Fabulas mayas 5 0

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Fรกbulas 1

1 Victor Montejo





Fรกbulas 1

Victor Montejo



D

Dedico este libro a mis padres, quienes me enseĂąaron las historias antiguas de nuestros antepasados, los mayas. TambiĂŠn dedico el libro de fĂĄbulas mayas a mis hijos: E. Marvin Montejo, E. Mari Montejo y VĂ­ctor Ivan Montejo, para que puedan aprender y conocr las historias antiguas y mutuo aprecio entre humanos, la naturaleza y el cosmos.


EL PÁJARO

que limpía el mundo

A

ntiguamente, nuestros antepasados los mayas hablaban de un gran diluvio que inundó y destruyó toda la tierra. Ellos contaban que las aguas crecieron, crecieron y crecieron; inundando todos los montos y los cerros más altos y muriendo todo lo que tenía vida sobre la tierra. Solamente una casa se había elevado sobre las aguas, donde se escondieron todas las especies de los animales que ahora existen. Por mucho tiempo las aguas cubrieron el suelo y lentamente fueron bajando, hasta que la tierra quedó nuevamente libre de aquellas turbu-


lentas aguas destructoras. Cuando aquella casa todavía estaba sobre las aguas, el protector de los animales envío de Ho Ch’ok, el clarinero, a observar el horizonte; y como el nivel estaba todavía alto, el clarinero regresó prontamente a dar parte, cumpliendo así su misión. Pasó otro tiempo más y se envió a Usmij, el zopilote, a observar el nivel del agua que bajaba. El mensajero salió volando de la casa, dando varias vueltas en el aire. Luego se dirigió a uno de los cerros ya libres del agua donde aterrizó hambriento. Encontró allí una gran cantidad de animales muertos y putrefactos; y sin importarle su misión, comenzó a devorar parte aquella carne hasta saciar su voraz apetito. Después de darse el gusto, Usmij quiso regresar a dar parte de sus observaciones,

pero cuando llegó a aquella casa ya no se le recibió entre los demás porque su hedor era insoportable. Como castigo a su desobediencia, Usmij fue condenado a alimentarse de todo animal muerto, y a ser el amo de lo podrido y nauseabundo. Desde entonces el zopilote se le llamó “el pájaro que limpia el mundo”, por su nuevo oficio de asear con el pico todo lo que pueda contaminar el ambiente. Usmij, e zopilote, tuvo que conformarse con su suerte y así se alejó volando y revoloteando; asechando siempre en los barrancos en busca de lo que a los zopes les gusta, la podredumbre.


E

l oficio de pinchador que ejerce el zancudo, es siempre un grave riesgo o un peligro del que no se sabe si saldrá siempre con vida. La mayoría de veces mueren en el momento de dar el pinchazo a su víctima. Si el zancudo es ágil y afortunado pues lora satisfacer su apetito y alejarse zumbando; pero si no ¡pobre! En el acto es sorprendido con el palmetazo que lo deja allí destripado. Venía pues un zancudo zumbando de felicidad porque había salido ileso de su oficio al pinchar a un viejo durmiendo. En el camino se encontró con otro que aun iba en busca de si sustento y le preguntó


as, zancudo? v e d n ó d A ¿ — rar a alguno g n a s a y o V — ensas regresar? —¿Cuándo pi e lo dirá p l o g l e a Y —


A

la cueva de los jaguares llegó cierta tarde un grillo vagabundo, queriendo pasar allí la noche. Se introdujo en un pequeño agujero de la cueva y allí como dicta su costumbre, comenzó a chillar escandalosamente toda la noche.

Con sus chillidos perturbó la calma que reinaba, inquietando a la gran familia de carnívoros. Eso causo que enloquecíeran a los habitantes de la cueva, se escuchaban largamente rajando el silencio e interfiriendo en las profundas meditaciones de los reverendos dos búhos que se hallaban sobre ramas de viejos chapernos. Al pasar unas horas y sin resistir más el escándalo, los jaguares despertaron bravísimos y con claras intenciones de exterminar al causante de aquella música desagradable. Dieron zarpados por todos lados buscando al que perturbaba la calma, pero no podían localizarlo por la ocuridad de la nohe. Al amanecer, se levantaron malhumorados y velaron la salida de aquel desconocido que los había desvelado toda la noche. El grillo dio un salto y se puso al descubierto; al verlo los jaguares se extrañaron al ver la pequeñez del músico que los había puesto rojo de ira.


— ¡Bájate de ahí!, le gritaron El grillo se quedó estático sin moverse de su escondite. Pronto buscó una forma segura para escaparse del peligro; al rato declaró injusta la nobleza de sus cazadores por tratar de exterminarlo para evitar que siguiera sus serenatas nocturnas. Se sintieron ofendidos y para ser justos le dieron la oportunidad de defenderse, mientras el grillo afirmo que con más aliados seguramente los vencerían. Un conejo escuchaba la discusión, dispuso colaborar con el amigo grillo, y presuroso se fue por el bosque en busca de toda variedad de avispas; estas mismas aceptaron ayudar. Ambos bandos se encontraron en el llano establecido y el grillo se acercó saltando para dar el

aviso que ya estaban listos; los jaguares, sin dudarlo, se abalanzaron sobre ellos rugiendo y causando gran pánico entre los habitantes del bosque. En el momento que creyó conveniente, el conejo destapó los enormes pumpos y tecomates donde estaban las avispas, saliendo en torrente y furiosas buscando los cuerpos de sus enemigos para hundirles sus venenosos aguijones. Las bestias feroces fueron cubiertos por las envalentonadas avispas, y por más que rugían, corrían y se sacudían, no podían deshacerse de sus atacantes; que furiosas los atormentaban horriblemente. Cansados de lidiar en vano, las bestias se revolcaron en el suelo tratando de librarse de sus incansables perseguidoras. Es duro de creerlo, pero de esta forma el grillo, con ayuda del conejo y de las avispas logró vencer fácilmente a los temibles jaguares que se desbandaron buscando refugio y salvación en sus cuevas.


LOS PRIMEROS

monos

L

a primera abuela iba junto su nieto y nieta por el bosque, cuando estos vieron una colmena en el hueco de un árbol.

La abuela tenía prisa por volver a casa, pero los niños, sin consultarle, se treparon al árbol y muy contentos se pusieron a comer la miel de aquella colmena a abuela se sentó al pie del árbol a esperar que sus traviesos nietecitos mientras éstos jugueteaban en el árbol, olvidándose de la abuela que los esperaba.


La abuela espero mucho tiempo y como los niños no bajaban, la abuela les gritó: —Obedezcan, bájense ya del árbol, que tengo prisa. —Estamos comiendo, abuela, y nuestros estómagos siguen con hambre, respondieron ellos. Ella los siguió esperando mientras los niños comían miel y jugueteaban en el árbol. Otra vez la abuela insistió que los niños bajaran del árbol amanazandolos de dejarlos en el árbol; ellos se negaron mientras hacían muecas y se reían de ella desobedeciendola. Cansada de esperar y convencida de que sus nietecitos no querían obedecer, la abuela se enojó y pronunció estas palabras:

Diciendo estos, ella se quitó el caíste y golpeó cuatro veces en cada lado en el tronco del árbol. En el instante el árbol creció alto y grueso que los niños transformados en mono ya no se bajaron sino se quedaron jugueteando entra las ramas del árbol.

Desde entonces entre los mayas, se sabe que la maldición de la abuela o de la madre sobre los hijos, a veces se —Mis nietecitos, si ya no quieren bajarse del cumple, cuando estos son desobedienárbol, los dejaré para siempre aquí en el bosque. tes y las hacen llorar, como en el caso Que sea la miel y las frutas su alimento desde ahora; y que su cara se transforme para que yo no de los niños que fueron transformados en monos. los reconozca.


P

or convocatoria del tigre y del león todos los animales se reunieron. Desde el más grande hasta el más pequeño, y sin excepción alguna, pregonaba el bando en la jungla.

El conejo era el único que no se había hecho presente a la importante cita.

La cuestión era delicada porque se trataba de la elección del futuro rey de la jungla. Los dos candidatos más fuertes, por supuesto, eran el tigre y el león, que paseaban orgullosos ante la vista de sus subalternos.

Esto decía el tigre, que quería ganar por todos los medios posibles, las elecciones.

Se presentaron pues todos sus súbditos; y entre gritos y clamores mostraban a los candidato; grande bullicio había, que estremecía el bosque, que estremecía a la selva entera. Aquí y allá se escuchaba comentarios que balanceaban las posibilidades de cada contendiente.

—Las votaciones están parejas y hace falta el conejo para que decida. Iré a traerlo, sea a las buenas o a las malas.

No tardó el felino en localizar al conejo que dormitaba debajo de unos verdes retoños; y así, políticamente preguntó cual era su razón de faltar a su cita. —¡Ay! lo siento, señor tigre. Estoy muy enfermo y no puedo levantarme de mi lecho, ame nos que usted quiera llevarme cargado.

El león permanecía tranquilo; en cambio el tigre se paseaba nervioso y hasta casi furioso entre los asistentes, constatando la presencia de todos los animales.

LA ELECCI


El astuto conejo se hizo el enfermo y se vendó la cabeza con grandes hojas de frijol; luego el tigre, sin preocuparlo por la distancia, lo cargó y velozmente llegaron al pleno de los congregados. —¡Ha llegado el conejo! ¡Ha llegado el sabio conejo!, gritaban todos, al unísono.

cazador, pero por esto mismo podría ser un gran peligro para nosotros, porque tendría entonces toda la libertad de exterminarnos para saciar su siempre voraz apetito. En cambio, el león es un poco más pacífico y menos impulsivo que el tigre, y por esto, ¡voto a que el león sea nuestro rey!

El tigre se hizo a un lado, retorciéndose ansiosamente su enorme cola, mientras esperaba el fallo definitivo del conejo.

Todos los demás animales secundaron la sabía decisión del conejo y de esta forma el león forma fue confirmado rey de la selva.

En cambio el tigre se alejó derrotado, comprendiendo desde entonces que el tipo que tiene el —¡Un momento camaradas! Antes de llegar a tan criterio bien cimentado, no puede ser fácilmente importante decisión, conviene conocer a fondo sobornado aunque se le cargue en lomos, como en a los candidatos. ¡A ver, a ver! El tigre parece el caso del conejo. un buen candidato por su agilidad y su garra de Entonces el conejo habló con gran seriedad:

ÒN DEL REY

de los animales


l

a preocupación y el desvelo de una madre por hacer crecer a sus hijos de dimensiones incomprensibles. Su abnegación, entrega y amor que ella atesora en su corazón para propiciar el cuido al hijo y a la hija es inmensamente grande. La madre es un ángel. La madre es un tesoro. La madre es un ser especial a quien debemos amar en cada instante de nuestras vías. Pero muchos de nosotros no tenemos un corazón hermoso como el de ella, para devolverle con bien todo el sufrimiento que ella ha padecido calladamente por sus hijos.

Algunos rechazan, desprecian y ofenden a sus madres y las hacen sufrir aún en su ancianidad; cuando estas benditas mujeres deben ser objeto de amor y del cuidado de los hijos, como un agradecimiento a la vida que ellas nos han dado con profundo amor. He aquí pues, na madre anciana quiso visitar la casa de su hijo y reposar a la sombre de aquel hermoso lugar, pensando que como hijo suyo que era el hombre, le daría siquiera unas tortillas para calmar el hambre que le hacía tronar el estómago. Pero no fue así, porque el hijo al ver a su desdichada madre se acercaba a su casa, con desprecio ordenó a su esposa que escondiera la olla rebosante del “gallo en caldo” que había cocinado para la cena esa tarde.


La anciana madre se sentó en el marco de la casa y el hijo con vivo desprecio dijo:

¡Vieja! ¿Qué viene a hacer aquí en mí casa? La madre respondió: —Hijo, únicamente quiero descansar a la sombre de tu casa —Pues, no creo que tenga algo que darte. Además, me aburre que me visites tanto.

El hombre y su esposa tuvieron que resistir el gusto de devorar el suculento caldo de pollo delante de la anciana por compartir con ella comida. La anciana se cansó de estar sentada en el marco de la casa sin recibir la atención ni el aprecio de su hijo. Muy lentamente se puso de pie y retornó a su casita, triste y desconsolada por la ingratitud y la indiferencia de aquel hijo malagradecido. —Ya se ha ido la vieja, comamos el gallo, dijo el hombre a su compañera del hogar.

La esposa trajo la olla que había permanecido oculta a la vista de la pobre madre y ya puesta la mesa, lo destapó —¡Huuuyyyyyyy, Jesús!, exclamó asustada la mujer —¿Qué pasa? Preguntó el hombre asustado. Lo que estaba pasando era que en vez del hgallo cocido apareció enrosacada dentro de la olla una víbora venenosa. Al momento de destapar la olla, la víbora sacó la horrible cabeza 3n actitud de ataque. Quisieron matarle, pero está salió del recipiente y se deslizó sacudiendo sus cascabeles. La quisieron mate, pero la víbora se ocultó rápidamente en el corral de piedra que circundaba la casa. Se dice pues que, que desde entonces nació la víbora, como el prototipo de la maldad acechante: nacida del corazón vil de aquel hijo que no quiso reconocer el sagrado amor de una madre.


EL QUE


CORTA ÁRBOLES

acorta su propia vida C

uando yo era niño, mi padre siempre me decía: —Hijo, no cortes arbolitos verdes por gusto, porque el que esto hace, acorta su propia vida y muere lentamente.

Esta exhortación me ha tenido siempre preocupado, especialmente si por descuido he cortado con mi machete algún arbolito a orillas del camino. No es nada nueva esta prevención, pues la han hecho siempre los abuelos desde tiempos, remotos; y mi padre, conocedor de estas enseñanzas, me las ha repetido a mí y a mis hermanos. Ahora que oigo las palabras “contaminación, erosión y tala inmoderada” me doy cuenta del valor filosófico de esa enseñanza, pues todos estos males con el significado de esa muerte lenta que predijeron desde el antaño nuestros abuelos, cuando claramente decían: “El que corta árboles por gusto, acorta su propia vida.”


LAS VISIONES

del perro

T

usik, perro viejo, todas las noches salĂ­a al patio de la casa a ladrar incansablemente, tensando sus largas orejas hacia adelante como si divisara el lejano horizonte, visiones diabĂłlicas o fantasmas que se le echaran encima.


De esto, las madres decían así a sus hijos: —Los perros que laten como Tusik todas las noches, tienen largas visiones y pueden ver cosas extrañas que otros perros no pueden; mucho menos nosotros los humanos. Y lejos de ser esto una gracia para el perro, viene a ser una desgracia que los mantiene siempre con insomnio; y lo peor; siempre aterrorizado. Esto es una extraña enfermedad de los perros. El niño Chilló que había escuchado esto, quiso comprobarlo cierta tarde y sobrepasando las palabras de su madre agarró a su famélico perro y le desprendió de sus ojos entrecerrados, los verdes cheles que le fluían con profusión. Luego los unto a sus ojos como si fuera una extraña pomada que había desprendido de los húmedos ojos de Tusik.

Poco tiempo después el niño comenzó a ver cosas extrañas, inquietando al vecindario con sus alarmantes gritos nocturnos: —¡Aaayyy! ¿Qué es esto? ¡Defiéndanme, que se me echa encima! ¡Uuuuyyyy! Todas las noches sus gritos se unían a los latidos del perro que miraba fijamente a la distancia, tembloroso. Poco tiempo pudo el niño Chilló resistir este extraño mal porque enflaqueció horriblemente y por fin dejó de existir. Desde entonces se divulgó que era malo untarse en los ojos los cheles de los perros que ven visiones por las noches. Lo que le sucedió al niño Chilló sirvió de escarmiento para los otros niños en la comunidad y desde entonces todos les tienen compasión a los perros con visiones nocturnas.



EL PARLACHÍN Y

la muerte

U

n parlanchín clamaba así, de suerte, alabando claramente las cualidades de la muerte.

—Y admiró a la muerte amiga que jamás ha tenido preferencias, pues para ella que no hay diferencias de color, de raza ni de traje; a todos ella acaricia por igual sin importarle jamás el linaje; o si es niño, es joven o es viejo, a todos ellos toma por parejo; por eso yo admiro con alardes y la invitación a ser mi comadre. A sus gritos, la muerte llegó presurosa y sin más ritos, ahí se hicieron compadres. Pasó algún tiempo entonces, de despreocupación y de goces, cuando la muerte regresó buscando fiel y ansiosa al carísimo compadre quien, al verla de nuevo, se desmayó.

— Vengo compadre, a llevarte conmigo al lugar que te has merecido, ven pues pronto, como buen amigo y sin miedo por esto te digo. — No comadre, ¡a mí no me toques! ¿No ves que hemos hecho un pacto de amigos y hasta de compadres? — ¡Ja, ja, ja! ¿Qué cosa dices, compadre? ¿No pregonabas hace algún tiempo mi proceder y mis cualidades? Pues te irás conmigo hoy aunque tengas trabajos entendido. ¿No ves que no tengo yo preferencias y actúo con todos parejo? Conmigo no valen compadrazgos, raza, traje, color, edad ni idiomas. De esta forma y sin que hubiera remedio, el compadre fue arrebatado dejándolo todo ahí, truncado.


Y A N I D R A S LA

l o c a r a c el


U

n señor caracol, sin tomar en cuenta sus condiciones, lanzó un reto de carrera a un travieso pececillo.

—Está bien, dijo la pequeña sardina. —Correremos un tramo que tu desees, pero la carrera ha de tener un sus reglas y un premio para el ganador del evento. —¡Expongo mi sombrero!, dijo espontáneamente el caracol al no tener otra cosa que ofrecer; y así quedó acordado el trato. No creo que ustedes lo duden, pero el pececillo dio tantas vueltas en el río, mientras que el caracol no encontró la manera de arrancar la carrera. ¿Qué paso entonces? Pues lo que tenía que pasar ¡El señor caracol perdió su sombrero!


Ilustraciones, diagramación y diseño Juan Pablo Mérida Zuñiga

Asesor

jpmeridazart jpmeridazart

Jairo Choché

Autor

Victor Montejo

Universidad San Carlos de Guatemala Guatemala, 31 de Agostos de 2017

Una recopilación del libro “El pájaro que limpía el mundo y otras fábulas mayas”





La milenaria tradición oral que da vida y continuidad a la cultura maya es rescatada en estas fábulas. Con esas recreaciones literarias, Víctor Montejo ofrece un testimonio de los valores de respeto, unidad y entendimiento que el pueblo jakalteco del occidente de Guatemala propone lograr una coexistencia ármonica entre los seres humanos y su ambiente natural y sobrenatural.


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