Cubaptorico garantía tripartita 1823 1836 free

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Para citar en APA: Navas Sierra, J. A. (1998). Cuba y Puerto Rico. Un inevitable comodín diplomático de la geopolítica post-emancipadora Hispanoamericana. (El primer fiasco de la diplomacia mexicana y colombiana en la lucha por la hegemonía del continente americano). Latinoamérica fin de siglo: el sexenio 1898-1903. Alcalá de Henares (Madrid): Asociación Complutense de Investigaciones Socieconómicas sobre América Latina.

Palabras claves Hispanic American independence Cuba Puerto Rico Colombia México Bolívar Victoria Inglaterra EUA Francia Garantía tripartita Diputados Memorando Polinag J Adams H C lay T Jefferson J Monroe Congreso Panamá Santander Iznaga Buchana Marcy Fillmore Clayton Polk Poinsett Van Buren Jackson Miralla, Tacón Rocafuerte Porter Cockburn Montilla Padilla Arango Castillo Humboldt Dawkins Vidaurre Middleton, Kong Everett Obregón Yañez Castillo Canning Castlereagh Grandville Damas Villèle Rush Lamb Zea Bermúdez Nesselrode Chasseriau Samouel Donzelot Addington A'Court Chateaubriand Talaru Ofalia Nelson Laibach Troppau Zozaya Gallatin Chateaubriand Talaru Ofalia Nelson Laibach Troppau Zozaya Gallatin Canovas Castillo Sagasta Zar Alejandro Nicolás


INDICE Página:

Resumen: ........................................................................................................ 1 1.) La primera fase de la confrontación (1822–1823) ................................ 4 a) El momento de las «declaraciones» y «doctrinas» ............................... 6 b) La «Ley de la gravitación natural» ..................................................... 13

2.) Un corto intermedio (1824) ................................................................... 18 3.) El malabarismo diplomático norteamericano (1825–1827) ............... 23 a) La iniciativa norteamericana de mediación rusa................................. 25 b) La contra–oferta inglesa de «garantía tripartita» ................................ 29

4.) Colombia y México entrenan en la escena (1825–1826) ..................... 31 a) El primer «exilio cubano» ................................................................... 32 b) Los primeros intentos en Bogotá y México ........................................ 36 c) El fallido Congreso de Panamá ........................................................... 40 5.) Después del Congreso de Panamá (1827–1829) .................................. 46 a) Las intentonas españolas sobre Colombia y México (1827–1829) .... 51 b) Un lánguido epílogo ............................................................................ 57 6.) Lo mismo de lo mismo (1837–1898) ..................................................... 59


7.) Después de todo ...................................................................................... 63 Apéndice: Intercambio comercial de los Estados Unidos de América con las Indias Occidentales, 1816–1826 .............................................................. 65


Resumen: No sólo en razón de su privilegiada posición geoestratégica, sino de su temprana e indiscutida preponderancia comercial, la isla de Cuba, constituyó desde siempre, pero particularmente desde mediados del siglo XVIII, un enclave obligado en las confrontaciones bélicas inter imperiales europeas en América. Carente del igual posición geográfica y de un menor valor comercial, la suerte y papel de la isla de Puerto Rico quedó, sin embargo, atada, casi fatalmente, al destino de la isla de Cuba. Fue a partir de la prolongación americana de la llamada ‘Guerra de los Siete Años’ 1, sostenida entre Inglaterra y Portugal en contra de Francia y España, con ocasión de su renovado ‘Pacto de Familia’, cuando se inicia para Cuba –y tras ella, como se advirtió, para Puerto Rico– su compleja historia contemporánea. A diferencia del resto de los restantes dominios ultramarinos españoles en América, y durante no menos de 140 años, el destino de ambas posesiones antillanas, estará marcado por una reiterada renovación de su condición colonial, finalmente española. Sin embargo, fue la alianza franco–española en contra de Inglaterra durante la guerra de emancipación angloamericana y en favor de los nacientes Estados Unidos, la que dio a Cuba un papel singular en la futura geo estrategia del Caribe y control del Golfo de México, con lo que ello significaba en su momento2. Pero fue a partir de la subsiguiente guerra de independencia hispanoamericana cuando Cuba –y en menor 1)

Desde el primer tercio del siglo XVI Cuba fue objeto de reiterados ataques por parte de piratas y corsarios franceses e ingleses, estos últimos los que prácticamente destruyeron La Habana en 1537. El temible Drake la atacó nuevamente en 1584, asalto el cual replicó en 1595 sobre San Juan de Puerto Rico. Morgan atacó a Puerto Príncipe en 1688. Las fortificaciones y defensas acometidas -castillos de la Fuera, la Punta y el Morro- no hicieron inmune a la capital antillana ante nuevos y más ambiciosos ataques ingleses, el más virulento intentado, sin éxito, sobre Santiago de Cuba en 1741. La guerra decretada por Inglaterra a España (2.1.1762) tras la tercera reunificación dinástica borbónica, que extendió a América la europea ‘Guerra de los Siete Años’, implicó la pérdida temporal de Cuba -a la par que Filipinas- en favor de Inglaterra con la capitulación de las tropas españolas el 11 de agosto de 1762. Esta ocupación se perpetuó hasta el 6 de agosto de 1763 cuando la isla fue finalmente restituida a España como consecuencia del tratado definitivo de París Paces de París- (10.2.1763) firmado entre Gran Bretaña, Portugal, Francia y España y por el que ésta recuperó las islas de Cuba y Filipinas, debiendo ceder a Inglaterra La Florida, más los territorios al Este y Sudeste del Misisipi; dominios los cuales agrandó Inglaterra con la cesión que a su turno le hizo Francia de la zona de la Luisiana situada al Este del mismo río. 2)

El Golfo de la Florida, flanqueado por Matanzas y sobre todo por La Habana, era la llave obligada hacia y desde el Golfo de México. Su control aseguraba a su vez el control, no sólo del tráfico comercial -colonial y post-colonial, español e hispanoamericano- proveniente de Nueva España, Filipinas y Tierra Firme, sino además el cada vez más importante comercio angloamericano a través del Misisipi.


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forma, Puerto Rico– asumieron una definitiva importancia militar y política en las aludidas confrontaciones europeas –y ahora americanas– iniciadas nada más consumada la restauración monárquica post–napoleónica en Europa. Los complejos, encontrados, pero manifiestos intereses nacionales de las grandes potencias del momento rivales de España –Inglaterra, Francia y bien pronto, los emergentes Estados Unidos de América, hicieron de Cuba y Puerto Rico, un obligado argumento y objetivo geopolítico dentro de las intensas batallas diplomáticas libradas entre ellas y tendientes al logro de una supremacía política y comercial en el Nuevo Mundo americano. En lo que interesa al tema y período del presente trabajo, si bien la exitosa e irresistida expansión norteamericana hacia el Golfo de México3 iniciada a comienzos del siglo XIX ató tempranamente el destino de Cuba y Puerto Rico a las no menos tempranas y no ocultadas pretensiones hegemónicas norteamericanas en América4, 3)

Compra de la Luisiana por Jefferson al Cónsul Napoleón el 30 de abril de 1803 -entregada formalmente el 20 de diciembre siguiente- y posterior compra de la Florida -occidental y finalmente oriental- a España por el ‘Tratado Transcontinental’ del 2 de febrero de 1819, entrega consumada luego de su tardía y accidentada ratificación el 17 de julio de 1821. 4)

La posesión, y cuando menos el control pleno de Cuba y Puerto Rico resultó ser una consecuencia inevitable de la geo estrategia expansionista angloamericana hacia el Sur y Oeste del continente americano, no sólo para garantizar su comercio y seguridad en su pretendida posición sobre el Golfo de México, sino además como obligado elemento de su seguridad nacional en dicha frontera respecto de las dos potencias europeas que podían impedirle dicha expansión y preponderancia, España y desde luego Inglaterra. Suele citarse a Thomas Jefferson como el gran y persistente inspirador de la irresistible necesidad de incorporar Cuba y Puerto Rico como dominios de la Unión norteamericana. El primero de sus pronunciamientos está asociado con una supuesta declaración hecha en Washington al Ministro de Inglaterra, Anthony Merry, en noviembre de 1805 luego de su reelección, en cuya ocasión habría aquél manifestado, no sólo la necesidad del dominio de Cuba para redondear las adquisiciones de la Luisiana y sus pretensiones sobre las Floridas españolas, sino la factibilidad y relativa facilidad de dicha conquista. A.Merry a Ld.Mulgrave, 3 de noviembre de 1805. En: P[ublic] R[ecord] O[ffice]; F[oreign] O[ffice] (USA,I) 5, Leg.45. PORTELL VILÁ, Herminio: Historia de Cuba en sus relaciones con los Estados Unidos y España. Tomo I (1512-1853). La Habana, Jesús Montero, editor; 1938; p: 142. RIPPY,J.Fred: La rivalidad entre Estados Unidos y la Gran Bretaña por América Latina (1808-1830). Buenos Aires, Eudeba, 1967, pp: 44 y ss. Los fracasados y siempre persistentes intentos de los EE. UU., iniciados durante las dos Administraciones de Jefferson, y luego durante los gobiernos de Madison y Monroe para conseguir acreditar cónsules estables en La Habana y otros puertos cubanos, singularizaron repetidos esfuerzos norte americanos para ejercer un control comercial y político sobre la isla, lo cual denunciaba reiteradamente a Madrid el fogoso Valentín de Foronda, primero como Cónsul General español en Filadelfia, y luego como Encargado de Negocios ante la Secretaría de Estado norteamericana. En respuesta a tales denuncias, se conoce una segunda y tercera declaraciones de Jefferson hechas en 1807 y 1809 a su entonces Secretario de Estado, James Madison, respecto de la posibilidad y ciertamente inevitabilidad de incorporar Cuba a la Unión en caso de declararse la guerra a España, en último caso con el consentimiento de Napoleón. Vid: LATANÉ, John H: The Diplomatic Relations of the United States and Spanish America. Baltimore, -Johns Hopkins Press- 1900, p.88 y ss. RIPPY, J.F., Op. Cit., 45. PORTELL VILÁ, Humt: Op. Cit., p.146. Fue durante la ‘Guerra de Independencia española’, bajo el temor de una eventual apropiación por Francia o por Inglaterra de México y Cuba, cuando


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fue sólo a partir de la segunda invasión francesa de España, a comienzos de 1823, cuando se desató en torno a ambas posesiones españolas un largo, hábil y persistente forcejeo político–diplomático, y en algún momento militar, entre Inglaterra, Francia, los Estados Unidos, Rusia y circunstancialmente Colombia y México. De todo ello, fue España quien habría de resultar transitoriamente beneficiada al obtener, por parte de sus rivales, y sin proponérselo expresamente –más bien casi impidiéndolo– la garantía, por 75 años más, de la plena soberanía sobre Cuba y Puerto Rico como posesiones residuales de su antiguo Imperio americano. Sin embargo, fueron los Estados Unidos de América, quienes a largo plazo resultaron ser los triunfadores definitivos del mencionado entramado político–diplomático, puesto que si bien terminaron éstos renunciando a una incorporación definitiva de ambas islas a la Unión, optaron por asegurarse, a comienzos del siglo XX, el total control político, económico y militar de las mismas, haciéndolas piezas esenciales dentro de su órbita de dominio hemisférico, y muy a continuación mundial5.

desde 1808 el mismo Jefferson parece haber ordenado varias misiones secretas en ambas colonias españolas tendientes a propiciar su emancipación y evitar el cambio de dominio metropolitano. Recién posesionado James Madison, Jefferson se habría apresurado a aconsejarle presionar a España para obtener la cesión de las Floridas y Cuba, destinos los cuales estuvieron unidos por un par de años a las intrigas y campañas anexionistas del General Wilkinson. No menos activo y persistente sobre una inevitable anexión de las Floridas y Cuba fue Albert Gallatin, Secretario del Tesoro de Jefferson y Madison, éste último finalmente igualmente convencido de ambas cosas. James Monroe, Secretario de Estado de Madison y recelosos de la entrega por la Regencia española a Inglaterra, en calidad de protectorado, de la isla de Cuba, no fue menos activo en ambicionar y hasta propiciar algún tipo de incorporación de Cuba, habiendo llegado a financiar al mercenario Álvarez de Toledo una misión tendiente emancipar la isla en 1811; a lo cual siguió la no poco misteriosa misión de J.R. Poinsett a Cuba; acciones todas éstas las cuales contaron con la decorosa, pero apenas oficiosa denuncia del Ministro no reconocido de la España liberal, Luís de Onís. La fugaz guerra entre EE UU., e Inglaterra (1812-1814), disipó temporalmente las pretensiones norteamericanas sobre Cuba, aparente desinterés el cual se prolongó al centrarse las pretensiones norteamericanas en la adquisición de las Floridas. Como ya se advirtió, tras la restauración post-napoleónica Cuba y Puerto Rico aflorarán nuevamente para el interés geo-estratégico norteamericano dentro del nuevo escenario que Francia e Inglaterra impondrán a sus designios en Hispanoamérica, tal cual iba siendo la marcha, tanto de la guerra emancipadora del subcontinente español americano, como de la influencia pretendida por una u otra potencia en la suerte de los antiguos dominios españoles en América. 5)

Para algunos, este beneficioso resultado de la diplomacia norteamericana respecto de Cuba y Puerto Rico compaginó muy hábilmente múltiples, y hasta contradictorios principios y objetivos que, en diferentes momentos, condicionaron por parejo la política interna y externa de la naciente y expansiva Unión americana. Antes que nada, y al no haberse obtenido una cesión -por compra o compensación- como tantas veces lo intentaron a lo largo del siglo XIX- por parte de España de ambas Islas, ni haber considerado oportuno propiciar la emancipación de éstas y su posterior "admisión" en dicha Unión -como luego sucedería con Texas- no quedó otra opción a los EE UU., que asegurarse el pleno control político y diplomático de las mismas. La conquista militar de dichas posesiones insulares españolas, hubiera a su vez contradicho manifiestamente los fundamentos Ideológicos de la Revolución norteamericana consagrados en su Declaración de Independencia y Preámbulo de la Constitución del 87. Vid: BELISSA, Marc: "La diplomatie


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1.) La primera fase de confrontación (1822–1823). Ha sido densamente estudiado el efecto y conmoción política y diplomática que generó en Europa el anuncio, y posterior formalización, del reconocimiento de los primeros gobiernos independientes hispanoamericanos por parte de los EE.UU., de América.6 Una, sino la más inmediata consecuencia, de la decisión del Presidente américaine et les principes du droit des gens (1774-1787)". Revue d'histoire diplomatique. París 1947 (111 aneé), p: 3 y ss. A su turno, la eventual "incorporación" o "admisión" como nuevos Estados de la Unión de Cuba y Puerto Rico, conformadas ambas por una mayoritaria población de color y esclava, hubiera roto el reciente y frágil equilibrio político norteamericano consagrado en el llamado ‘Compromiso de Missouri’ (3.3.1820) que hizo posible, tras las admisiones de Missouri y Maine como Estados esclavistas y antiesclavista, respectivamente, posponer por 30 años –‘Compromiso de California’ (pactado el 20.1.1850 para la admisión de California)- y luego por 4 años más –‘Estatuto de Kansas-Arkansas’ (aprobado el 30.5.1854 para la admisión de ambos Estados)-. Vid: BUTLER, Nicholas Murray: Los constructores de los Estados Unidos. New York 1940. Biblioteca Interamericana; p: 155 y ss. Si el dilema esclavista sólo quedó resuelto por la subsiguiente ‘Guerra de Secesión’, la compleja coyuntura interna que siguió a la reintegración de la Unión, pero la no menos compleja política internacional del momento, una vez más indujeron, por parte de los EE. UU., una política de indirecto pero efectivo control sobre ambas islas: habiéndose en consecuencia descartado, una vez más, intentar la incorporación plena de Cuba y Puerto Rico a la Unión americana. De otra parte, suele aducirse que consumada la expansión territorial norteamericana hacia el Golfo, al Oeste y Noroeste, concluida la víspera de la aludida Guerra de Secesión, la subrogación del estatus colonial hispánico de Cuba y Puerto Rico en favor de los EE UU., cuyo escenario fue la ‘Guerra Hispanoamericana’ del 98, marcó el final del largo (122 años) y discutido aislacionismo norteamericano (antes que interno, continental, si entre tanto la joven república adquirió una dimensión sub continental); luego de lo cual resultó inevitable la expansión y dominio occidental y finalmente mundial por parte de los EE. UU. Vid: SCHLESINGER, Arthur M., (Jr): Los ciclos de la historia americana. Madrid -Alianza Editorial- 1988; pp: 60 y ss. KLINGBERG, Frank L: "The Historical Alternation of Moods in American Foreign Policy"; en: World Politics, 1952 (enero), pp.123 y ss. BAILEY, Thomas: A Diplomatic History of the American People. Englewwod, Prentice Hall, 1974, pp.1 y ss. 6)

El 8 de marzo de 1822, el Presidente James Monroe comunicó a la Cámara de Representantes la decisión de reconocer inicialmente a los gobiernos de Colombia, México y Buenos Aires, a lo cual siguió la Resolución aprobatoria de dicha Cámara del 19 del mismo mes. En la sesión conjunta de la Cámara de Representantes y del Senado norteamericano del 4 de mayo de 1822, se aprobó la partida de U$100.000 con la cual el Gobierno debería atender la apertura de las primeras delegaciones y misiones diplomáticas a ser enviadas a Hispanoamérica. El 18 de junio siguiente, el enfermo y casi moribundo, Manuel Torres, Encargado de Negocios de Colombia ante el gobierno norteamericano, fue presentado y recibido oficialmente por el Presidente Monroe, siendo por ello Colombia la primera nación hispanoamericana en ser reconocida formalmente por los EE.UU. Vid: RIVAS, Raimundo: Relaciones internacionales entre Colombia y los Estados Unidos; 1810-1850. Bogotá -Imprenta Nacional- 1915; pp.19 y ss. ZUBIETA, Pedro A: Apuntaciones sobre las primeras misiones diplomáticas de Colombia. Bogotá -Imprenta Nacional-, 1924, pp:54 y ss. URRUTIA, José Francisco: Política internacional de la Gran Colombia. Bogotá -Ed. El Gráfico-


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Monroe, suele relacionarse, no sólo con la inminente pérdida del protagonismo político europeo en la solución del caso hispanoamericano,7 en particular por parte de Inglaterra, Francia y en alguna medida Rusia; sino más especialmente con el relegamiento de las mismas en el reparto y usufructo del vasto y rico mercado –comercio e inversiones– que de por sí prometía ser el Nuevo Mundo post–español. El anticipado –aunque largamente preanunciado– reconocimiento norteamericano, además de incrementar las tensiones que, desde comienzos de 1820 había creado al interior de la fraccionada Alianza europea, el caso español,8 terminó por vincular una y otra solución. Como resultado de todo ello se precipitó una compleja e intensa lucha diplomática a una y otra orilla del Atlántico,9 cuyas principales resultantes 1941; pp: 23 y ss. En las vísperas de la caída del Imperio de Iturbide, el 31 de octubre de 1822 fue designado en propiedad el primer Ministro mexicano ante el gobierno de los EE UU. José Manuel Zozaya Bermúdez, después de su azaroso viaje hasta Washington, fue presentado al Presidente J. Monroe el 12 de diciembre de ese mismo año. FLORES D., Jorge: "Apuntes para una historia de la diplomacia mexicana. La obra prima, 1810-1824." En: Estudios de historia moderna y contemporánea. México -UNAM- Vol. IV (1972); pp: 53 y ss. BOSCH GARCÍA, Carlos: Historia de las relaciones entre México y los Estados Unidos. 1819-1848. México -UNAM- 1961pp:35 y ss, da otras fechas no contrastables. 7)

Con este apelativo se pretende sintetizar el complejo conjunto de elementos que la guerra de emancipación hispanoamericana había generado a nivel político (nuevas soberanías, régimen político); diplomático (reconocimiento); militar (neutralidad o guerra intercontinental) y económico (apertura aduanera y comercial, inversiones y navegación). 8)

Se alude con este nuevo apelativo, en primer término, las consecuencias políticas que, tanto el Golpe de Riego y Quiroga, como sus inmediatas réplicas en Piamonte, Nápoles y Portugal, crearon al interior de la Alianza europea. En segundo lugar, la directa involución que la forzada instauración constitucional-liberal en España implicó en la solución de la crisis colonial hispanoamericana, bien por parte de España, como de sus aliadas Francia y Rusia. Como se sabe, los primeros beneficiados, dentro de esta coyuntura, fueron los EE. UU., al obtener de las primeras Cortes y Gobierno liberales la ratificación del Tratado de 1820 y con ello la entrega final de las Floridas; luego de lo cual y sin mayores miramientos con las promesas previas, decidieron el reconocimiento de los nuevos gobiernos hispanoamericanos. En tercer término, se alude también la reiterada incapacidad de la España liberal para superar la indolencia, y sobre todo impotencia militar y diplomática española, para impedir las no ocultadas pretensiones de expansión continental y hegemonía hemisférica por parte de los EE UU., lo cual obligó a las restantes Potencias europeas a asumir un nuevo juego político y diplomático en América, a los efectos de impedir -sin éxito final- tales pretensiones norteamericanas. 9)

No cabe referir aquí en detalle el creciente distanciamiento ideológico y táctico entre Inglaterra, por una parte, y las cuatro Potencias continentales, guiadas en un comienzo por Rusia y muy a continuación definitivamente por Francia, por la otra. No obstante, es preciso recordar que tal lucha diplomática en Europa se había iniciado antes del reconocimiento norteamericano conforme quedó patente en los Congresos de Troppau (1820) y Laibach (1821) cuando Inglaterra empezó a apartarse de las Potencias continentales cuando éstas decidieron la destrucción de los regímenes liberales europeos de Nápoles y Piamonte por parte de Austria e intervención armada en Hispanoamérica; rompimiento europeo el cual se protocolizó definitivamente luego en el último de los Congresos aliados de Verona (octubre-noviembre de 1822), donde se acordó la restauración de Fernando 7º en España por parte de Francia. De otra parte, la irrenunciable postura británica -ideologizada hábilmente por Castlereagh y continuada por su sucesor Canning- de no intervención europea en los asuntos internos de ningún país, ni en Europa, ni en Hispanoamérica; proponiendo sin


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fueron, no sólo el rompimiento formal de la aludida Alianza, sino la restauración absolutista en España, seguida del reconocimiento sincopado Hispanoamericano por Inglaterra, y detrás de ella por Francia, Países Bajos, Suecia y principales ciudades Hanseáticas. Dentro de todo este complejo juego de pretensiones e intereses nacionales, Cuba y Puerto Rico resultaron ser, muy a continuación, un socorrido y ciertamente inevitable comodín utilizado en cada momento por las diferentes Potencias al logro de objetivos siempre mediáticos, cuyo resultado fue, como ya se anticipó, la continuidad del estatus colonial español de ambas islas por 75 años más. a) El Momento de las «declaraciones» y «doctrinas» El éxito anticipado de la invasión restauradora de Francia en España, y sus imprevisibles consecuencias en el futuro de la crisis colonial hispanoamericana, involucró por parejo un mutuo recelo y recíproca desconfianza entre las principales Potencias europeas –Francia e Inglaterra, principalmente, los EE.UU.– y de manera no menos singular, al menos a dos de los Incipientes gobiernos hispanoamericanos. Para todos, obviamente menos para Francia como ejecutora de la restauración fernandina, se trató, no tanto de anticiparse a lo que la España absolutista decidiría hacer, individualmente o de la mano de sus aliados continentales legitimistas, respecto de sus insubordinadas colonias, sino de impedir que aquella obtuviera ventajas comerciales, y sobre todo compensaciones territoriales en la América española, como supuesto pago por el trabajo séptico–político ejecutado tan rápida y hábilmente en España.10 Francia, por su parte, buscó de desmayo la mediación -bilateral o colectiva- para los casos liberales del continente o pro-republicanos de la América hispánica. En este último esfuerzo, Inglaterra llegó hasta pretender involucrar, en una acción mediadora global, a los EE UU., -invitando a la naciente potencia americana a participar en el Congreso de Laibach- anulando con ello el ya presentido anticipo norteamericano en la resolución del caso hispanoamericano. La extraordinaria sagacidad y visión del entonces Secretario de Estado, y luego Presidente norteamericano, John Quincy Adams, impidió tal involución, dando pasó a la doctrina de las «dos esferas» sobre la cual se sustentó el reconocimiento unilateral y anticipado de Hispanoamérica por los EE UU. A partir de entonces, Inglaterra -como segunda gran potencia colonial americana (Canadá, Noroeste norteamericano y Caribe) - no tuvo otra opción que concentrar todo el peso de su acción diplomática en América, arrastrando con ello a Francia. Vid: BARCIA TRELLES, Camilo: Doctrina de Monroe y cooperación internacional. Madrid -Edit. Mundo Antiguo- 1931, pp: 73 y ss. Del mismo autor: "La doctrina de Monroe: «Hispanoamérica entre dos polos»", En: Cultura venezolana; Caracas, XIII (1930), nº 107, pp: 181 y ss. Vid: IIAMS, Thomas M: "Du traité de París à la conférence de Vérone. La rude remontée de la diplomatie française". Revue de histoire diplomatique, París 1969, 83 année; pp.128 y ss. 10)

El ministro de Asuntos Exteriores francés, Vizconde de Chateaubriand, gran ejecutor de la ocupación francesa, se jactó con gran complacencia del extraordinario éxito militar francés en España; el mismo que Napoleón, con su irresistible Grande Armée, no había podido obtener nueve años atrás. Vid: CHATEAUBRIAND, F.A, Vizconde de: Memorias de Ultratumba, 2 tomos: Barcelona -Ramón Sopena- s/f, t.II, p:73. Éste, uno de lo más connotados padres del romanticismo literario europeo, registró en sus Memorias el


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impedir que Inglaterra – y en su momento, los EE UU., inducidos por ésta– en una acción retaliadora –o meramente preventiva– se le anticipasen políticamente (reconocimiento por Inglaterra) o incluso territorialmente (toma de Cuba, Puerto Rico o cualquier otra parte del territorio aún español, por parte de ambos) en América. Los nuevos gobiernos hispanoamericanos pretendieron, simplemente, impedir una nueva y reforzada expedición aliada–europea que ahogase, y en el menos peor de los casos, hiciere aún más larga y agobiante su guerra de emancipación. Los EE UU., además de luchar contra todo lo anterior, quisieron quedar con las manos completamente libres para poder ejecutar, en su debido momento, su gran proyecto de expansión territorial hacia el sur; y más tarde, de hegemonía política, comercial y militar en América. Pocos días antes de la liberación y restauración final de Fernando 7º, Inglaterra – George Canning a la cabeza– decidió iniciar la larga y densa batalla diplomática en América. Sin mencionar específicamente a Cuba y Puerto Rico, pero sospechando por parejo de las iniciativas que, como consecuencia de tal restauración, pudieran tomar, bien EE UU., bien Francia –ésta secundada por la neo–Santa Alianza– respecto del convulsionado e indefenso mundo hispanoamericano, ideó una bien estructurada estrategia de mutuas y recíprocas garantías,11 en base a la cual quiso enmarcar

inmenso júbilo experimentado el 1º de octubre de 1823 al recibir, por telégrafo, la noticia de la liberación de Fernando 7º: al sentir que Francia renacía «...poderosa y temible.. sentíamos un estremecimiento de honor igual al del amor que profesábamos á nuestra patria...». Vid: CHATEAUBRIAND, F.A., Vizconde de: Congreso de Verona. Guerra de España. Negociaciones colonias españolas. Polémica, por.. Madrid -Impr. y Librería de Gaspar Roig- 1879, p: 127. Por su parte, Luis XVIII, en carta a Fernando 7º de finales de octubre de 1823, achacó el éxito francés «..a la mano de la Divina Providencia...» Ib., p: 128. 11)

En realidad Canning no fue quien ideó tal estrategia global. Como sucesor del malogrado Castlereagh, quien se había suicidado un año antes, lo que hizo Canning respecto de Francia y los EE UU., en relación al asunto hispanoamericano, fue continuar la estrategia que aquél había planteado al entonces Embajador francés en Londres, ahora Ministro de Relaciones Exteriores, Vizconde de Chateaubriand, de acometer una acción conjunta en la solución del dilema colonial hispanoamericano, en principio tendiente a entronizar varios Príncipes europeos en los dominios españoles de América, relegando, indirectamente, la pretendida hegemonía republicana norteamericana. Chateaubriand a Villèle; Londres 7 de mayo de 1822. En CHATEAUBRIAND ,F.A de: Memorias de.., Loc. Cit., p.65 y 66. WEBSTER, C.K: "Castlereagh and the Spanish colonies". The English Historical Review. XXX, 1915; pp: 642-43. KAUFMANN, William W: British Oolicy and the Independence of Latin American, 1804-1828. New Haven -Yale Univ. Press-; 1951, pp: 130 y ss. Incluso fue Castlereagh quien concibió involucrar directamente a los EE. UU., en las discusiones y soluciones de la Alianza respecto del mismo asunto colonial hispanoamericano. No obstante, fue Canning quien hábilmente se propuso anular todo intento de acción unilateral, tanto por Francia como por los EE.UU., en Hispanoamérica, buscando un consenso de mutuas y recíprocas garantías -bilaterales o trilaterales- conformó lo plasmó en sus repetidas ofertas a ambas Potencias. Esta fue la novedad estratégica introducida por el nuevo jefe del F.O. inglés y líder de su bancada en la Cámara de los Comunes.


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todos los futuros compromisos y actuaciones por parte de las tres potencias más directamente involucradas en el asunto hispanoamericano.12 A cambio de un consentimiento tácito inglés13 para no interferir militarmente en contra de la expedición de la Alianza en España,14 Canning habría obtenido previamente de Francia, no sólo la promesa formal de una invasión temporal de España, meramente restauradora de Fernando 7º; sino una doble garantía adicional: por una parte, no atentar en contra de su aliado peninsular Portugal; y por la otra, no obtener de España ninguna compensación territorial en Hispanoamérica. Sin embargo, respecto de los EE.UU., Inglaterra carecía de una garantía similar y más bien temía Canning que aquellos podrían aprovechar la obligada inmovilidad política y militar europea, consecuente con la invasión de España, para apropiarse de alguna porción de las que aún podían considerarse posesiones españolas –particularmente, Texas, 12)

La propuesta, seudo-doctrina, que Inglaterra trató de imponer entonces no decía otra cosa que «Si tu (antes que yo) garantizas, yo garantizo. Si tú y yo garantizamos, cualquier otro interesado tendría que garantizar los mismo que nosotros garantizamos, so pena de entrar en guerra con nosotros...». A la inversa: «Si tu no garantizas, yo no puedo garantizar nada, y menos obligar a que ese otro -u otros- garantice -o garanticen-..» 13)

Así lo recordó expresamente Chateaubriand cinco meses después de concluida la restauración de Fernando al reprochar unas eventuales declaraciones de Canning del año anterior ante el Parlamento inglés en las cuales éste se habría jactado de no haber puesto condición alguna a Francia para no interferir la ocupación militar francesa de España. Vid: Chateaubriand al Príncipe de Polignac. París, 12 de marzo de 1824. En: CHATEAUBRIAND, F.A., de: Op. Cit., pp.158 y ss 14)

A pesar de la variedad de trabajos monográficos alrededor de los entretelones del agitado Congreso de Verona, parece existir todavía múltiples temas por profundizar respecto de los supuestos pactos secretos entre varios de los Aliados, acordados antes y después de la Clausura de la cumbre europea, respecto del caso español, y eventualmente del caso hispanoamericano. Por una parte, las relaciones y compromisos previos y personales del Plenipotenciario británico, Duque de Wellington, con Austria y Prusia -con los que a veces parece más cercano que a su jefe en F.O-; y por la otra, entre Castlereagh y el Vizconde de Chateaubriand, y a continuación entre Canning y éste, quien precisamente había dejado su puesto de Embajador en Londres para participar en Verona como Plenipotenciario francés y ocupar a continuación el cargo de Ministro de Asuntos Extranjeros francés desde donde monitorearía la victoriosa invasión española, incluso casi por encima del Conde de la Villèle, Presidente del Consejo de Gobierno galo. Lo cierto es que leídas las entrelíneas de la correspondencia del Vizconde y sus posteriores Memorias sobre la época, todo parecería indicar la preexistencia de un complejo, aunque tácito proyecto para actuar de consenso entre Francia e Inglaterra en el desenlace de la independencia de las colonias españolas; obviamente, hasta donde los límites de los objetivos, y sobre todo intereses nacionales de sus respectivos gobiernos, parlamentos, monarcas y comerciantes, lo permitiesen. El objetivo común no habría sido otro que la recuperación, frente a los EE UU., de la ya perdida iniciativa e influencia europea en el Nuevo Mundo post-independiente. De no haberse dado dicha entente, lo que si quedaría claro es la expresa y reiterada voluntad de Chateaubriand de buscar un acuerdo con Inglaterra, antes que con el resto de potencias continentales para, cuando menos, además de lograr la pretendida recuperación de la iniciativa europea en Hispanoamérica, neutralizar cualquier tentativa unilateral de Inglaterra para alinderarse con los EE.UU., respecto del caso hispanoamericano. Vid: TESSIER, George: "Canning et Chateaubriand. L'Angleterre et la France pendant la Guerre d'Espagne". Revue de Histoire Diplomatique. Paris, 1908; 22 année; pp: 569 y ss.


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Cuba o Puerto Rico–. Por lo mismo, y sin esperar la consumación de lo que ya parecía un inevitable y plenamente consumado éxito de la expedición al mando del Duque de Angulema,15 el Foreign Office se apresuró a mover sus fichas, como se ha dicho, tanto respecto de los EE.UU., como de Francia. Bien que lo sospechara, bien que lo supiera, Canning se propuso bloquear las dos mayores y más caras aspiraciones francesas respecto de Hispanoamérica, una vez restaurado Fernando 7º en su poder legítimo. La primera de ellas buscaría obligar a España –en verdad al mismo Fernando– a aceptar la instauración de sendos tronos borbónicos en Hispanoamérica.16 La segunda, la convocatoria, previa aceptación de España, de una conferencia de mediación colectiva de la Alianza para la solución de la crisis colonial americana. Con lo primero, Francia no sólo lograría resucitar el temido Pacto de Familia, sino que buscaría su extensión al Nuevo Mundo. Con lo segundo, pretendía impedir –o al menos demorar al máximo– la separación definitiva de Inglaterra de la Alianza, inhibiendo el reconocimiento unilateral y anticipado, por parte de ésta, de los gobiernos insurgentes hispanoamericanos. Para impedir ambas cosas, Canning buscó inicialmente la alianza de los EE.UU., proponiéndole, a su Ministro en Londres, a mediados de agosto de 1823, la concertación de una acción conjunta centrada en cuatro principios, de los cuales el 3º implicaba una expresa y mutua renuncia a «…cualquier parte o posesión española en América..»; y el 4º, no permitir la transferencia de alguna parte de tales dominios a una tercera Potencia.17 Admitido el muy probable rechazo norteamericano a su plataforma 15)

Diarios y pormenorizados informes recibía el F.O., de la marcha y arrollador triunfo, a lo largo de toda España, de los Cien mil hijos de San Luís -en verdad fueron ciento cuarenta mil en total-, tanto desde la Península misma, como desde París, en particular del Duque de Wellington. Vid: FUENTES, Juan Francisco: "El Trienio Liberal en la correspondencia del Duque de Wellington". Boletín de la Real Academia de la Historia, Madrid, CLXXXVI (1989,) nº3, pp: 407 y ss. COSORES, Nadyezdha: "England and the Spanish Revolution of 1820-1823". Trienio. Ilustración y Liberalismo. Madrid, (1987) nº 9; pp: 40 y ss. 16)

Bien lo sospechó Canning pues tal cual empezaron a instruir, a partir del 3 de julio de 1823, el Conde de la Villéle y Chateaubriand -cada uno por su cuenta- al mismo Duque de Angulema y al embajador francés ante la Regencia española, cuando las tropas francesas apenas iniciaban el sitio de Cádiz y el Trocadero. Curiosamente, tres eran los tronos previstos: México, Perú-Chile y Buenos Aires-Paraguay, siendo los príncipes latinos, Francisco, Luca y Sebastian, los escogidos para tal entramado borbónico en América. Vid: Villéle, J.B:S.J, Comte de: Mémoires et Correspondance du Comte de Villéle; 5 Vols; París -Molliere Edit1888-90, Vol. IV, p: 188 y 189. ROBERTSON, William Spencer: France and Latin-American Independence. Baltimore -The Johns Hopkins Press-, 1939, p: 261 y ss. 17)

G .Canning a R.Rush, Londres, 16 y 20 de agosto de 1823. Las dos primeros postulados sentaban el precedente de la imposibilidad por parte de España de recuperar su soberanía en las colonias ya emancipadas, como la del reconocimiento de ellas por parte de Inglaterra como un asunto de tiempo dependiente de las circunstancias que así lo propiciasen. F[oreign] S[tate] D[epartment], M[anuscript]s; D[ispatch from] G[reat[] B[ritain]; XXIX. En: MANNING, William R: Diplomatic Correspondence of the United States concerning the Independence of the Latin American Nations; 3 Vols; New York -Oxford University Press1925; III, pp: 1475 y ss. Vid: BARCIA TRELLES, C: Doctrina de Monroe.. Loc. Cit., pp: 75 y ss. TEM-


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anti–expansionista en los restos del imperio español en América,18 Canning jugó de inmediato igual carta con Francia. El 1º de octubre de 1823, el mismo día en que Fernando, liberado por las tropas francesas, desembarcaba en el Puerto de Santa María y declaraba nulo todo lo actuado por las Cortes y Gobiernos constitucionales, Canning convocó a su despacho al Embajador francés, Príncipe de Polignac, iniciando con él una serie de largas e intensas conferencias confidenciales tendientes a concretar, no sólo las miras francesas en Hispanoamérica, sino la concertación de una declaratoria conjunta que incluyese las mismas y mutuas garantías, propuestas mes y medio antes a los EE. UU., quienes a la fecha no habían dado respuesta oficial alguna al respecto.19 El 12 de octubre siguiente, Canning presentó a Polignac el texto, en forma de declaración conjunta –Memorándum– de las aludidas conferencias. Por su lado Inglaterra, a la vez que reiteraba su convicción sobre la impotencia absoluta española para recuperar por si misma su soberanía en América, reafirmaba su neutralidad activa20 (punto 1º) en dicho conflicto; renunciando de paso a cualquier pretensión territorial en Hispanoamérica (punto 2º). A su vez, Inglaterra se declaraba libre para decidir, prescindiendo de sus aliadas europeas, el momento y forma del reconocimiento de los nuevos gobiernos americanos; lo cual anticiparía en el momento en que alguna Potencia europea decidiese intervenir militarmente en contra de los mismos. Por su parte, Polignac, concordando con el enunciado 1º inglés, enfatizaba en nombre de PERLEY, Harold: The foreign policy of Canning, 1822-1827. England, the Neo-Holly Alliance, and the New World. London -Frank Cass & Co Ltd- 1966; pp: 110 y ss. PERKINS, Dexter: Historia de la Doctrina Monroe. B. Aires -Eudeba- 1964, pp: 32 y ss. PEREYRA, Carlos: El mito de Monroe (1763-1860). Madrid -Edit. Aguilar- 1931; pp: 217 y ss. 18)

Como ha sido bien estudiado, en un primer momento, y alegando no tener instrucciones sobre el particular, Rush se abstuvo de aceptar la propuesta de Canning, reduciéndose a remitir -23 de agosto siguientela oferta inglesa al Secretario Adams. En la misma fecha, Canning urgió una respuesta a Rush participándole confidencialmente la inminente convocatoria de un Congreso europeo para tratar sobre el asunto de las colonias españolas en América. El 28 de agosto, en un extenso informe a Adams, Rush le anticipó que de no recibir oportunamente las instrucciones requeridas, respondería a Canning que suscribiría de inmediato la propuesta declaración conjunta una vez Inglaterra procediera a reconocer los nuevos gobiernos hispanoamericanos, conforme lo habían hecho los EE.UU. FSD; Ms; DGB; XXIX. En: MANNING, W. R: Op. Cit., III, pp: 14 y ss. 19)

Monroe tan sólo conoció el texto de la propuesta de Canning el 9 de octubre de 1823 cuando se disponía a pasar algunos días a su casa de Oakwood, Virginia. A partir de entonces, bajo sus instrucciones, el Secretario Adams inició una serie de consultas confidenciales -escritas y verbales- con los ex presidentes vivos e influyentes personajes norteamericanos, como se reseñará a continuación. SCHELLENBERG, T.B.; "Jeffersonian Origins of the Monroe Doctrine". En: The Hispanic American Historical Review; XIV (1934), nº1, pp:1 y ss. 20)

No intervención armada en la guerra entre España y sus colonias rebeldes, salvo que una tercera potencia dicidiese hacerlo poniéndose al lado de España.


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Francia un igual desinterés territorial en Hispanoamérica (punto 2º), negando además cualquier plan de secundar militarmente a España en la región (punto 4º); deseando, no obstante, ver instaurada en Hispanoamérica una forma de gobierno monárquica o aristocrática por crearla Francia como la más adecuada para los nuevos Estados hispanoamericanos; todo lo que finalmente correspondería decidir al monarca español, una vez estuviese éste plenamente restaurado en su trono de Madrid. A cambio de tantas y mutuas renuncias, tanto Inglaterra como Francia declinaban recibir ventaja o trato alguno preferencial, individual y excluyente, en su comercio con Hispanoamérica; bien que les fuera ofrecido por España, o en su caso, por los mismos países hispanoamericanos; conviniendo en que España los recibiese de éstos, acomodándose, una y otra, bajo el principio de la Nación más favorecida. Sin haber sido mencionadas específicamente, las islas de Cuba y Puerto, quedaron por el momento garantizadas a España por el referido pacto Canning–Polignac.21 Tanto la inicial propuesta de Canning a los EE. UU., como el ‘Memorándum Polignac’ cruzaron rápidamente el Atlántico norte.22 Conforme se ha debatido con 21)

Lo cierto fue que quien monitoreó la posición francesa en estas conversaciones fue el mismo Chateaubriand quien oportunamente remitió instrucciones precisas a Polignac; entre ellas las del 6 de octubre de 1823. CHATEAUBRIAND, F.A. de: Correspondance Général de..5 Vols. París -Funot- 1913-1924; V, pp:28-30. Por otra parte, múltiple y exhaustiva es la bibliografía relativa al tema de esta declaración conjunta que terminó llamándose Memorándum Polignac, y en particular sobre los entresijos anteriores y posteriores de la estrategia de Canning frente a EE UU., y Francia, dentro de los cuales se discute el efecto -incluso relación- que una y otra propuesta bi-garante de Canning tuvieron con la subsiguiente declaración -Doctirna- de Monroe. Vid: TEMPERLEY, Harold: Op. Cit., pp: 114 y ss. BARCIA TRELLES, Camilo; Op. Cit., pp:104 y ss. PERKINS, Dexter: Op. Cit., pp: 43 y ss. PEREYRA, Carlos: Op. Cit., pp:217 y ss. VILLANUEVA, Carlos A: La monarquía en América: Fernando VII y los nuevos Estados. París -Lib. P.Ollendorf- s/f; pp: 187 y ss. STANTMÜLLER, Georg: Pensamiento jurídico e imperialismo en la historia de Estados Unidos de Norteamérica. Madrid -Inst. Est. Políticos- 1962; pp: 32 y ss. B[ritish and] F[oreign] S[tate] P[apers], London -W. Ridgway- 1843, t.11, p:49 y ss. 22)

La inicial propuesta de Canning a Rush llegó a Washington el mismo día -9 de octubre de 23- en que Polignac cerraba con el Ministro Canning su famoso Memorándum. Al conocer Canning la liberación y restauración de Fernando 7º, instruyó a su Ministro en París, Charles Stuart, para proponerle a Chateaubriand un plan conjunto para la solución del caso hispanoamericano por fuera de las restantes potencias continentales que, a excepción de Rusia, no tenían posesiones en América. Así lo hizo éste el 13 de octubre de 1823; oferta que si bien el Ministro francés no la rechazó de plano, por simple y elegante lealtad dinástica, lo pospuso en tanto el rey español estuviera en el ejercicio de la plenitud de su poder. M[inistère des] A[ffaires] E[trangères]; E[spagne] Leg.724. CHATEAUBRIAND, F.A., de: Memorias de.. pp:125. Por su lado, todo el esfuerzo subsiguiente de Chateaubriand se orientó a obtener del nuevo gobierno español dos de los principales instrumentos con los cuales Francia podría ganarle de mano a Inglaterra en el asunto Hispanoamericano: la convocatoria de la nueva Conferencia de Mediación en París y el Decreto de Libre Comercio con Hispanoamérica para todos los aliados y amigos de España. No sin extremo candor, pensaba el Ministro francés que con lo primero, y de no obtenerse el reintegro de Inglaterra al sistema de la Alianza, quedaría desenmascarado el plan ant legitimista inglés de obrar por su parte y en consenso con los EE. UU., respecto de los nuevos gobiernos americanos. Con lo segundo, aspiraba a anular el último argumento inglés -supuestos perjuicios a sus intereses comerciales en Hispanoamérica- al quedar equiparadas todas las potencias


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detalle en la profusa bibliografía del tema y momento, la propuesta inglesa produjo una inesperada conmoción política en el Gobierno de Washington, que terminó por involucrar, entre otros, pero de manera singular, a los únicos ex–presidentes vivos, Jefferson y Madison. Al menos tres partidos se formaron en torno a la sugerida alianza británica: aceptación plena, condicionada, o rechazo puro y simple de la misma23. La extraordinaria claridad mental, y no menos solitaria lógica–política del Secretario de Estado, J.Q. Adams, enfrentado a la vacilante postura del Presidente Monroe –influido por Jefferson y Madison y otros destacados miembros del Gabinete, entre éstos J.C. Calhoun y S.L. Southard, Secretarios de Guerra y Marina, respectivamente– uno y otros prematuramente entusiasmados con la propuesta de Canning, llevaron bien pronto al Gobierno norteamericano a adoptar una todavía más radical y fundamental Doctrina sobre la cual sustentarían los EE UU., su no ocultada pretensión de hegemonía continental. Antes que renunciar al largo aislamiento exterior impuesto, casi como dogma, por el mismo Washington desde su Mensaje de Despedida, Monroe y Adams terminaron por radicalizar aquél, consumando la primera bipolarización político mundial, presentida desde la misma Declaración de Independencia angloamericana, en dos grandes esferas continentales: América–Europa; Antiguo–Nuevo Mundo; Libertad– Autoritarismo; República–Monarquía. Tal llegó a ser el Mensaje anual del Presidente Monroe al Congreso (2 de diciembre de1823), dentro del cual bastaron tan sólo tres parágrafos para conformar lo que luego se dio por llamar Doctrina Monroe,24 los mismos con los que los jóvenes EE UU., enfrentaron, terminante e inequívocamente, cualquiera de las pretensiones territoriales en América por parte de Rusia, Inglaterra, Francia y paradójicamente, también Hispanoamérica; dejando de paso manifiestas sus nuevas miras anexionistas sobre el Noroeste y el Sur del continente, incluido en éste último designio, el Golfo de México.

europeas - incluso Norteamérica- en el goce de unas mismas ventajas comerciales. La tardanza y limitación con que España accedió a una y otra cosa, anuló esta primera gran estrategia francesa frente a Inglaterra y terminó por precipitar la caída de Chateaubriand. 23)

Entre otros: Vid: TEMPERLY, Harold: Op. Cit. pp: 103 y ss. BARCIA-TRELLES, Camilo: Op. Cit., pp: 96 y ss. RIPPY, J. Fred: Op. Cit., pp: 51 y ss. SCHELLENBERG, T.B: Op. Cit., pp: 14 y ss. 24)

Conforme ha sido largamente estudiado, sólo los parágrafos 7º (No colonización futura en América por parte de Europa, en principio dirigido a Rusia, pero extensible a cualquier pretensión similar de la Alianza); 48 (No intervención europea en los asuntos americanos) y 49 (No intervención norteamericana en Europa) del aludido Mensaje, conformaron la llamada Doctrina Monroe. Vid: PEREYRA,Carlos: Op. Cit., pp: 257 y ss. MONTFERRANT, Barral: "La doctrine de Monroe et les évolutions succesives de la politique étrangère des États-Unis". En: Revue d'histoire diplomatique. París, 1903, 17 année; pp: 594 y ss; 1094, 18 année; pp: 21 y 378, ss. PERKINS, Dexter: Op. Cit., pp: 32 y ss.


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b) La «Ley de la gravitación natural» Como se ha advertido, hasta el momento, ninguno de los actores mencionados había hablado oficial y específicamente de Cuba y Puerto Rico, con la excepción de Jefferson, Madison y Adams25 que lo habían hecho a título confidencial. No obstante, tales islas habían estado implícitamente presentes en la mente de las aperturas y discusiones precedentes. Fue precisamente a raíz de las consultas y debates propiciados por el gobierno norteamericano, con ocasión de la respuesta que habría de darse a la propuesta de Canning, y muy a continuación, con ocasión del Mensaje–Doctrina de Monroe, que los EE UU., singularizaron, en torno a Cuba y Puerto Rico, el contenido y alcance de las pretendidas garantías, individuales o conjuntas, originalmente sugeridas por Inglaterra. Al apropiarse e instrumentar tan hábilmente la iniciativa de Canning, los EE UU., dejaban cubiertos, al menos frente a Europa, y de manera pragmática y mediática, los tres grandes objetivos de su futura política respecto de Cuba y Puerto Rico: el total y sistemático rechazo a un cambio de dominio de ambas islas, y con ello la pérdida, en favor de una Potencia europea, de tan importante bastión geo–estratégico; la eventualidad de una emancipación revolucionaria, incontrolada y racista, como había ocurrido en el Santo Domingo francés, con sus inevitables consecuencias sobre los Estados esclavistas del sur; y finalmente, posponer para un futuro –entonces incierto– una eventual anexión o admisión de Cuba y Puerto Rico, precisamente como nuevos Estados esclavistas de la Unión norteamericana, eludiendo por lo pronto lo que, en tales fechas, ello hubiera implicado para el frágil equilibrio político interno de los EE. UU. Cara los eventuales designios europeos respecto a Hispanoamérica, concomitantes con el definitivo desmarque inglés de Alianza a raíz del desenlace liberal español, el recelo preventivo del gobierno norteamericano había sido mucho más temprano y explícito que el inglés. Ya entonces Cuba y Puerto Rico pasaron a ser el meollo de las preocupaciones del Gobierno norteamericano en sus relaciones con Europa. Con anti25)

Suele citarse siempre el candor y desinhibición con que el ex-presidente Jefferson planteó al Presidente Monroe -Monticello, 24 de octubre de 1823- el peligro que encerraba la cuarta proposición de Canning, la que implicaría para los EE UU la permanente renuncia a una futura -y una vez más, inevitable- adquisición, anexión o admisión de Cuba y Puerto Rico, como partes integrantes de la Unión. Menos explícita, pero de igual implicación, fue la posición de Madison - 30 de octubre de 1823. Adams recogió, con beneficio de inventario, uno y otro planteamiento, conforme lo dejó consignado en su Diario correspondiente al 7 de noviembre de 1823, cuando estaba ya perfilado el debate de fondo sobre la propuesta y respuesta de y a Canning. Vid: BARCIA-TRELLES: Op. Cit., pp: 89 y ss. SCHELLENBERG, T.B: Op. Cit., pp: 14 y ss. CHADWICK, Freench Ensor: The relations of the United States and Spain. Diplomacy. 2 Vols. London Chapma & Hall, Ltd- 1911, t.I, pp: 191 y ss. PEREYA, C: Op. Cit., 230 y ss.


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cipación al Congreso de Verona, habiendo obtenido del primer gobierno liberal español la ratificación del Tratado de cesión de las Floridas, y no sólo temiendo una eventual injerencia militar de la Alianza en Hispanoamérica, sino aduciendo específicamente un inminente desembarco inglés en Cuba y Puerto Rico, so pretexto de perseguir y aniquilar el sinnúmero de piratas que desde ambas islas asolaban el comercio inglés,26 el Presidente Monroe había anticipado algunas acciones concretas y precautelativas tendientes a asegurar la permanencia del estatus colonial español de Cuba y Puerto Rico, pero en especial de la primera de ellas. A mediados de diciembre de 1822, el Secretario de Estado, J.Q. Adams, en una larga nota instruyó a Hugh Nelson, Ministro en Madrid, sobre las miras de los EE. UU., respecto de Cuba y Puerto Rico. Haciéndose eco de las admoniciones de Jefferson, las pretensiones norteamericanas empezaban por definir tales islas como apéndices naturales de la Unión, no sólo en virtud de su especial localización geográfica, sino por su trascendental importancia para los intereses políticos y comerciales norteamericanos.27 Al marcar esta impronta, Adams vaticinaba que, y antes de medio siglo, no sería posible a los EE.UUU resistir «...la anexión de Cuba a nuestra República Federal.. [lo que] será indispensable a la comunidad e integración de la Unión misma... 26)

Conforme aconteció, a finales de dicho año de 1882, cuando un escuadrón inglés desembarcó en la Isla para destruir los reductos piratas que España no podía o no quería aniquilar. Previamente a dicha acción punitiva, Canning instruyó a su Ministro en Washington, Stratford Canning (Londres, 7 de diciembre de 1822), para que diera al gobierno norteamericano todas las garantías del caso en cuanto a la temporalidad de dicha invasión; advirtiéndole que debería a la par indagar minuciosamente sobre las pretensiones norteamericanas sobre Cuba y Puerto Rico. PRO, FO (USA) 5, Leg.165. Sin embargo, a finales de 1822, cuando ya sesionaba el Congreso de Verona, el recelo americano resultaba un pretexto más justificado. Si bien en la agenda del Congreso se incluyó como tema a resolver el asunto de la piratería en los mares españoles de América, el memorándum inglés del 24 de noviembre de 1822, dejó bien claro que Inglaterra se veía obligada, antes que a invadir, a reconocer de hecho los nuevos gobiernos hispanoamericanos para solucionar con ellos, dada la impotencia militar española, el insostenible y precario estado de la seguridad marítima en las aguas del Caribe y Golfo de México. 27)

La importancia porcentual del comercio norteamericano con Cuba y Puerto Rico durante el decenio 181618126 queda reflejado así (Para un detalle de las cifras relativas, ver el apéndice nº 1): Exportaciones totales (propias y re-exportaciones)

1816-1826

1823-1826

Sobre el total de lo exportado a las Indias Occidentales

36.9%

51.4%

Sobre el total exportado por los EE. UU.

7.8%

7.9%

1821-1826

1823-1826

Sobre el total de lo importado desde las Indias Occidentales

48.7%

49.1%

Sobre el total importado por los Estados Unidos

14.3%

6.9%

Importaciones totales (en navíos propios y extranjeros)

Fuente: B&FSP, London 1854, Vol .XIV, 1826-1827; pp: 1210 y ss. BUREAU of the Census: Historical Statistics of the United States, 1789-1945. Washington –Government Printing Office– 1949; pp: 242 y ss.


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Es obvio que no estamos preparados aún para este acontecimiento..[lo que sería] criticado tanto entre nosotros como en el extranjero. Pero existen leyes de gravitación política como existen leyes de gravitación física: y así una manzana combatida por la tempestad en su árbol nativo no puede elegir sino caer en tierra, Cuba desunida por la fuerza de su actual y artificial unión con la España, e incapaz de someterse a si misma, solo puede gravitar hacia los EE.UU., que por la misma ley de la naturaleza no pueden desampararla en su caída. Por lo tanto la transferencia de Cuba a la Gran Bretaña sería un hecho contrario a los intereses de los EE.UU.,...» 28 Cuatro meses más tarde –abril de 1823– Adams remitió a Nelson unas más perentorias instrucciones al respecto, esta vez induciéndole a declarar, al agonizante gobierno liberal español, sus reales intereses respecto de Cuba y Puerto Rico.29 Así pues, desde diciembre de 1822 y abril de 1823, los EE.UU., validos de sus expectativas territoriales sobre Cuba y Puerto Rico, habían decidido reafirmar su original política exterior unilateral, ajena a todo tipo de alianza con terceros Estados. En lo tocante a los asuntos del continente americano, y en contra a las anticipadas y falsas expectativas en pro de una alianza continental americana frente a la Europa legitimista que el Mensaje presidencial de un año después creó en los nuevos gobiernos Iberoamericanos, en particular de Colombia, Buenos Aires, Méjico y el Imperio del Brasil,30 los EE.UU., optaron por instituir un sistema geopolítico totalmente diferente al que, en su momento, Inglaterra y Francia pretendieron trasladas a América en su forcejeo por imponer una solución propia al caso hispanoamericano. El mismo fue hemisférico, político y hegemónico: americano y republicano a cuya cabeza estarían ellos mismos.31 28)

J.Q. ADAMS a Hugh NELSON; Washington, 17 de diciembre de 1822. Vid: MOORE, John Basset: A Digest of International Law. Washington 1906; 8 Vols; Vol.VI, p: 80. 29)

J.Q.ADAMS a Hugh NELSON, Washington, 28 de abril de 1823. Ib., Vol. VI, p. 381. En esta ocasión se le instruyó declarar al Gobierno español la repugnancia de los EE UU respecto de cualquier tentativa de traspasar dichas islas a otro Estado, debiendo añadir que cualquiera que fuese la condición de CUBA afectaría «...la felicidad de EU y la buena inteligencia entre nosotros y España...» Por lo mismo, prosigue Adams «...nosotros consideraríamos cualquier tentativa de trasferencia de la isla, contra la voluntad de sus habitantes, como acto subversivo de sus derechos, así como de nuestros intereses; cosa que nos daría perfecto derecho para resistir la cesión y declarar su propia independencia. Si este caso llegase, los EE.UU., quedarían completamente justificados al darles su apoyo para lograr su separación...». Para reforzar su acertijo, Adams concluye su oficio advirtiéndole a Nelson: «...El dominio de España en norte y sur de América ha terminado..!» 30) 31)

Para un interesante y resumido análisis al respecto, Vid: BARCÍA TRELLES: Op. Cit., pp: 129 y ss.

Por su parte, el sistema, tanto inglés como francés, eran antes que nada anti-geográfico: Hispanoamérica sería un apéndice político europeo -no un hemisferio separado- conformado sobre formas de gobierno monárquicas o aristocráticas. No obstante, Francia aspiraba a imponer una hegemonía borbónica, relegando a la vez cualquier dominancia política y comercial de Inglaterra y los EE.UU. Por su parte, si bien Inglaterra se contentaba con un mero predominio comercial del mercado iberoamericano, se propuso extrapolar a América


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No obstante, en principio, tantos los EE UU., como Inglaterra y Francia, aparentaban coincidir en una misma cosa: eliminar –o al menos ocultar y por lo mismo, posponer– la disputa territorial en América, reduciendo por lo pronto su lucha por la influencia en el futuro hispanoamericano a una mera competencia política y comercial, ésta última llevada a cabo bajo los mismos principios de igualdad, reciprocidad y máxima libertad entre dichas potencias. Sin embargo, para 1823, las de no poco ocultadas apetencias expansionistas norteamericanas continentales –al oeste del grado 32 de latitud pactado en el tratado de las Floridas (Texas)–, y sobre todo insulares respecto de Cuba y Puerto Rico, impusieron una estricta lógica política al Gobierno de Washington: rechazar cualquier tipo de alianza con Europa que involucrase recíprocas renuncias territoriales en América. Lo único que quedaba a los EE UU., era, sino anticiparse a Europa, al menos repetir al gobierno de España, su propia, individual y siempre condicional garantía territorial, exclusivamente sobre Cuba y Puerto Rico, –implícitamente contenida en los apartados 48 y 49 del Mensaje de Monroe– a cambio del reconocimiento, por parte de aquella, de la independencia de los llamados gobiernos rebeldes de América. Sin mediar un arreglo o alianza prematura con los nuevos gobiernos americanos, los EE UU., jugaban individualmente una misma carta, con dos caras diferentes, que le reportaría un doble y obligado agradecimiento: Una parte, de España por la aparente garantía que le aseguraría el reducto colonial insular de su Imperio americano; y por la otra, de parte de los nuevos socios americanos por el reconocimiento obtenido en su nombre de su ex–metrópoli. Ahora bien, cara a sus inmediatas rivales europeas, la exigencia norteamericana de un reconocimiento previo, por parte de España, conllevaba una sutil y compleja táctica política. Como el Mensaje Monroe no excluía por sí la adquisición pacífica – mediante venta o cesión– de Cuba o Puerto Rico por parte de cualquier potencia europea –en verdad por Francia o Inglaterra–, las pretensiones norteamericanas para una futura anexión de dichas islas no estaban, de manera alguna, aseguradas frente a ambas Potencias. Y este riesgo era entonces mucho más evidente desde el momento en que, tanto Inglaterra como Francia, y desde luego los mismos EE. UU., habían decidido individualmente observar una estricta neutralidad en la guerra que enfrentaba a España y a sus antiguas colonias americanas. En virtud de tal compromiso, cabía la posibilidad, siempre latente y por lo demás legítima, que alguna de sus dos rivales europeas decidiese ocupar alguna o ambas islas,

su sistema de equilibrio o balance de poder similar al ensayado con éxito en Europa. Para ello intentó una misma fórmula de «mutuas garantía territoriales», en un comienzo de tipo bilateral, y más tarde trilateral EE UU-Inglaterra; Inglaterra-Francia; Inglaterra-Francia-EE.UU., conforme a sus diferentes y sucesivas propuestas a los gobiernos del caso.


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pretextando, en su momento, una respuesta retaliadora frente a cualquier participación o ayuda militar dada por la otra a España para la reconquista de todos, o algunos, de sus ex–dominios en el continente americano; como también alegando cualquier justificación meramente circunstancial, como podría ser la persecución y extinción del indiscriminado azote de los corsarios españoles a su comercio en el Caribe. De llegar a darse cualquiera de tales eventualidades, los EE UU., se apresuraron a reclamar igual derecho de intervención en Cuba y Puerto Rico, la cual de adujo, en ningún momento, sería en contra de intereses hispanoamericanos propiamente tales, sino exclusivamente extra–europeo, puesto que con ello tan sólo se impediría, tal cual decía el Parágrafo 7º del Mensaje Monroe, una nueva colonización en América por parte de alguna Potencia europea. Esto último, sin embargo, implicaba un abanico muy amplio de posibilidades que el gobierno de Washington se reservó el derecho de concretar, una vez llegado el caso, según sus interese vitales: la anexión, pura y simple, de ambas islas; la admisión de las mismas en la Unión, luego de una declaratoria de independencia; o en su defecto, una invasión temporal, simplemente precautelativa; sin descartar, llegada la ocasión, la declaratoria de guerra en contra de España y su aliada militar enfrentados a alguno de los gobiernos hispanoamericanos, ya reconocidos por los EE UU. Sin embargo, y como el Mensaje Monroe fue interpretado de manera singular por buena parte de los nuevos gobiernos americanos,32 la oferta de neutralidad norteamericana arrastró un nuevo y más complejo desafío a la política de Washington, tanto cara a los referidos gobiernos «hermanos» de América, como respecto de las Potencias europeas, en particular cara a España de quien se pedía el reconocimiento previo de tales gobiernos, a cambio de lo cual los EE UU., le garantizarían el dominio colonial sobre Cuba y Puerto Rico. En tanto no cesase la guerra entre España y sus ex–colonias, existía el riesgo, que algunos de dichos beligerantes – conforme aconteció por parte de Colombia y México– decidiesen invadir, anexar o liberar a Cuba y Puerto Rico, en cualquier caso, como 32)

Como ha sido estudiado, los gobiernos de Colombia, México, Buenos Aires e incluso el rebelde Imperio del Brasil de entonces, se apresuraron a interpretar el Mensaje Monroe como un ukase global por el cual los EE UU., a la vez que anulaba el ukase precedente ruso, asumían la iniciativa de crear una zona de exclusión total en el hemisferio americano frente a cualquier pretensión de injerencia de la Alianza en los destinos del continente americano; esto es, como una especie de cinturón protector para su ganada independencia política. Muy poco tiempo después quedaría manifiesto que la Doctrina Monroe era, antes que nada, por su origen y contenido unilateral, un instrumento exclusivamente de defensa de los intereses y pretensiones norteamericanos, antes que continental, y en particular de sus futuros proyectos expansionistas en América. INMAN, Samuel Guy: "The Monroe Doctrine and Hispanic America". En: The Hispanic American Historical Review, IV (1921), nº 4; pp: 635 y ss. CREAVEN, W.F: "The Risk of the Monroe Doctrine ". En: The Hispanic American Historical Review, VII (1927), nº 3; pp: 320 y ss.


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parte de su estrategia militar tendiente a obligar a España a firmar la paz con ellos. Ante la eventualidad cierta de una pérdida definitiva de dichas islas, ya no tanto por capacidad de tales gobiernos hispanoamericanos para perfeccionar sus proyectos, sino por la injerencia que dichas intentonas pudiera arrastrar por parte de Inglaterra o Francia, el gobierno de Washington, impedido en todo sentido por la Declaración– Mensaje de Monroe, de afrontar un prematuro enfrentamiento militar con sus recién admitidos socios hemisféricos, se vio obligado a perfeccionar su ya sofisticada estrategia diplomática: impedir la intromisión –exitosa o no– de uno o varios gobiernos hispanoamericanos en los destinos de Cuba y Puerto Rico. De no lograrlo, los EE UU., quedarían abocados por parejo, o bien a aliarse con España para asegurar la continuidad del estatus colonial de dichas islas –con todas las consecuencias que tal acto implicaría para sus ambicionadas pretensiones territoriales y sobre todo hegemonía continental–; o bien, anticiparse diplomáticamente a los proyectos militares de sus socios americanos, frustrando o anulando sus proyectos emancipadores o anexionistas acometiendo –conforme tuvo que hacerlo– una no menos intensa y sutil acción diplomática, tanto en Europa como en Hispanoamérica misma. Fue esto lo que con suprema habilidad y eficacia orquestaron el Presidente J.Q. Adams y su Secretario de Estado H. Clay. Por todo lo anterior, la exigencia del reconocimiento previo español significaba para la estrategia diplomática global norteamericana el cese de la guerra en América y por lo mismo la condición óptima para asegurar el mantenimiento del estatus colonial de Cuba y Puerto Rico, que a su vez era lo más conveniente a sus apetencias diferidas sobre ambas islas. La continuación de la guerra, era, por ello, el riesgo más inmediato de perdida de las mismas, como el camino más expedito a una eventual guerra, tanto con Europa como con Hispanoamérica, evento que de todas maneras los EE UU., ni querían, ni estaban seguros de poder ganar, al menos en el primero de los casos. Así pues, a partir de finales de 1823, toda la iniciativa diplomática de Washington estuvo dedicada a conseguir el requerido reconocimiento de los gobiernos hispanoamericanos, bien fuera por parte de España –lo ideal– o al menos por Inglaterra, la única que en Europa había manifestado una disposición cierta al respecto.

2.) Un corto intermedio (1824) Todo lo anterior de manera alguna pasó desapercibido en Europa, en particular por la perspicaz mente de Canning, quien a partir del Mensaje de Monroe, reestructuró su


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estrategia política y diplomática dedicándose a anular, o al menos minimizar, la ya manifiesta y explícita declaratoria de hegemonía americana por parte de los EE UU. 33 Fue pues Inglaterra quien reasumió la iniciativa diplomática europea respecto al asunto hispanoamericano, y en último término, y de manera muy singular, involucrando el presente y futuro de Cuba y Puerto Rico. En tanto Francia, en especial su Jefe de Gobierno Villèle, y su no menos impaciente – próximo a caer en desgracia ante Luis XVIII– Ministro de Asuntos Exteriores, F.A. de Chateaubriand, veían cada día como la tozudez e inercia de los sucesivos gobiernos españoles de la restauración,34 deshacían su estrategia político diplomática

33)

Dos cosas parecen haber primado en la estrategia de Canning a partir del Mensaje Monroe: por una parte, su complacencia por la exclusión rusa del noroeste americano, lo cual dejaba abierta las halagüeñas perspectivas comerciales que Inglaterra abrigaba para el comercio directo entre Canadá y China; y la otra, asegurar su predominio, en principio político y comercial, respecto de los nuevos Estados hispanoamericanos. Teniendo la plena soberanía y control militar sobre posiciones tan estratégicas en el Caribe como lo era -y sigue siendo- el archipiélago de las Bahamas -y con él un inminente y permanente control sobre el Canal de la Florida y el consiguiente acceso al Golfo de México- y Jamaica e islas periféricas, el asunto de Cuba y Puerto Rico, le resultaba -por fuera de su valor comercial- un elemento meramente táctico frente a España, Francia, los EE. UU, Colombia y México. Lo singular, fue que su contraparte en el gobierno norteamericano, la mente no menos excepcional de J.Q. Adams, percibió exactamente lo que Canning se proponía en contra de los EE UU. De allí el extraordinario equilibrio de fuerzas y resultados en el forcejeo político y diplomático mutuo durante todo el tema y periodo objeto de este trabajo. Vid: TEMPERLEY, H.W.V: "The later american policy of George Canning". En: The American Historical Review; XI (1906), pp: 779 y ss. Adams, John Quincy: Memoirs of.. comprising portions of his diary from 1795 to 1848. Edited by Charles Francis Adams. Filadelfia 1875-77; VI, p: 64 y ss. GUERRA, Ramiro: La Expansión territorial de los Estados Unidos. La Habana - Edit. Ciencias Sociales- 1975; pp: 157 y ss. 34)

Frente a dicha inercia española, cercados por el anticipo de Canning, lo único que acertaron a hacer Chateaubriand y Villèle, fue renovar su pretendido liderazgo en el asunto español e hispanoamericano cara a las restantes Potencias Aliadas continentales. El 13 de octubre de 1823, cuatro días después de firmado el Memorándum, y mientras Fernando 7º no se resolvía todavía en regresar a Madrid, Chateaubriand convocó a los Ministros aliados para darles un informe, tanto de la declaración bilateral firmada con Inglaterra, como de la propuesta de Canning para un entende franco-inglés por la que ambos gobiernos actuarían por fuera del resto de los aliados en el asunto hispanoamericano; lo cual dijo había rechazado dada su voluntad de actuar en consenso con la Corte de Madrid; negociaciones éstas las cuales aspiraba Francia centralizar en París. VILLANUEVA, C. A: Op. Cit., pp: 186 y ss. El 1 de noviembre, Chateaubriand remitió a los Ministros franceses en Berlín, Viena y St. Petersburgo, una copia del Memorándum adjuntándoles un nuevo compendio de la política legitimista, pero transaccionista del gobierno francés respecto de la solución del caso hispanoamericano; todo lo cual requería la reunión urgente de la Conferencia de Mediación en París, a más tardar a comienzos de diciembre de dicho año de 1823, y en la que se deberían tratar tres temas: a) Si los aliados deberían reconocer la independencia de Hispanoamérica una vez Inglaterra lo hiciese por su cuenta; b) Que no teniendo ni Rusia, ni Austria, ni Prusia colonias en Hispanoamérica, permitirían que Inglaterra y Francia se entendiesen directamente según sus intereses; 3º) Si España continuaba rehusándose a todo arreglo con sus colonias, reivindicando sus derechos en América -sin tener los medios para reconquistarlos- quedaba cada Potencia en libertad para actuar conforme a sus propios intereses. MAE, M[émoirs et] D[ocuments], A[mérique]; Leg.35 CHATEAUBRIAND, F.A. de: Congreso de.. Vol. II; pp:307-08


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cara a sus aliados continentales, y sobre todo respecto de Inglaterra,35 ésta decidió por su cuenta reabrir su frente diplomático en Madrid. El 31 de marzo de 1824 – ratificado luego el 4 de abril siguiente, Willian A'Court, Ministro inglés en España, siguiendo precisas instrucciones previas de Canning,36 a la vez que manifestó al 35)

Tan sólo con el ascenso del Conde de Ofalia -enero de 1824- pudo Francia obtener una nueva convocatoria de la mal pedida Conferencia de Mediación europea (26 de diciembre de 1823) y un no menos inocuo decreto de libertad de comercio con Hispanoamérica en favor de los aliados europeos (9 de febrero de 1824). A la primera, no sólo por los premeditados defectos de su convocatoria, sino por su anticipado fracaso, se negó a asistir Inglaterra; todo lo cual terminó imponiendo el desinterés y abandono de la mismas por parte de Francia, al quedar así desarticulado el propósito inicial francés de "amarrar" la preanunciada decisión inglesa de reconocer unilateral a los gobiernos insurgentes hispanoamericanos. El nulo efecto de la pretendida libertad comercial, frente a Inglaterra y demás socios europeos, acabó por deshacer la inicial estrategia francesa. El gobierno de París decidió entonces obrar por su cuenta, unas veces queriendo anticiparse a Inglaterra, y otras más siguiendo a saltos las pisadas de Londres. Un mes antes, el 12 de noviembre de 1823, Chateaubriand ofició terminante, sino angustiadamente, al Embajador francés en Madrid, Marqués de Talaru, comunicándole los preparativos militares que Francia había decidido ejecutar en las Antillas. Al considerar que estaban en serio peligro los «..intereses esenciales de Francia...» en dicho hemisferio, le recalcó la urgencia que existía para que España se resolviese, de una vez por todas, sobre el futuro de sus colonias Hispanoamericanas. Como «... no podemos dejarnos embaucar con la lentitud española...» debía exigir una respuesta categórica al respecto. Le advierte también que si bien Luis XVIII ha decidido enviar sendos Comisionados a Colombia y México con el objeto de sondear soluciones a sus pretensiones de reconocimiento, discutir arreglos posibles con los prohombres sublevados y ofrecer la mediación de Francia con España, no por ello Francia ha dejado de pensar en que todavía es posible entronizar, al menos en México, un Infante borbón. Por todo ello, le emplaza a obtener del nuevo gabinete español al menos las siguientes respuestas inequívocas: Si España quiere o no negociar con sus ex-colonias y de acuerdo con sus Aliados: 2º) Si teme exponer sus derechos en estas negociaciones comunes; 3º) Si conservando alguna esperanza en América, España espera todavía sacar más ventajas que sacrificios. Chateaubriand concluye su nota a Talaru advirtiendo a España que Francia no podía resignarse a que el resto de Europa le privase de los beneficios del inmenso mercado suramericano. Tampoco permitirá Francia, mientras sus tropas permanezcan en la Península, que Inglaterra intente negociar con España el reconocimiento de los gobiernos hispanoamericanos, sonsacándole nuevos privilegios, en cuya eventualidad, lo primero que hará Francia será reconocer inmediatamente a estos últimos. MAE, CP, E; Leg.724 VILLANUEVA, Carlos, Op. Cit., pp: 200 y ss. A mediados de diciembre de 1823, Francia decidió el envío de los nuevos «agentes confidenciales» a México y Colombia, instruyendo al Comandante Naval del Caribe apoyar, incluso militarmente, el mantenimiento de la soberanía española en Cuba y Puerto Rico, en caso de estallar alguna sublevación interna en dichas islas y de pedir tal ayuda los respectivos Gobernadores españoles. Vid: Clermont-Tonnerre (Ministro de Marina y Colonias) al Conde. Donzelot (Gobernador de Martinica); París, 17.12.1823. En: ROBERTSON, W.S: Op. Cit., pp: 319 y ss. El 4 de enero de 1824, Chateaubriand instruyó al Príncipe de Polignac proponer nuevamente a Canning una acción conjunta para instaurar varias monarquías en Hispanoamérica, lo cual rechazó Inglaterra. Vid: Chateaubriand, A.F de: Correspondance Général de.., París - Ed. Gunot- 19131924; Vol. V., pp: 114; 129 y ss. La caída subsiguiente de Chateaubriand dejó en manos de Villèle el manejo de una cada vez más reducida y circunspecta política francesa respecto de Hispanoamérica, a partir de entonces en manos de EE. UU., e Inglaterra. 36)

G. Canning a W. A'Court, Londres 2 de abril de 1824. PRO, FO (Spain) 72; Leg. 284, nº 14. También: WEBSTER, C.K: Britain and the independence of Latin American; Londres -Oxford Univ. Press- Vol.II; pp:423


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Conde de Ofalia el rechazó inglés para unirse a la Conferencia de Mediación a sesionar en París,37 ofreció por tercera vez (ya lo había hecho en 1811 y 1817) al gobierno español sus buenos oficios para la solución del asunto hispanoamericano. Emulando, al objeto de contrarrestar la anterior y similar apertura norteamericana en Madrid, Canning añadió esta vez la condición del previo reconocimiento español de los Gobiernos continentales, a cambio de lo cual Inglaterra garantizaría a España la soberanía de Cuba y Puerto Rico; ofertas las cuales fueron rechazadas de plano por dicho Ministro.38 Por penúltima vez, Inglaterra trataba de mantener, hasta el final, la estricta lógica político–diplomática observada durante los catorce últimos años en el desenlace del asunto hispanoamericano: dar la oportunidad a España, como ex–metrópoli, de ser la primera en reconocer en derecho la independencia de sus ex–dominios americanos, pudiendo hacerlo a continuación, y en propiedad, las demás potencias, Inglaterra la primera de ellas. Verse obligada, conforme aconteció finalmente, a invertir el orden del reconocimiento –como ya lo habían hecho los EE UU.,– implicaba dar paso a la práctica del reconocimiento de hecho, eludida por los EE. UU., pero finalmente impuesta por los misma Inglaterra,39 una vez España se empecinó en renunciar a sus derechos de soberanía en Hispanoamérica. De otra parte, la oferta inglesa de garantizar a España la plena posesión de sus dos últimas islas en el Caribe, arrastraba por lo menos tres connotaciones implícitas e inmediatas: por una parte, la admisión por España de su absoluta impotencia para asegurarse por si misma tales dominios;40 advirtiéndole, con absoluta claridad, que eran estos los dos únicos reductos territoriales que aún podría aspirar a conservar en América; ahora bajo su protección y garantía, con lo que militar y diplomáticamente podía eso significar en su momento. En segundo término, Inglaterra, al anticiparse al ya presentido fracaso de la Conferencia aliada de París, pretendía recuperar su preemi37)

Instrucciones de G. Canning a W. A'Court del 30 y 31 de enero de 1824. PRO, FO (Spain) 72; Leg. 284, nº 4 y 6 También: WEBSTER, C.K: Op. Cit., Vol.II; pp:412 y 416. A[rchivo] H[istórico] N[acional]; E[stado]; Leg. 6852, nº 500 38)

Marqués de HEREDIA: Escritos del Conde de Ofalia. Bilbao -Imp.y Enc. de la Sociedad Anónima La Propaganda- 1894; pp: 372 y ss 39)

Como se ha advertido, para Inglaterra se trataba de un asunto de consistencia lógica con su experiencia en el caso de sus sublevadas Trece Colonias, 40 años antes. Podía y debía reconocer en derecho sólo y exclusivamente quien se decía poseer la soberanía sobre un dominio colonial, la misma que se le imponía renunciar, una vez admitida su derrota militar. A falta de éste, los demás gobiernos o Estados sólo podían reconocer de hecho, lo que en último término no sería otra cosa que dar y exigir a aquellos, respectivamente, lo que su ex-metrópoli no quería dar y exigir: la plenitud de derechos y deberes como nuevos sujetos de la comunidad internacional. Esto fue lo España tardó en reconocer por más de 20 años. 40)

Compromiso el cual Inglaterra estaba dispuesto a asumir, así el mismo resultase excepcional respecto de la tradición política exterior inglesa al respecto. Vid: Canning a A'Court, 12 abril de 1824, ya citada.


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nencia política en Madrid, anticipándose como garante de su mermada pervivencia colonial en América. De paso, y de manera más singular, Inglaterra –Canning en último término– aparecería junto a los nuevos gobiernos hispanoamericanos, como la única potencia europea, que no solamente frustraba cualquier pretensión pacificadora de España y sus aliadas en América, sino como la única Potencia que, sin ser su expresamente su aliada, poseía la suficiente capacidad y disposición para garantizar la independencia de dichos gobiernos frente a unas y otras, y incluso cara los mismos EE UU. Al rechazar de plano España la nueva propuesta inglesa,41 en particular el supuesto de su definitiva derrota en América, como ya lo había hecho respecto de la norteamericana, permitió que varios de los prohombres de la lucha hispanoamericana, Bolívar entre todos, se comprometieran tan celosamente con la parte que, de dicha postura inglesa, estaba a ellos dirigida. Inglaterra, al lamentar profunda y públicamente este nuevo rechazo español,42 se declaró, desde entonces, definitivamente desligada de cualquier compromiso con España y socios continentales, anunciando que procedería, tanto al próximo reconocimiento de los nuevos gobiernos hispanoamericanos,43 como a actuar respecto de Cuba y Puerto Rico, no permitiendo, conforme a sus pro41)

Vid; TEMPERLEY, Harold: The foreign..., p.138 y ss.

42)

Canning sinceramente estimó como valiosa, oportuna e irrepetible, su oferta de garantizar Cuba y Puerto Rico a España y se lamentó publica e íntimamente del rechazo español. Vid su carta a su amigo y embajador en St. Petersburg, Sir Ch. Bagot del 19 de mayo de 1824. En: BAGOT, Josceline, Cap. (Ed.): George Canning and his Friends; 2 Vols; London -J. Murray- 1900, II, p.240. También: KAUFMANN, W.W: Op. Cit., p.375. De manera apenas referencial, conviene mencionar que en lo que respecta a la decisión inglesa de impedir una anexión de Cuba y Puerto Rico por los EE UU., tan sólo estuvo vigente hasta junio de 1896 cuando el Ministro del F.O., de entonces, Lord Salisbury, ignorando expresamente sus compromisos con España, declaró a los EE. UU., que nada tendría que ver con lo que su gobierno decidiera hacer respecto de Cuba , bien se tratase de una compra -como lo pretendía el saliente Presidente G. Cleveland y su Secretario de Estado R. Olney-, una anexión, o el apoyo a su independencia. Vid: GUERRA, Ramiro: Op. Cit., pp:305 y ss. 43)

No fue, ni corto, ni fácil, el camino que tuvo que seguir Canning para imponer en el Gabinete -y luego a Jorge IV- la decisión de reconocer los primeros Gobiernos «suramericanos». Sólo fue a partir del 30 de noviembre y 14 de diciembre de 1824, en su sonado Memorándum a Lord Liverpool y luego al Gabinete, cuando aquél acometió definitivamente el reconocimiento de México y Colombia. La coyuntura externa no podía esperar más: La predisposición favorable para una cooperación marítima y política con EE UU., la incertidumbre sobre el retiro francés de España y su aún no descartada intervención militar en Hispanoamérica, como la ya preanunciada crisis del asunto portugués-brasileño, resultaron ser factores demasiado manifiestos en la mente y visión del Ministro y líder de los Comunes. Vid: Canning a Granville, 11 de noviembre de 1824. En; STAPLETON, E.J: Some Official Correspondence of George Canning: (2 Vols); London -Logman Greene- 1887, Vol. I; pp:.191 y ss. Con sumo regocijo, y desconociendo el precedente norteamericano, Canning manifestó a Ch. Stuart en París: «...Lo que había que hacerse, está hecho.. Hispanoamérica es libre… y "ella" es inglesa...» En: KAUFMANN, WW, Op. Cit., p: 177. La noticia llegó a Madrid el último día de 1824; esto es, 22 días después de la última gran derrota española en Hispanoamérica en Ayacucho, suceso el cual todavía se ignoraba en Madrid.


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pios intereses, como potencia americana que continuaba siendo, que las mismas pasasen a manos de ninguna otra potencia, americana o europea. La subsiguiente decisión inglesa de reconocer a Colombia, México y Buenos Aires – finales de 1824 y comienzos de 1825– revertió la iniciativa política y diplomática al lado norteamericano. Cuba y puerto Rico adquirieron un nuevo rol en las piezas que serían movidas por Washington y Londres. J.Q. Adams y su Secretario H. Clay no pudieron dejar de ponderar, con sobrada incertidumbre, las consecuencias que dicho reconocimiento podría implicar respecto a sus pretensiones sobre ambas islas. Si bien en principio, los EE UU., podían sospechar un renovado interés anexionista de Cuba y Puerto Rico por parte de Inglaterra, una vez ésta se considerase desligada definitivamente de todo compromiso político con España y la Alianza respecto de Hispanoamérica; lo que más preocupaba ahora a Washington era la posición que Inglaterra asumiría respecto de una ya manifiesta voluntad, por parte de los nuevos gobiernos México y Colombia, de invadir, anexar o liberar a Cuba y Puerto Rico, gobiernos con los que ahora Inglaterra negociaban tratados de comercio y los que, de una u otra forma, aspiraban a suscribir algún tipo de alianza política, e incluso protectorado, como muy seguidamente habría de pedirlo Colombia –en verdad Bolívar–, casi con obsesión y alternativamente desde Lima, Bogotá, Panamá y Caracas.

3.) El malabarismo diplomático norteamericano (1825–1827) A comienzos de mayo de 1825, un año después de que la oferta inglesa de garantía sobre Cuba y Puerto Rico había sido rechazada por España, y cuando las aspiraciones colombianas y mexicanas sobre tales islas habían sido incluidas en la agenda del recién convocado Congreso Continental de Panamá –al cual no habían sido aún invitados, ni los EE. UU., ni Inglaterra– H. Clay, siguiendo las instrucciones del Presidente Adams, tomó la iniciativa de ofrecerle a Inglaterra una acción mancomunada para garantizarle a España la posesión de estos dos últimos reductos insulares en América.44 En verdad, lo que ahora hacía el Ejecutivo norteamericano era resucitar la propuesta de Canning del 16 de agosto de 1823, la que, como se advirtió, había sido rechazada con algún retardo por los EE UU., con el pretexto de haber rehusado Inglaterra en su momento reconocer los nuevos gobiernos hispanoamericanos, previamente reconoci44)

Lo iniciativa fue propuesta por H. Clay al Ministro de Inglaterra en Washington, H.U. Addington, el 2 de mayo de 1825, fecha en la cual éste la comunicó a Canning. PRO; FO (USA) 5, Leg. 198 (Ia), nº 34. También: WEBSTER, CK; Op. Cit., II, 513 y ss.


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dos por ellos. Sin embargo, esta primera apertura de Clay con el Ministro inglés en Washington, Henry U. Addington, fue apenas el prólogo de una nueva e intensa acción diplomática por parte del gobierno norteamericano para poner a buen recaudo sus pretensiones diferidas sobre Cuba y Puerto Rico, ahora amenazadas por Colombia y México, las cuales podrían llegar a contar con algún respaldo inglés. Haciendo alarde de un cándido malabarismo diplomático, Clay quiso, a la vez, estimular y valerse del susceptible ego de Canning: al advertirle que tras el reconocimiento por parte de Inglaterra de los nuevos gobiernos republicanos americanos, y prescindiendo de cualquier pretensión monárquica inglesa para las mismas, los dos gobiernos se encontraban al fin en un similar píe de igualdad y credibilidad, tanto frente a los nuevos Estados hispanoamericanos, como respecto de España para presionar a ésta, por encima de las restantes potencias continentales europeas, el reconocimiento de las primeras, llevándola a firmar la paz en el continente. Sin embargo, y antes que exigirlo de España, el precio que ambas potencias ofrecían pagar por la cesación de tan larga y devastadora guerra americana, era la garantía conjunta para la conservación por aquella de Cuba y Puerto Rico. Al vincular y compromete a Inglaterra al logro de tal propósito, la estrategia global norteamericana quedaba nuevamente a salvo: paz con España; reafirmación del estatus colonial de las islas, garantizado por ambas potencias anglosajonas; y tácito compromiso inglés de inhibir cualquier asechanza, por parte de los nuevos gobiernos hispanoamericanos, sobre Cuba y Puerto Rico. No obstante, al descartar la iniciativa de Clay, Canning aplicó entonces la misma lógica que en su momento utilizaron los EE UU en 1823 para rechazar su propuesta original. Entendió el hábil Ministro inglés que, de aceptar la oferta norteamericana, y lograda la paz entre España y sus perdidas colonias, los EE UU., serían los últimos beneficiados al resguardar con su apoyo, sus pretensiones territoriales sobre Cuba y Puerto, bien frente a las pretensiones de Colombia o México, bien frente Francia –cuyas recientes maniobras marítimas en el Caribe habían despertado agudas suspicacias en Washington y Londres–45 y desde luego la misma Inglaterra. 45)

En el verano de 1825, Francia acometió un no anunciado refuerzo de su flota en el Caribe, uno de cuyos escuadrones se paseó por las costas caribeñas, incluidas las Floridas. A lo anterior se siguió el apoyo y escolta naval que el Gobernador de Martinica, Danzelot, otorgó a un convoy de tropas españolas con destino a Cuba. Tanto EE. UU., como Inglaterra se apresuraron a presentar a Francia un similar rechazo y protesta. En las explicaciones ofrecidas por Villèle a ambos gobiernos, reiteró éste la no existencia de pretensión anexionista alguna por parte de Francia sobre Cuba o Puerto Rico, aduciendo un exceso de celo del gobernador Danzelot, quien supuestamente carecía de instrucciones para obrar como lo hizo. KAUFMANN, W.W., Op. Cit., p.206 y ss. GUERRA, R: Op. Cit., pp: 178 y ss. No obstante, desde el 17 de diciembre de 1823, quince días después del Mensaje de Monroe -el cual aún no había podido ser conocido en Europa-, el Marqués Clermont-Tonnerre, Ministro francés de Marina y Colonias, a través del Agente confidencial destinado a Colombia, Mr. Chasseriau, había instruido al Conde


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Entendió muy bien Canning que, además de inhibir la ascendencia a que Inglaterra aspiraba sobre los nuevos gobiernos americanos, lo que finalmente pretendería Clay era involucrarle en una nueva versión de su ya bien experimentada estrategia de ofrecer a España la integridad territorialidad de sus dominios americanos –ahora reducida a dos islas– en tanto pudiera o quisiera anexarse parte de ellos. No era otra cosa lo que hábilmente habían logrado los EE UU., durante la negociación del Tratado de las Floridas, conquista territorial que aseguró sus pretensiones sobre Cuba, y eventualmente sobre Puerto Rico. La única diferencia ahora era que su oferta de garantía conjunta, imponía a España el reconocimiento previo del resto del continente americano. Descartada por Canning la anterior tentativa americana, tanto los EE UU., como Inglaterra intentaron a continuación nuevas y audaces acciones diplomáticas en Europa y América. El objeto de las mismas fue hacer prevaler su liderazgo, tanto en la conclusión de la guerra de emancipación hispanoamericana, como en la «garantía» o «protección» que manifiestamente parecían reclamar tales nuevos gobiernos del hemisferio para asegurar su frágil independencia. Como consecuencia de estas nuevas acciones, Cuba y Puerto Rico jugaron, una vez más, su ineludible papel de socorrido comodín. a) La iniciativa norteamericana de mediación rusa. Como ya se advirtió, el gobierno norteamericano, recelando una virtual intervención armada respecto de Cuba y Puerto Rico, bien por Colombia y México, o bien conde Donzelot, Gobernador de Martinica, sobre la nueva política de Francia hacia Hispanoamérica, la cual se redujo a: 1º) España no estaba en capacidad de reconquistar por si sola sus colonias americanas; 2º) Francia sólo pretende ser tratada comercialmente en América como Nación más favorecida, cosa que de no ser aceptada por España, le impondrá actuar independientemente; 3º) En tanto España no reconozca los nuevos gobiernos americanos, su soberanía sobre ellos será cada vez más precaria, por lo que la máxima aspiración española será legitimar la existencia de las nuevas naciones a los ojos del Mundo; para lo cual Francia es la única aliada que está en capacidad de facilitárselo, estando como está en capacidad de lograr que el Rey de España renuncie a sus derechos de soberanía; 4º) A cambio de lo anterior, Francia sólo reclamará ser tratada bajo el píe de la Nación más favorecida, obviamente después de la Madre Patria; 5º) Debería enviar informes periódicos sobre las fuerzas de Inglaterra en el Caribe; 6º) De estallar una revolución en Cuba y Puerto Rico, y sus Gobernadores le pidieren socorro, deberá darlo con absoluta prudencia, evitando sospechas que permitan presumir que Francia alberga alguna pretensión territorial sobre ambas posesiones españolas. Tal ayuda militar, además de limitada y temporal, deberá prestarse sólo en caso de existir un real peligro de caída de los Gobiernos insulares, autorizándose el uso de la marina francesa para mantener Cuba y Puerto Rico en manos españolas. Tal será la forma como los Agentes Chasseriau y Samouel hablarán a los gobiernos de Colombia y México, respectivamente; misiones las cuales debería mantener en secreto. MAE,CP, C[olombie]; Leg. 2; M[éxique], Leg.2; También, MAE, MD, A; Leg.31. ROBERTSON, W.S: Op. Cit., pp: 313 y ss. TEMPERLY, H: "The instructions to Donzelot, Governor of Martinique, 17 December 1823". En: The English Historical Review, XLI (1943), pp: 586 y ss.


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tinentalmente según se suponía sería debatido y quizás aprobado por el recién convocado Congreso de Panamá, acometió una intensa campaña diplomática ante la Corte de Rusia46 y subsidiariamente ante las de Francia47 y España. Con la primera de ellas, además de reclamar el apoyo decidido y entusiasta del Zar ante Fernando 7º – dada la reconocida ascendencia de éste ante las Cortes continentales, y en particular sobre el monarca español– para poner término a su ruinosa y perdida guerra en América, se recalcó que aún sería posible para España conservar el dominio sobre dichas islas, de acceder ésta a reconocer la independencia de los nuevos Estados americanos. Iguales argumentos repitieron en París y Madrid los Ministros norteamericanos, y de los cuales se informó incidentalmente al F.O. En todos los sitios manifestó sin ambages el gobierno norteamericano que, fuera quien fuera el agresor, los EE UU., no podría permanecer indiferentes –y llegado el caso, impedirían– una invasión que tuviera por objeto, o bien una aventurada e impredecible independencia de ambas islas, sobre todo de Cuba; o bien, el cambio o cesión de dominio de esta última, A su turno, la acometida diplomática de los EE UU., ante la Corte de Madrid fue especialmente audaz y exhaustiva. Las instrucciones de Clay al Ministro en España, Alexandre H. Everett, del 27 de abril de 182548 son antológicas al respecto: «...La guerra ha tocado a su fin en este continente… ni un solo pie de extensión reconoce ... la soberanía de España y no queda en él ni una sola bayoneta para sostener su 46)

Es siempre citado al respecto el oficio de H. Clay a H. Middleton, Ministro norteamericano en Rusia, Washington, 10 de mayo de 1825, instruyéndole para solicitar los buenos oficios del Zar ante Fernando 7º y otras Cortes aliadas a los objetos de la ansiada paz en Hispanoamérica, una vez España aceptase por fín su absoluta impotencia para recuperar sus ex-colonias continentales. Al referirse a la posición de los EE UU., respecto de Cuba y Puerto Rico, Clay repitió lo que el actual Presidente Adams había dicho, como Secretario de Estado de Monroe, en diciembre de 1822, al ministro americano en Madrid, H. Nelson:«...Por la proximidad de Cuba a los EE.UU.,, por su valioso comercio y la naturaleza de su población, su Gobierno no puede ser indiferente a cualquier cambio político a que pueda estar destinada esa isla .. la más valiosa de todas las Antillas… [Los EE UU.,]..están satisfechos de la situación actual de estas islas.. no desea para ellos ningún cambio político.. Si Cuba fuera a declararse independiente, el número y carácter de su población hacen improbables que pueda sostener su independencia.. [y si España, incapaz de refrenar tal pretensión decidiese ceder la isla a una tercera Potencia].. los EE.UU., no podrían ver con indiferencia semejante cesión».. Advirtiendo que si bien no cree posible, ni suficientemente probable que alguno de los nuevos Estados americanos desee anexarse dicha isla, los EE UU., se verían en la necesidad de actuar en consecuencia llegado el caso con el objeto de precaver los efectos negativos que podrían derivarse de tal circunstancia para sus ciudadanos, comercio e interés nacional mismo, como bien pudo haberlo hecho antes de no estar resuelto -como lo está- a agotar su máxima paciencia para mantener la soberanía española en Cuba. Vid: A[merican] S[tate] P[apers], F[oreign] R[elations]; Washington 1832-1859, 6 Vols; V, pp:846 y ss. En: MANNING, W. R., Op. Cit., I, p.244. 47)

H. Clay a J. Brown, Ministro en París; 13 de mayo de 1825, anexándole copias de las instrucciones al respecto remitidas a Middleton y Everett en Madrid. FSD; Ms; I[nstructions to United States Ministers], X, nº 356. En: MANNING, W.R; Op. Cit, I, p. 251. 48)

FSD, Ms, I, X, nº 302. MANNING, W.R., Op. Cit., I, p:242


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causa...» siendo por ello imperiosa la firma de la paz por parte de España. Como si lo anterior fuera poco, Clay advierte, que tras el sonado éxito de los ejércitos colombianos en Ayacucho, temían los EE.UU., que los mismos, ansiosos de nuevos laureles, se dirigieran ahora a liberar o anexarse Cuba y Puerto Rico, lo cual siempre ha merecido y merecerá el rechazo norteamericano. Para evitar cualquiera de las dos cosas, y ahorrarle a España esta última derrota, los EE UU., declaran que «...están satisfechos de la actual condición [de tales islas] en poder de España… con sus puertos abiertos, como lo están ahora, a nuestro comercio...» Por lo mismo, en lo concerniente a las eventuales pretensiones colombianas o mexicanas sobre Cuba y Puerto Rico, «..Este Gobierno no desea ningún cambio político de esa condición… la misma población de esas Islas es incompetente, por causa de su composición y de su número, para conservar un gobierno libre. La fuerza marítima de las vecinas Repúblicas de México y de Colombia, no es actualmente adecuada, ni es probable que lo sean a corto plazo, para la protección de ambas islas.. Y de todas las Potencias europeas, este país prefiere que Cuba y Puerto Rico continúen dependiendo de España...». Pero, «...Si la guerra continuara entre España y las nuevas Repúblicas y esas islas llegaran a ser objeto y teatro de la guerra, los Estados Unidos no podrían ser espectadores indiferentes, pues el porvenir de estas islas está relacionado con la prosperidad de los mismos… [y llegado el momento, los EE UU., asumirán] los deberes y obligaciones cuyo cumplimiento, por doloroso que sea, no podrá declinar..»; el primero de ellos, suprimir definitivamente los horrores y perjuicios que en su contra se seguirían de la larga, indiscriminada e impune piratería, buena parte de ella refugiada en Cuba y Puerto Rico, que ataca y azota el comercio y marina mercante norteamericanos. No resulta factible deducir, a partir de la documentación conocida, que Adams y Clay creyeran, desde un comienzo, en la viabilidad y eficacia de su nueva estrategia diplomática europea, cosa que bien pronto se apresuró Canning a descartar. Lo único cierto fue que, al final de cuentas, los EE UU., pretendieron –y casi consiguieron–, con esta inusitada apertura, al menos dos nuevos éxitos en su política exterior, que no por frustrados, habrían de resultar extremadamente positivos, a mediano y largo plazo, ya no sólo en lo tocante a sus manifiestas aspiraciones de dominio sobre Cuba y Puerto Rico, sino en lo referente a sus demostradas aspiraciones hegemónicas continentales. En primer lugar, se buscaba castigar a Inglaterra por el rechazo que acaba de hacer de no garantizarle conjuntamente a España el dominio de ambas islas, dejándola por el momento por fuera del asunto antillano. A continuación, al invocar la activa y directa injerencia del Zar en pro del reconocimiento de los nuevos gobiernos americanos, lograba con su acción mediadora algo que no había obtenido Inglaterra: la paz entre España y sus ex–colonias continentales,.. Este éxito resultaría todavía más espectacular en la medida en que esta


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doble mediación –de los EE UU., frente a Rusia y de ésta sobre España– no había sido solicitada –como hubiera sido de rigor– por ninguna de las partes en conflicto. En último término, los EE UU., conseguirían el explícito el reconocimiento de Rusia –la nueva potencia continental y competidora de Inglaterra– y sus aliados continentales, de la supremacía política y diplomática de los EE UU., dentro del nuevo orbe político americano. Esto último, que iba mucho más allá de lo inicialmente pretendido, diecisiete meses atrás, por el Presidente Monroe en su Mensaje de diciembre de 1823, no sólo confirmaría la división del mundo en dos esferas o continentes, sistemas o políticas –en contra de lo cual luchaba en solitario Inglaterra– a cabeza de uno de los cuales – América– estarían los EE UU.; sino que, y de seguirse un resultado positivo de la mediación encomendada al Zar, los EE UU., adquirirían la mejor opción de garantizar individualmente a España la prometida integridad territorial de sus dos últimas posesiones insulares en América, viniese de donde viniese la agresión. La enfermedad e inminente muerte y sucesión del Zar Alejandro, y consecuente inmovilismo de la Cancillería rusa, a lo que siguió la prácticamente nula acción intentada posteriormente por el nuevo Zar Nicolás Iº en respuesta a la inesperada solicitud mediadora norteamericana, pero fundamental el recelo, sino desconfianza, con que desde un comienzo se acogió y manejó en St. Petersburgo dicha petición, explican el letargo y final fracaso de la misma.49 Sin embargo, y aunque no se consiguió el –first best– estratégico –la cesación de la guerra y paz entre España y sus ex– colonias continentales e inhibición de cualquier intento sobre Cuba y Puerto Rico por parte de alguna de ellas–; en el orden interamericano, al menos –y como se aducirá 49)

El 26 de diciembre de 1825, siete meses después de su despacho a H. Middleton del 10 de mayo, H. Clay haciendo un alarde de optimismo ante la evasiva recepción de su solicitud por el Ministro de Asuntos Extranjeros ruso, Conde Nesselrode -20 de agosto anterior-, se valió de las efectivas presiones acometidas contra los gobiernos de México y Colombia para obtener la suspensión de su proyectada invasión sobre Cuba y Puerto Rico, de las cuales se valió para instruir a su Ministro para que éste urgiera una pronta respuesta rusa; añadiendo, una vez más, el deseo norteamericano de garantizar a España ambas islas. Vid: ASP, FR, V, nº 850. MANNING, W.R., Op. Cit., I, p:265. Igual cosa hizo en Washington H. Clay con el saliente Ministro ruso, Barón de Tully. FSD, MS, N[otes to] F[oreign] L[egations], III nº 247. MANNING, W.R., Op. Cit., I, p: 265. El 21 de abril de 1826, luego de 11 meses de su nota original, H. Clay re instruyó a H. Middleton apremiar una respuesta y acción decisiva de Rusia respecto a lo pretendido por los EE UU., especial en Madrid donde sabía nada había hecho oficialmente el Embajador ruso. Le añade noticias sobre la caída de los últimos reductos continentales españoles: San Juan de Ulúa, el Callao y Chiloé, como también la reciente petición del Gobierno colombiano para pedirle a EE UU., una mediación explícita tendiente a obtener un armisticio con España de 10 a 20 años. FSD, MS, I, XI, nº 24. MANNING, W.R., Op. Cit., I, p: 273. Igual comunicación repitió en la fecha al Barón de Maltiz, Secretario y encargado ad-interim de la Legación rusa en Washington, ante quien Clay volvió a insistir, el 23 de diciembre de 1826, usando la misma batería de argumentos inicialmente empleados, nada más conocer el ascenso de Nicolás Iº. FSD, Ms, NFL, III nº 316. MANNING, W.R., Op. Cit., I, p: 278. También: BARTLEY, Russell: Imperial Russia and the struggle for Latín American Independence, 1808-1828. Austin -The Texas Univ. press- 1960; p: 155 y ss.


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más adelante– la apertura de Washington ante la Corte rusa, sirvió extraordinariamente al objetivo primordial propuesto por Adams y Clay: lograr suspender y dilatar al máximo en el tiempo, los planes liberadores o anexionistas por parte de México o Colombia. De paso, por primera vez y para siempre –al menos hasta ahora– al plegarse –como se plegaron– las dos más poderosas nuevas repúblicas americanas del momento50 a los designios y manejos de los EE UU., quedó más que sobreentendido quién y dónde se decidiría el futuro del Nuevo Mundo. El fracasado Congreso de Panamá confirmaría igual impotencia y similares consecuencias de subordinación continental. b) La contra–oferta inglesa de «garantía tripartita» Pero antes de analizar lo que pasó al Sur del Rio Bravo, es preciso mencionar la subsiguiente reacción inglesa cara a la propuesta mediadora norteamericana ante el Zar ruso. Lo primero que hizo Canning fue atacar en dos frentes, Madrid y París. El 1º de agosto de 1825 instruyó a su Ministro en España, Frederick Lamb, repetir solemnemente al Ier Secretario de Estado, Francisco Zea Bermúdez, el total desinterés inglés sobre Cuba y Puerto Rico, cuya posesión su gobierno desea continuase en manos españolas. Si bien en esta ocasión no se ofreció a España ninguna oferta mediadora y menos aún la garantía inglesa sobre ambas islas, el repetido mensaje inglés enviado al monarca español fue una vez más enfático: de no convenir España en una pronta cesación de tan insensata guerra, y continuar ésta utilizando dichas islas como punto de apoyo para sus vanas pretensiones de reconquista, se exponía a perder definitivamente el último palmo de sus ya mínimos dominios americanos; esta vez por parte de alguna de sus ex–colonias continentales; y finalmente por la acción de los EE.UU o Francia, quienes a pesar de haber enfatizado similar desinterés anexionistas, podrían valerse de argumentos circunstanciales –como la erradicación de la piratería o el peligro de una rebelión interna– para ocupar tales islas. Una u otra cosa, obligaría a Inglaterra a tomar una acción consecuente con sus intereses como potencia americana que era, y continuaría siendo.51 El mismo día Canning ofició a su Ministro en París 50)

Cabría discutir el peso que en 1825-26 podría asignarse a cada uno de los nueve nuevos Estados iberoamericanos del momento. Excluido el Imperio del Brasil, con su enorme extensión y ya preponderante población (23,9% y 13,9% de total americano), no cabía duda que la extensión y sobre todo recursos, comercio y población de la Unión colombiana de entonces (6,5% de la población y 2,7% del territorio americanos total, respectivamente) y México(6,2% de la población y 7,2% del territorios americano total, respectivamente) eran las dos más inmediatos rivales americanos de los EE UU (28.4,5% de la población y 11,4% del territorio americano total, respectivamente). Militarmente, -al menos en cuanto a ejército de tierra, aunque no en marina- la supremacía Colombia no admitía rival entonces en el conjunto iberoamericano. Vid: McEVEDY, C y JONES, R: Atlas of the World Population History. Middelsex -Pinguin book- 1978; passim. 51)

G. Canning a F. Lamb, Londres, 1 de agosto de 1825. PRO, FO, 72 (Spain); Leg.300, nº 9. En: WEBSTER, C.K: Op. Cit., II,448


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indicándole manifestar iguales planteamientos al Ministro de Asuntos Extranjeros, Barón de Damas, autorizándole a intercambiar notas en el sentido de ratificar bilateralmente todo desinterés anexionista sobre ambas islas.52 Juntando el buen número de basas puestas recientemente sobre sus manos por sus Ministros en Washington, París, St. Petersburgo, Madrid, México y Bogotá, Canning intentó muy a continuación –7 de agosto de 1825– una nueva y gran jugada en relación a Cuba y Puerto, fundiendo en una sola declaración conjunta las largamente reiteradas manifestaciones de un supuesto desinterés anexionistas de tales islas. Preocupado por el incremento de las fuerzas y operaciones navales francesas en el Caribe, los traslados de tropas españolas desde Filipinas hacia Cuba; el temor a una intervención norteamericana en caso una revuelta interna, o la invasión de las mismas por parte de México y Colombia, pero tomando también la repentina iniciativa del Gobierno de este último país pidiendo al de Washington la mediación para obtener de España un largo armisticio, impulsaron a Canning a proponer simultáneamente a Francia y los EE. UU., la firma de una solemne garantía tripartita mediante la cual las «...tres potencias navales del Viejo y del Nuevo Mundo…» [!!] se comprometían a renunciar a cualquier pretensión de ocupar Cuba, oponiéndose en consecuencia a que cualquier otro país lo hiciese, fuese este europeo o americano. Tal declaración y triple garantía ofrecida a España podía ser una sola Nota suscrita por los tres firmantes, o alternativamente tres Notas Ministeriales separadas: una entre EE UU., e Inglaterra; otra entre EE UU., y Francia y la última entre ésta e Inglaterra.53 Aunque aparentemente Inglaterra aparecía favoreciendo los objetivos últimos de la diplomacia norteamericana –mantenimiento del estatus colonial de Cuba y Puerto Rico–, los objetivos íntimos de Canning eran evidentes: inhibir por parte de antiguos (EE UU., o Francia) y nuevos (Colombia y México) acechantes, un cambio del estatus colonial de Cuba (de Puerto Rico no se volvió a hablar específicamente); pero sin condicionar explícitamente a España para que cesara la inconclusa guerra americana. Excluyendo tal exigencia, Inglaterra dejaba, una vez más, en suspenso el éxito de la estrategia urdida por el gobierno norteamericano ante el Zar y gobiernos hispanoamericanos.

52)

G. Canning al Vizconde Grandville, Londres, 1º de agosto de 1825. PRO, FO, 27 (France); Leg.328, nº 53. En: WEBSTER, C.K: Op. Cit., II,187 53)

G. Canning a R. Rush, Worthley Hall, 7 de agosto de 1825. PRO, FO; (America, USA) 115, Leg.45. En: WEBSTER, C.K; Op. Cit., II, 520. También: FSD; DGB; XXXII. En: MANNING, W.R; Op. Cit., III, p.1557. Canning remitió el 23 de agosto siguiente una copia de este despacho de R. King al Embajador en París, Vizconde Grandeville, con instrucciones para proceder igualmente ante el Baron de Damas y el Conde de la Villèle. PRO, FO; (France) 27, Leg.328, nº 58. En: WEBSTER, C.K; Op. Cit., II, 194.


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Esto último, la no exigencia de una paz previa a España sirvió de pretexto a R. King, Ministro norteamericano en Londres, para que y siguiendo instrucciones previas, pero sin oír la opinión final de Clay, rechazara la nueva, y en realidad esta última propuesta de Canning.54 Francia se lo pensó hasta finales de año, cuando finalmente descartó la firma de la sugerida garantía tripartita.55

4.) Colombia y México entran en la escena (1825–1826) Como ya se anticipara, la participación de las nuevas repúblicas de México y Colombia dentro de este largo proceso político–diplomático hasta aquí analizado, fue apenas incidental, aunque en algunos momentos determinante, y hasta intensa. Sin embargo, al fin de cuentas, las esporádicas iniciativas tomadas respecto a la situación y futuro de Cuba y Puerto Rico, fueron apenas breves episodios en la mente y ánimo de dos prohombres de la independencia de Colombia y México, Simón Bolívar y Guadalupe Victoria. De otra parte, las pocas y nunca definitivas acciones intentadas respecto de ambas islas por parte de estos dos nuevos Estados americanos, resultaron ser meras piezas accidentales dentro de una lánguida y apenas presentida estrategia militar –que en ningún caso llegó a ser de nivel continental, si acaso exclusivamente caribeña– y sobre todo incipiente y hasta ingenua diplomacia; una y otra cosa dentro del largo epílogo que caracterizó la guerra de emancipación hispanoamericana. Finalmente, en ningún momento apareció configurado un proyecto, claro y definitivo, de lo que estas dos nuevas repúblicas se propusieron en su pretendido intento de intervenir en el futuro de ambas islas españolas. No se trató en definitiva –como casi siempre se adujo– de una mera invasión temporal, punitiva o retaliadora, que privase a España de su último punto de apoyo naval y militar en América desde donde intentar o alentar ésta nuevos proyectos reconquistadores en el Caribe, obligándola con ello a pactar la paz definitiva en América. Tampoco se configuró una intervención liberadora de Cuba y Puerto Rico que, además de despojar a España de toda posesión remanente en América, hubiera completado el proceso global emancipador hispanoamericano. Por último, no existió un proyecto definitivo de anexión o engrandecimiento territorial, luego de lo cual Colombia o México, habrían

54)

R. King a G.Canning, Londres, 25 de agosto de 1825. FSD; DGB, XXXII. En: MANNING, W.R; Op. Cit, III, p: 1563. También: PRO, FO; (America, USA) 115, Leg.45. En: WEBSTER, C.K; Op. Cit., II, 526. 55)

Así se lo reportó el Vizconde de Grandville a Canning, según se desprende de un despacho de éste a aquél del 26 de diciembre de 1826. Vid: KAUFMANN, W: Op. Cit., pp.209 y ss.


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ganado de mano a cualquier y similar pretensión inglesa, francesa y sobre todo norteamericana. En éste último caso, que es el que más interesaría al objeto de este estudio, no existió ni el más leve vislumbre, por parte de las dos únicas «potencias» americanas que en su momento podían haber intentado alguna acción autónoma de balance político en el Nuevo Mundo, y por ello, pretensión alguna de frenar las entonces manifiestas pretensiones geo–estratégicas de quien, bien pronto, se convertiría en el único amo y árbitro del Continente. a) El primer «exilio cubano» Paradójicamente, y antes que hubiera aflorado alguna manifestación colombiana o mexicana respecto de Cuba y Puerto Rico, fue la agitación ideológica y electoral que la restauración constitucional del 20 generó en éstas, pero particularmente en Cuba,56 lo que terminó por vincular a Colombia y México al largo proceso de forcejeo político–diplomático ya descrito. No obstante, desde entonces –y fatalísticamente hasta el presente– lo que inicialmente se pretendió fuera el comienzo del último proyecto emancipador hispanoamericano, pasó a ser una repetida baza en las diferentes estrategias de predominio y hegemonía continental, conforme ya se ha analizado; y dentro de las cuales Colombia y México terminaron incidentalmente involucradas. El conciliador, pero no menos ambicioso proyecto político –autonomistas antes que independentista propiamente tal– de los diputados cubanos en las Cortes del Trienio,57 el reconocimiento por los EE.UU., de los Gobiernos de Colombia, México, Buenos Aires y Chile; el papel conspirativo de las logias masónicas cubanas y sus nexos en los EE.UU y algunas colonias inglesas y países del Caribe; las incesantes operaciones depradatorias de los piratas refugiados en Cuba –y los esporádicos desembarcos retaliatorios de tropas inglesas y norteamericanas en las costas cubanas– 56)

Para un detalle de las tendencias, facciones e intereses que la convocatoria a Cortes y elecciones del caso evidenciaron en Cuba, Vid: PORTELL VILÁ, Herminio: Historia de Cuba en sus relaciones con los Estados Unidos y España. 4 tomos. La Habana -Jesús Montero editor- 1938, t. I (1512-1853); pp: 201 y ss. PÉERZ GUZMÁN, Francisco: Bolívar y la Independencia de Cuba. La Habana -Edit. Letras Cubanas- 1998; pp: 41 y ss. 57)

Tal fue la proposición presentada en la Sesión 74 del 15 de diciembre de 1822 por los diputados Félix Varela (La Habana), Leonardo Santos Suárez (La Habana), Thomas Gener, José de las Cuevas; (por otras provincias de Cuba) y José María Quiñones (Puerto Rico), para la creación de una Comisión dedicada al estudio de una «..una nueva instrucción para el gobierno económico y político de las provincias de Ultramar...» que implicaría la abolición de la esclavitud y reconocimiento gradual de la autonomía política de las provincias de Ultramar. Vid: A[rchivo del] C[ongreso de los] D[iputados]; D[iario de las] S[esiones de las] C[ortes], Madrid -Imprenta de J. A. García- 1875; Vol.24, t. II, pp: 999 y ss.


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; los éxitos de las armas bolivarianas en Colombia y Quito, la conmoción inmediata y directa de la emancipación mexicana iniciada en febrero de 1821 con el ‘Plan de Iguala’; las repetidas misiones de agentes secretos y seudo cónsules americanos al interior de Cuba; sumado todo lo anterior al sagaz plan represivo del Capitán General Francisco Dionisio Vives, antes incluso de la reinstauración absolutista Peninsular; el subsiguiente y obligado primer «exilio cubano» de unos pocos prohombres oriundos de ambas islas, conformaron los diferentes escenarios dentro de los cuales, y en particular a partir de comienzos de 1823, se intentaría, por aquellos la independencia de Cuba y Puerto Rico, en un comienzo bajo la protección de los EE.UU., y muy a continuación por parte de Colombia y México. A mediados de agosto de 1822, el Presidente Monroe recibió el primer informe sobre unas eventuales apetencias anexionistas de Cuba por parte de las nuevas repúblicas de Colombia y México,58 lo cual coincidió con la primera misión de los conspiradores exilados en EE UU., capitaneados por el camagüeyano Bernabé Sánchez, secundado por su compatriota Gaspar Betancourt Cisneros y el rioplatense José Antonio Miralla,59 pidieron la protección directa del Presidente Monroe para sus planes emancipadores, aduciendo la amenaza de una inminente entrega de la isla a Inglaterra.60 De estas iniciales intrigas del primer «exilio cubano», ciertamente candorosas en cuanto a esperar una eventual ayuda norteamericana para su plan emancipador, sólo obtuvieron los patriotas cubanos una manifiesta abstención de Washington –entonces y para un futuro inmediato–, respecto de cualquier empresa en contra de España. De su parte, el gobierno norteamericano, a la vez que prestó oídos

58)

Informe a J. a Monroe suscrito por James Bidde, Comandante de la fragata norteamericana Macedonia, desde Cheseapeake, 3 de agosto de 1822. En PORTELL VILÁ, H: Op. Cit., t.I, pp: 211 y ss. 59)

El rioplatense J.A. Miralla, los neogranadinos José Fernández Madrid y Diego Tanco, y el ecuatoriano Vicente Rocafuerte, habían tenido que exilarse en los EE UU., luego del tormentoso primer proceso electoral a Cortes iniciado a mediados de 1820, implicados como resultaron todos ellos en las diferentes conspiraciones masónicas que circundaron dichas elecciones. Los mismos habían constituido en La Habana en 1820 una logia llamada Sol pro independentista, que luego se llamó Soles y Rayos de Bolívar cuya personería asumió el patriota José Francisco Lemus, a la que luego se aducirá en detalle. Vid: PÉREZ GUZMÁN, F., Op. Cit., pp: 52 y ss. Miralla llegó a entrevistarse e interesar personalmente a Jefferson sobre el plan emancipador cubano alegando el peligro anexionista colombo-mexicano, habiendo el anciano de Monticello sugerido al Presidente Monroe -23 de junio de 1823- sus deseos de ayuda, a cambio de un protectorado o futura anexión, a la causa patriota cubana. Vid: PORTELL VILÁ, H: Op. Cit., t. I, pp: 228 y ss. 60)

Largos e intensos fueron los debates que por más de un año -septiembre de 1822 a diciembre de 1823- se siguieron en el seno del gabinete Monroe, nunca de apoyar los planes patriotas cubanos, sino de decidir algún tipo de anexión de la Isla a la Unión americana; debates dentro de los cuales, desde entonces, se impuso el criterio y extraordinaria visión política de J.Q. Adams. Vid: PORTELL VILÁ, H: Op. Cit., t.I, pp:212 y ss.


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a nuevos y esporádicos comisionados cubanos,61 decidió incrementar sus misiones de inspección, vigilancia e inteligencia al interior de la Isla.62 La pronta y manifiesta inconsecuencia entre el Mensaje –Doctrina– del Presidente Monroe y las aspiraciones emancipadoras cubanas, determinaron que el «exilio cubano» encaminaran sus pasos en busca del apoyo de México y Colombia. Este grupo de refugiados cubanos y portorriqueños, repartido entre Filadelfia y New York, se había visto recientemente incrementado como consecuencia de la drástica represión, al interior de Cuba, dirigida por el Capitán General Vives al frustrar éste, a última hora, la conspiración independentista de la logia Soles y Rayos de Bolívar.63 El primer plan colombo–mexicano de apoyo a Cuba fue urdido en New York entre el Ministro de Colombia, José María Salazar, el General guatemalteco José Manuel Arce y una Junta revolucionaria cubana, de la cual formaban parte, entre otros, el ecuatoriano Vicente Rocafuerte y el citado rioplatense José Antonio Miralla. Se convino entonces que Guatemala pondría unos 440 hombres; Colombia 300 más, además de una escuadra comandada por el General Manuel Manrique; en tanto México aportaría 1,5 millones de pesos extraídos del empréstito recién contratado en Londres. Se conformaron sendas comisiones: una que iría a Colombia, estaba integrada por Rocafuerte –quien se anticiparía al resto–, José Antonio Miralla, el trinitario José Aniceto Iznaga y los camagüeyanos José Agustín Arango, Gaspar Betancourt y Cisneros, y Fructuoso del Castillo. José Ramón Betancourt regresaría a

61)

De ellas, las llevadas a cabo por los ex-diputados a Cortes, el presbítero Félix Varela, Leonardo Santos Suárez y Thomas Gener, quienes luego de su radical participación en el frustrado proyecto de deposición de Fernando 7º y formación de una Regencia anti francesa, debieron refugiarse en Gibraltar para terminar exilados en los EE UU., desde donde, en diferentes momentos y ante varias instancias, trataron de obtener, infructuosamente, el apoyo de Washington para la emancipación de Cuba. Ib. 62)

La más conocida, intensa y definitiva en cuanto a la orientación futura de la política norteamericana sobre Cuba y Puerto Rico, la encomendada por Monroe directamente a Jöel R. Poinsett, quien desde entonces se convertiría en el más connotado agente, sibilino emisario y audaz embajador norteamericano en Buenos Aires, Chile y finalmente en México, país cuya desmembración territorial está asociado a su nombre y misión entre comienzos de mayo de 1825 y finales de 1829. RIPPY. J.Fried: Op. Cit., pp: 152 y ss. 63)

F.D. Vives había asumido su cargo el 2 de mayo de 1823. Mes y medio después, acometió la sagaz persecución de la logia, develada inicialmente por Cecilio Ayllón e infiltrada por el Juez de Letras de La Habana, Agustín Ferreti, quien luego actúo como instructor de la causa. El 14 de agosto de 1823, dos días antes de la fecha fijada para el levantamiento, se ordenó la detección de los sospechosos. Durante el proceso quedó claro el proyecto de establecer una nueva república con el nativo y original nombre de CUBANACÁ. Dentro de los muchos imputados, apareció el caraqueño Juan Jorge Peoil como principal proveedor de armas, supuestamente a base de importantes remesas enviadas por Bolívar. Igualmente los neogranadinos Fernández Madrid y Tacón, más el rioplatense Miralla fueron imputados como el alma de la revuelta. De entre los sentenciados, veinte y tres de ellos, incluido su líder aparente, José Francisco Lemus, fueron remitidos bajo partida de registro a España; otros huyeron al exterior -EE UU., y México- y algunos otros se incorporaron a los ejércitos colombianos. Vid: PÉREZ GUZMÁN, F., Op. Cit., pp: 72 y ss.


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Cuba para coordinar los apoyos locales; y Antonio Abad Iznaga permanecería en New York como enlace entre los diferentes correos.64 Largo, sino tortuoso, y finalmente infructuoso fue el «peregrinaje» cubano en pos de la ayuda bolivariana. El 23 de octubre de 1823 los citados comisionados se embarcan en New York en la fragata ‘Mydas’ rumbo a La Guayra, reuniéndose luego en Maracaibo con Vicente Rocafuerte, quien además de haberse entrevistado con el General Manuel Manrique, victorioso de la reciente rendición de dicho puerto que aún permanecía en poder español,65 había escrito largamente al Secretario de RR. EE de Colombia –su antiguo colega de conspiración de la isla Amelia– exponiéndole el objeto de su comisión y recomendándole a sus compañeros y patriotas cubanos. Infortunadamente, la prematura e inesperada muerte del General Manrique –el 30 de noviembre de 1823– frustró el plan original. Rocafuerte, sin esperar respuesta de Gual, se dirigió a México a donde llegó a comienzos de 1824. José Agustín Arango se dirigió al Perú en busca de Bolívar y el resto se dirigió a Bogotá con el objeto de reiniciar sus gestiones con el Gobierno del Vicepresidente Santander.66 En Bogotá, los comisionados cubanos fueron sorprendidos con los rumores sobre una supuesta cesión de Cuba a Francia como retribución de Fernando por su reciente liberación; a lo cual se añadió las sospechas del gobierno colombiano de una eventual expedición de la Alianza en apoyo de España. Todo lo anterior obligó a Miralla, Valero y Castillo a permanecer en Bogotá aguardando las resultas de las gestiones de Arango en el Perú. J.A. Iznaga y Betancourt Cisneros regresaron a Cuba para informarse y comunicar al gobierno colombiano sobre el pretendido cambio de soberanía y supuesta invasión de reconquista, la cual se creía partiría de dicha isla. Por su parte, Arango, después de varias entrevistas con Bolívar, poco pudo obtener del Libertador empeñado como estaba éste en la conclusión de la campaña peruana. No obstante, y para atenuar su espera en Lima, fue nombrado como Auditor interino de Guerra y más tarde, naturalizado peruano, terminó siendo designado como secretario de la legación peruana ante el Congreso de Panamá.67 Entre tanto, a mediados de mayo de 1825, José Aniceto Iznaga había llegado a Lima con el objeto de reactivar, junto a

64)

Ib.

65)

La comisión, desembarcada en La Guaira a finales de 1823, contactó al cubano - CamagüeyanoFrancisco Javier Yanes, quien era entonces Presidente de la Corte Suprema de Justicia del Norte, cargo que ocupaba antes el ahora Ministro colombiano en Washington J.M. Salazar. En Maracaibo se entrevistaron además con el General Antonio Valero, oriundo de Puerto Rico y quien había sido Jefe Militar con Iturbide en México de donde pasó a Colombia y quien decidió unírseles rumbo a Bogotá. Ib. 66) 67)

Ib.

Otro cubano, Fructuoso Castillo, que había permanecido en Bogotá fue designado y actúo como Secretario de la Delegación colombiana ante el mismo Congreso anfictiónico americano.


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Arango, las ayudas colombianas.68 Ilusionado con la anunciada posición del Gobierno peruano para defender en Panamá la invasión liberadora de Cuba y Puerto Rico, siguió a Guayaquil (octubre de 1825) y luego a Panamá (noviembre del mismo año), donde esperaba concretar la acción mancomunada de los demás países confederados en pro de la liberación de estas dos islas. b) Los primeros «planes» en Bogotá y México. En Bogotá, mientras el gobierno colombiano debatía, en el seno del Consejo de Gobierno, la eventualidad de un ataque español desde dicha isla,69 su Vicepresidente en ejercicio, General Francisco de Paula Santander, acogía con inusitado entusiasmo la oferta proteccionista del Mensaje Monroe, tomando, con pausado interés, los esporádicos proyectos expedicionarios sobre Cuba y Puerto Rico que Bolívar le proponía desde el Perú.70 Fue pues el gobierno mexicano quien tomó las primeras y concretas 68)

Iznaga era portador de una extensa y muy afectiva carta de presentación ante Bolívar escrita por el General José Padilla, Gobernador de Cartagena. Ib 69)

Como se ha anticipado, esta preocupación se volvió constante una vez conocidas en Bogotá, muy tardíamente (6 de noviembre de 1823), las noticias, tanto de la invasión francesa del Duque de Angulema, como en particular la restauración de Fernando 7º en octubre de 1823 (febrero de 1825); preocupación la cual fue a su vez auspiciada por los informes, no menos alarmistas sobre una eventual expedición de reconquista franco-española, que los agentes americano e ingleses se disputaban alternativamente en reportar en Bogotá al gobierno del General Santander. Sin embargo, tales preocupaciones no se concretaron en un temor definitivo sino hasta mediados de 1824. 70)

Con anterioridad a su triunfo de Ayacucho, poco o nada había dicho Bolívar sobre Cuba y Puerto Rico. En su siempre citada Carta de Jamaica, Cuba aparece apenas mencionada. Una vez restaurado Fernando 7º, a diferencia de Santander, aunque temiendo el mismo peligro de la Alianza europea, Bolívar manifestó, sin ocultamiento alguno, su no modificada convicción de un protectorado inglés para Hispanoamérica. Sin embargo, apenas liberado el Perú, estando a su lado los Comisionados cubanos Arango y Iznaga, desde Lima, el 20 de diciembre de 1824, Bolívar ofició entusiasmado a Santander proponiéndole amenazar a España, o bien con la invasión de Cuba y Puerto Rico bajo una expedición colombiana comandada por Sucre y Páez, y en su caso con la «..insurrección» de La Habana, como medios eficaces para obtener de la España re absolutista la firma de la paz. No obstante, y coincidiendo con la convocatoria del Congreso Continental de Panamá -Lima, 7 de diciembre de 1824-, en cuya agenda consideró Bolívar el asunto de Cuba y Puerto Rico, éste volvió nuevamente a manifestar sus pretensiones de un protectorado externo. Por su parte, Santander -ilusionado prematura con el alcance del Mensaje Monroe- pensó en los EE UU.; en tanto Bolívar se reafirmó en Inglaterra, precisamente en prevención de éstos. SHEPHERD, William: "Bolívar and the United States". En: The Hispanic American Historical Review. Durham, I (1918), nº3; pp: 2710 y ss. GARCÍA SAMUDIO, Nicolás: "Santander y los Estados Unidos". En: Academia Colombina de Historia: Conferencias en homenaje al General Francisco de Paula Santander. Bogotá, 1940, pp: 31 y ss. Sin embargo, el proyecto colombiano para liberar ambas Antillas se pospuso, reservándolo como tema de decisión de la Asamblea anfictiónica. Por ello, las posteriores alusiones de Bolívar a Santander, y de éste a aquél, sobre tal proyecto expedicionario por parte de Colombia estuvieron casi siempre referidas a una acción conjunta americana a pactarse en Panamá. Así lo hizo durante el primer semestre de 1825 el Secretario de Relaciones Exteriores de Colombia, Pedro Gual, en sus comunicaciones a los Gobiernos de México, Guatemala, Perú y Buenos Aires al proponerles la agenda inicial de la referida Asamblea. Vid: GONZÁLEZ, Margarita: Bolívar


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iniciativas, individuales y conjuntas, para acometer la invasión, liberación o anexión de Cuba y Puerto Rico. Por lo demás, fueron estas iniciativas mexicanas las que, además de haber inducido las primeras acciones defensivas por parte de las autoridades españolas de Cuba y Puerto Rico,71 develaron el temor –fingido o real– del gobierno norteamericano, y con él su ya referida acometida diplomática en Europa, y muy a continuación sobre los gobiernos de México72 y Colombia;73 todas ellas tendientes a garantizar la continuidad colonial, en manos de España, de ambas Antillas españolas. Cupo al Presidente mexicano, General Guadalupe Victoria, planear y patrocinar un primer plan expedicionario sobre Cuba, que le fue propuesto por el Comandante del Estado Libre de Yucatán, el General Antonio López Santana.74 A continuación, y en

y la Independencia de Cuba, Bogotá -Ancora edit.- 1984; pp: 83 y ss. SANTOVENIA Emeterio: Bolívar y las Antillas Hispanas. Madrid -Espasa Calpe- 1935; pp: 69 y ss. 71)

El primer plan conocido para la defensa de ambas islas es del 22 de marzo de 1825. Ángel Laborde a Francisco D. Vives. El 16 de abril de 1825 se creó una Comisión de Auxilio de las islas en prevención de una tal invasión. A[rchivo] N[acional de] C[uba]; A[suntos] P[olíticos]. Leg.29 , nº 35 y 41 72)

La primera reacción oficial del gobierno norteamericano está contenida en las instrucciones de H. Clay al primer Ministro de los EE UU., en México, el controvertido Jöel. R. Poinsett -Washington, 25 de marzo de 1823- en la que, y ante la amenaza de una invasión conjunta de México y Colombia, se le encomienda manifestar que los EE UU no permanecerían indiferentes a tal acometida, estando resuelto su gobierno a no tolerar un cambio de posesión de Cuba o Puerto Rico. FSD; Ms, X ,225. BFSP; XIII (1848); pp: 485 y ss. MANNING, W.R: Op. Cit., Vol. Iº., p:266 y ss. 73)

Paradójicamente, fue el gobierno colombiano, a través de su Ministro en Washington, quien improcedente e inconsultamente, asumiendo el nombre de los nuevos gobiernos hispanoamericanos, pidió la mediación de los EE UU., para obtener el reconocimiento de España y firma de la paz, ocasión en la cual ofreció en contrapartida, a nombre de los mismos gobiernos hispanoamericanos, la permanencia de Cuba y Puerto Rico en manos de la ex metrópoli. Salazar a Clay, Washington, 5 de mayo de 1825. Meses más tarde, H. Clay se valió de tal improcedente pedido para notificar paralelamente a los Ministros de Colombia, México y Guatemala los buenos oficios iniciados en Europa, particularmente ante el Zar ruso y la Corte española, ofreciendo la continuidad del dominio español sobre Cuba y Puerto Rico. En: MENDOZA, Diego: "Estudios de historia diplomática. Relaciones entre Colombia y México". En: Boletín de Historia y Antigüedades, Bogotá -ACH- Vol. VII (1911), nº 74, pp: 98 y ss. BFSP; t. XIII, pp: 414 y 429. 74)

El Plan, que estaba siendo coordinado entre López Santana y el Secretario de Guerra y Marina, José Ignacio García Illueca -Veracruz, 18 de agosto de 1824- preveía la invasión y futura anexión a México de Cuba, antes incluso de la toma de la fortaleza de San Juan de Ulúa. Los contactos e informes positivos que Santana decía recibir, se cruzaban con las acciones de agitación interna y promesas liberadoras, incluido un profuso reparto desde los EE UU., de la Constitución mexicana del 24, que mismo Victoria había ordenado efectuar a su Ministro Pablo Obregón. Vid: PÉREZ G., F: Op. Cit., p:143. FLÓREZ, D., J: Op. Cit., p:52. Este plan se entrecruzaba con la propuesta que, desde Puerto Cabello, le formuló José Antonio Páez a Bolívar -19 de agosto de 1824- para expedicionar sobre Cuba y Puerto Rico una vez liberado el Perú. Por la misma fecha, el Gobierno Colombiano nombraba al rioplatense José María Lanz, Agente Especial ante el gobierno de Francia, instruyéndole -Bogotá, 9 de noviembre de 1824- indagar la posición de dicho gobierno en caso de decidir Colombia la invasión y anexión de las islas de Cuba y Puerto Rico e incluso de cualquier


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desarrollo del Tratado de Amistad, Unión, Liga y Confederación suscrito previamente con Colombia –Méjico, 3 de octubre de 1823–,75 acreditó ante el Gobierno de Bogotá, y en calidad de Encargado de Negocios, al Coronel José Anastasio Torrens, uno de cuyos encargos, sino el primero, fue la firma de una convención naval para someter la fortaleza de San Juan de Ulúa, último reducto español en México, y desde luego punto obligado de conspiración y desestabilización del país por parte de España.76 El 18 de junio de 1825, en desarrollo del artículo VI del referido Tratado,77 Torrens formuló la propuesta al nuevo Secretario de Relaciones Exteriores colombiano, José Rafael Revenga. Luego de algunas dilaciones del gobierno colombiano,78 el 19 de agosto siguiente se firmó en Bogotá el Convenio… para el envío de la escuadra de [Colombia] a cooperar al asedio de San Juan de Ulúa.79 Días antes, el 4 de julio de 1825, en la Sala lancasteriana del «Convento de Belén» de la ciudad de México, se había constituido la Junta Promotora por la Libertad de Cuba, cuyo Presidente y Secretario fueron los habaneros José Antonio Unzueta80 y José Fernández Velasco, respectivamente. Una vez más se acudió al sistema de Comisiones: una local. encargada de entablar negociaciones con el gobierno mexicano; y otras dos destinadas al exterior, la primera de enlace con los exilados en EE UU., y la tercera otra posesión española en Asía o África (!!). Vid: ZUBIETA, Pedro: Op. Cit., pp: 471. ROBERTSON, W.S: Op. Cit., pp: 349 y ss. 75)

CADENA, Pedro Ignacio: Anales diplomáticos de Colombia. Bogotá -Imp. Manuel J Barrera- 1878, pp: 271 y ss. 76)

MENDOZA, D: Op. Cit., pp: 323 y ss. VÁSQUEZ CARRIZOSA, Alfredo: Historia diplomática de Colombia. La Gran Colombia. Bogotá -Edit. Pont. Univ. Javeriana- 1993, pp: 161 y ss. 77)

El canje de ratificaciones se llevó a cabo en México apenas el 2 de septiembre de mismo año de 1825. CADENA, P.I: Op. Cit., p:279 78)

En parte debidos a que Colombia aún no disponía de los efectivos navales que debía aportar. El 11 de agosto de 1825, el Secretario de Guerra, el General venezolano Carlos Soublette, informaba al Consejo de Gobierno de Colombia que aún estaba pendiente la llegada de la escuadra contratada en Europa a través del negociante sueco Juan Bernardo Elbers, la cual debería ser previamente reconocida. En dicha sesión, se decidió nombrar al General colombiano, Lino de Clemente, comandante de la misma, ordenándose aprestar la oficialidad y marinería requerida a efectos de sacarle «..el mejor partido posible..» a dicha escuadra en la acción propuesta por México. Vid: A[cuerdos del] C[onsejo de] G[obierno de la República de] C[olombia. 1825-1827]. 2 tomos. Bogotá -Biblioteca de la Presidencia de la República- 1988, t.2º, pp:72. El 12 de agosto, sin recibirse aún la escuadra prometida, Revenga dijo a Torrens que la guerra naval conjunta debía extenderse incluso hasta las costas de España. Desde el 6 de junio anterior, el Vicepresidente Santander, ciertamente entusiasmado, ofició a Bolívar anunciándole un plan muy reservado para bloquear La Habana y una gran acción combinada con México sobre San Juan de Ulúa. SUÁREZ, Roberto: "Colombia y Cuba". En: Repertorio colombiano. Bogotá, Vol. XVIII (1898), p: 273 y ss. 79)

MENDOZA, D., Op. Cit.,p:336. ACGC, t.2, p:105.

80)

La integraban otros cubanos: José Teurbe Tolón, Roque de Lara y Antonio José Valdés. Ib.


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una vez más ante el Libertador en el Perú. Por lo pronto, nada más podía parecer propicio a las aspiraciones de este nuevo exilio cubano, dado el manifiesto interés del primer gobierno constitucional mexicano, cuyo Presidente, el General Guadalupe Victoria, como ya se advirtió, estaba, desde mucho antes, personal y directamente comprometido con la emancipación de la isla de Cuba, como presidente que era de la logia Águila Negra.81 El incumplimiento sistemático de Colombia, al no poder aportar oportunamente los efectivos comprometidos, y la rendición de la mencionada fortaleza española tres meses después –19 de diciembre de 1825– ante el asedio de las tropas del General López Santana, hicieron innecesaria la subsistencia del aludido Convenio.82 Posponiéndose, como se posponía mes en mes,83 la apertura oficial del Congreso de Panamá, en

81)

Se aduce que había sido un fraile y médico cubano, apellidado Chávez, quien anduvo al lado de Morelos y luego prestó iguales servicios a Victoria durante su campaña en Veracruz , quien habría inducido a éste, luego de los sucesos de 1821, a fundar y ponerse al frente de la aludida logia destinada a libertar a Cuba y Puerto Rico. A la misma supuestamente pertenecieron los principales cubanos residentes en México y otros tantos de los exilados en EE UU, contando con ramificaciones dentro de ambas islas. Vid: FLORES D., J: Op. Cit., pp: 53 y ss. 82)

Al comunicarlo Tornees a Revenga el 2 de diciembre de 1825, aludió el refuerzo de la marina mexicana y lo innecesario de mantener tal Convenio. Así lo informó Revenga al Consejo de Gobierno, quien de todas maneras aprobó proponer al Encargado mexicano una nueva alianza naval en contra de España. ACGC, t.2, p: 105. 83)

Entre las muchas razones al respecto, estaban las inmensas dificultades y lentitud en las comunicaciones entre tan lejanos y desconectados gobiernos, la situación política interna de muchos de ellos, las negociaciones previas y dificultades inherentes al perfeccionamiento de semejante cita, en particular la invitación de EE UU., Inglaterra y otras potencias europeas. Como se anticipó, si bien la invitación a los EE UU., fue asumida unilateralmente por el Vicepresidente Santander en Colombia, en contra de la voluntad expresa de Bolívar, no lo fue así para México y Centroamérica, co invitantes en Washington, según instrucciones de sus respectivos gobiernos. Dicha invitación le fue verbalmente comunicada a H. Clay, en la primavera de 1825, simultáneamente por los Ministros de los dos primeros países mencionados, pero sólo hasta finales el 2 de noviembre de dicho año fue formalmente formulada la misma por los tres gobiernos hispanoamericanos, cuando ya estaban en Panamá, hacía más de tres meses, los Diputados peruanos y estaban próximos a llegar los de Colombia, México y Centroamérica. Tan sólo el 26 de diciembre del mismo año, el Presidente Adams lo comunicó al Senado manifestando la voluntad del Ejecutivo de participar en dicho Congreso, una vez se hubiese pactado con tales anfitriones la salvaguardia de los principios rectores de la política exterior norteamericana, en particular su neutralidad en el conflicto entre España y sus antiguas colonias, como también su no participación en ningún tipo de alianza militar en el continente, en especial en contra de España, e incluso no reconocimiento de la república negra de Haití. Profundos y prolongados debates en el Congreso americano precedieron la designación de los delegados norteamericanos, en calidad de «observadores», Anderson y Sergeant, los cuales nunca llegaron a asistir a dicha Asamblea. VÁZQUEZ C,A: Op. Cit., pp: 95 y ss. PACHECO QUINTERO, Jorge: El Congreso anfictiónico de Panamá y la política internacional de los EE.UU. Bogotá -Edit. Kelly- 1971; p: 93 y ss. Para un detallada documentación al respecto, BFSP (1825); Vol. XIII, London 1848; pp: 389 y ss. GLEIJESES, Piero: "The Limits of Sympathy: The United States and the Independence of Spanish America". En: Journal of Latin American Studies; XXIV (1992), nº 3; pp: 481 y ss.


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cuyo seno se suponía se aprobaría un plan conjunto contra Cuba, el 8 de octubre de 1825 se sometió a la aprobación del Senado mexicano, previo el consentimiento del Presidente Victoria, un proyecto de invasión para liberar a Cuba y Puerto Rico, expedición la cual estaría al mando del referido General López Santana.84 El Plan, que constaba de 13 puntos, tenía por objetivo final establecer una «…república independiente bajo el protectorado mexicano..», tal cual se denominaría el ejército libertador mexicano destinado a tales propósitos. Una vez más, y concomitantes tanto con las amenazas urdidas en Panamá, como con los anuncios de la precedente convención naval colombo–mexicana y otros informes directos y particulares originados en diferentes sitios del Caribe, los proyectos invasores hispanoamericanos alertaron por parejo a las autoridades españolas de Cuba y Puerto Rico, como muy particularmente al Ejecutivo norteamericano y gabinete inglés. Unas y otros se apresuraron a tomar las medidas defensivas y preventivas del caso. Por fuera de lo actuado en Cuba y Puerto Rico,85 resulta pertinente resaltar que es a partir de este momento en que los primeros y aparentes intentos intervencionistas de Colombia y México conectan con el último gran despliegue diplomático de los EE UU., e Inglaterra en torno a la defensa del estatus colonial de ambas islas; tal cual se ha referido en los apartes precedentes. c) El fallido Congreso de Panamá. Cuando el Congreso norteamericano no había aún aprobado la participación de los EE UU., en el Congreso de Panamá,86 el 20 de diciembre de 1825, en sendas notas, el 84)

Desde comienzos de 1825, López Santana había invadido Cuba con varios impresos y proclamas, anunciando en su nombre y en el del Presidente G. Victoria, el pronto desembarco de una «falange libertadora» mexicana al mando del joven oficial Ricardo Toscano. PÉREZ G. F: Op. Cit., pp: 89; 147. 85)

El 27 de septiembre de 1825 el gobernador de Puerto Rico, General Miguel de La Torre, comunicaba al Capitán General de Cuba, F. D. Vives, los preparativos que se hacían en Cartagena de una expedición naval colombo-mexicana que en principio supondría la reunión en Campeche de 13 mil hombres. A comienzos de octubre Vives recibió al respecto nuevos y afirmativos informes desde Coro-Venezuela. El 21 de octubre siguiente, el Teniente Gobernador de Santa María de Puerto Príncipe (Camagüey), divulgaba un impreso procedente de Panamá y Filadelfia, suscrito por los cubanos J.A. Arango y A. de las Heras, anunciando la pronta expedición liberadora de ambas islas. En tales fechas, Bolívar decía a Santander que por ahora debía posponerse cualquier tentativa de invasión a las mismas. Pero fue sólo hasta el 11 de enero de 1826 cuando Vives urdió el plan de enviar una goleta espía -bajo bandera norteamericana y al mando del Cap. Richard Cox- la cual visitó Cartagena entre el 3 y 10 de febrero, regresando a Cuba el 1 de marzo siguiente. El comisionado-espía, supuesto comerciante -Guillermo Pérez-, aportó abundantes informes sobre los aludidos aprestos navales de Colombia y México. PÉREZ GUZMÁN, F: Op. Cit., pp: 90 y ss. FRANCO, José L: Política continental americana de España en Cuba; 1812-1820. La Habana –Publicaciones del Archivo Nacional de Cuba–, 1947; pp: 363 y ss. 86)

La participación de los EE UU., en el Congreso de Panamá, fue aprobada por la Cámara de Representantes tan sólo el 18 de abril de 1826, como ya se advirtió luego de un largo y muy intenso debate llevado a


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Secretario de Estado Clay comunicó a los Ministros J.M. Salazar de Colombia y P. Obregón de México, la formalización, por parte de los EE UU., de las gestiones de mediación ante el Zar de Rusia, cuya recepción favorable por la Corte de St. Petersburgo –se anticipó a anunciar Clay– imponía al gobierno norteamericano la necesidad de solicitar, a los de Colombia y México, posponer indefinidamente, hasta tanto se conociese el resultado de tal empeño mediador, la expedición naval conjunta que se preparaba en Cartagena para atacar a Cuba y Puerto Rico, entre otras cosas, para no indisponer cualquier actitud favorable a la paz por parte de España.87 Muy a continuación, Clay ordenó a su Ministro en Madrid ejercer una densa y persistente campaña de ablandamiento del gobierno español en pro del reconocimiento de los nuevos gobiernos hispanoamericanos y firma de la paz en América. El 26 de enero de 1826, el Ministro A. Everett, siguiendo extensas instrucciones del

cabo en ambas Cámaras del Congreso norteamericano. GLEIJESES, P: Op. Cit., pp: 481 y ss. RICHARDSON, J.D: A complete Compilation of the Messages and Papers of the Presidents of the United States; 1789-1897. Washington 1896; V, 420. 87)

BFSP (1825), Vol. XIII; pp: 426 y ss. Por su parte, el Ministro H. Everett en Madrid, siguiendo precisas instrucciones de H. Clay, presionaba insistente al Duque del Infantado -1 y 20 de enero de 1826- con las noticias, cada vez más ciertas, de una inminente y exitosa invasión colombo-mexicana sobre Cuba y Puerto Rico, lo cual podría evitarse de acceder España a firmar la paz en América. Por su parte, el 30 de diciembre de 1825, desde Nueva York, J.M. Salazar acusó a H. Clay el recibo de su pedido de suspensión de la invasión conjunta, diciéndole haber trasmitido a Bogotá la misma, lo cual realizó un día después. El 4 de enero siguiente hizo lo propio P. Obregón ante Clay. Ib. El 31 de diciembre de 1825, alegando el mismo argumento de la mediación pedida al Zar, el Ministro Poinsett en México, manifestó al Secretario de Relaciones Exteriores, L. Alamán, igual solicitud de suspensión de cualquier tentativa sobre Cuba o Puerto Rico, advirtiéndole sin ambages que de cambiar de dueño tales islas debían éstas ser anexadas a los EE UU. VALADÉS, José C: Alamán. Estadista e Historiador. México -UNAM-1987 pp: 205 y ss. Por su lado, el Ministro R. Anderson en Bogotá -de paso por Cartagena de regreso de su viaje a los EE.UU., había reportado a Clay -Cartagena, 10 de noviembre de 1825- los innegables preparativos navales para la pretendida expedición, con «..barcos bien armados y bien provistos de Oficiales ingleses y norteamericanos...», pero sin disponerse aún de la marinería requerida. El 7 de febrero siguiente, desde Bogotá, nuevamente ofició a H. Clay trasmitiéndole el parecer del Secretario de RR. EE. colombiano, J.R. Revenga, sobre el objeto del plan conjunto naval con México, el cual creía se dirigiría a liberar a San Juan de Ulúa. En esta ocasión Anderson adujo haber manifestado al gobierno colombiano el comienzo de las gestiones mediadoras de los EE UU., ante el Zar. El 28 de febrero, Anderson acusó el recibo de la correspondencia cruzada entre Clay y Salazar habiendo impuesto al gobierno colombiano sobre la necesidad de aplazar la expedición sobre Cuba y Puerto Rico. Sin embargo, el 9 de marzo siguiente, en un detallado oficio, el Ministro americano dijo a Clay haber repetido el pedido de posponer cualquier ataque sobre Cuba y Puerto Rico, añadiendo que la tal expedición no se ejecutaría por ahora; no por que el gobierno colombiano conviniere en acatar el pedido norteamericano, sino por una manifiesta incapacidad para llevarla a cabo por parte de Colombia. Sin embargo, añadió que Revenga había admitido la existencia de un plan conjunto con México para atacar a Cuba, ocuparla y protegerla hasta que la Isla estuviere en condiciones de decidir su futuro político; proyecto el que se decidiría finalmente en Panamá, a donde se esperaba la participación del gobierno norteamericano. URRUTIA, Francisco José: Páginas de historia diplomática. Los Estados Unidos de América y las Repúblicas hispanoamericanas de 1810 a 1830. Bogotá -Imp. Nacional- 1917, pp: 305 y ss.


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mencionado Secretario de Estado, dirigió al nuevo Secretario de Estado y del Despacho, Duque del Infantado, una extensísima y prolija nota exponiéndole todas las razones y beneficios imaginables por las que España debía firmar la paz en América; como también los daños y perjuicios irreparables que para ella se seguirían de persistir alimentado tan insostenible guerra. El colofón de tan meticuloso –y hasta académico– oficio fue el de siempre: garantizar la perpetuación, sin una expresa garantía norteamericana, de la posesión española de Cuba; como también, la clara advertencia norteamericana de no tolerar cambio alguno, ni cesión en su dominio a ninguna otra potencia. Advirtió Everett que los EE UU., no permanecerían indiferentes ante una eventual invasión por alguno o varios de los nuevos gobiernos hispanoamericanos, como tampoco toleraría una eventual e impredecible rebelión interna.88 Mientras se iba completando el quórum en Panamá, los plenipotenciarios de Perú y Colombia pre negociaban los eventuales acuerdos militares a suscribirse como marco de la nueva alianza continental, uno de cuyos puntos era, ya no tanto la proyectada invasión de Cuba y Puerto Rico, sino el destino inmediato de las dos islas: su plena independencia o su anexión a una o a varias de las repúblicas confederadas. 89 Estas 88)

FSD; DS, XXV. En: MANNING, W.R; Op. Cit, III, p. 2075. También: AMSP, FR; VI, p.1006. En abril de 1825, H. Clay, previamente a la elaboración de las mencionadas instrucciones de Middleton, Kong y luego Everett, había indagado la opinión del Ministro colombiano en Washington, preguntándole cuáles eran las razones sobre las que EE.UU., podía o debía interponer una tal acción de presión sobre el gobierno y Corte españoles. En su respuesta del 5 de mayo de 1825, J.M. Salazar se esforzó en ofrecer un buen número de bien ponderadas razones al respecto, las cuales, con mayor brillo y profundidad, reconvirtió H. Clay en las referidas instrucciones a sus Ministros en Rusia, Inglaterra y España, en particular en las ahora citadas al Ministro H. Everett. MENDOZA, Diego: "Estudios de historia diplomática. Mediación de los Estados Unidos en la guerra de independencia". En: Boletín de historia y antigüedades. Bogotá -ACH- VII (1911), nº 74; pp: 99 y ss. Las tempranas y explícitas instrucciones a los diputados peruanos, José María Pando y Manuel Vidaurre – Lima, 15 de mayo de 1825– suscritas por el Ministro Tomás de Heres, estipulaban (puntos 8º a 10º) ambas opciones, como también las implicaciones de una y otra, los preparativos militares y el pago de los gastos respectivos. La Noche de Navidad de 1825, ambos diputados pedían al Ministro De Heres una confirmación de sus instrucciones, pues al haber confrontado las suyas con las portadas por los Plenipotenciarios de Colombia, P. Gual y P. Briceño Méndez, parecía que se reservaría tal iniciativa expedicionaria sobre Cuba y Puerto Rico a Colombia y México en virtud del Convenio naval que ambos tenían firmado al respecto. Añadían que, sin embargo, la decisión de Suecia de prohibir la venta de nuevos navíos a Colombia imponía un replanteamiento de la estrategia continental. Sin embargo, pasados los meses de larga espera en Panamá, y regresado J.M. Pando a Lima, ahora Ministro de Relaciones Exteriores, el 25 de mayo de 1826, éste instruyó a sus colegas Vidaurre y Pérez de Tudela, manifestándoles que habiendo el gobierno español permitido a sus Agentes en Londres abrir alguna opción de paz, el Perú -todavía bajo la égida de Bolívar- estimaba que se podía ofrecer a España la garantía de Cuba y Puerto Rico en vez de compensaciones económicas, como las pretendidas por la ex-metrópoli, llegando incluso a sugerir Pando el envío a Panamá de plenipotenciarios españoles. BARRENECHEA Y RAYGADA, Oscar: El Congreso de Panamá de 1826. Documentación inédita. Lima –Publicaciones del Ministerio de Relaciones Exteriores- 1942; pp: 5 y ss. 89)


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iniciativas confederadas, coincidieron con un vasto y definitivo plan de defensa de Cuba,90 acciones estas todavía más concordantes cuando, y al margen de lo que se pudiera decidirse más tarde, y de forma mancomunadamente en la próxima Asamblea de Panamá, el Congreso mexicano había autorizado al Ejecutivo para unirse a Colombia en una expedición libertadora sobre Cuba y Puerto Rico.91 El 14 de marzo de 1826, el Ministro colombiano en México, Miguel Santamaría, siguiendo instrucciones del Secretario de RR. EE., R. Revenga, propuso al gobierno mexicano la firma de una nueva convención naval, adjuntándole tres días después el texto de un minucioso Plan de Operaciones para la ejecución inmediata de la misma. EL General Manuel Gómez Pedraza, Secretario de Guerra y Marina fue el designado por el Presidente G. Victoria para perfeccionar el acuerdo, el cual se firmó el 17 de marzo siguiente en la capital mexicana. El mando de la flota conjunta se confió al Comodoro norteamericano David Porter y en su remplazo, al General colombiano Lino de Clemente. Su «…objeto principal [fue]... buscar y batir la escuadra española, bien sea que permanezca en La Habana, que venga sobre México ó sobre Colombia ó sobre Guatemala...»92 90)

El 10 de febrero de 1826, el Capitán General F.D. Vives, remitió al Gobernador de Santiago de Cuba un detallado y definitivo Plan de Defensa de la isla, dividiéndola en tres departamentos militares (Occidental, central y oriental, curiosamente la misma estrategia territorial adoptada, a comienzos de 1896, por el General Valeriano Weyler); subdivididos éstos en Secciones y Comandancias, y éstas a su vez en otros mandos inferiores. Una Junta de Autoridades regló el mando defensivo de los Alcaldes ordinarios, Capitanes de Partido y Jueces Pedáneos, como también el papel de las milicias en caso de desembarco enemigo. De igual forma, se decidió el aporte de esclavos por parte de los Hacendados, advirtiéndose que cualquier comunicación con el enemigo sería penada con la horca. ANC, AP; Leg. 298, nº 41 y Leg. 129, nº 7. PÉREZ G, F: Op. Cit., p: 185 91)

El 18 de febrero de 1826, la Gaceta Diaria de México publicó el dictamen de una de las Comisiones del Congreso mexicano autorizando al gobierno federal para unirse a Colombia en una expedición tendiente a invadir y liberar a Cuba y Puerto Rico. Ib., p.160. El 9 de marzo de 1826. el Secretario de RR.EE., L. Alamán re instruyó al primer designado Plenipotenciario mexicano en Panamá, Espinosa de los Monteros, para firmar un convenio similar al firmado con Colombia el 19 de agosto de 1825. GONZALEZ, M: Op. Cit., p: 125. 92)

Miguel Santamaría, quien era de origen mexicano y había sido vinculado a la causa colombiana por su colega de conspiración en la Isla de Amelia, el después primer Secretario de RR. EE de la Unión colombiana, Pedro Gual, lo que finalmente propuso al Gobierno mexicano fue un Plan de operaciones para la ejecución de tal expedición. El mismo, contenido en 18 artículos, preveía todos los detalles del aporte mutuo de contingentes, mando, gastos y reparto de presas enemigas. Santamaría comunicó a Revenga sobre el particular el 26 de marzo siguiente. A su vez, Revenga había informado sobre el proyecto a Bolívar el 21 de enero del citado año. México notificó a Santamaría la aprobación del Convenio el 28 de mayo. El Comodoro Porter empezó su encargó en Veracruz el 4 de octubre siguiente, en tanto el gobierno mexicano apremiaba al de Colombia el cumplimiento de sus compromisos. MENDOZA, Diego: "Estudios... Relaciones entre Colombia y México". Loc. Cit., pp: 339 y ss. Paralelamente, el 4 de marzo de 1826, había partido desde Jamaica la balandra Margaret transportando una supuesta expedición libertadora que se auto tituló de Los Trece (por las letras de la palabra "independencia"). La misma, se dijo, había sido armada con el apoyo del gobierno colombiano, portando sus jefes instrucciones de dicho Gobierno para preparar el desembarco de


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Mientras México se cansaba de apremiar al gobierno colombiano el oportuno cumplimiento, una vez más, de sus compromisos relativos a los efectivos prometidos,93 el Congreso de Panamá, finalmente instalado el 22 de junio de 1826, y contra todas las previsiones iniciales, durante sus tres escasas semanas de sesiones oficiales, si bien discutió en pasillos el asunto de la proyectada invasión de Cuba y Puerto Rico, cerró sus sesiones el 15 de julio siguiente sin adoptar una decisión específica al respecto. 94 Bien fuera porque el asunto no concerniera directamente al Perú –único país exclusivamente pacífico–95 y se hubiese optado por dejar dicha intervención en manos de una nueva y gran expedición. Por lo pronto, ésta se redujo a merodear las playas y puertos del occidente de Cuba. Antes de regresar a Jamaica, se acometieron furtivos desembarcos, más que nada destinados a recolectar información sobre la situación interna de la Isla -en particular sobre el reciente apresamiento de los líderes locales Francisco Agüero y Andrés Sánchez- y reparto de una profusa propaganda impresa con las promesas de Bolívar por una pronta intervención libertadora. Los insurgentes Agüero y Sánchez, que habían desembarcado el 9 de enero anterior, el primero portando pasaporte de Colombia, fueron apresados y condenados a la horca el 16 de marzo de dicho año de 1826. PÉREZ G, F: Op. Cit., pp: 97 y ss. 93)

El problema de base seguía siendo el mismo: la no existencia de la escuadra colombiana, la que, a pesar de contar con su comandante y principales oficiales, carecía aún de los navíos y marineros requeridos. Si bien el 13 de febrero de 1826 -un mes antes de la firma del aludido Convenio- el Secretario de Guerra y Marina, Carlos Soublette, había anunciado en el Consejo de Gobierno la llegada a Cartagena de un navío 74 cañones y una fragata de 44 comprados en Suecia, el gobierno colombiano, temiendo su defectuoso estado, decidió en la misma sesión ordenar su aforo en Nueva York bajo la supervisión del Cónsul General colombiano, el General Palacios, sobrino del Libertador. ACGC, t.2, p: 125 y ss. El 4 de octubre de 1826, desde México, el Ministro Santamaría trasmitía en vano a su gobierno en Bogotá los apremios que le hacía el de México para perfeccionar la Convención pactada. MENDOZA, D: Op. Cit., p: 345. Sin embargo, el 21 de marzo de dicho año, antes de conocerse en Bogotá el texto definitivo de la Convención con México, el mismo Secretario Soublette informó al Consejo de Gobierno el total de armamentos navales comprados en Suecia por Colombia para cumplir su encargo con México: 1 navío de 74 cañones, 2 fragatas -de 62 y 44- a unirse a las 4 corbetas, 3 bergantines y 4 goletas ya existentes en Cartagena. En la misma fecha Soublette ordenó a Juan Illingrot, Comandante de la escuadra colombiana, cesante en el Perú luego de la rendición de El Callao -18 de enero de 1826- regresar de inmediato a Cartagena trayendo -y reclutando a su paso- los oficiales y marinería requerida para la nueva armada colombiana. Ese mismo día, Soublette pidió al Secretario de Guerra del Perú colocar en Panamá la tripulación de la fragata peruana «..Protector y mil marinos más...» El Convenio con México fue aprobado por el Consejo de Gobierno, sin pasar por el Congreso colombiano, el 27 de mayo de 1826. Dos días después así se lo comunicó Revenga a Santamaría. El 29 de mayo se lanzaba en Trinidad -Cuba- una nueva Proclama cuyo símbolo era un machete con el siguiente texto: «Biba [sic] la independencia... Biba Colombia.. Muera.. Muera.. este mal gobierno.. Listos hermanos.. vamos a ser libres...» ACGC, t, 2º,p:164 y ss. SUÁREZ, R: Op. Cit.,p;284 y ss. DESTRUGE, Camilo: "La Gran Colombia y la Independencia de Cuba". En: Revistera Bimestre Cubana. La Habana, IX (1914), nº 2, pp: 81 y ss; nº 3, pp: 173 y ss. PÉREZ G, F: Op. Cit., p: 98 y ss. 94)

Como se sabe, cuatro fueron los tratados aprobados: el primero de Unión, Liga y Confederación perpetua entre Colombia, Centro América, México y Perú; el segundo -llamado Concierto- trasladando el Congreso a la ciudad mexicana de Tacubaya; el tercero, Convención sobre Contingentes; y el último, igualmente Concierto, cuya segunda parte desarrollaba la anterior Convención en lo referente a la marina confederada. En ninguno de ellos se pactó compromiso específico respecto de Cuba y Puerto Rico. 95)

Tal cual, con manifiesta anticipación y notoria decepción, se lo dijo Bolívar al Vicepresidente Santander Lima, 21 de febrero de 1826 -cuatro meses antes de la instalación del Congreso: Los peruanos «..No quieren


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México y Colombia –únicos realmente amenazados– dentro del marco de su preexistente Convención naval, concordante ésta con el Tratado IV (2ª) suscrito en Panamá; bien en razón de la extraordinaria habilidad con que el Delegado inglés E. Dawkins desvió la atención del Congreso en torno a una inminente negociación mediadora de Inglaterra para obtener de España la firma de la paz en América, previo el pago de una indemnización monetaria –asunto el cual ocupó cuatro de las diez Conferencias sostenidas entre el 12 y 14 de julio de 1826–;96 o bien porque, finalmente, el peso de las perentorias advertencias norteamericanas –a pesar de la ausencia de sus delegados– sobre México y Colombia dirigidas a mantener la intangibilidad colonial de las islas –a lo cual se adhirió explícitamente la misma Inglaterra previamente a la reunión de Panamá–97 hubiese primado en el ánimo de los gobiernos colombiano y mexicano, lo cierto fue que el tema de la liberación de Cuba y Puerto Rico, para decepción de los dos cubanos presentes, secretarios de las delegaciones

ir a la Habana, porque tiene que ir a Chiloé, que les pertenece, y pueden pagar a Chille con aquella isla; les sobra marina militar sin saber que hacer con ella, y por lo mismo no quieren comprar más buques...» O'LEARY, Daniel Florencio: El Congreso internacional de Panamá en 1826. (Desgobierno y anarquía en la Gran Colombia); Madrid -Edit. América- 1920; p: 140. 96)

Conforme puede verificarse en las actas oficiales de las diez Conferencias sostenidas entre los Plenipotenciarios americanos y el Delegado inglés Edward Dawkins. HERNÁNDEZ-DE ALBA, Guillermo: El Congreso Anfictiónico de 1826. Panamá en el pensamiento bolivariano (Edición facsimilar); Bogotá -Banco de la República- 1976. DEL CASTILLO, Antonio: Antecedentes del Panamericanismo. Panamá. Del Congreso de 1826, a la reunión de Presidentes americanos 1956. Bogotá. Edit. Iqueima- 1956; pp: 40 y ss. 97)

Así se lo había manifestado G. Canning desde el 17 de junio de 1825, primero al Ministro mexicano en Londres, José Mariano Michelena; lo cual repitió luego al Ministro colombiano, Manuel José Hurtado, el 23 de enero de 1826, al aceptar la participación de Inglaterra en calidad de mero observador y buen consejero; todo lo cual dejó explícitamente consignado en sus instrucciones a E. Dawkins, el 18 de marzo siguiente. WEBSTER, C.K. Op. Cit., Vol. II, p: 402 y ss. RESTREPO, José Manuel: Historia de la revolución de Colombia. 6 tomos; Medellín -Editorial Bedout- 1969-70, t. V; p: 242 y ss. EL gobierno inglés, dos años antes que el norteamericano, había recibido informaciones oficiales y muy precisas sobre los armamentos navales colombianos preparados en Cartagena aparentemente en contra de Cuba y Puerto Rico. El 22 de diciembre de 1823, desde Jamaica, el recién nombrado 1er Cónsul General inglés en Bogotá, James Henderson, en Jamaica y de paso para su destino, ofició a G. Canning dándole varias noticias que había reunido sobre Colombia, entre ellas los preparativos de una supuesta expedición naval que se hacían «...privadamente ..» en Cartagena en contra de Cuba. Dice que el General Padilla es su mayor interesado aunque el mando se ha confiado a «…Cuortois (un capitán francés al servicio de Colombia)...». Le advierte, sin embargo, «…que es, enteramente, una aventura de individuos, y constará de siete a nueve naves..». Concluye sugiriendo que el Almirantazgo proteja los intereses británicos vigilando a Jardinillas y Trinidad, donde se supone desembarcaría tal expedición. Estas informaciones, recolectadas por el 1er Cónsul inglés en Colombia desde Jamaica, donde se cruzó con el recién designado 1er Ministro de Colombia en Inglaterra, M.J. Hurtado, dan a entender que efectivamente el gobierno colombiano preparaba, a finales de 1823, algún tipo de intervención unilateralmente armada en Cuba y Puerto Rico, todo lo cual coincide con la presencia de los primeros comisionados cubanos en Maracaibo, Cartagena y Bogotá. .PRO, FO, 18 (Colombia), Leg. 1. VITTORINO, Antonio: Relaciones colombo-británicas de 1823 a 1825, según los documentos del Foreign Office. Baranquilla -Ediciones UniNnorte- 1990; pp: 82 y ss.


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peruana –J.A. Arango– y colombiana –Fructuoso Castillo–, se dejó para una mejor ocasión. 5.) Después del Congreso de Panamá (1827–1829) Tras la decepción bolivariana por los pocos realistas resultados del Congreso de Panamá;98 la nunca concretada mediación británica ante España, aceptada en el Istmo; 99 y el fracaso definitivo de la nueva cita de Tacubaya, 100 las pretendidas alianzas militares, confederada y bilateral colombo–mexicano para atacar Cuba y Puerto Rico,101 concluyeron lánguidamente en una serie de esporádicas y no menos inconsecuentes actuaciones por parte de los gobiernos de México y Colombia. Estos dos últimos, antes de sacar algún provecho táctico al manifiesto fracaso de la acción mediadora norteamericana ante el Zar, Francia y España, facilitaron a los EE UU., Inglaterra y España, cada uno en su momento, sacara el mejor provecho de esta primera y definitiva impotencia militar y diplomática de las que, tan efímeramente, aparenta-

98)

Para un detalle cercano y exhaustivo al respecto, Vid: O'LEARY, D. F: Op. Cit., pp: 79 y ss.

99)

Bolívar, sin conocer aún los minimalistas acuerdos de Panamá, desde Lima, 11 de agosto de 1826, ofició al Vicepresidente Santander comunicándole in-extenso los primeros y muy concretos pasos dados con el Cónsul General inglés en el Perú, C.M. Rickets, solicitando el pretendido protectorado inglés para Hispanoamérica; todo lo cual era apenas consecuencia de su no menos explícita propuesta remitida a Santander en el anterior mes de febrero. El 21 de agosto de ese año de 1826, Santander comunicó a Bolívar que el Ministro en Inglaterra, J.M Hurtado, había presentado a Canning el ‘proyecto de protectoría’. JARAMILLO, Juan Diego; Bolívar y Canning; 1822-1830. Bogotá -Editorial Banco de la República- 1983; pp: 243 y ss. RIPPY. J. F: Op. Cit., pp: 94 y ss. 100)

Conforme a lo convenido en Panamá, uno de los dos plenipotenciarios de cada país -con la excepción del Perú- pasaron a México, donde permanecieron absolutamente inactivos hasta el 9 de octubre de 1828 (!!) cuando P. Gual forzó al Gobierno de Méjico a la firma de un Protocolo declarando disuelto el fallido Congreso de Tacubaya. La desintegración de la confederación centroamericana, la animadversión del Congreso mexicano a los acuerdos de Panamá; el retiro de Bolívar del Perú y las subsiguientes hostilidades de éste con Colombia; y el proceso de desintegración de la Unión colombiana, explica de por sí, el consecuente fracaso de la Confederación americana pactada, nunca ratificada, en Panamá. ZUBIETA, Pedro A: Congresos de Panamá y Tacubaya: Breves datos para la historia diplomática de Colombia. Bogotá Imprenta Nacional.1912. Del mismo: Apuntaciones... Loc. Cit., p: 554 y ss. 101)

Previo a su retiro del Perú, desconociendo, pero presintiendo los pobres acuerdos de Panamá, Bolívar se volvió a acordar de invadir Cuba y Puerto Rico. El 11 de agosto de 1826 el Libertador ofició a los Plenipotenciarios colombianos, Gual y Briceño, instruyéndoles proponer la aprobación una nueva y definitiva expedición contra las islas por parte de Colombia, Méjico y Centroamérica, si en el plazo de 4 meses, España no convenía en firmar la paz en América: 25 mil hombres y una escuadra de 30 buques deberían marchar primero contra Cuba y Puerto Rico y luego, si aún España se resistía a firmar la paz, con un ejército reforzado, atacar la Península misma. LECUNA, Vicente: Cartas del Libertador. 10 tomos; Caracas -Litog. y Tipografía del Comercio, 1929; t. VI, p: 185.


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ron poder convertirse en serio obstáculo a las pretensiones expansionistas norteamericanas en el Caribe. No obstante, nada más concluido el Congreso de Panamá, México decidió actuar por su cuenta, prescindiendo del cumplimiento de sus compromisos de alianza por parte de Colombia.102 En octubre de 1826, el Comodoro D. Porter inició en Veracruz los preparativos de la escuadra mexicana, la cual zarpó un mes más tarde. En tales fechas, desde Jamaica, en el mismo mes de noviembre de 1826, sin que existiera ninguna combinación táctica al respecto, los cubanos, hermanos Iznaga y Alonso Betancourt, en unión a los coroneles colombianos Juan José Salas y José Concha, planearon una nueva expedición invasora sobre Cuba y Puerto Rico, la cual debería partir desde Cartagena, contando con el supuesto apoyo de importantes oficiales y efectivos colombianos. Una vez más, se asignaron varias comisiones al exterior: J.A. Iznaga pasaría a Cartagena para negociar con el Comandante General de Panamá –José María Carreño, el Plenipotenciario colombiano en el Congreso de Panamá –Pedro Briceño Méndez–, y los Generales Mariano Montilla y José Padilla –Comandante Militar de Cartagena y Comandante de la Marina colombiana, respectivamente–. A su turno, Salas partiría para Nueva York a los efectos de coordinar su plan con otros grupos de exilados cubanos. Al reaparecido rioplatense Miralla y veracruzano Basadre– que había sido secretario de la delegación colombiana en México–, ambos residentes en la ciudad de México, se les encargó la coordinación de un eventual apoyo mexicano por parte del nuevo Presidente Vicente Guerrero.103 Largo e infructuoso fue este nuevo peregrinaje del «exilio cubano» en pos de la ayuda de Colombia, y en especial de Bolívar. Prácticamente en la misma fecha, cuando el Comodoro D. Porter, cansado de esperar la escuadra colombiana, partía en busca de la armada española –10 de noviembre de 1826–, el comisionado A. Iznaga 102)

El 4 de octubre de 1826, el Ministro colombiano Miguel Santamaría, trasmitió al Secretario Revenga el reclamo del Presidente G. Victoria por el retraso de la escuadra colombiana, junto a su perentorio pedido para que Colombia fijara la fecha y términos del envío de los recursos pactados. En esa misma fecha México comunicó a Santamaría la llegada del Comodoro norteamericano David Porter con el objeto de realizar los preparativos de la expedición conjunta. MENDOZA, D: Op. Cit., pp: 344 y ss. PÉREZ G, F: Op. Cit., p: 161. El 12 de dicho mes, sin haberse recibido en Bogotá los anteriores reclamaciones mexicanas, el Secretario de Guerra y Marina, General C. Soublette, participó al Consejo de Gobierno, los informes desfavorables del Cónsul General de Nueva York por los que la firma encargada del peritaje de los buques suecos, comprados por intermedio de Juan B. Elbers, daba los mismos por inservibles para las operaciones planeadas; agravado lo anterior con la quiebra de la Casa Goldschmidt de Londres, responsable de la compra. Añadió el Cónsul, la negativa del agente Elbers para asumir las reparaciones requeridas. El Gobierno tomó la decisión de ordenar el remate de esos navíos en Nueva York y pagar al menos la marinería cesante, iniciándose con ello el desguace de la Armada colombiana. ACGC, t.2º, p: 209. 103)

PÉREZ G, F: Op. Cit., p: 100.


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se embarcaba para Cartagena –15 de noviembre siguiente– en busca de la nueva ayuda colombiana. A comienzos de enero de 1827, desde dicho puerto, incapaz de decidir por sí cosa alguna, el General Padilla le remitió a su turno hacia Caracas en busca de Bolívar,104 con quien apenas pudo reunirse a mediados de febrero de 1827. El Libertador, anonadado por sofocar la rebelión de J.A. Páez en Venezuela, aunque en un comienzo se negó a secundar la propuesta cubana, alegando la manifiesta y abierta oposición norteamericana e inglesa a cualquier intervención sobre Cuba y Puerto Rico,105 bien pronto –aunque efímeramente– cambió de opinión al conocer las primeras –y falsas– noticias sobre una inminente guerra entre España e Inglaterra en razón de la supuesta injerencia de Fernando 7º en la disputa dinástica portuguesa, esta vez en contra de los intereses ingleses. A comienzos de 1827, emulando sus mejores días de gloria militar, Bolívar alcanzó a repartir instrucciones de aprestos y organización de la pretendida expedición,106 la cual, al conocer la verdadera realidad política europea, deshizo con igual decisión.107 104)

La carta de presentación de Padilla era bien expresiva en cuanto a la calidades del enviado Iznaga y sobre el proyecto que representaba éste y sus compañeros para revolucionar Cuba, el cual no sólo le parecía «..justo, sino santo...». Propuso Padilla a Bolívar emplear en tal empresa los navíos y marinería disponibles en «esta bahía...» y que el Gobierno había ordenado desarmar y licenciar, corriendo por cuenta cubana los víveres y tripulación. Iznaga portó además cartas de P. Briceño Méndez con iguales recomendaciones para el Libertador. PÉREZ G, F: Op. Cit., p: 102 y ss. 105)

Se negó y no se negó. Aunque Bolívar adujo la oposición americana e inglesa, llegó a admitir la posibilidad de una intervención colombiana sólo en el caso de darse una rebelión interna y declaratoria previa de independencia por los cubanos; todo esto seguido de la conformación de, así fuera, un «..simulacro de gobierno...» que pidiese el socorro colombiano, el cual, ni Inglaterra, ni los EE UU., podrían impedir. Ib. SILVA OTERO, Arístides: La diplomacia hispanoamericana de la Gran Colombia. Caracas -Univ. Central1967, pp: 62 y ss. Sin embargo, el 29 de noviembre de 1826, había desembarcado en Sabanalar, cerca de Santa Cruz del Sur -Provincia de Camagüey- el revolucionario Francisco Agüero, procedente de Jamaica a donde había llegado portando un pasaporte colombiano expedido el 10 de noviembre de 1825. Ib., p: 94 106)

El 27 de enero de 1827, sin haberse reunido todavía con Iznaga, Bolívar ofició a los Generales Montilla y Padilla en Cartagena, anunciándoles haber llegado el momento de excursionar definitivamente, primero sobre Puerto Rico para caer luego sobre «..La Habana si nos conviene...» En esta ocasión, les ordenó aprestar todos los buques y marinería disponible para tal empresa. En la misma fecha, Bolívar se dirigió al General Andrés de Santacruz, su sucesor y Presidente del Gobierno peruano, ordenándole poner a su disposición, «…en el mejor pie de marcha…» posible, las tropas colombianas y peruanas que luego le pediría, asegurándole los inmensos beneficios que se seguirán para Colombia, Perú y Bolivia, una vez quede consumada la ruina total de España. En ese mismo día, el Secretario General de Bolívar ordenó, al Secretario de Guerra y Marina de Colombia, poner en La Guaira todos los auxilios de tropa, buques, armamentos y dinero disponibles, debiéndose reclutar mil hombres más y cualquier navío existente en Cartagena, a lo que debía seguir un apremio al gobierno mexicano para amenazar y atacar paralelamente la isla de Cuba. PÉREZ G, F: Op. Cit.,pp: 174 y ss. DESTREUGE, C: Op. Cit., pp : 92. 107)

El 5 de febrero siguiente, el mismo Bolívar escribió al Mariscal A.J. de Sucre, Presidente de Bolivia, anunciándole la suspensión de la expedición sobre Cuba al saber que eran falsas las noticias sobre la guerra entre Inglaterra y España, y por cuanto sin el apoyo inglés nada podría hacerse al respecto. Jaramillo, J.D: Op. Cit., p: 149.


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Iznaga regresó a Cartagena donde se reencontró con su compañero y también emisario, J.J. Salas, procedente de Nueva York, y quien era portador de noticias todavía más desalentadoras. Al abandonar ambos las costas colombianas de regreso a los EE UU., concluyeron las pretensiones cubanas para obtener la ayuda colombiana para la liberación de Cuba y Puerto Rico. Por su parte Bolívar, apabullado por la inminente desintegración política de la Unión colombiana, la cual veía replicada en México, Centroamérica, Perú, Bolivia, Buenos Aires y Chile, optó por repetir, todavía con mayor énfasis, el protectorado inglés como única alternativa para salvar, de su propia ruina, las jóvenes repúblicas suramericanas.108 No obstante, y mientras Bolívar se esforzaba en Caracas en salvar la continuidad institucional colombiana, en Washington, H. Clay comunicaba al Ministro de Colombia –9 de enero de 1827– un inminente y prometedor resultado de su gestión mediadora ante el Zar ruso.109 Tres meses más tarde, el 12 Marzo de dicho año, el mismo Secretario de Estado firmaba las detalladas instrucciones que debían guiar la actuación del nuevo Agente Confidencial, Daniel P. Cook, que el gobierno norteamericano había decidido enviar a Cuba, y de cuya labor e información los EE UU., esperaban tener pleno control, tanto sobre cualquier tentativa revolucionaria interna, como a la vez respecto de las preanunciadas tentativas de invasión externa, europeas o hispanoamericanas. La vigilancia de los partidos y facciones al interior de la Isla, pero en particular los eventuales nexos de éstos con Colombia y México; como a su vez la capacidad militar cubana para repeler cualquier invasión por parte de estos dos países –puntos

108)

Tal quedó consignado en los informes del primer Enviado Extraordinario y Ministro inglés en Colombia, Alejandro Cockburn, los cuales envió al F.O., el 21 y 24 de abril de 1827 desde Caracas, luego de sus intensas entrevistas con Bolívar, audiencias durante las cuales el Libertador, además de pintarle la patética situación e impredecible futuro de Colombia y demás naciones suramericanas, terminó por pedir nuevamente el protectorado inglés para las mismas. Se reafirmó Bolívar que era ésta la única alternativa posible para mantener la independencia y libertad en Hispanoamérica, protectorado el cual permitiría el licenciamiento de los ruinosos ejércitos y el rencauzamiento de los exiguos recursos internos hacía la reconstrucción de sus desbastadas economías. VAUGHAN, Edgard: "Fracaso de una Misión: La historia de Alejandro Cockburn, Primer Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario británico en Colombia, 1826-1827." En: Boletín de Historia y Antigüedades. Bogotá -ACH- LII (1965); nº 609-611); pp: 529 y ss. 109)

FSD, Ms, NFL, I, 321. En: MANNING, W.R: Op. Cit., I, pp: 279 y ss. La inexactitud de lo comunicado por H. Clay se contrasta con el oficio dirigido el 23 de enero anterior al Barón de Maltitz, Encargado de Negocios de Rusia en Washington, refiriéndose a las nulas gestiones efectuadas hasta entonces por el Ministerio ruso, antes y después de la muerte del emperador Alejandro. Le advierte que, siendo constantes los deseos norteamericanos respecto de Cuba y puerto Rico, debía congratularse que los gobiernos de Colombia y México, en atención al pedido de los EE UU., se hubieran abstenido, hasta el presente, de atacar ambas islas. Sin embargo, y de manera expresa, Clay amenazó en esta ocasión, y llegado el caso, con intervenir militarmente en el conflicto, si España decidía seguir rearmándose en Cuba e intentar alguna acción de reconquista sobre las nuevas repúblicas americanas. Ib, III, 316. MANNING, W.R; I, p: 278.


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3º y 4º de las instrucciones–, debían merecer especial y permanente atención del Enviado Cook. Si bien la actividad de éste debía estar estrictamente en consonancia con la declarada neutralidad norteamericana, el gobierno de EE UU., se reservaba el derecho de intervenir militarmente en el momento y circunstancias que lo estimase oportuno y conveniente.110 Como si lo anterior no bastara, a comienzos de abril de ese mismo año de 1827, el Ministro colombiano en Washington, J. M. Salazar, tomó de mutuo propio la iniciativa de solicitar al gobierno norteamericano para que, y en unión al de Inglaterra, iniciara una nueva mediación ante el rey de España con el fin de conseguir de ésta la aceptación de un armisticio, preámbulo a la firma de una futura paz con Colombia y sus aliados, entre los cuales, desde octubre de 1823, se encontraba México. La reacción del Ministro mexicano, quien hasta entonces había obrado en plena armonía con Salazar, fue inmediata y drástica, tal cual lo dejó escrito, tanto al reclamar las explicaciones debidas a su colega colombiano, como en el informe por el que comunicó a su gobierno tal despropósito: el Ministro colombiano, y de paso su gobierno, al obrar inconsultamente involucrando la voluntad –y por ende soberanía política– de un aliado, había prescindiendo de las mínimas obligaciones –consultas previas– y responsabilidades –acción conjunta– que todo aliado debe a sus socios, asumiendo con ello un proceder que había resultado «…dañoso en lo político e indecoroso para México...»111 Sin que el anterior incidente hubiere pasado a mayores, y por cuanto la petición mediadora hubiere tenido éxito alguno, el 19 de noviembre del mencionado año de 1827, reingresaba en Veracruz la escuadra del Comodoro D. Porter portando un pírrico botín capturado al comercio español.112 Después de casi un año de haber estado merodeando en el Golfo de México y canal de la Florida, contando al menos con una tácita complacencia norteamericana, el aludido Comodoro se había dedicado a acciones típicamente corsarias, antes que propiamente militares. Las mismas originaron más de un reclamo y protesta formal del gobierno norteamericano, acosado éste por las reiteradas denuncias españolas por la manifiesta violación de la siempre repetida neutralidad de los EE UU113 al permitir su gobierno que desde sus puertos y costas se perjudicara tan impunemente el comercio español.

110)

FSD, Ms, IM, XI, 267. MANNING, W.R; Op. Cit., pp: 282 y ss.

111)

P. Obregón al Secretario de RR.EE., de México; Washington 9 de abril de 1827. En: FLORES D., Jorge: Op. Cit., pp: 60 y ss. 112)

El cual consistió en 3 bergantines, 2 goletas y algunas embarcaciones menores. PÉREZ G, F: Op. Cit., p: 161. 113)

El 21 de mayo de 1827, el Secretario de Estado H. Clay se dirigió al Ministro mexicano Pablo Obregón protestando oficialmente por la presencia inconsulta del Comodoro D. Porter en Cayo Hueso-Florida


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A mediados de 1828, el Gobierno de México, en medio de la grave crisis fiscal que afectaba el país, decidió el desguace de su marina de guerra, licenciando la oficialidad y marinería inactivas desde el regreso de la pretendida expedición contra Cuba. Tres meses antes, Bolívar, al enfrentar una crisis fiscal todavía mayor en Colombia, que desde finales de 1826 había llevado al restablecimiento en la Unión de buena parte de los odiados impuestos coloniales, ordenó igualmente el desguace de los restos de la frustrada armada colombiana.114 a) Las «intentonas» españolas sobre Colombia y México (1827–1829) Las crisis políticas internas de Colombia –Convención de Ocaña, subsiguiente Dictadura de Bolívar (27 de julio de 1828) y desintegración final de la Unión colombiana (diciembre de 1830)– y de México –Motín de «La Acordada» y ascenso del General Vicente Guerrero (1 de abril de 1829)– llevaron rápidamente al olvido de cualquier

oriental- dedicado a «...molestar el comercio español..» violando con ello la debida neutralidad norteamericana en el conflicto entre México y España. En consecuencia con las órdenes del Presidente Adams, le pidió cruzar las órdenes necesarias para evitar la repetición de tal situación. FSD, MS, NFL, III nº 357. MANNING, W.R., Op. Cit., I, p: 285. El 9 de junio del año, H. Clay se excusó ante Hilario de Rivas y Salmón, Encargado de Negocios de España en Washington, por las acciones corsarias cometidas en territorio de la Florida oriental por el Comodoro Porter al servicio del gobierno mexicano, comunicándole haber recibido del Ministro de México las «...más fuertes seguridades...» tendientes a evitar nuevas violaciones de la neutralidad de los EE.UU. En esta ocasión negó Clay saber que el mencionado Porter hubiera contratado una fuerza adicional de 160 hombres en el puerto de Nueva York. Ib. III, nº 365: p: 286. El 31 de octubre de 1827, Clay tuvo que asegurar al Francisco Tacón, Ministro residente de España, que desconocía las nuevas acciones corsarias cometidas en sus aguas por una supuesta corbeta -la Kingston- mexicana. Ib., III, nº 396: p: 89. El 11 de abril de 1828, una vez más, H. Clay tuvo que repetirse ante Tacón ignorante de las denuncias del Capitán General de Cuba sobre la captura, frente a Matanzas y por corsarios mexicanos, del bergantín español Reina Amelia, el que luego habría sido traído a Cayo Hueso. Ib., IV, nº 8; p: 295. El 1 de mayo siguiente, H. Clay tuvo que dirigirse nuevamente a P. Obregón protestando por el nuevo abuso de la hospitalidad portuaria norteamericana y violación por México de la neutralidad de los EE UU al traer a Cayo Hueso la presa del aludido Reina Amelia. Ib., IV, nº 22; p: 296. Todavía el 2 de agosto de 1828, la Secretaría de Estado daba excusas a F. Tacón por las nuevas y aparentes violaciones de su territorio y neutralidad por la escuadra corsaria de Porter, acciones las cuales, le aseguró, no se tolerarían nuevamente. Ib. IV, nº 46; p:298 114)

En verdad el proceso del desmantelamiento de la marina de guerra colombiana se había iniciado muy tempranamente el 28 de junio de 1826, cuando apenas iniciado el Congreso de Panamá, el Vicepresidente Santander comunicó al Consejo de Gobierno la inminente ruina fiscal colombiana, solicitando al Secretario de Guerra y Marina un minucioso informe sobre los gastos de su Departamento; previendo, no obstante, la inevitable necesidad de licenciar buena parte del ejército de tierra y marina, pese a las latentes amenazas españolas desde Cuba y compromisos contraídos con México. Seis meses después, nada más reasumir Bolívar la Presidencia del Gobierno colombiano, y con ocasión del primer y único Consejo de Gobierno presidido por éste -18 de noviembre de 1826-, antes de seguir a Venezuela a conjurar la rebelión de Paéz, prescindiendo de los compromisos con México y amenazas españolas, dispuso el desarme de la escuadra colombiana surta en Cartagena y el subsiguiente licenciamiento de su oficialidad y tropa. ACGC, t,2º; pp:177 y 222.


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acción, individual o mancomunada, sobre Cuba y Puerto Rico por parte de estos dos gobiernos hispanoamericanos. Esta manifiesta impotencia naval, de las hasta la víspera presuntas invasoras y liberadoras de ambas islas, alimentaron, por una parte, las expectativas españolas de reconquista de sus ex–dominios americanos, a través de nuevas expediciones, necesariamente organizadas desde Cuba y Puerto Rico. Por otra parte, la salida de la escena diplomática y militar de Colombia y México, contrajo nuevamente el ámbito de la lucha diplomática a los mismos protagonistas – Inglaterra y EE. UU.– y objetivos –hegemonía política y comercial en Hispanoamérica– que años atrás habían mediatizado la pugna en torno a Cuba y Puerto Rico; islas las cuales, una vez más ambas Potencias convendrían individualmente en garantizar gratuitamente a España, en tanto sus intereses nacionales así lo aconsejasen. En contra de la cada vez más convulsionada Colombia, España pretendió auspiciar, desde mediados de 1826– una intensa guerra de guerrilla cuyo escenario escogido fue precisamente la rebelde Venezuela de J.A. Páez. Dicho frente armado irregular estaba destinado a soportar la posterior expedición naval del General Ángel Laborde, con la cual se pretendería reiniciar una mal planeada reconquista de Tierra Firme, la cual no llegó a perfeccionarse.115 A su turno, la no menos convulsionada república mexicana de los años 28 y 29, fruto en buena parte de las siniestras maquinaciones del Ministro norteamericano J.R. Poinsett, tuvo que afrontar otra no menos improvisada invasión 115)

El 27 de julio de 1826, el Secretario de Guerra C. Soublette, había informado al Consejo de Gobierno sobre la comunicación de Bolívar relativa a un supuesto espía español -el catalán Juan B. Bermúdez- descubierto en el Orinoco y proveniente de Cuba, vía Panamá, quien había repartido 250 mil pesos y 6 mil fusiles para sustentar un movimiento guerrillero que soportaría luego el desembarco de 6 mil españoles. ACGC, t.2, p: 191. En 1827, el movimiento guerrillero pro español actuaba en varios lugares de Venezuela, todos ellos apoyados por el Capitán General de Puerto Rico, Miguel de La Torre -el gran derrotado de Carabobo- y cuyo intermediario en Caracas era José Domingo Díaz. El español José María Arizábalo y Orovio figuraba, desde 1821, como «Comandante general de las tropas americanas de S.M. Católica» refugiado en los Montes de Güires, Tamánaco y Batatal. Otros jefes, Juan Celestino Centeno y Doroteo Herrera y Dionisio Cisneros actuaban en Rio-Chico, Orituco y los valles del Tuy, éstos cerca de Caracas. En Teques los rebeldes llegaron a contar con 3 mil hombres. En la provincia de Coro un Capitán de Milicias proclamó el rey de España a lo cual siguió una sublevación de Angostura, que luego se extendió a Cumaná. Otros movimientos pro-españoles explotaron en Barinas, Coro y Guayana durante octubre de 1827. Precedida de algunas acciones de corsarios españoles, el 23 de diciembre de 1827, una escuadra española al mando dl General A. Laborde, partió desde Puerto Rico rumbo a Tierra Firme con el objeto de contactar y apoyar a los referidos jefes insurgentes. Luego de tocar la isla de Margarita, durante el mes de febrero de 1828 estuvo rondando las costas occidentales de Venezuela llegando hasta Cubana en busca del Comandante General Arizábalo, el cual no encontró, optando Laborde por seguir a Curaçao y regresar a la Habana. Desde su cuartel general en Iguana, el 21 de mayo de 1829, Arizábalo propuso al Jefe Militar de Venezuela, A.J. Páez, un armisticio para negociar la paz, la cual se firmó el 18 de agosto de 1829 aceptando aquél su capitulación ante el Comandante Bustillos, Comisionado del General Paéz. Concluyó así la resistencia española en la ya casi extinta Colombia. BLANCO, José Félix y AZPURUA, Ramón: Documentos para la historia y vida pública del Libertador. 14 tomos: Caracas -Impr. la Opinión Nacional- 1877, XII, pp: 447 y ss. RESTREPO, J.M: Op. Cit., t.6º, pp: 71 y ss.


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española, esta vez al mando del Brigadier Isidro Barradas, quien al frente de 3.6000 hombres desembarcó en Tampico en agosto de 1829, siendo derrotado en dicho puerto, un mes más tarde.116 Para enfrentar esta impotencia militar, y las nuevas asechanzas españolas desde Cuba y Puerto Rico, los gobiernos mexicano y colombiano miraron individualmente hacia Londres. Olvidados del incidente de Washington, ya referido, los primeros esfuerzos de los ministros de turno se propusieron propiciar los buenos oficios del Gobierno británico, ahora presidido por el Duque de Wellington, sucesor del fallecido Canning, en la negociación de un largo armisticio con España. Por el mismo, ésta debía empezar por suspender sus armamentos en Cuba –los que se suponían siempre dirigidos contra México y Colombia–, luego de lo cual sería posible firmar la paz en América. Para sustentar sus pretensiones, el Ministro colombiano en Londres, José Fernández Madrid –el mismo que junto a Miralla, Tacón y Rocafuerte integró el núcleo dirigente de la logia habanera Soles que entre 1820 a 1823 conspiró por la emancipación de Cuba–, adujo con insistencia, desde finales de 1829 y ante el jefe del F.O., Lord Aberdeen, el que por satisfacer los expresos deseos de Inglaterra, y a pedido del entonces Secretario de RR.EE., G. Canning, Colombia y México habían desistido en 1824 y 1825 –cuando tenían toda la posibilidad de éxito– de invadir, revolucionar o anexarse a Cuba y Puerto Rico, a cambio de lo cual había existido la promesa expresa –nunca formalizada– de una intervención de Inglaterra en Madrid tendiente a concretar una pronta cesación, por parte de España, de todas sus hostilidades en América.117 116)

La expedición contra México, largamente planeada en Cuba y Madrid desde agosto de 1827, e inicialmente pensada contra Venezuela, se basó en la suposición que una vez desembarcados los 3 600 españoles de la misma, surgiría un espontáneo levantamiento popular en favor de la ex-metrópoli, movimiento que estaría capitaneado por el General López Santana. La expedición, que zarpó de La Habana el 7 de julio 1829 se redujo a la toma de Tampico y lugares aledaños, donde Barradas fue derrotado precisamente por las tropas de Santana, ante quien capituló el 11 de septiembre siguiente. Ib, VI, p: 259. AGI, I[ndiferente] G[eneral], 1564, nº 2, 13,14, 19, 20 y 24. 117)

Una de las instrucciones dadas por Bolívar a Fernández Madrid en Bogotá -11 de septiembre de 1828- le facultaba para negociar con los Comisionados de S.M.C., «…un tratado de tregua o cesación de hostilidades…» DE MIER, José M: La Gran Colombia. El Libertador y algunas misiones diplomáticas. 6 tomos. Bogotá -Presidencia de la República- 1983, t.6, p: 2085. Estos planteamientos parecen haber sido hechos por Fernández Madrid a Lord Aberdeen el Londres, por primera vez, el 9 de noviembre de 1829. El 29 de noviembre siguiente, el Plenipotenciario colombiano rindió un extenso informe al Secretario de Relaciones Exteriores, Estanislao Vergara, relatándole la una nueva entrevista sostenida Aberdeen en la que dijo haber insistido en la necesidad de una intervención más drástica -conforme lo había hecho Inglaterra en Grecia- para obligar a España a firmar la paz definitiva en América; a lo cual había rehusado acceder Aberdeen, entusiasmado como estaba el Gobierno del Duque de Wellington, en secundar la pretendida entronización del Infante Francisco en México, como la eventual coronación de S. Bolívar en Colombia -por encima del pretendido Duque de Orleans, rechazado por Inglaterra por ser un borbón extranjero-. Un pedido de buenos oficios más activos frente a España por parte de Inglaterra fueron reiterados por Fernández a


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A finales de 1829, el gobierno de Londres no lograba conciliar para entonces sus múltiples preocupaciones respecto de la situación, y sobre todo futuro inmediato, de los convulsionados gobiernos hispanoamericanos. No sólo se había seguido con interés la expedición y derrota de Barradas en México, sino los conflictos fronterizos que enfrentaban a México y los EE UU., como también a Colombia y Perú. No obstante, considerando las alarmantes perspectivas de una inminente desintegración interna de México y Colombia, el gobierno inglés miraba con interés manifiesto los nuevos proyectos monarquistas que por igual se proponían como panaceas para la grave crisis de ambas repúblicas americanas. Ante esta última perspectiva, si bien Aberdeen rechazó la preexistencia de la aludida promesa del difunto Canning, accedió a hacer pública la voluntad del gobierno inglés de intervenir, de manera más activa, en pro de una pronta cesación de la interminable guerra que España se empecinaba en mantener en América, ahora más que nunca, sin probabilidad de éxito alguno después del desastre de Tampico. Añadió privadamente Aberdeen al Ministro colombiano, que como consecuencia de esta nueva gestión diplomática, Inglaterra no descartaba la ocupación de Cuba y Puerto Rico, si tal cosa llegase a ser necesaria.118 Iguales manifestaciones hizo muy a continuación Aberdeen al Ministro mexicano, Manuel Eduardo Gorostiza.119

Aberdeen el 8 de febrero de 1830. La candidatura del Infante Francisco de Paula había sido lanzada en Veracruz desde el 23 de diciembre de 1827 con ocasión de la revuelta y plan de Manuel Montaño, secundado por el Vicepresidente Bravo y por el llamado núcleo escocés. RESTREPO, José Mª: Documentos importantes de Nueva Granada, Venezuela y Colombia. Apéndice de la «Historia de Colombia», 6 tomos. Bogotá –Imprenta Nacional- 1969, t.6; pp: 467 y ss. ZUBIETA, Pedro A: Apuntaciones sobre..; Loc. Cit., pp:508 y ss. RESTREPO, J.M: Historia de la... t. VI, pp: 229 y 270. BOSCH GARCÍA, C: Op. Cit., pp:40 y ss 118)

El Secretario del Interior, Robert Peel, en la noche del 8 de febrero de 1830 -el mismo día de la nueva conferencia Aberdeen-Fernández Madrid- hizo en Los Comunes una declaración anunciando que Inglaterra, decidida a obtener la cesación de la guerra española en América, no renunciaba a una «…intervención imparcial…» que obligase a los beligerantes a firmar la paz, lo cual bien podría entenderse como una amenaza de invasión de Cuba y Puerto Rico. Ib. p: 150. Por su parte, había sido el Duque de Wellington, siempre preocupado por la suerte de España, quien desde mediados de 1827, había estado influyendo personalmente en el entonces Embajador español, Conde de Ofalia, para que éste impusiera a Fernando 7º sobre la oportunidad que aún tenía España de asegurar Cuba y Puerto Rico y hacer de ellas un modelo-espejo de gestión frente al resto de anarquizados países hispanoamericanos. Ofalia a Fernando 7º, Londres, 18 de julio de 1827, y carta particular del mismo al Ministro de Hacienda, Luis López Ballesteros, 1 de agosto de 1827. Estas invocaciones las repitió en extenso Ofalia al nuevo Secretario de Estado, Manuel González Salmón, el 28 de agosto y el 8 de septiembre de ese mismo año. Marqués de HEREDIA: Op. Cit., pp: 488 y ss. 119)

El 28 de enero de 1830, éste había recibido instrucciones muy precisas del Secretario de RR. EE., Lucas Alamán, tendientes a conseguir la mediación inglesa en la negociación de la paz con España. Uno de los incisos prescribía que Gorostiza enfatizaría la necesidad de neutralizar previamente todo armamento y amenaza militar por España desde Cuba y Puerto Rico. En el informe de Fernández Madrid a E. Vergara del 29 de noviembre de 1829, ya citado, decía que el nuevo Ministro mejicano, sin observar el tacto requerido,


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El nuevo Presidente norteamericano, Andrew Jackson conoció oportunamente las aperturas que los gobiernos de Colombia y México intentaban en Londres –y circunstancialmente en París–, y cuya común y última pretensión sería la concreción de algún tipo de protectorado inglés, el cual implicaría la eventual sustitución de los anarquizados gobiernos republicanos por un régimen monárquico o afín. Fue por ello que el recién posesionado Secretario de Estado norteamericano, Martín Van Buren, decidió anticiparse al pronunciamiento del Gabinete inglés; optando, como ya se había hecho en 1822 y 1823, por presionar una decisión definitiva de España en Hispanoamérica. El objetivo de su gestión fue, una vez más, obtener de ésta la renuncia definitiva de sus pretensiones de soberanía en la América continental, de lo cual debería seguirse el cese de todas las hostilidades. Conseguido lo anterior, además de lavar su cara frente a los gobiernos de Colombia y México, el gobierno de Washington quedaría de nuevo con las manos libres para continuar decidiendo el destino de Cuba y Puerto Rico. A comienzos de octubre de 1829, Van Buren, instruyó largamente a su Ministro en Madrid, Cornelius P. Van Ness, para manifestar en nombre de su Gobierno, una vez más, que la guerra de emancipación hispanoamericana había definitivamente concluido, no ya por la irreversible derrota militar española –patentizada en Tampico–, sino en virtud del reconocimiento que de los gobiernos hispanoamericanos habían hecho las principales y más fuertes Potencias europeas, supuestas aliadas españolas. Añadió, que habiendo España podido conservar la posesión de Cuba y Puerto Rico, éstas no podían continuar siendo arsenal y puente de ataque sobre los gobiernos de México y Colombia, y menos aún, refugio impune para los corsarios y piratas que aún persistían en depredar el comercio en el Caribe, en particular el norteamericano. Al recordar a Van Ness que había sido la oportuna intervención de los EE UU., quienes desde finales de 1823 habían impedido –en un gesto de manifiesta amistad hacia España [!!]– que los gobiernos mexicano y colombiano hubieran propinado un golpe de gracia sobre estos dos últimos dominios españoles en el Caribe, le repite los mismos argumentos usados, en su momento, por Jefferson, Monroe y Adams para reafirmar la importancia estratégica –comercial y política– que ambas islas, en particular Cuba, representan para el presente y futuro de los EE UU. Por enésima vez, enfatizó el Secretario norteamericano, que el gobierno norteamericano jamás permanecería indiferente ante algún intento que buscase sustituir de la condición colonial de Cuba y Puerto Rico; y menos aún desentenderse de cualquier pretensión había anunciado a Aberdeen que su gobierno estaba dispuesto a invadir Cuba de continuar España atentando contra México desde dicha isla; a lo cual habría respondido secamente el Ministro inglés: «..México se sujetará a las consecuencias…» VALADÉS, J. C: Op. Cit., pp: 253 y ss. RESTREPO, J.M: Documentos importantes..; t.VI, p:472.


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que buscase una «...súbita emancipación de la numerosa población esclava, cuyo resultado.. [sería] muy sensible en las playas adyacentes de los Estados Unidos..». Sin mencionar en esta ocasión la oferta de una garantía unilateral sobre Cuba y Puerto Rico, al mencionar los excesivos armamentos que hacía España en la Isla de Cuba y considerar que los mismos debían estar solamente dirigidos a asegurar la posesión y defensa de este reducto colonial, indujo a Van Nees a advertir al gobierno español que los EE UU., además de continuar vigilantes sobre cualquier tentativa que pudiera modificar la naturaleza colonial de ambas islas, estaban dispuestos a intervenir militarmente, «…como gran potencia naval del continente..» que son, en favor de los intereses de España, los que, por ahora, coincidían con los de EE.UU. 120 Como consecuencia del enturbiamiento de las relaciones entre EE UU., y México por motivo del asunto de Texas, y teniendo sobre la mesa varias informaciones que le anunciaban, tanto la decisión inglesa de mediar en Madrid en favor de un final reconocimiento de los gobiernos hispanoamericanos, como el fundado temor que el nuevo Presidente mexicano, General Vicente Guerrero, decidiera intentar alguna acción sobre Cuba, una vez más supuestamente para anular el rearme español en dicha isla y forzar el reconocimiento español, el 13 de octubre de 1830, Van Buren decidió instruir nuevamente al Ministro Van Ness. Obligados como estaban por entonces los EE UU., a impedir el desborde de la disputa con México, por motivo del asunto de Texas, que bien podría desembocar en un enfrentamiento de tipo militar, y teniendo a la vez que oponerse a una presunta expedición mexicana contra Cuba, Van Buren insistió a Van Ness sobre la necesidad de anticiparse a las gestiones inglesas y provocar una decisión favorable del gobierno español en favor del reconocimiento de los gobiernos hispanoamericanos. Debería Van Ness manifestar a España –cosa que nunca se había dicho tan explícitamente desde Washington– que de ocurrir la expedición mexicana contra Cuba, los EE UU., se verían obligados a intervenir militarmente asegurando que el dominio de las mismas continuase en manos españolas «...antes que [en] cualquiera de los Estados suramericanos..»; no tanto por ellos mismos, como por el riesgo inminente de que, al menos Cuba, terminase en poder de una potencia europea, Inglaterra en particular. Apremiado porque la intervención militar mexicana –no obstante por carecer este país de marina adecuada para tal empresa– fuese sustituida o complementada por una agitación revolucionaria interna en Cuba, Van Buren advirtió en esta ocasión que, en defensa de los «...verdaderos intereses...» norteamericanos, y llegado el caso de «...una tentativa para inquietarlas poniéndose armas en manos de una parte de su población para destruir la otra y que por su influencia pusiera en peligro la paz de una porción de los Estados Unidos,..», su gobierno no tendrían otra al120)

FSD, Ms,I, XIII, 21. MANNING. W.R: Op. Cit., I,305 y ss. PEREYRA,C: Op. Cit:, pp:499 y ss.


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ternativa que intervenir drásticamente en Cuba, actuación la cual se haría con sujeción «..a las reglas establecidas de la guerra civilizada...». Lo anterior posición norteamericana había sido notificada previa y perentoriamente, desde el verano anterior, al gobierno mexicano.121 Que se sepa, fue apenas a comienzos de abril de 1831 cuando Van Ness comunicó por escrito al Gobierno español la posición de los EE UU., respecto de Cuba y Puerto Rico. En esta ocasión reafirmó el Ministro norteamericano ante el Secretario de Estado González Salmón, que los EE UU., no permanecerían indiferentes ante cualquier asechanza externa sobre Cuba y Puerto Rico; y que de acometerse alguna tentativa en su contra, por parte de los nuevos Estados americanos, y continuar la misma actitud hostil de España hacia éstos, su gobierno se sentiría autorizado a intervenir para prevenir cualquier consecuencia negativa que pudiera derivarse de tal estado de cosas en contra de sus «..intereses legítimos...»; todo lo cual –conforme eran las anuncios de Van Buren– se haría «...conforme a los principios de guerra admitidos..»; lo que quedaría a discreción de los mismos EE UU., decidir en cuanto a su momento y alcance.122 b) Un lánguido epílogo (1830–1836). En febrero de 1834, Van Ness, aprovechando la reinstauración liberal liderada por Martínez de la Rosa que acompañó el inicio de la Regencia de la Reina Gobernadora, solicitó de manera explícita el reconocimiento de, los ya no tan nuevos, Estados hispanoamericanos, lo cual, afirmó, empezaría por engrandecer la gloria del reinado de Dª Isabel IIª .123 A tal petición dio respuesta positiva el mismo Martínez de la Rosa el 12 de junio siguiente, manifestándole haberse dado las órdenes a los Ministros españoles en Londres y París para iniciar las aperturas del caso con los comisionados hispanoamericanos dotados de plenos poderes al respecto.124 El 8 de agosto siguiente, 121)

FSD, Ms, I, XIII, 184. MANNING. W.R: Op. Cit., I,314 y ss. Habría que observar que, luego del retiro obligado del Ministro americano J.R. Poinsett, el veterano Secretario de RR. EE., mexicano, Lucás Alamán, había decidido trasladar de Londres a Washington al Ministro Eduardo M. Gorostiza, el mismo que había estado negociando con Lord Aberdeen, la intermediación inglesa ante el gobierno y Corte de Madrid para el reconocimiento de su gobierno. BOSCH GARCÍA, C: Op. Cit., pp:45 y ss. 122)

C. Van Nees a M.González Salmón, Madrid, 6 de abril de 1831. AGI, E[stado]; Leg. 93, nº 51. Además: ARCINIEGAS DUARTE, Orlando: Los conflictos de intereses en las negociaciones para el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Venezuela y España: 1834-1845. Tesis de Grado doctoral -inédita- Universidad de Alcalá de Henares, Departamento de Historia, II. 1998.; pp:72 y ss. 123) 124)

AGI, E; Leg. 95, nº 3. Ib.

M[inisterio de] R[elaciones] E[xteriores] de V[enezuela]: A[nales] D[iplomáticos de] V[enezuela]. E[stablecimiento de] R[elaciones]: G[ran] B[retaña[, F[rancia y] E[spaña]; Caracas, 1952, t.1,226-268. En: Ib., p:73


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Van Ness comunicó a Martínez de la Rosa, que luego de haber remitido a su Gobierno esta buena nueva, éste se había anticipado a comunicarla a los gobiernos hispanoamericanos al objeto de favorecer el inicio de las negociaciones del caso. El 4 de septiembre de dicho año, al agradecer la amistosa disposición del Presidente de los EE UU., Martínez de la Rosa repitió la plena voluntad de S.M., la Reina Gobernadora, para oír prontamente las «...proposiciones que se le hagan por los comisionados de las "colonias disidentes" que venga con poderes y autorizaciones suficientes...»125 El 20 de febrero de 1834, Martínez de la Rosa, en las instrucciones que firmó para el Marqués de Miraflores, nuevo embajador español en Londres, encomendó a éste tratar sobre la cuestión de América.., punto que aunque «...no de resolución inmediata y ejecutiva.. » manifestaba la resolución de su gobierno para «…entrar francamente en convenios para decidir esta materia, aunque sea de suyo delicada y espinosa..» (Punto 1º); oyendo, «...con sincero deseo de terminar sus desavenencias con los Estados disidentes de América, todas las propuestas que éstos le hagan..» (Punto 5º); pudiendo así concluir una disputa que aún debía considerarse como propia de una misma familia de pueblos; debiéndose, en consecuencia, prescindirse de la mediación de terceras potencias (Puntos 6º y 7º); pero sin excluir los buenos y oficiosos apoyos que éstas decidiesen prestar al logro de tal objetivo (punto 9º). Finalmente, se observaba en tales instrucciones, el propósito español era la conclusión en el continente americano, de los «...horrores de la guerra civil y la anarquía..» para el común beneficio de las potencias comerciales europeas, en especial del Reino Unido (Punto 12). El 4 de octubre de 1834, la Sección de Indias del Consejo Real, emitió el concepto favorable para el reconocimiento de los nuevos Estados hispanoamericanos, al cual siguieron, lentamente como en los mejores días del Imperio, otros informes y conceptos favorables.126 Las negociaciones con México empezaron en París el 6 de diciembre 1834 las cuales finalizaron en Madrid el 28 de diciembre de 1836, siendo éste el primero de los Estados hispanoamericanos en ser reconocidos por España, habiendo actuado como plenipotenciario mexicano, Miguel Santamaría, aquél que estando entonces al servicio de la Unión colombiana, había suscrito con México en 1826, la IIª Convención naval para invadir y liberar a Cuba y Puerto Rico.127

125)

AGI, E., Leg. 95, nº 88.MREV, ADV;ER; GBFE;.I, p:272. Ib., p: 73.

126)

CASTEL, Jorge: El restablecimiento de las relaciones entre España y las repúblicas hispanoamericanas (1836-1894).Madrid -Artes Gráficas Rodríguez San Pedro- s/f; pp: 9 y ss. 127)

Ib., pp: 47 y ss.


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Si bien las negociaciones con Colombia se iniciaron tempranamente cuando el 27 de marzo de 1835, el entonces Ministro de Relaciones Exteriores de la nueva República de la Nueva Granada, el General Lino de Pombo –el mismo que en dos ocasiones (1823 y 1826) había sido designado por el gobierno colombiano comandante de la flota que debería unirse a la de Méjico para atacar y liberar a las referidas islas– propuso a España el inicio de las negociaciones de paz, las cuales tan sólo se formalizaron en París el 30 de enero de 1881, siendo los Estados Unidos de Colombia –conforme había pasado a denominarse la antigua Nueva Granada– la penúltima de las naciones hispanoamericanas en ser reconocidas por España,128 antes que Honduras que apenas negoció la paz con España el 25 de agosto de 1895.129 Más temprano y menos complejo fue el proceso de reconocimientos de los otros dos «Departamentos» integrantes de la efímera Unión colombiana de Bolívar. Por Venezuela inició las negociaciones el General Mariano Montilla –el antiguo Comandante naval de Cartagena y quien con tanto entusiasmado había apoyado ante Bolívar los Comisionados cubanos de finales de 1826 y comienzos de 1827–, firmándose el Tratado respectivo el 30 de marzo de 1845.130 Ecuador firmó la paz con España el 14 de febrero de 1840, en cuya representación actúo Pedro Gual, el Secretario de RR. EE., y Plenipotenciario colombiano en Panamá, gestor y frustrado ejecutor de la primera convención naval con México (1823) y luego de los tratados de alianza militar del Congreso de Panamá que debía atacar a Cuba y Puerto Rico.131

6.) Lo mismo de lo mismo (1837–1898) Firmada la paz entre España y México, cesados los armamentos y hostilidades españolas en el Caribe, desintegrada la Unión colombiana y consumidas sus tres repúblicas herederas en una nueva y aguda crisis caudillista interna, de la cual participaba igualmente México, asediado éste a lo largo de su frontera norte por los EE UU., quedaba de plano auto–eliminada toda asechanza hispanoamericana sobre Cuba y Puerto Rico. Por lo pronto, se había consumado, pues, el máximo objetivo de la política exterior norteamericana respecto de ambas islas, iniciada tan hábilmente por J. Monroe a 128)

Ib., pp: 27 y ss.

129)

Ib., pp: 44 y ss.

130)

Ib., pp: 66 y ss. ARCINIEGAS, O: Op. Cit., passim.

131)

Ib., pp: 38 y ss.


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finales de 1823 e implementada con tanta sagacidad y persistencia por J.Q. Adams y H. Clay . A partir de entonces y reconocida, por propios y ajenos, la absoluta hegemonía militar y política de los EE UU., en América, el destino colonial de Cuba y Puerto Rico quedó, durante casi sesenta años, en manos del Gobierno de Washington.132 El 15 de junio de 1840 el Secretario de Estado, John Forsyth instruyó al Ministro en Madrid, J.Vail, reiterar una vez más al gobierno español que los EE UU., deseaban que Cuba continuase siendo colonia española y que en ningún momento tolerarían que la isla fuese cedida, temporal o permanentemente, a una tercera potencia; y menos aún, que la misma fuese dada en compensación a Inglaterra en virtud de las reclamaciones que ésta venía haciendo a España por concepto de antiguas reclamaciones pecuniarias, o como consecuencia del tráfico negrero que España continuaba haciendo desde Cuba.133 Si bien el período 1840–1898 excede los límite propuesto del presente trabajo, conviene efectuar un resumen de las principales manifestaciones de lo que fue la política exterior norteamericano frente a Cuba y puerto Rico hasta la declaratoria de guerra en 1898, actuaciones éstas las cuales constituyeron la concreción pragmática de lo que fue muy a continuación el Presidente James K. Polk llamó el Destino manifiesto de los EE UU., en América. En 1843, el Presidente John Tyler, a través de su Secretario de Estado, Daniel Webster, descartó el proyecto de establecer una república negra en Cuba protegida por los EE.UU., admitido el doble riesgo de que la misma cayera en manos inglesas, o que ocurriese una anarquía racial que afectase a los Estados del Sur. En 1848, obrando con instrucciones del Presidente, John K. Polk, el Secretario de Estado, James Buchana, protagonista indiscutido de la guerra contra México, ante el temor de una eventual toma de Cuba por parte de Inglaterra, instruyó a su Ministro en Madrid para proponer a España la compra de dicha isla, ofreciendo en esta ocasión la suma de $100 millones; lo cual fue rechazado por España. El 11 de agosto de 1849, el nuevo Presidente, General Zacharias Taylor, se opuso, mediante proclama pública, a la invasión organizada, desde los EE. UU., en contra de la Isla por el venezolano Narciso López, el mismo que fue luego simbólicamente procesado tras su desembarco en la Florida, una vez fracasada su expedición. El 22 de agosto de 1849, el nuevo Secretario de Estado, John M. Clayton, ofició al Ministro en Madrid, W. Barringer para que advirtiera al gobierno español que los EE 132)

RICHARDSON, J.D: A Complete Compelation...; Loc. Cit., Vol. IX,X,XI, passim. PEREYRA, C: Op. Cit., pp: 505 y ss. PORTELL VILÁ, H: Op. Cit, t.1, pp: 293 y ss. 133)

GUERRA, R: Op. Cit., pp:251 y ss


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UU., se opondría militarmente a la cesión de Cuba a cualquier otra potencia. Sin embargo, el gobierno norteamericano no impidió que el venezolano Narciso López reintentar una nueva expedición –llamada del Criollo– en mayo de 1850. El Presidente Millard Fillmore repitió una no menos condenatoria proclama –25 de abril de 1851– definiendo cualquier nueva expedición contra Cuba como «aventura de latrocinio y saqueo..»; condena la cual poco sirvió para evitar nuevas expediciones, entre ellas la desastrosa del Pampero, partida de Nueva Ordenas, el 2 de agosto siguiente, y que concluyó con el posterior ajusticiamiento de los cincuenta invasores, incluido Narciso López y varios extranjeros (un húngaro, un alemán y dos norteamericanos) en septiembre y octubre de 1851, y del que se siguieron cruentos saqueos en contra de súbditos e intereses españoles en el sur de los EE UU. En 1852, y con el objeto de apaciguar los temores americanos, y previendo cualquier renacer de las tentativas francesas sobre Cuba, Inglaterra pretendió resucitar el proyecto de G. Canning de 1826 proponiendo la firma de una Convención Tripartita –EE. UU., Inglaterra y Francia– para asegurar una vez más la pacífica y segura continuidad colonial de Cuba en manos españolas; propuesta la cual rechazó enfáticamente el Secretario de Estado, Edward Everett, el 19 de noviembre de 1852. El 3 de abril de 1854, el Secretario de Estado, William L. Marcy, conforme a las órdenes y pretensiones anexionistas del Presidente Franklin Pierce, autorizó al Ministro americano, P. Soulé, para reabrir con España la oferta de compra de Cuba, cosa que de ser rechazada por «…el orgullo español...», podía propiciarla independencia de la Isla bajo control americano. Dicho plan de compra debía ser coordinado con los ministros norteamericanos en París y Londres; los cuales reunidos en Ostende, firmaron luego en Aquisgrán –18 de octubre de 1854– el llamado Manifiesto de Ostende por el que se anunciaba y justificaba la ocupación norteamericana de Cuba, en caso de rehusarse España a la venta propuesta y cuyo precio se estimó entonces en $120 millones. En su primer mensaje al Congreso, –diciembre de 1858– James Buchana, convertido en el 15º el Presidente de los EE UU.,y uno de los firmantes del anterior Manifiesto, confirmó la voluntad de los EE UU., para adquirir, mediante compra, la isla de Cuba, rehusando el empleo de la fuerza. Abogó, en esta oportunidad, por continuar con la tradición norteamericana en sus anteriores adquisiciones frente a Francia, Rusia, España y México. La iniciativa presidencial ante el Congreso estimó ahora que la referida isla poseía un valor casi nulo para España, motivo de más para su cesión a los EE.UU., iniciativa presidencial la cual fue aprobada por las Comisiones de RR.EE. del Senado y Cámara de Representantes, el 24 de enero de 1859. Más tarde, alarmado por la inusitada injerencia inglesa en Centroamérica, el Presidente J. Buchana, en sus mensajes al Congreso del 6 de diciembre de 1858, 9 de


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diciembre de 1859 y 3 de diciembre de 1860, repitió –sin éxito por motivo de la grave coyuntura pre–secesionista– la decisión norteamericana de adquirir cuanto antes, mediante compra, la isla de Cuba; entre otras cosas, como única vía para terminar, de una vez por todas, con el escandaloso comercio de esclavos negros que se continuaba haciendo a través de la Isla. Reintegrada la Unión, Hamilton. Fish, Secretario de Estado del Presidente Ulysses S. Grant, reavivó las anteriores pretensiones norteamericanas sobre Cuba. Si bien se rechazó la petición de anexión a los EE UU., formulada por el agente de la nueva república secesionista cubana, presidida por Carlos Manuel Céspedes, el gobierno de Washington optó por reconocer la beligerancia de los sublevados de Demajagua – Grito de Yara, 10 de octubre de 1868–. Se dio así inició a un nuevo y largo proceso de intervención directa norteamericana en los asuntos internos de Cuba, casi siempre centrada en sus varias veces fracasados proyectos de "mediación" en favor de la solución y conclusión negociada de la, cada vez más prolongada y cruenta guerra revolucionaria cubana, interrumpida transitoriamente por la llamada Paz de Zanjón de 1878. El reinicio de la lucha emancipadora, primero con la llamada Guerra Chuita (1879– 1884) y luego más definitivamente con el Levantamiento de Baire– en febrero de 1895 que desembocó en la campaña revolucionaria de José Martí –preparada en New York–, su Partido Revolucionario Cubano –PCR–, y la fracasada expedición del plan de Fernandina, coincidió con la nueva oferta de compra hecha por el Presidente Grover Cleveland quien, para empezar, logró concretar la alianza tácita de Inglaterra –rendida ésta a Washington tras el incidente Anglo–venezolano por el asunto de la Guayana– en caso de llegarse a una guerra con España. El Mensaje anual del reelecto G. Cleveland –7 de diciembre de 1896– planteó abiertamente la inminente intervención armada norteamericana en la Isla, abrogándose el apoyo a la autonomía y luego independencia cubana, sin renunciar todavía los EE UU a la adquisición o anexión de la isla a la Unión. El gobierno español, presidido por Canovas, rechazó altaneramente la oferta americana de una mediación activa para una paz garantizada –o impuesta, llegado el caso– por los EE UU., que permitiera alternaba autonomía cubana y soberanía española y concluir así con diez años de tan sangrienta y perdida guerra para España. Valiéndose de una abierta desaprobación de la draconiana represión del nuevo Capitán General Valeriano Weyler y las promesas de un próximo gobierno autonomista para Cuba y Puerto Rico anunciado desde Madrid, y alternando un inminente reconocimiento del gobierno insurgente mambí, el nuevo Presidente, William McKinley, su Secretario de Estado, Richard Olney, a través de su Embajador en Madrid, General W.Wooodford, dió un ultimátum –23 de septiembre de 1897– para que el acéfalo gobierno español (asesinato de Canovas) se resolviese a aceptar la ya invocada mediación americana para la pronta pacificación de la Isla. Se adujo


63

entonces, no sólo la demostrada incapacidad española para ganar, después de 13 años, tal guerra cesionista, sino la manifiesta violación de todos los principios humanitarios en la solución. Por ello, los EE UU no podían continuar indefinidamente en su condición de «nación expectante», asumiendo los ya manifiestos males cuya repercusión en la tranquilidad interior de la Unión y perjuicio en sus inversiones, eran demasiado manifiestos. Una vez más, como 3/4 de siglo antes, España buscó, sin éxito alguno, el apoyo de Francia y Rusia. La decisión de conceder al fín un gobierno autónomo para Cuba y Puerto Rico por parte del nuevo Gobierno presidido por Práxedes M. Sagasta, alentó al Secretario de Estado, William R. Day, intentar infructuosamente en Washington y Madrid –entre mediados de marzo y mediados abril de 1898– la venta de Cuba; presiones las cuales se re–instrumentaron, sin éxito, con la voladura del Maine –15 de febrero de 1898. No obstante, y como preámbulo al desenlace, nada más producida la aireada negativa española a permitir injerencia alguna norteamericana en la pacificación de la Isla, el 7 de abril de 1898, McKinley reafirmó el derecho natural del pueblo cubano, como pueblo americano que era, a gobernarse a sí mismo; fórmula la cual no excluía, ni la soberanía española, ni menos aún la intervención y apoyo directos de los EE.UU., para el logro de la tan ansiada paz interna. El 19 de abril siguiente, el Congreso norteamericano aprobó las sanciones a España invocando el reconocimiento de la independencia cubana, el retiro de las tropas españolas de la Isla y la autorización al Presidente para decidir la invasión militar de ésta; lo cual se ratificó en forma de nuevo y último ultimátum en Madrid. El 22 de abril de 1898 la flota norteamericana apareció al frente del Castillo del Morro, iniciando el bloqueo de La Habana; a lo que siguió el bombardeo estadounidense de Puerto Rico –12 de mayo de dicho año– y posterior desembarco del Almirante W. Sampson en dicha capital –25 de julio siguiente.

7) Después de todo.

Así pues, a pesar de la larga y cruenta lucha de Cuba y Puerto Rico por su independencia, estas dos islas continuaron siendo, por 75 años más, las dos últimas colonias insulares que España logró conservar en América. En lo que corresponde al período aquí estudiado, ello fue posible: 1°) Gracias a la extraordinaria habilidad, perspicacia y visión política de quienes condujeron las relaciones diplomáticas de los EE UU., Inglaterra –y en algún momento Francia– durante el primer tercio del siglo XIX, particularmente entre 1823 y 1827; 2°) gracias también al candor, y hasta


64

inconsecuencia –y se quiere, irresponsabilidad– política con que los gobiernos de Colombia y México de entonces pretendieron participar en la, finalmente corta lucha por la hegemonía política en el Nuevo Mundo; y 3°) por último, en razón de la tozudez e insensibilidad política española durante la fase final de la guerra de independencia del continente hispano–americano, incapaz como fue de haber evitado diplomáticamente lo que no logró evitar mucho antes con las armas en el resto del continente: perder todo un subcontinente. La entrega final de ambas islas a EE.UU., ¾ de siglo después, confirmó una incapacidad histórica todavía mayor de dicha ex– metrópoli europea en América: «Todo o nada» había continuado siendo, durante casi un siglo, el unísono fiat español en su insensata guerra por continuar siendo, contra todas las evidencias y hasta desinteresados consejos de sus aliados, una «potencia colonial» americana. En abril de 1898, ningún gobierno europeo, ni hispanoamericano, hizo nada para evitar que España, después de haber sido la primera metrópoli americana por 300 años, pasara a ser el único, de los tres grandes imperios coloniales americanos, que no lograría conservar ni un solo palmo de terreno en el Continente por ella descubierto.


APENDICE INTERCAMBIO COMERCIAL DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA CON LAS INDIAS OCCIDENTALES, 1816-1826


66

CUADRO nº1: ESTADOS UNIDOS DE AMERICA: EXPORTACIONES A LAS INDIAS OCCIDENTALES; 1816-1826 (Miles de U$)

Régimen de Exportación

1816 a 1822

1823

1824

1825

1826

1823-1826

1816-1826

Exportaciones propias:

96 979.66

12 149.92

12 646.94

12 911.00

13 329.84

28 812.25

125 791.91

Hacia Islas Occidentales Españolas

22 766.06

3 527.30

3 918.59

3 492.66

3 962.52

14 901.07

37 667.13

Cuba

21 627.76

3 271.27

3 611.69

3 276.56

3 751.66

13 911.18

35 538.94

Otras

1 138.30

256.03

306.90

216.10

210.86

989.89

2 128.19

4 487.67

1 670.14

1 901.93

1 648.66

1 252.91

6 473.63

10 961.30

69 725.93

6 952.48

6 826.43

7 769.69

8 114.42

7 437.55

77 163.48

29 517.26

3 813.95

3 849.10

3 072.23

3 436.42

17 407.75

46 925.01

17 134.20

2 159.59

2 429.56

1 866.30

2 395.44

8 850.89

25 985.10

Cuba

16 894.32

2 134.10

2 195.84

1 844.15

2 382.77

8 556.86

25 451.18

Otras

239.88

25.50

233.72

22.16

12.67

294.04

533.92

1 237.04

708.64

463.23

406.56

161.58

1 740.02

2 977.05

11 146.02

945.72

956.31

799.37

879.39

6 816.84

17 962.86

126 496.92

15 963.87

16 496.04

15 983.23

16 766.26

46 219.99

172 716.92

39 900.27

5 686.89

6 348.15

5 358.96

6 357.96

23 751.96

63 652.23

Cuba

38 522.08

5 405.37

5 807.53

5 120.70

6 134.43

22 468.03

60 990.12

Otras

1 378.18

281.53

540.61

238.26

223.53

1 283.93

2 662.11

5 724.71

2 378.78

2 365.16

2 055.22

1 414.49

8 213.65

13 938.35

80 871.95

7 898.20

7 782.74

8 569.06

8 993.81

14 254.39

95 126.34

Haití Otras islas del Caribe Re-exportaciones Hacia Islas Occidentales Españolas

Haití Otras islas del Caribe SUMA Hacia Islas Occidentales Españolas

Haití Otras islas del Caribe


67

CUADRO nº 2: ESTADOS UNIDOS DE AMERICA: EXPORTACIONES A LAS INDIAS OCCIDENTALES; 1816-1826 (Porcentajes) Régimen de Exportación

1816 a 1822

1823

1824

1825

1826

1823-1826

1816-1826

Exportaciones propias:

100.0%

100.0%

100.0%

100.0%

100.0%

100.0%

100.0%

Hacia Islas Occidentales Españolas

23.5%

29.0%

31.0%

27.1%

29.7%

51.7%

29.9%

Cuba

22.3%

26.9%

28.6%

25.4%

28.1%

48.3%

28.3%

Otras

1.2%

2.1%

2.4%

1.7%

1.6%

3.4%

1.7%

4.6%

13.7%

15.0%

12.8%

9.4%

22.5%

8.7%

71.9%

57.2%

54.0%

60.2%

60.9%

25.8%

61.3%

100.0%

100.0%

100.0%

100.0%

100.0%

100.0%

100.0%

58.0%

56.6%

63.1%

60.7%

69.7%

50.8%

55.4%

Cuba

57.2%

56.0%

57.0%

60.0%

69.3%

49.2%

54.2%

Otras

0.8%

0.7%

6.1%

0.7%

0.4%

1.7%

1.1%

4.2%

18.6%

12.0%

13.2%

4.7%

10.0%

6.3%

37.8%

24.8%

24.8%

26.0%

25.6%

39.2%

38.3%

Haití Otras islas del Caribe Re-exportaciones Hacia Islas Occidentales Españolas

Haití Otras islas del Caribe SUMA

100.0%

Hacia Islas Occidentales Españolas

Haití Otras islas del Caribe

100.0%

100.0%

100.0%

100.0%

100.0%

100.0%

31.5%

35.6%

38.5%

33.5%

37.9%

51.4%

36.9%

Cuba

30.5%

33.9%

35.2%

32.0%

36.6%

48.6%

35.3%

Otras

1.1%

1.8%

3.3%

1.5%

1.3%

2.8%

1.5%

4.5%

14.9%

14.3%

12.9%

8.4%

17.8%

8.1%

63.9%

49.5%

47.2%

53.6%

53.6%

30.8%

55.1%


68

CUADRO nº 3: ESTADOS UNIDOS: IMPORTACIONES PROCEDENTES DE LAS INDIAS OCCIDENTALES, 1821-1826* (miles de U$) Procedencia según bandera

1821-1822

SUMA

32 151.06

1823

1824

1825

1826

15 894.90

18 607.14

16 770.25

16 589.99

1823-1826 67 862.28

1821-1826 100 013.34

Navíos norteamericanos

30 223.25

15 265.57

17 726.83

16 080.63

16 285.21

65 358.22

95 581.48

Navíos extranjeros

1 927.81

629.34

880.32

689.63

304.78

2 504.06

4 431.87

Hacia Islas Occidentales Españolas

15 437.45

7 765.46

8 477.13

8 350.04

8 436.53

33 308.05

48 745.50

Navíos norteamericanos

14 185.60

7 484.54

8 470.52

8 184.21

8 383.69

32 522.96

46 708.56

Navíos extranjeros

1 251.85

280.91

261.08

284.46

160.27

986.73

2 238.58

Cuba

13 875.17

6 952.38

7 620.43

7 556.41

7 658.76

30 066.88

43 942.05

Navíos norteamericanos

12 629.03

6 697.90

7 620.43

7 396.14

7 605.92

29 320.39

41 949.43

Navíos extranjeros

1 246.14

254.48

278.90

160.27

52.84

746.49

1 992.62

Otras

1 562.28

813.08

856.70

793.63

777.77

Navíos norteamericanos

1 556.57

786.64

850.09

788.06

Navíos extranjeros

5.72

26.44

6.61

5.56

Haití

4 588.07

2 352.73

2 247.24

2 065.33

3 241.17 777.77

1 511.84

4 803.45

3 202.57

4 759.13

38.60

44.32

8 177.13

12 765.21

Navíos norteamericanos

4 499.73

2 331.05

2 200.61

2 008.47

1 466.41

8 006.54

12 506.28

Navíos extranjeros

88.34

21.68

46.62

56.86

45.43

170.59

258.93

Otras islas del Caribe

12 125.54

5 776.71

7 882.78

6 354.88

6 641.62

26 377.10

38 502.64

Navíos norteamericanos

11 537.93

5 449.98

7 055.69

5 887.95

6 435.11

24 828.72

36 366.65

Navíos extranjeros

587.61

326.74

572.61

348.31

99.09

1 346.74

1 934.35

(*) Valores del 1 de octubre de 1820 al 30 de septiembre de 1826


69

CUADRO nº 4: ESTADOS UNIDOS: IMPORTACIONES PROCEDENTES DE LAS INDIAS OCCIDENTALES; 1821-1826* (Porcentajes) SUMA

100.0%

100.0%

100.0%

100.0%

100.0%

100.0%

100.0%

Navíos norteamericanos

94.0%

96.0%

95.3%

95.9%

98.2%

96.3%

95.6%

Navíos extranjeros

6.0%

4.0%

4.7%

4.1%

1.8%

3.7%

4.4%

Hacia Islas Occidentales Españolas

48.0%

48.9%

45.6%

49.8%

50.9%

49.1%

48.7%

Navíos norteamericanos

44.1%

47.1%

45.5%

48.8%

50.5%

47.9%

46.7%

Navíos extranjeros

3.9%

1.8%

1.4%

1.7%

1.0%

1.5%

2.2%

Cuba

43.2%

43.7%

41.0%

45.1%

46.2%

44.3%

43.9%

Navíos norteamericanos

39.3%

42.1%

41.0%

44.1%

45.8%

43.2%

41.9%

Navíos extranjeros

3.9%

1.6%

1.5%

1.0%

0.3%

1.1%

2.0%

Otras

4.9%

5.1%

4.6%

4.7%

4.7%

4.8%

4.8%

Navíos norteamericanos

4.8%

4.9%

4.6%

4.7%

4.7%

4.7%

4.8%

Navíos extranjeros

0.0%

0.2%

0.0%

0.0%

0.0%

0.1%

0.0%

Haití

14.3%

14.8%

12.1%

12.3%

9.1%

12.0%

12.8%

Navíos norteamericanos

14.0%

14.7%

11.8%

12.0%

8.8%

11.8%

12.5%

Navíos extranjeros

0.3%

0.1%

0.3%

0.3%

0.3%

0.3%

0.3%

Otras islas del Caribe

37.7%

36.3%

42.4%

37.9%

40.0%

38.9%

38.5%

Navíos norteamericanos

35.9%

34.3%

37.9%

35.1%

38.8%

36.6%

36.4%

Navíos extranjeros

1.8%

2.1%

3.1%

2.1%

0.6%

2.0%

1.9%

(*) Sobre valores de base del 1 de octubre de 1820 al 30 de septiembre de 1826 B&FSP; London 1854; Vol. XIV; 1826-1827; pp: 1210 y ss.


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