Poemas Las cosas pequeñas (fragmento)
Celebro la grandeza de las cosas pequeñas, de las cosas triviales, sencillas, hogareñas. Quisiera que este verso fuera un canto de gesta que exalte las hazañas de la gente modesta. Quisiera que este verso fuera un himno discreto que exalte al hombre medio, responsable y concreto. Quisiera que este verso resulte una balada que exalte al hombre honrado y a la mujer honrada. Celebro los aromas que inundan la cocina, celebro la fragancia del café y de la harina. Y celebro a los chicos con delantales blancos cuando escuchan atentos sentados en sus bancos. Celebro la epopeya del trabajo bien hecho, del horario completo del deber satisfecho. Celebro la costumbre de decir la verdad, celebro la constancia, celebro la amistad. Celebro que se cumplan los acuerdos verbales, celebro la clemencia de los buenos modales. Celebro los escritos con renglones prolijos y celebro el coraje de tener muchos hijos. Celebro las parejas de novios que en verano caminan por los parques tomados de la mano. Y celebro el cariño de mujer y marido, cuando llevan ya un largo camino recorrido. Celebro los abuelos que ríen con sus nietos, celebro a los que saben mantener un secreto. Celebro al hombre humilde, que construye un país. Del árbol florecido, celebro la raíz. Celebro a los que pisan con firmeza en el suelo, mientras alzan confiados su corazón al cielo. Concluyo este poema con el párrafo aquel: “Quien es fiel en lo poco, será en lo mucho fiel”.
Juan Luis Gallardo
Las cosas buenas
Me gustan las fogatas; me gusta su fragancia que en otoño llenaba los parques de mi infancia: follajes derrotados de pinos y eucaliptos poblando los senderos de incendios circunscriptos; holocaustos sencillos, vegetal sacrificio, para impetrar la gracia de un invierno propicio. Y me gustan los trenes, los magníficos trenes cuyo paso recuerdan nostálgicos andenes: grandes locomotoras que animaba el carbón en feliz singladura rumbo a Constitución. Me gustan los jazmines, leves constelaciones de estrellas diminutas en tapias y portones. Me gustan las estrellas, titilantes jazmines floridos en la altura de nocturnos jardines. Y me gustan las telas, esos rústicos paños que albergan en su trama perfume de rebaños. También me gusta el mate, su pausado ritual nacido en la llanura, circunspecto y formal, El vino de Borgoña, rotundo y saludable; el vinito patero, de espíritu mudable. Y me gustan las armas, su mecanismo inerte que acata los mandatos de la vida y la muerte Me gustan los revólveres, las finas espingardas y las nobles espadas, las picas y alabardas. Me gusta la escopeta que acompasa la marcha suspendida del hombro en mañana de escarcha. Me gusta el horizonte, ese límpido trazo que suelda cielo y suelo, limitando el ocaso. Y me gusta el ocaso, me gusta aquel crisol donde arden los metales agónicos de sol. Agónicos metales de contorno celeste que se van apagando allá por el oeste. Y me gustan los nombres, los nombres musicales que designan precisos los puntos cardinales: cada esquina del mapa se sostiene segura en las cuatro columnas de su nomenclatura.
Me gustan las aldabas y me gustan las brújulas. Me gustan como suenan las palabras esdrújulas. Y me gustan las cúpulas. Me gustan las clemátides, los pájaros, las ánforas, las clásicas cariátides. Me gustan las dalmáticas de púrpura, los trípticos, la acústica de los túneles y los símbolos crípticos. Me gustan los discretos postigos de madera y las casas de barrio con patio y con higuera: casas bajas con largos zagüanes y cancel de vidrios con bordes cortados en bisel. Y me gustan los patios con frescura de parras; con malvones, rayuela, canarios y guitarras. Me gustan las charangas de la Caballería y comprar panes tibios en la panadería. Me gustan los deportes violentos. El vestuario después de los partidos: su ambiente solidario, su olor a linimento y los doctos debates que analizan jugadas cual si fueran combates. Me gustan las campanas de modestas capillas. Me gustan los cencerros que rigen las tropillas. Me gustan los cigarros, opulentos habanos donde habitan sabores de climas antillanos; los cigarros negros y el pulido naval de las pipas talladas en raíz de nogal. Me gustan las gragatas, me gustan los veleros, me gustan los sonoros vocablos marineros: bauprés, obenque, jarcia, pañol, arboladura, bitácora, mesana, barlovento y amura. Me gustan las almendras, la nuez y la avellana y me gustan los curas vestidos con sotana. Me gustan los soldados que llevan uniforme. Me gustan las fachadas con un escudo enorme. Y me gustan los reyes que reinan como reyes, sin ningún Parlamento que le imponga leyes. Me gustan los molinos, me gustan los pasteles, me gustan las arañas de cristal con caireles. Me gustan las estatuas, los coches de carreras, las casillas prolijas de los guardabarreras.
Me gustan los colores de los vitrales góticos y me gustan los mapas de países exóticos. Los mapas con sus nombre misteriosos: Uganda, Yucatán, Dardanelos, Calcuta y Samarkanda. Me gustan los maníes que venden en la calle y los libros usados de la Plaza Lavalle. Me gustan los estantes con tomos alineados que muestran en el lomo sus títulos dorados. Me gustan los sonetos, los gruesos diccionarios, los cuentos de fantasmas y los antifonarios. Me gustan los ex libris con leyendas distintas, me gustan las imprentas y su mundo de tintas. Me gustan las veletas, también los pararrayos; los caballos lobunos, alazanes y bayos. Me gu stan las espuelas, las monedas de plata, los macizos de hortensias, los cofres de pirata. Y me gustan las vigas labradas de quebracho, me gustan las encinas, los fresnos, el lapacho. Me gustan los bastones de malaca y de boj los números romanos de algún viejo reloj. Me gusta de la lluvia su redoble minúsculo, me gustan las banderas bajando en el crepúsculo. Me gustan mis amigos, mi Patria, mi mujer, mis hijos, mi apellido, mi Dios y mi deber. (Perdón por este verso tan poco intelectual, sin traumas, sin protesta, ni angustia existencial.)
Las cosas malas
Detesto cordialmente las grises medianeras; también la propaganda que está en las carreteras. Detesto las goteras y los reclamos drásticos, detesto los consorcios y los envases plásticos. Detesto los mosquitos, la tos, los formularios, siempre tan indiscretos, siempre tan ordinarios. Detesto las mañanas de invierno con garúa y aquellas historietas que dicen: continúa.
Detesto los poemas herméticos: presiento que encubren casi siempre la ausencia de talento. Detesto esa pintura donde cada detalle pareciera burlarse del hombre de la calle; pintura incomprensible, sin forma ni belleza, rebelde a la armonía de la naturaleza. Detesto por lo tanto la llamada escultura que obtiene materiales en tachos de basura. Detesto las tarifas, los turnos, las esperas, detesto las sutiles maniobras financieras. Detesto las campañas, los planes delictivos, que detienen la vida con anticonceptivos. Detesto asimismo, por cobarde y mezquino, el método inventado por el Doctor Ogino. Detesto los loteos, fraccionamientos turbios, que convierten potreros y quintas en suburbios. Detesto los paneles, encuentros y debates, que juntan bailarinas, políticos y abates. Detesto el psicoanálisis y la sociología, el hígado a la inglesa y la pornografía. Detesto el monocorde Boletín Oficial y detesto el Derecho Fiscal y Procesal. Detesto las demandas; los trámites de embargo; los baches; las erratas y escribir por encargo. Detesto lo gauchesco cuando es de pacotilla Y a Alicia en su demente País de Maravilla. Detesto los ficheros y la fibra sintética. Detesto francamente la ciencia cibernética. Detesto en consecuencia cada computadora Y cada barbarismo en su jerga incolora. Detesto el anglicismo, malsonante y ridículo, De escribir Argentina suprimiendo el artículo. Detesto los vocablos a nivel y agendar, coyuntura, impactante, carencial y accionar. Detesto las maneras de los ejecutivos que estudiaron incluso cómo ser agresivos. El evolucionismo me parece grotesco, detesto las encuestas y detesto la Unesco.
Detesto los horóscopos, los signos del Zodíaco, detesto los avisos de corte afrodisíaco. Detesto las iglesias que parecen galpones, detesto los discursos que parecen sermones. Detesto los sermones que parecen discursos, detesto los exámenes, detesto los concursos. Detesto hacer las compras en el Supermercado, detesto los teléfonos que dan siempre ocupado. Detesto los equipos que no tiran al arco y detesto sentirme cual sapo de otro charco. Detesto a quienes citan decretos de memoria, detesto la espinaca, la acelga y la achicoria. Detesto las mujeres con trajes masculinos y detesto los hombres con pelos femeninos. Detesto, por escéptico, los rígidos programas y cada cuadradito de los organigramas. Detesto los manuales de Educación Sexual y los modernos conjuntos de música tribal. Detesto el macaneo, los planteos pesimistas, las torpes iniciales que pintan los turistas. Detesto la eficacia como argumento cumbre también la ineficiencia transformada en costumbre. El término eficiencia tampoco me hace gracia pues sigo suponiendo que se dice eficacia. Detesto al literatometido en su cenáculo y, por analogía, las flores de invernáculo. Detesto el sobresalto de subir a un avión, detesto el brillo helado de la luz de neón. Detesto las columnas cuando simulan mármoles, detesto los ediles cuando derriban árboles. Y detesto el reemplazo de palabra tan vieja como es concubinato, por vivir en pareja. Detesto esa disculpa que suele utilizarse al decir de un adúltero que quizo realizarse. Detesto por supuesto, las deudas atrasadas y mantener de día las ventanas cerradas. Detesto las antenas de la televisión, del dentista detesto su torno y su sillón.
Detesto la alegría que finge el carnaval y la categoría de ganador moral. Detesto los helechos plantados en maceta y las cuestas arriba cuando ando en bicicleta. Detesto con firmeza la goma de mascar y almorzar de parado en la barra de un bar. Detesto cómo atruenan con sonidos atroces en las calles de pueblo las redes de altavoces. Detesto que se invoque la libre competencia si entre fuerzas opuestas no existe equivalencia. Detesto esa falacia tenida por sagrada de transformar en dogma la opinión mpas votada. Sin embargo detesto también el que intente gobernar sin apoyo del común de la gente. Y termino aquí mismo la presente protesta pues detesto la gente que protesta y detesta.
Las cosas grandes
En medio de este mundo que teme y que bosteza quisiera con mis versos celebrar la grandeza. En medio de este mundo de rezonga y protesta celebraré el ejemplo del gesto y de la gesta. En medio de este mundo que rige la estadística celebraré a los héroes, al talento y la mística. Celebro al individuo que se levanta en medio de esa gris referencia que es la cifra-promedio. Por lo tanto celebro al santo y al caudillo, que trascienden los lindes del mundo y el mundillo. Celebro a Miguel Ángel contemplando a través de un gran bloque de mármol su futuro Moisés. Celebro a Julio César cruzando el Rubicón y en el puente de Lodi celebro a Napoleón. Celebro a los orfebres del idioma que hablo, celebro cada viaje del apóstol San Pablo.
Celebro en Alejandro la decisión que pudo resolver de un mandoble su dilema del nudo. Celebro al troglodita que con piedras y ramas obtuvo el prodigioso despertar de las llamas. Lo celebro a San Pedro, titular de las llaves del Reino y a Cortés destruyendo sus naves. Celebro los dibujos de Leonardo y de Goya. También celebro a Schliemann desenterrando Troya. Celebro la pedrada certera de David y celebro a Virgilio cultivando su vid, Celebro a quien ofrece su vida por la de otro, celebro al primer hombre que domó el primer potro. Celebro de Ricardo su corazón de león y todo un mundo nuevo celebro con Colón. Celebro al enigmático inventor de la rueda, celebro a la abadesa Teresa de Cepeda. Celebro a los que tuercen el curso de la Historia, recordando a Lepanto con Juan de Austria y con Doria. Celebro la obediencia de Abrahám, e l patriarca, y al Cid, noble vasallo de un mezquino monarca.. Celebro en Roncesvalles la agonía de Rolando, c elebro las empresas de Isabel y Fernando. Celebro al cauto Ulises amarrado al timón mientras surge del agua la mágica canción. Lo celebro a Pitágoras planteando su teorema, l Lo celebro a Lugones componiendo un poema. A María Magdalena celebro en el momento de quebrar el valioso recipiente de ungüento. Celebro la sentencia sagaz de Salomón; el genio de Aristóteles y el genio de Platón. Celebro al dibujante cuyos trazos certeros poblaron Altamira de bisontes y arqueros. Celebro al arquitecto del templo de Luxor, en Chesterton celebro su docto buen humor. Celebro a San Francisco donando su fortuna, celebro al astronauta que puso pie en la luna. Celebro a don Quijote cargando hacia el molino, celebro el pensamiento de Tomás, el de Aquino.
Celebro la ardua marcha de Mencía Calderón, celebro aquel soldado que anunció Maratón. A Elías el profeta lo celebro en su carro y en las Islas del Gallo lo celebro a Pizarro. Celebro la armonía del canto gregoriano, celebro el patriotismo de Escipión el Africano. Celebro la estrategia de Aníbal, el guerrero, y de Patton, jinete de elefantes de acero. Celebro la entereza de Santo Tomás Moro, celebro la quimera del Vellocino de Oro. Celebro al sabio antiguo que observando la elipse de los astros predijo con certeza un eclipse. Y celebro a tres reyes que en el cielo oriental hallaron una estrella que los llevó a un Portal. Celebro a Fray Angélico poniendo en su pintura la dimensión flamante del relieve y la hondura. Celebro a Carlos Quinto y celebro a San Luis, el de Francia. Celebro al Dante y a Beatriz. Celebro a Carlomagno. Celebro a Recaredo. Y celebro al invicto Alcázar de Toledo Celebro a William Shakespeare, a Dominico Greco y a don Segundo Sombra, de los pagos de Areco. Lo celebro a Hernandarias y a Liniers, el Virrey: a San Martín y a Rosas, que restauró la ley. Celebro de Lavalle sus últimos soldados, transportando los restos del jefe, descarnados. Lo celebro a Gallardo, científico y pariente. Celebro a Pirovano, cirujano eminante. (Total, al fin de cuentas, me puedo dar el gusto de incluir un homenaje a mi gente, si es justo.) Y llegando a esta altura descubro, sorprendido, que canté a la grandeza con nombre y apellido. Lo cual no es sorprendente cuando uno bien lo mira pues se guarda memoria de aquello que se admira. Concluiré sin embargo con algunas menciones genéricas, a modo de dignas excepciones. Celebro al que gobierna cuando gobierna, cuando sobrelleva las duras soledades del mando. Celebro a quien se bate por su causa perdida y alzando una bandera se juega hasta la vida. Celebro aquellas fechas que llegan a ser hitos,
celebro las acciones que originan los mitos. Celebro a quien conoce la humana condición y procura no obstante lograr la perfección.
Las cosas pequeñas
Celebro la grandeza de las cosas pequeñas; de las cosas triviales, sencillas, hogareñas. Quisiera que este verso fuera un canto de gesta que exalte las hazañas de la gente modesta. Quisiera que este verso fuera un himno discreto que exalte al hombre medio, responsable y concreto. Quisiera que este verso resulte una balada que exalte al hombre honrado y a la mujer honrada. Celebro la batalla de apariencia anodina que se libra en los campos de la diaria rutina. Celebro el desenlace de aquellas aventuras vividas al amparo de existencias oscuras. Celebro los minutos, los heroicos minutos donde juegan ocultos corajes diminutos. Celebro a tanta gente que empieza la jornada levantándose alegre en plena madrugada. Celebro ese gobierno que ejercen las mujeres y que en los formularios definen: sus quehaceres. Gobierno que se inicia cuando encienden puntuales en su casas dormidas los fuegos matinales. Celebro los aromas que inundan la cocina: celebro la fragancia del café y de la harina. Celebro cada gesto, celebro cada frase, preparando los hijos cuando salen a clase: que ajustar la corbata, que observar los detalles, recomendar cuidado para cruzar las calles. Y celebro a los chicos con delantales blancos cuando escuchan atentos sentados en sus bancos. Celebro las lecciones sabidas a conciencia; los triángulos, los mapas, pintados con paciencia Celebro al artesano que inicia la mañana subiendo a un colectivo de línea suburbana.
Celebro al operario que una vez y otra vez toma el tren de las cinco, las cinco y veintitrés. Y celebro al empleado que espera en la estación con su camisa limpia brillante de almidón. Celebro al comerciante de procedencia itálica cuando alza tarareando la cortina metálica. Celebro a los gallegos rotundos y formales que rigen almacenes de Ramos Generales. Y celebro a los griegos del quiosco en las esquinas que amables nos despachan tabaco y golosinas. Celebro al laborioso capataz provinciano santiagueño, puntano, chaqueño o tucumano. Y celebro al asiático tintorero cortés; al sirio diligente y al jocundo irlandés. Celebro con nostalgia los frugales reseros, jinetes de la aurora que cruzan Mataderos. Y celebro al tambero que entre el barro y la bruma reitera su milagro de blancura y de espuma. Celebro los camiones de brillantes colores, cargados con verduras y cargados con flores: celebro los cajones con apio y berengenas; celebro los manojos de rosas y azucenas. Celebro los efectos del jabón y del agua, los fuegos de artificio que bailan en la fragua. Celebro la epopeya del trabajo bien hecho, del horario completo, del deber satisfecho. Celebro las proezas del último escribiente que no demora el curso que sigue un expediente. Celebro la respuesta simpática y precisa, celebro la fatiga detrás de una sonrisa. Celebro la tarea comenzada y concluida, celebro la herramienta que se limpia y se cuida. Celebro los mordiscos exactos de la lima, celebro que se acepten los rigores del clima. Celebro cada golpe del formón y el martillo, celebro las hiladas parejas de ladrillos. Celebro a quien mensura los alcances de un riesgo cuando avanza prudente por atajos al sesgo. Y celebro asimismo la decisión valiente que lleva en ocasiones a jugarse de frente. Celebro la costumbre de decir la verdad, celebro la constancia, celebro la amistad.
Celebro la finura de esa ayuda encubierta que se presta de modo que ninguno lo advierta. Celebro los escritos con renglones prolijos, y celebro el coraje de tener muchos hijos. Celebro que se cumplan los acuerdos verbales, celebro la clemencia de los buenos modales. Y celebro al vecino que riega sus malvones celebro al funcionario que cumple sus funciones. Celebro a quien comparte la pesadumbre ajena, celebro a quien celebra la dulce Nochebuena. Celebro al vigilante, celebro al carpintero, celebro el trato franco y el amor verdadero. Celebro las parejas de novio que en verano caminan por los parques tomadas de la mano. Y celebro el cariño de mujer y marido cuando llevan ya un largo camino recorrido. Celebro los abuelos que ríen con sus nietos, celebro a quienes saben mantener los secretos. Celebro los cimientos, celebro los puntales, que sostienen ocultos las bellas catedrales. Celebro al hombre humilde que construye un país. Del árbol florecido celebro la raíz. Celebro a los que pisan con firmeza en el suelo mientras alzan confiados su corazón al cielo. Concluyo este poema con el párrafo aquél: quien es fiel en lo poco será en lo mucho fiel.