Jaime Garza
Para Elisa
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Este libro no está escrito para aquellos que se dicen cultos, ni educadores o moralistas. No piensen hallar en estas líneas consejos, principios o valores que moderen la convivencia del hombre, tampoco esperen encontrar en este escrito razonamientos profundos ni pensamiento filosófico, que solo confunden las mentes ya de por si aturdidas por el mundo. Y mucho menos piensen encontrar en estas letras reglas de buen comportamiento. Se trata más bien de algo común, de lo convencional, de aquello que la condición humana está haciendo a un lado, y se deja llevar por lo que dictan la sociedad, la moral y las leyes en turno. Estas palabras son el resultado de la libertad y
de la conciencia libre del
pensamiento del hombre. Es el fruto de una concepción realista del mundo,
de la
perversión y del libertinaje, pasión desbordante que incita, que deleita los sentidos y que nubla la razón. Es más bien un acercamiento a los sentimientos subyugados a la pasión, de la voluptuosidad y lubricidad etéreos, placeres corruptores pero que no se pueden condenar a morir ahogados. El cruel posicionamiento ante una pasión desmedida, en la reflexión del protagonista, que pretendiendo aliviar su dolor causado por el estilete de la pasión clavado en su corazón, finalmente decide curarse y retira la letal daga, hallándose con la sorpresa desagradable, de que el dolor, pese a ya no tener la daga, sigue vigente. Deseo con esto encontrar respuesta entre muchos hombres y mujeres, que ahora sabedores del origen de su mal, y conscientes de que se ha establecido un certero diagnóstico, puedan curarse, arrancando el filo de la daga ardiente de la pasión, si es que para ello tuviesen valor.
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Punza tu ausencia, PĂşa lacerante de la pasiĂłn, que perdura cual fuego calcinante, de las emanaciones del radiante sol. ÂĄInterminable, como un eterno atardecer! Triste, latente; tiene mi alma en suspenso, inconmensurable me ronda, como la muerte al condenado, te miro en el ayer, me veo a tu lado, y te recuerdo hoy; ya sin enfado.
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Una vez concluidos mis estudios, y habiendo recibido el diploma que me acreditaba como médico especialista en ginecología y obstetricia, tuve que seguir el camino que todo recién graduado recorre: buscar trabajo. Yo estaba fascinado con la idea de vivir en la ciudad, no queriendo decir con ello que no extrañaba esos tiempos en que viví en mi pueblo, pero en la ciudad todo estaba a mi alcance, sea turismo, o cultura, o entretenimiento.
Sin embargo; por asuntos
personales que surgieron de último momento, tuve que regresar a mi tierra natal, por lo que conseguí trabajo en uno de los hospitales del sector salud, y al mismo tiempo abrí un
consultorio. En el consultorio atendía como médico general,
aunque me interesaba especialmente en captar pacientes embarazadas. Como el consultorio me dio excelentes resultados, requerí del apoyo de una persona que me auxilie en mis procedimientos y de otra para la limpieza del establecimiento.
Los días se sucedieron uno tras otro y desaparecieron como fantasmas en la inmensa mansión del tiempo, mi trabajo en el hospital del sector salud se volvió estable, y en la comunidad donde atendía a los enfermos mi nombre comenzó a ser mencionado con más frecuencia de tal suerte que se daban cita pacientes de otros municipios, de los estados vecinos e incluso algunos pacientes que radican en la unión americana se trasladaban para ser atendidos conmigo.
Todo marchaba sobre ruedas, y con resultados favorables e inesperados si consideramos que era un total desconocido. Debido a que soy una persona de carácter dulce y amable que disfruta de la estabilidad, me gusta aplicar esas cualidades en todos los terrenos de mi vida, y el área laboral no fue la excepción, 4
por lo que las dos personas que laboraban en el consultorio desde un inicio las mantuve el mayor tiempo posible auxiliándome, hasta que por motivos personales dejaron el trabajo y me quede sin ayudantes.
Con el objetivo de hallar personal interesado en trabajar conmigo, pero sobre todo que tuviera el perfil para ayudarme en el consultorio, publique una convocatoria en internet. Varios días se requirieron para tal fin, y solo pude reclutar a la persona encargada de la limpieza del local, pero no encontraba a la persona adecuada para que me ayudara en la recepción y en mis procedimientos. Recibí solicitudes de distintas personas, realice entrevistas, pero ninguna cumplía el perfil o mejor dicho: ninguna me satisfacía.
Por esos días, tuvo lugar una fiesta en casa de una de mis pacientes que me invito cordialmente, y yo acudí decidido a pasarla bien. Ya caía la tarde, el sol estaba en el poniente ocultado parcialmente por el horizonte. Era una fiesta de tres años y se realizaba en armonía, se hallaban los payasos que con sus ocurrencias hacían reír lo mismo a pequeños que a mayores. Justo en ese momento se hicieron presentes tres mujeres, que resultaba imposible no mirarlas, tanto por su belleza; como porque una de ellas, la mas joven; quizá con catorce años iba vestida como una autentica cortesana, tenía el cabello recogido por una diadema, el rostro lucia con maquillaje en exceso y un lunar había sido estampado en la mejilla derecha, el vestido era de color rosa mexicano que arriba era ampliamente escotado y abajo terminaba en la parte más alta de los muslos, lo tenia muy ajustado que se amoldaba perfectamente en las curvaturas de su cuerpo, parecía que lo llevaba 5
pegado en la piel, resaltando sus atributos y se delineaba la diminuta tanga. Calzaba unas zapatillas blancas de tacón sumamente alto y el aroma de un perfume escandaloso despedía a su paso. Iba masticando goma de mascar. Las otras dos mujeres que acompañaban a la fresca joven eran de mayor edad e iban vestidas muy a modo para la ocasión y una de ellas llevaba un niño en su regazo. Se acomodaron en las sillas de la mesa donde me encontraba, yo me servía vino en ese momento que amablemente les ofrecí y gustosas aceptaron. Considerado ese como el momento propicio, nos presentamos sin desviar nunca mi atención en las tres mujeres, pero en especial de aquella que llevaba el niño en brazos.
La mujer tenia como veinte años, sin duda joven y bella ante los ojos de muchos, vestía una blusa de manga larga color hueso cerrada por botones al frente, llevaba una falda amplia de algodón color café con vivos dorados que caía libre haciendo pliegues por debajo de las rodillas, calzaba unas sandalias de cuero. Llevaba la cabeza cubierta con una frazada de color dorado con flores escarlata bordados delicadamente, asomando tímidamente unos cabellos negros en su frente. El rostro ovalado, de cutis delicado y bien cuidado, tenia una frente breve, unos ojos cafés enmarcados por unas cejas pobladasy sombreados por unas pestañas escazas. Una curvatura ardiente y fina dibujaba los labios de su boca. En su regazo tenía un niño que dormía plácidamente, sostenido por un rebozo de algodón en color azul turquesa. La mujer vigilaba el sueño del infante, lo contemplaba
con una mirada amorosa, y lo arrullaba con los latidos de su
corazón. Yo veía embelesado el bello cuadro que estaba ante mis ojos, que no
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pude evitar pensar en la Virgen delle vía. Platicamos brevemente, era soez el lenguaje que pronunciaba la jovencita y su risa escandalosa, pero dulce y meloso la de sus acompañantes. Unos minutos mas tarde, me despedí de mi anfitriona, de las hermosas mujeres que hicieron agradable mi estancia,
y me retire de tan
agradable conmemoración.
En el consultorio, Karen realizaba con esmero las actividades de limpieza y poco a poco iba mostrando soltura en el puesto. La convocatoria poco efecto había tenido y ya casi nadie acudía para el puesto en la recepción. Mientras tanto; yo tenía que hacer las actividades de recepción y ayudante al mismo tiempo que las propias como médico, y me resultaba muy complicado; por lo que finalmente me dije: al carajo todo, voy a poner un cartel frente al consultorio solicitando personal y la primera persona que llegue la contrato. Y así fue, instale una cartulina color verde fluorescente frente al consultorio, con la siguiente leyenda: “Se solicita empleada para recepción”, ni una hora pasó cuando repiqueteó el timbre del consultorio, la chica de limpieza abrió y me aviso que me esperaba una joven que quería el trabajo.
Eran como las dos de la tarde, los rayos del sol caían inclementes y un ambiente bochornoso inundaba el lugar, poca gente caminaba por las calles. En la sala de espera estaban sentadas dos mujeres, una joven como de veinte años y la otra como de cuarenta, las dos personas vestidas de negro y a pesar del intenso calor sofocante portaban suéter, llevaban bajo el brazo un folder color manila, y tenían la apariencia de haber caminado mucho. 7
Buenas tardes, por favor pasen al consultorio –les dije mientras abría la puerta del consultorio-, si doctor, gracias –me contestaron al mismo tiempo que se levantaron y se encaminaron hacia el consultorio-. Se acomodaron en las sillas que ocupan los pacientes cuando acuden a consulta en el área de entrevista, yo me senté en el sillón frente a ellas como si se tratara de una consulta. ¡Cual sería mi sorpresa! La joven que estaba frente a mi era la joven que en la fiesta de tres años llevaba el niño en sus brazos, la misma que me hizo recordar la pintura de Roberto Ferruzzi, pude reconocerla a pesar de que su vestimenta era diferente; aunque me pareció que ella no me reconoció. -Buenas tardes, soy el doctor Uriel, ¿En qué puedo servirles?
La mujer mayor sonrió y volteo hacia la joven, como tratando de ocultar la ansiedad que tenía, y tras un breve instante hablo: mi nombre es Julia, ella es mi sobrina Elisa y venimos a verlo por lo del empleo. Esta mañana hemos tenido que atender algunos asuntos personales por este rumbo y ahorita que pasamos frente a su consultorio vimos la cartulina en la que solicita una empleada, y queremos saber de qué trabajo se trata.
El consultorio, perfectamente ordenado, con sus paredes blancas impecables que reflejaban la luz blanca proveniente de las lámparas, la pequeña ventana del consultorio estaba cubierta con una cortina romana color azul rey que daba paso sutilmente a los rayos solares que formaban abanicos blanquecinos y azulosos, en una de las paredes estaba una puerta de madera finamente detallada que servía de marco para un hermoso vitral que exponía el gran báculo con las dos 8
serpientes enrolladas y las alas de mercurio, que daba acceso al área destinada a la exploración de los enfermos, en otra pared se encontraban marcos de madera uniformes en color que exponen a los visitantes los títulos y reconocimientos que el médico había logrado en su carrera, la computadora permanecía encendida, con el protector de pantalla activado, y en los altavoces se escuchaba una música suave y delicada para los oídos, lenta y pausada en ritmo que correspondía a la Bagatelle No. 25 de Beethoven, mejor conocida como: “Para Elisa”.
Las dos mujeres permanecían quietas, vestían un atuendo discreto aunque impropio para el calor sofocante del exterior, sus rostros no tenían un aire de notables, parecían de clase humilde. Julia era una mujer de estatura media con grandes manos curtidas por el trabajo, de piel morena y en la cara tenia marcadas las líneas de expresión que le daban una edad mayor, el cabello negro abundante con líneas grises atado en dos trenzas unidas en la espalda, sus ojos cafés sombreados por unas largas pestañas permanecían quietos y resignados mirando el consultorio con una expresión curiosa de lejanía e indiferencia. Elisa se mostraba tensa, los hombros elevados y los músculos del cuello rígidos, se notaban las pulsaciones de las arterias en su lánguido cuello, yacían sus manos entrelazadas reposando sobre sus piernas.
Es correcto señora Julia, -exclamé- hace ya varios días en que no tengo ayudantes y ha sido una tarea difícil conseguirlos. En días recientes vino la chica que les abrió la puerta y ha sido una excelente colaboradora en la limpieza de las
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instalaciones, no obstante; requiero de una persona que me ayude en el área de recepción por lo que coloque esa cartulina. - Entonces necesita una persona para que le ayude en la recepción –dijo Julia-.
- Así es, -Les dije mirándolas a ambas- que reciba a los pacientes, que lleve la agenda de citas, que reciba mi correspondencia y que realice algunos documentos de los pacientes, ¿Usted quiere trabajar?
- No doctor, -Me contesto Julia- no lo digo por mí, me gustaría que mi sobrina trabajara con usted. Ella ha desempeñado distintas actividades, y segura estoy que puede realizar las tareas que le indicara. - Y tú qué dices Elisa –le pregunte-
Elisa en ese momento separó sus manos, las colocó con las palmas apoyadas en los muslos, las deslizó sutilmente sobre la tela de su pantalón, irguió la cabeza y me miro a los ojos; parpadeó, suspiró profundamente y con una voz tenue pero dulce a los oídos me dijo:
Pues si doctor, quizá soy joven, y carezco de experiencia en algo así como lo que usted acaba de mencionar, pero debe saber que tengo veinte años y desde los quince me incorpore al campo laboral que por motivos que no vienen al caso mencionar he tenido que abandonar los estudios y contribuir con los gastos de la casa. Me siento importante al trabajar y participar en el sustento de mi familia sin
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importar las actividades que tenga que desempeñar. Cuando se han requerido mis servicios en el campo ahí los he ofrecido puntualmente, lo mismo en la venta de productos, en restaurants, o como encargada en un mostrador vendiendo desde los artículos más conocidos hasta los artículos más extraños. Hace unos días por razones de fuerza mayor, no me presenté en mi trabajo y fui despedida. Hoy mi tía y yo venimos a arreglar algunos asuntos con un vecino suyo y como vimos la cartulina, nos tomamos el atrevimiento de platicar con usted, o mejor dicho; le estoy pidiendo que me dé la oportunidad de trabajar con usted.
- Pero me has dicho que no tienes ninguna experiencia en las actividades que te he mencionado –le dije a Elisa sonriendo-
- No veo dificultad en ello doctor, -Me dijo con tranquilidad- si usted me enseña tenga la seguridad de que hare correctamente las tareas, yo estoy en la mejor disposición de trabajar en lo que usted me asigne, y con el salario que usted crea conveniente, ya no soportaría estar un día más desempleada. –completó- Bueno, no hablemos más –les dije-, preséntate mañana a trabajar, me traes los siguientes documentos -le extendí una hoja donde estaban anotados los requisitos-, y ya mañana veremos lo del horario y los días de trabajo, así como las actividades que realizarás. Confío en que todo saldrá bien, pues la buena disposición que has mostrado en este momento será de gran ayuda para sortear todos los obstáculos que se presenten.
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- Gracias doctor, no le fallaré, -dijo Elisa- no se va arrepentir de haberme contratado. Se despidieron Julia y Elisa con una cortesía poco habitual y se retiraron del consultorio.
Al día siguiente todas las actividades se realizaron con normalidad, la mañana era fresca y un viento suave acariciaba las mejillas de los transeúntes, la tierra aún permanecía húmeda y en el ambiente se percibía las exhalaciones de la tierra mojada como testigo inequívoco de la lluvia que durante la noche había sucedido, el cielo era claro y transparente, se veía una línea delgada azul en el horizonte perfectamente dibujada por la montaña, el sol apareció por el lado oriente como un gran guerrero con su escudo dorado y resplandeciente. En las calles se escuchaba el ruido de la gente que se dirigían a realizar sus actividades habituales, unos al campo, otros a la ciudad. Sonaban los claxon de los coches y de las unidades de transporte público. Se escucha el ladrido lejano de los perros, y los gritos cercanos de los niños que se dirigen a la escuela. Uriel fue el primero en llegar al consultorio, y estuvo trabajando en su computadora personal preparando una conferencia que en días próximos tenía que presentar. Poco antes de las ocho de la mañana repiqueteó el timbre de la entrada del consultorio, y Uriel acudió para abrir la puerta; era Elisa que enseguida entró y se sentó en una de las bancas de la sala de espera; al poco rato llego Karen.
Los tres pasaron a un cuarto de las mismas instalaciones que estaba habilitado como un pequeño comedor. El espacio era pequeño, con la puerta de acceso del lado oriente y una pequeña ventana en el poniente, las paredes blancas finas 12
perfectamente detalladas que resplandecían con la luz blanca de la bella lámpara que pendía del techo. El piso de mármol blanco y rosado perfectamente pulido reflejaba la luz en haces multicolores hacia el plafón que daba la apariencia de tener brillo propio. El mobiliario era austero y solo había lo necesario para preparar alimentos.
Se sentaron en las sillas, y un aroma a delicadas flores impregno el ambiente, resultado perfecto de la mezcla de jazmines con sándalo y almizcle: era el perfume de Elisa. Karen encendió la cafetera y colocó agua en el recipiente de cristal, en la mesa fueron puestos los platos y vasos de cerámica; cucharas, cuchillos y tenedores de acero inoxidable; y fueron ofrecidos café, azúcar, leche, galletas y panecillos. Platicaron de temas diversos, de política y de religión, de música y películas, de las actividades que habían desempeñado en su vida laboral, de cuentos e historias de la comunidad; considerando tal vez algunos puntos como irrelevantes, pero se estaba iniciando una nueva etapa y el propósito de Uriel era claro: generar un clima de confianza entre sus colaboradores.
Ese día Elisa se veía bien, vestía elegante pero discreta. Llevaba una blusa blanca de manga larga perfectamente abotonada hasta el cuello y descendía por fuera del pantalón hasta sus caderas. Vestía pantalón tipo sastre en color negro, y calzaba unos zapatos de vestir con tacón bajo. Una curva vehemente dibujaba su boca con delgados labios. Los cabellos negros estaban desparramados por su espalda, indomables se esparcían cuando caminaba y descansaban sobre sus
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hombros. Llevaba pendientes de piedras blancas que parecían perlas. Una fugaz fragancia despedía a su paso, llena de sensualidad y frescura.
Los siguientes días se volvieron tranquilos y llenos de armonía, Uriel se dedicaba por completo a las actividades como médico, y sus colaboradores le auxiliaban en sus respectivas tareas. Karen tenía ya un dominio completo de las actividades de limpieza y de los exhaustivos de las instalaciones y en ocasiones colaboraba en alguna actividad administrativa. Elisa aprendía muy rápido, se mostraba amable con la gente, siempre tenia disposición para realizar sus actividades y puntualmente entregaba los informes que le eran requeridos. Cada vez que tenia duda sobre alguna actividad o si consideraba que algún error había cometido, se acercaba a Uriel quien amablemente le ayudaba.
Uriel tenía treinta y cinco años, estaba casado y tenía dos hijas, ambas niñas de cuatro y dos años. Llevaba una vida llena de tranquilidad, sobria y equilibrada, que muchos de los que me conocían se asombraban por semejante orden, pero; como se ha dicho anteriormente esa era su naturaleza y no demandaba de su parte esfuerzo alguno. Uriel estaba metido todo el día en el consultorio, atendiendo a sus pacientes, y cuando no había pacientes, se dedicaba a satisfacer algunas de sus inquietudes escuchando música, o disfrutando de una película, o leyendo algún libro. Casi no salía del consultorio, y cuando lo hacía; era para ir a su casa o para visitar a sus padres. Los vicios para el médico no existían, y las andanzas, o las fiestas, o las visitas a algún bar; no las realizaba desde que era un estudiante en la facultad de medicina, y hasta eso en contadas ocasiones; ya que dedicó 14
gran parte de su tiempo en los estudios, que ahora le daban buenos frutos y fama.
Habían pasado ya tres meses desde que Elisa llego al consultorio, se había adaptado muy bien al ambiente. Había resultado ser una excelente compañera y en los ratos en que no tenía trabajo en su oficina, le ayudaba a Karen en las labores de limpieza. Por su parte, Uriel no tenía queja alguna de ella, y le entregaba de manera puntual la correspondencia y los informes que le solicitaba.
Ya era costumbre la reunión de las nueve de la mañana en el pequeño comedor para tomar café que acompañaban con galletas o pan, y a las dos de la tarde para disfrutar de la comida principal que traían al consultorio de la fonda de doña Soledad. Elisa y Karen preparaban la mesa y los utensilios para degustar los alimentos, y Uriel llegaba al comedor cuando según sus cálculos, todo ya estaba listo.
Todo iba conforme lo esperado, hasta que un día; cuando Uriel llegó al consultorio notó que salía una jovencita como de quince años, le pareció una mujer hermosa, una belleza. Paso al lado de su auto y pudo contemplarla con detenimiento, ella le sonrió y Uriel le correspondió. Cuando entró al consultorio, casi de inmediato Elisa entro a la oficina del médico para entregarle la correspondencia que había llegado y le pidió que se sentara. ¡Qué bonita mujer! – Dijo Uriel encantado- ¿Quién era? – Le preguntó a Elisa-. Es mi hermana doctor – contesto con tranquilidad-. ¡Ah! Debes cuidarla, porque un día de estos te la roban –señaló Uriel-.
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A partir de ese día, Elisa modifico su forma de vestir; Cambio el pantalón tipo sastre por unos jeans ajustados, y las blusas holgadas con botones hasta el cuello por blusas ajustadas y en su mayoría muy escotada, luciendo en todo su esplendor su cuello y sus bien torneados hombros. Ya no usaba zapato de piso, calzaba guaraches, botas o zapatillas. Pero siempre se veía divina. Ese día en particular, Elisa se veía elegante, llevaba una blusa color hueso que descendía hasta sus caderas formando pliegues delicados y un pantalón de mezclilla en color natural ajustado a sus hermosas caderas como si estuviese pegado a las curvas de su carne, calzaba unas sandalias de piel con piedras blancas incrustadas. Su bello rostro ovalado con una gracia indescriptible, lucía una frente despejada con unas cejas medianamente pobladas arqueadas que servían de marco para unos extraños ojos cafés que ostentaban unas cortas pestañas que al descender daban una escaza sombra. La nariz era recta y breve con sus aperturas pequeñas. Las mejillas sonrosadas de cutis excelente, y una cereza ardiente insinuaba su boca con delgados labios. Los cabellos negros estaban bellamente recogidos en alto con sumo cuidado y una coleta descendía lenta entre sus hombros que alegre se meneaba con su andar. Llevaba un collar, pendientes y un brazalete de piedras blancas engarzadas bellamente elaborados. El perfume de Elisa era una fragancia fresca, sensual y radiante; que poseía al mismo tiempo el encanto dulce de la inocencia y el delicado toque de la sensualidad, parecía proceder de su carne apiñonada más bien que de los vestidos.
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Sus visitas a la sala de consulta se hicieron más frecuentes, y platicábamos durante largo rato favoreciendo con ello que la observaba con mayor detenimiento. Poco tiempo basto para considerar a Elisa como la muchacha más bella del universo, yo; que nunca había tenido la temeridad de mirar de esa manera a una mujer, ni había tenido pensamientos maliciosos hacia mujer alguna; ahora estaba padeciendo tremendos impulsos y, sensaciones jamás conocidas por mí.
Visiblemente aturdido con los encantos de Elisa, se hallaban extasiados mis sentidos por sus visitas constantes en mi consultorio, cualquier excusa resultaba encantadora ya sea para que ella me visitara en el consultorio, o bien; que yo la visitara en la recepción, visitas que siempre terminaban en largas pláticas donde yo no perdía la oportunidad de llenarme con sus encantos. A pesar de ser mas joven que yo, no mostraba turbación alguna, sabia muy bien lo que ocasionaba su presencia en mi ser, poco a poco se iba apoderando de mi voluntad, y lentamente formo parte importante en mis sentimientos.
Aceptaba con agrado mi galantería sin molestia o incomodidad. Y he aquí lo más divino y elocuente del lenguaje del amor, lejos de rehuirme; sus acciones llenas de sutileza facilitaban el encantamiento recíproco, ya sea reclinándose sobre mi escritorio y yo le elogiaba su belleza muy cerca a su oído, o sea que por ociosidad se sentaba en el sillón de la sala de espera y yo me sentaba a su lado acariciándole su pequeño pie con el mío; pero no había detalle alguno que no estuviera salpicado por las mieles de la pasión. Yo le adornaba con flores, y ella me regalaba la más bella de sus sonrisas; yo le ofrecía chocolates y ella 17
correspondía con un “gracias, que lindo”. El insistir fue continuo, y al momento en que les cuento esta historia, yo diría sin equivocación que la insistencia fue de los dos; al grado de que no estoy seguro si yo la conquiste, o el conquistado yo fui.
Me tenía hasta el delirio, y un loco frenesí se apoderaba de mis sentidos, imágenes voluptuosas llenaban mi mente y su figura ardiente ya no podía separar de mi pensamiento. Miles de
sentimientos
cargados de placer
jamás
experimentados inundaban mi corazón. Mi cuerpo se estremecía con solo pensar en ella, sentía que la sangre se me agolpaba en el pecho, y cuando estábamos juntos los tejidos se me inflamaban, cantidad de flujos acelerados recorrían todo mi cuerpo y un delirio me invadía que me impedía hablar. La soñaba entre mis brazos, besando sus labios rojos y recorriendo su cuerpo con mis manos con una ansiedad infinita. No podía más, ya no era posible posponer ese encuentro delicioso, largamente anhelado; y por fin decidí avanzar hacia aquella diosa del amor.
Una tarde estaba yo en mi consultorio trabajando en la computadora, tenia la puerta abierta, y ella estaba en la recepción trabajando en unos documentos que le había solicitado. De momento cerro sus documentos y entro a mi consultorio, se sentó en una de las sillas de los pacientes, y me dijo que estaba cansada, pero que afortunadamente ya iba terminar su turno. Le dije que igual yo estaba cansado y aburrido. Platicamos largo rato y me dijo que tenía algunos problemas en casa, pero estaba confiada en que con el dialogo familiar tendrían solución. Le dije que no hay problema que no tenga solución, y que por muy desalentador que fuera el 18
panorama con el esfuerzo conjunto todo iba a mejorar. Aparte de estar trabajando en la computadora, estaba leyendo algún libro de poesía, y le leí algunos versos de
poetas como Nervo, Sabines, y Neruda. Escucho encantada los poemas
breves, y sabedor de que no habría mejor oportunidad para hablarle de amores; le dedique el siguiente poema: (Obtenido del Cantar de los cantares) Amiga mía: He aquí que tú eres hermosa; tus labios como hilo de grana,y tú habla hermosa; tus mejillas, como cachos de granada detrás de tu velo. tu cuello, como la torre de David, edificada para armería; mil escudos están colgados en ella, todos escudos de valientes.
Toda tú eres hermosa, en ti no veo mancha alguna, ven conmigo; prendiste mi corazón, amiga mía; has apresado mi corazón con uno de tus ojos, con una gargantilla de tu cuello.
¡Cuán hermosos son tus amores, amiga mía! ¡Cuánto mejores que el vino tus amores! ¡Y el olor de tus ungüentos que todas las especias aromáticas!
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como panal de miel destilan tus labios, oh amiga; miel y leche hay debajo de tu lengua; y el olor de tus vestidos como el olor del Líbano.
Ella leyó el mensaje, doblo el papelito y lo guardo en su bolso. Me dijo que era lindo lo que pensaba de ella y que se sentía muy bien. Apague la computadora y cerramos el consultorio. Fue la primera vez que pase a dejarla a su casa.
Yo estaba todo el día en el consultorio y empleaba el tiempo para atender mis pacientes, aunque a veces salía de la comunidad para
atender mis asuntos
externos al consultorio, y luego cuando regresaba ella me recibía con una dulce ansiedad cargada de sonrisas, me veía a través de las ventanas y presurosa se adelantaba ella misma a abrirme la puerta. Mi pasión por Elisa iba en aumento, y note que ella no se quedaba atrás, se las ingeniaba para demostrarme lo importante que era yo en su vida.
A partir de ese día los acercamientos se hicieron todavía mas continuos, se la pasaba horas enteras en mi consultorio platicando de miles de cosas, escuchábamos canciones veíamos películas o simplemente nos contemplábamos. Así mismo, conjuntamente decidíamos que desayunar o que comer, y en más de una ocasión juntos preparamos los alimentos en el pequeño comedor; pero nunca se dio un beso o caricia furtiva.
Para propiciar el acercamiento más íntimo la invite a salir, y ella acepto con gusto. Note como las mejillas se le enrojecían y los ojos le brillaban de una manera tan 20
especial, y lo digo porque más adelante pude ver esos ojos de cerca, y pude distinguir ese brillo tan peculiar. La cite en la ciudad, llegue puntual al sitio acordado y ella ya estaba ahí, lucia espectacular, subió a mi camioneta y partimos. Hablamos muy poco durante el viaje, pero como íbamos a tanta velocidad cuando nos dimos cuenta ya estábamos en Cuetzalan, y ahí decidimos hacer alto. Recorrimos varios lugares de interés de la bella población y nos detuvimos en un restaurant donde disfrutamos alimentos y bebidas propias de la región.
Me platico que sus papas eran aun jóvenes y que estaban separados por los problemas tan frecuentes que vivían. El papá poco aportaba para la economía familiar y la mayoría de veces nada, por lo que la mamá tenía que trabajar en lo que fuera para mantener la casa. Me dijo que tenía tres hermanos menores que ella, que no estudiaban pero que tampoco mostraban interés en trabajar para contribuir a la economía familiar. Finalmente; ella era la mayor de los hermanos, presumió de ser una excelente estudiante, pero que tuvo que abandonar los estudios por la escasez de recurso monetario, y pues tuvo que incorporarse al trabajo para sumarse al abastecimiento de recursos del hogar.
Me dijo que había trabajado en diferentes actividades, pero la que le resultaba más chusca era el que había desempeñado muy breve ¡De apenas doce horas! Como mesera en un restaurante. Ahora se encontraba conmigo trabajando, y creía que la diosa fortuna por fin le había sonreído, sabia que era inteligente y que aprovecharía la oportunidad, quizá única en su vida, para estudiar una carrera universitaria. Ya cayendo la tarde, subimos a la camioneta y nos regresamos a la 21
ciudad donde ella bajo despidiéndose con un dulce beso en la mejilla, que yo disfrute mucho.
En el consultorio la convivencia entre Elisa y yo se hizo de más confianza, e iba descubriendo cualidades y virtudes agradables para mí. Su talento era natural, su ingenio e inteligencia me impresionaron cuando se trataba de aprender algún procedimiento o actividad que le enseñaba. Desbordaba en dulzura, su noble corazón no tenia sitio para sentimientos negativos, y su belleza henchida de encantos hacían que fueran cada vez más fuertes las cadenas que me sujetaban a ella; cadenas que felizmente aceptaba yo; y que había tomado ya la decisión de no separarme jamás de ella, mi dulce Elisa.
Otro día la invite a salir, pase a su casa por ella antes de que saliera el sol, llene el tanque de combustible de la camioneta y nos sumergimos en un largo viaje por las carreteras. Avanzamos rápidamente, y contrario a lo que se dio en el primer viaje, ahora nos encontrábamos charlando muy amistosamente, como si nos conociéramos de toda la vida. Me narró pasajes de su vida con más detalle, desde su niñez hasta el momento actual, alegrías y tristezas, logros e ilusiones; pero sobre todo; habló de los sueños y ambiciones del porvenir.
Inicialmente decidimos viajar a México y pasar el día como turistas en el distrito federal, pero como llegamos temprano, dijimos: mejor vamos a Cuernavaca para pasar el día en un balneario, y como no había mucho tráfico por la autopista llegamos muy pronto, entonces dijimos: mejor vayamos a Acapulco; y así lo
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hicimos. Llegamos al maravilloso puerto como a eso de las trece horas, lucía tranquilo y despejado, y libremente circulamos por las calles hasta llegar a la costera. Como no íbamos preparados para un día de playa, hicimos alto en una tienda comercial donde compramos todo lo necesario para esta aventura de playa. Posteriormente nos encaminamos de nuevo a la costera y nos hospedamos en un hotel ¡Por un día! Presurosos e inquietos abordamos el elevador y descendimos en el piso donde se encontraba la habitación que nos habían asignado, y yo con cierto nerviosismo abrí la puerta del cuarto y entramos en la habitación. Ella se metió al baño para darse una ducha y vestirse con el traje de baño recién adquirido, mientras yo yacía en la cama mirando la televisión. Después lo hicimos a la inversa. Cuando los dos estuvimos preparados, salimos a la playa y nos instalamos bajo una sombrilla donde dejamos nuestras cosas, y nos sumergimos en las aguas verde azuladas de la bella costa de Acapulco. Jugamos como dos chiquillos, corríamos uno tras otro, nos derribábamos en las aguas, yo maldosamente le tomaba sus pequeños pies y la arrastraba hacia la profundidad de la playa, ella se incorporaba y corría tras de mi lanzándome chorros de agua y arena. Ya cansados de tanto correr y quemados por los rayos del sol, nos acomodamos en nuestras sillas y vino la calma, los meseros nos sirvieron caldo de camarón, filete de pescado, camarón empanizado, ensaladas y cerveza, que disfrutamos enormemente. ¡Paradisiaco Acapulco! Con su arena blanca fina como granos de perlas vírgenes que incesantes reflejan los rayos del astro rey, con sus aguas cristalinas verde
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azuladas como una esmeralda gigante que se mueve suavemente, solos en la inmensidad de la playa, el ambiente iluminado por la hermosa sinfonía que producen el canto de las aves el ruido de las olas y el roce continuo de las hojas de las palmeras acariciadas por el viento. Los testigos vistiendo sus mejores galas se dieron cita llenos de grandeza y majestuosidad infinitas; Neptuno se extendía interminable sobre las aguas marinas, Júpiter se mostraba extenso en el firmamento celeste rodeado de nubes blancas, en lo alto Vulcano con sus flechas ardientes, los Euros y las musas no faltaban, y ese pequeño hombrecito liviano y alado que a base de juegos me había hecho ya su presa, el pudor y la resistencia me habían sido vencidos y mi voluntad estaba caída. Fue donde le confesé a Elisa mis pretensiones. Que hermosa eres Elisa, mi amor por ti es de una inmensidad incomparable que no percibe en ti mancha alguna, mi corazón ya no me pertenece, lo has apresado con la belleza de tus ojos y la languidez de tu cuello, ¡Ah! ¡Que deliciosos son tus perfumes! Mezcla de esencias y de bellas flores, como tu ¡Oh! Flor de primavera. Tus labios son como panal de abeja que destila miel, rojos como cerezas tiernas que despiden fragancias que incitan al amor, y de tu boca surge la palabra dulce y melodiosa, ¡Oh Elisa! ¡Elisa! ¡Bella mujer! Que has hecho conmigo, nunca imagine sentir lo que siento en mi corazón, me has desarmado, ¡Oh! Reina mía, ya nada es mío, ya nada me pertenece, ¡Tuya es mi vida! Ojala Venus haya escuchado mis plegarias, y me ames incesantemente y me des causas infinitas para amarte cada día mas, ¡Ah! Me basta con que me dejes amarte niña hermosa.
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¡Mi niña hermosa! Aquí tienes a un hombre postrado a tus pies, aquí tienes a un esclavo que te servirá por el resto de sus días, a un hombre que te amará con fe sincera.
Elisa no supo que decir en ese momento y un estado de turbación le invadió de pronto. Me dijo que era muy lindo lo que pensaba de ella, y como no se trataba de un asunto menor, y que esta decisión daría rumbo el resto su vida; dijome que se tomaría unos días para pronunciarse en la medida correcta. Era evidente que le había gustado, el sonrojo de sus mejillas y el asomo de lágrimas furtivas fueron evidencia fiel de que había conmovido su corazón.
¡Ah! Que sorprendido estaba yo con mi discurso y la elocuencia que emanaba de mis labios, había sido tocado por los favores de Venus; ¡Jamás en mi vida! Había gozado de esta virtud tan extraña, pero al mismo tiempo tan encantadora, que si me vieran aquellos que se dicen conocedores míos, hubieran quedado igual de sorprendidos. No cabe duda, que el amor es una fuerza extraña que hace que todo sea posible, te vuelves ágil y lleno de astucia para librar las barreras que se imponen entre tú y la amada de tu corazón, y te brotan fuerzas que te hacen sentir invencible y todopoderoso, gracias ¡Oh! Citerea, Febo y a las nueve musas por la inspiración celestial y ardiente que has derramado en este, tu esclavo.
¡Ah! Mi querida Elisa, que felices hubiéramos sido, en nuestro propio paraíso; nuestros nombres se hubieran mencionado en el mundo entero, tu nombre por interminables generaciones hubiera sido pronunciado, y mi nombre siempre unido
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al tuyo, eternamente juntos, siempre los dos, existencias inseparables. Con mi naturaleza dulce y apacible, sumado a tu natural encanto y a las cualidades que te volvían agradable, muy seguro estoy de que hubiéramos sido los seres más felices sobre la faz de la tierra, yo siempre a tu lado mi querida Elisa, tú al lado mío, siempre amándote, deseándote sin cesar,
pero; tu liviandad y fidelidad
insuficiente mira adonde nos trajeron. Encontrabame en los cuernos de la luna, miel exquisita disfrutaba todos los días y alegres sinfonías alegraban mis oídos, mi dulce amada a mi lado mirándome con ojos amorosos y frases cariñosas de sus labios brotaban inundando mis sentidos, ¡que más podía anhelar! Triste mortalidad la mía y sin embargo exquisitamente disfrutaba de las complacencias del paraíso en vida. Fue en estos días, que mi querida Elisa recibió numerosas llamadas y mensajes en su móvil, que a su decir eran debido a que en su casa había causado gran revuelta el hecho de que hubiera sido mi compañera de viaje. Y como era lógico querían hablar con ella, así que Elisa tuvo que salir antes de tiempo para reunirse con su familia. Una vez que se hubo retirado, en el consultorio recibí tres llamadas de un joven que dijo ser primo de mi musa y que le urgía hablar con ella; en la tercera ocasión le pedí que me dejara el mensaje y que más tarde ella se comunicaría, y simplemente colgó el auricular. Pensando en que se trataba de algún imprevisto en su familia y dado el apremio con que la buscaba, contacte de inmediato a Elisa pero sin éxito alguno. Como ya era tarde, cerré el consultorio y me dirigí a la ciudad a una conferencia que impartiría un médico muy notable sobre el Virus del Papiloma Humano. Poco
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antes de iniciar la plática, le envié a Elisa unos mensajes para notificarle del joven que la había buscado, que no respondió; y decidí llamarle al móvil pero me enviaba al buzón o me contestaba la operadora: “El número que usted marcó está ocupado o se encuentra fuera del área de servicio, favor de llamar mas tarde. Gracias”. Entonces marqué a su casa, y me contestaron: - Si, bueno –era la cuñada de Elisa- Buenas noches, soy Uriel; ¿Puede pasarme a Elisa?, -contesté- ¡Ah!, buenas noches doctor Uriel, Elisa no se encuentra, ¿Quiere que le de un mensaje?- No, gracias. ¿Sabes a donde salió? –le pregunté- Si doctor, dijo que iba a la tienda a comprar algo para cenar, se fue en su coche junto con su hermano, en cuanto regrese le comento. - Gracias, gusto en saludarte. –dije y colgué¿Habrá olvidado su teléfono? –pensé-. Entre al auditorio donde se llevaría a cabo la conferencia que ya había iniciado. El espacio estaba media luz, era un auditorio amplio, con una gran pantalla en el escenario donde desde el podio el conferenciante dirigía las presentaciones. Muy interesantes eran los datos que exponía al público que mostraba una gran comprensión del tema, sin dejar de reconocer las habilidades que mostraba como orador. En ese momento se activó
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el vibrador de mi teléfono y vi en la pantalla que me llamaba Elisa, salí del auditorio y le contesté: - Hola Elisa, ¿Cómo estás? - ¡Ay! Me siento muy mal Uriel –me contestó llorando- ¿Qué te pasa Elisa?, ¡Que tienes!, -le dije con preocupación- Es que me duele mucho la cabeza, es un dolor insoportable –seguía llorando- ¿Ya tomaste algo? - ya tome una aspirina y no se me quita, he estado acostada y aun así no se me quita, -me siento muy mal y continuaba en llanto- Hace una hora –le dije con apremio- envié mensajes y llame a tu teléfono y no me contestaste, - Es que apague el teléfono, me sentía muy mal –contesto-, ¿Qué voy a tomar?, dime por favor –me dijo entre sollozos- Como no me contestabas, te marque al teléfono de tu casa y me contesto tu cuñada, y me dijo que no estabas. - Que le vas hacer caso, ¡Esa nunca se entera de lo que pasa en la casa!, -me dijo con un tono de enojo en su voz-,
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- No te enojes, perdóname si te he molestado, solo estoy diciendo lo que pasó, y te llame solo para enterarte de que te ha llamado al consultorio un chico que según le urgía hablar contigo. - Uriel, ¡No tengo que hablar con nadie!, ¡Ya me reuní con mi familia!, ¡No sé qué más quieren!, si me han dicho tanta estupidez, ¡Bah! Para que te digo esto, si ya estas dudando de lo que te estoy diciendo, -contestó molesta y curiosamente sin llanto-, que mala onda eres, yo acá muriéndome del dolor de cabeza y de la vergüenza por los señalamientos de mi familia; y tu dudando de mí, ¡Que mal plan contigo! - Está bien, -dije con cierta culpabilidad-, no te enojes, tomate una tableta de ketorolaco para el dolor de cabeza. Que descanses. - No pienses cosas malas de mí, ¡Eres lo máximo!, ¡Te quiero!, ¡Te adoro! –Me dijo con voz dulce y tierna, que me sorprendió su cambio de humor tan súbito-, hasta mañana y sueña conmigo. - Hasta mañana, que tengas dulces sueños. –le dije y colgué-
¡Ay! Pobre de mi querida Elisa, tanta había sido su desventura en el día, y aun en las sombras de la noche el fantasma de las desgracias no dejaba de rondarla. Tú tan sola, y valientemente enfrentas en el claustro de tu recamara los problemas y los señalamientos de tu familia, y yo en la lejanía sin poder brindarte consuelo amada mía. Diosas de la noche, aprieten con fuerza las bridas y aceleren el andar de los caballos nocturnos para que sea muy breve el viaje, y el carruaje adornado 29
de fina escarcha de la aurora llegue rápidamente; para poder consolar al lucero de mi existencia. Por tu repentino dolor de cabeza y por tus lágrimas que descienden lentas sobre tu rosada mejilla igual que el agua del hielo cuando se desliza por la pendiente, puedo intuir de modo indiscutible que has sido lapidada con sus señalamientos y golpeada inmisericordemente con el flagelo de sus palabras acusadoras. ¡Ah! Que seres tan injustosy míseros, acaso se creen seres perfectos para condenarte, o es que no se han dado cuenta que son simples mortales, pecadores, hijos de hombre, concebidos en la imperfección; y que sus vidas desbordan mancha igual que la muerte se inunda de oscuridad terminal.
Al día siguiente, Elisa llego tarde al consultorio. Tenía una facies de sufrimiento enorme, no se había maquillado e iba con la ropa del día anterior. ¡Cuánta conmiseración!
Viví por ella en ese momento, pobre estrella mía que pecado
cometiste para que te condenara tu familia, si solo has amado, y el amor es el más grande de los sentimientos, es lo que mueve al mundo, y es el mandamiento supremo de Dios. Entró al consultorio y se acomodó en una de las sillas para pacientes, apoyó los codos sobre el escritorio y puso la cabeza entre las manos. Complaciente me senté a su lado y le coloque mi brazo lleno de ternura alrededor del cuello lánguido, ella reclinó su cabeza en mi hombro. Las mejillas pueriles y rosadas fueron regadas por la lluvia incesante de sus lágrimas inmerecidas. Sus cabellos los llevaba dispersos en su espalda, y un aroma fresco cargado de sensualidad despedía de su cuello.
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Ya calmada me dijo que sus familiares la sermonearon con severidad. Su papá le amonesto el comportamiento impropio y el atrevimiento de haberme acompañado al viaje, que su trabajo estaba en el consultorio como asistente y no como compañera de viaje. La mamá harto compungida se dijo avergonzada y decepcionada del proceder de su hija, y expreso que toleraría que fuera madre soltera, o que viviera en unión libre, incluso que se divorciara, pero jamás soportaría a una impúdica en su casa. Como era de esperarse, y no gozando de independencia económica sus hermanos se sumaron a las críticas de los papás e igual advirtieron a Elisa. Los tíos se mostraron divididos en su opinión, unos la tacharon de cascos ligeros, o de liviandad, o pecadora, y le sugirieron que lo conveniente era abandonar el trabajo en el consultorio para no dar de que hablar a la gente. Pero otros tíos se sumaron a nuestra causa y dijeron que la decisión correspondía a Elisa, que aunque es contrario a las costumbres de la sociedad, si Elisa se sentía feliz a mi lado como pareja mía, pues respetaban su resolución sin discusión alguna.
Fuimos al pequeño comedor, donde Karen había colocado vasos, cubiertos, platos de cerámica; y habían sido servidos en una charola pastelillos y galletas. Nos sentamos en las sillas y nos servimos café. Casi no hablamos, Elisa tenia la mirada puesta en la mesa y por instantes nuestras miradas se encontraban pero no decíamos nada. Tenia la mirada apagada, triste, ¡Todo su rostro era tristeza!, curiosamente yo esperaba que me dijera que hacer en estos momentos de incertidumbre y reclamo. Karen abandonó el comedor, no se si intencionalmente o
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porque ya había concluido su desayuno. Abracé a Elisa y ella apoyo su cabeza en mi hombro, entonces le dije que no se preocupara, si bien es cierto que los señalamientos han sido crueles y carecen de la mínima sensibilidad, no representan
obstáculo
alguno
para
que
nuestros planes se
concreten,
correspondiéndome ella con una sonrisa. Le dije que yo la amaba por sobre todas las cosas, y que jamás me cansaría de adorarla, ya que ella llenaba todos mis sentimientos pasados y venideros, y que juntos tomados de la mano caminaríamos por la vida y enfrentaríamos al mundo entero si es posible, pero ¡Jamás! La abandonaría. ¡Lo se, Uriel! ¡Lo se! –me dijo- y por eso es que estoy muy molesta con la forma en que me han reclamado en casa, porque tú eres una buena persona, pero bueno; ya lo hicieron y ahora tenemos que enfrentar lo que venga, ¡Pero que ni sueñen que he de abandonarte!, ¡De ningún modo!, por lo pronto me voy a dar un baño que ya ves en que fachas estoy, ¡No puedo estar todo el día así!, dejarás de quererme Uriel, y eso es lo que menos quiero en la vida –dijo con seguridad y se retiró del comedor-.
Ya en el ocaso del día, cuando el caballero dorado fatigado de la jornada aprieta las bridas de los caballos que jalan su carruaje en el descenso lento por el poniente, y escoltado por aglomeraciones de nubes multicolores, cansado igual yo estaba y para reconfortar mi cuerpo me di un baño con fragancias frescas a base de hierbas olorosas y almizcle. Habiéndome retirado el agua con un fino lienzo, me calce un pijama de algodón y tumbe mi cuerpo en la cama. Pensaba en 32
Elisa, resultaba inevitable; en lo que le había propuesto en el viaje
y en las
funestas consecuencias. ¿Qué necedad la de sus familiares para que se alzaran contra Elisa? No somos los primeros seres que vivimos en esta situación, ni seremos los últimos; en las lejanías del porvenir se vislumbran historias nuevas de amantes lo mismo fugaces que indestructibles que soportaran el paso del tiempo. Antes que nosotros ya muchos han vivido situación semejante y que valientemente habían resistido los embates de la muchedumbre saliendo victorioso su amor, como Josefina y Napoleón, o Cleopatra y Julio Cesar, o Julieta y Romeo. No pude evitar que la culpabilidad se anidara como tímida paloma en mi corazón, pero era más fuerte la estela de pasión que sentía por Elisa, que la razón terminaba sucumbiendo al placer. Un dilema de difícil resolución en que me había metido, si yo cedía a los dulces caprichos y placeres de la pasión seguramente la razón me increparía: ¡Haz errado el camino, atente a las consecuencias! Y si accedía a los argumentos lógicos de la razón, seguro es que la pasión me diría: ¡Ah! Me has condenado a morir.
En eso estaba yo, cuando escuche un tenue golpeteo en la puerta de mi cuarto, y la hoja se abrió lenta. Entro Elisa, recién bañada igual, con su perfume inundo la habitación y se dirigió al pequeño sillón que había en mi cuarto donde se sentó, cruzo la pierna y fijo dulcemente su mirada en mí. Tenia aun los cabellos mojados, que lucían desparramados por su espalda y a los lados reposaban los caireles sobre sus delicados hombros como mechones retorcidos, tenía el cutis fresco libre de maquillaje, vestía un pijama formado por unos pantalones a manera de mallas
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grises y una parte superior escotada en color azul marino, calzaba unas sandalias de cuero.
La habitación se encontraba con una luz escaza, como la escaza claridad que se encuentra en los bosques tupidos de arboles que con dificultad dejan pasar los rayos del sol, o como aquel momento en que lento se despide el día para dar paso a la espesura de la noche, o como lo es en la aurora. La ventana estaba cerrada y las cortinas corridas, levanté mi cuerpo de la cama y me dirigí a la salida de la habitación, y cerré la puerta. Elisa no dejaba de mirarme, me senté en el borde de la cama y con una señal de mi mano la invité a que se sentara a mi lado, que complaciente acudió. Sentí en las sienes un golpe de calor exquisito, que mi sangre aceleraba la su velocidad en mis venas, y mi corazón como caballo desbocado golpeaba mi pecho. Elisa permanecía a mi lado sentada en el borde de la cama, con la mirada en el infinito y las manos posadas en sus muslos, quieta como una estatua; como el mármol que recién se extrae de la cantera. Coloqué mi brazo en torno al lánguido cuello y ella me correspondió posando su delicada mano en mi muslo. Volvió el rostro hacia el mío y nuestras miradas se encontraron, que por unos instantes llenas de curiosidad se acariciaron. Acerqué mi rostro al suyo y mis labios se posaron en los de ella, unidos por nuestras bocas en un beso largamente anhelado. Temblaba su cuerpo entre mis brazos como la espiga de trigo que es agitada por las caricias del viento, o como la espesura del follaje de los arboles que son agitados por la interminable brisa, ¡Ah! Que delicia de mujer. Ella poso sus manos en mi pecho y empujo sutilmente, hacia esfuerzos
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como queriendo separarse de mi pero sin lograr su cometido, y al mismo tiempo no deseando que yo me separara. Le retire el pijama, que por su fragilidad no resultó tarea difícil. Aun en este momento ella persistía en resistirse, y finalmente termino siendo vencida; sin causar sufrimiento, sin causar dolor, presa al fin y al cabo, de un vencimiento que se saborea cual si fuese victoria y es causa de placer infinito. ¡Po Fin!, Elisa quedo sin ropa, tenia las manos frente a si como protegiendo el busto y el monte de Venus, yacía sentada en el borde de la cama, ¡Anda! ¡No seas tímida, cuerpo de diosa, niña mía! –le dije con ternura susurrándole al oído- y con infinito amor coloqué sus manos a su lado. Entonces, pude admirarla su cuerpo en todo su esplendor, ¡Que maravilla de mujer!, todo en ti es hermoso mi niña, ¡Toda su piel era de un apiñonado exquisito!, ¡Que hombros cargados de sensualidad!, ¡Que brazos hermosos, y con que belleza languidecían al descender!, sus pechos como torres de ébano que lucían en la cúspide corolas pardas y botones erguidos, como cerezas pletóricas que deseaban ser comidas, y el vientre plano que lento descendía vertical hasta el espeso monte de citerea donde extraviado halle la fuente de la miel mas exquisita que incontenible brotaba y escurría lenta por las laderas y curvaturas de los muslos joviales, ¡Todo en ella era maravilloso!, ¡Toda ella era digno de aplauso!, ¡Que delicia de mujer! Tras la frenética entrega, y habiendo cedido gustosos al encantamiento de Febo y Venus, el cuerpo de mi amada estaba sobre el mío, escaza de fuerzas y habiendo conseguido ya extraer hasta la ultima gota del elixir de la vida, disfrutaba en sus dominios el trono ardiente recién conquistado. Dejo caer lento su cuerpo sobre mi pecho, y pude ver en sus ojos ese brillo extraño que solo se mira en la mujer 35
satisfecha, sus cabellos se posaron al lado de nuestros rostros y sus labios me cubrieron de besos. Permanecimos unidos por largo tiempo, rígidos, inmóviles, con nuestras bocas entreabiertas confundiéndose nuestros alientos. Y así nos sumergimos en un profundo sueño, acunados por los brazos de Morfeo.
Al amanecer, desperté yo primero, el canto de los gallos anunciaban el inicio de labores y los campesinos se dirigen a trabajar sus campos, los trabajadores de las fabricas esperan el transporte que los llevara a su trabajo. El sol aun no salía, la bóveda celeste lucia límpida y azul, y una luz escaza entraba por la ventana. Después de una noche frenética, llena de amor y poesía, donde se funden la vida y la muerte, y el cielo complaciente desciende de su trono para fundirse con la diosa terrenal, me pareció salir de un sueño celestial, que no lo fue porque tenia a mi lado el cuerpo divino del amor y en mi mano sentía un seno hermoso y delicado, plagado de besos, saboreado hasta el cansancio, frágil y puro, suave como pétalos de rosas y nardos. Ternura brotaba de mi ser ante aquella criatura bella que estaba a mi lado, recostada sobre su lado y descansando la cabeza sobre uno de mis brazos. Las curvaturas de su cuerpo estaban parcialmente cubiertas por la sabana pero podía ver la silueta que dibujaba su esplendida cadera. ¡Flor dormida! ¡Amada mía! Han sido cumplidos mis sueños y los más bellos ideales son una realidad.
Tan absorto estaba yo en contemplar la belleza de su cuerpo, que de pronto despertó, una sonrisa y alegría indescriptible iluminaba su rostro, pero breve fue el gusto y poco a poco fue apagándose como la luz de una vela que se extingue, y 36
llevándose las manos al rostro sollozo primero y después se ahogó en un llanto inconsolable que las mejillas rosadas con lagrimas mojo. Estaba conmovido en lo mas profundo de mi ser ante el cuadro que contemplaban mis ojos, sus lagrimas eran como agujas que se clavaban en mi piel, me lastimaban, como una gran flecha en mi corazón, me sentía avergonzado, la abrace y estuvo entre mis brazos largo rato, yo embebiendo mis labios con sus lagrimas. La miraba con ternura y amor infinitos, la carne había sido saciada en la noche, ahora era tiempo de que nuestras almas se manifestaran, lentamente irguió la cabeza y sus ojos se posaron en los míos, nuestras miradas se acariciaron sin premura y con el mas divino de los sentimientos, sus labios esbozaron una sonrisa y emitieron un te quiero, súbitamente me rodeo con sus brazos el cuello y exclamo: ¡Te amo Uriel! ¡Soy tuya! ¡Siempre tuya! ¡Tuya entera! ¡Solo tuya! Su cuerpo había sido mío en la noche, y ahora me confiaba su alma, me entregaba su alma. En correspondencia bese sus labios con el mas tierno de los besos, y así quedo sellado el pacto de amor que en el bello Acapulco le había propuesto. Los días se volvieron llenos de dulzura, de dicha y de felicidad, era tanta la alegría que no cabía en mi corazón. Elisa y yo nos volvimos como uno solo, e inseparables resultaron ya nuestros caminos, adonde fuera ella me acompañaba. Durante el día buscábamos como niños traviesos el espacio aquel donde estuviéramos solos para llenarnos de besos y caricias, nos hallábamos en los cuernos de la felicidad y cualquier sitio nos resultaba celestial para nuestras manifestaciones de amor, ora en el consultorio, ora en la sala de espera, ora en el
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comedor, en todos los espacios disfrutábamos de nuestros cuerpos; sin importar la hora del día, cualquier hora era sublime si de amarnos se trataba; pero nada como la fatiga exquisita que disfrutábamos en la penumbra de nuestro cuarto cuando el sol lento se ocultaba en el horizonte. A su lado, el tiempo se volvía breve, los minutos avanzaban rápidamente y con una voracidad interminable las horas terminaban siendo devoradas sin tolerancia alguna, y como si se tratase de un suspiro había llegado el momento de cerrar el consultorio y ella de retirarse a su casa; con todo el dolor que ello suponía. Una noche me llamo al móvil, y con voz entrecortada me dijo que en su casa había tenido lugar nueva reunión familiar para invitarle a corregir su camino. Igual había sido reprendida por su conducta, pero; también la habían humillado y conferido toda clase de insultos; que no la bajaban de una mujer fácil, que de la liviandad había hecho su mejor herramienta de trabajo, y que no solaparían más sus escarceos. ¡En mi casa no hay lugar para una prostituta! –Dijo el padre de Elisa-. Ven por mi amor, ya no soporto esta incomprensión, llévame contigo –me dijo Elisa-. Le pedí que se tranquilizara y que en un rato pasaría a su casa para que de manera conjunta halláramos la solución más conveniente que la ocasión requería, y nos despedimos de manera breve. Treinta minutos después ya estaba estacionado frente a la casa de Elisa que ya estaba esperándome frente a la puerta de su casa, y al ver llegar mi camioneta como una chiquilla corrió hacia mí. Abrió la puerta del acompañante y subió un bolso, espérame amor –me dijo- y a grandes zancadas se dirigió de nuevo a su casa donde tras breves instantes
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regresó con dos bolsos que acomodó en la camioneta, se despidió de su tía que estaba en la puerta y subió a la camioneta. De esta forma es como Elisa se vino a vivir conmigo, no desconociendo ¡Jamás! Que era mi más grande tesoro, y como yo la amaba demasiado; resultaba imposible para mí pensar con detenimiento las cosas y de las posibles consecuencias que se pudieran generar con nuestra ligereza. Elisa estaba feliz, y una gran sonrisa dibujaban sus labios ¡Gracias amor! ¡Gracias! ¡Te amo vida mía! –me decía exaltada al mismo tiempo que me rodeaba el cuello con sus lánguidos brazos y me cubría el rostro con ardientes besos. Tenía los cabellos sueltos que reposaban como manada de cabras cansadas en las laderas de sus delicados hombros. Llevaba puestos una chamarra café de cuero, unos jeans que se amoldaban perfectamente bien a las curvaturas de su cuerpo y unas botas en color café. Se miraba esplendida, era una diosa que incitaba al amor. Le dije que por la hora en que nos encontrábamos, pasaría la noche en el consultorio y que al día siguiente, con más calma buscaríamos un departamento donde vivir. Llegamos al consultorio y bajamos de la camioneta, entramos al consultorio y bajamos los bolsos donde llevaba sus cosas, que acomodó en el cuarto de descanso. Elisa se acercó a mí y me rodeo con sus brazos, ¡Que calor exquisito emanaba de su cuerpo! Tenía la mirada triste y lágrimas furtivas opacaron la extraña luminosidad de sus ojos. Le di un beso tierno en sus labios, que ella correspondió con avidez y nuestros cuerpos quedaron fundidos en un largo y apasionado beso, preámbulo inmaculado a la entrega
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frenética, aquella del amor insaciable, la del dulce abandono y de la fatiga exquisita, que concluye con el febril derramamiento del elixir de la vida en el cáliz de la mujer amada, una nube termino cubriendo la luna. Había iniciado una vida nueva, Elisa se portaba cariñosa, y en la convivencia diaria virtudes nuevas fui descubriendo en ella que la hacían todavía más digna y encantadora a mis ojos. Llevaba apenas dos días viviendo conmigo, y la encontraba dispuesta todo el tiempo para hacer modificaciones en el hogar, a veces en la sala diciendo que esta planta luce desaliñada o que aquel cuadro esta feo y hay que arreglarlo; y en otras estaba en el cuarto acomodando sus cosas o acomodando muebles, arreglando su ropa y sus accesorios seleccionando aquellos que le permitieran verse más hermosa o simplemente arreglando su cabello para hallar un peinado que resalte su belleza. Me contó como se sintió cuando me conoció, y de las sensaciones que experimentó cuando le declare mi amor, me dijo que me tarde en hablarle de amores pues ella me deseaba desde mucho tiempo atrás, ¡Ya no aguantaba mi excitación por ti! –me decía acariciando su cuerpo con sus manos- y que para aceptar mi propuesta tuvo que pedir consejo a familiares amigos e incluso al sacerdote; y como era de esperarse todos se opusieron a tal relación, excepto sus tías y su abuela; así que tuvo que sopesar todas las opiniones y decidió por si misma aceptar vivir a mi lado, ¡Nunca me vayas abandonar! Que por ti he dejado todo –me dijo a modo de broma-. Ahora se mostraba con más confianza y párvula se abría ante mis ojos, como se abre el botón de una flor. Decía que me tenía un gran respeto, como el que me
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tenía la comunidad y que por eso ella se mostraba conmigo tan dulce. ¡Soy la amante del doctor! –Me decía- Algunas veces se quedaba pensativa, otras con la mirada perdida, y otras abruptamente le invadía una alegría loca y se ponía a jugar a las fuercitas o a cualquier otro juego como un par de niños. Siempre mostro gran esmero por complacerme, ya sea leyéndome un libro, o platicándome algún fragmento de las sagradas escrituras de la biblia, o buscaba mil y una bromas para hacerme reír; y en esos días de tristeza llenos de nostalgia infinita me brindaba una inocente caricia dejando escapar una tierna lágrima, o simplemente me abrazaba y acomodaba mi cabeza en su regazo ¡Mi niño! ¡Siempre estaré a tu lado! –Me decía con un aire maternal- y se ponía acariciar llena de ternura mi cabeza entre sus manos. A veces terminaba rendida por todos los detalles vividos y simplemente dejaba caer su cuerpo en la cama y se dejaba en el más tierno de los abandonos. Sin embargo vivía como llama ardiente en su corazón el recuerdo de su familia, principalmente de su madre, y en más de una ocasión derramo lágrimas dolorosas por haber abandonado el hogar en pos de un amor vacilante, cargado de incertidumbre. Ese era el más grande motivo de angustia de su frágil corazón, y siempre estuve para cobijarla entre mis brazos tratando de aliviar su amargura. Ve a casa y habla con tu mama –le decía-, habla con tu tía Julia que abogue por ti ante tu madre –encomiablemente le invitaba-, ¡Ya déjate de vaciladas! ¡Ella nunca me perdonara! Además; con que tú me quieras me basta y sobra –me contestaba terminante- ¡Ah! Aun en este momento que lo estoy contando, como añoro esos alegres días, ¡Como extraño! Sus pequeñas manos que llenas de destreza me prodigaron sendas caricias y me 41
hicieron sentir más humano, ¡Plenamente humano!
Me sentía con una fuerza
extraordinaria, un poder indescriptible casi sobrenatural había llenado mi ser, y mi cuerpo mostraba una vitalidad sorprendente. ¡No existía sobre la faz de la tierra contrariedad que no pudiera resolver! Es milagroso lo que puede hacer el amor por una persona, ¡Ah! Si el amor inundara los corazones de todo ser humano, otro mundo seria el nuestro. El amor es un estado espiritual que solo es capaz de experimentar el hombre y que por eso lo coloca en la cima toda la creación divina. El amor es esa energía inagotable e imperecedera que nos hace aspirar a más. El amor es el fuego, es la concupiscencia, es la más exquisita de las lubricidades que anida el corazón humano y despierta lo más sublime de las emociones. Con el amor se ha vivido el más celestial de todos los estremecimientos, y es el que nos ha permitido gozar el más dulce y exquisito de los abandonos. El amor, es vivir la existencia para amar, y no para ser amado cuyo único y noble propósito es ver feliz al ser querido; de aquí que sea más fácil ser amante que marido. El amor es esa dulce sensación de abandono total en el regazo venerado sin importar el tiempo, el espacio o la ausencia. El amor es ese que se viste de una fuerza monstruosa que llena al ser humano de paz y plenitud infinitas. El amor es la fe, es la esperanza, es la fuerza que hace realidad lo inimaginable y que vuelve posible lo imposible. El amor es aceptar al ser amado como perfecto aun cuando está lleno de imperfecciones, es aceptar al ser amado como único aun cuando vive entre millones, es extrañar a ese ser extraordinario cuando está lejos, y robarle un beso aun sin que se rocen
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nuestros labios. El amor es la unión de dos personas, no en aquella parte de la carne; sino en la espiritual que hace que dos personas caminen por el sendero de la vida como si se tratara de un solo ser; con cuatro manos, cuatro pies, pero con un solo pensamiento, un solo corazón y una misma dirección. El amor es un te quiero, un te amo, un te extraño, o un me gusta estar a tu lado; pero también es un ¡Abrígate, que hace frio! ¡Que calor hace, aquí tienes un vaso con agua! ¿Tú sabes que cada que te pregunto como estas, te estoy diciendo te amo?, o; cuando estas enferma o ausente de casa y cuido a los niños te estoy diciendo ¡Te amo! El amor es caminar juntos el sendero de la vida abrazados, o tomados de la mano o simplemente disfrutando de la compañía del ser amado en la mañana bajo un cielo límpido y radiante, o al medio día bajo el sol ardiente, o en una tarde lluviosa, o bajo un cielo estrellado. El amor es una palabra, y como expresión que es se pronuncia con palabras: ¡Te amo! Pero como palabra que es, vive condenada a perecer devorada con amarga alegría por el espíritu avaro de Eolo, y es necesario dotar de fuerza a las palabras con hechos. ¡No bastan las palabras! O como lo dijo Platón: la mejor declaración de amor es aquella que no se hace pues el hombre que siente mucho habla poco. Por la mañana disfrutábamos de la caminata sin decirnos nada, o quizá unas cuantas palabras, todo nuestro lenguaje se expresaba por medio de nuestras miradas. Nos deteníamos en el ventanal, y admirábamos los volcanes que vestidos con sus trajes blancos se mostraban majestuosos trazando una exquisita y suave línea en el cielo azul. Nos gustaba respirar el aire puro y llenarnos con el
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fresco aroma a tierra mojada de la mañana. En el jardín nos deteníamos para observar la belleza de las flores, rosas, geranios, claveles y jazmines cubiertos con gotas de fina escarcha de la aurora, y oleadas de perfume abundante se percibían. En su loco y desvariado afán por demostrar que me amaba, de bellos cariños todos los días me procuraban, que terminé adicto a sus besos, a su presencia y a sus excesos. Dos meses vivimos juntos, y puedo decir con seguridad que fueron los días más maravillosos de mi vida, viviendo por el amor y para el amor. Mi vida la puse a sus pies, y dediqué cada uno de los instantes de mi frágil existencia en complacer sus caprichos, cosa que se facilita cuando se está perdidamente enamorado. Leíamos juntos los libros que hay en mi consultorio, unas veces de medicina, otras de política o religión, los comentaba y ella me daba sus propios comentarios, que muchas veces eran motivo de escandalosas risas; como la del espíritu dionisiaco, o del problema de la actitud de los norteamericanos. Nos sentábamos juntos en la sala de espera contemplando con parsimonia a través del cristal el cielo azul y las nubes blancas que majestuosas se alzaban en el firmamento. Algunos momentos permanecimos de pie frente al ventanal tomados de la mano y contemplábamos como hipnotizados el horizonte, algunas veces a la salida del astro rey y en otras la puesta del sol que caía lento y cansado de tan fatigado día. En otras ocasiones estábamos frente al ventanal ella recargando su cuerpo en mi pecho y yo envolviéndola con mis brazos, permanecíamos quietos y absortos durante largo tiempo escuchando los trinos de los pájaros y viendo como la negrura del velo de
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la noche iba cubriendo poco a poco la tierra. Por la noche salíamos e íbamos a cenar, siempre donde ella quería o según lo que a ella se le antojaba. Había noches que nos íbamos a cenar al restaurant, en otras ocasiones íbamos a comer antojitos mexicanos en la fonda de doña Soledad acá en el centro de la población, y algunas noches nos dirigimos a la ciudad donde comprábamos comida y nos regresábamos al consultorio que amparados por la luz tenue de la cocina o de nuestro cuarto cenábamos plácidamente mientras nuestras miradas contemplaban con espíritu monacal nuestro cuerpo cual hostia inmaculada, como preludio de aquellas noches de frenesí ardiente y de lascivia interminable que culminaba en la fatiga deliciosa por el elixir de la vida que derramaba en Elisa. Una noche recuerdo que ella estaba frente a la ventana abierta de codos sobre el marco del ventanal, era la noche más hermosa que jamás había visto, la luna estaba pletórica ascendiendo por el este, las estrellas se encontraban suspendidas en lo alto del cielo y destellaban una luz casi celestial. La noche era quieta, callada, ni el roce de las ramas de los árboles se atrevía a romper el silencio de la profundidad nocturna. Me acerqué a ella y me coloqué a su lado, me puse a mirarle el perfil de su bello rostro como tratando de entrar a su cabeza y escudriñar en su pensamiento. De momento levanté la mirada y juntos contemplamos la hermosura del paisaje nocturno que ante nuestros ojos se levantaba, aspiramos el fresco aroma que la tierra y la vegetación exhalaba, la luna pletórica se elevaba en el firmamento, y la osa emitía un brillo cada vez con mayor fuerza. De repente una sensación de angustia invadió mi corazón y una
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vaciedad abrumo mis sentidos, de momento ¡Todo lo tenía! Y el gran amor de mi vida conmigo estaba. Me acerque a Elisa y rodee su cuerpo con mis brazos, pose delicadamente mis labios en su hombro y ella volteó, estaba llorando, embebí mis labios con sus lágrimas y con palabras llenas de amor traté de dar consuelo a su pobre corazón. Ya hable con mi mamá, y voy a regresar a casa, ya no me quedaré contigo todas las noches –me dijo y recargo su cabeza sobre mi hombro-. Incansable Febo, con carácter juguetón y parlanchín a nuestra vida llegas, y alternando juego y descanso los destinos de los hombres quedan ligados, para fortuna de unos y para desventura de otros. ¡Oh niño alado, grácil y travieso, disparaste tu flecha contra mi pobre corazón y herido terminó conquistado por el filo de tu saeta! Al fin te has adueñado de mi alma y mis dominios ya no me corresponden más, en el mástil de mi corazón hoy se levanta triunfal ya tu bandera y agitada por los aires del delirio y la locura se ondea con una majestuosidad celestial ante las miles de miradas curiosas que asombradas presenciaron tan desigual batalla, sometido he terminado a la fortaleza de tu brazo y a la arista de tu flecha, tuyo es mi trono ya. Pero; ¿Por qué te ensañas con esa fatalidad extraña en contra mía hijo de Citerea? ¿Qué acaso no soy seguidor tuyo? ¿Acaso te has olvidado de este tu siervo que vive para complacerte y que sin cansancio muestra al mundo tu amorosa existencia? ¡Ah! ¡Cupido! ¡Cupido! El amor de la humanidad es tan inmenso como la inmensidad del agua de
los ríos que se discurre como
serpenteando entre las alfombras multicolores de los verdes valles y de las
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praderas vestidas de flores, o como la inmensidad del firmamento que se extiende desde un horizonte hasta el opuesto abrigado con ternura por el límpido cielo inmortal, o la inmensidad intangible de la brisa que con sus suaves caricias tierna se desliza sobre la superficie disforme de los cuerpos, o la inmensidad del fuego ardiente que a nuestras almas llena de luz y a nuestros cuerpos del ardor inagotable y exquisito que nos entrega en los brazos del amor. ¿En cuántas ocasiones hemos tenido discusiones tan acaloradas por el amor? ¿Es que has olvidado que soy fiel seguidor tuyo? ¡Ah! Qué caso tiene que te recrimine por la herida cuando me la has infringido ya, y mi corazón sin remedio se desangra con lentitud hasta que exangüe acuda la muerte en mi auxilio con su demacración triste y melancólica. Acaso ese es el triste destino de los fieles seguidores que transitan el camino de la vida amando al amor, adorando al amor, disfrutando del amor, ¡Sufriendo por el amor! Es que disfrutas tú niño glorioso con el sufrimiento de los que te seguimos con fidelidad ya probada en el campo de guerra de nuestras vidas, o será que como seguidores tuyos que somos hayas en nosotros únicos seres a los que puedes infringirles castigo sin que veas peligrar tu endiosamiento. ¡Anda! Niño saltarín, deja ya de perseguirnos y de martirizarnos, no te encarnices con los que te adoramos, sal a las calles que hay muchos hombres y mujeres que no creen en el amor, que no viven en el amor, que no sienten el amor, que no nacen en el amor y que mueren sin amor. ¡Oh! Glorioso descendiente de Venus mira que son muchos los mortales que no te conocen, son muchos aquellos que dudan de tu
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existencia, y son muchos aquellos que sabedores de tus deidades pasan por la vida ignorándote, desdeñándote o humillándote. Así como sabiamente y con vehemencia haces que nosotros tus adoradores caigamos rendidos a tus pies cediendo nuestros dominios a tu protestad; así debes salir al campo de batalla, ¡Como un cazador! ¡Como un guerrero! Blandiendo miles de letras ardientes como puntiagudas flechas que a los aires enviarás con la fuerza de tu arco, surcaran los límpidos cielos y con ayuda de los templados Notos caerán como lluvia sobre aquellos que te huyen. Porque; ¿No es regla que el soldado ataque al enemigo? ¿No es común que el guerrero somete al enemigo y se lanza nuevamente al campo de guerra en busca de más que pueda sumar al sometimiento? ¿Cuándo has visto tu honorable niño alado que entre amigos armen guerra? Mira a Cayo Julio Cesar que salía al campo de guerra para conseguirle esclavos al imperio romano, o ¿Acaso atacaba a sus seguidores? Deja ya de lanzar tus dardos asesinos en contra de nosotros tus seguidores, te conmino a que salgas al campo de batalla y como el gran Aquiles blandas tus flechas y las encajes en aquellos tus enemigos. Mi vida entera la he dedicado al amor, yo he vivido por el amor, ¡He vivido para el amor! Y justo es que me tengas entre tu tropa como el más ferviente de tus adoradores, cuántas mujeres se han dejado sumergir entre mis brazos y han disfrutado de mis favores, innumerables mujeres son las que han dado cobijo a mis sienes en su regazo en la fatiga exquisita cuando inmerecidamente me han colmado con sus delicias y como miel exquisita he visto rebosar entre mis labios.
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¡Ah! Cuantas veces me has hecho presa de tus caprichos glorioso Febo, y como el más fiel de tus vasallos siempre he seguido al pie de la letra cada uno de tus designios sin objetar una sola de tus ardientes palabras.
¡He vivido
complaciéndote! Toda mi vida he pasado dejándome llevar por tus apetitos. ¡He vivido venerándote! Cuantas veces lo has requerido te he colocado en el altar de mi corazón vestido tu cuerpo con purpureas vestiduras y tu cabeza adornada con una corona de laurel como el emperador de mi corazón. ¡He vivido sin albedrio! Siempre que me has sometido a tus inconstancias la voluntad y la razón he abandonado pues rebosantes de altanería y con egoísmo majadero intervienen en contra de las pasiones. Todo lo he dejado en tus manos amado niño alado, y he seguido cada una de tus ordenanzas hasta conquistar a la que se vestía con aires de grandeza y que llena de soberbia y arrogancia se alzaba imponente, parecía inconquistable; pero termino sometida a mis letras, a mis brazos; a mis placeres. Y ahora; tras el derramamiento transparente
y balsámico en el campo de batalla, tras las
interminables noches de entrega ardiente cubiertas con las vestiduras de eros, unas en el tálamo y otras bajo la luna de plata rodeada de diamantes en la profundidad del cielo; ahora he terminado prisionero de mi presa, he terminado como servidor en el reino conquistado y me someto con una amarga alegría como el más humilde de los esclavos de la reina conquistada. Mi razón ha sido condenada en el más oscuro de los abandonos y en el más cruel e infame de los etéreos, mi voluntad se viste con el mas lúgubre de las decepciones y de la barca
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en que conducía mi vida se ha arrojado a las trémulas aguas del olvido para morir en el fondo arrastrado por los remolinos, y mi amor propio ha sido confinado en el más oscuro de los calabozos condenado a perecer ante la ignominia e indiferencia de mi yo. Triste final el mío, sirviendo al dios del amor y sirviendo a mi conquista, pero; si algo me sirve de consuelo, he sido glorificado con el más exquisito de los abandonos, ¡He sido tocado con tus bendiciones! ¡He sido bendecido con las gloriosas vibraciones del encanto de Venus! He sido bañado por las deliciosas mieles que con impetuosidad inagotable se escurrían por las laderas corpóreas. Así fue como has herido mi alma, así fue como hundiste inmisericordemente la punta de tus flechas en el abismo de mi corazón, y hoy me veo sumergido en las libaciones estruendosas de gruesas lágrimas que inagotables emanan de mis ojos hasta quedar en la más completa aridez las oquedades. Has vencido ya, ya no soy dueño de mis días, basto solo un breve encuentro, en un fortuito encuentro conocí a Elisa; la niña de mi vida, la dama de mis quimeras, luz de armonía, encanto de colores, poseedora de mis sueños, aroma de mis flores. Mujer de pose divina y mirada profunda que me hizo recordar a la “madre del reposo”, que con aire cálido y maternal cobijaba en su regazo a un pequeño mientras sus labios lo arrullaban con una suave entonación. ¡Ah! Como recuerdo ese día ¡Triste día! ¡Feliz día será en mis recuerdos! Primero un lento acercamiento, después una tenue sonrisa, y el contacto se hizo más cercano. Luego vino un detalle y la compañía en la calle, una débil caricia y un beso suave, preámbulo del febril
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escarceo que resulta en cadena ¡Bendita cadena! Difícil de romper. Pobre de mí que indocto vivía del porvenir, y hoy me tiene prisionero el amor. En ese estado me encontraba yo, viviendo días de plena dicha e incomparable felicidad, y las mieles del amor inundaban el grial de mi corazón; pero ciertas mañanas me sentía con un estado anímico abatido como si pesadas cadenas me mantuvieran en las profundidades del más oscuro abismo. Estaba mi ánimo por los suelos, fatídicamente deprimente era mi visión de las cosas y de la vida, se trataba de ese estado que no logramos describir ni en el más horrendo de nuestros sueños, donde la fantasía y la realidad las confundimos y de una gota de agua hacemos una tempestad. Trabajaba poco, comía poco y por las noches no lograba conciliar el sueño, sea por pesadillas o sea por insomnio, o sea por tanto pensar en mi hermosa Elisa. Por la mañana mi cuerpo se sentía con una fatiga extrema, al borde de la extenuación, como si hubiera caminado mil leguas. Todo me resultaba insoportable, aun lo más bello tenía la apariencia antiestética y me era difícil tomar decisiones. Todo me resultaba tan complicado y desconocido, hasta lo cotidiano resultaba embarazoso; sentía que la camisa y el pantalón me apretaban, o que había aumentado de peso, o que era de un color poco agradable, o que ninguna prenda lograba armonía. ¡Esto no me gusta! ¡Aquello me desagrada! ¡aquel me pone de malas! Así me dirigía al trabajo y solo lograba llegar asirme a un sillón donde recostaba mi cuerpo en toda su largueza y ponía a trabajar mi memoria en busca de algún momento de mi vida que resultara feliz y enalteciera mi deprimente estado anímico.
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La situación de mi estado emocional no era el más agradable, y por lo mismo es que me separaba de Elisa para evitar platicar con ella y terminar de alguna manera confrontados. Así que me las ingeniaba para hallar la manera y la forma de agradar a Elisa, y evitar una discusión en estos pésimos momentos de mi vida. Pero a veces la vida no cumple antojos, y lo que tanta aversión mostramos es lo primero que nos sucede. En una de esas tardes y con el estado de ánimo como lo he descrito, me encontraba recostado en el sofá de la sala de espera, pensando, ¡Solo pensando! Cuando se acercó Elisa y me acaricio la frente con su tierna mano, ¿Qué te pasa pequeño? –Me pregunto angustiada-, nada solo es que estoy pensando sobre algunos asuntos familiares –le dije-. Comenzó hablarme de dios, y de la esencia divina del creador, así como de algunos párrafos de la biblia y yo abrumado e insatisfecho rompí en irónicas burlas que estropearon el día. Era como si dos personas opuestas vivieran en mí. Uno bueno y uno malo. Pues esta parte mala era la que surgía en esos momentos de abatimiento mortal. Elisa por su parte se limitaba a sonreír, no decía nada, me miraba con aire maternal, y hasta llena de ternura acariciaba mi cuerpo como tratando de apaciguarme. Yo sé que hay días malos –me decía- pero si buscas a dios el iluminara tu camino y tu corazón, aunque poco he vivido contigo, sé que eres un hombre bondadoso, pero en ocasiones veo con tristeza que dos seres habitan en tu interior, y luchan permanentemente por vencer uno sobre el otro. Deja que salga vencedor el ser bueno, deja que sea el bien el que domine tus pensamientos y que tus actos sean resultado de la bondad de tu corazón. Cuando sientas que el ser perverso esta en ti, olvídate de todo y disfruta de mis brazos, y abandona tu cuerpo en mí. 52
Era una tarde fría, con el firmamento lleno de nubes, y una suave brisa se percibía en el exterior agitando las ramas de los árboles, las milpas engalanadas con sus vestidos verdes se extendían majestuosas a todo lo largo de los campos coqueteando con sus hojas a las caricias del viento, los pinos y ocotes se alzaban imperiales que pesadamente se mecían con el viento, numerosas nubes ascendiendo por el oriente, los pájaros cantaban alegremente y el olor a tierra húmeda impregnaba el aire que se respiraba, el sol lentamente desciende por el poniente oculto parcialmente por nubes naranja y escarlata en el horizonte como apaciguando su cansancio por el recorrido del día, las ramas de los árboles murmuraban agitadas por el viento, un aroma a rosas y jazmines exhalaban los floreros del altar y las paredes de las casas se tornaban grises y plata reflejando los rayos últimos del sol; todo digno de admiración. En eso estábamos, cuando de pronto escuchamos un silbido, yo no le di importancia porque es frecuente que pasen los jóvenes y silben la tonadilla de alguna canción o hasta incluso lo hacen para comunicarse con alguna otra persona. El caso es que Elisa se levantó rápidamente del sofá donde estaba descansando y con pasos rápidos se dirigió hacia el ventanal donde se detuvo a mirar a la calle a través de los cristales, lentamente abrió la ventana. Inquieto y un tanto extrañado por lo sucedido me levante del sofá y camine hacia la ventana parándome a un lado de Elisa. Vi que entre risas bromas y empujones iban caminando por la acera de enfrente tres jóvenes y dos jovencitas. Elisa no perdía detalle de la escena, permanecía muda y anonadada ante lo que veían sus ojos,
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esa quietud y atención exagerados resultaban para mí un tanto insólitos, sobre todo porque se trataba de unos jóvenes y perfectos desconocidos. Los jóvenes, reían, gritaban, manoteaban y se empujaban, uno de ellos fue empujado hacia el consultorio, y este se acercó tímidamente a la puerta principal emitiendo nuevamente el silbido que dio origen a todo este movimiento. ¿Qué querrá ese joven, Elisa? –Le pregunté-, no lo sé –me contestó-, vamos querida, tu escuchaste el silbido –le dije sin intención alguna como queriendo molestar a Elisa dado el estado emocional en que me encontraba -, ¡No! ¡Yo no le llamé! –Me contestó Elisa sorprendida-, ve a ver que quiere o dile que se retire –le indique a Elisa-, y acto seguido Elisa salió del consultorio y hablo con el joven muy tranquilamente y sonriendo, como si se conocieran. Cuando hubo entrado Elisa al consultorio, nos sentamos en el sofá nuevamente. Elisa permanecía callada, con la mirada puesta en la puerta del consultorio. -¿Qué te pasa Elisa? –le pregunté-, - ¡Nada amor! –me decía-, - ¿Quién es ese joven? –le pregunté- ¡No lo sé! –Me contestó- Tú lo conoces, porque cuando silbo reconociste el sonido y con paso presuroso te dirigiste al ventanal. ¿Quién es Elisa? –nuevamente preguntaba- Es un vecino mío, y que a veces nos ayuda en la casa. Es amigo de mi hermano, pero nada más. ¿Satisfecho? –Me dijo con cierta ironía-
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- Pero tú le llamaste –le dije señalando la puerta con mi mano izquierda-, el no vino hasta la puerta porque se le haya ocurrido, ¡Tú le llamaste! - ¡Oye! ¡Qué te pasa! –Me dijo molesta-, yo no le llamé, el solo se acercó a la puerta del consultorio - ¡Así nada más! ¡Como por arte de magia! –le dije burlonamente- Pues si lo quieres creer, y sino ¡Allá tú! –Me dijo y se levantó del sofáElisa se retiro de la salita en que estábamos descansando y conversando. Yo permanecí en ese estado de hartazgo con mi cuerpo recostado en el sofá un rato más pensando en el día embarazoso en que nada me complacía y que afortunadamente estaba por concluir, sin embargo; una casualidad del destino quiso que mantuviera abierta mi mente para descubrir quién era en realidad la que vivía conmigo, pero ¡Oh necio de mí! No supe dar interpretación a escena tan confusa y tan clara al mismo tiempo, y preferí hacer de Elisa una víctima de mi mal día. Así que me levante del sofá y me dirigí al cuarto de descanso. Para corregir el camino y alegrar a Elisa quise jugarle una broma y con el mayor sigilo posible camine hasta llegar a la puerta del cuarto, hice algo de ruido al abrir la puerta y entre al cuarto. Elisa estaba tendida en la cama reposando sobre su espalda y manipulando su celular, como cuando se escribe un mensaje, y al verse sorprendida con discreto apresuramiento giro su cuerpo sobre su costado izquierdo y muy ingeniosamente coloco su móvil bajo la almohada. Acuéstate amor –me dijo-, yo no había perdido detalle en el rápido movimiento de Elisa y miraba hacia donde había colocado su teléfono, ¿A quién le escribías Elisa? –Le
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pregunté-, ella seguía acostada sobre su costado, con los ojos cerrados como si estuviera dormitando y la respiración pausada como si nada le preocupaba, ¡A nadie amor! –Me contestó- ven pequeño abrígame con tu brazos –tiernamente me dijo-. Lentamente me acomode a su lado y le dije que lo sentía mucho, que me arrepentía por haberme expresado como lo hice y por haber dudado de ella cuando el chico se acercó al consultorio. ¡Ay Uriel! No te preocupes ya olvídalo, somos como dos chiquillos, sin malicia y con la más pura de las inocencias nos amamos y nos hemos entregado a los brazos del amor, tu duda carece de sentido, si eres tu ¡Solo tú! Lo que más amo en la vida, y lo que menos quiero es que tengamos dificultades, abrázame –me dijo al mismo tiempo que pegaba su cuerpo al mío-. Si ya de por si me sentía mal, con esta excesiva benevolencia y fatuidad de Elisa, de un golpe había acabado con el escaso amor propio que me quedaba. Soy un malvado –me decía-, ¡Cómo es posible que dedique mis horas atormentando a esta bella criatura con mis dudas inextricables! –Pensaba para mis adentros-. ¿Será posible que me porte así con ella? Hemos platicado en numerosas ocasiones sobre nuestra vida y nuestros planes, tenemos proyectos para el resto de nuestras vidas, ¿Por qué la duda? O mejor dicho ¿Por qué la sospecha? Pero de que, o de quien. ¡No puede ser! Mi corazón fue presa de los más dolorosos presentimientos. Esa manifestación excesiva de bellos sentimientos por parte de Elisa, lejos de apaciguar mi coraje, hizo que estremecedoras ideas cayeran en mi mente, que por el momento anímico eran como semilla cayendo en tierra fértil.
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¿Por qué se había acercado ese joven? ¿Por qué escondió el móvil bajo la almohada? ¿Por qué en lugar de estar enojada conmigo, me colma de cariños? Que era lo que me pasaba, acaso; ¿Estaba celoso? No, no puede ser. Pero entonces, ¡Qué es lo que siento! Porque en estos pocos minutos he perdido la paz. Elisa permanecía entre mis brazos, dormitaba abrigada por el calor que emanaba de mi cuerpo, sus cabellos reposaban sobre mi brazo y un blando seno hallaba acomodo en mi mano. El sol de la tarde se asomaba tenue por la ventana, numerosos ruiseñores emitían su canto entre el follaje de los árboles y una brisa suave producía en las cortinas movimientos ondulantes, mientras obnubilaba mis sentimientos con una lluvia de estrepitosos temores y mis sentidos con el embriagador perfume de Elisa. Mi naturaleza es de un carácter dulce y apacible, y no soy muy dado a dejarme influenciar por lo que se dice de mi o de aquellos que me interesan, y menos de murmuraciones en contra de Elisa. Siempre he sido de las personas que hacen caso omiso de los comentarios, y con mucho cuidado procedo para acreditar algún hecho antes de creer en lo que dice la gente. Algunas veces los comentarios son propagados con la clara intención de perjudicar a quien van dirigidos y en otras con astucia y alevosía del infame las murmuraciones se visten de hermosos atuendos bajo las más encantadoras adulaciones y los resultados son peores. Por eso es que no hago caso a murmuraciones, sean buenas, o sean malas; y prefiero comprobar cualquier hecho antes de hacer caso a las palabras que se dicen con
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tanta vehemencia entre la gente. En este caso no iba a ser la excepción, ya diversos comentarios se habían hecho en torno a Elisa, pero como su fiel seguidor nunca tomé en cuenta, creía en ella, creía en el amor, ¡Miles de comentarios no eran suficientes para terminar con nuestro idilio! Pero un solo acto desleal terminaría con nuestro amor: por tu espíritu hablaran los hechos, siempre le decía. En ese momento vivía la peor de mis pesadillas, el peor de mis tormentos, en un santiamén llegaron a mi mente aquellos fugaces recuerdos de engaños y traiciones que creía olvidados y como alfileres se clavaban en mi corazón. Es como aquellos que resultan secuestrados, los familiares reciben la noticia y llevan a cabo el trato solo con los encargados a través del teléfono; y una vez que llegan a un acuerdo y convienen resolver el conflicto, entregan la víctima. Pasa el tiempo pero esos momentos quedan grabados para siempre en la memoria de los afectados, y para curarse del inmenso trauma, en su medio tienen que modificar muchos hábitos y costumbres, y toda una serie de características del entorno tienen que ser transformados ¡Hasta el tono del timbre de los teléfonos! Pero resulta, que un día, en algún extraño lugar, repiquetea un teléfono con el mismo timbre que el que utilizaban cuando estaba secuestrado, y una desbandada de pensamientos y temores llegan al corazón. Eso es lo que me paso con Elisa. Con su amor creía enterrados en lo más profundo de un abismo la traición y el engaño que viví en otros tiempos, y creí desterrados muy lejos los celos. Ahora estaba confundido, mis sentimientos embotados ensombrecían mi pensamiento e impedían a la razón emitir juicios correctos como la situación lo ameritaba, y el
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triste corazón persistía en su necedad con el amor. Mente y razón, contra sentimientos y corazón. ¿Qué era aquello? ¿En qué terrible dilema estaba metido? Ahora me encontraba en el interminable y eterno conflicto entre estos dos grandes entidades, ¡Vaya dialogo tan deprimente! ¿Y si pierdo a Elisa? –Decía el corazón-. ¡No es la única mujer sobre la faz de la tierra! –Decía la razón-. ¿Y si me engaña? –Decía el corazón-. ¡No puede engañarte, te necesita! –Decía la razón-. ¿Y si algo tiene que ver con ese joven? ¡Déjala, que se vaya! ¿Y si en algo estoy fallando? ¡Eres único, encantador, pero eres ser humano! ¿Y si nos vamos lejos? ¡Al engaño no escaparas! ¿Por qué le hablo tan amigablemente a ese joven? ¡Porque es su vecino, y además es joven! ¿Por qué en lugar de enojarse conmigo me colma de cariños? ¡Porque te quiere! ¿Por qué me dejo en la sala de espera? ¡Porque la ofendiste! ¿Por qué se sorprendió cuando llegue al cuarto? ¡Porque se asustó! ¿Por qué escondió el teléfono bajo la almohada? ¡No te fijes en poquedades! ¿Alguna llamada acaso? ¡No elucubres! ¿Por qué suceden estas cosas? ¡Así es la vida! ¿Por qué me siento mal? ¡Porque eres ser humano! ¿Por qué me causa sufrimiento? ¡El sufrimiento fortalece el alma! ¿Qué hare si me deja? ¡Muchas cosas bellas! ¿Podré vivir sin ella? ¡Mejor que ahora! ¿Me oculta algo? ¡Necio, no te atormentes! ¿Por qué temo ser engañado? Porque tú eres uno de ellos ¿Por qué pagan bien con mal? Así está escrito en las sagradas escrituras ¿Por qué existe el mal? Para contrarrestar el bien. ¿Por qué me siento solo? Porque estas lleno de sospechas y desconfías de la gente. ¿Por qué no duermo bien? Porque te matas pensando en ella. ¿Por qué me miente? Mira dentro de ti. ¿Porque sufro con el amor? Porque amas. ¿Por qué los demás no sufren? Porque 59
viven. ¿Acaso los demás no aman? Aman el placer. ¿Y qué es el placer? Disfrutar sin amar. ¿Por qué sufro? ¡Ah! No te gusta el sufrimiento, entonces cura de una vez por todos tus males y muere. ¿Morir? Tú lo has dicho. Muy intenso era el dialogo que sostenían la razón y el corazón, cada uno con sus argumentos, válidos; pero no lograban acuerdo alguno. Elisa despertó, y me dio un beso lleno de ternura en la frente. Se levantó de la cama, se arregló con esmero y la lleve a su casa. Yo regresé al consultorio. Como les decía con anterioridad, me encontraba en uno de esos días donde nada ni nadie me agradaban, y el esfuerzo para estar bien hasta conmigo mismo era mayúsculo. Y en estos mismos días es cuando con mayor facilidad solemos comenzar alguna actividad y aun sin terminarla, iniciamos otra; es el tiempo de lo inconcluso. Estos días constituyen también tierra fértil para la ociosidad ¡Madre de todos los males! ¡Ay de aquel que busque consuelo en el regazo de la reina del ocio! Me encontraba en el consultorio leyendo un artículo acerca de las lesiones residuales posteriores a los tratamientos conservadores, y de repente me dio por leer un libro; busque en los anaqueles de mi librero y tomé la biblia, y la abrí al azar, y me halle en el Eclesiástico con la siguiente estrofa: “No te entregues a mujer alguna, a punto de que se convierta en ama de tu fuerza. / Nunca vayas a ver una mujer perdida, no sea que caigas en sus lazos. / No seas amigo de ninguna cantadora, no sea que vaya a cogerte en sus intrigas. / No fijes tu mirada en una muchacha, no sea que caigas e incurras en castigo por ella. / No te hagas de queridas, no sea que pierdas tu herencia. / No andes mirando a todos lados por las calles de una ciudad, ni te pongas a vagar por sus barrios desiertos. / Desvía tus ojos de mujer de buenas formas, no fijes tu mirada en la belleza de otro hombre; porque muchos se descarriaron a causa de una mujer bella, y la hermosura enciende la pasión como fuego. / Nunca comas con la mujer de otro hombre, ni vayas a embriagarte con ella bebiendo su vino; no sea que tu corazón se incline hacia ella, y para tu ruina te ahogues en sangre”
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Quede atónito ante las frases que veían mis ojos y que caían en mi corazón como si se tratara de una sentencia. ¡La Biblia! un libro donde se agrupan todos los escritos sagrados de una de las más grandes religiones del mundo, ¡Escrito por Dios! Dicen muchos de sus devotos; y hablando de la mujer de esta manera. Vaya consejo para los hombres, difícil de cumplir por cierto. En buen momento, decidí leer. Deje la Biblia en su sitio, mas confundido se hallaban mis pensamientos, y mi corazón se había transformado en una maraña de sentimientos. Regresé mi atención extraviada a la computadora, y me percaté que habían llegado varios mensajes en la bandeja de entrada de mi correo electrónico, así que ingresé a mi cuenta y en uno de ellos decía: “X ha comentado una fotografía en la que apareces…” y como X era una persona importante dentro de mis contactos, ingresé a mi cuenta en las redes sociales, donde leí el mensaje completo. Ya estando en esta red social, no pude evitar entrar a la página de Elisa, y; ¡Oh, que terrible sorpresa que me llevé! Encontré un mensaje que recientemente había sido publicado: “Te amo Elisa hermosa, sabes cada día te amo más, eres muy encantadora, mi princesa hermosa, mañana te veo a la hora de siempre. Ok? Descansa. Te quiere Rigo”
Mis ojos quedaron fijos en la pantalla de la computadora, pareciera que un extraño hipnotismo se hubiera apoderado de mi voluntad, pero una y otra vez recorría con la mirada el mensaje escrito con tanta vehemencia. Me levanté del sillón y camine en el consultorio a pasos rápidos, ¿Quién es ese tal Rigo? ¿Por qué escribe ese mensaje a Elisa? –me preguntaba desconcertado-. Debe ser un amigo –me
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contestaba- pero; ¿Por qué, Elisa nunca lo ha mencionado? ¡Ah! ¡Basta! ¡Basta! No habrá mensaje en el mundo que me pueda revelar lo que hace o deje de hacer mi amada, ningún mensaje plasmara con fidelidad exacta
las verdaderas
intenciones para los cuales fueron creados, es mejor omitirlo, como ha sido con los múltiples comentarios vertidos en contra tuya amor mío. Soñador de mí, creí haber hallado la
refutación rápida a la turbación mortal que había tenido su
simiente en el mensaje, sin embargo; que lejos estaba de imaginar las fatídicas consecuencias que aquello iba a desencadenar, el veneno de la duda ya había sido instilado en mis venas, y circulaba con la misma velocidad de mi sangre, ya estaba agitándose en mi cerebro y mi lucidez poco a poco se iba degradando con la consecuente percepción deforme de las cosas. Una a una las imágenes iban apareciendo en mi mente, a manera de secuencia de una película, pero vistas las imágenes a través del más tenebroso de los binóculos del pesimismo, hechos abigarrados todos. ¡De seguro es el chico que se acercó al consultorio! Yo mismo los vi hoy, desgraciados, vi como intercambiaban cantidad de palabras a través de los movimientos del cuerpo. La manera en que se saludaban no correspondía a la manera en que se saluda un amigo, o un hermano. Pude interpretar cada uno de los movimientos y de los gestos que intercambiaron cuando Elisa le pidió que se marchara. El chico a pesar de la sorpresa que padecía en ese momento, miraba a Elisa no como se mira a una amiga, o a una hermana; la miraba como se mira a una amante; ¡Que tonto! La mirada dice lo que callan los labios. ¡Si! Es el, el que ha escrito este mensaje a Elisa, pero; ¿Cuál es el fin de dicha acción?, o mejor dicho; ¿Por qué exhibir en un espacio público los sentimientos que exhala el 62
corazón por una mujer, sabiendo que esa mujer tiene un amante?, o ¿Sera que no sabe que Elisa, su Elisa es mi amante?, o ¿Será una acción perversa con el deshonroso y vil objetivo de dañar a Elisa?, Si eso es, ¿Por qué?, ¡Ah, ya se! Es una acción a manera de represión por haberlo corrido cuando se acercó al consultorio. La imaginación es vasta, y siempre tiene a nuestra disposición mil y una respuestas ante las más variadas interrogantes, e igual número de excusas ante diferentes tareas sin realizar, y yo; ya había encontrado la respuesta que más se acercaba a la realidad a manera de justificación ante el fatídico mensaje que había sido publicado en la página de Elisa. No obstante; mi alma no se conformaba con la respuesta obtenida, y miles de imágenes libertinas e ideas vestidas de presunción ridícula daban vueltas en mi cerebro: el fantasma de la duda seguía rondándome. Tenía poco tiempo de conocer a Elisa, a decir verdad; llevaba pocos
meses
viviendo conmigo, e ignoraba todo de ella y por increíble que parezca no sabía nada de su vida pasada, y a mí no se me había ocurrido preguntar, pero; ¿Qué iba a preguntar? Mi naturaleza es la de un hombre que confía plenamente en la gente, y en Elisa no tenía por qué desconfiar. Tampoco me resultaba de buen gusto investigar respecto a su pasado, ella me había platicado algunos aspectos de su vida, y si lo queremos ver de este modo: quizá me había platicado lo que a su interés convenía, pero así estaba bien, yo era feliz. Por lo tanto, le había entregado a ella todo mi amor con una confianza ciega y con un fervor casi
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religioso, que no cabían las preguntas acerca de su vida; diríamos que se trataba de un amor dogmático. Toda mi vida he realizado mis actividades tanto en el hogar como en el exterior depositando plena confianza en la gente, y en el terreno del amor no ha sido la excepción. En mi mente no hay lugar para la duda y la sospecha, ¿Y los celos? Mucho menos, pensar en ello es como desperdiciar el tiempo en sentimientos provenientes de la peor de las fatuidades. No me preocupo en esos sentimientos, ocupo mi tiempo en relacionarme con la gente, sin dudas y sin recelos, con una imprevisión excesiva hasta rayar en el atrevimiento; que la traición me ha cobijado entre sus sombríos brazos más de una vez, la vivo y la padezco en carne propia, y la contemplo absorto en su más cruda realidad. Solo hasta que se hace presente con su descarnada imagen es como reconozco la traición, no antes; por lo que las murmuraciones y los comentarios de la gente, o las sospechas y las dudas que tratan de anidarse en mí; no suponen que deba suspender voluntaria y transitoriamente algún acto para dar tiempo a que mi mente o mi corazón mediten y coordinen sus ideas o sentimientos. Sobra decir que esta manera de conducirse ha tenido sus consecuencias, fatídicas consecuencias en muchos casos, pero que el tiempo se ha encargado de aliviar hasta envolverlas en la sabana del olvido. Todos los sufrimientos que he vivido como consecuencia de mi credulidad, los llevo guardados en cada uno de los rincones de mi ingenuo cerebro. Veo en mi niñez cuando me pidieron prestado el único juguete que tenía y jamás me fue devuelto. O en mis años de educación primaria cuando me piden uno de mis
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mejores trabajos para tomarlo como referencia mis compañeros de clase y lo destruyen frente a mis ojos velados por las furtivas lágrimas. O de aquellos que se decían mis amigos y que en las discusiones con otros compañeros de clase yo los defendía con espíritu fraterno, pero cuando se trataba de mi me abandonaban. O de aquellas mujeres infames que con las más dulces palabras se ganaban mi corazón,
y a
mis
espaldas
se
revolcaban
con
su
amante,
clavando
inmisericordemente una daga por la espalda habiendo obtenido ya el beneficio perseguido. O aquellos recuerdos de cuando presencie los más infames engaños y traiciones entre amigos, y entre novios, ¡Y entre esposos! O hablemos de la disipación de la gente, o de la conducta libertina de las personas, o de la corrupción de la carne y de los sentimientos, o de la presunción y de la vanidad ridícula, o de las noches orgiásticas en que mudo y atónito mis ojos miraban con una extraña contemplación la conducta pérfida de quienes protagonizaban tan deleznables actos; hechos todos ellos desolaciones silenciosas que se lloran tras un velo, y que se guardaron de manera exacta en las tablillas de mi memoria. Sin embargo; cuando este viejo amigo de Elisa –quiero verlo de esta manera- le hace el comentario en el tiempo presente, pero quizá aludiendo al pasado, aumenta la intensidad de mi angustia, y sacudió las tablillas de mi memoria liberando de golpe todos los sentimientos muertos embalsamados de manera misteriosa en eso que llamamos olvido; gritándome que ahí estaban. Cuando llego Elisa, pero sobre todo cuando me confeso su amor y sus deseos de compartir a mi lado el resto de sus días, creí renacer la esperanza, y contemple el
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amor en la inmensidad del horizonte. Un cielo límpido y azul, una brisa que acaricia y se funde con los aromas que exhalan las flores y los campos, las alfombras verdes y coloreadas cubran la faz de la tierra, hermosa sinfonía de colores y bella armonía de sonidos inimaginables alegran el día, las nubes multicolores que resaltan la belleza del disco dorado en el poniente, y el canto de las aves en sus nidos.
Encantadora permaneces en la penumbra, radiante y
dichosa, una túnica trasparente viste tu cuerpo, insinúa tus bellas formas, no las muestra, sensualidad te adorna, de la vulgaridad escapas, tus cabellos sueltos lucen desparramados sobre tu espalda y alegres como un rebaño de cabras discurren gráciles hacia las laderas de tus hombros, una aureola resplandeciente rodea tu cabeza y una corona de olivo adorna tus sienes, toda tu eres perfecta, en ti no encuentro defecto alguno, en ti no veo macula original, y la artificial mi amor ha borrado. Música brota de tus labios, como canto celestial de los ángeles en la tierra, voz que arrulla al recién nacido, canción melodiosa que arrebata y cultiva los sentidos. Mieles exquisitas no conocidas por el hombre profano y perverso destilan tus labios rojos como cerezas. Bendita y alabada seas entre las mujeres, toda tu me llenas de la más infinita ternura, hermosos son tus ojos que me tienen subyugado desde que me miré en la profundidad y contemple como una pequeña lagrima resplandeciente como hermoso diamante descendió lento por la curva de tu mejilla y que embebí en mis labios saboreando tan magnifico vino dedicado solo a Dios, y desconocido para el más prolífico de los poetas. ¡Nunca imagine al amor como lo he vivido con Elisa! ¡Vaya que tenía una concepción equivocada del amor! Pensaba que el amor tenía espacio solo en la mente de los poetas y filósofos, o 66
como argumento de las telenovelas y películas de extraño romanticismo. ¡Qué equivocado estaba! Hoy sé que es el amor, y con este hecho basta para que yo pueda decir que he sido un ser humano en todo el significado que la expresión conlleva: he amado al amor. Vuelto en sí, y pasada una de las más terribles noches de mi vida; halle a Karen por la mañana sola en el consultorio ¿Quién es Elisa? –le pregunte-. Vuelta hacia mí, con cara llena de angustia y al mismo tiempo de sorpresa, me respondió: ¡Cómo! Tanto tiempo lleva tratándola, y no la conoce. Vamos Karen, tu llevas viviendo en esta comunidad más tiempo que yo, -le dije- así que debes saber lo que se dice de ella entre la población, ¿Qué hace? ¿De qué gentes se rodea? ¿Qué espacios visita con más frecuencia? ¿Quiénes son sus amigos más íntimos? Es raro que no conozca usted a Elisa, -me dijo- sobre todo por el grado de confianza que le tiene, y la relación que celosamente guardan. Ella hace lo que siempre ha hecho, sale de su casa y se dirige al trabajo. Poco se dé la gente con quienes convive, pero le he visto con mucha frecuencia con sus padres y hermanos, pero casi siempre la veo en compañía de su tía. Es común verlas en casa de sus familiares, abuelos, y en una que otra de aquellos que profesan su religión. Y en cuanto a lo que se dice de Elisa en la comunidad, lo ignoro. - ¿Conoces a un tal Rigoberto? - No
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- Como no vas a conocerlo, si acabas de darme un panorama acerca de Elisa. ¡Si debes conocer a ese tal Rigo! - ¿Es joven? - ¡Si! Es joven - Conozco a un chico con ese nombre, y vive cerca de la casa de Elisa, es su vecino y amigo de sus hermanos. - ¿Tienen algo que ver? - No que yo sepa - ¿Que se ha dicho de Elisa en la comunidad? - A lo mejor si murmuren de Elisa en la comunidad, solo que hasta este momento no estoy enterada. - ¿Murmuran de ella o no? - Si, pero ignoro lo que se dice de ella. Sin despedirme de Karen, salí del consultorio y me dirigí a casa de Isela, amiga cercana de Elisa, que aunque no era de mi agrado por inoportuna en bastantes ocasiones y a su falta de discreción en unas cuantas, en este momento vi en ella a la persona indicada para aclararme el confuso e inquietante asunto del joven Rigoberto. Cuando llegue a la puerta de su casa, precisamente iba saliendo rumbo a su trabajo, y muy acomedido me ofrecí llevarla a su destino en mi auto, y que ella accedió con mucho gusto. Ya en el auto, y habiéndome disculpado por las veces en que había sido descortés con ella, -disculpas que por cierto aceptó con una falsa humildad y bastante arrogancia- y sin utilizar argumentos que poco iban
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a ayudar para
el fin que yo perseguía; le pregunte sobre ese tal Rigoberto.
Durante el viaje mantenía fija la mirada al frente, pero cuando escucho la pregunta y el nombre sobre el que interrogaba, volvió su rostro hacia mí y pude ver la cara de angustia que ponía ante mi cuestionamiento. Mira Uriel –me dijo muy tranquilasoy amiga de Elisa de bastante tiempo y conozco mucho de su vida, igual como ella conoce de la mía, pero creo que quien debería enterarte acerca de ese joven es ella no yo, o su hermana Elvira que es su confidente, sin embargo; también creo que debes tener tus motivos como para pensar que yo deba aclararte ese asunto, en vez de Elisa. Rigoberto es un chico que vive en la misma calle donde vive Elisa. Estudiaron la primaria y la secundaria en el mismo colegio y durante la secundaria estuvieron en el mismo grupo. Rigoberto es amigo de los hermanos de Elisa y muchas veces cuando he visitado a Elisa en su casa me he topado con él. Sabiendo que tan íntima es tu relación con Elisa, me extraña que no te haya hablado de él o que no te lo hayas encontrado cuando vas a casa de Elisa. Aunque ahora ya no es tan frecuente. Cuando Elisa salía a caminar o bien cuando iba a la ciudad le acompañaba ese joven igual como tú lo haces, cuando Elisa salía al centro de la comunidad a comer o a cenar ese joven iba a su lado igual que tú, cuando Elisa deseaba disfrutar del aire fresco del bosque iba en su camioneta acompañada de ese chico de la misma manera que lo hace ahora contigo, o simplemente cuando quería platicar ahí estaba Rigoberto para escucharla como tú. No conozco al chico con más detalle, pero supongo que es un chico noble y trabajador, razones que en conjunto lo hace alguien interesante.
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Lleno de rabia y más confuso todavía, le escuchaba su disertación sin atreverme a interrumpirle, ¡Cuanta frase hiriente! Soltó durante el tiempo que la deje hablar, cuan gozoso y placentero debió resultar para ella ese momento en que ingenuamente le deje explayarse, imputando hechos de manera maliciosa con alevosía y ventaja, y cuantas veces quiso hirió mi crédulo corazón con el filo de su espada envenenada con el peor de los odios. ¡Resulta curioso que no te haya hablado de Rigoberto sabiendo que ella vive contigo! Remató. En ese momento llegamos hasta donde está su trabajo, se despidió de mi con palabras cargadas de ternura y adulación, y se bajó del auto. De vuelta al consultorio, me encontraba lleno de rabia y miles de pensamientos se arremolinaron en mi cabeza como si un torbellino de ideas trastabillantes en mi interior nacía. No sabía si era ira, o una extrema melancolía la que mi corazón anidaba, como resultado del sermoneo con que Isela me había bombardeado. No puede ser un sueño esto que estoy viviendo, Elisa me ama, me lo ha demostrado infinidad de veces. En estos seis meses que hemos vivido juntos hemos sorteado variedad de obstáculos y muchos objetivos han sido cumplidos, además de que hemos elaborado proyectos de vida en común a largo plazo. Pero ¿Quién es ese Rigoberto? ¿Por qué Elisa no me lo ha mencionado? La duda estaba hablando, los celos le estaban dictando, y hasta entonces la conciencia había permanecido sumida en el más oscuro de los sueños, y ahora vestida de alarma se animaba a volver del aletargamiento en que se encontraba porque está en peligro ese falso confort en que habitaba. ¿Quién es Elisa en realidad?, -una y otra vez me
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preguntaba- había tomado como colaboradora a una mujer que no conocía, y me deje llevar por la buena impresión que me causo más como emulación de la señora del reposo que como persona. Quizá es una de esas mujeres libertinas que fingen virtuosismo y recato como las hay muchas, y que solo esperan la oportunidad para hacerse de un estatus y de un título. Cuando le hablé de amores ella me dijo que me había tardado en hacerlo y que ella lo deseaba desde mucho tiempo atrás. Aunque si lo viésemos fríamente, es una mujer que aceptó mis galanterías y mis regalos sin el menor recato, y a la primera invitación consintió salir conmigo a un viaje sin rumbo ni destino y actuó con una ligereza que debió hacerme dudar enseguida. Es cierto que mostró un poco de resistencia al inicio, pero fue una de esas resistencias como para tratar de convencerme de no abandonar mi lucha. ¿Y si esa resistencia o ese intento de huir a mis intenciones solo hubiese sido una farsa? Puede ser, si consideramos que su simulación se dio con la única intensión de sentirse perseguida. A fin de cuentas es una hembra, tiene la naturaleza de una hembra, y como a la mayoría de las hembras; pues le resultó encantador sentirse perseguida. Y finalmente, en los pocos viajes que realizamos juntos antes de que aceptara ser mi amante la envolví con mis brazos y acaricie su cuerpo, sin que ella protestara, aceptando con buenos ojos las caricias que le prodigaba; y en muy poco tiempo nos volvimos inseparables. ¡Ah desgraciada Isela! Mira como me has dejado con tus frases ambiguas que como puñal has clavado en mi corazón. ¿Y si ese Rigoberto fue su amante?, o mejor dicho; ¿Es su amante? Es joven, es amigo de sus hermanos, y ¡Vive cerca de su casa! ¡Ah, vida ingrata! Apenas hace unos días me tenías en la cúspide de la 71
felicidad, esa que lo hace sentir a uno como un Dios, la que llena de energía y que se constituye en fuerte inagotable de creatividad divina. Y ahora me tienes horrorizado viviendo en la mansión del dolor, prisionero en el calabozo de la duda, aunque resistiéndome a dudar de mi adorada. Y si mantiene con ese joven una de esas relaciones de acercamientos y alejamientos continuos, relación de amor loco y descarriado, desbordante y exultante, de esos que no tienen principio ni fin, de esos que cuando se mantienen alejados se olvidan, y que cuando se encuentran juntos se ven inmersos en locuras desenfrenadas. ¿Quién es esa extraña hermana Elvira? Una confidente que me recomendó Isela, será la encubridora de las desviaciones de Elisa, o mejor dicho; serán alcahuetas una de la otra. Todo gira en torno a las declaraciones de Isela, ¡Despreciable seas! Por haberme instilado tú veneno. No sé nada, quería saber la verdad, me urgía saber la verdad y para esto solo tenía a Elvira, esa hermana alcahueta, y a Isela que como se darán cuenta no era yo precisamente el santo de su devoción. Cansado de tantas reflexiones, la mayoría de ellas divagaciones complicadas y de aparente profundidad, me dirigí al cuarto de descanso. Encontré a Elisa sentada en el borde de la cama, cepillando su hermoso cabello, la salude depositándole un beso en la frente y recosté mi cuerpo en la cama con la mirada fija en el cielo. De a ratos contemplaba su hermosa figura, admiraba la forma inocente llena de sencillez y carente de malicia con que arreglaba sus cabellos, depositaba mi mirada en ella hasta que volteaba y se encontraba con mi mirada, y yo desviaba la mirada para seguir mirando en la profundidad del cielo. Ella se levantó de la cama,
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y se arregló el cabello en un par de hermosas trenzas que dejo caer en su espalda, yo la miraba con extraña fascinación, embelesado por la belleza mágica que la envolvía, como hechizado por el movimiento ondulante de sus manos que hábilmente entretejían sus negros cabellos. ¡Que hermosa eres! –Decía-, ¡Que extraña belleza! Todo indica que eres mía, toda tú me perteneces, eres muy hermosa y joven, que no hay en el mundo hombre alguno que no te desee, ¡Ay de ti si me engañas! Porque te hundirás en el más horrendo precipicio del que no escaparas jamás y oscuros se volverán tus días. Volvió a sentarse en el borde de la cama, ¿Qué te pasa amor? –Me pregunto mirándome con ternura-, nada, estoy bien –le dije con tranquilidad-,
permaneció largo rato observándome con
minucioso detenimiento como tratando de hallar la causa que hacía que me comportara como un desconocido, mientras que yo esquivaba su mirada. Me acarició con ternura la frente y me decía palabras cariñosas, ¡Te amo! ¡Eres lo más grande que me ha sucedido en la vida! ¡Mi tesoro! ¿Quién es Rigoberto? –Le pregunte súbitamente a Elisa-, ella retiró su mano de mi frente y se levantó rápidamente, caminó hacia la ventana y permaneció inmóvil, sin decir una sola palabra, contemplaba el exterior con la mirada extraviada en el infinito. ¿Quién es Rigoberto? –volví a preguntarle-. Elisa se volvió hacia mí, tenía una mirada extraña, de pronto había cambiado su facies, la alegría había desaparecido de su rostro, y la sonrisa había terminado sepultada en sus labios. - ¿Quién es Rigoberto? Elisa –volví a preguntar ya exaltado- ¿A qué viene esa pregunta Uriel?
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- Solo contéstame Elisa, ¿Quién es ese joven? - Es un amigo, amigo de la familia - Puedes pensar lo que quieras de mi Elisa, que soy infiel, que soy un pervertido, que soy irresponsable con mi familia, o un mal profesionista, incluso que estoy enloqueciendo, pero no puedo vivir con esta incertidumbre que me está matando y que me hunde en la más horrible de las pesadillas. Elisa caminaba en la habitación, su mirada era la de una mujer pensativa, como tratando de encontrar la respuesta que más encajara en lo que yo quería saber. Yo la miraba fijamente, no perdía detalle en su andar. Sin duda había dado en el clavo -decía para mis adentros-, y de manera extraña sentía como una triste alegría nacía en mi corazón. Ella detuvo su caminata y se acostó en la cama, su respiración era agitada, se llevó las manos al pecho, y una lividez iluminó su rostro, se habían escapado la dulzura y quietud de su semblante. Estaba herida en sus sentimientos. ¿Qué te sucede amor? –Le dije preocupado-, Elisa continuaba respirando dificultosamente, tenía la mirada extraviada, como si no escuchara mis palabras.
Amor mío, -me dijo con dificultad- recuérdame en la primera
oportunidad que te debo contar la historia de mi vida, te he contado parte de ella y quiero que la sepas completa. Para mi esta frase resultó como una suerte de sentencia, ¡Que miserable me sentí! ¡Soy un canalla! Como era posible que dudara de Elisa. Me había pasado el tiempo imaginando cosas sin ningún fundamento, y hasta pensando de ella en mala manera. ¡No es posible! ¡Soy un tonto! Amor perdóname –le dije- ¡Perdóname! No sabía lo que hacía, me han
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envenenado el corazón, he actuado estúpidamente influenciado, ha aflorado en mí el hombre aquel que han violentado y engañado en repetidas ocasiones, afloraron en mi todos esos sentimientos reprimidos de cuando me traicionaron, de la manera más cruel e inhumana aquellos en quienes mi confianza yo había depositado. Han llenado de falsedad mi corazón. Me he enterado de la existencia de alguien no conocido por mí. Ignorando que si existía me mantenía feliz viviendo a tu lado, y hasta ayer me enteré por un mensaje publicado en las redes sociales de la existencia de ese joven, y hoy han hecho llegar a mi oído lo que se murmura de ti en la comunidad haciéndome creer que entre tú y ese joven existe algo, indicios todos ellos que no prueban la existencia de dicha relación. Me han atormentado, y no sabes como he pasado la noche con este sufrimiento, no he podido conciliar el sueño y mis lágrimas se han acabado de tanto llorar. ¡Ah Elisa! ¡Perdóname por dudar de ti! Bendito amor, tu que a mi alma has hecho renacer la alegría por la vida, y la esperanza del porvenir. Perdóname, ¡Por favor! No soy yo el que habla, sino todos esos sentimientos cimentados por las historias de engaño y traición de los que he sido testigo, unas veces hechos que me han acontecido y otras veces que han sucedido a otras personas. Tienes frente a ti a un ser humano que ha padecido de las vejaciones y de los vicios de la conducta del hombre, y que ha sido testigo de los más crueles engaños y traiciones que se han dado entre los seres humanos. Compréndeme Elisa, pensé que todos esos sentimientos ya estaban olvidados, y hoy tristemente veo que todos ellos me han acompañado en mi recorrido por esta vida como un fantasma, y que ahora ante el mas mínimo acto humano donde apenas se vislumbre un signo de desconfianza surgen todas de lo 75
más recóndito de mi cerebro y como una tempestad inundan mi corazón. Elisa permanecía recostada en la cama, con sus manos tomo mi cabeza y la apoyo en su regazo, me propino sendas caricias colmadas de amor y de ternura, cubrió de besos mi frente y con voz dulce y pausada me dijo: cálmate pequeño, he comprendo todo lo que me has dicho, nadie te está culpando, solo veo a un niño que le han llenado la cabeza de ideas y han puesto la semilla de la desconfianza en su corazón, pero no dudes de mí, eres lo que más amo en esta vida, y si no te había hablado de la existencia de ese chico, es porque creí que no valía la pena contaminar nuestros bellos momentos con la podredumbre que representa esa persona, que en un principio resultó toda llena de dulzura y que cuando le conocí a fondo pude ver que era una persona donde la disipación y la corrupción de la carne eran valores que rodeaban su vida. Dicho esto Elisa, un aire tibio e impregnado de aromas entro por mis fosas nasales y una pequeña parte subió hasta mi cerebro. Con sus palabras apagó, las llamas de los fantasmas de la desconfianza y de la duda que no me habían dejado descansar: una palpitaba aun sobre la vergonzosa pantalla del monitor de mi computadora y la otra languidecía sobre los estridentes comentarios vertidos por su amiga Isela. Las nubes taparon el sol en el occidente. Una tarde habiendo concluido la siesta, y tras recuperarnos del cansancio que nos viene después de amarnos con locura, el teléfono de Elisa empezó a repiquetear de manera constante, unas veces con el tono de llamada y otras con el tono de mensaje. Cada que escuchaba el sonido emitido por el teléfono decía: ¿Oh, quién podrá ser?, ella permanecía recostada sobre su lado derecho sobre mi brazo 76
derecho. Hasta que ya no soporto más y se levantó diciendo: ¡Como molestan! Observó el teléfono y escribió un breve mensaje que envió. Al poco rato llegó otro mensaje, y otro y otro. Después le llamaron y sonó el timbre de su teléfono y tuvo que contestar: Bueno… si… ajá… está bien. Y colgaba. ¿Quién es amor? –le decía-. ¡Ah! Es mi mamá, ¡Como choca! Y calmada regresaba a la cama. Me dio un beso y recostó la cabeza nuevamente en mi brazo. Pero el teléfono continuó repiqueteando y siguió contestando: ¡Bueno!, si… ajá… ¡Que estoy trabajando!, esta bien…en un rato salgo. Colgó. ¡Perdóname amor!, pero tengo que salir antes, mi hermana se perdió y mi mamá está desesperada buscándola –me dijo al mismo tiempo que se levantaba de la cama y tomaba la toalla-. - Tranquila amor, no pasa nada –le dije tratando de calmarla- ¿Qué?, ¿No pasa nada?, ¡Como eres amor! –Me dijo arrojando la toalla en la cama- ¡Si amor!, no pasa nada, además; tu hermana ya no es una niña, ¡A lo mejor se fue con el novio!,-le dije con cierta ironía y levantando los brazos- ¡Si claro!, ¡No pasa nada!, ¡Como no es de tu familia!, -Dijo molesta y se metió a la regaderaMe quedé sentado en la cama, extrañado por el hecho y por las extrañas circunstancias de que se había extraviado su hermana, por eso tantas llamadas y mensajes. Se bañó rápidamente, salió de la regadera, se secó y se vistió, ¡Y claro!, con prendas limpias, ¡Desde la ropa interior hasta la blusa y el jeans!, debidamente perfumada y el dulce rojo cereza en los labios. Adiós cielo,-me dijo al
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mismo tiempo que me daba un beso en la boca-, te hablo más tarde amor – completó y salió de la habitaciónPermanecí unas horas mas en el consultorio, aproveche el tiempo para realizar algunas actividades que tenía pendientes de la consulta y leía algunos artículos del periódico local; pero de a ratos mi mente se centraba deliciosamente en la tarde voluptuosa que había vivido con Elisa, pero sobre todo en el hecho un tanto inverosímil de que su hermana se había extraviado. Estuve esperando un mensaje o una llamada de Elisa, y nada; en todo el ambiente flotaba una extraña tranquilidad, como presagiando una tempestad. Fuera del consultorio, la noche había caído ya y con su velo negro cual sudario envolvía el cuerpo entero de la tierra, una luna llena pletórica estaba en el lado oriente del firmamento, iluminando tenuemente y resplandeciendo las nubes que adquirían una tonalidad gris brillante. Se escuchaban lejanos los ladridos de algunos perros. Un sutil viento frio acarició mi rostro, evoque en ese momento las noches en que Elisa estaba a mi lado, ¿Estaba?, en ese momento fui presa de una vacuidad copiosa, me sentí solitario como en un desierto de arenas secas y estériles, ¡Sin un alma!, ¡Sin un motivo! De repente todo resultaba triste, vacio; y fui lapidado inmisericordemente por la nostalgia y la melancolía que poco pude hacer ante esos sentimientos y me retiré del consultorio. No me dirigí a mi casa, desvié mi camino y me fui al centro de la ciudad, que hallando un lugar disponible estacioné mi automóvil y caminé sin rumbo fijo por
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las largas avenidas. Pensando en lo mismo y aunque mi mente daba tantas vueltas siempre terminaba en el punto de partida: Elisa. Vi un café y entré, me senté en una de las mesas que estaban disponibles, se acercó la mesera y le solicité un café Irlandés. Seguía esperando alguna llamada o mensaje de Elisa. ¡Nunca llegó!, tomé tres cafés y me retiré del lugar. La noche era fría, y lúgubre resultaba el ambiente que se vivía, las gentes caminaban con indiferencia por las calles, codo con codo, a veces se rosaban, y otras se esquivaban, algunas parejas de enamorados caminaban abrazados o por lo menos tomados de la mano, los autos pasaban lentamente, pase por una esquina y algunas putas permanecían de pie con la espalda apoyada en el muro invitando a la concupiscencia, el vinil de los muros invitándonos a abandonarnos en los brazos de Baco y de los inhalantes, y en las calles negras profanandocon nuestros pies los restos de sangre de nuestros antepasados. Más tarde recibí la llamada de Elisa, su voz se percibía con una profunda alegría, como la de aquellas tardes impregnadas de amor y de cansancio. Me dijo que no me había llamado porque estuvieron bastante ocupados para dar con el paradero de su hermana, pero que ya había aparecido, fíjate amor –me dijo- mi mamá no se encontraba en casa, y mi hermana se sintió con un pesado aburrimiento y decidió salir a dar una vuelta. Cuando llego al centro de la comunidad abordó un taxi y llegó a la ciudad, ahí camino por las calles sinuosas, hasta que se halló en un lugar que no conocía. Como vio un autobús idéntico a los que vienen a la comunidad que estaba en la terminal lo abordó y dormitó un poco, pero cuando
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despertó cual fue su sorpresa, ¡Estaba en un lugar desconocido! Y como ya no tenía dinero para el pasaje se tuvo que bajar del bus. Quiso enviar mensaje y su móvil no tenía saldo, y lo que hizo fue caminar de regreso, hasta que encontró a una persona caritativa que le obsequio unas monedas para el pasaje de regreso, y es así como llego a casa. ¡No te imaginas tremenda regañina! Pero todo está bien amor, gracias por tu comprensión, pero sobre todo, por la tarde ardiente que me regalaste, cubriéndome toda de besos y amarme con locura hasta llevarme al paraíso amor mío –concluyó con emoción-. Gracias a ti niña hermosa, y que descanses.
Un sábado por la mañana nos saludamos por teléfono, ella me comentó que no tenía nada que hacer y que pasaría una tarde tranquila en su casa, por lo que muy comedidamente le sugerí que nos viéramos por la tarde en el consultorio -a las cuatro para ser más exactos-, así podíamos salir a dar una vuelta y comeríamos en algún restaurant, ella aceptó gustosamente y nos despedimos, no sin antes muy cordialmente desearnos un excelente día.
Llegué al consultorio como treinta minutos antes de las cuatro, y me puse a trabajar en algunos asuntos que tenía pendientes de mi trabajo, mientras escuchaba música puse sobre el escritorio una charola con queso que acompañe con una copa de vino. Dieron las cuatro de la tarde y ella no llegó, y conforme pasaban los minutos un extraño nerviosismo e inquietud me invadían. Le llamé a su teléfono y no contestaba, le mande mensajes escritos a su teléfono y no obtenía respuesta alguna. Mi consternación aumentaba y una angustia llenaba mi 80
corazón. Dejé el trabajo que estaba realizando, me enclaustre en el cuarto de descanso y me puse a ver sus fotografías. Así pasaron los minutos, salí de la estancia para nuevamente entrar al consultorio y tras sentarme, apoyé la cabeza entre las manos para analizar lo que sentía mi corazón, o; por lo menos tratar de explicar de dónde brotaban esos sentimientos que a mi alma atormentaban. Me resistía a dar crédito a lo que estaba sucediendo, yo que tanto le adoraba y que tantas veces le había manifestado mi amor, ¿Cómo es posible que se hubiera olvidado de mi?, si apenas hace unas horas hablamos e inundada de ternura me decía que me quería y que me amaba. Muy dentro de mí quise evitar estos sentimientos y considerar esto que estaba viviendo como una ilusión, como un sueño, y que no formaba parte de la realidad. Sin embargo; muchas ideas ya daban vuelta en mi cabeza: ¿Habrá enfermado repentinamente?, ¿Algún problema le surgió de último momento?, ¿Habrá extraviado el teléfono acaso?, pero; ¿Porqué no se comunica conmigo?, bien sabe que la quiero demasiado, y que solo vivo para ella. Dieron las siete de la noche, Elisa nunca llego, ni se comunicó conmigo; decidí volver a casa y hacer de cuenta como si no hubiera pasado nada.
Camino a casa y protegido por las sombras de la noche, llegué a un lugar donde el cielo tronaba y el oscuro firmamento se iluminaba por los relámpagos que caían incesantes por una gran tormenta que se presentaba en ese momento. Mi avance se volvió lento por la carretera que estaba tapizada por una alfombra transparente y reluciente formada la cubierta de agua y de granos finos de hielo que
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resplandecían con la luz de los faros de la camioneta, torrenciales de agua caían del cielo destellando rayos luminosos por las luces de la ciudad y de los autos, los limpiaparabrisas eran insuficientes para mantener despejado el parabrisas y disminuían la visibilidad considerablemente. En ese momento repiqueteó mi teléfono personal por una llamada telefónica que recibía, mi corazón aceleró sus latidos pensando que se trataba de Elisa, no fue así; se trataba de un paciente que había enfermado repentinamente
y se había internado en un hospital de la
ciudad, así que tuve que desviar mi camino y me dirigí a valorarle.
Se trataba de una paciente de sexo femenino de treinta años de edad que cursaba con embarazo de término y que tenía dolores de parto desde hace doce horas. Dentro de los antecedentes de importancia para su estado mencionó que era su primer embarazo y que había sido un embarazo de muy difícil logro. Tenía un cuadro clínico de aproximadamente doce horas de evolución, tenía dolores en el abdomen y en la cadera. Ya había sido valorada en otro hospital, y no habían considerado necesario hospitalizarla para su atención por lo que regresó a su casa. Sin embargo; en minutos recientes ha notado una disminución de los movimientos de su bebé y se han agregado dolor de cabeza y mareos, que han considerado los familiares como razones suficientes para buscar atención médica. De inmediato la enfermera y los médicos de guardia del hospital me auxiliaron para brindar la atención a esta paciente, la acostamos en una de las camillas del área de urgencias y le retiramos con cuidado la ropa y accesorios que llevaba para colocarle una bata para paciente, estaba sumamente inquieta, era difícil
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convencerla de que se tranquilizara para que la atendiésemos y con cada dolor del útero grávido se contorsionaba muy groseramente. Su estado neurológico era adecuado, sus pulmones funcionaban de maravilla permitían la entrada y salida de aire de manera nítida solo eclipsados en ocasiones por la rudeza estentórea que se transmitía desde la garganta cuando emitió esos gritos desgarradores: ¡Ayúdenme!, ¡Salven a mi bebé!, ¡Ay!, ¡Dios mío, no me abandones!, ¡Ah!, ¡Ah!, ¡Ah!, los ruidos cardiacos eran rítmicos limpios y solo mostraban un aumento en su frecuencia alcanzando hasta 110 ruidos en un minuto. El abdomen lo tenía sumamente abultado y se desplazaba hacia el lado izquierdo de la paciente, la piel era de un color violáceo que se cubría con serpenteadas líneas oscuras trazadas en dirección vertical por el estiramiento de la epidermis,
grandes y tortuosas
venas le adornaban que le recorrían desde la cicatriz umbilical hasta las piernas. El toco cardiógrafo ya había sido colocado y mostraba una actividad del útero regular, la actividad del corazón del feto era muy oscilante y se extendían los valores desde 60 hasta 170 latidos por minuto ¡Sumamente irregular! El canal de parto se tocaba estrecho, plenamente palpables eran los huesos de la pelvis, el cuello de la matriz estaba formado y apenas se había dilatado dos centímetros: ¡Hay que operar! –les dije a todos lo ahí reunidos-, instruí a mis ayudantes para que preparen a la paciente para ser sometida a cesárea de urgencia y que la trasladen de inmediato a la sala de operaciones, y además; realicen los documentos legales correspondientes para que dicha operación sea practicada.
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Doctor, la paciente tiene los signos vitales alterados –dice la enfermera con un tono de alarma en su voz-, ¿Cuáles son esas alteraciones señorita? –Repliqué a la enfermera con cierta calma-, el pulso es de 120 latidos por minuto y la presión arterial nos marca en el monitor y con el baumanómetro
160/110mmHg. Se
escuchan los gritos de desesperación de la paciente: ¡Ayúdeme doctor!, ¡Por favor!, ¡Salven a mi hijo! La enfermera localiza una vena periférica en el brazo derecho de la paciente y le coloca un catéter periférico por donde se le infunde una solución fisiológica, y se administran medicamentos para estabilizar la presión arterial y para prevenir posibles convulsiones.
Una vez dada todas las instrucciones a mis ayudantes, me dirigí a la sala de espera del nosocomio, y absorto en mis preocupaciones invité a los familiares a pasar a uno de los consultorios para informarles:
- Señores, tengo malas noticias para ustedes, -me dirigí a ellos lo más tranquilo y seguro que me fue posible-,
- ¡Que pasa doctor!, ¿Está bien nuestra enferma?, ¡Nos alarma doctor!, exclamaron los familiares con cierto aire de preocupación-
-Debo acudir de inmediato junto a su paciente, pero debo prepararles antes, continué abarcándolos a todos con la mirada-, tengo que interrumpir el embarazo con carácter de urgencia, -¿Ya es hora del parto doctor? –Interrumpió uno de los familiares-
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- Su paciente tiene un problema muy serio de la presión arterial –les dije con voz pausada-, tiene una enfermedad que se llama pre eclampsia. Una vez que ha sido evaluada, hemos identificado que tiene la presión arterial elevada, el útero esta contraído con periodos cortos de relajación, el bebé casi no se mueve y el cuello de la matriz apenas tiene dos centímetros de dilatación. –Los familiares estaban atentos ante mis palabras- Así mismo; el corazón del bebé presenta variaciones importantes en sus latidos, por lo que he de operar de urgencia, o; se pueden presentar complicaciones mayores. - ¡Haga lo que crea conveniente! –Dijo un familiar-, ¡Opere si es necesario! – Exclamó otro-, ¡Sálvela doctorcito, por favor! –dijo con los ojos llorosos el esposo
La paciente ya estaba en la sala de operaciones, el anestesiólogo hábilmente ya había administrado la anestesia
y mis ayudantes estaban colocando la ropa
estéril para cubrir a la paciente. Pasé al vestidor y me uniformé lo más rápido que me fue posible, me coloque el gorro, el cubre bocas y calcé las botas quirúrgicas, pensé en Elisa en ese momento: ¿Habrá tenido algún problema?-. Realicé un lavado quirúrgico exprés de mis manos infringiendo todas las normas que en cuestión de asepsia y antisepsia han sido publicadas e ingrese al quirófano para vestirme velozmente. Bisturí –dije a la instrumentista-, e hice correr el escalpelo sobre la carne blanca de la paciente y de manera inmediata se trazó una delicada línea color púrpura que se iban ensanchando. Los ayudantes limpiaban la herida de la piel que sufría
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y manifestaba su dolor con lágrimas mezcla de sangre y agua. El quirófano era amplio grandes muros blancos poseía que resplandecían con la abúndate luz blanca que el plafón despedía. Segundo –dije nuevamente a la instrumentista-, y el escalpelo seguía dibujando sobre la línea escarlata y al mismo tiempo la herida se ensanchaba como una boca en un grito desesperado. Fueron expuestas las cubiertas nacaradas de los músculos que cedieron ante el paso inmisericorde del escalpelo y fuertes fibras rojas de los músculos del abdomen quedaron descubiertos, que con suavidad y al mismo tiempo enérgicamente fueron separados. ¡Música, maestro! –Dije levantando las manos para romper el ambiente tenso que se sentía-, enseguida doctor –dijo sonriente la circulante-, inmediatamente se escucho en la sala de operaciones el sonido que provenía de un piano, como si de una caja musical se tratara; era una cadencia suave formada por bellas notas que subían y bajaban; llenas de gracia y alegría jugueteaban dando saltos en las cuerdas etéreas del pentagrama, unas veces rápido y otras veces lento , unas veces alto y en otras muy bajo, ¡Ad libitum! ¡Ad libitum! Que se veían de pronto sorprendidas por sonoros acordes magistralmente ejecutados: era la Bagatelle No 25 de Beethoven, mejor conocida como “Fur Elisa”. No pude evitar pensar en todo lo que había sucedido durante el día, y de cómo me había dejado plantado Elisa; particularmente; en cómo se ¡Había olvidado de mí! Y no contestaba mis llamadas y mensajes; ¡Yo que tanto la quería!, ¡Yo que tanto la amaba!, y que en repetidas veces le había dado muestras de mi más grande y sincero amor.
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Al mismo tiempo pensaba en la mujer que estaba sobre la mesa de operaciones, esta mujer ha deseado con tanta vehemencia y por mucho tiempo este embarazo, y sin duda no habría fuerza o ser humano alguno sobre la faz de la tierra que le consolara si el bebe padeciera alguna consecuencia que lo marcara para siempre, o peor aún; si muriera. No existiría consuelo alguno para la familia, los mismo se sentirían avergonzados que afligidos por no ayudar oportunamente a la enferma, y el esposo sufriría un dolor todavía mucho más grande porque ha deseado por mucho tiempo un heredero, y se mostró parco ante el sufrimiento de su mujer.
La paciente se quejaba, y gotas gruesas de sudor se veían adornando su frente; ¡Salven mi bebé!, ¡Salven mi bebé! –decía como susurrando a causa del sedante que le había sido administrado-. Pinza Crille –le dije a la instrumentista al mismo tiempo que extendía abierta la mano derecha-, enseguida doctor –contestó ágilmente la quirúrgica-. Entre dos pinzas tomé la capa mas interna de la pared abdominal, aquella capa blanco amarillenta que resplandecía con la luz que emitían las lámparas de quirófano, y la corté con tijera exponiendo al instante el útero gestante que se encontraba duro como una roca por la actividad que tenía y de color pálido violáceo. Con una compresa fue aislado el campo quirúrgico para evitar que algún intestino o la grasa abdominal se entrometiera, y una vejiga transparente y brillante que lucía vacía fue rechazada hacia abajo. Haciendo uso del escalpelo abrimos el útero en su parte más baja hasta encontrar la fuente,- ¡Oh maravillosa fuente!-, que separamos de la pared del útero introduciendo el dedo índice entre el útero y la mencionada fuente. La bolsa tenia un color grisáceo y
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pliegues que se adherían a la cabeza del feto, con una pinza de disección la sujeté y con la tijera la corte, enseguida introduje mis dedos y los deslicé de lado a lado para ampliar la abertura y enseguida brotó un liquido verdoso espeso que mis ayudantes eliminaron ayudándose de la aspiración que ejercía el aire comprimido. Rápidamente metí la mano entre el útero y la cabeza del feto y calcé la pequeña cabecita, y ejerciendo una presión suave y sostenida en el abdomen de la mamá fue expulsado un hermoso bebé, que al sentir el aire del medio ambiente de manera súbita y proverbial extendió las cuatro extremidades con gran fuerza, e inmediatamente se dio al llanto. El recién nacido estaba muy grande, estaba lleno de arrugas y muchos rasguños presentaba en el pecho y abdomen, tenía en las palmas como ámpulas rotas, y un color verde oscuro toda su piel presentaba. ¡Así bebe!, eso es -.le decía al mismo tiempo que sujetaba entre dos pinzas el cordón umbilical y lo cortaba con tijera para separarlo de la madre y dárselo al médico pediatra para que asistiera al recién nacido-, llora fuerte bebé. Casi instantáneamente la placenta fue expulsada, que con un máximo cuidado la alzamos y suavemente la colocamos en un contenedor de acero inoxidable.
La mujer se soltó en llanto y emitió un leve gemido, se relajo la pared abdominal y el vientre se había aplanado de un modo extraordinario. Con una compresa realicé la limpieza de la cavidad uterina para asegurarme de que no quedaba algún resto de la placenta, e inmediatamente empecé a cerrar el útero con hilo absorbible y en sutura continua. Retire la compresa aislante y revisamos la cavidad relacionada con el campo donde se había trabajado, que no hubiera sangrado o alguna lesión
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secundaria. El peritoneo fue afrontado con hilo absorbible conocido como Catgut crómico, el musculo y la grasa resultan difíciles de suturar pues algunas veces se separa el hilo o se rompen los tejidos, por lo que afrontamos la aponeurosis con hilo absorbible conocido como Vicryl y finalmente la piel con hilo no absorbible conocido como Nylon.
En ese momento dejé a cargo de la paciente mis ayudantes, y se encargaron de proporcionarle todas las medidas complementarias como retirar sondas, colocar apósitos, gasas y vendajes. La paciente permanecía somnolienta pero contestaba a las preguntas que se le hacían. Su estado cardiopulmonar permanecía estable, y sus signos vitales se habían estabilizado, observando en el monitor una frecuencia cardiaca de 95 latidos por minuto y una presión arterial de 120/80mmHg. La orina que drenaba por la sonda de la vejiga era clara sin rastros de sangre y el sangrado que provenía del canal de parto era escaso. El recién nacido vivía, se había salvado, oleadas de oxigeno entraban con energía por la garganta, su respiración enérgica se percibía en la sala; estaba decidido a continuar en esta su nueva vida. Alzaba las manos y jugueteaban en el aire suavemente, y de vez en cuando los dedos los dirigía al pequeño y sonrosado rostro, como no creyendo aun que estaba vivo.
Exhausto aún, y con la frente cubierta de sudor, me dirigí al vestidor. Me senté en uno de los sofás que se encuentran para tal propósito y el repiqueteo de mi teléfono me saco de mis pensamientos: era Elisa; que con toda la calma del mundo contesté: 89
- Hola cielo, ¿Cómo estás? –Le dije en tono conciliador-,
- Bien amor, gracias; ¿Qué haces? - Acabo de salir de quirófano –Le dije-, tuve una cirugía de urgencia; una cesárea para ser más exactos. ¿Has tenido algún problema? –le pregunté con mucha curiosidad-, - No amor –contestó muy amablemente-, estoy bien,
- Te estuve esperando a las cuatro de la tarde en el consultorio como habíamos acordado –Le dije a manera de reclamo-, y no llegaste, te llamé repetidamente a tu celular, ¡Como en veinte ocasiones! y no me contestaste, te envié otro tanto de mensajes y ninguna respuesta obtuve; por eso te pregunto.
- No es nada amor, ¡De verdad!,
solo que lo olvidé, lo siento mucho; ¿Me
perdonas?
- No lo sé, lo pensaré, solo si me dices que hiciste para que te hubieras olvidado de mi –le dije con cierto grado de sarcasmo- ¡Ay amor!, si tu lo dices –contestó con cierto desdén en su voz-. Lo que pasas es que como es fin de semana pues tengo que preparar mis cosas y mi ropa para toda la semana de trabajo, y entre preparar zapatos, uniformes y ropa ordinaria pues se me fue el tiempo volando.
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- Si amor –interrumpí de manera simple- , no te preocupes, pero debes tener más cuidado con el teléfono, puedes llevarlo y ponerlo cerca de ti por si algo urgente se requiere, mmm; como una cirugía de urgencia por ejemplo, o; porque deseo verte para darte un beso,
- ¡Awww mi amor!, ¡Que dulce eres!, ¡Solo tú sabes que palabras decirme, para que sienta yo cositas! -.contestó en un tono dulce y suave-,
- Pensé que había surgido algún problema de repente cielo mío, o; algún motivo extraordinario impidió que contestaras el teléfono –Le dije con tranquilidad-
- No amor, afortunadamente. Me quedé en casa a preparar mi ropa para que ya nada mas la tome entre semana. Como lavé mi ropa, puse mi teléfono en la zona de lavado y pues ahí no hay una buena señal por eso no recibí ni tus llamadas ni tus mensajes. Ahora bien; como después junté la ropa que ya estaba seca la lleve a mi cuarto y me puse a plancharla y acomodarla en su sitio. Después se me antojo un sándwich y baje a la cocina, me preparé ¡dos deliciosos sándwich! Que acompañe con una coca bien fría, y así se me fue el tiempo. Perdóname amor, ¿Sí?, ¡Anda, di que sí! –me dijo en un tono suplicante-
- No lo sé, cielo; lo pensaré. Además, tengo algo que contarte que es muy importante para los dos, -le dije intrigante-
- ¿Qué es cielo?, de que se trata, anda; dímelo; ¡Y te quiero más!
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Por el tono que tenía su voz, y esa manera de hablar voluptuosa y suave, no me cabía la menor duda de que estaba contenta. - No te lo puedo comentar por teléfono –le dije secamente- Awww, ¡Estoy triste cielo!, mira como sufre mi corazón –me dijo con un sentimiento de soledad-. Yo también tenía muchas ganas de verte, ¡De abrazarte!, y; de ¡Cubrirte con mis besos! ¡Ay!, ¡Tonta de mi!, como se me fue a olvidar, y; (hizo un silencio como si estuviera pensativa) ¡Ya se!, pasa por mí a mi casa, anda amor, di que sí, quiero estar contigo, ¡Deseo estar contigo en esta noche húmeda y ardiente!
¡Dios mío!... ¡Dios mío!... Ante esas palabras hasta el más firme y bien portado peca, yo sentí que la sangre se me agolpaba en las sienes, me había olvidado en ese momento de la paciente que ya estaba en su cuarto. Grandes cantidades de flujos se distribuían por mi cuerpo y quería yo en ese momento disecar con mi escalpelo ese hermoso cuerpo que tan sugestivo se me insinuaba, - ¡Oh, Elisa! –Exclamé-, Pero ya son las diez de la noche, amada mía; ¡Que dirás en tu casa! -Le dije con cierta sorpresa-,
- ¡Es lo de menos!, bien vale la pena que vengas; les diré que voy ayudarte en una cirugía, ¡Sí!, eso es, así sirve que me platicas eso importante que tienes que decirme.
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- Ya es muy tarde amor, descansa que mañana nos vemos –le dije imprimiendo a mi tono de voz un tono cortante-, es mejor que descanses. - ¡Está bien!, lo que tu digas –me contesto con desconcierto, descansa igual mi amor y mañana nos vemos. Chao
Al día siguiente, muy temprano me dirigí al hospital para revisar a la paciente que había operado el día anterior. Las enfermeras muy atentas y presurosas acudieron a mi llegada, y me narraron toda una historia de la evolución de la paciente; y ¡Vaya que historia!, ¡Que narración tan proverbial!, pese a que en ese momento se encontraban en el cambio de turno, no escatimaron en tiempo y dedicaron todo ese periodo valioso para enterarme de lo ocurrido a la paciente durante el turno nocturno. En pocos minutos ya estaba enterado de todos hechos que sucedieron durante la noche y me dirigí al cuarto de la paciente que lucía lleno de familiares, ¡parecía una fiesta no un cuarto de hospital!, arreglos florales por el vestidor, ramos de esplendorosos jazmines en el buró, un ramo elegantemente decorado con frescas rosas rojas en la mesa puente y una leyenda: Te amo. No menos de llamar la atención los globos decorados con la frase: Fue niño. Me acompañó la enfermera de turno que me auxilió en la revisión de la paciente, conversé con la paciente y con los familiares que estaban en ese momento, todo era felicidad, henchido de alegría estaba el esposo: había razones poderosas para estarlo.
Como a medio día llegué a mi consultorio, estaba abierto, algunos pacientes ya me estaban esperando, como la puerta se encontraba abierta entré.
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- ¡Buenas tardes!, en un rato los atiendo – dije a todos en un tono suplicante - ¡Hola Karen! –Ella estaba en la sala de espera limpiando pacientemente los muebles-
- Buenas tardes doctor -Contestó amablemente Karen-
- ¿Donde está Elisa?, -pregunté a Karen-
- Está en su cuarto doctor, -contestó - Gracias –le dije a Karen al mismo tiempo que me dirigí al cuarto de descanso-,
Abrí lentamente la puerta del cuarto, y entré lo mas silencioso que pude, las luces estaban apagadas, el cuarto estaba a media luz, en el fondo del cuarto estaba Elisa de pie mirando a través del ventanal la grandeza del los campos de trabajo engalanados con sus mejores trajes, todas las espigas como si se tratara de ejércitos de uniforme verde que majestuosamente permanecían en la quietud del espacio. Me acerqué a Elisa y rodee su bella cintura con mis brazos hasta tocar el delicioso monte de Venus con mis manos al tiempo que acercaba mi rostro a su nuca y llenaba mis pulmones con ese perfume embriagador que emanaba de su piel. Permanecía quieta como una estatua, su mirada era apacible y fija en el firmamento, le besé la nuca y admire los pendientes de bellas piedras engarzadas que lucían apacibles.
- Hola mi cielo, ¿Cómo estás?, -le dije cariñosamente-
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- Hola amor, -contesto sin volver el rostro- no me canso de admirar estos campos verdes, ¡Que hermosura! , – completo melancólicamente-, - Así es cielo, ¡Que hermosos!, -exclamé lleno de admiración- Ahorita vuelvo, voy a consultar, ¿Vale? - Si amor, te espero, en un rato vamos a comer, -contestó y seguía mirando a través del ventanal-. Los pacientes -por eso se les llama así “pacientes”-, con una paciencia infinita permanecían sentados en los sillones de la sala de espera, unos leyendo las revistas del corazón que había, otros leyendo el periódico y algunos estaban atentos al programa de televisión. Atendí a mis pacientes, no me tarde con ellos puesto que no era muy complicado lo que tenían y solo con unas breves preguntas bastó para que les extendiera una receta y terminé.
Generalmente después de la comida Elisa y yo acostumbramos un merecido descanso, bueno; en México le llamamos “siesta”; y eso hacíamos de manera diaria. Sin embargo, -y me causo profunda extrañeza- este día Elisa había permanecido pensativa, y se dirigió a la sala de espera, y se sentó en uno de los sillones mirando de frente la puerta de acceso. Le seguí y me senté en otro de los sillones sin dejar de mirar que absortamente y con gran parsimonia sus movimientos dirigía, y más extraño me resultaba que no hallaba yo la forma de platicar con ella, solo logré decirle:
- Gracias por la comida amor, estuvo deliciosa.
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- De nada cielo, -me dijo con cansancio- que bueno que te gustó. - ¿Te sucede algo?, -le pregunté muy delicadamente, al mismo tiempo que colocaba mi mano sobre la suya- No amor, todo esta bien, solo que me siento un poco cansada, -contestó- ¡Pues vamos al cuarto a descansar!, -exclamé con cierta alegría- ¡No amor!, aquí estamos bien –me dijo tranquilamente- A propósito –le dije golpeando mis piernas con las manos-, que sucedió ayer que no me contestaste, ¡Me dejaste plantado!; - ¡Ya te dije ayer! –contesto visiblemente molesta-, olvide el teléfono en el área de lavado y no tenia señal, ¿Contento?
Junte sus manos y las tome entre las mías, tenía el rostro apagado, por fin podía contemplarla de cerca en este día. Cuando llegue al consultorio permaneció siempre observando hacia la ventana y no pude mirar su rostro. Durante la comida igual lo había omitido o quizá por la leve luz de la cocina es que no me había dado cuenta. Tenía el rostro inexpresivo, no brillaban sus ojos como en otros días, la sonrisa había desaparecido y la alegría de su facies se había esfumado. No se había maquillado, cosa que era algo raro y digno de considerar en ella. - A ti te pasa algo, no me vas a engañar. ¡Anda! Platícame –le dije suavemente- Es que ayer hubo un problema en casa -me dijo muy quedamente mientras permanecía cabizbaja-, una discusión con mi mamá. ¡Ya sabes como es mi mamá!, ya no la aguanto –lo dijo impulsivamente-. Y me obligó a lavar toda la
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ropa. Ya te imaginarás, lavando y enojada que hasta olvide el teléfono. Perdóname cielo por favor. - ¡Cuanto lo siento amor!, perdóname por ser tan inquisitivo –le dije suplicante
- Nunca me dejarás amor, ¿Verdad?, -me preguntó con cierta tristeza al mismo tiempo que volvía el rostro y me miraba a los ojos- ¡No amor!, ¡No!, que ideas tienes en la cabeza –contesté tratando de consolarla y apretando sus manos-. Nunca te dejaré, nunca me marcharé, siempre permaneceré a tu lado, ¿Qué no sabes que eres lo que más amo?, ¿Qué no te has dado cuenta que tu eres el motor de mi vida? ¡Dulce fuente de mi energía! No me imagino la vida sin ti, mi razón única de existir –completé con un dejo de tristeza y tratando de mitigar su tristeza-
Permanecimos un rato más en el consultorio, afuera; la tarde moría en una lenta agonía y lánguidamente
el sol caía desplegando luces multicolores que
adornaban el horizonte. Los pájaros alegres entonaban finos cantos que se alternaban en armonía con el sonido de las hojas de las milpas que respondían llenas de alegría a las caricias del viento, todo bajo una cúpula celeste cubierta de apenas unas cuantas nubes blancas y grises que permanecían quietas en el firmamento como si se hallasen suspendidas.
Elisa se dio un duchazo, cuando entré al cuarto ella había salido de la regadera. Llevaba puesta una ropa interior exquisita, elaborada con bellos y finos encajes
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en color violáceo que le venían bien al apiñonado de su piel, se mostraba erguida con el cabello aún mojado y recogido en un chongo. ¡Qué belleza!, ¡Cuanta hermosura!, ¡Cuanta solemnidad! –decía yo-, anhelaba en ese instante poseer las habilidades de un pintor para estampar su alegre y celestial figura en un lienzo como Rafael, daría mi vida entera por gozar de los atributos de Miguel Ángel para inmortalizar a mi bella musa y perpetuar su belleza en un hermosa estatua de mármol rosado puro y virgen, y que generaciones venideras admiren este testigo fiel de los encantos de Elisa, flor encendida de primavera.
Me senté en el pequeño sofá que había en el cuarto y lleno de atención seguí cada uno de los movimientos de Elisa, de su bolso sacaba ropa, zapatos, guaraches, ¡era increíble! Cuantas cosas puede haber en el bolso de una mujer. ¿Cómo me queda esta blusa? –Me preguntaba sonriendo-, muy bien –le contestaba-. Eligió una blusa en color hueso de manga larga con unos tirantes al frente que dejaba admirar el hermoso busto que poseía. Se vistió un pantalón de mezclilla y unas botas de cuero en color café. Se pinto los labios de un rojo carmín que destilaba un exuberante aroma a cerezas. Aplicó maquillaje en su bello cutis y se remango las pestañas. ¡Que hermosa estaba! ¡Ah! Y como recuerdo esos momentos, se aplico el delicioso perfume e inundo el ambiente del cuarto con oleadas de fragancia mezcla de almizcle y sándalo.
Estaba anonadado, permanecía extasiado ante tanta belleza y hermosura en un solo cuerpo; imágenes voluptuosas y febriles aparecían en mi mente, volviendo un hervidero el líquido vital que corría en mis venas, y una lubricidad espontanea y 98
ardiente surgía desde mis entrañas nublando mis sentidos. ¡Qué delicia! ¡Qué fuego! Sentía como los fluidos ardientes recorrían mi cuerpo y se agolpaban en mi pecho sofocando mi corazón. Me deleitaba con esa bella figura que la misma Venus envidiaría. ¡Ay! ¡Dios mío!, Solo tú eres perfecto y solo en ti existe tanta belleza, ¡No era Elisa la belleza!, era Dios mismo la belleza y estaba encarnada en Elisa, ¡Si, Dios mío! ¡Estabas encarnado en Elisa! Sentía que la sangre se me iba y se me venía, y se me agolpaba con una fogosidad ardiente en las sienes. - ¿Cómo me veo amor? –Me dijo Elisa volviéndome a la realidad-
- ¡Sensacional!, ¡Hermosa!, ¡Como una diosa del Olimpo! Amor mío, -le dije al tiempo que me acercaba a ella y la tome entre mis brazos. - ¡Oh! Gracias amor, tu siempre diciéndome cosas lindas. –Me dijo mientras se separaba de mí y tomaba su bolso-
- ¿Nos vamos amor?, -me dijo mientras observaba el reloj de pulsera que llevaba-
- ¡Claro cielo!, vámonos ya.
Salimos del cuarto, y también del consultorio. Abordamos la camioneta y nos retiramos. Generalmente pasaba por la calle donde vivía y la dejaba frente a su casa. Pero; durante el trayecto me explicó que debido al problema y a las discusiones que había tenido con su madre el día anterior, le pidió que se vieran en el centro de la población porque tenían que hacer algunas tareas pendientes.
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Así que procedí de la manera que me lo sugirió y en la centro de la comunidad la dejé. ¡El amor es ciego! Dicen los poetas y los filósofos; tantas circunstancias extrañas este fin de semana habían sucedido y no supe interpretarlos, apenas hace unos minutos sucedió otra cosa extraña también y no fui capaz de reconocer. Sentía que en mi interior renacía la desconfianza y celos salvajes trastornaban mi entendimiento, sensaciones ya conocidas y que tanto daño me habían hecho en épocas pasadas de mi vida. En un rato llegamos al centro de la población, Elisa bajó del auto y yo seguí camino a casa.
Al día siguiente encontré a Elisa en el cuarto, permanecía de pié mirando a través del ventanal el magnífico paisaje de los volcanes cubiertos de nieve, el frío del cuarto parecía al de una tumba y la triste media luz la mostraba con una sensualidad majestuosa, la habitación estaba llena con su exquisito perfume, por primera vez en mucho tiempo la veía pensativa, estaba quieta como una estatua de bronce esculpida por algún artista griego, me acerque lentamente y me coloqué a un lado de ella, su perfil era solemne una creación maravillosa, tenía el cabello negro que descendía vertical como hilos de obsidiana entrelazados que descansaban solemnemente en sus bellos hombros, iba vestida con unos mallones negros y un blusón escarlata, su encantador y curvado perfil estaba tan perfectamente logrado, que hermosa carne viviente, el admirable blusón escarlata cubría un pecho perfecto y bellísimo que apenas parecía respirar en aquella luz tenue. Los pliegues de su blusón sencillos caían a su cintura y se adaptaban sobre unas caderas bien torneadas, que formas tan gloriosas y de exquisita perfección.
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Me coloqué a sus espaldas y la envolví con mis brazos, estaba fría la piel de su cuello y de sus mejillas, vi que sus ojos se tornaban brillosos, ¿Qué haces amor?, -le pregunté-; estoy aquí resguardada del frio en la soledad del cuarto, -contestó Elisa con una melancolía y sensibilidad exquisitos-, tras breve pausa exclamó: ¡Abrázame! amor, abrígame con tus brazos fuertes cielo mío, sol de mis días, calienta mi cuerpo con el calor de tu cuerpo. Debes recordar que las mujeres tienen días que las vuelve más sensibles, anda pon tus manos sobre mi vientre, querido. Tomó mis manos y las entrelazó en las suyas, las dirigió a la parte baja de su cuerpo y las posó en su vientre, y me dijo: amor mío, he aquí el vientre que ha de dar alojamiento a nuestro hijo, fruto de nuestro amor, será una hermosa mujer que gozará de tu entendimiento e inteligencia. ¡No había duda posible!, ¡Elisa era mía!, me amaba y me quería. ¡Como fui capaz de dudar de su lealtad! Libre mis manos de los de ella, y las coloqué en el delicioso monte venus, ¡Que delicia!, sentía como se aceleraban los latidos de su corazón. Nuestros cuerpos permanecieron juntos, su espalda pegada a mi pecho me transmitía incesantemente su calor. - Estas prodigiosamente formada Elisa, ¡Es divino tu cuerpo!-le dije-¿En serio lo encuentras bien? –Me dijo Elisa con una voz ahogada-. - ¡Estás deliciosa! -le dije susurrándole al oído, mientras mis manos recorrían ardientemente sus muslos-. - Awww ¡Que lindo eres! –Me contestó Elisa-. - ¡Que portento de mujer! Niña mía –le dije con todo el ardor que tenía-
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- ¿Te gusto Uriel? –Me dijo al mismo tiempo que giraba su cuerpo y quedamos frente a frenteEntonces me colocó sus brazos alrededor del cuello y me miró fijamente a los ojos, permanecía quieta apacible escudriñando mi mirada como si pretendiera hallar algo. Rodeé su cintura con mis brazos, atraje su cuerpo hacia el mío sintiendo sus bellas formas, y un beso suave y dulce sello el tierno desahogo. Todo había sucedido con una rapidez desmesurada, la sospecha había hallado en mi corazón tierra fértil, y las consecuencias aunque se vivían con la excusa siempre artificiosa no dejaban de generar cansancio y tedio, nuestra relación se había mostrado frágil ante los embates propios y extraños, y había perdido esa brillantez que caracteriza lo nuevo. ilusoriamente
Al inicio todo iba viento en popa e
erigimos castillos en el aire, soñamos con una vida futura de
plenitud, llena de todas las comodidades de la vida mundana y rodeada siempre por ese aire impalpable e inmaculado que llamamos amor. Cuando el primer desencuentro tuvo lugar en nuestras vidas, ¡Oh! Triste momento ese, el castillo que habíamos cimentado en las ilusiones se había desmoronado, los sueños que habíamos forjado lentamente se iban difuminando en la tormentosa realidad, y las esperanzas poco a poco se fueron volviendo escazas hasta que solo hubo cabida para la esperanza del día siguiente. Cierto es que las discusiones ya habían zanjeado nuestro destino, y es en esos momentos precisamente donde nuestros caminos ya se vislumbraban separados siendo el porvenir para cada uno muy distinto, ella henchida de alegría por todo lo vivido y yo hundido en la más terrible
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de las tristezas. No obstante, cada uno en su momento hizo uso hasta del mas nimio de los recursos, ya sea ocurrencia, broma infantil o detalle, con el noble fin y único propósito de hacer prosperar en el tiempo este romance, que languidecía como la llama de una vela, y acechaban ya los cipreses negros para el momento luctuoso que se había tornado inevitable; solo era cuestión de tiempo. De alguna manera todas las luchas habían sido superadas, las querellas no habían mostrado la fuerza necesaria como para que quedasen impregnados esos sentimientos cargados de dolor y de amargura en nuestros corazones, y las reconciliaciones siempre resultaban de ensueño. Cada que estábamos en el lecho, ella dormitando con su cabeza apoyada en la curvatura de mi brazo y con los cabellos desparramados en el desierto de la sábana blanca adornando su cabeza como hilos negros, no podía evitar meditar respecto al futuro que a ambos convenía, o por lo menos al que a ella le convenía. Ella era una joven y yo un hombre mayor, en plena madurez dirían muchos; abismal diferencia que hace que el concepto de la vida sea vislumbrado desde puntos de vista distintos, quizá ella se divierte en el natural hecho y agradable le resultaba además el ir por la vida sembrando; ¡Le divertía sembrar! Y en cambio yo, ya lejos estaba de esa época, y estaba preparada mi vida para cosechar lo que había sembrado en su momento, siendo inevitable que esta diferencia fuera causa más de una vez de controvertida y acalorada discusión. Con el tiempo en Elisa fue aflorando un sentimiento de tristeza y en más de una ocasión le descubrí con la mirada cargada de extraña melancolía, que al principio
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me causo miedo e incertidumbre, pero al final me acostumbre a esos momentos pasajeros marcados por el cristalino de sus lágrimas. Cuando se separaba de mi lado mi sufrimiento era inmenso, y cuanto más lejos estaba peor me sentía. No podía estar sin que ella estuviera a mi lado, resultaba imperiosa su presencia para mi pobre alma, era una suerte de oxígeno puro para el náufrago que se está ahogando en las profundas aguas del océano. En sus largas ausencias o cuando no me daba señal de vida alguna, era cuando más se acrecentaban en mi interior estos sentimientos de abandono y de soledad extrema, y no podía evitar que mi mente se cargara de ideas e imágenes de crueles perfidias y engaños que de manera inexorable permanecían en la profundidad del abismo de mis recuerdos. Pero cuando estaba conmigo ella misma se llenaba de confusión, y todos los argumentos que habían proferido sus familiares y extraños, resultaban de mayor peso ante lo que ella pensaba, y terminaba cediendo ante las opiniones de los demás. No está por demás decir que fue precisamente en estos días cuando de una suerte extraña se vio agobiada por el peso grave de la confusión que se había anidado en su interior, que la atormentaba hasta el desfallecimiento, y que la enclaustraba en la terrible mansión de la soledad, dando como resultado el discernimiento entre lo sentido y lo pensado. Un domingo por la mañana mantuvimos una breve conversación por medio de mensajes en el teléfono, ella me escribió lo siguiente: - Hola amorcito, ¿Vas a venir al consultorio? - Buen día cielo, si voy al consultorio –le contesté
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- Como a que horas vienes amor –me escribió- Por la tarde, nos vemos allá cielo –escribí- Ok amor. Te espero con ansias –escribió y concluyóPoco antes del medio llegue al consultorio, que abrí y casi de inmediato acudió una paciente, que tras examinarle decidí que ameritaba una cirugía de urgencia, manejo que la paciente aceptó sin aspavientos. Le llamé a Elisa a su móvil pero me enviaba al buzón, o me citaban la frase ya muy conocida“El número que usted marco esta ocupado o se encuentra fuera del área de servicio, favor de llamar mas tarde. Gracias”. Entonces le marqué a su casa y me contestó su cuñada: -Bueno - Hola, soy Uriel, ¿Puedes pasarme a Elisa por favor? –le contesté- ¡Ah!, hola doctor Uriel. Mire, Elisa salió de compras hace un momento y no se encuentra, ¿Quiere que le de un recado? –me contestó- No, gracias. Trataré de localizarle en su móvil. Gracias –conteste y concluí- De nada doctor. Y buen día. –me contestóEn ese momento la paciente ya se dirigía al hospital donde seria internada y donde le realizaría la cirugía de urgencia. Cerré el consultorio y decidí pasar al centro de la población a comer algo en la fonda de doña soledad, sirve que localizo a Elisa y de camino paso por ella. Cuando llego al centro de la población, cerca de la fonda de doña soledad, vi que estaba estacionada frente a la fonda la camioneta de Elisa. Me detuve a cierta distancia para darle la sorpresa, sin imaginar que el sorprendido sería yo. En eso
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pude percatarme que salía de un establecimiento un chico llevando en las manos unos bolsos de recaudo, se detuvo a un lado de la camioneta sacó de su bolso la llave y la abrió, introduciendo los bolsos de recaudo. Unos instantes mas tarde salió del mismo establecimiento Elisa llevando otras dos bolsas iguales, ya dirigiéndose a la camioneta la intercepte; ¡vaya que se sorprendió!, -¡Hola corazón! ¿Cómo estás? Te he buscado sin encontrarte –le dije inquieto- Nada amor, solo vine de compras –me contestó tranquila- Te he marcado a tu móvil y no me contestas, ahora veo por que –le dije dirigiendo la mirada hacia el chico que se encontraba en la camioneta- Ya te dije que no es nada –me decía al mismo tiempo que reiniciaba su marcha- ¿Nada? Entonces que hace aquel chico en la camioneta, llevando tus bolsos, ¡Eres una mentirosa! –le dije terminantementeDecidí retirarme de ese lugar, quise ir a desayunar en otro comedor que había en la comunidad, pero para mi fortuna estuvo cerrado, así que; regrese a la fonda de soledad. Estacioné mi coche unos metros antes de la camioneta de Elisa que todavía permanecía en el lugar. Bajé del auto e ingrese al local de doña soledad. Revise la carta y solicite un desayuno a base de huevo, pan y café. Yo esperé y de verdad ¡Anhelé! Que Elisa se hubiera bajado de su camioneta y desayunáramos juntos, pero; ¡Que equivocado estaba! Encendió su camioneta y se retiró del lugar ¡Con el chavo sentado en el lado del copiloto! En ese momento recordé que me faltaban algunos medicamentos que eran necesarios para la cirugía que realizaría unos minutos mas tarde. Así que decidí
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que en lo que preparan el desayuno yo iría a la farmacia de la comunidad a comprar dichos medicamentos. La farmacia está cerca de la casa de Elisa, y cuando me estacione frente a la farmacia, observe que salía de un camino inusual la camioneta de Elisa, me apresuré y compré los medicamentos y fui tras ella. Pude observar como unos cien metros quizá antes de la casa de Elisa descendió el joven que le acompañó y se dirigió a una de las casas. Yo seguí la camioneta de Elisa hasta que se estacionó frente a su casa. Ya frente a su casa me baje del automóvil, Elisa ya se había bajado de la camioneta, me acerqué a ella y le dije: sube al auto, vamos a platicar. Ella no dijo nada y se subió a mi auto, me di la vuelta y regresé hacia la farmacia, permanecíamos en silencio y me estacione frente a la casa donde se había metido el chavo que la había acompañado. La calle es larga y sinuosa, toda revestida de adoquines, en malas condiciones, en ese momento lucia vacía. La casa es de un solo nivel con un gran portón y ventanales que dan a la calle. - ¡Que estás haciendo! –me dijo Elisa con los ojos desorbitados- Vamos hablar cielo, -le dije con una calma no usual para el momento- ¡Oye!, hay tantos lugares para hablar y precisamente vienes aquí, -me dijo- Que tiene de malo, -le dije tranquilamente- es la calle, ¿O no? - ¡Vámonos a otro lugar!, -decía Elisa al mismo tiempo que volteaba hacia la casa-
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- Cálmate amor, -le dije mientras colocaba mi brazo sobre sus hombros y me acerqué a ella para darle un beso en la mejilla- ¡Que hace!, ¡Esta Loco!, -dijo Elisa gritando- Solo quiero abrazarte y darte un beso cielo, -le dije con cierta incomodidad- ¡Déjeme!, ¡Déjeme!, - gritaba Elisa y forcejeaba tratando de quitar mi brazo que estaba sobre sus hombros- ¡Vamos, ya cálmate!, ¡Que modos son estos!, -le decía al mismo tiempo que luchaba para que no retirara mi brazo de sus hombrosElisa trató de abrir la puerta del auto para salir, y se lo impedí jalando fuertemente la puerta, se volteo hacia mí y trato de empujarme para que soltase la puerta, tampoco lo logró, ¡Déjeme!, ¡Déjeme!, -gritaba en el interior del coche-. Yo pude ver que a través de los ventanales de la casa las cortinas eran deslizadas hacia un lado y se asomo el joven que la había acompañado, que por los gestos y el rostro descompuesto comprendí que no era de su agrado la escena. Cuando vi que se retiro del ventanal y camino en dirección al portón de la casa, solté la puerta del auto y Elisa salió despavorida, ¡Auxilio!, ¡Auxilio! –gritaba agitando las manos al mismo tiempo que corría rumbo al portón- y con suma destreza abrió el portón e ingreso a la casa. Encendí el auto y me retiré del lugar, no había duda; mis sospechas se habían confirmado. Me dirigí al hospital donde ya se encontraba en quirófano mi paciente, ya había sido administrada la anestesia. Me asistió como ayudante en la cirugía el medico de guardia del mismo hospital, era la primera vez que Elisa no me ayudaba. Un
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gran vacio y angustia se apoderaron de mí. Cada movimiento, cada tejido explorado, me recordaba a Elisa. Una vez concluida la cirugía, y; habiendo trasladado a mi paciente al cuarto de recuperación; me dirigí nuevamente al consultorio. Llamé a casa de Elisa, y me contestó su cuñada nuevamente: - ¿Bueno? - Hola, pásame a Elisa por favor, soy Uriel –le dije- Hola doctor, no se encuentra, ¿Gusta dejarle algún recado? –me contestó cortésmente- ¡Claro!, cuando llegue, dile que por favor venga al consultorio, le estoy esperando, gracias, -le dije- Si doctor, así lo haré –me contestó y colgó¿Para qué le llamé? –Me dije en ese momento-. Sumido en mis pensamientos, mi cabeza me daba vueltas, no alcanzaba a hilar ideas. La sangre me hervía de coraje. ¡Que se vaya!, -pensé-. Salí de mi consultorio y me dirigí a cuarto de descanso que compartíamos Elisa y yo, y para mi sorpresa ¡Ya no había cosas de Elisa!, ¡Todo se había llevado!, solo una chamarra, unas botas y un bolso. No me di cuenta cuando retiró su ropa, accesorios y artículos de aseo personal. En pocos minutos se escuchó el motor de una camioneta que se estacionaba frente al consultorio y repiqueteo el timbre del consultorio. Abrí e ingresaron Elisa y su cuñada. Pasé a Elisa al consultorio y se acomodo en una de las sillas.
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- ¡Nunca esperé esto de ti! –le dije- Las cosas no son como crees Uriel –me contestó- Pero si lo he visto, no me lo han contado, -le dije señalando mis ojos- Pero no es lo que piensas, deja me explicarte –contestó muy segura de si- Pienso en lo que vi, -le dije, tratando de guardar la calma- Es un amigo, vecino mío, fui al centro y me lo encontré con una amiga platicando, me invitaron a su mesa y me senté con ellos a platicar y a desayunar. Me dijo que su abuela esta enferma y que vino al centro por algunas cosas. Yo me ofrecí a darle un aventón y por eso me ayudó con las bolsas de recaudo, eso significa lo que viste, -me contestó- Y por eso me dejaste solo en la fonda, y no me presentaste con el, y te pusiste como loca en el auto, ¡Bah! No te creo Elisa - ¡Bueno!, piensa como tú quieras Uriel, ya me dijo mi cuñada que me hablaste y pues mira aquí están tus cosas –me dijo poniendo sobre el escritorio un bolso de mano, un reloj y el móvil- ¡Gracias por tu honestidad! Elisa, tantas veces te dije, que si algún día esto debería de terminar por lo menos me dijeras antes de hacer lo que hiciste, pero bueno que le vamos hacer, ya lo habías planeado pues hasta tus cosas ya habías sacado del cuarto, aquí tienes lo que olvidaste –le dije al mismo tiempo que ponía una bolsa sobre el escritorio- ¡Lo siento Uriel!, perdóname por favor –me dijo con las ojos al borde del llanto- ¡Bah!, no te preocupes, ya pasará, -le dije con el corazón contristo- Es que me equivoque Uriel, ¡Lo siento!, no quería… 110
- No Elisa –la interrumpí-, no te equivocaste, elegiste y eso es diferente. Finalmente entre el y yo tomaste una decisión y lo has elegido a el. Así que pues nada tengo que hacer, no te sientas mal, toma tus cosas y sigue tu camino, te deseo lo mejor. Muchas gracias por todo lo que me diste. –le dije- ¿Y mi trabajo? –me dijo Elisa angustiada- Ya no hay trabajo Elisa, lo siento –le contesté- ¡No es justo! Uriel –replicó- Ya te dije Elisa, has elegido un camino, y ahora; a seguir adelante –le dije al mismo tiempo que me levantaba del sillón-, rodee el escritorio, Elisa se levantó de la silla donde se encontraba, y nos fundimos en un abrazo, pensando que seria el último, Elisa lloraba muy quedo sobre mi hombro y yo consolándola, tomo la bolsa y salió del consultorio. No hallaba que hacer sin ella, era tanto el tiempo que pasábamos juntos, que me había olvidado de otras acciones. Ya me encontraba en mi habitación, postrado en la cama, sofocando los alaridos lastimeros que emergían de mi boca, muchos reclamos, infinidad de maldiciones contra todo y contra todos, ¡Maldita mujer! ¡Tenías que haber nacido! ¡Que desgracia la mía! Porque tuviste que atravesarte en mi camino, sollozaba y me tiraba los cabellos, reposaba la cara entre las sabanas para ahogar los gritos de dolor, e incesantes las lágrimas en abundancia se deslizaban sobre la curva de mi mejilla. Tras el llanto vino un breve suspiro, un alivio efímero sentí en mi alma, sentí que algo aflojo en mi corazón, ya no sentía la presión en el pecho, como si en una pluma de pronto se hubiera transformado mi
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organismo, me hallaba ligero, muy ligero. Que levedad la del ser, y que inconstante resultan los sentimientos, apenas hallabame sumergido en la más aterradora de las desesperaciones, y de la más cruel soledad embriagado, y ahora me sentía lívido, vacío y ausente; como si me hubiera curado. Quería escuchar la voz de mi amante, deseaba con frenesí irresistible oír las palabras que musitaban sus delicados labios, y anhelaba fervientemente acariciar su piel ardiente. El deseo era bastante, y al fin viéndome vencido tomé el teléfono y le envié un mensaje que no me contesto. Luego le marqué a su móvil y al teléfono de su casa pero no obtuve respuesta. Seguro está con mi rival, por eso no me contesta –pensaba-, ¡Ah, pérfida! ¡Que canalla eres! Sabes que sin ti me muero. ¡Que desesperación la mía!, tenía los ojos rojos y hundidos en sus cuencas por el llanto abundante, enormes ojeras se dibujaban alrededor como halos grises, y secos tenía los labios, no había ingerido alimentos, ni había consumido agua, ¡Llevaba ocho horas en esta condición! En esas condiciones estaba cuando salí de mi casa y me dirigí a la ciudad donde estacioné mi auto. Caminé como un autómata por las calles, sin dejar de pensar en Elisa, tenia grabada su imagen en mi mente, por doquier la miraba, si alguna joven iba vestida como ella lo hacia a Elisa imaginaba, aun entre tanta gente percibí la fragancia de Elisa, y extasiado me detuve para llenarme de ella evocando el recuerdo de Elisa. ¡Llama por favor! –me decía-.
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El ambiente era fresco, el viento suave se deslizaba entre la gente, el velo de la noche majestuoso nos envolvía, los autos avanzaban lentamente y algunos impacientes el claxon activaban, algunos chiquillos corrían felices por las calles, otros iban con sus padres tomándole las manos, un payaso en el crucero mofándose de mi dolor, un vendedor de rosas ofreciendo ramos de rosas rojas para los enamorados, una chica vendiendo globos en forma de corazón con un ¡Te amo! Impreso alrededor, las parejas caminaban lentamente sujetados del brazo, tomados de la mano o permanecían sentados, las estrellas apenas se veían, su brillo estaba debilitado, la luna llena en lo alto se mostraba esplendorosa rodeada de nubes con tonalidad negra gris y brillante. No hallaba acomodo, no hallaba paz, me sentía manco, me faltaba mi otra mitad. Abordé mi auto y abandoné la ciudad, manejé por las sinuosas carreteras, sumido en los pensamientos y a exceso de velocidad, cuando tomé conciencia ya estaba de vuelta en el consultorio, pero no entré; me dirigí a la casa de mi amante. Se hallaban las calles en penumbra, una sola lámpara iluminaba el lugar, y resultaba insuficiente, un grupo de jóvenes había en la encrucijada unos sentados y otros de pie, entre gritos y empujones reían con estruendosas carcajadas, unos fumando y otros sostenían una botella de cerveza entre las manos,
pareciera que se
burlaban de mi tristeza, bajé por la calle sinuosa, empedrada, los perros salían de las casas y ladraban a mi paso, las personas que caminaban por la calle curiosas volteaban a mirar mi auto, ¡No ignoraban la escena de la mañana! Por fin me aposte frente a la casa de mi amada, y abrí la ventana del auto esperando que ella
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saliera. La puerta de su casa estaba cerrada, las luces estaban apagadas, parecía una casa abandonada, todo en silencio, un silencio fúnebre había en el lugar, un vecino de ella salió y se acercó a mi auto, ¡Doctor, Elisa y su familia salieron y regresaran muy tarde! –Me dijo su vecino-, le agradecí su atención y se marchó, yo permanecí en el lugar horas resguardado por las diosas nocturnas, ella nunca llegó y me retire del lugar. Ya en mi casa, directo a mi habitación me dirigí, y una vez cerrada la puerta caí de rodillas y el llanto nuevamente hizo presa de mí, ¡Ay! ¡Elisa! ¡Te extraño! ¡Vuelve a mí! Exclamaba como si fuera una plegaria, y las lágrimas inmerecidas descendían surcando los pliegues de mi rostro, embebiendo mis labios con los jugos derramados de las cuencas. Hubo que pasar un largo rato en esa condición, hasta que se vaciaron mis ojos e inhábiles se mostraron para que manara más llanto, levante mi cuerpo y me acosté en la cama. No tenía sueño, yacía mi cuerpo sobre mi espalda con la mirada perdida, como ausente, ¡Me traicionaste vilmente! –Me decía-, ¡No creo en el amor! –pensaba-. De pronto me vi envuelto en una pesadez estremecedora, y mi cuerpo comenzó a temblar, mis extremidades hormigueando poco a poco se sintieron adormecidas hasta que todo mi cuerpo una fatigues extrema sufrió, exhausto me deje llevar y concilie el sueño. Estuve dormido brevemente, pero como a media noche, un sueño espantoso me despertó. Tenía adolorido el cuerpo, me levante de la cama y camine en la oscuridad de mi cuarto, escuchaba su nombre, dibujaba su nombre en la penumbra, las lágrimas deslizándose por mis mejillas y su risa loca estremecía
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mis oídos. No sé si era mi imaginación, o es que estaba enloqueciendo, o mi cerebro enfermo creó semejante alucinación, el fantasma de mi amada apareció de pronto en el cuarto a media luz, mirando horrorizado la aparición espectral me hundí en el lecho, pero ella se acercó a mí, y se sentó a mi lado - Soy yo –me dijo con ternura-Que quieres, no eres real, aléjate -le dije- Amor no te resistas, no me gusta verte así, deja todo y sígueme, serás mío por toda la vida y por toda la eternidad seré tuya, ¡Solo tuya! –Me decía mientras posaba sus dulces ojos en mí- ¡Lárgate! ¡Te odio! Me has engañado, ¡Me has hecho el mas infeliz de los hombres! Que te hice para que me castigaras así –le dije y sumergí el rostro en el más lastimero de los llantos- ¡Si! ¡Te he traicionado! ¡Te he engañado! Soy la peor de las mujeres, soy el peor ser humano que existe sobre la faz de la tierra, pero te amo, no puedo resistir mas esta culpa, ¡Perdóname! ¡Por Favor! –Me dijo al tiempo que se desplomaba a un lado de la cama y apoyaba su hermosa cabeza al lado míoLa contemplaba, que rara belleza poseía, ¿Es real? O solo estoy soñando, salí de la cama y ella seguía posada en el borde de la cama, tenía los pies descalzos, su pequeño pie lucia límpido y eran los dedos de Elisa, la túnica que la envolvía se amoldaba perfectamente a su cuerpo, y sus cabellos sueltos le cubrían la espalda. ¡Ah, perdóname Uriel! –Exclamaba Elisa entre alaridos lastimeros, al mismo tiempo que erguía su cuerpo-
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-¡Vete!, ¡Déjame en paz! –le grite- Vamos pequeño, ¡Hermoso mío! ¡Solo soy tuya! Y deseo que seas feliz –me dijo tiernamente mientras extendía sus brazos hacia mi-, vamos a embriagarnos de amor esta noche, ¡Abrázame! Que mi piel esta ardiente y extraña el calor de tus besos, -me decía mientras lascivamente acariciaba su cuerpo con sus manos- ¡Aléjate! ¡Déjame! -Le decía con la voz entrecortada por el llanto, y las lagrimas inmisericordes bañaban mis mejillas-, si no me dejas me mataré –le dije al mismo tiempo que sacaba la pistola que tenía en el buró- ¡No pequeño! ¡No hagas eso!, ¿Qué será de mi si tu faltas? ¿Qué será de mi existencia si de tus besos me faltaran? –me dijo preocupada¡Escúchame! No sé si eres real, o estoy soñando, no sé quién soy ni que hago en este mundo, no sé nada en este momento, pero si no me dejas en paz, aquí mismo ¡Me mato! Al fin que me has matado ya con tu engaño. Soy un hombre que te ha querido y que te ha amado, como ningún hombre lo puede hacer en la tierra, pero en este momento ¡Te aborrezco! ¡Te odio! Esta traición tuya ha sido como una puñalada que has clavado directo en mi corazón, pero para desgracia mía: aun te amo con loco desenfreno. ¡Ah! Desgraciado de mí, porque tuviste que aparecer en mí camino, habiendo tantos rumbos en el mundo. Extenuado, me desplome y quedé postrado de hinojos al lado de la cama, sentía un nudo en la garganta, las lágrimas brotaron lentamente, ya no tenía fuerzas para quejarme ni emitir gritos lastimeros, poco a poco, Elisa fue desvaneciéndose en la nada, como de la nada había surgido este desenfrenado amor.
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De repente, una mañana desperté lejos de ti, era la primera vez que sentía tu lejanía y el hastió de mi sufrimiento llenaba mi habitación. ¡Cómo te necesitaba! ¡Cómo te extrañaba! Había pasado la primera velada sin que me desearas buenas noches, me dejaste sumergido en la peor de las oscuridades y la luz de tu belleza extraña lejos se hallaba de mi habitación que iluminabas todas las noches, y que párvula me decías ¡Te necesito! ¡Te amo! Todo se ha ido. Levante mi cuerpo sin fuerza, con el ánimo abatido, apenas probé bocado en el desayuno, y un sabor putrefacto destilaba mi boca. Me acicale y me dirigí al trabajo, nunca había sentido esta soledad estremecedora, como en este día en que la soledad vestida con gula proverbial se eleva y me envuelve en sus brazos dispuesta a devorarme hasta los huesos, y la vida entera si es posible. Dicen que los amores son simiente de dolor y de amargura, y tienen razón;hoy mi vida toda es dolor, todo es amargura. Recordaba a Elisa en el consultorio, en las blancas paredes y en los jardines, en el trino de las aves y en el aroma de las bellas flores. En la escarcha de los pétalos de las rosas cuando tiernas se levantan por la mañana y finas gotas de roció las cubren con honores. La buscaba en el cielo límpido y azul de la mañana y en el medio día cuando el astro rey se encuentra en lo más alto de la bóveda celeste iluminándonos con espíritu paternal. La deseaba en el ocaso del día cuando las nubes se vuelven de un colorido multiplicado y como damas de honor siguen el paso al dios Vulcano. La extrañaba y la expulsaba, la quería y la detestaba, la
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idolatraba y la desamaba, deseaba su muerte por todo el daño que me había causado, pero terminaba amándola y la quería a mi lado. Abrí la ventana y me asome a la calle, alcé los brazos ¡Ven! –Dije al cielo-, ¡No! Mejor no vengas, porque loco de rabia y de dolor, soy capaz de matarte, soy capaz de tomar con mis fuertes manos ese lánguido cuello tuyo y aprisionarlo con fuerza hasta que te falte el aliento, ¡No! ¡No! Que locuras estoy pensando, ¡Ven amor mío! ¡Ven! Y seca con tus dulces manos mi llanto que brota incontenible y como el mar humedece la blanca arena de la playa así mis lágrimas mojan mis mejillas, y embeben mis labios, ¡Piedad Dios mío! Ablanda su corazón y que vuelva a estos brazos que su cuerpo anhelan, y a ofrecerme su regazo donde pueda hallar consuelo este triste corazón. En esos momentos, se estaciono un taxi frente al consultorio, cerré la ventana y sequé el llanto de mis ojos. Abrí la puerta y era Isela, la amiga íntima de Elisa, que invité a que pasara, entró a la sala de espera y cerré la puerta ¡Hola Uriel! Vengo hablar contigo -Me dijo-, esta bien Isela –le conteste- pasemos al consultorio. -¿Cómo estas? –me dijo en tono calmado- ¡Como me ves!, -le dije al mismo tiempo que las lagrimas asomaban en mis ojos, y deje caer mi cuerpo sobre los codos en el escritorio sollozando inconsolable- no me importa si se lo dices a tu amiga,
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- ¡Vamos Uriel! –Me dijo afligida- Me preocupa verte así, te aprecio mucho y quisiera que las cosas fueran de diferente manera, pero; ¿Es que no hay solución acaso? - ¡Que solución! Yo la amo más que a mi vida, por sobre todas las cosas, y quisiera que ese amor que profeso por ella se desvaneciera igual como ella lo hizo con mi pensamiento cuando llena de crueldad con ese infame me traicionó. ¡Ah! Me he cansado de maldecirle, y de lanzarle todo tipo de vituperios, pero lejos de odiarle; termino amándole más. ¡No puedo olvidarla! ¡No puedo amar a nadie más! No quiero amar a otra que no sea Elisa, ¡Mi Elisa! No puedo caminar la vida si a mi lado ella no está. - No sé qué decir, –Me dijo compungida- pero; ¿Quieres hablar con Elisa?, viene conmigo en el coche, - Esta bien, -le dije secándome las lágrimas- Isela se levantó y salió del consultorio, al poco tiempo apareció Elisa, - ¿Se puede? –Me dijo estando ya dentro del consultorio- ¡Siéntate! –Le dije señalando el asiento frente al escritorio- No sé cómo empezar, ha sido difícil, –Me decía Elisa- ¿No sabes cómo empezar? ¿Es difícil?,-le interrumpí- ¿Cómo crees que estoy yo? Ahora que quieres, si ya destruiste mi vida. - ¡No! No tuve yo la culpa –me dijo acercándose a mi lado- fui seducida, yo no quería, me engañaron con hechos de ti que desconocía, unos días antes en una fiesta me ilusionaron con miles de sueños y confundieron mis sentimientos, yo no soy culpable y al igual que tu soy víctima de la maldad del ser humano. 119
¡Perdóname por favor! A mí también me duele mucho esta situación por la que estamos viviendo –me suplicaba llorando y abrazándome- te quiero mucho y te amo más que a mi vida misma, tú me has ayudado como nadie lo ha hecho, ni siquiera mis padres me han ayudado como tu, tú me has dado luz a mi vida, tú me has abierto el mundo y lo has expuesto a mis ojos con todo su realismo, has sabido infundir en mí el espíritu de lucha y el coraje para no terminar como la mayoría de los seres humanos: viejos en la flor de la vida, carentes de deseos de ilusiones y de sueños. Tú me has ayudado a forjar mi carácter y has hecho de mí una mujer emprendedora dispuesta a luchar por todo lo que amo y sueño. Tú me has dado la vida misma, porque la vida en mí no es desde que nací, sino desde que tu llegaste a mi lado y me hiciste ver que la vida no solo es nacer crecer y morir, sino es forjar una vida que perdure a través de los años, que no sea etérea y que deje huella perdurable en esta vida para que las generaciones venideras se den cuenta de mi paso por este mundo. ¡Me equivoqué! Perdóname por favor, sé que me consideras lo peor del mundo, la mujer más despreciable sobre la tierra pero es de humanos errar, pero también es de humanos pedir perdón. ¡Te amo! Cielo mío, luz de mi existencia, motivo único de mi vida. –Concluyó con la voz entrecortada por el llanto, y gruesas lágrimas descendiendo por sus mejillas- Haz herido micorazón, -le dije entre sollozos- has matado lo bueno que había en mí, mujer pérfida has jugado con mis sentimientos diciendo que me amabas y a mis espaldas te revolcabas con tu amante, sabes que por ti vivía y a ti dedicaba las horas de mi existencia, y no había otra cosa más importante en el mundo que
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amarte con fervor religioso, mi vida entera que es el más valioso de los tesoros la puse en tus manos y sin importarte la hiciste mil pedazos, me deje en el más exquisito de los abandonos en tu regazo, y mira; hoy lo que vivo por tu pérfido corazón. ¡Retírate mujer! Que la rabia inunda mi pensamiento, y obnubilados los sentidos se me vuelven al pensar que me traicionaste, puedo ser capaz de matarte y no es justo que por la debilidad humana que habita en ti, mis manos se manchen con tu sangre, ¡Déjame! –Le dije retirándola de mí y abriendo la puerta del consultorioAl día siguiente, todo lucia triste y gris, el tiempo se había vuelto perezoso, era como si de pronto las manecillas del reloj hubieran extraviado su energía y su andar se hubiese vuelto lento, ya no había prisa alguna. Con Elisa todo era alegría y el tiempo no alcanzaba para disfrutar de las mieles del paraíso. Amanecía y la alegría nos inundaba por estar juntos, nuestro rostro radiaba felicidad, nada era más importante que disfrutar del maravilloso día. Nos gustaba mirar la belleza del sol de la mañana y del calor sofocante del medio día, o; admirar el sol que con una magnificencia dejaba caer sus rayos en la tarde sobre las nubes y proyectaba haces luminosos de tonalidades escarlata, ocres y dorados. Y ahora, ella se ha ido, la que tanto amo se ha marchado, todo esta perdido, todo está vencido; de repente todo se ha vuelto opaco y deslucido. Que desolación tan abrumadora, que soledad estremecedora, una angustia y un vacio inundaron mi ser, sin ella no había un solo sueño una sola esperanza; todo estaba muerto.
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No lograba conciliar el sueño, lo que había visto entre Elisa y ese joven, el forcejeo que se había dado en el auto y el salir corriendo del auto gritando ¡Auxilio!, ¡Ayúdenme! Para entrar a una casa “ajena” abriendo muy fácilmente el portón, me dejaba intranquilo. No quería pensar que me engañaba, quise darle solución a este enigma y se me hizo fácil creer que efectivamente el encuentro entre el joven y Elisa en el centro fue circunstancial, así como me lo había contado Elisa, y que el joven de comedido le ayudó con las bolsas de recaudo, al fin y al cabo era un vecino suyo, y como es costumbre entre los habitantes de la comunidad, entre vecinos se ayudan. Así que apoyado en esta conjetura mía, hice a un lado el concepto de engaño aceptando entonces que yo me había excedido. Me aferré a esta idea mía recién adquirida y alivio mi tristeza como por arte de magia. Una tarde llegó al consultorio, y platicamos largo rato, de historietas, de libros y de canciones. La invite a salir, ella aceptó con gusto diciendo que debíamos hablar, y cenamos en un restaurante tranquilamente. El ambiente era sereno, pocos comensales había en ese momento, música instrumental cálida y suave se escuchaba en los altavoces. Yo la miraba se veía muy linda, con su cabello suelto y su rostro discretamente maquillado, un blusón rojo carmín llevaba puesto y una falda que hasta los tobillos le llegaba. Portaba pendientes y una pulsera de rubíes y amatista bellamente engarzados. Su mirada lucia triste, y de a ratos brillaban sus ojos como si quisiera llorar. Uriel, -me dijo en un tono suave- quiero hablar contigo, salgamos de aquí. Solicite la cuenta, pagué y nos marchamos.
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Llegamos a un lugar retirado de la ciudad, algo celebraban porque había mucha gente, parecía una feria, había juegos mecánicos y juegos artificiales surcaban los cielos e iluminaban el firmamento luces multicolores, antojitos, vino y juegos de lotería abundaban en la zona. Recorrimos todas las áreas del lugar, siempre tomados de la mano; y al pie de un árbol, alejados un poco del ruido y de la gente; Elisa se detuvo sin soltar mi mano, y me dijo: - Quiero hablar contigo Uriel, por favor- me dijo suplicante- La hemos pasado bien hasta este momento Elisa, porque hablar –le dije- Es que esto ha sido muy difícil, -me dijo sin soltar mi mano- No te aflijas niña mía, disfrutemos la noche, -le dije mirándola a los ojos- ¡Oye!, no tienes ni idea de lo duro que ha sido para mí, -me dijo reclamándomeno sé cómo decírtelo, todo esto ha sido estresante, tengo muchos problemas en mi casa con mamá y con mis hermanos, y tu me dejas sola mucho tiempo; ¡me siento sola Uriel! Con mucha frecuencia sales del consultorio ya sea por tratar asuntos relacionados con el hospital donde trabajas, o porque vas a operar de urgencia, pero yo; siempre en el mismo lugar en el consultorio o en casa, esperando a que tengas tiempo para verme. Y yo; ¡Donde quedo!, ¡Dime! - Bueno Elisa, entonces, ¿Por qué es que estas aquí?, -le dije sujetándole de los hombros y mirando a los ojos- Porque nunca he querido abandonarte Uriel, Tú me importas mucho, te amo demasiado como para dejarte –me dijo suavemente- ¿Te importo Elisa?, -le pregunté sin dejar de mirarla-
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- Mucho Uriel, mucho. Perdóname, -me dijo al mismo tiempo que me rodeó el cuello con sus brazos y me dio un cálido beso en los labios-, vámonos a otro lugar Uriel, -susurro a mi oídoNos dirigimos a una cabaña que había en el lugar donde pasamos la noche. Entramos a la cabaña y encendimos las luces y la calefacción, dejando la alcoba a media luz y Elisa colocó el móvil sobre el buro activando una canción suave para el oído que decía: ¿Hace falta que te diga que me muero por tener algo contigo? / ¿Es que no te has dado cuenta de lo mucho que me cuesta ser tu amigo? / Ya no puedo acercarme a tu boca, sin deseártela de una manera loca. / Necesito controlar tu vida, saber quién te besa y quién te abriga. / Ya no puedo continuar espiando día y noche tu llegar adivinando, / Ya no sé con qué inocente excusa pasar por tu casa… / No quisiera yo morirme sin tener algo contigo, / Sin tener algo… contigo.
Elisa se acercó a mí y colocó sus brazos alrededor de mi cuello, yo le tomé la cintura. Bailamos así, juntos, lento, yo escuchaba la letra de la canción, ella posó su cabeza sobre mi hombro, te amo –me dijo susurrando en el oído-, me embriagaba con su perfume que a oleadas emanaba de su cuerpo. Levantó la cabeza y nos miramos fijamente a los ojos y un beso cálido, sello el pacto. Nos besamos largo tiempo, su cuerpo inmóvil pegado siempre al mío, nuestras bocas fundidas en una sola, mis manos enardecidas se paseaban por sus formas sinuosas sintiéndose ella complacida, un solo cuerpo, una sola alma. Una a una fueron cayendo nuestras ropas, hasta quedar en la más completa desnudez, quedando al aire sus esplendorosos tesoros. Elisa se acostó sobre la cama,
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yaciendo sobre su espalda con las extremidades extendidas, extendió los brazos hacia mí y me dijo: ¡Ven mi amor! Que muero por ti. Me lancé tiernamente sobre ella, bajo el influjo del arrebato furibundo y extasiados todos mis sentidos, sentía la sangre hervir y el corazón desbocado. Le di un beso en la frente, uno en sus mejillas, otro en la boca y lentamente recorrí su piel ardiente con mis besos hasta la fuente inagotable de sus mieles que abundantes escurrían entre sus muslos. Me deleité hasta el cansancio de sus senos maravillosos y de los botones de rosa que tenían. Extasiado mirada su cuerpo contorsionarse y sus cabellos revoloteaban en el aire hacia atrás y hacia adelante con cada uno de los movimientos de su cuerpo ondulante. Era tanto el furor y la sensualidad que reinaba en la habitación, miles de frases ardientes prodigaban nuestros labios, y el lenguaje de nuestros cuerpos ardientes cargado de voluptuosos movimientos hicieron que mi hermosa niña tuviera un estremecimiento acompañado de un hondo suspiro inundado del bálsamo de sus entrañas haciéndola caer agotada sobre mi cuerpo, mientras que yo con violenta contracción entre hasta lo más recóndito del paraíso y miles de gotas del elixir de la vida se derramaron en su interior, sintiendo que la vida misma dejaba en ella. ¡Oh Dios mío! ¡Dios mío! Uriel te amo, no sabes cuánto te he extrañado, perdóname Uriel. La abrigué con mis brazos, cubrí de besos su frente y sus mejillas, mientras sus cabellos caían a los lados de nuestros rostros y hacían una cortina. ¡Calla amor! –Le dije- hace unos momentos he dicho que disfrutemos la vida, que la vida es hermosa, y nada vale la pena para opacar la felicidad que nos rodea; hemos tenido una noche maravillosa, como maravillosa ha sido mi vida a tu lado. ¡Si amor! Estoy rendida, estoy muerta. Tú me vuelves 125
loca, tú me haces llegar al paraíso, ¡Jamás en mi vida he amado como te amo a ti! Durmamos amor; y un sueño profundo nos invadió permaneciendo unidos así, uno dentro del otro, unidos en un solo cuerpo, un solo corazón, un solo latido, durante largo tiempo.
Unos días después, regresó a mi lado y ya habiendo aclarado el infortunado incidente vivido en el fin de semana anterior, sellado con un nuevo pacto auspiciado por la entrega frenética vivida en la quietud del bosque bajo la luna llena, todo volvía en apariencia a la normalidad. Elisa desarrollaba sus actividades con la mayor naturalidad, como si todo el desorden y la disipación vivida en días recientes hubiera sido una pesadilla, la chispa divina que me fascinaba nuevamente se había posado en su ojos cristalinos y nada opacaba la felicidad que irradiaba su rostro. En nuestros ratos libres, nuevamente habíamos tomado la costumbre de platicar juntos tomados de la mano, o recostados en el tálamo nupcial, ella descansando su cabeza en mi pecho escuchando los latidos de mi corazón y el murmullo de mis pulmones que le inducían en un sueño apacible. Para el amor, no hay error que no pueda perdonarse. Nos encontrábamos en el proceso de volver a poner en el estado que antes tenía nuestra relación, y estábamos decididos a sacar a flote la barca de nuestro amor que se encontraba ya a la deriva. Nada resulta excesivo cuando se trata de salvar una relación que hace de nuestros días momentos inolvidables repletos de las mieles del amor, así que un día le llevaba flores, otro día le ofrendaba chocolates, y en otro le invitaba a desayunar o a cenar fuera de casa. Me acercaba a Elisa y rodeaba su cintura
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con mis brazos, acercando mis labios a su oído le susurraba te amo. Besaba a Elisa con la ternura habitual, ella recibía de buen agrado mis besos y mis caricias. Me miraba de un modo distinto ahora, no sabia dilucidar que era, pero me agradaba la forma en que lo hacia. No hablábamos mucho, y comíamos poco pero era suficiente ante el manjar exquisito que representaban nuestros besos y caricias, viandas placenteras para nuestras almas, exquisitez celestial para nuestros cuerpos. Yo era un hombre maduro, y me gustaba el placer, la sensualidad y todo lo que ella representa, no la vulgaridad; sino esa extraña atracción que resulta ante lo que se insinúa, misterioso ocultamiento que nos brinda campo amplio para la imaginación, y que cuando se abre ante nosotros y nos muestra su desnudez, se presenta exultante ante el éxtasis de nuestra mirada. Así era mi vida con Elisa, me gustaban sus insinuaciones
y el placer que
resultaba de ello. Mantenía con ella una vida íntima cargada de placer, que bastante se parecía a la comunión con Dios, yo el pecador, ella la hostia inmaculada, y de la comunión enormes sentimientos de paz y tranquilidad nos inundaban. Sin embargo; ante la intimidad que mantenía con una mujer joven, pletórica de lujuria y voluptuosidad, hizo que Elisa se mostrara cada vez más severa en aquellos momentos en que yo deseaba colmarme de sus placeres, y ya era frecuente que mis caricias desdeñara. Se había vuelto una mujer fría, triste y su alegría languidecía como la exhalación de las flores que permanecen cerradas
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en su ataúd de cristal; y que con estoicismo este su siervo resistía sin pensar en otros brazos. Por estos días, cuando el sol se había ocultado en el horizonte, las estrellas se mostraban tapizando la bóveda celestial, los numerosos pajarillos emitían sus cantos entre el follaje de los árboles, la tierra y la yerba exhalaban sus cálidos aromas, y el aire tibio del ambiente abrasador llegaba hasta lo más recóndito de nuestros pulmones; sucedió que en el oriente apareció una hermosa luna llena que con su luz describía el horizonte con una delgada línea. A Elisa le encantaba mirar la luna y era como una suerte de extraña atracción cargada de misterio lo que la atraía, y en esta ocasión quiso observarla lo más cerca posible, por lo que nos vestimos con ropas apropiadas para un día de campo y decidimos ir al bosque en busca de la gloriosa luna. queso, dulces y vino.
Bajamos a la ciudad y compramos bocadillos,
Con el auto llegamos hasta donde las condiciones del
camino lo permitieron y descendimos del automóvil para internarnos en la espesura del bosque y a pie hacer el recorrido. Caminamos lentamente tomados de la mano bajo un hermoso claro de luna, trastabillamos un sinnúmero de veces por las irregularidades del terreno boscoso, pero siempre permanecimos abrigados de la risa de un niño travieso; hasta hallar un claro donde nos detuvimos para admirar en toda su plenitud y majestuosidad a la diosa luna, ¡Que hermoso! – dijo Elisa-, mi corazón palpitaba como caballo desbocado de la emoción que me inundaba en aquel momento, ¡Jamás en mi vida! Había vivido algo tan hermoso como lo estaba viviendo esa noche, que no pude evitar que una lágrima rodara por
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mi mejilla. ¡Soy feliz! ¡Inmensamente feliz! –Le dije a Elisa- y deposité un beso cargado de ternura en su frente. A los dos nos había invadido la melancolía, y un dejo de tristeza invadió el rostro de mi amada. Nos sentamos en una roca que la naturaleza había preparado para tan elevada ocasión. Ahí estábamos los dos, bajo la luz de la luna, alejados del mundo, aislados del mundo, solos ella y yo, libres de prejuicios y señalamientos, libres de la disipación y de la corrupción, libres de las cadenas que suponen las normas y la moralidad sofocantes, libres de las perfidias y de los engaños, solos en la espesura de la noche abrigados por la frondosidad del bosque. La naturaleza nos había aceptado tal cual éramos, con nuestros defectos, con nuestras virtudes, nos aceptaba con nuestro pecado, ¿Pecado? ¿Acaso
amar es pecado? La naturaleza nos había aceptado así,
simplemente así, y sin lapidar nuestros nombres, dando validez al juramento de amor que en más de una ocasión habíamos hecho en nuestro tálamo. La naturaleza no encontraba defectos en nosotros, y había preparado todas sus bellezas y atractivos para esplendida noche, había una roca donde nos hallábamos descansando, había dispuesto un lecho de alfombras verdes bellamente engalanadas y adornadas a su alrededor con flores silvestres, un concierto de sonidos armoniosos inundaba el ambiente cual esplendida sinfonía musical y como concertista el canto del grillo. Así pasamos un tiempo largo, en tal estado de éxtasis las horas y los minutos no existían, la relatividad del tiempo se subyugaba ante la totalidad del amor. Elisa volteaba hacia uno y otro lado admirando el claro de luna, la profundidad del cielo, la vegetación del bosque y el hermoso horizonte que la luna abandonaba. Como dos párvulos permanecimos 129
sentados sobre la roca, ¡Que hermoso! ¡Te amo Uriel! Exclamaba Elisa, y yo inundaba mis pulmones con la dulce y aromática exhalación del bosque. Un techo tachonado de circonias envolvía aquel momento. Elisa acercó su cuerpo al mío, y la envolví entre mis brazos, comenzó a cantar suavemente. Estaba conmovida hasta el borde de las lágrimas, la última estrofa de la canción ya no pudo concluirla, su voz se quebró por el llanto inminente. ¡Es que te amo mucho Uriel! ¡Nunca me vayas a dejar! Momentos todos ellos inolvidables, marcados con la tinta purpurea indeleble del amor en lo más profundo de mi corazón, y que siempre me acompañaran hasta el final de mis días. La noche era magnifica, la luna se alzaba sobre la espesura de los arboles como un disco de plata, y el denso follaje del bosque se dibujaba como negros encajes en el horizonte, el astro plateado se mostraba pleno en la bóveda celeste rodeada de hermosos luceros, y Elisa permanecía extasiada admirando exorbitante belleza. Perdóname por todo lo que he causado, y todo lo que hemos pasado, no creas que no sé lo que causan mis desvaríos, y que ignoro del sufrimiento que te causo; tú me has dado todo, ¡Jamás! En la vida me he sentido tan bien como me siento a tu lado, pese a las circunstancias, y cuando digo circunstancias me refiero a tu condición de casado, pero que importa, es nada comparado con la inmensa felicidad que has dado a mi vida, y al inmenso placer con que regocijas mi alma, porque si de algo estoy segura como que aquel astro es la luna; es que contigo aprendí lo que es el amor, ¡Hacer el amor! Muchas veces tuve sexo; pero ¡Jamás había hecho el amor! Tú me has enseñado todas aquellas cosas que han vuelto
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verdaderamente importante mi vida, como el canto del grillo, el despertar de la mañana, la dulzura del día o el ocaso del día, la puesta del arcoíris, los escritos de Nietzsche, la música de Chopin, la trova de Sabina, los versos de Sabines, los lienzos de Rafael, y los cien años de soledad de García Márquez. Tú me has amado de buena fe, y en correspondencia nunca te fallaré, con amor colmado de estoicismo he de resistir todo lo que se lance en mi contra por defender tu amor, siempre estaré contigo, y aun cuando deba de morir de amor estaré a tu lado. Tú no eres querido Uriel el primer hombre al que he amado, hay en mi vida una oscura fatalidad que me ha acompañado, y es precisamente esa parte de mi vida que deseo que conozcas, hecho que guarda relación con lo que hace unos días me preguntabas sobre Rigoberto. Ese chico es mi vecino, y nos conocemos desde niños, el a manera de broma siempre decía que iba a casarse conmigo, y mis papás tomaban sus palabras como aquellas que surgían de la inocencia de un pequeño, pero lejos estábamos de saber la extraña fatalidad que aquellas frases encerraban. Como vecinos que éramos mis hermanos y yo compartíamos los juegos infantiles con él, unas veces íbamos a su casa y otras él iba a la nuestra, pero siempre conservando el más estricto respeto entre nosotros. Cuando estudiamos la secundaria, fue donde de manera desconocida surgió ese afecto entre nosotros, la amistad inocente se transformó en amor con el tiempo y nos hicimos novios. El pidió permiso a mis padres para que me visitara ya en calidad de novio oficial, y yo había obtenido el permiso para visitarlo en su casa con anuencia de sus padres. Éramos dos inocentes jugando a los enamorados con
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apenas catorce años de edad. Sin embargo, conforme se fue madurando nuestra relación, y yo daba por hecho que sería la pareja de toda la vida de Rigoberto, por extrañas circunstancias él fue perdiendo el encanto que me cautivo los sentidos al inicio, y se mostraba conmigo cada vez más insolente y grosero, hasta el punto de las amenazas de golpearme. Al saber esto mis padres, dieron por terminado el compromiso que habían asumido en esta relación de seis años de duración, un claroscuro en mi vida, y nos fue prohibido a ambos la visita mutua. No obstante, mi amor por él era demasiado grande, como para apagarlo de un día a otro, era como pretender tapar el sol con un dedo, y en la más oscura de las clandestinidades Rigoberto y yo seguimos viéndonos. Tal joven pareció que me amaba, me hablaba de la felicidad que inundaría nuestro hogar, y se mostraba impaciente por que llegara ese momento, el momento de unir para siempre nuestras vidas. Daba por hecho que ese sería mi destino, agradecía a Dios por haber puesto en mi camino a ese muchacho, sus padres ya me llamaban hija, y su abuela con espíritu maternal me cobijaba entre sus brazos. Nunca supe cómo fue, pero un día lo vi rodeado de gente extraña, jóvenes y adultos con extraños comportamientos le visitaban en su casa, y poco a poco me hizo a un lado en su vida. Comenzó a rodearse de mujeres de una reputación extraña, algunas veces quise reclamarle por tan desleal conducta y me reviró una serie de imprecaciones que lo hacían un desconocido para mí. Ese no era Rigoberto. Le dio por andar rodeado de amigos, le dio por fumar y por tomar alcohol hasta el embrutecimiento, mientras que yo con tristeza y lleno de impotencia permanecía como un simple espectador. Finalmente; hizo del camino equivocado el rumbo de su vida, y se mostró afecto a la 132
disipación, la corrupción de la carne y al libertinaje; por lo que yo decididamente di por terminado el compromiso que tenía con él. Debo reconocer que fue difícil superar ese momento, y la aceptación llego con el tiempo no sin dejar profunda huella en mi corazón. Esa es mi verdad Uriel, ese es el joven que tanta inquietud había originado en tu corazón. Ya no existe nada entre él y yo, y solo el saludo compartimos como lo hacen dos viejos amigos. Me había prometido nunca jamás volver a amar, pero tu Uriel llegaste a mi vida, y con una extraña inspiración inundaste mis sentidos. Tal recuerdo vive en mi mente, y el dolor aquel que viví es inolvidable, que me horroriza el solo hecho de pensar que un día me abandones. No me vayas a fallar Uriel. Soy tuya para siempre. Te amo en tu inocencia, en tu desnudez, en tu sarcasmo, en tu ironía, en tu sufrimiento y en tus ratos locos de desconfianza ardiente; eres el hombre que amo y el que siempre me gustaría amar, ¡Ayúdame Dios mío! Para soportar toda la crudeza que viene por amar a un hombre para mi prohibido, ayúdame madre de todos los cielos a que todos los días de mi vida brinde dicha y amor a este tu hijo, que me ha colmado de felicidad inmensa, que el Dios que nos contempla me dé la fortaleza para hacerte feliz y dichoso por el resto de nuestros días, aunque en ello se me vaya la vida, aunque en ello tenga que reducir mi orgullo, aunque mi vida toda pierda su significado. No sabía que decir, Elisa me había dejado atónito y hundido en una especie de culpa ante la disertación que acababa de pronunciar dirigiéndose con las manos abiertas a los cielos; todo lo que yo dijera resultaba nimio y solo me limite a abrazarla y besar su frente y sus mejillas, embebiendo mis labios con sus
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lágrimas, dulces lagrimas que sabían a gloria pues eran vertidas desde la fuente de su alma. Un sentimiento de culpa inundo mi corazón por aquellos ratos en que impacientemente luchaba en contra de las sospechas que sin querer se habían anidado en mi corazón. No había duda, Elisa me amaba. Había descendido la temperatura de la noche, y el calor emanado de nuestros cuerpos resultaba insuficiente para mantener nuestros cuerpos tibios, razón por la que nos levantamos de nuestro lecho y nos dirigimos al auto, donde apenas hubimos cerrado las portezuelas, Elisa se acercó a mi lado y me rodeo el cuello con sus brazos, para fundir nuestras bocas en un ardiente beso, frotando nuestros cuerpos. Uno a uno nuestros vestidos fueron cediendo, hasta encontrarnos en la más completa desnudez, la música del auto alegraba
el ambiente, y en un
movimiento ágil, Elisa se libró de mis brazos abrió la portezuela y salió del auto, que rara belleza la de su cuerpo bajo la luz de la luna, era una diosa que había escapado del Olimpo, ¡Ven amor! ¡Sal del auto! Me decía con tanta vehemencia, y que de manera sumisa yo obedecí de inmediato. Caminamos a un lado del auto tomados de la mano, completamente desnudos, amparados por la naturaleza, protegidos por la noche ungida de rayos de plata, iluminados por los rayos nacarados de la luna que entre las ramas de los árboles se insinuaban. Nuestra respiración era agitada y superficial, nuestra voz se entrecortaba por la profunda excitación que experimentábamos como preludio de la entrega total que se manifestaba inevitable. Le solté la mano y deje que se adelantara un poco. Admiré su silueta hermosa, el elegante hombro que se exhibía bien torneado, la cadera
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plena y el talle sinuoso como un reptil irritado. Me acerqué a ella y la rodeé con mis brazos, pegando su cuerpo al mío, nos acercamos lentamente al auto y recargados en el costado del carruaje, ella volvió su cuerpo hacia el mío y rodeó mi cuello con sus lánguidos brazos, para fundir en un beso ardiente nuestras bocas. Lentamente descendió sus manos y con ardor frenético acariciaba mi cuerpo, mientras que yo sin premura recorría las bellas formas de su cuerpo esbelto. ¡Que delicia! -Decía Elisa suspirando hondamente-. Nos entregamos al amor en todas sus formas, aturdimos nuestros sentidos con el vino embriagador de Febo, surgió lo impensable, y lo inverosímil era ya real, ella permanecía extasiada, ¡Delirante hasta la locura! Ante la profundidad explorada por el cetro que se erigía en el interior del empíreo virginal, y al unísono ascendimos al paraíso, esa dimensión supra celestial donde las constelaciones se mueven concéntricas y de hermosos colores se iluminan los cielos, donde el firmamento y la tierra se confunden para dar paso a un nuevo mundo, y los jugos de las vides se abrazan entrañalmente para surgir derramadas por las laderas ardientes. Un cumulo de nubes terminó por ocultar la luna. ¡Oh, Dios mío! Que maravillosa criatura, obra de la creación divina, tenía entre mis brazos a una singular deidad, milagrosa toda era. Su cuerpo se estremecía entre mis brazos, como el follaje que se estremece ante la brisa que suave se desliza entre sus ramales. Me mire en sus ojos cafés que resplandecían con acogedor misterio, y una sonrisa cargada de sensualidad dibujaron sus labios. Posé mi frente en su hombro y hundí mi rostro en el océano negro de sus cabellos,
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embriagándome con el perfume impregnado, floresta aromática que me arrastra como las olas hacen con la goleta, cual ensoñación se tratara en el bosque de diosas y hombres. ¡Oh! Amiga mía, mi única amiga, mi hermana, mi diosa, mi estrella, mi amante, mi madre; no me canso de amarte, ni mi corazón de adorarte, mujer de la piel de ébano, hija de extraña belleza nunca tus ojos de mi apartes, tuyo seré por el resto de mis días –le dije susurrándole al oído-. Ese lugar del bosque ha quedado guardado como algo imperecedero en mi memoria, ¡Altar inmaculado! Construido en el sitio donde surgen dos caminos de las entrañas del bosque y forman uno solo, donde se funden dos destinos, jardín del edén que una noche fuiste, ¡Incólume permanecerás para siempre! Paraíso virginal de mis días tristes. Una tarde recibí una llamada urgente de una paciente a quien tenía que intervenir quirúrgicamente porque le habían diagnosticado una enfermedad del apéndice, así que tuve que salir del consultorio antes de la hora prevista, y Elisa se quedó a cargo hasta terminar el día. Ya me encontraba en el hospital donde llevaría a cabo la cirugía, cuando repiqueteo mi móvil, era un número desconocido que al contestar dijo ser una paciente, y me decía que había ido al consultorio y que lo encontró cerrado. ¡Que extraño!, -Me dije- todavía no es hora de que Elisa haya salido, ¿Por qué no habrá abierto? –Me pregunte-. Inmediatamente le llamé al teléfono del consultorio, ¡Muchas veces! Y no hubo respuesta. Le llamé a su móvil y me enviaba al buzón, le escribí mensajes a su teléfono pero no hubo contestación. Le marque al teléfono de su casa y me contesto su cuñada, me dijo
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que Elisa aún no había llegado, que estaba en el consultorio trabajando, pero que en cuanto llegara le avisaría de que la he buscado. Gracias. –le conteste y colguéNuevamente repiqueteo mi móvil, la misma paciente me llamaba; quería que la consultara de urgencia, le habían diagnosticado en otro consultorio un huevo muerto retenido y le urgía verme. Le dije que nos veríamos en el consultorio en dos horas, después de atender la urgencia que me mantenía ocupado.
El caso correspondía a una paciente de quince años de edad que presentaba dolor abdominal, y que ya había sido tratada en otra unidad donde le habían hecho el diagnostico de apendicitis y que requería cirugía urgente. La paciente cursaba con un cuadro clínico de veinte horas de evolución, caracterizado por dolor abdominal y fiebre. A la exploración la paciente presentaba una facies de dolor, estaba inquieta, aunque consciente y orientada, sus signos vitales mostraban una presión arterial 120/60mmHg, frecuencia cardiaca de 90 por minuto, frecuencia respiratoria 25 respiraciones por minuto y una temperatura de 38 grados centígrados. Sus campos pulmonares se encontraban bien ventilados con buena entrada y salida de aire sin exudativos, los ruidos cardiacos rítmicos de buen tono e intensidad sin agregados y solo aumentados en frecuencia. El abdomen era plano, sin masas o lesiones visibles, a la palpación era blando depresible sin masas palpables, con dolor a la presión de la parte baja del abdomen predominando en la fosa iliaca derecha, con signos apendiculares dudosos, sin datos de irritación peritoneal y con peristalsis presente. Las extremidades con buen tono muscular, sin datos de bajo gasto y con llenado 137
capilar de 2 segundos. Como la paciente se decía núbil, omití intencionalmente la exploración ginecológica.
Contaba con estudios de laboratorio que reportaban una biometría hemática prácticamente dentro de los parámetros normales a excepción de los leucocitos que eran once mil, y bandas de ocho por ciento. La química sanguínea normal, los tiempos de coagulación normales, y un examen general de orina con leucocitos abundantes. En las radiografías de abdomen se visualizaban ambos músculos psoas, sin evidencia de asas o niveles hidroaéreos y la grasa pre peritoneal estaba conservada. Realmente se trataba de un caso cuya evolución resultaba un tanto extraña. Si se trataba de un cuadro apendicular indudablemente no concordaba con lo establecido en los distintos tratados médicos, o bien pudiera ser catalogado como un caso atípico, y quizá por lo mismo es que ya la iban a someter a cirugía en el otro nosocomio. Sin embargo; aún faltaba algo importante y que había sido omitido: un estudio sonográfico de pelvis, y una cuantificación de gonadotropina coriónica humana, ante un probable embarazo. Dada la condición de minoría de edad de la paciente, estaba acompañada de sus padres y de su hermana; pero muy hábilmente la hermana entablo conversación conmigo y abandonamos el cuarto de exploración.
- Doctor, soy la hermana de la paciente, y me interesa saber cuál es el estado de salud que tiene mi hermana –me dijo con cierta preocupación-
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- Mira, –le dije- es muy confusa la enfermedad que presenta tu hermana, y aunque ha sido catalogado como un cuadro de apendicitis y han considerado la posibilidad de una cirugía para su restablecimiento, creo necesario antes se realicen dos pruebas que considero como cruciales para tomar una decisión, la mejor decisión. - Si doctor, está bien lo que dice, pero, mmm, como le digo... –me dijo pensativa- ¿Acaso hay algo que no me han dicho? –Le pregunté al mismo tiempo que posaba mi mano en su hombro- Le voy a decir algo, y ojala le sea de utilidad para su diagnóstico. –Me dijo al mismo tiempo que se sentaba en el diván- lo que pasa es que mi hermana si lleva vida sexual, se equivocó en sus cuentas y como no se protegía quedo embarazada. Se dio cuenta después de que no le bajo el segundo mes, cuando ya él bebe tenía diez semanas, fue lo que nos dijo el médico que consultamos hace dos semanas. Lo que para muchas mujeres constituye una causa de la más grande alegría, para nosotras y especialmente para mi hermana esta situación representaba una desgracia, ¡Si doctor! Aunque nos juzgue mal, pero representaba un gran problema el embarazo de mi hermana. Hasta este momento mis papas no están enterados, pero si se llegan a enterar, principalmente mi papa, no tiene usted idea de las fatales consecuencias que se le vienen a mi hermana. Por lo mismo, hemos visitado a diferentes personas para que nos ayuden a deshacernos de este “pequeño” problema que representa el embarazo de mi hermana, y le han sido prescritos diferentes medicamentos –decía mientras me
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mostraba diferentes recetas, que una a una eran colocadas sobre el diván- sin obtener resultado; por lo que hace tres días visitamos a otra persona que nos recomendaron y le propuso un legrado como remedio infalible, y como cada vez nos sentíamos más desesperadas, aceptamos el procedimiento. Aparentemente todo salió bien, pero desde ayer ha tenido fiebre y sudoraciones que solo se controlan, y por muy breve tiempo cuando le administramos paracetamol. Los médicos en el otro hospital, la revisaron de manera muy superficial y por medio de un interrogatorio dijeron que se trataba de un cuadro de apendicitis y que era urgente operarla. Como yo sé la posible causa, hable con los médicos y pedí que le hicieran algunos estudios antes de considerar la cirugía como remedio, petición que cumplieron, pero no acepté que se hiciera la cirugía porque sé que no es ese el diagnostico, y pedí a mis papas que la trasladaran a este hospital, algunos conocidos y pacientes suyos me lo recomendaron y por eso estamos acá. ¡Ayúdenos por favor! –dijo-
- No sé qué decir, -le dije- ante la historia que me has narrado, y no te has equivocado al decir que estos datos ayudarán para establecer el diagnostico. Vamos hacer lo siguiente, tus papas a partir de este momento permanecerán en la sala de espera y tú con ellos, mientras que nosotros pasamos a tu hermana con el radiólogo para que le haga un ultrasonido pélvico, en busca de alguna posible complicación del legrado, como una perforación uterina. Tan luego que tenga el reporte, una enfermera vendrá por ti para que platiquemos el resultado y la conducta terapéutica a seguir.
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- Esta bien doctor, gracias –me dijo y salió del cuarto de entrevista-
Trasladamos a la paciente al cuarto de ultrasonido, y le realizamos un rastreo pélvico donde visualizamos restos ovulo placentarios en la cavidad uterina, tenía el cérvix abierto, pero afortunadamente la pared uterina se miraba integra, y el abdomen no mostraba liquido en su interior. Con esto ya no considere necesario la prueba de embarazo en suero que le iban a realizar. Pedí a una enfermera que fuera por la hermana de la paciente, que en breve llego y le explique de los hallazgos del ultrasonido, estábamos con el diagnóstico y la conducta a seguir era la realización de una revisión de cavidad uterina. La hermana aceptó, y al mismo tiempo me comentó que sus papas habían salido a su casa por un asunto que tenía pendiente, por lo que era el momento para realizar tal procedimiento.
Pasamos de inmediato la paciente a la sala de expulsión, donde la enfermara le canalizó una vena periférica con una solución de Hartman y le administraron antibióticos ante el evidente foco infeccioso. De momentos la paciente se tornaba muy inquieta y se quejaba por la fiebre y el dolor en el vientre. Neurológicamente estaba integra, su estado cardiopulmonar no daba muestra de alguna alteración y sus signos vitales permanecían dentro de los límites normales a excepción de la fiebre. En poco tiempo se presentó el anestesiólogo, que hábilmente administraba la anestesia general endovenosa y mis ayudantes estaban colocando la ropa estéril para cubrir a la paciente. Pase al vestidor y me uniformé lo más rápido que me fue posible, me coloque un gorro, el cubre bocas y calcé las botas quirúrgicas,
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- pensé en Elisa en ese momento- Realicé el lavado quirúrgico de manos e ingrese al quirófano para vestirme rápidamente.
La paciente ya permanecía
en posición ginecológica, y mostraba huellas del
lavado quirúrgico del campo operatorio. Le inserte una sonda Foley para drenar la orina que había en la vejiga e inmediatamente coloque textiles estériles para aislar el campo quirúrgico. El quirófano tenía muros blancos que resplandecían con la luz blanca que el plafón despedía. Fueron separados con suavidad los púberes y rosados labios, y quedaron descubiertos los tejidos pálidos del introito. ¡Música, por favor! – le dije
a la enfermara circulante-, enseguida doctor – contestó
complaciente-, e inmediatamente se escuchó en la sala de operaciones las notas majestuosas de la sonata número 9 de Beethoven, en su IV movimiento era una cadencia suave pero al mismo tiempo enérgica, con viveza ¡Alegría simplemente! Pensé en Elisa; ¡Inevitablemente! ¿Por qué no contesta mis llamadas y mensajes?
La paciente se quejaba, como susurrando a causa del sedante que le había sido administrado-. A pesar de su debilidad y de la infección que le corrompía los tejidos virginales, era hermosa y llamativa. Coloque una valva vaginal e inmediatamente fluidos cargados de hedor se deslizaron sobre la superficie brillante del separador, y la sala de operaciones se inundó de un aroma putrefacto que calaba hasta lo más hondo de nuestros cerebros. Con una gasa hice un pequeño cono y lo inserte en la profundidad hasta tocar el cérvix para limpiar de impureza la zona. Entre dos pinzas tomé el tierno tejido del labio anterior del cuello uterino, que resplandecía con la luz que emitían las lámparas de quirófano 142
reflejada en la superficie metálica de la valva. Con una pinza que pasé a través del orificio del cérvix exploré la cavidad uterina y extraje pequeños fragmentos de tejidos oscuros velados con una superficie de pus blanco grisácea que fueron colocados en un contenedor de acero inoxidable. La mujer emitió un leve gemido. Con una legra realicé la limpieza de la cavidad uterina para asegurarme de que no quedara algún resto, e inmediatamente se inició la infusión de una solución con oxitocina para la involución uterina. Retiré el cono de gasa que había insertado, la valva vaginal, y deje a la paciente a cargo de mis ayudantes que le proporcionaron todas las medidas complementarias. La paciente permanecía somnolienta y el sangrado que provenía del canal vaginal era escaso. Me dirigí al vestidor donde me senté en uno de los sillones que se encuentran para tal propósito. La evolución de la paciente fue satisfactoria, tras cuatro días de hospitalización con riguroso esquema de antibióticos la mejoría fue notable y egresó del nosocomio. Nunca se enteraron sus padres. Aunque con tristeza debo decirlo, unos meses después me busco por el mismo problema ¡Estaba embarazada! Y quería que yo le hiciera un legrado, por supuesto: no acepté.
Le marque nuevamente a Elisa y le envié mensajes sin obtener respuesta alguna. Ya por mi cabeza circulaban todo tipo de ideas, la veía en otro lecho, en esa casa del joven que hace unos días le había sorprendido ayudándole, la veía con el cabello revoloteado. No podía más, creí que me volvería loco. Por fin llegué al consultorio, e inmediatamente vi el identificador de llamadas y constate que Elisa había salido antes de tiempo y desde que le había llamado por primera vez hasta
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este momento ya habían pasado tres horas, ¿Qué había hecho en tres horas? O ¿Dónde había estado que no me contestaba?
En ese momento llego la paciente, inquieto la consulté y le di mi impresión diagnóstica. Efectivamente cursaba con un huevo muerto retenido y le propuse que el manejo consistía en un legrado que realizaría al día siguiente. Apenas habían pasado unos minutos de que había abandonado el consultorio, cuando recibí un mensaje de Elisa: - Ay amor ya llegue al consultorio, y vi que ya te retiraste. Que desconsiderado eres, me hiciste venir desde mi casa. Perdón, si no te conteste es porque estaba en clase de zumba en el centro. Nos vamos mañana. Te amo Enfadado y confundido estaba, lleno de dudas me encontraba que no le conteste su mensaje,
para evitar una discusión mayor. Repiqueteo mi teléfono cuatro
veces, era Elisa la que me llamaba y de igual forma no le conteste. Cuando sentí que me había calmado, marque su número y le llame a su móvil: - Hola amor, perdón por lo que ha sucedido, pero…-me contestó- Te buscaron en el consultorio y no te encontraron –le dije interrumpiéndola- No amor, eso no es cierto, salí a la hora de siempre y nadie fue a buscarte, mucho menos llamaron al teléfono –me dijo- Puede ser, pero yo te estuve llamando al consultorio todavía en horas de tu turno y no me contestaste, te llame a tu móvil y mensajes te envié y no me contestaste
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tenias apagado el teléfono, y llame a tu casa y no habías llegado, que me puedes decir –le dije ya con cierto enfado- Es que este móvil ya no tiene buena recepción o se descarga muy rápido, además, estuve en zumba en el centro y ahí no hay buena señal, y por eso llegue tarde a mi casa, -me contestó- Pues no se que pasa, pero; te has desaparecido durante ¡Tres horas!, que quieres que piense, -le dije- No amor, no pienses mal, solo es que el móvil fallo. Nada más, ya cálmate, descansa y mañana nos vemos ¿Vale?-me dijo intentando calmarme- Esta bien amor, mañana nos vemos –le dije con un tono de cansancio en mi voz- Bye amor –me dijo y colgóUnos días después, cuando llegue al consultorio; Karen se acercó a mí y me dijo que quería hablar conmigo en privado de algo importante. Atendí a unos pacientes e hice diversas actividades antes de hablar con Karen. Era preciso hallar la hora adecuada y se dio hasta el final del día, cuando Elisa estaba en el cuarto dándose un baño. En lo que Elisa se encontraba bañándose, pasé a Karen al consultorio, para hablar del asunto. - Pasa Karen, siéntate –le dije cuando entraba al consultorio- Gracias doctor, -me dijo al mismo tiempo que se sentaba- De que se trata Karen, -le pregunte- Me da pena doctor, -se agacha y piensa- pensara que soy una chismosa, pero es necesario platicarle algo. –completo-
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- Me asustas Karen, ¿Qué pasa? –le dije- Hace unos días mi cuñada fue a mi casa a visitarme, y entre plática y plática, me dijo que el novio de Elisa ya se enteró de que usted la anda pretendiendo, y que estando borracho lanzó amenazas en contra de usted. Le digo esto para que tenga usted cuidado doctor... - ¿Tiene novio Elisa? –le pregunté- Cosa extraña es esta doctor, pensé que usted ya lo sabía, lo mismo le pregunté a mi cuñada, y me dijo que si; Elisa tiene novio –me contestó- No lo sabia, -le dije desviando mi mirada- ¿Será acaso el chico que vive cerca de su casa? –le pregunté- Pues a mi me dijo mi cuñada que el chico vive cerca de la casa de Elisa, y que llevan ya bastante tiempo como novios. Que eran o siguen siendo prometidos. Y que Elisa los fines de semana se la pasa en la casa de su novio, y algunas noches, -me dijo secamente- No lo sabia –le dije pensativo- Pues de eso le quería hablar doctor –me dijo al mismo tiempo que se levantabaperdóneme si me meto en lo que no me importa, pero es mejor para que se cuide. - Te lo agradezco mucho Karen, -le dije sin dejar de mirarlaSi la vida me hubiera puesto a prueba con todo tipo de calamidades y desafíos, llenando mis días del dolor más agobiante, era preciso pues aceptarlo, como si de origen divino se tratara, pero siempre vislumbraría aunque muy tenue un rayo de esperanza, y todo lo hubiere soportado pero siempre junto a mi bella Elisa. ¡Ay de
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mí! Que demonio de mujer, que maldad guarda en su alma y con qué saña actúa esa en la que he depositado mi corazón, esa que considero ¡El ser que me llena de vida! ¡El ser que de alegría llena mis días! ¡Que es mi fuente de energía! Y que hoy se revuelca en el lodazal del lecho ajeno.
Salí del consultorio sin despedirme de Elisa, me sentía inquieto y el hombre más agobiado sobre la faz de la tierra, me sentía a punto de estallar de las emociones vividas, pero me resistía a dar cabida a pensamiento malicioso que me hiciera dudar de la lealtad de Elisa; que por sorprendente que fuera, aun creía todo lo que me decía. No habían pasado ni diez minutos, cuando repiqueteó el timbre de mi teléfono y vi en la caratula que me marcaba un número local que no conocía, vacilé en contestar, pero finalmente accedí y descolgué: - ¿Bueno? –contesté- ¡Hola Uriel!, como estas, -contestó una mujer con mucha confianza- Bien, gracias. ¿En qué puedo servirle? –le pregunté- ¡Ay Uriel!, como eres, te pasas –me contestó como reclamándome-, soy Lizbeth - ¡Hola Liz!, ¡Que milagro! Perdóname, es que no reconocí tu voz –le dije en un tono suplicante-. En que puedo ayudarte –completé- Se que eres un hombre ¡Muy ocupado!, -me dijo imponiendo a su voz un tono sarcástico- pero; ¿Podemos vernos en unos minutos en el café X?, es que tengo algo importante que platicarte –lo dijo con cierto aire de intriga- Está bien Liz, en diez minutos nos vemos en el café. Adiós –le contesté- Adiós. –Dijo y colgó Liz147
Lizbeth, es una amiga de muchos años, -bastantes diría yo- ella y yo estudiamos en el mismo colegio la primaria y la secundaria, y aunque seguimos por caminos distintos, siempre hemos estado en contacto. Ella realizo estudios universitarios y se licenció en Derecho, solo que ejerce como catedrática en la universidad y por las tardes atiende en un pequeño despacho ubicado en la capital del estado encargándose únicamente aquellos asuntos de carácter penal. Siempre que ha tenido ella que lidiar con un problema médico o que alguno de sus clientes requiere de asesoría médica nos reunimos y buscamos la solución que más conviene en el momento. Y de igual manera, se que siempre cuento con ella en caso que se me presentara algún problema de tipo legal. Pero esa tarde, la llamada de Liz me había dejado desconcertado, una llamada rápida, le urgencia de verme para “algo importante”. Pensativo llegué al café. Entré al café y me ubiqué en la mesa donde ya esta Liz esperándome. - Hola Liz –le dije al mismo tiempo que le daba un beso en la mejilla- Bien Uriel, -contestó- ¿Cómo estás, dime? - Bien Liz, gracias, -contesté- Perdona que te cite así tan de prisa y de manera inesperada –me dijo al mismo tiempo que colocaba las manos sobre la mesa- ¿Desean ordenar señores? –Nos dijo una mesera, sosteniendo una pequeña libreta en la mano izquierda y un lapicero en la derecha-, Liz y yo nos miramos - Por favor un café americano para mi –dijo Lizbeth apartando la carta-
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- Para mí un café americano y una rebanada de pastel de chocolate por favor –le dije a la mesera al tiempo que le entregaba las cartas- Me decías, -me dirigí a Lizbeth- Mira Uriel, mmm, soy tu amiga y sabes que te aprecio mucho. Últimamente he escuchado rumores de ti y de tu enfermera, para rápido, que tu y tu enfermera son amantes, -lo dijo como dudando al mismo tiempo-. - Aja, ¿Y luego? –Le dije mirándole a los ojos- Dime Uriel: ¿Es cierto que andas con tu enfermera? O solo son rumores que se riegan como las hojas de los árboles en otoño–me pregunto sin dejar de mirarme- Así es Liz, -le contesté lleno de tranquilidad-, precisamente hace unos minutos salimos del consultorio, pero dime Liz, ¿Qué es ese algo importante? –Le pregunté al mismo tiempo que hacía señas de comillas- ¿Es muy seria tu relación con esa enfermera? – volvió a preguntarme- ¡Claro que es muy seria!, tan seria es como que deseamos tener un hijo. –Le contesté levantando las manos- mmm –me miraba pensativa, como dudando-, ¿Conoces el tipo de mujer que es tu enfermera? –volvió a preguntarme- Pues no se a que le llamas “conocer a tu enfermera” –le contesté visiblemente molesto-, pero yo la amo y deseo una relación estable con ella –completé- ¡Sí!, Uriel, -exclamó- pero la pasión muchas veces nos hace confundirla con el amor, y nos hace cometer muchas locuras. Tú eres casado, tienes una esposa maravillosa y unas hijas encantadoras. Prácticamente tienes todo lo que muchos han anhelado todos los días de su vida. ¿Deseas una amante?, ¡Está bien! 149
muchos hombres incurren en tal comportamiento, y que mantengas a tu amante pues es digno de apreciar. Tener a tu enfermera como amante es bueno, pero ¿Querer formalizar tu relación con ella?, ¡Bah! Ahora si que te has vuelto loco. - ¿Este es el asunto importante, por el que has desviado mi camino?, -le pregunte molesto y coloqué las manos en el descansabrazos del sillón-, dime Liz, ¿Cuál es el problema?, ¿De qué se trata esto?, dime –le hable exigiéndole prácticamente- ¡Cálmate Uriel!, -me dijo en un tono tranquilizador-, a esa mujer tenla como amante, ¡Disfruta de las mieles del amor de su juvenil cuerpo!, ¡Gózala al máximo!, pero cuídate, ¡Solo eso te pido!, ¡Cuídate por favor!, y no es por el embarazo, ¡No! Es por la conducta de esa mujer, o acaso; ¿Crees que eres el único?, ¡Por favor Uriel!, pecas de ingenuo, - A ver, vamos hablando claro Liz, -interrumpí a Liz- ¿Estás insinuando que Elisa anda con otro?, o lo peor aún ¿Otros? Tú sabes, y me conoces bien que no soy hombre de “chismes” ni de “me dijeron”, o cualquier cosa que se le parezca; me conoces de sobra y sabes que eso no es suficiente para mí. - pues precisamente por eso te he llamado. He tratado de convencerte de que esa mujer no te conviene ni como amante ni como cualquier otra figura que se te ocurra. Pero como veo que te resistes a seguir mis consejos, y quieres seguir dando rienda a tu capricho con esa mujerzuela; te voy a decir la razón del porque te cite con urgencia y del asunto importante te comentaré. –dijo secamente- Adelante –le dije provocándole-, te escucho Liz - Resulta que el día domingo –Dijo Liz con vehemencia-, por la tarde se me ocurrió ir a la ciudad de compras, y pues no quise llevar el auto, así que mi esposo 150
y yo decidimos ir en la combi, ¡Solos!, como cuando éramos novios y por lo tanto los niños se quedaron en casa con mis papás. Ya habiendo realizado todas nuestras actividades, nos dirigimos a la terminal de autobuses y cerca de ahí se me antojo un helado –no se porque, dijo sonriendo-, estaba dentro del local me despachaban el helado y cuando voltee hacia la calle vi pasar a tu enfermera, y pensé que tu ibas con ella, salí y vi que efectivamente era tu enfermera la que había pasado, pero no ibas tú, iba con un joven tomada de la mano. Luego… - ¿Estás diciendo que Elisa me engaña? –le interrumpí- ¡No Uriel! Solo estoy diciéndote lo que vi –puntualizó-. Luego tomaron la misma combi, pero a mi me llamo la atención los cariños que le prodigaba el joven a Elisa, era como si… fueran algo más que amigos. ¡Perdóname Uriel!, pero así es. Yo no tengo ningún interés, eres un amigo que quiero mucho y por eso es que me animé a decirte esto, - Estás mal Liz. –Le dije ya enojado-, ¿Cómo se te ocurre hablar así de Elisa?, jamás me haría algo así. Ella el domingo estuvo en su casa, -le increpé- ¡Ah!, no me crees. Bien, eso pensé, pero mira –decía mientras me enseñaba la pantalla de su teléfono celular en el que aparecía una fotografíaEra una fotografía, y en ella se veía a dos personas que caminaban tomadas de la mano. Había otras personas más pues estaban en la calle, pero las dos personas que se encontraban en el centro de la fotografía eran las que importaban. Aunque se visualizaba la espalda de las dos personas, en la que correspondía a la mujer su silueta se me hizo conocida, efectivamente parecía ser Elisa, que llevaba
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puesto una blusa verde de manga larga y un pantalón blanco. A la otra persona no le di importancia. - ¿Y con esto pretendes culpar a Elisa?, ¡Bah!, te creí más seria –le dije ya hartado de su plática-
¡Bueno!, ya cumplí con lo que tenia que decirte Uriel. Y de verdad, fue muy
difícil decidir hacerlo, pero créeme que porque te quiero mucho es por que te he dicho lo que vi; queda en ti ya hacer o no hacer nada. Me retiro porque tengo otros asuntos pendientes. –Me dijo al mismo tiempo que se levantaba del sillón- Si Liz, Chao. Y ¡Gracias! Por el mensaje –le dije con cierto grado de ironía-
Bebí mi café y disfruté mi rebanada de pastel, solo, de momento me sentía ¡Terriblemente solo! Hace apenas unas horas ya me sentía un hombre con el veneno instilado en el corazón, y ahora; de repente: me sentía en la más absoluta y escalofriante soledad. Pedí a la mesera un café irlandés, luego otro y otro más. Ya habían pasado quizá dos o tres horas desde que había salido del consultorio. Entonces repiqueteó el teléfono, me había llegado un mensaje de Elisa:
- Hola amor, ¿Qué haces? - Voy a trabajar un rato amor, ¿Y tú? –le escribí- Estoy en casa amor, acabo de llegar - Que bien, ¿Cómo estas después del arduo día?, -le escribí- Bien amor, creo que todo salió de maravilla, gracias a Dios - Me da gusto saber que estás bien –le escribí-
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- ¡Que malo eres! Saliste sin despedirte de mí - Perdóname, salí rápidamente por una urgencia –le escribí- ¡Ah, bueno! Está bien, estás perdonado - Que vas hacer ahorita, -le escribí nuevamente- Awww estoy cansada. Voy a bañarme,
Todo había sucedido tan rápido, una serie de hechos habían sucedido uno tras otro, como si de eslabones se tratara, formando una abyecta cadena de ¿perfidias? Curiosamente,
esta vez con mayor clarividencia me extrañaba el
hecho de que hace aproximadamente tres horas se había bañado al salir del consultorio, así que ¿Por qué se bañaría otra vez? –Pensé, pero no logré dar un significado a los sucesos en conjunto- Pero ahorita que te bañes, ya vas a descansar –le escribí- Si amor, voy a descansar y a dormir como una bebe - Que bien se te ve el pantalón blanco, -le solté de golpe en un mensaje- ¿De verdad amor? ¿Cuándo me viste con ese pantalón? - mmm, que hiciste el domingo –le escribí- Otra vez, ya te dije que estuve en casa lavando - Sé que saliste a la ciudad y ahí te vi ese pantalón blanco –le escribí- No amor, yo no salí, debiste confundirme - Si eras tú, llevabas una blusa verde y el pantalón blanco –le escribí- Ah es cierto, pues si salí un rato a la ciudad, fuimos mi hermana y yo a comprar - ¿Tu hermana? –le escribí153
- Si amor, Elvira y yo fuimos a comprar a la ciudad pero luego nos regresamos - Eso no me dijiste ayer, -le escribí- Es que se me pasó - Por eso no me contestaste el teléfono cuando te llamé –le escribí- Ya te dije porque no te contesté - Además, no fuiste con tu hermana a la ciudad –le escribí- Que si fui con Elvira, - No fuiste con ella, porque cuando llegue al pueblo encontré a tu hermana cerca del consultorio platicando con una chavita –le escribí- Ah, lo que pasa es que cuando regresamos de la ciudad ella se bajó del microbús y se quedó en casa de su amiga a platicar - Tú estabas en la ciudad y ella acá en el pueblo –le escribí- No es cierto - Mira amor, en la fotografía estas tú y un chavo, no veo a tu hermana –le escribí- No sé de qué me estás hablando - De una fotografía, te fotografiaron en la ciudad, ¿Quién es el chavo? –Le escribí- Me están calumniando, solo quieren hacerme daño, quieren separarnos - Quien es ese chavo –le escribí nuevamente- Es un amigo - Me has engañado Elisa –Le escribí- Ya te dije que es un amigo, le encontré por casualidad en la ciudad - Me has engañado vilmente –Le escribí- Tómalo como quieras 154
- No me contestaste el teléfono, me dejaste plantado en el consultorio, Me dijiste que estuviste lavando tu ropa, me ocultaste que saliste a la ciudad, quisiste sorprenderme que saliste a la ciudad con tu hermana siendo que saliste con ese amigo tuyo, y todavía quieres negar los hechos a pesar de la fotografía que te estoy señalando –le escribí-, - Quien puede ser tan malvado para sembrar cizaña entre tú y yo, - Nadie siembra cizaña, tu fuiste a la ciudad con un amigo simplemente –le dije- Ah, ya se, fue tu amiga, ella la vi con su esposo en la terminal, - No fue ella –le escribí- Quien más pudo ser - Como sea, lo único cierto es que me has engañado –le escribí- Lo siento amor - Que vamos hacer –le escribí- Lo que quieras, ya voy a bañarme y a descansar, adiós - Que vamos hacer –Le escribí-, No hubo respuesta - Porque Elisa –Le escribí- no hubo respuesta - Está bien, descansa. –ConcluíAl día siguiente llegue al consultorio y encontré a Elisa en el consultorio trabajando en la computadora en algunos informes que le había solicitado. Entre y le saludé con un beso en la mejilla, - Hola amor, ¿Cómo estás? –Le dije mientras me sentaba frente a ella- Estoy bien, amor, gracias –me contestó un poco malhumorada-
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- Vamos a desayunar –le dije un tanto consternado- No tengo hambre amor, -me dijo al mismo tiempo que se tocaba el abdomenEl día transcurrió, sin gran variedad en las actividades, yo consultando algunos pacientes y ellas en sus actividades correspondientes. Durante la comida Elisa permanecía callada, hablaba poco, casi ni probó bocado, que era algo extraño en ella que siempre ha sido de buen apetito. Karen estaba desconcertada ante el notorio cambio de Elisa, pero no hizo ningún comentario, y se limitó a cumplir con lo suyo, y llegada la hora se retiró del consultorio. Poco antes de salir del consultorio, Elisa y yo nos encontrábamos en el cuarto de descanso, ella se recostó sobre la cama estirando sus extremidades y yo me senté en el pequeño sofá, fue entonces cuando le increpé: - Que vamos hacer Elisa – Le dije a manera de interrogación - De que Uriel, -me contestó indiferente- ¿Cómo que de que?, pues de lo que hablamos ayer –le dije alzando la voz- Pues no sé, tú dime – me contestó con una aparente calma- Es que me has engañado –Le dije señalándole con el índice- Por eso, tu dime que vamos hacer y ya, ¿Okey?, -me dijo fastidiadaYo seguía mirándola con mucho interés, en ese momento como deseaba penetrar en su mente y descifrar todo lo que sus pensamientos guardaban. Me exasperaba la calma y la tranquilidad que ella guardaba, hasta llegue a pensar que poco le importaba lo que yo sentía. ¡Ah! Como me hubiera gustado que padeciera un poco
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del sufrimiento que yo tenía, y que se acongojara. Pero no era así, ella yacía sobre la cama con la mirada puesta en el cielo, ni siquiera se dignaba a mirarme ni compadecerse de mi dolor. Me levanté del sillón donde estaba y me acosté en la cama a un lado de ella, me coloqué de lado sobre mi lado izquierdo girando ella su cuerpo y pegándolo al mío permaneciendo ella de espaldas hacia mí. Una serie de sentimientos encontrados peleaban en mi interior, no creía aun que Elisa me engañara, a pesar de la supuesta evidencia mostrada por Liz. Tal vez estoy exagerando y en verdad solo sea un amigo –me decía para mis adentros tratando de consolarme-. Le di un beso en la nuca, levanté sus cabellos y recorrí su nuca con mis labios; acaricié entre mis labios los lóbulos de sus orejas y le dije muy quedo al oído: Te amo Elisa. Ella se giró y quedamos frente a frente, nos miramos a los ojos y arqueo sus labios de manera provocativa, me dio un beso, y yo le correspondí con todo el ardor que me era posible. Ya separados nuestros labios, le mire fijamente a los ojos, contemple por largo tiempo su rostro y la profundidad de sus bella mirada, permanecimos abrazados por largo tiempo rodeados solo por la quietud y silencio del cuarto, sin decirnos nada, solo contemplándonos. No había hora del día en que Elisa no recibiera mensaje o llamada a su teléfono o que se aislara para contestar. Muchas ideas surgían en mi cabeza, sentía una pena infinita ante el afán por conocer el fondo de todas estas irregularidades recién descubiertas en su conducta, pero, confieso que me estorbaba el gran amor que sentía por Elisa. Que podía esperar de ella: Joven todavía, y; bella a los ojos de los demás.
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Las discusiones ya eran frecuentes, los motivos para salir del consultorio eran cada vez mayores, y algunos de ellos resultaban difíciles de creer. En más de una ocasión le recrimine su proceder y la perversidad con que se había conducido, pero; en una de las discusiones había aceptado que ese día que se retiró antes del consultorio no fue para ir a zumba, sino fue a casa de su amigo, pero solo a platicar. Durante el día me esquivaba, a donde yo llegara y ella se encontraba, de inmediato ella se retiraba. Una mañana durante el desayuno estando en la mesa la abrace y la bese mostrándose ella un tanto desencantada y me dijo: me tienes harta, me incomoda tu presencia. Sobra decir que llevábamos como tres semanas sin tener mayor acercamiento, ¿Las razones? que estaba enferma de una infección, que tenia dolor en el vientre o que tenia una regla tan exagerada. Sin embargo; por la tarde salía del consultorio vestida impecablemente y bien maquillada; y en una ocasión pude observarle prendas interiores provocativas con finos encajes. Con todo lo que me había pasado, y con lo que veía en Elisa día a día, una extraña ofuscación había hecho presa de mí, me sentía hastiado por una terrible incertidumbre y la rabia poco a poco se había ido depositando dentro de mi alma. Quise salir de dudas y descubrirla en
su engaño, hice uso de todos los
procedimientos que mi imaginación concebía, y aún de los inconcebibles para la naturaleza humana, pero todo intento fue inútil, no obtuve resultado alguno. Lentamente empeoraba mi situación, aparte de sentirme engañado por Elisa, me sentía humillado porque ella con tanta habilidad y astucia había logrado de
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manera excelente trazar todo a su favor, mientras que yo; no lograba dar con una prueba satisfactoria. Una mañana llegue muy temprano al consultorio, pues había salido a una cirugía antes del amanecer, me sentía cansado y me dirigí al cuarto a descansar otro rato. Dieron las ocho de la mañana, cuando desperté por la alarma del despertador y casi de inmediato se escuchó el timbre de la puerta principal. Era Karen, cuando le abrí me entero que el día anterior había venido a buscarme mi padre, que quería hablar conmigo y que había permanecido largo rato en la sala de espera. Así que, me di un baño rápidamente y me dirigí a casa de mis papás, Elisa no había llegado aún. Cuando llegué a casa de mi padre, me abrió la puerta mi madre. - Hola mamá, -le dije mientras le daba un beso en la mejilla- Hola Uriel, como estás, -me dijo y me dio un cálido abrazo, como cuando de niño había cometido alguna travesura y seria reprendido por mi padre- ¿Sabes que quiere mi papá? –le pregunte quedamente- No lo sé Uriel, pasa, habla con él, está en la sala –me dijoAsí que atravesé el pequeño patio, e ingrese en la sala, donde estaba mi padre viendo la televisión, el noticiero de la mañana. No se inmutó ante mi presencia, ni me dirigió su mirada a mi ingreso, -creo que está enojado, pensé- Hola papá, -le dije tímidamente- Muy bien Don Uriel, creo que tenemos que hablar, -me dijo secamente- Dígame papá
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- Siempre has hablado con la verdad y hoy te pido sea de la misma forma, - Como digas papá - ¿Es cierto que tienes viviendo en tu consultorio a tu amante? - Si - ¿Siquiera sabes qué tipo de mujer es? - Es la mujer que amo, papá - No me refiero a eso, ¿Sabes qué tipo de mujer has metido en tu vida? - Si, - Entonces sabes que es una mala mujer, - Son calumnias papá - ¿Y por esa mala mujer es que piensas cambiar a tu familia? - No es así papá, - ¡Has dejado de venir a vernos!, Has abandonado tu familia - No papá, sigo cumpliendo mis obligaciones con mi familia, y si he dejado de venir a verlos a ustedes y considera usted como una falta grave, le pido me disculpe, - Tú pensabas que todo marcharía bien, que nada cambiaría si tu amante vivía contigo. Pensaste que no iba a darme cuenta, pero la gente murmura y me he enterado, ¿Acaso piensas seguir viviendo así? - No papá, mis sentimientos para con Elisa son grandes, la amo, es algo que nunca he sentido por mujer alguna, y no quiero desperdiciar la ocasión, - ¿Te has vuelto loco acaso? Esa mujer lo que busca es el beneficio económico que representas, es una arribista, una aprovechada, ¿Usted creé que no sé qué tipo de mujer es? ¿Usted piensa que no he investigado todo lo relacionado con 160
esa mujerzuela? La pasión puede confundirse con el amor, y usted está ciego por la pasión... - No le permito que se exprese así de ella –le interrumpí-, ella es lo mas dulce que ha llegado a mi vida y me ha hecho el hombre más feliz sobre la tierra, y le ruego a usted le tenga un poco de respeto - Entonces dejaras a tu familia por esa... mujer - En eso estoy papá - ¡Pero, que locuras estás diciendo!, siempre te he considerado como el hijo más cuerdo de todos, y mira ahora con que disparates me sales. Dejar a una familia honrada, por una mujerzuela… ahora sí que has enloquecido. Esa mujer te engañara en las primeras de cambio, cuando ya no le llenes te cambiará por otro. De cierto modo el viejo tenia razón, mi vida al lado de Elisa había sido últimamente un infierno, la sospecha y la duda eran como fantasmas que me acompañaban todos los días, pero le amaba y era motivo suficiente para defenderla, ante mi padre si era necesario. - Has incurrido Uriel en actos indecentes, - Solo actos guiados por el amor papá, - Por esa mujer es que has dado de que hablar a la gente. Por esa mujer es que tu buen nombre esta tirado en el suelo. Por esa mujer es que tu noble profesión ha sido lapidada inmisericordemente y tu nombre anda de boca en boca. Pero no lo permitiré, para eso estamos los padres, para corregir el camino de los hijos cuando han abandonado el camino del señor, y tendrás que obedecerme.
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- Usted debe perdonarme papá, pero hace tiempo que he dejado el papel de obedecerle, - ¡Ay hijo! Hasta majadero y falto de cordura te has vuelto por esa mujerzuela. Yo no me opongo a que tengas una amante, la mayoría de los hombres la tienen, ayer fue así, hoy y mañana será igual. Que la trates bien, que cubras sus necesidades y hasta el más pequeño de sus deseos es plausible, es más hasta ¡Te admiro! Por la ingenuidad con que has asumido responsabilidades para con esa mujer que no tiene derecho más que a las dadivas de los que la usan; pero que la tengas viviendo en tu consultorio eso es inaceptable. Has exhibido a tu familia hasta los lugares mas apartados de la comunidad, todos hablan de ti. - No me interesa papa, lo que piensen, o pienses incluso - Que gran tristeza me invade verte así Uriel, - Estoy dispuesto a luchar por ella, contra todo y contra todos; papá, - Vamos hijo, tranquilízate, eres el hijo que más quiero y daría por ti la vida si es preciso por defender la tuya. Regresa a tu casa con tu familia, tu mujer es una buena persona, tus hijas adorables ¿Qué más quieres Uriel? Ya disfrutaste del placer con esa mujer ¡Qué bien!, Pero no cambies lo bueno por lo malo. Mira la nieve que descansa en mis sienes, no es en vano, hay tantas enseñanzas de la escuela de la vida en ellas, hazme caso; por favor… - Le agradezco todo lo que ha hecho por mí, y por los consejos que hoy ha compartido conmigo… - Me harás caso ¿Verdad hijo?
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- No lo se, lo he escuchado y tiene razón en parte - Anda hijo, hazme caso. Corre ya a esa mujer, no vale la pena. - Ya le dije que no se exprese así de ella papá - ¡No sabes a quien defiendes! Uriel. Si supieras… - Si supiera que papá… - ¿Acaso piensas que eres el único en su vida? - Soy el único papá, ella me lo ha dicho - Ay hijo, aparte de necio crédulo, te lo voy a decir, ya que has mostrado necedad inimaginable, y con razones dulces no has querido hacerme caso, espero que con lo que te digo cambies de parecer. Esa mujer ha seducido otros hombres, y a tenido dos o mas novios al mismo tiempo. Pero siempre ha tenido novio “oficial” que disimula sus locuras. Según lo averiguado, son prometidos y ya se iban a casar en una ocasión, esa mujer entraba y sigue entrando a su casa como si fuera la señora del hogar. ¡Imagínate hijo! Ahí se va todo el día, el joven vive solo; haber dime que piensas que hacen solos durante todo el día. Ya hijo, ya disfrutaste de su compañía, ¡Déjala! ¡Compénsale sus favores si quieres! Pero ya apártala de tu camino. Yo permanecía cabizbajo, con los codos sobre las rodillas, sentí ganas de gritar, de llorar, pero no quería verme más humillado frente a mi padre. Mucho de lo que me había dicho mi papa era cierto, y esto ultimo ya lo había escuchado, pero; como sacar fuerzas para dejar a Elisa, de donde sacar esas fuerzas para tal
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cometido. No sé cómo, no hallo la manera de sacarla de mi vida, el solo pensamiento de su ausencia me mata. - No te preocupes papa, gracias por lo que me has dicho. Lo pensaré y te veré después –le dije al mismo tiempo que me levantaba del sillón y me retiré- Cuídate hijo –me dijo dándome una palmada en la espaldaCuando salí de la casa de mi padre pasaba en su automóvil el Director de policía de la comunidad. Se detuvo y me invitó a que lo siguiera, que me invitaba a su casa porque tenía un convivio.
Oye –me dijo mientras nos sentábamos a tomar
un café-; tú sabes que soy tu amigo; no debes, pues, ofenderte por lo que voy a decirte, es por tu propio bien. En estos últimos días, hemos escuchado de manera frecuente quejas sobre ti, por la forma en que tratas a los enfermos y la manera en que conduces tu vida. A nadie le gusta que le traten mal ni que le griten. Las señoras, y muy especialmente las de nuestra comunidad, les agrada ser tratadas con respeto, y les molesta ser consultadas por alguien que no es médico. - No estoy de acuerdo; -le dije- a la mayoría de las personas las trato yo, y siempre lo he hecho con respeto y amabilidad, solo son comentarios malintencionados de la gente. - Pero hay algo más grave –continuó-. También hemos escuchado que has descuidado mucho tu vida personal, se dice que vive contigo una mujer, con el pretexto de que es tu enfermera. Además; algunos de los maestros del colegio ya le han insinuado algo acerca de eso a mi mujer, que te ha defendido con mucha energía. ¡Qué dirían tus papas, que te adoran tanto y te tienen en alto concepto, si
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oyeran esos rumores, lo cual, estoy seguro, sucederá tarde o temprano! Te digo, Uriel, que eso no se ve bien en un doctor de tu categoría. ¡Eso no puede ser! Si quieres tener una amante, ¡Tenla!, allá tu; pero, por el amor de Dios, llévatela del consultorio; ya se ha vuelto un escándalo. Le di las gracias al comandante; dije que tenía toda la razón, que ya lo había intentado, pero que había grandes motivos para que no pudiera concretarlo, como que mi amor por ella era más fuerte que todas las voces de la gente. - Se que no es fácil –admitió el comandante-. También yo he sido joven. Si necesitas ayuda, sabes que cuentas conmigo. - No, gracias, no le rehúyo. Resolveré esta situación, gracias –le dije al mismo tiempo que me levantaba de mi sillón y me despedíSalí de la casa del Comandante, eran ya muchas impresiones recibidas en breve tiempo como para tratar de asimilarlas, una guerra de sentimientos encontrados se daba dentro de mí y no hallaba como dar con la decisión correcta. Parecía como si mi vida de pronto se hubiera convertido en algo trágico, y que me mortificaba terriblemente. Ya en una ocasión había experimentado estos sentimientos cuando la incertidumbre me invadía por el supuesto engaño de Elisa y ahora de nuevo, parecía como una herida que ya está a punto de sanar, y; de nuevo vuelve abrirse. Me quede pensativo, con la mirada perdida en la inmensidad del firmamento, mire hacia el oriente, como si tratara de encontrar alguna respuesta ante un problema que cada vez era mayor. Me sentía enfermo, vacio, decepcionado, triste, burlado, humillado. Ya no regresé al consultorio, tuve deseos inmensos de llorar, de gritar y
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de morir. El cielo lucia descolorido, el sol se había apagado, y yo inmenso en una aridez como la del desierto donde nada crecía, y nada se movía. Subí a mi automóvil y transité por la comunidad lentamente, con los sentidos apagados, como un muerto que anhela el descanso eterno. Se hizo de noche, y me dirigí a la ciudad, me estacioné en el centro y caminé varias cuadras, la noche era fría, y una lluvia suave aparecía en el lugar. Encontré un bar donde me resguarde de la lluvia donde tome unas cuantas copas. Y es en este punto, donde iniciaba un gran problema. Es desde este momento, en mi depreciada vida, y; ¿Por qué no?, ¡Miserable vida! donde comenzaron las largas noches, cargadas de tristeza, llenas de llanto y de agonía, donde la soledad y la penumbra abundaban y solo eran iluminadas por la luminiscencia etérea y pálida del alcohol. A media noche recibí una llamada urgente de una señora, pidiendo que la atendiera por una extraña enfermedad que ya llevaba varios días de evolución, y tras breves preguntas que le hice a la señora, y; que fueron contestadas de no muy buen agrado, acordamos vernos al día siguiente en el consultorio. Al día siguiente, en fin de semana acudí al consultorio para la consulta programada. Era una paciente que no conocía; pero según ella había tenido buena suerte con un familiar suyo, y sin duda era aquel el que había provocado esta llamada a través de su recomendación. La paciente tenia veintidós años, era un caso grave, un caso desesperado, que ya muchos médicos habían tratado sin éxito. Ingreso al consultorio acompañada de su mama y de su suegra. Y como durante la entrevista ambas, la mama y la
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suegra; no dejaban hablar a la paciente decidí sacarlas. La paciente cursaba con fuertes dolores de cabeza, fiebres ocasionales y estados de depresión. Su estado de ánimo estaba por los suelos, afectado por el desaliento, el desamor y el terror de morir. La ironía de la vida, una mujer deprimida buscando remedio en alguien que no tiene motivos para vivir. Ya había recibido múltiples tratamientos, y estaba tomando antidepresivos. La examine minuciosamente, sin hallarle algún dato o signo que me indicara alguna enfermedad. Revise sus estudios, todos se hallaban normales. Un ultrasonido pélvico mencionaba que todos los órganos de la pelvis se hallaban sin enfermedad. La paciente permanecía en silencio, agachada, le tome con mi mano el hombro y le dije: haber chiquilla, cuéntame ¿Qué pasa?, la paciente comenzó a sollozar, y se dijo desesperada por no poder embarazarse, y que los síntomas que tenía o decía tener eran para que ya dejaran de molestarle. Cuando se hubo calmado, pasaron los familiares al consultorio y les explique que los síntomas de su paciente eran debido a un estado nervioso y depresivo. Que no había necesidad de los medicamentos que le habían sido recetados, que solo comprensión y paciencia bastarán para su completa recuperación. Y así fue, tres meses después regresó a mi consultorio para iniciar su control prenatal. Cuando se retiraron del consultorio, ya estaba esperando en la entrada una señora que con determinación y en tono serio me dijo que quería hablar conmigo. La pase al consultorio, yo sentado en mi sillón y ella en uno de los sillones donde se sientan los pacientes.
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- Usted me perdonara doctor, pero es necesario hablar de un tema que resulta difícil para mi, -me dijo fríamente- Dígame señora –le conteste tranquilamente- Se que usted anda con Elisa, su enfermera, y el hecho de que ande usted con mujeres es algo que no me interesa, pero; considerando que Elisa es la novia de mi sobrino, tengo mucho que ver en el asunto, y por eso estoy aquí –me dijo al mismo tiempo que cruzaba los brazos- Pues, no sé exactamente a que se refiere señora, -le dije con inquietud- Usted sabe bien a que me refiero doctor, -me dijo separando los brazos- usted anda con Elisa, y eso es algo que no deseo que suceda mas. Hoy he venido para pedirle de la manera más atenta que ya se deje de juegos y deje en paz a Elisa. - Si ando con Elisa, o no; es algo que a nadie interesa señora, -le dije en tono suave- y no debo dar explicaciones a nadie. Usted dice que es tía del novio de Elisa y hasta donde tengo conocimiento, Elisa no tiene novio. - Doctor, -me dijo levantándose del sillón- he venido a pedirle que por favor despida a Elisa del consultorio, la relación que tiene con usted ya esta dando muchas habladurías de la gente, y mi sobrino está muy molesto con lo que ha escuchado. No le pido más, solo despida a Elisa; no tengo nada contra usted. Y perdone doctor, si le he sido inoportuna mi visita. - Mire señora, yo no tengo nada que ver en este penoso asunto familiar, y lo debe tratar usted con su sobrino y Elisa, yo no tengo que despedirla solo porque usted me lo pide –le dije con cierto fastidio-
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- Pues ya le dije doctor, -me dijo- solo despida a Elisa, es lo único que le pido. Que tenga buen día doctor, hasta luego –me dijo levantándose del sillón- Hasta luego señora, -le dije al mismo tiempo que me dirigía a la puerta para abrirleQue fastidio, ¡Hasta la tía del novio! Ha venido a recriminarme, ¡Que culpa tengo yo! Desde el consultorio le marque al móvil de Elisa, pero no me contestó; ya no era novedad. Marqué al teléfono de su casa y me dijeron que había salido, que en cuanto regresara le pasarían mi mensaje, tampoco era novedad. Ya en la noche desde mi casa le marque a su móvil: tampoco me contesto, le envié dos mensajes escritos que igual no me contesto. No parecía nada, todo había comenzado de manera simple, casi cómica; y ahora, no hallaba descanso en mi casa, y
luego, de repente, todo mundo
recriminándome, ¡Hasta la tía del supuesto novio de Elisa! No podía encontrar alivio en ningún sitio, vivía atormentado, desolado, me sentía inmovilizado como en una caja de cristal que al mismo tiempo veía la conducta retorcida de Elisa, pero me resistía a creer lo que contemplaba. Todo ha sido consecuencia de la exposición fastidiosa de la deslealtad de Elisa. El martes por la mañana cuando me dirigía al consultorio, recibí una llamada a mi móvil de un numero que no conocía, era un joven que decía que le urgía hablar conmigo, que se trataba de un asunto delicado y que le habían recomendado conmigo. Le dije que nos veríamos en el consultorio, cosa que el no quiso porque
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según tenia que trabajar y apenas tenia tiempo, por lo que me pidió muy atentamente que nos viéramos en una cafetería que se encontraba camino al consultorio, a lo que accedí. Estacioné mi automóvil e ingrese a la cafetería, y con la mano alzada me invitó el joven a la mesa donde ya estaba sentado. Solo pedí un café americano. El joven se presento como primo del novio de Elisa: - Buenos días doctor, soy Joaquín -me dije levantándose al mismo tiempo que me extendía la mano- perdón por lo inoportuno, pero es necesario que hablemos - Hola, -le dije estrechando su mano- ¡Claro! Te escucho - Mire, -me dijo colocando las manos sobre la mesa- soy primo de Rigoberto, el novio de Elisa, y pues ya estamos enterados en lo que andan metidos usted y Ella. Bueno; mucha gente ya lo sabe. Y la verdad, es que pensé mucho las cosas antes de atreverme a hablar con usted, y decidí que era lo mejor hacerlo. - No entiendo, a que te refieres; -le dije como ignorando el tema- No se haga doctor, -me dijo mirándome a los ojos- mucha gente sabe que Elisa es amante de usted, o que; ¿Lo va a negar? Que tenga usted amantes, es algo que no nos importa, pero que ande con Elisa; si nos preocupa, y no por ella, sino por mi primo, que se siente impotente ante las habladurías de la gente. - No estoy de acuerdo con lo que dices, -le dije-; y si para esto me citaste con urgencia, mejor es que me retire. - Mire doctor, -me dijo levantando las manos- usted ya esta casado, ¿Qué mas quiere?, ya tiene una vida hecha, una esposa y unos hijos; ¿Qué aspira? Que pensaría su esposa si se entera del lio de faldas en que anda usted metido, ¿Eh?,
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pero bueno, ¡Quien soy yo para aconsejarle! Solo le pido que deje a estos chavos que hagan su vida, ellos se quieren, ¡Y mucho! Deje en paz a Elisa, por favor doctor, -me dijo en un tono suplicante- es mas, y; si no es mucho pedir, despida a Elisa, mi primo se va a otro Estado en dos días, y tiene pensado llevársela. - Puede llevársela si quiere, -le dije- sin necesidad de que la despida, ya son grandecitos y pueden tomar sus decisiones. - Lo que pasa es que Elisa no se quiere ir poniendo de pretexto el trabajo que tiene en el consultorio, -me dijo sin dejar de mirarme- así que; doctor por favor despídala, para que se vaya con mi primo. - No hay problema, veré que puedo hacer –le dije sonriendo-, pero; no le prometo nada. - ¡Por favor doctor!, -dijo en tono suplicante- siempre se lo agradeceremos. - Esta bien así, no se preocupe, -le dije levantándome del sillón- y me retiro porque me están esperando en el consultorio. En ese momento recibí mensajes en mi móvil, era Elisa: - Hola Uriel, te estamos esperando para desayunar - Ya voy, -le contesté- Auch, que cortante –me escribió- Perdón cielo, en unos cinco minutos llego –le contestéLlegué al consultorio, efectivamente ya me estaban esperando Karen y Elisa en el comedor. Habían preparado unas quesadillas pan y café. Durante el desayuno Elisa se mostro amable y sonreía hasta por el mas mínimo detalle, estaba feliz, no
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había la menor duda, pero; ¿De que? Si su novio se iría en dos días a otro lugar. Durante el transcurso del día no hubo pacientes, y me la pase en el consultorio hurgando en la red, pero; de a ratos pensaba en todo lo que había sucedido en los últimos días, y me generaba mucha confusión. Percibía como la sangre se me agolpaba en las sienes, la razón se subyugaba ante la ira
y la pasión me
ofuscaba el juicio. ¡Ah! ¡Divina criatura! Que fácil seria si no te quisiera. Después de la comida, permanecimos en el comedor platicando sobre algunos asuntos recientes de la comunidad, y de algunos pacientes; cuando de pronto; repiqueteo mi móvil, era un mensaje de mi amigo Armando que me pedía que nos viéramos en la ciudad, en el café X. Me despedí en ese momento de Karen, Elisa y yo entramos al consultorio y cerramos la puerta. La tome de la cintura con mis brazos y la acerqué a mi cuerpo, sintiendo sus deliciosas formas apoyadas en mi cuerpo. Ella no me abrazó, permaneció con los brazos abatidos, solo se limitó a mirarme a los ojos y a sonreír sutilmente. Acerque mis labios y le di un beso breve, que ella correspondió. - Te amo Elisa –le dije-, - ¿En serio Uriel? –me contestó suavemente-, - ¡Con todas las fuerzas de mi corazón! –le dije acercándome a su oído derecho que bese tiernamente-, - ¡Ay! ¡Me excitas! –me dijo inquieta-, - ¡Te amo!, ¡Siempre te amaré! –le dije con vehemencia- Yo también Uriel –me dijo y apoyo su cabeza en mi hombro-
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- ¿Me engañas? –le dije- ¡Loquito!, tu me interesas mucho y nunca lo haría –me dijo muy segura- ¿Y si te dijera que ya no trabajaras conmigo? –le pregunte con curiosidad- Me iría tranquila Uriel, tu sabes porque lo has decidido así –me contestó- ¡Nunca te daré problemas Elisa!, te lo prometo –le dije sin dejar de abrazarla- Yo tampoco Uriel, -me contestó mirándome a los ojos- Bueno, me tengo que ir, nos vemos mañana Elisa, y le di un beso en la boca. - Que te vaya bien Uriel, al rato te mando mensaje –me dijo con ternuraSalí del consultorio y aborde mi automóvil, el café en el que me había citado Armando estaba localizado en el camino que me lleva a casa, así que pensé que una vez que me reuniera con mi amigo, me iría a descansar. En unos minutos llegue al café X, donde ya me estaba esperando Armando que al verme entrar al café se levantó de su sillón y me saludo lleno de alegría: - ¡Oh amigo! como estas –me dijo mientras me daba un fuerte abrazo- Hola Armando, -le contesté en tono seco al mismo tiempo que ambos nos acomodábamos en los sillones- ¡Oh mi amigo! No quiero ser inoportuno, ¿Acaso es mal momento?, -me dijo mientras me miraba como sorprendido- No, ¡No es eso!, solo que me siento cansado –le dije tratando de justificar mi respuesta-, es solo que he tenido algunas dificultades estos últimos días, pero; que importa eso-.
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- ¡Oh! Lo siento mucho. Sabes, no quiero que te molestes conmigo por lo que voy a decirte, ni mucho menos sea motivo para que nuestra amistad se vea afectada; sabes que te quiero mucho e incluso he tenido que consultar esto antes de venir a verte. –Me decía sin dejar de mirarme y apoyando sus manos sobre la mesa – Hace unos días tuve una cita con una amiga, pero las cosas no se dieron como yo había planeado, para mi mala suerte; ¡Pero qué importa eso! Resulta que en el camino me he topado con tu enfermera, ¡Bueno! Tu amiguita –me decía de manera entrecortada, al mismo tiempo que manipulaba su móvil- ¿De verdad? –le pregunté ligeramente nervioso- La verdad Uriel, hasta no pude dormir anoche pensando en cómo decirte esto, y sobre todo ¡Como mostrarte esto!, –me dijo mostrándome una fotografía en la pantalla de su teléfono-. ¡Mírala!, esa es Elisa, y ¡Ese! Es su novio –me decía señalando la fotografía-, y se están besando, la he cachado en flagrancia, amigo mío, hace meses que tenía mis sospechas y ya algunos me lo habían platicado, pero; quería agarrarla así, ¡Así! Y ahora tengo la prueba de que es una mujer ligera ¡Pérfida! Porque no se le puede llamar a esa mujer de otra manera. ¡Es una libertina!, ¡Sí!, ¡Es una libertina! Me ha estado engañando. -pensaba al mismo tiempo que miraba la foto-, mis ilusiones habían quedados enterradas. Hervía mi sangre, mis sentidos rugían y se volvían obnubilados. Pensar que cada que sonaba su celular, y le preguntaba: ¿Quién era amor?, ella me contestaba: Es mi hermana ó mi mamá ó mi cuñada. ¡Cuánto cinismo!, ¡Cuánta maldad!, ¡Dios mío!, cuánto dolor me causaba todo eso
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con solo pensarlo. Cuando me hube repuesto de la emoción pensé serenamente lo que tenía que hacer: regresar al consultorio. Pagué la cuenta del café, me despedí rápidamente de Armando y abordé mi automóvil. Me sentía desconsolado, vacío y seco cual oasis en el desierto. El coraje inundaba mi pecho como una tormenta devastadora que arrasa todo a su paso. Juré por los cielos no perdonarle esta falta a Elisa, y que viviría solo para destruirlos a ellos que se han reído a mis espaldas. A donde quiera que fueran, los seguiré y no encontrarán la paz mientras vivan sobre la faz de la tierra, y; cuando estén al borde del precipicio, en ese trágico momento donde la vida y la muerte coinciden ya de manera definitiva, me verán en su lecho de muerte sentado y apacible, porque yo mismo transportaré sus almas al infierno y paguen toda la maldad que me han conferido. Fue un día muy triste ese en que le pedí que se marchara, aun no sé de dónde saqué fuerzas y valor para la descomunal pretensión, y aún hoy en día, pienso que si no la hubiera echado esa tarde, jamás lo hubiese hecho. Pero, ¿Que podía hacer ante las voces que se manifestaban? Y ¡Ante las solicitudes de los familiares de su novio! Y ¡Ante las exhortaciones de mi padre! pero sobre todo; ¡Ante la fotografía que me presentaba Armando! Evidencia clara de la deslealtad de Elisa. Elisa representaba la más sublime de las ilusiones; el más noble de los deseos, el sueño anhelado vuelto realidad. Mientras que para la mayoría de los hombres el
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amor solo es una historia, es ficción o es algo que solo ven en las telenovelas o películas, ¡No! Para mí el amor fue algo real, fue mi vida, ¡Ha valido la pena vivir! Pues he vivido el amor, he sentido el amor, he tenido el amor y se llama Elisa. Ya son tantas las opiniones dadas en torno a ella, y muchas de ellas rayan en maldiciones que poco a poco me he ido desmoronando, ¿Soy débil acaso? o ¿Mi amor fue escaso?, ¡No, qué va! No habrá un amor tan férreo ni tan apasionado hasta la locura como el que sentí por Elisa, ¡Mi musa!, ¡Mi amada!, ¡Mi estrella! ¡Ay! Que será de mí sobre la faz de la tierra. Hasta hoy he soportado con estoicismo y valentía incomparables todas las opiniones, pero ya estoy cansado del amor fiero y salvaje de Elisa carente de lealtad, mis ilusiones han sido derribadas, ¡Por fin! serás libre, ya no tendrás que esconderte para verte con quien quieras, aunque mi vida entera se vuelva fría y horrida como una sepultura abandonada. Llegue al consultorio. Karen estaba en la sala de espera que al verme a través del cristal de la puerta retiro el seguro de la puerta e ingrese. ¿Dónde está Elisa? –le pregunté a Karen-, en su cuarto doctor –me contesto Karen-; ¡Ah!, que bien, pasa al consultorio, quiero hablar contigo Karen –le dije al mismo tiempo que abría la puerta del consultorio-, si doctor –me contestó Karen y entraba ya al consultorio- Hoy es el último día que Elisa trabaja con nosotros, -le dije mientras me acomodaba en mi sillón- ¿Cómo? Pero, ¿Porqué doctor? –Me dijo Karen que abrió los ojos llena de sorpresa-
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- El porqué, es lo de menos, ¡Que importa! –Le dije agitando la mano derecha en el aire-, y quiero que me apoyes contestando el teléfono en lo que consigo quien me ayude –le dije- Pues, en lo que pueda le ayudaré doctor –me dijo tranquilamente- Está bien. Llama a Elisa por favor –le dije apoyando las manos en el sillón- Si doctor –me contesto al mismo tiempo que se levantaba de la sillaToc Toc, ¿Se puede doctor?, -escuche decir a Elisa del otro lado de la puertaAdelante –contesté-, Elisa entró al consultorio, llevaba el teléfono en la mano derecha e iba vestida con un uniforme quirúrgico en color azul. La habitación se impregnó con su perfume, ¡Ah! ¡Delicioso perfume!, y colocó las posaderas en la silla de pacientes. - Dígame doctor –me dijo con voz pausada- A partir de hoy ya no trabajarás más conmigo, -le dije en un tono serio- así que te suplico que prepares tus cosas para que cuando vengan por ti lleves todo, porque no volverás a este lugar - Si doctor, lo que usted diga, ya me lo esperaba y no me ha causado sorpresa, me dijo con una calma que me exasperó- ¡Qué bueno que ya te lo esperabas! –Le dije mirándole a los ojos- así no me has hecho difícil las cosas- Aquí tiene el teléfono doctor, las llaves están pegadas a la puerta principal –me dijo al mismo tiempo que colocaba el teléfono sobre el escritorio y se levantaba de la silla-
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- ¡Gracias por tu honestidad! –Le dije cuando ya salía del consultorio- Es que estás dolido porque ya no regresé contigo y ando con Rigoberto –me dijo cuando estaba en la sala de espera- ¿Estoy dolido? Es lo que tú crees, pero no es así –le dije en tono sarcástico- Pero no hay problema, Uriel; solo quiero que me des mi liquidación, -me dijo seriamente- ¡Y que más quieres!, acaso con lo que te he dado; ¿No te ha sido suficiente? –Le dije-, si te vas no es por tu trabajo, es por tus locuras, es por tu deslealtad, así que como te lo dije la vez pasada, no te corro; tu has elegido, y; ahora déjame y sigue tu camino. - No es justo lo que me estas haciendo, no se vale que me eches de tu vida de esta manera, ¡Yo que tanto te he dado! ¡Yo que tanto te he querido, y tanto te he apoyado!, y ahora de una patada en el trasero me estas corriendo, - Yo no estoy corriendo, -le dije tratando de guardar la calma- ya te lo he dicho: tú has elegido tu camino, y solo te estoy dando la libertad para que andes con tu chico sin preocupaciones, ¡Eso es todo! - Ahora, ¿Qué le diré ahora a mi familia? ¿Que pensara la gente de mi, cuando me has exhibido como tu amante ante la comunidad? –me dijo visiblemente abatida- Lo siento mucho Elisa, -le dije con cierta conmiseración- Pues a mi me vas a dar mi liquidación, a la buena o a la mala –me dijo alzando la voz- ¡Ah!, y; ¿Cuánto quieres de liquidación?-le pregunte con cierta ironía- Lo que marca la ley –me dijo mirándome fijamente178
- Son como doce mil pesos –le dije tranquilamente- y me tendrás que firmar los documentos de renuncia voluntaria - ¡Que! ¡No es justo!, yo no estoy renunciando, ¡Tu me estas corriendo!, y me vas a dar mi liquidación –me dijo ya visiblemente alterada- Pues dime cuanto quieres entonces –le dije- ¡Quiero cuarenta mil pesos! –Me dijo fuera de control ya- Aja, y; ¿En que te basas para pedirme esa cantidad? - Pues por todas las veces que te acostaste conmigo carajo,
–me dijo Elisa
gritando y agitando las manos en el aire- ¡Ah!, me cobras por todas las veces que me acosté contigo, bueno; si en eso te basas para pedirme la cantidad que dices, todo pensé de ti, menos que fueras una… - Que fuera que –me dijo gritando y encarándome- Las mujeres que se acuestan o tienen sexo por dinero, ya sabes como se les llama, pero; no te preocupes, te pagaré tu dinero –le dije ya molesto- ahora recoge tus cosas y márchate –concluíElisa se retiro en dirección del cuarto de descanso, y yo salí del consultorio rápidamente ante la idea de que me arrepintiera de la decisión tomada y suplicara a Elisa que no se fuera. Apagué mi móvil y abordé mi auto. Circulé sin rumbo fijo, hasta llegar a la ciudad donde estacioné mi auto junto a un parque, pero sin bajar de el, recliné el asiento y me quedé dormido, hasta que el frio de la noche me despertó.
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La noche era fría, una suave lluvia mojaba las calles de la ciudad, la gente caminaba lentamente sobre la alfombra transparente y resplandeciente del asfalto, entraban y salían de las tiendas. Los autos circulaban con pereza, y las luces que se veían melancólicas
iluminaban la
gran avenida. Un par de enamorados
caminaban a mi lado tomados del brazo y cubriéndose de la lluvia con un paraguas, ella recargando la cabeza en el hombro de él. El velo negro de la noche envolvía la ciudad entera, las estrellas se veían como puntos de diamante suspendidos en el ennegrecido firmamento, solo eclipsados por el resplandor y la belleza de la luna llena que lucia engalanada con vestidos de plata, y bellamente adornada con hermosas perlas. Bajé de mi automóvil y caminé como un ser sin vida por las calles de la ciudad. De pronto me sentí viejo, y frio como la muerte. Los deseos y las ilusiones de vivir me habían abandonado, y un quejido largamente contenido escapo de mi garganta. Mis lágrimas brotaron y se confundían con el agua de la lluvia, ¡Quería gritar!, ¡Quería golpear! Por la rabia que sentía. En un muro recargue mi cuerpo, me sentía enfermo de muerte, me sentía morir. Todo había terminado, todo había sido vano, Elisa ha jugado conmigo, Elisa se ha marchado ya. ¡Me marchare! Me convertiré en un ser que vagara sin rumbo conocido sobre la tierra. Viviré moviéndome según el impulso del movimiento celeste como la barca que se deja llevar por las olas del mar. Protegido por el manto de la noche partiré al lugar mas apartado del mundo, donde nadie me conozca, ni conozca mi nombre.
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Hace ya varios días que ella se fue, su presencia y su imagen se mantienen vivos en mi memoria, como la llama de esperanza de aquellos que esperan un milagro. Todo luce triste y vacío, sin ilusiones en el porvenir, todo se ha transformado de pronto en pesimismo ya no hay ímpetu ni energía para seguir caminando la ruta del destino, pensar en ella es inevitable, toda ella invade mi alma y mis pensamientos, la llevo como un tatuaje en mi corazón. No encuentro paz ni motivos para seguir viviendo, y el sufrimiento me ha hecho presa la mayor parte del tiempo, mi corazón permanece triste y apagado todo el día, las fuerzas me han dejado solo, no quiero comer, me he debilitado en extremo hasta para respirar, no quiero continuar esta existencia llena de pesadumbre. Sin embargo; en este estado lastimero tengo que ir durante el día al trabajo, salgo de mi casa
subo al
coche y ella no se aparta de mi pensamiento, todo me recuerda a ella, y en mas de una ocasión he estado a punto de sufrir accidente en carretera. La veo en el día, por la tarde y en la noche, me mira fijamente con sus ojos cafés, siento su respiración tranquila cerca de mi oído, y susurrando me dice que me ama, no puedo olvidarla: que largas se han vuelto las horas sin su presencia, solo unos cuantos meses fue mía, y siento como si toda la vida hubiera estado a mi lado, como si toda la vida hubiera sido mía.
Toda mi casa está llena de recuerdos, su risa angelical se escucha en las estancias, percibo su perfume en los espacios, los días se han tornado grises y opacos en ausencia de la luminosidad que representaba su presencia. El jardín luce extraño, el pasto que alegre brillaba por las caricias de los rayos del astro
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dorado se ha secado y carece de fulgor, los geranios y las rosas se han marchitado, ya no resplandecen, sus pétalos han caído y ya no se mueven con arrebato hacia los rayos del sol. El otoño en el ocaso está, todo se ha tornado frio, es vacilante el tiempo y el aroma invernal ya inunda los sentidos y ella no está junto a mí. Siempre dijo que me quería, que me amaba, que estaría a mi lado el resto de mis días, tantos planes compartíamos; y hoy solo he quedado.
Los pájaros cantan y revolotean, pero no los escucho. Los rayos del sol que se posan en las nubes pasan desapercibidos, solo una oscuridad lúgubre se extiende ante mis ojos, como si de pronto se hubiera agotado la fuente de mi juventud. Siento que me faltan las fuerzas, ya no tengo motivos para vivir, siento mi cuerpo encorvado y flojo hasta para caminar, todo me duele, mi corazón mi alma y mi cuerpo. Mis extremidades cada vez las sentía más rígidas y llenas de dolor, hasta para levantarme al amanecer representa una hazaña. Mi mente se halla vacía y estéril, carece de ideas y proyectos, aun las mismas aspiraciones me resultaban amenazadoras para mi corazón que lucia solitario. Sentía que mi vida se movía en un mundo vacío, donde nada tiene sentido, la sonrisa de mis labios había desaparecido y continuaba mis actividades en silencio. Tenía miedo dormir, veía en mis sueños el rostro de aquella mujer que tanto había amado y que me había engañado, pero que seguía amando. Oía su voz susurrándome al oído lleno de dulzura y abundantemente satisfecha como aquellas noches en que terminábamos abrazados conciliando el sueño después de la entrega hasta el delirio bajo la luz de la luna llena. Todas las noches dormía 182
poco, sentía un terrible vacio en el pecho, despertaba llorando, intranquila se tornaba mi alma por la mujer ausente, permanecía en la cama hurgando entre las sábanas, me levantaba de la cama y caminaba en la penumbra de mi cuarto dando vueltas como un loco, hasta que la aurora me sorprendía. Poco a poco fui abandonando mis actividades y me cerraba en la soledad de mi cuarto a tomar vino, lo hacía con extrema lentitud, escuchando música y pensando en Elisa. En más de una ocasión le pedí a Dios que dejase caer un rayo y terminara con este dolor, porque lo sentía inmenso y profundo por la lejanía de aquella que tanto había amado. Entonces bebía más hasta que todo a mí alrededor comenzaba a balancearse, me desplomaba sobre la cama y quedaba dormido. Toda mi vida ha sido característica mía la de ser una persona tranquila, y con poco interés por las cuestiones sociales, pero en esta etapa de mi existencia me volví cada vez más silencioso, me comunicaba menos con los demás. Vivía desolado,
aislado del mundo y mi vida personal se
había reducido a unas
cuantas personas. Me volví un hombre frio y altanero, antipático, rígido, mal humorado e impertinente, carente de pasión, falto de entusiasmo, libre de ambiciones. Me sentía como un desconocido, preparaba en mi cuarto una comida austera que pocas veces consumía, leía, meditaba, escuchaba música, escribía cartas, lloraba ; y contemplaba las estrellas que danzaban en el oscuro arco de los cielos.
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Hubo un tiempo en que presentaba dura batalla, pero ahora he dejado de luchar, porque mi espíritu esta cansado, carece de fuerza
y nada me parece ya
importante. Hubo un tiempo cuando sabía lo que quería, estaba lleno de energía, y me levantaba cada mañana lleno de ansiedad para conquistar el mundo. No he dejado el consultorio porque me ha faltado voluntad para abandonarlo. Ahora, ya no tengo interés en nada, ya no deseo nada, y es tanto el abandono, que en estos últimos tiempos he pensado mucho en la muerte, no se porque; y se mantiene viva la imagen tentadora del suicidio todo el tiempo. Continúe atendiendo mis pacientes, pero cada vez ingería mayor cantidad de vino, porque bajo los influjos del vino era cuando ella aparecía, y hablaba conmigo. ¡Te extraño mucho! –Le decía-, ¡Regresa conmigo! –Le suplicaba-, ¡Te amo! –me contestaba-. Solo, en la soledad de mi cuarto, y el vino que se había convertido en mi compañero inseparable. Hasta que un día, que comencé a tomar vino desde el amanecer acompañado de la música que a ella le gustaba, y que sobra decir la imagen viva de recuerdo a mi memoria llegaba, repite una y otra vez las canciones “qué de raro tiene” de Vicente Fernández y “ella” de José Alfredo.
Me sentí
aturdido por el licor y lleno de agitación camine tambaleándome por los pasillos del consultorio dando vueltas como un loco, temblaba por la furia que sentía, de momento me detenía, crispaba los puños me tomaba los cabellos y volvía a caminar. Pensé: no existen respuestas para nada en esta vida, no somos nada ante la inmensidad del tiempo y del espacio, no es nada todo cuanto existe; sentía como la sangre se me agolpaba en las sienes, el pecho se me congestionó de
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una ira salvaje y turbulenta, y crispando fuertemente los puños los levanté contra el cielo, y exclamé: “Dios misericordioso no existes, adelante Dios;
continua con este sufrimiento,
goza con mi sufrimiento, ¿Era mucho pedir que Elisa siguiera conmigo?, ríete de mi todo lo que quieras, ¡Adelante señor!; ríe y muestra mi sufrimiento a todo el mundo y exhibe mi mediocridad ante los hombres, algún día me reiré yo, ¡Sí!; antes de abandonar esta vida, me reiré yo de ti y de todo el mundo, a partir de hoy tu y yo somos enemigos, porque eres injusto y cruel, me enfrentare a ti, ¡Te lo juro!; y enseguida destruí todo signo señal o vestigio que hablara de la existencia de Dios. Desgarre los oleos de Cristo y de la Virgen María, azote contra la pared los crucifijos y las imágenes de los santos haciéndose en mil pedazos, destroce el rosario que siempre traía conmigo que me lo había regalado mi madre, una a una desprendí las hojas de la biblia, y los arroje a una gran hoguera donde terminaron siendo devorados con una voracidad satánica. Llegué hasta la puerta abierta del consultorio, y contemple la calle soleada que a medio día lucia solitaria. Estaba conmovido, me sentía solitario y perdido. Una poderosa nostalgia me invadió y percibí un fuerte dolor en el corazón. Fui presa de una ansiedad espantosa, e irresistible resulto la idea de abandonar el consultorio. Caminé por las calles, durante no sé cuánto tiempo, también ignoro que locuras habré cometido en el tiempo que permanecí fuera del consultorio. Recuerdo muy vagamente que salí del consultorio pasado el mediodía, y regresé ya cayendo la tarde, cuando el sol estaba a punto de ocultarse en occidente, con
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rayos multicolores reflejándose en las nubes. Aun bajo los efectos del alcohol, por todo el vino que había consumido durante el día, entre sueños recuerdo que abordé mi camioneta y me retiré del consultorio, quizá fue una alucinación, no me daba cuenta de nada, no veía nada, no pensaba nada… no recuerdo nada; solo voces que escuchaba muy lejos y personas que como fantasmas caminaban unas cerca y otras lejanas. Iba conduciendo y de pronto me sentí incapaz de seguir adelante, algo tronó en la camioneta; y la camioneta se detuvo de una manera casi milagrosa, hoy lo digo y siempre lo diré; algo sobrenatural sucedió ese día que detuvo la camioneta y solo Dios sabe lo que pudo haber pasado de seguir manejando en ese estado. Presa del desconcierto, mi mente se esclareció como por arte de magia, aunque de manera breve y la única idea que nació en ese momento fue la de bajar del auto. Torpemente abrí la puerta e igual con la misma torpeza baje de la camioneta, no podía sostenerme de pie, tropecé y me senté en la banqueta. ¡Ah! Que frágil es la naturaleza humana, que trémula ha resultado mi vida, para mí la batalla esta terminada y perdida. He sido arrojado de la vida de Elisa, mi obra, mi vida. La tome rodando sin rumbo, sin fe; vejada y mancillada. La construí con mis manos, con cariños, letra por letra, idea sobre idea, con lágrimas de alegría regaba su corazón todos los días. La construía con paciencia infinita e hice caso omiso a diversas advertencias. En ella encontré la sabiduría y la luz del glorioso Dios que hasta entonces me había sido negada en la vida. El fuego que ardía en
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sus ojos cada vez que se me entregaba me advirtió muchas veces que no era digno de vivir allí, pero no escuche la advertencia. Finalmente he aceptado mi destino, me siento cansado para luchar, me he enclaustrado en mi fortaleza que habita dentro de mí, donde intento diariamente oponer una última resistencia. Mis pensamientos vuelven lentamente con alegría y no con dolor con Elisa, con ella he vivido los días mas felices de mi vida. Pero, es cierto que ya no quiero volver allí, a un pasado que no volverá, a esos días que lucia radiante de alegría y el amor era mi amigo. Es hermoso soñar en los viejos tiempos, y es acaso lo único que yo puedo hacer ahora. Mi mirada se posa en el occidente, donde el sol se pone y que muchas veces disfruté al lado de ella. Pronto el sol se ocultara en el horizonte, después vendrá el crepúsculo, después vendrá la noche, y así sucesivamente, por toda la eternidad. Resulta agradable vagar por tierras desconocidas, ante lo inesperado. Todo ha terminado en este lugar, Elisa se ha marchado, mi vida se ha modificado, ya nada me detiene en estas tierras, ahora áridas. Me iré de este sitio, partiré al lugar mas apartado del mundo, donde nadie me conozca, ni conozca mi nombre. Ya no hay nada para mí, sin Elisa: la amada de mi corazón. Han sido hermosos esos días…
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