o vírgenes del sol. Levantaron también templos dedicados al sol y a la luna en una de las islas del lago Titicaca; asimismo en Tiahuanaco o Taypicala construyeron un templo y palacios para solaz del Inca y personajes imperiales. Abrieron grandes caminos que atravesaban hasta Tucumán; levantaron fortalezas o mejoraron las existentes con su estilo arquitectónico, para detener a los Chiriguanos, tribus salvajes de antropófagos que venidos de las selvas asediaban el Imperio. Dividieron los ayllus en hanansuyo y hurinsuyo y mitimaes o parcialidades para su mejor gobierno y vigilancia, pues eran belicosos y rebeldes. Tenidos los collas por valientes y guerreros, los Incas los llevaron como soldados a sus conquistas de Quito y Chile, y los transportaban como mitimaes, fundando con ellos pueblos en lejanas regiones.
Impusieron su sistema de gobierno y administración y el idioma quechua aunque respetando sus costumbres, su idioma y su vida ayllal. Y en su política imperial, mantuvieron en el gobierno de los pueblos a los descendientes de los antiguos caciques aliados o leales a los Incas, como a los Cari señores de Los Lupacas o Lupi-hagas de Xoli o Juli. En 1563 cuando la Visita de Garci Diez de San Miguel a los Lupacas, el cacique de dicha parcialidad era don Martin Cari, descendiente o sucesor del gran Apu Kari que gobernaba en los últimos tiempos de los Incas. En la guerra civil entre Atahualpa y Huáscar, los collas estuvieron al lado de Huáscar; y en la Conquista se opusieron a los españoles desde que Diego de Agüero y Pedro Martínez de Maguer como exploradores, pusieron como explotadores pisaron su territorio. Y cuando en 1535 Almagro comenzó la conquista del Collao que duró hasta 1542, tuvo que enfrentarse a una dura resistencia en numerosas acciones. ******* Conquistado el Tahuantinsuyo, Pizarro dividió su territorio en encomiendas. Siendo los primeros encomenderos del Collao o Collasuyo el propio Francisco Pizarro, su hermano Gonzalo y Rodrigo de Mazuelas, a quien sucedió el capitán Martín de Olmos; tocándole a Juan Vargas la encomienda de Tiahuanaco. Después de 1566 se crearon los corregimientos o provincias de Paucarcolla, Chucuito, Orcosuyo, Collasuyo, Carabaya, Lacsa y Omasuyo, gobernados por los Corregidores nombrados por el Virrey de Lima y subdivididos en repartimientos o pueblos de indios o naturales, mandados por los caciques o gobernadores. Tales corregimientos, durante toda la Colonia, dependieron en lo político y religioso del Cabildo y del Obispado del Cusco y de La Paz; y en lo judicial de las Audiencias de Charcas y Cusco; residiendo los principales encomenderos en esta ciudad por ser “Cabeza de los Cabildos del Perú”. En 1580 el corregimiento de Paucarcolla, los repartimientos, pueblos o comunidades de indios, todos fundados por Toledo -1570-72- en las llamadas “reducciones, a saber: Moho, Conina, Vilques, Santiago de Huancané, San Salvador de Capachica, Cota, Paucarcolla, San Pedro de Puna, Puno e Icho. El repartimiento de Chucuito, por la riqueza de sus
indios que abonaban de tributo a la Caja Real más de 80 mil pesos anuales, fue incorporado a la Corona, cuyo corregidor era nombrado directamente por el Rey de España. Comprendía también su jurisdicción los valles costeños de Zama, Moquegua y Larecaja e Inchur, donde los indios collas vivían tradicionalmente, a los que los españoles llamaron mitimaes, bajo la autoridad de un gobernador; tierras en las que sembraban y cultivaban el maíz, el ají, el algodón y extraían la sal del mar y otros productos de los que carecían en las frígidas tierras del altiplano. En su distrito se establecieron los frailes domínicos y jesuitas que, en verdadera rivalidad de sus órdenes, levantaron suntuosos templos en Juli y Pomata e hicieron centros de adoctrinamientos de indios quechuas, aymaras y puquinas; bellos templos católicos de arte mestizo estudiados por Martín Noel a Ricardo Mariátegui Olivas. El corregimiento de Orcosuto comprendía 12 repartimientos, entre ellos: Caracoto, Cahuanilla, Lampa, Ayaviri, Caminda, Azángaro y Asillo. El corregimiento de Collasuyo tenía los repartimientos de Chupa, Arapa, Taraca, Samán y Puri. El corregimiento de Carabaya comprendía la villa de San Juan del Oro, Sandia, Ollachea, Ayapata y Copa-Copa. En este corregimiento se trabajaba las famosas minas de oro de Mirabella, Uco, San Gabán; existiendo en San Juan de Oro un Alcalde de Minas y Caja Real. Y el corregimiento de Omasuyos, de la ciudad de La Paz, pertenecían los minerales de plata de Paucarcolla y en mayo de 1657, los de Laycacota, a una legua al S. de Puno, cuya mina produjo 100 mil pesos en una noche. A raíz de estos acontecimientos, surgieron los pueblos o asientos mineros de San Antonio de Esquilache y San Luis de Alva de Laycacota; nombres dados en homenaje a los virreyes Borja y Aragón, Príncipe de Esquilache, y Enrique de Guzmán, Conde de Alva de Liste. En los primeros tiempos del laboreado de dichas minas se produjeron sangrientas reyertas entre castellanos (llamados vicuñas por usar el sombrero de lana de vicuña, y vascongados, tal como lo sucedido en Potosí, y que culminaron en 1668 en que los mineros andaluces Gaspar y José Salcedo propietarios de los yacimientos de Manto, después de dar muerte a los vascongados y al mando de 900 hombres, se sublevaron contra la autoridad del Rey, proclamándose José, como Corregidor y Justicia Mayor. Al ser derrotados por los rebeldes los corregidores de
Paucarcolla y La Paz, para repeler el motín, el propio Virrey Conde de Lemos viajó de Lima a Laycacota y tomó la plaza a sangre y fuego, derrotando a los Salcedo y mandando ahorcar a José así como a sus capitanes. El Virrey arrasó Laycacota, sembrándola de sal; y ordenó el traslado de sus habitantes y de la Caja Real y funcionarios a San Juan Bautista de Puno, llamándose desde entonces Asiento Real San Carlos de Puno, nombre dado en homenaje a Carlos II el Hechizado que ocupaba el trono español. La mudanza se realizó del 13 de octubre al 4 de noviembre de 1668, día en que se celebró la Misa de Gracia. Los ex-vecinos de Laycacota –mineros, comerciantes, artesanos, españoles, criollos, mestizos e indios aymaras y otros que salieron de sus barcas de totoras– hincharon la población de Puno, convirtiéndola en mestiza o españolada, en su elite, centro de negocios y puerto lacustre; y, finalmente, en capital del corregimiento de Paucarcolla, con el título nominal de villa. La riqueza de Puno hizo ricos y nobles a los que explotaron sus minas con el sudor de los indios –los mitayos mineros –, y el tiempo borró hechos sangrientos y memorias funestas. Pues, el hijo de José Salcedo, declarado traidor y ahorcado, en 1668, en la Plaza de Laycacota, adquirió el título heráldico de Marqués de Villa Rica de Salcedo (13 noviembre 1703), previo abono de 20,000 pesos al Rey, titulado que residía en Puno, con privilegios reales, entre otros, el de usar escudo nobiliario y de acuñar moneda propia, la que circulaba en la jurisdicción de su predio mineral, como se estilaba entonces, y en la que iba gravado su escudo al que hoy llaman “armas de la ciudad de Puno”. (Ejemplar de moneda hallado por el escritor Gamaliel Churata, en 1930, y que dio origen a tal versión). Repartido el Collao por Pizarro, dijimos, le tocó a Rodrigo de Mazueles una encomienda, entre otros, con los pueblos de Puno e Icho; y en 1543 era “tambo real” designado por Vaca de Castro, hasta que, en 1571-72, fue fundado como reducción o “pueblo de naturales de San Juan Bautista de Puno” por los comisionados del Virrey Toledo, entre ellos Fray Gutiérrez Flores; trazándose sus plazas y calles en las faldas del cerro de Huacsapata, en que se instalaron los ayllus aymaras, quechuas, puquinas y urus. De humilde cuna india llegó, pues, a escalar categorías de urbe sin
los halagos de “fundación española de ciudad o villa”, ni blasón heráldico que, graciosamente, le atribuyen los hispanocolonialistas. Por su posesión geográfica, riqueza, actividad comercial y adelanto, llegó a ser “cabeza” del Corregimiento de Paucarcolla, luego capital de la Intendencia de su nombre (1784) aunque incorporado al Virreinato de Buenos Aires hasta 1794 en que pasó al de Lima, y proclamada la República como ciudad fue declarada capital del departamento de Puno. Ciudad en cuya área urbana convergen, desde siglos atrás, dos grandes grupos étnicos: quechuas y aymaras, dos naciones diferenciadas ayer por sus hábitos, costumbres e idioma, y hoy crisol en que se funden, en feliz mestizaje, en pro de lo auténtico peruano y americano. Ayllus collas o aymaras, quechuas, puquinas y urus que, por otra parte, desde la llegada de los españoles con Gonzalo Pizarro el conquistador de Charcas, soportaron como mitayos los duros e inhumanos trabajos en las minas de Carabaya, Porcos, Chayanta y Potosí, en las haciendas, asientos o estancias y obrajes, hasta ser diezmados como los urus. La “cruz y la espada” cayeron cual rayos sobre las espaldas de la india a la intemperie de la historia y de la vida. Tal azote social y discriminativo obligó, en la Colonia, a levantarse en masa contra la explotación y los abusos del encomendero, corregidor y doctrinero; y contra el latifundista, el subprefecto y el cura, en la República, cual las llamadas “rebeliones de los indómitos collas” de Huancané, Lampa, y otras provincias. ***** Los aymaras de hoy, tenemos dicho, son los descendientes de los que forjaron aquellas altas culturas altoandinas descritas y que pueblan las provincias de Chucuito, Huancané, Lampa y Puno, en la meseta del Collao, y riberas del Titicaca en 8.135 mil km., y más allá de los límites con Bolivia. “Siendo el segundo grupo étnico más numeroso después del quechua en la América del Sur, y de cuya población de dos millones, 500 mil viven en territorio peruano y a los que la información oficial” o el clásico desconocimiento, los asimila a los quechuas, sin embargo de que “son fácilmente diferenciables”, al decir de Portugal Catacora.
Por eso, la razón fundamental del presente libro es “rescatar, o mejor decir destacar, la personalidad étnica y cultural del pueblo o de la nación aymara tan afín al quechua, y como ella de raíz profunda del Perú sin conquista”. Lo dice claramente su autor en la presentación del volumen: “Deben estudiarse sus características para el efecto de su desarrollo económico y social, para así suscitar su liberación”. Y en efecto, la ubicación de su genio cultural e histórico, su personalidad de pueblo, podrá realizarse solo mostrando la existencia de aquella nación nativa, venida desde las primeras edades del mundo andino, y que, soportando el vasallaje de los Incas y venciendo la dureza de la dominación implantada por Pizarro González y barbudos, y sufriendo la discriminación del español en la Colonia y del criollo en la República, ha llegado hasta nosotros, a estos años de definición de las naciones subyugadas por el “hombre blanco” y de la cultura europea de occidente. Con el fin de sostener su tesis y lograr el mayor número de autores, utilizando una metodología moderna y hasta didáctica, Portugal Catacora ha dividido su libro en breves capítulos. Trata en ellos: De la geografía de la región, en sus planos ecológicos, paisajísticos y climatológicos o el escenario donde se desarrolló y desarrolla la vida de los ayllus aymaras. Nos da los rasgos psicológicos del hombre y del ayllu aimara y su transformación por el impacto de los tiempos y la civilización moderna. Describe sus costumbres en la vida doméstica, la moral sexual, la vida conyugal y la educativa tradicional en el ayllu. Nos informa de la propiedad de la tierra, la modalidad del trabajo y la calidad de los cultivos, así como la celebración de las fiestas, religiosas y profanas; las danzas, los bailes, la música, los instrumentos musicales, el canto popular y las actividades deportivas del ayllu. Reseña los mitos, las fábulas, el mundo mágico y el genio artístico del hombre aymara. Nos informa de la alimentación, de los recursos alimenticios, de la dieta; de los atuendos personales o vestimenta y la calidad de las viviendas. Y un capítulo dedicado al idioma aymara en su estado actual y el bilingüismo. En síntesis, es un compendio de la vida del hombre y pueblo aymara en sus aspectos etno-sociológicos, económicos y culturales, o pequeña enciclopedia. Imprescindible para la inmediata consulta del sociólogo, etnólogo, antropólogo y demás especialistas empeñados en el estudio de
aquel grupo étnico. Necesario para la ilustración de toda persona, principalmente para los que imparten enseñanza en colegios y universidades. Recomendable principalmente para “eruditos de archivos y bibliotecas” tan alejados de la verdad y realidad de nuestros temas y problemas. Con lenguaje sencillo, claro, ameno, trasciende en sus acápites lo personalmente observado, vivido y sentido, allá en las altas tierras y pueblos altiplánicos; en contacto directo con los ayllus, con cuyos miembros disertó en su propio idioma como maestro de escuela y descendiente de aquella indómita raza americana, en un largo periodo de tiempo. Lo dice modestamente Portugal Catacora en la página del libro llamada “Presentación”: “Si algún valor tiene es su carácter de experiencias vividas decenas de años en contacto directo del pueblo aymara, tanto en los ayllus como en las haciendas” de las provincias de Huancané, Sandia y Puno. De aquí –subrayamos nosotros– su valor como documento testimonial de primera fuente. Y de aquí también que sus páginas sobre el indio, sean de las que informan e ilustran y no de las que solo distraen, o la “literatura de ficción”, esta muy propia de la pluma de los indigenistas que se cuentan por centenas. Indigenistas que, sin salir de Lima, sin conocer los Andes –sus pueblos, cumbres, sabanas y pliegues–, sin haber estado en el escenario y paisaje en que discurre la vida y actividad del indio y del cholo-indígena, escriben y publican libros faltos de verdad, lejos de la realidad, de la investigación y del análisis, generalizando siempre un caso particular a todo el Perú que no es un país uniforme sino múltiple en su topografía, economía, clases sociales, razas e idiomas. “Indigenismo costeño, limeño, mal de infancia, seudo indigenismo que ha invadido de la cátedra universitaria al periodismo plebeyo, sostenido por amorfas gentes o procolonialistas. Y lo lamentable es que plumas de la talla de Mariátegui y Víctor A. Belaúnde y sus fieles seguidores, se hayan valido y se valgan de tal literatura para sus conclusiones socio-políticas. Indigenismo, ambigüismo e imperialismo. Tiempo es ya de definirnos racialmente, de declararnos indio, cholo o indígena, porque la raza en el Perú es espíritu, y nosotros no indigenistas, sino los indígenas andinos
pongamos coto a los que sustraen nuestro patrimonio cultural, en sucio afán de lucro, fama, literaria o figuración política; denunciemos a los que explotan nuestra ancestral riqueza espiritual peruana, hispano-americana. Tiempo es también de revisar y destruir -como ayer realizaron los extirpadores de idolatrías con los antecesores nuestros a los nuevos ídolos, a los hombres-mitos y a los mitayos de la fama, e ideólogos de la burguesía cultural capitalista; en defensa de nuestro espíritu y conducta. “Opongamos nuestra resistencia a la penetración capitalista e imperialismo cultural afirmando nuestros valores propios”, los que vienen del indio y del español; defendamos nuestra heredad histórica con la presencia indígena que es lo básico, continentalmente, en la cultura hispanoamericana o del pueblo mestizo como somos; y sin olvidar que el indio y lo indio es la raíz de toda integración social y que da su fisonomía vital a la nación y que lo autóctono dará en la historia de mañana su tono y ademán permanente, cual el pensamiento de nuestro ausente amigo e ideólogo Juan Marinello. Los temas que se sintetizan en los capítulos de “Los Aymaras” son diversos cual interesantes. Aunque algunos de ellos exigen, en verdad, un necesario esclarecimiento o juicio. Porque el lector común pudiera suponer que aquella etnia aymara, tanto en sus costumbres como en sus manifestaciones artísticas como culturales, se haya mantenido incólume a través de los siglos hasta llegar a los días que vivimos. Subrayamos que, desde el siglo XVI, a raíz de la conquista española, el pueblo o nación colla o aymara ha sufrido transformaciones en diversos aspectos de su vida social. Se ha producido en la planicie del Titicaca, como en todos los Andes, una trasformación, culturación o simbiosis, el mestizamiento de los elementos de la cultura impuesta violenta o sagazmente por el conquistador y la pasiva y perseverante del conquistado. Desde los primeros tiempos coloniales comenzó, pues, la amestización del mundo andino original, y de su viejo habitante. Con los años se amestizó la misma visión del paisaje indio rural y urbano con las nuevas especies de la flora y fauna, el estilo de construcción arquitectónica, y los aditamentos de la música, danza e
idioma occidentales o europeos. Y sobre ello el nacimiento y presencia del nuevo hombre: el cholo o legítimo personaje peruano, porque significa el vínculo sanguíneo del español con el indio o, mejor, síntesis de ambas razas y culturas y hombre que es peruano por excelencia. El durazno, el higo, la cebolla, la ruda, el perejil y otras especies culinarias de las quebradas y bajíos puneños; el clavel, la rosa, la margarita de sus huertos aldeanos; el trigo, la cebada de sus amables colinas; el buey, el caballo, el asno que pastan en sus campos; el perro, la gallina, la paloma de sus granjas o casas rurales, fueron introducidos por los conquistadores o invasores españoles. Por la política colonizadora de la Corona de España, los antiguos pueblos fueron incendiados y destruidos para ser sustituidos por otros en las llamadas “reducciones de ayllus” que ejecuta Toledo (1570-72), bautizándolos con los nombres de santos de la Iglesia católica antepuestos a los viejos nombres nativos. (La Asunción de Chucuito, Santa Cruz de Juli, Santiago de Pomata, San Pedro de Lampa, San Bernardo de Azángaro, San Juan del Oro de Carabaya, etc.) . Pueblos trazados al modelo español, o mejor del renacimiento, con iglesia, calles y plaza, con casas de adobes, puertas, ventanas y patios; y erigidos siempre en partes planas, cerca de los ríos o cruce de los caminos. Y cuya fundación legal culminaba con la instalación del cabildo llamado de “los naturales” y sus autoridades: el encomendero, el cura y el cacique. Fueron en algunos de estos pueblos o centros de conversión que los miembros de las órdenes de Santo Domingo y de los Jesuitas erigieron los famosos templos de Juli, Pomata, Chucuito donde la fe une al español con el indio. Las viejas y ancestrales costumbres, las fiestas y ritos llamándolas paganas fueron el indio –incorpora en flora y fauna, simbolizados, a lo decorativo que se une a lo fundamental, o arte fundamental americano– a la conveniencia de la Iglesia o mandatos de los concilios eclesiásticos, y hasta se les obligó a hablar el castellano para que olvidaran su propio idioma o el aymara. Particularmente las llamadas danzas folklóricas o “típicamente indias” son mestizas o indoespañolas o cholas. La diablada, la pandilla, la llamarada,
verbigracia, son de ascendencia española: en sus movimientos rítmicos, cambios mutables; en sus vestimentas, botas, cintas, pañuelos, paraguas; y las mismas orquestas o bandas musicales que animan a los danzantes, están complementadas de instrumentos venidos de España: la guitarra, el violín, el arpa, el bombo, el clarinete. (En las sierras de Segovia, en las tierras de Aragón y en los llanos de Castilla, hemos visto pandillas y tunas como las de Puno y muchas regiones del Perú y hasta la marinera es el viejo baile valenciano. Pero tales danzas y bailes han sido modificados por el genio del hombre indio y teñidos con el tinte indeleble del medio telúrico andino; resultando que tales expresiones no son ya ni español ni indio, sino simplemente mestizo, por decir peruano. Porque el Perú y lo peruano nacen de la fusión de los elementos culturales de España y del Tahuantinsuyo ). Pero nos preguntamos: ¿a qué débese la riqueza y variedad del folklore puneño?. El encomendero en su encomienda y el fraile en su doctrina, impusieron al indio tributario o feligrés, en el ámbito de su jurisdicción, la vestimenta, la danza, los bailes y los aires musicales de sus tierras de origen del viejo folklore medieval de los campos de España; y divulgados finalmente por los mestizos hasta arraigarse en las altas tierras andinas. Los españoles de la baja magistratura indiana -escribanos y visitadores-, y los mayordomos de encomenderos, los mineros, arrieros, maestros de obrajes y vagabundos o “soldados” fueron los que originaron, durante toda la Colonia, el nacimiento incesante y volumen del mestizo, del cholo puneño, al procrear con las indias aymaras o quechuas, ya que muy pocas mujeres españolas llegaron a estas duras tierras altiplánicas. Los frailes fueron, en particular, los causantes permanentes del mestizaje en las ricas doctrinas de Juli, Chucuito, Azángaro, Lampa, Copacabana; así nos dice el “informe secreto” del visitador Gutiérrez Flores (1572). Dijimos ya, todo se transformó en los Andes, en el Collao, al correr incontenible del tiempo. Hasta el idioma aymara ha sufrido la influencia del castellano, como lo observa Portugal Catacora. No se usan ya muchos vocablos que recogieran Bertonio y Torres Rubio. Y con el idioma, los cantares, en letra y música, se amestizaron, verbigracia, el harawi que dio
origen al yaraví, que es expresión mestiza y colectiva desde el siglo XVI y no creación personal del arequipeño criollo Melgar. Danzas, bailes, canciones, música que ya no son indios ni españoles, sino simple y tradicionalmente peruanos y que se asientan sobre la base insustituible de la tierra andina que lo caracteriza. Finalmente, “Los Aymaras” constituyen un positivo aporte a la bibliografía del tema y en cuya plana, fuera de los nombrados en el curso de este Prólogo, figuran especialistas peruanos, bolivianos y europeos, tales Rigoberto Paredes, Paul Rivet, J. Velard, E. Oblitas Poblete, Jesús Lara, Toribio Polo, Juan E. Durand, Gustavo Adolgo Otero, G. Macedo Pastor y otros. Perteneciendo Portugal Catacora a la falange de brillantes escritores, artistas e investigadores puneños como José Antonio Encinas, Emilio Romero, Washington Cano, Julián Palacios, Gamaniel Churata, Emilio Vásquez, Alejandro Peralta, Mario Franco Inojosa, Teodoro Valcárcel, Emilio Armaza, Ernesto More, Manuel Pantigoso, Alberto Cuentas Zavala, Samuel Ramírez de Castilla, Vicente Mendoza Díaz, Dante Nava –que ha labrado un soneto que es pórtico del libro –, Bladimiro Bermejo, Carlos Meneses, Carlos Oquendo de Amat, Ormachea, José Luis Ayala, poeta de idioma aymara, y tantos otros. Infatigable escritor, Portugal Catacora agrega este volumen a las docenas de sus libros publicados, en su mayoría de carácter pedagógico, sobresaliendo de ellos “Puno tierra de leyenda” –comentado por Simone Wisbard en “Tiahuanaco”–, “Psicología del lenguaje”, “Psicología de los números”, “Experimentación educacional en Puno”. Elogiado por su labor docente por figuras de las letras como Jorge Basadre y Emilio Romero, quienes le llaman “eminente educador”. Y a cuyas plumas y voces unimos la nuestra en su valoración y elogio. Particularmente lo señalamos como a un sincero constructor del Perú externo que llevamos en la sangre y en el espíritu, como que venimos de la vieja raza india, cuyo ancestro lo proclama él, al igual que nosotros, muy orgullosamente. En tanto otros niegan o disimulan su sangre india, porque no se han identificado en su intimidad, no se han liberado aún –aunque se llamen izquierdistas– del complejo geográfico, racial o cultural que tenazmente los oprime.
Para terminar, declaramos, en descargo, que muchos de los extensos párrafos de este Estudio-Prólogo, pertenecen a una ficha de nuestro “Diccionario Histórico Universal del Perú”, y ocasión es esta para difundirla en pro del conocimiento de nuestras culturas andinas sureñas. José VARALLANOS Lima, 1982. ---------(*)El maestro y escritor del altiplano José Portugal Catacora (11/02/1911 – 21/03/1998) es autor de aproximadamente 29 libros que versan sobre educación, literatura infantil, narración y folklore de Puno . Hemos efectuado todas las indagaciones e inclusive en la propia página dedicada al célebre maestro puneño (http://joseportugalcatacora.blogspot.pe/p/viday-obra_3.html ) para tener referencias sobre la publicación o mención a “Los Aymaras “ , sin embargo al parecer sigue siendo un libro inédito y que bien valdría hallarlo y publicarlo dado a sus contribuciones que según su prologuista José Varallanos contiene para la comprensión del hombre y la nación aymara .