GALERIA DE LA AGONIA UN MODESTO IDEARIO SOBRE EL MAL
JAIRO RODRIGUEZ AMADOR
3ยบ COMUNICACIร N AUDIOVISUAL / MITOS E IMAGINARIOS COLECTIVOS
…but what’s puzzling you / is the nature of my game…
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Pecado Original: Una Sinécdoque De El Mal “Extraño es el arte de nuestras necesidades, capaz de convertir en bellas las más viles de las cosas” -
El Rey Lear (William Shakespeare)
James Bulger murió el 12 de Febrero de 1993. Este dato, por si mismo, sin ningún tipo de contexto ni de añadido, no posee una gran relevancia o interés para alguien que no conozca a Bulger. No lo aparenta al menos. Es comprensible. El interés y la relevancia vienen estrechamente ligados a una cierta conexión empática. No sabemos nada de James Bulger hasta ahora y murió hace más de veinte años. La muerte es una parte triste, pero inevitable de nuestra existencia. Todos lo aceptamos en mayor o menor medida. La gente muere. James Bulger y el resto han muerto o van a morir. No hay forma de evitarlo. James Bulger fue asesinado. Ahora tenemos otro dato. Uno que aporta un matiz distinto. Si hubiese muerto por culpa de una enfermedad, por algún fallo en su organismo, por algún motivo puramente fortuito, no sentiríamos ningún tipo de incomodidad frente a su muerte. Podríamos sentir tristeza, pena, lastima. Pero no creeríamos necesario culpar a nadie. No hay ningún objeto al que dirigirnos y exigirle respuestas. Las enfermedades, los accidentes, las coincidencias simplemente ocurren. Si James Bulger hubiese sido atropellado por un coche, golpeado por alguna maquina en una fabrica o afectado por alguna enfermedad que un medico negligente no ha sabido ver a tiempo, podríamos reprocharles una cierta responsabilidad. La familia y conocidos tendrían un motivo para, en un momento de pura rabia visceral, llamar asesinos a los responsables parciales (meros instrumentos de la coincidencia) de la muerte de Bulger. Esa rabia visceral puede echar raíces o puede desvanecerse conforme la aceptación de la arbitrariedad de la muerte vaya enfriando las tripas de aquellos que tienen que vivir con la ausencia de uno de los suyos. Este tipo de sucesos puede llevar a alguien cercano al perdón o al rencor. Sabemos cuál es el camino correcto para el buen funcionamiento de la comunidad pero, aun así, entendemos si alguien se ve arrastrado a la otra opción. Porque es una respuesta visceral, emocional. Algo que uno no elige. Algo que está justificado. James Bulger murió el 12 de Febrero de 1993. Hace más de veinte años de distancia de nosotros. Bulger nació el 16 de Marzo de 1990. A menos de tres años de distancia de su muerte. Todo acto de asesinato es un pecado, pero incluso el infierno tiene círculos diferenciados. Matar no está bien, en ningún caso, pero podemos aceptarlo si de ello depende nuestra supervivencia. Por eso matamos animales para comérnoslos. Es necesario. Matar no está bien, pero podemos aceptarlo en defensa propia. Matar no está bien pero podemos comprenderlo en el frente de guerra, en la lucha contra el crimen, en la pena de muerte. Matar no está bien, pero entendemos de donde surge en el terrorismo, en la violencia de género, en el abuso escolar que lleva al suicidio. No lo justificamos. Su causa no es justa, pero entendemos que tiene una causa. Podemos ver su dinámica, sus tensiones, las fuerzas que lo hacen moverse. ¿Pero que lleva a alguien a matar a un niño de dos años? Tal vez lo haya matado su madre, en un caso extremo y sostenido de depresión post-parto. Tal vez lo haya matado un pedófilo, asustado de las consecuencias una vez descubran las cosas que ha hecho. Tal vez lo haya matado un secuestrador en un momento de desesperación, al ver que su plan no está siguiendo el camino que tenía previsto y que todo solo puede ir a peor. Todos son casos terroríficos (y la elección de este caso en concreto por mi parte no es arbitraria en este aspecto) pero tienen una explicación. Son monstruos con motivos.
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El James Bulger del primer párrafo no es este mismo James Bulger. Podemos aceptar que muriese. Todo el mundo muere. Pero no todo el mundo es asesinado. No todo el mundo muere a los dos años, cuando no ha tenido tiempo para hacer algo que explique su asesinato. Posiblemente, a estas alturas, tus tripas ya estarán pensando en qué clase de monstruo ha podido matar a esta criatura. Estás pensando en un castigo. No estás pensando en otro ser humano. No estás pensando en motivos o causas que lo justifiquen. No puedes hacerlo, eso implica humanizar a un monstruo, algo incómodo desde cualquier ángulo. James Bulger tuvo una muerte lenta y tortuosa. Cruel y horrible. Monstruosa. Sin motivos ni causas ni justificaciones. Arbitraria. Gratuita. Maligna. Bulger fue asesinado por Jon Venables y Robert Thompson. Ambos tenían once años en el momento en que secuestraron, torturaron y mataron a Bulger. Venables y Thompson, reducidos a “Chico A” y “Chico B” en El Sistema Judicial, fueron tratados como adultos debido a la malignidad de su crimen. El juez que los condeno dijo a los asesinos que su crimen era uno de “maldad y barbarismo sin igual”. Todo crimen acaba reduciéndose, en mayor o menor medida, a una cuestión maniquea de “el bien contra el mal”. El sistema está en contra de El Mal. La comunidad está en contra de El Mal. El Mal ha de ser castigado con El Mal. No reformado, pues su forma es rígida. No perdonado. No aceptado sin cuestión, como se le exigía a Job. Incluso Dios creó un lugar de sufrimiento eterno para aquellos que no siguen sus caminos. Pero Venables y Thompson son humanos también, mal que nos duela. Ellos deshumanizaron a James Bulger. Así es como consigues hacerle algo horrible a otro humano. En el momento en que un humano, independientemente de sus acciones, se convierte en “otra cosa”, puedes hacerle lo que necesites. Porque ya no es uno de nosotros. Incluso el acto de la defensa es un acto de (necesaria) deshumanización. “El me ha atacado, por lo que me veo obligado a defenderme. Si alguien ha de morir, un agresor es menos necesario que yo.” Todo acto de violencia (un proceso natural al que estamos atados) surge de estos dos preceptos: una visión variablemente solipsista de que nuestras necesidades son “objetivamente” más necesarias que las de El Otro así como la búsqueda y disposición de una serie de causas y justificaciones que validen nuestras acciones en base a el ajusticiamiento de acciones pasadas irreversibles y el impedimento de hipotéticas e imprevisibles acciones futuras. No hay tanta diferencia, al menos conceptual, entre asesinar y ajusticiar. Ambos mecanismos funcionan de una manera muy similar: un organismo considera que su necesidad (sea gratificación, sea curiosidad, sea estabilidad comunitaria o promesa de seguridad) tiene prioridad sobre la independencia vital de El Otro. Thompson y Venables decidieron que la vida de Bulger era menos necesaria que sus inquietudes violentas. El sistema judicial consideró que la necesidad de encerrar a dos asesinos (potenciales perpetradores de más asesinatos) era más necesaria que la libertad de ambos chicos. No estoy haciendo un juicio moral sobre ambos casos. No estoy diciendo que encerrar sea matar. Matar es matar y encerrar es encerrar. Todo esto no va sobre eso. Estoy intentando comprender las necesidades de ambos actos. Porque de aquí es de donde surgen todos los problemas; si Thompson y Venables hubiesen entendido la necesidad de Bulger no lo hubiesen asesinado y el sistema no hubiese tenido que verse en la situación de entenderlos o encerrarlos. La víctima es el verdugo es el criminal. Lo que necesitamos, lo que queremos, no se soluciona encerrando gente donde no podamos verla. Hay problemas más complejos incluso por encima de este. No hay un elemento llamado “Mal” que combatir, pero la brecha en la comprensión de El Otro necesaria para ser consciente de ello es tan grande que no podemos ver siquiera si hay algo al otro lado.
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El Mal es un mito que presenta una explicación sencilla a una problemática muy compleja. No tenemos problemas en reconocer ciertos males supremos (el nazismo, los crímenes de guerra, la pedofilia, el asesinato a sangre fría, el racismo…) contra los que todos nos oponemos… desde fuera. Si, por alguna razón, uno se ve arrastrado aunque sea la periferia de estos males (un amigo de ciertas inclinaciones nazis, por poner un ejemplo sencillo) empieza a buscar justificaciones. Empieza a humanizar el problema. “Tiene este problema concreto, pero no es mala persona”. Lo cual es necesario. Hace falta integrarse e involucrarse para poder solucionar. Hace falta vivir el problema para pretender solucionarlo. Por eso los economistas no pueden solucionar los problemas de la gente pobre: porque no son pobres. Para solucionar el problema que supone El Otro tienes que integrarte con El Otro. No hace falta ser un monstruo para cazar a un monstruo, pero si hace falta comprenderlo y pensar como él y dejar de llamarlo monstruo. Sentir empatía. Sentir compasión. Pensamos en los asesinos o en los pedófilos (por poner dos ejemplos que despiertan una visceralidad casi unánime) como si eligieran ser quienes han sido. Los reducimos a “malignos” porque otro acercamiento implicaría mirar al abismo y cerrar la brecha que los separa de nosotros. Nunca pensamos como son cuando no están haciendo eso que tanto miedo nos da y que tan incómodos nos pone. No pensamos en ellos con sus amigos, con su familia o en la depresiva e insegura reflexión de la noche. En las comunidades del norte de Europa se plantea una política de reinserción de criminales. Su tasa de reincidencia es la más baja del mundo. Lo único que hacen es tratarlos como humanos. Tratarlos como lo que son. Nosotros y no otra cosa. Por supuesto, no todo el mundo puede ser reinsertado. No hay una solución perpetua. No hay ninguna meta donde se acabe la carrera por siempre. La psicopatía, el fanatismo, el solipsismo o las condiciones mentales (de nuevo, no elegidas, difícilmente modificables) que conducen las conductas criminales son cableados complejos que implican mentalidades difíciles de entender y de reconducir, por eso son un problema. El conjunto de condiciones (biológicas, psicológicas, sociales) en que uno se desarrolla y que lo convierte en quien es ofrece un nivel muy rígido en cuanto a flexibilidad y abstracción para empatizar con el otro. Aun somos animales y nuestras reacciones más instintivas y viscerales aun dominan muchas de nuestras conductas. Ni siquiera la consciencia sobre estos condicionamientos nos ayudan (por eso la gente no pide perdón ni se arrepiente ni aprende, aunque se dé cuenta de ciertas consecuencias e implicaciones de sus actos, aunque sepa que debe hacerlo). Ni el castigo ni la educación nos van a librar de que estas cosas sigan pasando porque la única solución es un nivel global de abstracción y consciencia sobre nuestros límites difícilmente planteable. No pretendo decir que no hay que hacer nada salvo sentir una lástima condescendiente con aquellos que se ven conducidos a este tipo de conductas. El crimen ha de ser reconocido como tal, pero dudo que combatir el fuego con fuego sea la solución. Tenemos un problema con las consecuencias de nuestras acciones, con la consciencia de nuestros actos, con la justificación de las acciones dentro de nuestro grupo, con la culpa, con la compensación, con la simplificación, con nuestra masturbatoria y falsa superioridad moral, con la ejecución pública y el castigo, etc. Lo que pretendo decir es que ambas orillas ven a la otra como la orilla del mal en vez de verla como un espejo de aquellas oscuridades internas que nos negamos a observar, como un hombre enfermo que se niega a ir al médico para no confirmar aquello que teme portar. Nadie hubiese escrito nada sobre James Bulger si Bulger hubiese nacido muerto. Nadie hubiese considerado maligno que este sitio permita algo así. En el gran esquema, ¿cuál es la diferencia? Esa es exactamente la brecha a la que tenemos que enfrentarnos.
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El Gran Dios Guerra Exige Un Sacrificio: La Necesidad De El Enemigo “Think of all the hate there is in Red China / Then take a look around to Selma, Alabama / Ah, you may leave here, for four days in space / but when you return, it's the same old place” -
Eve Of Destruction (Barry McGuire)
En toda guerra hay un bando bueno y uno malo. Nosotros y Ellos. Uno no podría permitirse ir a una guerra contra un bando de motivaciones razonables y luchar a muerte contra él. No funciona así. Debe estar en juego algo vital e importante. La democracia, Occidente, la libertad, el progreso, la civilización, la independencia… así es como funciona. Si la gente se opone a tu bando se opone a lo que tu bando representa. El mapa se convierte en el terreno y el bando que defiende un valor se convierte en la personificación de dicho valor. El bando que se opone a nosotros se opone a nuestro valor, es decir, representa precisamente lo contrario. Nosotros somos El Bien y estamos luchando contra El Mal. La Civilización contra la Barbarie. La Libertad contra La Tiranía. Toda guerra debe convertirse en una implicación donde elegir bando sea, no solo fácil, si no prácticamente obligatorio. Conmigo o contra mí. Debes obligar a los demás a unirse a una empresa violenta. La guerra no es solo la forma más avanzada de violencia junto a la justicia, si no que es el rito de confirmación definitivo frente al grupo. Desde nuestra posición es fácil ver el nazismo como un mal supremo pero no hay que olvidar el fascinante y esquizoide complejo de donde surge. Alemania es un país en la ruina gracias a una Gran Guerra promovida por altas esferas aristocráticas e intereses capitalistas. La paz es una mala noticia para aquellos que necesitan de la Guerra para vender productos y seguir moviendo una de las piezas más importantes del motor económico. Necesitamos más beneficios. Necesitamos más terreno. Necesitamos más recursos. Los otros lo tienen. Nuestras necesidades son más necesarias. ¿Fue culpa de los alemanes votar a alguien que se puso de su lado mientras se morían de hambre? Desde la distancia y desde fuera es fácil de juzgarlos. Es fácil juzgar las actuales acciones de Israel sin tener en cuenta la persecución y el odio sistemático que ha sufrido el pueblo judío a lo largo de la historia, pero tampoco conviene olvidar que son el autoproclamado pueblo elegido de Dios. ¿Es su culpa haber heredado una religión que los condena a una separación cultural? El pasado se carga y se acumula. Es fácil señalar a un bando que hace algo reprochable, pero no es tan fácil pensar que le ha pasado para que lleguen hasta esta situación. Es más fácil señalar la meta que examinar el camino. ¿Deberían los bancos y las empresas armamentísticas dejar caer el sistema económico por un mundo sin especulación y sin armas? ¿Estaríamos dispuestos a la repercusión de tales decisiones? Todas las guerras, epidemias difícilmente tratables, son organismos complejos y extremos, difíciles de explicar de manera exegética, pero que exigen de este tipo de análisis. Yo, personalmente, jamás estaría en el bando de Hitler, de Kissinger o de Thatcher (por poner ejemplos de personas de las que me cuesta hablar en términos de “humanidad”) pero no dudo que sus acciones vienen facilitadas por un sistema que les permite tomar las decisiones que tomaron y por una cronología social y cultural que les legitima frente a un gran sector de El Grupo a tomar dichas decisiones. Sus decisiones contra la humanidad no son decisiones “personales”, son decisiones más grandes. Despersonalizadas. Uno puede ser racista teniendo amigos de otras razas de la misma manera que uno puede tener amigos homosexuales siendo homófobo. El problema no es una persona de ese colectivo, el problema es lo que el colectivo representa frente a ellos. Esa es la importancia de El Enemigo. Uno no está en contra de estos judíos en concreto, si no de lo que El Pueblo Judío representa. Uno no está en contra de estos
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mineros en concreto, si no de lo que Los Sindicatos representan. Uno no está en contra de unas personas en concreto, porque eso no es “justificable”. Uno está obligado a estar contra El Mal. No todas las guerras se libran con armas en un campo de batalla. No todas las guerras implican una invasión de un terreno físico. Todas las guerras, sin embargo, buscan lo mismo: la conquista y la legitimación de un privilegio. Posiblemente las dos grandes guerras del mundo moderno sean menos obvias frente a la historia (por motivos fácilmente deducibles) de lo que pudiera parecer en un primer momento. Una es la guerra económica de las clases. La otra es la guerra de la presencia y la representación social. La primera lleva en pie (con diversas y fascinantes fases) desde hace siglos. Las crisis del capitalismo son obvias e inevitables (debido a los errores inherentes al propio sistema, como en cualquier otro sistema) pero eso no impida que el sistema siga en pie. Uno puede cuestionar el capitalismo, pero no oponerse a él, porque El Capitalismo no representa al capitalismo. El capitalismo representa la libertad. Oponerse al bando del capitalismo es oponerse a la libertad. Por eso la Unión Soviética “no ganó” la Segunda Guerra Mundial. La ideología es una pieza fundamental de nuestra conducta individual y social. Todo lo que no sea el capitalismo esta con El Mal o es utópico. El Capitalismo puede tener fallos, pero fuera de él no hay salvación posible. Esto es una guerra ideológica que opone dos bandos inmiscibles; uno que quiere mantener sus necesidades y sus privilegios frente a una alternativa que se los arrebata o se los suaviza. Thatcher contra Los Sindicatos. Kissinger contra los gobiernos socialistas de Sudamérica. Es necesario asociar cualquier alternativa al capitalismo con El Mal. Asociar la alternativa con la inestabilidad y ponerlo como una amenaza a la necesaria seguridad de nuestra comunidad. Si no lo haces, no conseguirás que nadie muera por él. La segunda guerra es puramente ideológica. No es irracional pensar que los privilegios más importantes, los motivos que llevan a un estado o a una organización a cometer actos de guerra o de opresión son puramente “funcionales”. Dinero, territorio y poder de ejecución sobre el resto. No parece ser así. No digo que no sean de una importancia terrible, por supuesto que lo son, pero no hay que mirar hacia otro lado a la hora de ver otro tipo de privilegios por lo que se lucha con menos violencia pero con la misma virulencia. La razón por la que solemos dejar esta lucha de lado es sencilla; se nos permite a una gran cantidad de nosotros comulgar y disfrutar de sus beneficios. Los hombres no tienen que preocuparse de la misoginia. Los heterosexuales no tienen que preocuparse la homofobia y así sucesivamente con todos estos modelos de discriminación que surgen del mismo lugar: el establecimiento de un código de “Lo Normal” que nos separa a Nosotros de Ellos y que convierte una serie de elementos dados (uno no elige la configuración mental o biológica con la que nace) en representaciones de El Mal que, “curiosamente” coinciden con aquellos que quedan fuera de El Grupo. Todo acaba siendo la misma idea; fuera de El Grupo no hay salvación. Eres nosotros o no puedes ser. Al final todo se convierte en el privilegio más solipsista posible; solo nosotros somos necesarios. Cualquier amenaza, cualquier alternativa, ha de ser reducida, desprestigiada y destruida. ¿Supone alguna amenaza real la homosexualidad, la feminidad o, en términos más pantanosos, las condiciones mentales distintas a las nuestras para nuestra hegemonía cultural? No, pero no se permite ninguna alternativa. Ni siquiera la promesa de una alternativa. Todas las guerras son una defensa violenta de la cuestión sobre la necesidad suprema de nuestro grupo. Si permitimos que alguien nos cuestione estaríamos permitiendo que alguien cuestione la validez y la seriedad del dogma ideológico por el que vivimos y morimos. No podemos permitir eso. Fuera de esta cárcel que hemos construido para nosotros mismos no puede haber salvación posible.
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Nadie Obra Mal A Sabiendas: El Dogma De Las Excepciones. “Y el Señor dijo a Caín: ¿Dónde está tu hermano Abel? Y Caín respondió: No lo sé. ¿Acaso soy yo guardián de mi hermano?” - Génesis 4:9 En el principio la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo. Entonces dijo Dios: Sea la luz. Y hubo luz. Y vio Dios que la luz era buena. Sin embargo, Dios tuvo que crear la luz para darse cuenta de que era buena. Antes de aquello solo estaba la naturaleza en su estado más prístino; un caos oscuro y vacio suspendido en el abismo. Tendemos a fijar la vista en la expulsión de nuestra especie del paraíso como el origen de nuestro interminable tormento y olvidamos con ello su desolador origen. Este es un lugar oscuro, vacio y suspendido sobre el abismo. El estado natural de este sitio era “maligno”. Fue Dios el que añadió la luz. El que tuvo que crear algo que, en oposición, era bueno. Esto, sin embargo, no lo libra del que quizás sea el mayor juicio al que Dios se ha enfrentado desde que decidió dejarnos probar del árbol del conocimiento: ¿Por qué permite que ocurran cosas malas? No hay solución a la pregunta. Los caminos del señor son inescrutables y no deben de ser cuestionados. Sin embargo, ¿por qué permitimos nosotros que el que está al mando permita que ocurran cosas malas? Todos los grupos siguen la misma jerarquía; la del único grupo que se nos ha dado de forma natural. Usamos el mismo patrón para todas nuestras relaciones. Familia. La familia humana tradicional sigue un esquema claro y evidente. Hay un padre que dicta, mantiene, protege y domina. Hay una madre que perpetúa, guía, educa y obedece al padre. Hay unos hijos que obedecen, no cuestionan y cuya labor es honrar a sus padres y, eventualmente, convertirse en ellos. En la religión sería Dios – Iglesia – Creyentes. En la empresa es Dueño – Jefe – Esclavo. Todos los grupos oprimen y todos los grupos coartan y anulan a los miembros de los estamentos inferiores, que creen ingenuamente, que en base a no molestar hacia arriba pueden subir los escalones. ¿Si el padre se preocupa por su familia por qué hay violencia de género y castigo a los hijos? ¿Si el dueño se preocupa del funcionamiento de su empresa por que permite condiciones desfavorables para aquellos que mantienen en movimiento a la misma? Dios nos creó a su imagen y semejanza. Si nosotros somos arrogantes, inseguros, mentirosos, poco coherentes con nuestros valores, crueles, desconsiderados con El Otro, autoritarios y violentos ¿por qué no iba a ser Dios exactamente igual? Si la única prueba de la bondad de Dios son las sagradas escrituras, representantes de su voz, un testimonio nada objetivo, ¿por qué deberíamos de creer su palabra sobre sí mismo por encima de las pruebas que nos presentan lo contrario? Por lo mismo por lo que un niño no le lleva la contraria a su padre: Miedo al castigo. Estamos integrados en el grupo de Dios. Se nos permite una salvación. Estamos integrados. No queremos perder eso. No hay nada que la especie humana desprecie más que la libertad. Ser libre implica tener que decidir cómo actuar en cada momento sin ningún tipo de guía y aceptar de pleno las consecuencias de dichas acciones. Ser libre es incómodo. Podemos delegar la responsabilidad de estos males en otro. Y, por lo tanto, permitimos que permita el mal. Nos libra de la culpa. En “Hamlet”, una de las obras definitivas sobre la esquizoide problemática de El Poder, el homónimo príncipe de Dinamarca “necesita” la influencia sobrenatural de su padre muerto para justificar el asesinato de El Rey. Hamlet odia a su tío, rey ilegitimo de Dinamarca, por haber
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matado a su padre, rey legitimo. Así que Hamlet planea seguir los pasos de su tío y matar al rey para ocupar su puesto. ¿Quién decide cuando la misma acción es legítima y cuando no? Aquel que está dispuesto a llegar más lejos para ello y todos aquellos que están dispuestos a permitir que lo haga. El Mal es un pacto social, capaz de dictar dos sentencias distintas para una misma acción. Tanto La Biblia como Hamlet son obras fascinantes para ser analizadas desde un punto de vista psicológico y sociológico. Aceptamos que Dios arrase Sodoma y Gomorra o que sacrifique a su propio hijo porque aceptamos que tiene un motivo para hacerlo (empatizamos con él) y porque tememos que nos expulse de El Grupo. ¿Podría Dios haber impedido la creación de Sodoma y Gomorra en vez de esperar su decadencia y destruirlas? Claro. ¿Podría Dios haber encontrado otra forma de librar a la humanidad de El Pecado Original (recordemos, también creado por el) que no fuese el sacrificio de su hijo (recordemos, también él mismo)? Claro. De la misma manera en que Hamlet no necesitaba aquella obra de teatro en que representaba a su padre siendo asesinado por su tío (fascinantes todas estas malsanas duplicidades, perpetuaciones, ecos y repeticiones) ni necesita perdonarle la vida a su tío mientras reza para darle muerte mas tarde. Esta bizantina maraña es otra de las razones por la que no queremos estar al mando; el poder y el terror (la forma más primaria y visceral de respeto) requieren de un complejo y enloquecedor despliegue teatral. Ni Dios ni Hamlet pueden olvidar en ningún momento su papel si quieren permanecer en el poder. El poder absoluto corrompe absolutamente. El poder absoluto debe corromper (corroer, consumir) absolutamente. No fue Nietzsche el primero que certifico la necesaria muerte de Dios. Años antes, un joven filósofo llamado Philip Mainländer (que acabo con su vida a los 34 años) en su obra “Filosofía De La Redención” proponía un origen del mundo que parece coincidir con la oscuridad inherente de este sitio. Mainländer, mitad pensador, mitad poeta, proponía un origen derivado, paradójicamente, del fin de Dios. Concebía a un Dios hastiado y desesperado en su solitaria unicidad. Para acabar con este permanente estado de agonía, Dios se suicida dividiéndose a sí mismo a través del tiempo y el espacio, convirtiéndose en La Existencia, dando vida a todo aquello que habita el universo, incluido nosotros y el resto de formas de vida. Mainländer convierte el universo en un gran orfanato, una estructura sin cabeza donde los niños aspiran a ser unos adultos que jamás conocieron. El hijo, de nuevo, es el padre. El sacrificio del padre es necesario para la condena de él hijo. En este marco (tan poético y mistérico como el de cualquier otra religión monoteísta) el hijo aspira a ser el padre sin darse cuenta de lo que ello significa para su permanencia. El hombre camina firme por los corredores de la extinción en su afán de convertirse en su padre. Lo cual, dicho sea de paso y mal que nos pese, no es ningún problema. Para Mainländer, Dios toma tal conciencia de su existencia que solo le queda una opción. Para el ciudadano medio, el suicidio es una afrenta directa contra Dios (cualquier Dios) y contra el don de la vida. Tiene sentido que, de la misma manera que los sistemas políticos y económicos se enfrentan a todas aquellas alternativas a su ideología, las creencias religiosas (en su sentido más amplio), cuyo objetivo es dar una solución a los problemas de la existencia, deben enfrentarse y condenar las respuestas alternativas a las suyas. El suicidio puede ser una respuesta a los problemas de la existencia, pero como es una solución alternativa ha de ser presentada como un problema. Nuestro sistema puede tener fallos, pero debe de mantenerse en pie. Siguiendo el mismo patrón que el capitalismo, la jerarquía, la familia o la religión (o el equipo de futbol al que sigues, o la cabecera que lees) nuestra tendencia a existir perpetuamente se
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afianza basándonos en la rutina y la tradición (en este caso biológicamente escritas). La estabilidad de la estructura es una de nuestras obsesiones más recurrentes. La naturaleza tiende a la homeostasis y, por lo tanto, no es extraño ni ilógico observar que nuestro comportamiento tiende hacia unos valores estables y recurrentes. El problema es que la naturaleza tiende a regular su propia regulación para que no termine de volverse “demasiado estable”. Erosiona a la vez que conforma, dejando siempre un margen para la reestructura. Es una pesadilla en la que corres por un pasillo y la puerta se aleja siempre que estas a punto de llegar a ella. Por eso caen las civilizaciones, por eso caen las familias, por eso caen las religiones. Esta dinámica de rutina y reformulación es la base de la sociedad. No podemos admitir que no vamos a alcanzar esa puerta, tenemos que convencer a los demás de que falta poco… aunque alcanzarla signifique dejar de ser nosotros, El Grupo. Pero necesitamos esta conducta tan contradictoria. No somos el animal perfectamente racional que creemos/queremos ser. La mayoría de nuestras conductas están guiadas por impulsos mucho más primarios como el miedo o los instintos. Estamos hechos, como el resto de seres, con la única intención de perpetuarnos. No hay ningún otro gran misterio ahí fuera. Nuestra única tarea es seguir con vida para poder seguir con vida. A diferencia del resto de seres, nosotros somos conscientes de ello y no podemos aceptar la perpetuación como fin en sí mismo. Tiene que haber otro sentido. Uno no elige ser y una vez que uno es condenado a ser no puede no haber sido. Una vez encerrados en esta prisión solo quedan dos pasillos por recorrer: El primero es la cancelación de la existencia. No es de extrañar que el desarrollo de las ciudades modernas haya facilitado el aumento de los suicidios. Una sociedad en que las condiciones sociales permiten al individuo un alto nivel de abstracción y consciencia de su existencia es una sociedad en la que mas individuos van a llegar a la conclusión de que no hay ningún gran motivo ni gran sentido que explique porque tenemos que ser y van a elegir dejar de ser (o una sociedad en que la presión sobre el individuo se acrecienta hasta este extremo). La humanidad posiblemente encontrará la manera de impedir que este desarrollo no se desborde y podamos seguir perpetuándonos hasta el límite pero, de no ser así, la humanidad habría encontrado la solución definitiva (recordemos, esto no puede ser, la puerta ha de alejarse) a sus problemas existenciales. Los que vivimos ni siquiera tendríamos que recurrir al suicidio para ello alcanzado el nivel de consciencia necesario: el mero hecho de vivir ya te condena inevitablemente a la muerte. Todo lo que tenemos que hacer es dejar de reproducirnos (el aborto y el sexo sin intención reproductiva también son afrentas contra Dios y contra el don de la vida) y esperar a que todo se acabe y habremos conseguido unir esos dos grandes océanos de nada separados por el pequeño puente de algo que es vivir. Este pasillo es, y siempre será, el menos transitado. Esta solución es alternativa y, por lo tanto, debe de ser considerada un problema por los defensores del otro pasillo. Esta solución ha de considerarse “maligna”. El otro pasillo; el pasillo único según los que conforman el imperio de lo estable. Como Hamlet, como Dios, el Imperio De Lo Estable requiere de un importante despliegue teatral. El grupo ha de ser convencido por su padre, por la cabeza de El Grupo, por Dios, para que no cuestione sus métodos. El grupo debe de ser impedido de mirar hacia abajo o vería que la estabilidad de su imperio se apoya sobre el filo de una cuchilla. No debemos confrontar la existencia. Debemos recrearla a nuestra imagen y semejanza. Para esto es imprescindible contar con dos elementos: la linealidad y la referencia.
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La linealidad implica que el pasillo tiene una sola dirección y un solo sentido. Esto es El Progreso. Esto es la tendencia a El Pensamiento Único. Esto es la creencia en la posibilidad de la mejora o la creencia en la meta. La puerta que nunca alcanzaremos, pero que está ahí delante. La referencia implica la comparación con los otros puntos del pasillo. Esto es la separación entre grupos, la pertenencia a uno de ellos, la posición correcta frente a las incorrectas (la buena contra las malas), la estratificación social (el que guía a los que siguen) o la posibilidad de la comparación equiparativa entre elementos diferentes. En el primero de los pasillos el hombre, al observarse a sí mismo, se da cuenta y acepta las condiciones de la existencia. En el segundo de los pasillos el hombre se avergüenza de lo que ve (una vida de nada llena de impulsos de hacer algo. Una carrera en círculos, sin meta) y, por lo tanto, ha de reconfigurar los parámetros de su existencia. El hombre crea un propósito, crea bandos enemistables (razas, géneros, religiones, posiciones políticas) y crea conflictos y necesidades. Propósitos necesarios para conseguir el último gran objetivo; llegar a esa puerta a la que nunca se llega. El hombre vive en la galería y su propósito no es observarse a sí mismo, sino exhibirse frente al resto. Debe crear una fachada. Una máscara que lo oculte y lo separe de aquello que más le repugna: una vida que es un cuento contado por un idiota y que nada significa. El hombre crea una narración y un patrón para olvidar que está en un sitio sin patrones ni narrativa. El Mal, por lo tanto, ha de ser un enemigo. Algo a lo que enfrentarse. Un propósito: El Mal existe para que podamos acabar con él. No se permite una alternativa (comprender a El Otro, intentar hacerle adquirir la consciencia de Los Demás, etc.) porque implica una afrenta contra la linealidad y contra la referencia. Necesitamos que sea un enemigo. Es por esto por lo que la cosmogonía de Mainländer no tiene ninguna posibilidad de echar raíces: porque nos expone. El hombre debe hacer algo (contentar a Dios sacrificando cualquier ofensa hacia el) y aceptar la muerte de Dios implica destruir cerrar por siempre esa puerta a la que nos dirigimos. O tal vez sea al contrario. Tal vez por eso Dios permite que ocurran cosas malas; porque las necesitamos. Necesitamos experiencias transcendentes, relatos sobre el dolor, puntos de referencia para la mejora y el aprendizaje y la superioridad moral. Necesitamos el conflicto porque sin él no sabríamos que hacer en un mundo en el que, de partida, no hay nada que hacer más allá de seguir siendo. Dios no es más ficción que la realidad que hemos construido para justificar su existencia. Necesitamos a Dios de la misma manera en que necesitamos que El Mal exista. En el pasillo de la narrativa, la linealidad y la referencia necesitamos el conflicto y la enemistad. Dios necesita crear la luz para darse cuenta de que es buena. Nosotros necesitamos El Mal para darnos cuenta de que somos buenos. Tal vez sea esta esquizofrenia, resultado de la vergüenza que resulta el mirar a nuestra existencia y rechazarla, la razón por la que Dios no responde a nuestras plegarias. Esta tan avergonzado de sí mismo y de lo que se ve obligado a hacer para justificar su existencia como lo estamos nosotros, a imagen y semejanza, de nosotros mismos y nuestras creaciones. O tal vez no responda porque si se ha mirado y ha elegido el otro pasillo. El pasillo de Mainländer. Tal vez ha dejado la puerta cerrada para obligarnos a elegir el otro pasillo si alguna vez terminamos de recorrer este. Una última broma para culminar este breve periodo de algo entre esos dos grandes océanos de nada que nos envuelven.
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Affluenza: Lastima Por El Diablo “Me pusieron frente al jurado un centenar de veces. ¿Podría Robert Durst haber hecho algo tras la muerte de Morris Black para evitar su muerte? ¿Puedes desencender una cerilla? No. ¿Puedes dessonar una campana? No. Si alguien ha muerto, ¿hay algo que puedas hacer para impedir que haya muerto? No.” -
Robert Durst en “The Jinx: The Life & Deaths Of Robert Durst” (Andrew Jarecki)
Dentro de unos márgenes amplios, es mucho más sencillo sentir empatía por alguien que está en una situación desfavorable dentro de El Grupo que con aquellos que están en una situación favorable. Si alguien roba porque lo necesita para comer consideramos que es una necesidad mucho más aceptable que si alguien que tiene dinero roba para tener más dinero. Esto es una de esas visiones simplistas que nos impiden arreglar nuestros problemas; robar siempre es considerar que las necesidades del que roba son más necesarias que las necesidades del que es robado, pero hay necesidades para robar más justificadas que otras. ¿Cuál es el problema con esto? Primero, aun estamos en un sistema en que hay sectores que para cubrir necesidades se ven obligados a esto. Por encima de unas necesidades biológicas básicas (ocupar una casa, robar comida, robar ropa) hay unas necesidades derivadas de una presión social comparativa que te fuerzan a ser mas como los demás. No quedarte detrás en la línea. En este punto ya empezamos a fluctuar en nuestro juicio moral. Para alguien que tiene coche, televisión, internet o ropa de marca es fácil decirle a los que no lo tienen que no son necesarios. Para el que esta avanzado en la línea es fácil decirle a los demás que no necesitan tenerlo. Porque ellos ya están integrados en el grupo y han olvidado cómo es no estarlo. Esta es una empatía con la que nos cuesta conectar un poco más, pero que aun un gran sector podrá comprender. Es fácil sentir empatía por los que están en una situación cercana a ti o potencialmente cercana a ti. Es fácil sentir empatía por la mayoría. Pero necesitamos aprender a sentir empatía por los extremos. ¿Por qué una persona en los extremos de la riqueza sigue acumulando riqueza? ¿Qué mueve la codicia? No podemos solucionar este problema si no intentamos comprender este problema. ¿Qué hace que una persona que tiene mucho quiera aun más? Robert Durst, protagonista del reciente documental de Andrew Jarecki “The Jinx”, es uno de estos hombres. Hijo de un magnate multimillonario, Durst se ha visto envuelto en, al menos, dos casos de asesinato y un caso de desaparición. ¿Qué hace a una persona que lo tiene todo verse envuelta (confesión de los hechos incluida) en algo así que solo le traerá problemas? Nos gusta ver a ciertos enemigos como genios de El Mal. Esto tiene una explicación sencilla; verlos al control de sus acciones nos da una excusa para juzgarlos y castigarlos. Para desterrarlos de El Grupo. El problema no es que este tipo de personas sean o no consciente de sus acciones, sino que sean conscientes de las consecuencias de sus acciones. Durst, como cualquier otro psicópata, carece de la empatía necesaria para darse cuenta de lo que significa matar a alguien. En un sistema que permite tal acumulación de riquezas y tal separación lineal respecto al resto del grupo esto no debería extrañarnos. Es la misma razón por la que los directores de los bancos permiten políticas abusivas contra los clientes que mantienen a la entidad con vida. Es la misma razón por la que los gobiernos y los organismos de poder actúan de una manera tan deshumanizada. Están separados linealmente de nosotros. No pueden empatizar con nosotros. Este es el gran problema.
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Aprender a empatizar desde los extremos es necesario para el mantenimiento de las comunidades. Cuando alguien califica a este tipo de individuos u organismos situados en los extremos (los más pobres, los más ricos, los suicidas, los psicópatas, etc.) como “incomprensibles” no parecen darse cuenta de las implicaciones de la palabra. Es fácil comprender lo comprensible, pero es necesario comprender lo incomprensible. Calificar algo como Maligno (sea un psicópata, un violador, un pederasta, el FMI o los soldados de Abu Ghraib) estamos reduciendo una problemática compleja a una mera entidad mítica. No hay un mal, hay un sistema (social y biológico) que nos permite hacer una serie de acciones que ponen nuestras necesidades por encima de las necesidades de los demás y hay un velo sobre las consecuencias que no nos molestamos en rasgar porque es mucho más cómodo reducirlo todo a una cuestión de malignidad. En el documental “The Act Of Killing” de Joshua Oppenheimer, los miembros políticos y militares responsables de las matanzas sistemáticas en Indonesia durante los años 60 se enfrentan a la ruptura de ese velo. Oppenheimer obliga, años después, a esos responsables a recrear en una película sus matanzas y después, a verlas. El hombre se enfrenta a las consecuencias de unos actos necesarios para impedir la instauración del comunismo en el país asiático. El problema es que no nos vemos desde fuera. Oppenheimer muestra y expone y el resto de las piezas caen solas. Los responsables de aquella violencia ya no pueden mirar hacia otro lado. La magnitud de la falta de consideración en los problemas de El Otro no siempre tienen las mismas repercusiones. Los asesinatos del multimillonario Robert Durst no pueden compararse en magnitud con una persona que roba comida para poder alimentarse. Pero ambos problemas funcionan de la misma manera. No todos los relojes son iguales, pero todos funcionan siguiendo el mismo mecanismo. Esa tendencia a pensar que los problemas de los demás son menos problemas que los nuestros, que los problemas de los demás son excusas en las que esconderse y justificar acciones egoístas es el sistema que nos permite seguir haciendo esas acciones. Mis necesidades son más necesarias y solo mis problemas son problemas de verdad. Es la asignación de El Mal a los comunistas la que permitió a los militares indonesios cometer sus atrocidades, de la misma manera que es la asignación de El Mal a cualquiera sospechoso la que permite la pena de muerte, la caza de brujas o los campos de prisioneros. Nuestra necesidad de seguridad y de estabilidad es más necesaria. Nuestras justificaciones, la permisividad de nuestros sistemas y la separación lineal entre mundos es la que permite que uno no empatice y, por lo tanto, pueda demonizar y convertir a El Otro en El Mal. Mientras sigas considerando que alguien que hace algo horrible lo hace por pura maldad, sin ningún otro tipo de implicación ni de humanización, estarás permitiendo que el mecanismo que hace que esa otra persona se comporte así siga en marcha. Es difícil destruir o detener el sistema social que lo permite, y mucho más aun los sistemas psicológicos y biológicos que lo conciben (no hemos elegido tener un instinto de supervivencia a toda costa) pero eso no implica que tengamos que seguir engrasando sus engranajes. Es nuestra obligación como seres desgraciadamente conscientes de sí mismos seguir intentando entender lo inentendible. Es nuestra obligación renunciar a las necesidades. Es la mejor manera de convertir los extremos en el medio.
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En La Colonia Penitenciaria: Condena, Castigo y Ejecución “El castigo generalmente ha sido defendido como una medida bien para mejorar o bien intimidar a la sociedad. Pero ¿qué derecho ha sido otorgado a nadie para castigarme a mí con el fin de mejorar o intimidar a otro? Por no hablar de la historia – esa cosa llamada estadística – que demuestra con las mas solidas de las pruebas que desde los tiempos de Caín el mundo jamás ha sido mejorado ni intimidado por el castigo” -
Karl Marx
¿Cuáles son los supuestos propósitos de la justicia? Primero, el más noble: rehabilitar al criminal y enseñarle el camino para evitar que repita sus actos y pueda volver a integrarse entre nosotros. Redimirlo. Por supuesto, para conseguirlo ha de cumplir una pena. La redención exige dolor y sacrificio. Nuestro mesías tuvo que morir por nosotros para conseguir redimir el primero de nuestros pecados. Sin castigo y sin sufrimiento el reo no puede comprender las consecuencias de sus acciones y expiar su culpa. No sería justo que no fuese castigado por sus acciones. Si haces cosas malas, te pasaran cosas malas. Ese es el mensaje. Esa es la consecuencia de actuar mal: el resto te castigaremos si lo haces. Puedes volver a caminar entre nosotros una vez hayas superado tu condena. Este cruel mecanismo pretende servir, además, como advertencia para todos aquellos que planeen actuar de la misma manera. La repetición de una acción conlleva la repetición de una pena. La ley ha de ser arbitraria, no personal, lo que implica que a la meta siempre se llega siguiendo el mismo camino. La justicia es una ley de la comunidad, que está por encima del hombre: Se sacrifica a un ejecutor de El Mal para librarnos al resto del mal que porta, un sacrificio que se hace en nombre del Dios de La Seguridad. Este es otro de los propósitos de la justicia; crear una sensación de seguridad en la comunidad mediante un rito que purga aquellas amenazas simbólicas que lo acechan. Uno no condena a un asesino, condena el asesinato. Uno no condena a un violador, condena la violación. Uno condena El Mal, y con la sensación de que se ha encerrado ese mal en una prisión podemos vivir tranquilos y seguros hasta que el siguiente de sus heraldos haga acto de presencia en nuestras calles. Estos tres propósitos (redención, ejemplo y purificación comunitaria) han tenido poco éxito a lo largo de los años. Desde mucho antes de Hammurabi no ha habido ninguna cultura que haya dado con el código necesario para detener o redimir a sus criminales y, por lo tanto, seguimos viviendo bajo la promesa constante de la amenaza a la estabilidad. Ningún código ha servido tampoco para cumplir el último de los propósitos de la justicia: restablecer el equilibrio previo al acto del mal. La justicia y la venganza se mueven como hermanos siameses unidos por el cráneo que comparten un mismo cerebro. La justicia y la venganza pretenden ir en contra de un destino inevitable ante el que nos negamos a resignarnos: el de los acontecimientos que ya han tenido lugar. “No es justo”, dice la victima frente al juez cuando este pretende reformar al criminal. La victima pretende retornar al punto anterior a la ofensa, pero no hay forma de hacerlo. No se pueden evitar las cosas que ya han tenido lugar. Así que recurrimos a la siguiente mejor solución: la víctima convierte al criminal en uno de los suyos y, para ello, se convierte a sí misma en uno de los criminales a los que condena. Los propósitos de la justicia no son los de impedir El Mal, porque solo tenemos constancia de la acción de este cuando ya no puede ser evitado. No hay forma de evitar El Mal porque nos es invisible hasta que ya es demasiado tarde. Los propósitos de la justicia no son más que meramente simbólicos: un sacrificio del enemigo para probar y reforzar la sensación de
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estabilidad de nuestro grupo. No hay prueba más clara de nuestro fracasado acercamiento a la justicia que la educación de nuestros niños. La educación pretende instaurar una disciplina en los futuros miembros de nuestras sociedades. Lo que no entendemos es que la disciplina no puede ser forzada. Es más que evidente que uno no puede obligar a alguien a seguir un código. No podemos obligar a alguien a seguir una religión, no podemos obligar a alguien a seguir unos principios o unos valores, principalmente porque estos tres aspectos (entre muchos otros) han de ser asimilados individualmente. La espiritualidad, la moral y la ética son códigos internos. Podemos enseñar el camino pero no podemos obligar a alguien a recorrerlo. Podemos, incluso, grabar esos códigos en alguien, adoctrinándolo hasta que no quede otra alternativa que creer en ellos, pero esto no es una asimilación. No hay comprensión del código ni comprensión de la importancia del código, solo repetición vacía. Religiosos que no comprenden su religión. No sabemos cómo hacer que los pies de alguien se muevan. Requiere voluntad propia. Así que recurrimos a la siguiente mejor solución: la intimidación que fuerza la adquisición. Uno no puede obligar a otro a que crea en un código, pero puede obligarlo a conocerlo. Esta dinámica, por supuesto, es tan inútil como la de la justicia y lo único que hace es crear una atmosfera tóxica de resentimiento y rencor (los niños odian leer porque los profesores les obligan). Así funciona la adolescencia: el hijo toma consciencia de este intento de modelaje y empieza a revelarse contra el padre. Y todos los castigos físicos, psicológicos, emocionales o de cualquier otro tipo solo refuerzan esta atmosfera que convierten al código en cuestión en cuestión en el arma reconocible de un enemigo. El terror se intenta instaurar. El pasado se acumula. El odio crece. La violencia explota. Y el ciclo se repite. La disciplina se concibe para no tener que hacer uso posterior del sistema judicial. Pero el intentar instaurar la disciplina, paradójicamente, es uno de los motivos por los que hace falta un uso posterior del sistema judicial. Esta dinámica crea una separación entre dos grupos; uno que tiene el código necesario y otro que debe de adquirirlo. Por supuesto, el código ha de ser presentado como necesario, sin ningún tipo de cuestionamiento. No puede haber alternativas al código. No hay salvación fuera de esta disciplina. Este acercamiento, en vez de uno que intente hacer comprender la necesidad de la disciplina interna (un acercamiento mucho más complejo, pues implica un conocimiento de la importancia de dicho código, lo que implica un cuestionamiento de dicho código) crea una atmosfera de separación entre grupos (uno disciplinado y uno indisciplinado), de linealidad (los que ya conocen el código frente a los que aun no) y de referencia (ídem). La justicia nace con una concepción errónea de su propio grupo en la cabeza pues el mismo grupo al que se pretende dar ejemplo (no hagas esto o tu serás el siguiente) es el mismo grupo al que, supuestamente, está protegiendo (debemos hacer esto para permanecer a salvo). El hombre ha de ser protegido de sí mismo y, por supuesto, ha de ser protegido por aquellos que poseen el código y la fuerza necesaria para instaurarlo. (El hombre debe de ser el lobo que protege al hombre del lobo que es el hombre). La justicia es la sustitución de una mecánica de incertidumbre (podría haber alguien peligroso entre nosotros que amenazase al grupo) por una mecánica de certeza. Es la mecánica de El Menor de los Males. Esta mecánica de separación, igual que entre padres e hijos (fuertes y débiles, disciplinados e indisciplinados) crea un clima de rencor y resentimiento. Es una elección puramente ideológica: la certeza de la opresión y la represión (condenada a estallar en algún momento) frente a la incertidumbre de la anarquía. Es evidente cual es nuestra opción favorita. Esta separación, por supuesto, es la misma que guía nuestro sistema de justicia una vez los crímenes tienen lugar. Por eso existen las cárceles y los manicomios, para separar, para expulsar
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y exiliar de nuestras sociedades a todos aquellos que insisten en recordarnos que, queramos o no, este es un mundo de incertidumbre. Esa es la extraña belleza de este sitio: ningún sistema político de ningún tipo ha servido jamás para impedir que siga habiendo crímenes. Este lugar permite poco margen (pero margen, al fin y al cabo) para la mejora y un sorprendente margen para el empeoramiento. En sociedades altamente represivas no es raro encontrar brotes de violencia. El estado quiere mantener el monopolio sobre ella y quiere presentar (y debe presentar, sin alternativas) una fachada de estabilidad a toda costa. Pero es una empresa en vano. De la misma manera que ilegalizar el terrorismo, la pornografía infantil, el tráfico de drogas o la prostitución no palian estos mercados y solo lo hacen más invisibles y difíciles de atrapar y regularizar, “ilegalizar” la violencia jamás acabara con ella. No podemos pretender solucionar legalmente un problema moral de profundas raíces biológicas y psicológicas de la misma manera que no podemos solucionarlos simplemente etiquetándolos como El Mal. Ni siquiera usando las formas más extremas del sistema judicial. En nuestra cultura la vida es sagrada. Cualquier tipo de afrenta contra ella se ve gravemente pagada en este mundo o en el otro. Tenemos un profundo respeto por la vida porque representa el primero (y el más estable) de nuestros grupos. Nosotros, los vivos. Cualquier tipo de amenaza a la estabilidad de este grupo suele ponernos incómodos, cuanto menos. No nos gusta que nos recuerden lo frágiles y pasajeros que somos. No nos gusta que nos recuerden que ni siquiera este grupo es estable. Por eso actos como el suicidio o el aborto suscitan tal nivel de visceralidad al ser debatidos; por implicar una alternativa al grupo de los vivos. ¿Cuál es, entonces, la conclusión lógica en esta cadena en la que uno debe de castigar para amenazar y dar ejemplo a aquellos que atentan contra el grupo de los vivos? La conclusión es hacer una excepción al carácter sagrado de la vida. La conclusión es la pena de muerte. La pena de muerte es el mejor ejemplo de lo fallido de nuestros planteamientos judiciales. Como especie aun portamos una gran cantidad de nuestros instintos más naturales (indiferentes a los demás, solo preocupados en mantenernos con vida) así que es lógico que nuestros sistemas de justicia se conviertan en un aparato violento y vengador. Matamos para probar la inviolabilidad de lo sagrado de la vida. Es una respuesta puramente visceral, para nada racional. La pena de muerte es un maravilloso ejemplo de nuestra fútil lucha contra los elementos y contra nuestra propia naturaleza: nuestra intención es “buena”. Se intenta proporcionar un sentido de justicia, de regreso al punto anterior al mal, de eliminación de dicho mal. Se despliega todo el teatro de lo humano (importante recordar el carácter público de las ejecuciones hasta hace relativamente poco. Parece que la consciencia y la vergüenza van ganando terreno, afortunadamente) para demostrarle a El Mal, que estamos luchando contra el (por lo que es justificable incluso transgredir el carácter sagrado de la vida), que este es el destino que le espera si sigue actuando así y, no menos importante, que no estamos asustados de ellos y de luchar contra ellos. Porque es una lucha contra Ellos. Los que acaban frente a la pena capital no son parte de nuestro grupo y por lo tanto, como aquellos que acaban en las cárceles o en los manicomios (o en los mataderos) son expulsados del grupo para satisfacer nuestras necesidades en este caso de lucha, de violencia y de la promesa de la seguridad. Por supuesto, toda nuestra imaginación a lo largo y ancho del globo de la historia para concebir todo tipo de maquinarias de ejecución no ha servido para parar a El Mal en ningún momento o en ningún lugar, salvo para seguir creando terror entre aquellos a los que se les promete este destino si alguna vez transgreden las fronteras del grupo. La justicia acaba por convertirse en terrorismo. Cuando llegamos a la conclusión de que a El Mal solo se le puede combatir con El Mal se suele olvidar que esto implica convertirnos en (o, al menos, usar los métodos de) El Mal.
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La Supervivencia Del Más Cruel: Atados Por Los Hilos De La Carne “No hace falta ningún tipo de talento para la reproducción. La naturaleza ha hecho un gran trabajo en crear este sitio extraordinario – el cuerpo. El cuerpo no tiene nada que aprender de la cultura. No quiere saber nada de nosotros. Es nuestro interés exclusivo el decirle a nuestro cuerpo como tiene que funcionar. Todas nuestras experiencias, espirituales o de cualquier otro tipo, son la causa principal de nuestro sufrimiento. Al cuerpo no le interesa la felicidad ni el éxtasis. No le interesa el placer. No le interesa nada de lo que a ti te interesa.” -
U.G. Krishnamurti en “The Courage To Stand Alone”
La especie humana tiene una capacidad inusitada en olvidar aquellos matices que le suponen una lastra para sus teorías. Somos una especie enamorada de sí misma, poca duda cabe sobre ello. Estamos tan enamorados de nuestra consciencia que nos olvidamos de que es la causa principal de todos nuestros males. Somos adictos a ella y a sus delirios (todo este desfile conceptual de letras y palabras) y no podemos dejarla aunque sepamos el daño que nos hace. Este error evolutivo, que se corregirá en el tiempo si sigue desarrollándose, es el que hace que podamos reflexionar sobre las conductas que seguimos necesariamente para cumplir el único propósito para el que hemos sido creados: perpetuarnos. Devorar el fruto del árbol de conocimiento ha sido el motivo de nuestra expulsión del paraíso. Antes de conocer, éramos felices. Antes de conocer, no sentíamos vergüenza de ser. Ahora, todos los procesos necesarios para la supervivencia de nuestro grupo nos resultan vergonzosos. El acto reproductivo se hace en privado, igual que el acto de defecar o el acto de conseguir alimento. Los animales no se sacrifican en público, si no en mataderos en las afueras de las ciudades. Todo lo que es necesario para seguir en perpetuo movimiento ha de ser ocultado, porque nos avergonzamos de ello. El teatro de lo humano es necesario para ocultar y hacernos olvidar que seguimos siendo animales y que no hay nada que podamos hacer para evitarlo. Para hacernos olvidar que, no importa cuáles sean nuestros valores y nuestras referencias morales, seguimos necesitando matar a otros seres vivos para seguir con vida y seguimos necesitando traer forzosamente a otros como nosotros a este lugar si queremos que nuestra especie siga perpetuándose. No podemos cuestionar la importancia de la perpetuación porque es nuestro único propósito natural. El teatro de lo humano es necesario para mirar a algún lado que nos permita olvidar que este sitio premia la crueldad e insta al sacrificio. Cuando condenamos ciertos actos malignos (asesinatos, violaciones, actos de codicia, etc.) queremos olvidar que representan un remanente de nuestros instintos más primarios y necesarios. Hay una tensión muy fuerte entre la consciencia de las consecuencias y las necesidades primarias. La evolución es un proceso adaptativo muy lento y nuestro desarrollo mental ha sido excesivamente rápido. Odiamos que alguien nos recuerde que hemos sido creados para devorar a los demás y seguir perpetuándonos a cualquier precio. La misma humanidad guía a un violador y a un vegano. Un violador no tiene consciencia de empatía con El Otro para satisfacer su necesidad de poder y de satisfacción sexual. Un vegano anula su instinto de alimentación primitiva y lo sustituye por un mal menor (las plantas siguen siendo seres vivos) debido a su consciencia empática con respecto al resto de seres vivos. Esta esquizofrenia referencial es la que crea nuestras tensiones. Por supuesto esto es una versión reducida, simplista y exagerada de una problemática mucho más compleja. La psicología humana en relación a la sociología y a la biología no se presenta de una manera tan sencilla. Lo que si está claro es que nuestra necesidad de una normalidad,
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nuestra necesidad de una reconciliación entre nuestros instintos primarios y nuestra relativamente reciente adquisición de una consciencia compleja y autorreferencial presenta una dinámica en la que es difícil identificar las causas y las consecuencias. Nuestra necesidad de una solución y una respuesta es, a falta de una definición mejor, un problema de humildad y de ignorancia. A corto plazo nos sirve para seguir engrasando esta máquina que hemos construido, pero a largo plazo no deja de demostrar que, como todos los sistemas, está condenado a fallar una y otra vez. Aun así, el sistema de la humanidad no puede ser cuestionado. Cualquier otro modelo ha de ser atacado. Fuera de la humanidad no puede haber salvación. Fuera de la humanidad está El Mal. Porque fuera de La Humanidad está La Bestia. El hombre debe de alejarse de la bestia por una sencilla razón: el hombre reconoce que la bestia es cruel y despiadada. La bestia es idiota e ignora la enfermedad, la futilidad de la vida y a las crías que le nacen muertas. El hombre reconoce que fuera del teatro de la humanidad solo existe un caos oscuro y vacio suspendido en el abismo que se empeña en rechazar. El hombre se avergüenza de su estado natural porque es consciente de él. El hombre se avergüenza (y teme profundamente) un sistema que insta a todas las criaturas a matarse entre ellas y a devorarse, a parasitarse, a infectarse entre ellas para sobrevivir por el autorecurrente fin de mantenerse con vida. Por siempre. La naturaleza se aborrece a sí misma y a su vacío y nos usa para seguir mirando su propio reflejo y combatir su propio miedo. En el principio la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo. Entonces la humanidad dijo: Seamos la luz. Y hubo luz. Y vio la humanidad que la luz era distinta del mundo al que hemos sido empujados. La luz es una excepción que hemos creado por mucho que nos empeñemos en olvidarlo. La humanidad, parafraseando a Ligotti, es una marioneta consciente de sus hilos, incapaz de librarse de ellos, interpretando un guion que desconoce. Los estrechos márgenes de esta pesadilla en la que llevamos tanto tiempo que nos ha hecho aborrecer un despertar nos fuerzan a tejer un velo sobre nuestros lazos deterministas. Sobre nuestra naturaleza, nuestros instintos y nuestra biología. El Mal es todo aquello que nos recuerda quienes somos en realidad (maquinas obsoletas, crueles e ignorantes, conscientes de sí mismas, pero condenadas a repetirse por siempre) y, por lo tanto, debe de ser enterrado, ocultado tras las bambalinas del teatro de la humanidad. Los manicomios, las prisiones y los mataderos son los residuos de nuestra verdadera naturaleza. El Mal es aquello que aun no ha adquirido suficiente consciencia de los crueles sacrificios que nos exige el Dios de Lo Que Existe. Estamos atrapados en nuestra biología. Somos conscientes de ello. Podemos hacer muy poco para evitarlo. Y eso crea toda esta enloquecedora dinámica de expectativa, comparación y decepción. Estamos condenados a seguir el único mandamiento del Dios de la Existencia Perpetua: creced y multiplicaos. Todas estas palabras están escritas con una evidente intencionalidad aterradora. El miedo es el propósito de El Mal. El miedo nos resulta útil para crear un enemigo, para mantener un sistema en pie, para justificar nuestras acciones y para hacer calar los mensajes. Pero todo este mensaje ya está escrito en el hermoso Eclesiastés de una manera mucho más sencilla y elegante: Todo es en vano. Por eso debemos renunciar al mito de El Mal, que tan solo nos hace crear fronteras y establecer juicios falsos entre criaturas iguales encerradas en la misma jaula. Todo es en vano. El juicio ya ha tenido lugar hace eones y no hay forma de cambiar su veredicto. Hemos estado avisados desde el principio; esto es la vida, una isla indiferente, un puente frágil entre mares oscuros, un macabro desfile que empieza en llanto y acaba en muerte. No necesitamos seguir recurriendo a El Mal mientras sigamos viviendo en un sitio como este.
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Un Punto De Apoyo Para Mover El Mundo: Teoría De La Incertidumbre Moral Este, a pesar de lo que pueda parecer, no es un trabajo sobre la relatividad moral. Excepto en las partes en que lo es. Tenemos una tendencia a reducir todos nuestros debates y dilemas a dicotomías que radicalizan el sutil gradiente de la realidad. Frente a la incertidumbre posicional de un gradiente, las dicotomías presentan una identidad mucho más accesible y certera. Conmigo o contra mí; la teoría de la certeza posicional. Esto, al igual que El Mito De El Mal, es útil para nuestras sociedades. Es útil presentar bandos y elegir bandos. Presentar grupos claramente segmentados, como es el caso de El Bien contra El Mal, es beneficioso (a corto plazo) para la instauración de códigos morales, para la delineación y la estabilidad del grupo o para la creación de un sistema de referencia y de guía personal, pero a la larga se convierte en motivo de fanatismos, devaluaciones y palabras vacías que se dedican a mirar al dedo en vez de a la luna. Esto no es un trabajo que justifique y excuse ciertas acciones, más bien todo lo contrario, es un trabajo sobre la necesidad de ir mas allá en la complejidad de nuestra consciencia sociológica, psicológica y moral. Las dicotomías pueden ser útiles, pero son fácilmente mejorables. Vamos a seguir teniendo problemas por siempre. No hay forma de solucionarlos. Pero si hay forma de empeorarlo todo, y eso es lo que tenemos que evitar. Estos argumentos (todos) están, por supuesto, dispuestos de una manera intencional para reforzar mis teorías, para dar fuerza a mi discurso y para exponer / explorar mi ideología (mi religión interna) personal, pero esto no implica que fuera de esta iglesia no haya salvación. Las palabras son una representación de unas realidades mucho más complejas. Uno no puede curar el glaucoma existencial del mundo en un puñado de páginas. Uno no puede curar al mundo. Incluso estas palabras que matizan mis otras palabras sirven para colocar otra capa de “consciencia” que sirva para dar a entender mi nivel de reflexión y “comprensión” sobre el tema. Uno puede tener mayor consciencia de los problemas, pero eso es todo lo que tiene. Sigue viviendo en el mismo océano frio y oscuro que el resto. Ver los problemas no es solucionar los problemas. Vivimos en una maraña imposible de resolver donde uno tiene que vivir con fe, pero cuestionando la fe. Esto es un punto de partida y un trabajo falible. Es un trabajo hecho para ser revisado y corregido por mi mismo en los años venideros para enseñarme a mi mismo (para disciplinarme a mí mismo, para guiarme a mi mismo) cuales son los caminos a seguir. De todos modos, es solo la ilusión de un camino. Aunque sea mejor morir por los extremos que por las extremidades, como decía Baudrillard, uno no debe olvidar las inciertas posiciones del gradiente. La única forma de conocer es admitir lo que no se conoce y lo que jamás se conocerá. La única forma de combatir El Mal es reconocer que hay males que viven en nosotros y que no pueden ser combatidos. La resignación y la humildad son parte fundamental de nuestras sociedades. Esto no implica que haya que resignarse y ser humilde siempre. Recuerda; el gradiente. No hay dicotomías. No hay un estado de no contradicción. Recuerda; la incertidumbre. Todo esto no es más que vanidad. Puede que útil, pero vanidad al fin y al cabo. Sigue juzgándote a ti mismo antes que a los demás, a sus palabras y a sus acciones. Es la única forma de seguir luchando contra El Mal cuando este intente convencerte de que no existe. Y recuerda; pienses lo que pienses que estoy diciendo con todo esto, lo más probable es que este diciendo lo contrario.
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BIBLIOGRAFIA Y REFERENCIAS
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INDICE
- Pecado Original: Una Sinécdoque De El Mal …………………………………………...
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- El Gran Dios Guerra Exige Un Sacrificio: La Necesidad De El Enemigo……………….
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- Nadie Obra Mal A Sabiendas: El Dogma De Las Excepciones…………………………..
8
- Affluenza: Lastima Por El Diablo………………………………………………………..
12
- En La Colonia Penitenciaria: Condena, Castigo y Ejecución…………………………….
14
- La Supervivencia Del Más Cruel: Atados Por Los Hilos De La Carne…………………..
17
- Un Punto De Apoyo Para Mover El Mundo: Teoría De La Incertidumbre Moral……….
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- Bibliografía y Referencias……………………………………………………………….
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