Tierra muerta

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Rituales de muerte en la ciudad.

Susana Ramírez & José Gallardo Monterrey, N.L. 2/23/14

Introductoria / Expresiones de mexicanidad. La realidad goza de interpretaciones extensas y distantes. Y la excedencia no hace más que exclusión dentro de su propia concepción de generalidades o particularidades. ¿Qué significa ser mexicano? La pregunta misma es absurda.

¿qué es ser humano?, ¿qué es ser políticamente correcto?, ¿cuál es la responsabilidad colectiva de pertenecer a un núcleo compuesto de residuos que se odian entre sí?

Sin embargo hay un umbral de concepción identitaria definido dentro de un marco ambiguo de divergencias. La condición geográfica no es factor determinante; pero sí radical. De igual manera el lenguaje (escrito, gestual, hablado, visual) pierde permanencia en la necesidad de dar una proyección integral. La materia artística ha fallado flagrantemente en su intención de llevar a México a un plano estético universal sin recurrir al sesgo de alguno de sus elementos fundamentales, por incapacidad, por


especificidad, por libertad, o por berrinche tan mexicano.

A donde se mire en el paisaje está lleno de recuerdos mexicanos que se esconden en la evidencia y en la cotidianidad. Resultado directo de nuestra interacción diaria con dichos elementos se crea una atmósfera de olvido que envuelve el umbral y lo disipa aún más en la inmensidad reconocible por el hombre.

¿Qué es mexicano? Las patillas con gel, la casaca de Rayados en el asiento del coche, Octavio Paz y las tortas de [inserte guiso] con [inserte aderezo].

Dentro de esta ambición de querer pertenecer a un compuesto más o menos universal de unificación, existen diversas maneras de manifestarse. Lo que te hace pertenecer, en muchas ocasiones segrega y reprime algunas otras expresiones tal vez auténticas, pero que no alcanzan ni a ser atisbos de realidad por tan solo quedar fuera de un círculo de importancia.

Los pachucos, por ejemplo, nunca tuvieron un sentido de pertenencia masivo, tuvieron que crearse el suyo propio. Y aun así, queda sin ser cierto lo que eran. Su distanciamiento de las raíces y, de misma manera, la negación de lo adoptado podrían ser juicios atinados; pero muy ambiguos.

Así es como entra un concepto tan universal para entendimiento del ser humano, que es imposible escapar a la generalidad de él. Como un ente eterno que se encuentra allí

¿Has oído el llanto de un muerto? ~ Juan Rulfo

Miramos por el horizonte los rastros de ciudad que va dejando atrás nuestra vida. Dentro de él se resguarda lo que sea que lleva el hombre implícito en el alma: la muerte. Pero no nos damos cuenta.


¿Qué hay más humano que la propia imperfección pura? El reconocimiento de la misma.

En tanto caso que la muerte nos persigue, nos arropa. La naturaleza dicotómica del mexicano (racional pero instintiva) lo obliga a adoptar una postura más bien cínica frente a la muerte. La tenemos de compañera, de protectora, de emblema o de pintura; pero nunca de sentencia vacía, de muerte verdadera.

La muerte y el mexicano. Así como el cazador prehistórico pintaba en las cavernas atrayendo al espíritu de los animales, dejando su rastro perdido en los muros para legado eterno antes de ser tomado en sacrificio; el deudor que coloca una piedra con epitafios en el lugar donde ha muerto el acreedor que, en ambigüedad forma ahora parte de una perpetuidad.

Las lápidas son como celebraciones de muerte en piedra o metal. La carne se desdobla y se pudre, las lápidas son la resurrección de lo que una vez fue carne en vida.

Los epígrafes en ellas son variados. La función es ilusionar con la búsqueda de la redención eterna lo mismo que con la toma de una posición de trascendencia. Todos los muertos tienen padres, algunos tienen hijos, son hermanos. Todos los muertos tienen alguien que los sepa perdidos, o que los esté buscando. Hacer una declaración de debilidad ante la naturaleza del olvido y pretender que la perpetuidad se haya en una avenida en la mitad de la vida urbana.

Superstición: el papel de la iglesia en la concepción de la muerte. Temor, siempre temor.

Nadie sabe de cierto quién coloca estas lápidas en las calles o en carreteras, pero esa no es la intención


de su presencia. Si se fundamenta una declaración de perpetuidad del muerto, no se busca directamente el reconocimiento personal dentro de la acción de colocar una lápida; sino su desplazamiento a futuro. Nadie quiere ser olvidado, y el hoy por ti, mañana por mí en una forma más bien material se vuelve la válvula adecuada.

De camino al Mictlán, siempre.

En la historia mexicana la sangre se funde con la tierra. Parece que el devenir histórico del mexicano se encuentre manchado de violencia y eso le determina la pureza. Los nueve planos extendidos bajo la tierra, a donde van los que han muerto. Siempre orientadas hacia el Norte, como una figura de certeza eterna.

La correlación se da desde la apropiación de objetos de manera privada. Eso es naturaleza humana, pero en un contexto de realidad agraria, se vuelve de carácter imperante. La lucha por la posesión de las tierras entre diferentes civilizaciones que conviven en regiones. Las guerras entre hermanos, el sacrificio de doncellas para ser posesiones de los dioses, sólo retumban en la noción de la valía de la vida y el coqueteo con la muerte de manera ambigua. Como adivinando casi se sobre entiende que la muerte es sagrada y debe ser puesta en un punto de destacamento.

Tan sagrada que se ha vuelto, en tiempos contemporáneos, en materia prima de la sociedad de la información: mensajes. Pero siempre parece haber un vínculo que destaca entre la muerte del mexicano. Ya sea en forma de narcomenudeo o en forma de Revolución Mexicana: la muerte por la tierra.

En un ciclo se genera la idea de regresar a la tierra por concepto de muerte. La muerte del mexicano es sucia, escandalosa y cruel. ¿Por qué no habría de serlo su recuerdo? El de la muerte verdadera. No el de aquella muerte anhelada como la tradición del Día de Muertos; sino la de aquella repentina, atropellada o violentada.


Si hay una intención jerárquica de colocar tumbas en la ciudad. La creencia de que el lugar donde alguien ha muerto se convierte en terreno propicio para sufrimiento y mala fortuna. Para mal viaje o transición entre mundos. De allí que colocar una señal de advertencia, que detenga y que grite por la atención de quien pasa por allí es ritual necesario.

Se dice que los familiares, generalmente se encargan de ello. Como una última demostración de interés por el ser amado. Le dan la perpetuidad en el desentendimiento de su letargo y su reinserción a la vida urbana después de la muerte.

La evocación es, por sí misma, una actividad rebuscada. Necesita de piezas articulares que ayuden a destacar aquello que es especial en el recuerdo: un olor, un sentimiento, un nombre. Sin embargo, varios de los registros de muerte en calles o avenidas se encuentran sin la inscripción que detalla el nombre del muerto. Sólo están allí, como esperando que alguien recuerde que es tierra sagrada, sin saber quién la ha vuelto sagrada. Sólo con el conocimiento de que la muerte ha pasado por allí.

Perpetuidad. Eterno retorno y familia. La vinculación de todos ellos en la forma de rituales mexicanos de conservación y trascendencia de ­algo­.

La pertenencia del compuesto masivo y el entendimiento del ritual.

La idea del retorno eterno, de la trascendencia.

Tanta vida yo te di que por fuerza tienes ya, sabor a mí

Concepto estético. La intención estética de la serie fotográfica es realizar un trabajo visual que plantee la reflexión


alrededor de la presencia de símbolos mortuorios en la cotidianidad. La constante aparición de estos símbolos, creados por el inconsciente colectivo, son referencia directa a una noción cultural de entendimiento de la muerte.

¿Cuál es la función de las lápidas en la ciudad?

Se encuentran desgastadas por el paso de la vida, como una yuxtaposición de contrarios. La naturaleza de su existencia también es contrastante. Su presencia en la ciudad no hace más que hacer un énfasis en la memoria, un pequeño toque de miel sobre una herida ya más bien sanada (o buscando serlo); pero la relación de la gente con estos aparatos es más bien alejada, incluso inexistente. El peatón no atiende su mirada en saber que alguien ha muerto allí. Se volvió cotidiano; sin embargo no se excluyó de la vida en sociedad a los muertos cuando se decidió hacer una pausa en la rutina y colocar una lápida.

¿Quién colocó la lápida del muerto en la calle? Fue el muerto mismo, cuando murió.

Si bien la intención es la de plantear dicha reflexión a partir de la denuncia de su presencia en una concepción visual urbana, también busca generar un punto de partida para la consideración de posibles hilos que lleven a la asunción personal de identidad.

¿Quién soy yo sino aquel que convive con muertos? ¿Dónde estoy sino en donde yacen mis propios restos? Los restos de un mexicano.

La ejecución estética se da en función de estas mismas ideas:

La perpetuidad legitimada por la imagen fotográfica que congela, al mismo tiempo que no alberga sólo un instante de la apertura del obturador partiendo en milésimas un segundo, sino la conjunción de varios momentos alargando la exposición.

La distinción de la lápida con el paisaje urbano. Haciendo evidente la contradicción suprema de


la muerte en la vida (¿o de la vida en la muerte?). El resalte del color contra la profundidad de su campo y el devenir del movimiento.

La integración de elementos fundidos en un plano general que les hace compartir un mismo espacio.

La relación documental de aquello que necesita ser recopilado y almacenado. La investigación cotidiana como exploración personal o colectiva.

Metodología, ¿a qué aspiran los muertos?

El espacio sirve de escenario para el drama. las tumbas están en la ciudad, que son el epítome de la vida en sociedad. La vida, no la muerte.

Se genera una lista de presencias físicas del ritual en la ciudad en la ciudad. En un inicio son planeados, sacados del recuerdo. El ejercicio mnemónico hace referencia directa a la concepción ontológica de las lápidas: la trascendencia, aunque sea en el recuerdo.

Se desarrolla una perspectiva visual de las presencias. Se documenta visualmente su entorno con fotografías desde diferentes ángulos. Los planos focales son para arrastrar a la materialidad física a los restos espirituales de la tumba. Se colocan en panorama con su interacción cotidiana: las calles, los peatones, la flora. Se funden en imagen. Con esto se cumple una catarsis alterna, pero funcional

Después, se aplican conceptos más complejos de identidad a las fotografías. Ahora ya no sólo sirven para documentar su presencia, sino que se elevan a un campo estético de corrección visual. Se planean sesiones de ejecución fotográfica que impliquen dichos conceptos y al producto final se le publica.

Como último recurso teórico/práctico, se elevará el concepto a la vida cotidiana. Haciéndolo parte de un diario de trabajo donde se documente en las actividades regulares la presencia de lápidas en la


ciudad. A manera de archivo. De este surgirá un libro con una edición digital de descarga gratuita y con el compilado de todos los archivos fotográficos que se rescaten.

Bibliografía Levi­Strauss, C., & Almela, J. J. (2008). Antropología estructural : mito, sociedad, humanidades / por Claude Levi­Strauss ; traducción de J. Almela. México : Siglo Veintiuno, 2008. Paz, O. (2010). El laberinto de la soledad ; Postdata ; Vuelta a El laberinto de la soledad / Octavio Paz. México : Fondo de Cultura Económica, 2010. Rulfo, J., & Rulfo, J. (2006). Pedro Páramo ; y El Llano en llamas / Juan Rulfo. España ; México : Planeta, 2006. Valdez, L., Burrell, P., Olmos, E., Aidman, C., Daly, T., Anderson, J., & Valdez, D. (2003). Zoot suit [videograbación] / a Luis Valdez film ; a Universal picture ; produced by Peter Burrell ; directed by Luis Valdez ; written for the screen by Luis Valdez. Universal City, Calif. : Universal Studios, 2003.


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