Colombia Últimas Décadas

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Colombia Últimas Décadas

Los estudiantes de la séptima papeleta ANIVERSARIO Se cumplen 20 años de un movimiento estudiantil que salió a las calles después del magnicidio de Luis Carlos Galán y logró cambiar la Constitución. ¿Qué le quedó al país de ese momento histórico? Por Julieta Lemaitre*, una estudiante de la época que ha analizado ese vibrante episodio. Sábado 6 Marzo 2010. A principios de 1989 el país no esperaba mucho de sus estudiantes, una generación apática e indolente. No tenían espíritu de grupo, no estaban organizados, no les interesaba la política. En las universidades privadas los jóvenes eran orientados hacia un futuro en el cual se harían ciertas las fantasías individuales y familiares de ascenso social; en las públicas, a pesar de su aura de revoltosos, la mayoría de estudiantes también eran apáticos frente a la política. En la universidad pública era más clara la presencia de grupos pequeños de izquierda, algunos muy radicalizados y simpatizantes o militantes en la izquierda armada, protagonistas del eventual 'tropel' o enfrentamiento con la Policía. Pero no había movimientos que agruparan a grandes números de estudiantes. No había ninguna organización que los representara, no había movilización masiva ni politización a gran escala, ni la sospecha o esperanza de que eso fuera posible. No era sólo falta de iniciativa: eran años difíciles para ser joven. La infancia feliz de unos años 70 prósperos y en relativa paz se estrelló contra una violencia que tocaba a todos directamente. Además del peso de esos hechos, desde 1985,


cuando ardió el Palacio de Justicia, era difícil imaginarse un país posible con espacio para todos. De muchas formas se estaba apenas barriendo las cenizas del Palacio; esperando que se enfriaran los escombros, que dejaran de humear. Y para la mayoría de los estudiantes no había sueño que reemplazara la utopía de la generación anterior. Los títulos de los libros más importantes sobre la década de los ochenta eran la confirmación de la desesperanza: Al filo del caos, por ejemplo, Al borde del abismo e, incluso, En qué momento se jodió Colombia.

Era además difícil de imaginar una solución política a la violencia cotidiana. De muchas formas el país resultaba entonces incomprensible, y ya no había un futuro claro al cual apostarle. En lugar de soñadores, a finales de los años ochenta los estudiantes en su mayoría eran espectadores impotentes y silenciosos de un panorama nacional protagonizado por la desesperanza. La vida transcurría entonces entre las diversiones usuales de los adolescentes, el estudio y el deporte, las aventuras con las drogas y el alcohol, y el acercamiento más bien tímido al sexo y al rock en español. Hasta que Pablo Escobar mató a Luis Carlos Galán. Y sin previo aviso los estudiantes, sobre todo los apáticos de las universidades privadas, salieron por un momento de su estupor y lideraron una marcha estudiantil de luto que conmovió a Bogotá, quizá incluso al país. De esa marcha surgió el movimiento estudiantil de 1989. El más grande e incluyente que se recuerde y que ha visto el país desde entonces. En él militaron miles de estudiantes de universidades y colegios de las grandes ciudades del país; se pusieron jeans y la camiseta blanca para pedir el voto por la séptima papeleta en las elecciones de marzo, escrito si era el caso, a mano. Y luego siguieron marchando, haciendo rifas y tómbolas y reuniones para promover que de nuevo se votara por la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente en mayo, alimentando la pasión por una idea que ese año y el siguiente consumió al país: la idea de que con una reforma constitucional sí "habría futuro" como prometía Gaviria, o que la constituyente era "el camino" que nos sacaría de la desesperanza. Así como fue grande e incluyente, el movimiento estudiantil duró poco, pero dejó su marca en la política nacional: la Constitución, como símbolo del hastío de una generación con la violencia que le tocó vivir. Y también dejó su marca en los estudiantes que se movilizaron en ese breve período que va desde agosto de 1989 hasta finales de 1990. Aún hoy la recuerdan como una época irrepetible de triunfo político y de esperanza, de la felicidad de la


acción política, de cambiar el mundo a los 20 años, de reuniones interminables donde aprendieron a articular sus emociones e intuiciones políticas en argumentos, y donde aprendieron a negociar, a ceder, a esperar, a insistir, a trasnochar y, en suma, a ser ciudadanos activos. Una Idea Sin Enemigos Es probable que la ilusión de los estudiantes no haya sido determinante en el resultado final. Otros actores movieron hilos para capitalizar su entusiasmo. El movimiento estudiantil aprovechó, especialmente en el primer semestre de 1990, una tremenda oportunidad política en la que concurría el apoyo de diversos sectores a la reforma constitucional y la convicción de que ésta no sería posible por vía del Congreso. No se trataba sólo de la simpatía de la prensa liberal, que llegó al punto de que El Espectador y El Tiempo se disputaban haber sido los primeros en apoyar a los jóvenes. También, y quizá más importante, era el apoyo de círculos adictos al gobierno liberal, donde se veía la reforma como la única manera de modernizar y sanear de corrupción al Estado, y de paso cimentar la legitimidad y la gobernabilidad en un momento de crisis. Y en círculos liberales más amplios, la reforma constitucional entraba en sintonía con proyectos latinoamericanos, e incluso globales, de grandes reformas institucionales para implementar el consenso de Washington sobre el diseño institucional necesario para el desarrollo económico, y para el respeto de los derechos civiles y políticos. Pero el apoyo no era sólo liberal: la reforma de la Constitución recibía también el apoyo de diversos círculos de izquierda que buscaban -en los años en los que se derrumbaba el muro de Berlín- ingresar de nuevo por la puerta grande a la posibilidad de hacer política electoral. Ello era verdad hasta cierto punto en las guerrillas: el M-19 lo había formulado durante su fallida negociación con Betancur como "el gran diálogo nacional", y tanto el EPL como las Farc con Jacobo Arenas, en diversas ocasiones habían propuesto la necesidad de una Asamblea Nacional Constituyente con este fin. Y si el apoyo de las guerrillas no se materializó, sí lo hizo el de la izquierda democrática. Para ellos, algunos desmovilizados de la UP, el M-19 al desmovilizarse, los sindicatos, los centros de estudio de intelectuales de izquierda, etcétera, la propuesta de reforma constitucional era parte de sus propias aspiraciones históricas de un nuevo pacto social que les permitiera superar las exclusiones del Frente Nacional, y hacer política legítima con verdaderas opciones de llegar al poder.


Sin embargo, a pesar de la presencia del pensamiento de la izquierda, y a pesar de lo que se puede identificar como una continuidad entre los proyectos de los gobiernos y la prensa liberales y la propuesta de los estudiantes, el deseo por el cambio de los jóvenes de esos años corresponde antes que nada a un profundo rechazo generacional contra la violencia política de finales de los años 80. En palabras de Fabio Villa, uno de los líderes radicales de la universidad pública que se unió al movimiento, se trataba de "un sentimiento real de los jóvenes que querían que el país fuera distinto, que no aceptaban que hubieran matado a Jaime Pardo, a Luis Carlos Galán, a Bernardo Jaramillo, a Carlos Pizarro; a los que esa realidad les parecía inmunda, como me parecía a mí". Aún hoy, 20 años después, muchos de los estudiantes de entonces defienden apasionadamente la Constitución de 1991, y el discurso que la funda, a pesar de todo. Y comparten una fe en ella que se funda en un postulado imposible de probar: que sin la Constitución del 91 todo hubiera sido peor. Es una fe que se fundamenta no en una apreciación pragmática de los logros concretos de la Constitución -logros que sin duda existen-, sino en un rechazo visceral que aún comparten al dolor de aquellos años, a la desesperanza y, sobre todo, a la necesidad profunda de darle sentido personal a la vida colectiva, que permita creer en la búsqueda de los ideales de la Constitución de 1991: la paz, la justicia social, la participación popular, las libertades y los derechos. En eso consiste también el legado del movimiento estudiantil de 1989: esa fe a veces mal comprendida en los valores constitucionales. Colombia: Ultimas Décadas Proceso para la nueva Constitución


Después de una agitada historia constitucional en el siglo XIX, Colombia, había sufrido varias reformas adaptándose a los tiempos y las circunstancias del país. En 1988, una fallida reforma que pretendía extender la participación ciudadana en la política y evitar la corrupción administrativa, entre otras cosas, dio lugar a un movimiento estudiantil y político que propuso la convocatoria a una asamblea constituyente para las elecciones de 1990. El movimiento promocionó la así llamada séptima papeleta, propuesta surgida de estudiantes colombianos para las elecciones legislativas de 1990. Si bien el consejo electoral no aceptó la inclusión oficial de este voto, adicional a los votos por Senado, Cámara de Representantes, Asamblea Departamental, Gobernador, Consejo Municipal y Alcaldes; este se contó extraoficialmente y la Corte Suprema reconoció la mayoritaria voluntad popular validando el voto. En diciembre de 1990 se convocaron a comicios para elegir los representantes a una Asamblea Nacional Constituyente, la cual promulgó la nueva constitución en1991. Los presidentes de la constituyente fueron: Álvaro Gómez Hurtado por el Partido Conservador, Horacio Serpa por el Partido Liberal, y Antonio Navarro por el M-19. La “Apertura Económica” y sus efectos: La Apertura Económica que experimentó Colombia a principios de los noventa fue uno de los muchos pasos que dio el continente suramericano para integrarse a la economía global. Los principales proponentes de esta política comercial llegaron al poder durante la administración del Presidente Ronald Reagan en Estados Unidos, y la Primer Ministro Margaret Thatcher en Inglaterra. En Sur América, Chile fue el país que más notablemente adoptó este modelo económico durante el periodo en que el general Augusto Pinochet estuvo en el poder.


La lógica detrás de este modelo consiste en que al introducir un elemento de competitividad extranjera, la calidad de los productos internos y la innovación aumentan, mientras que los costos tienden a bajar, de tal manera que es de mayor beneficio para el consumidor. Estas observaciones son basadas en el concepto de |ventaja comparativa propuesto por la economía clásica, el cual argumenta que cada país o base de producción posee una ventaja particular sobre otros productores. Así, mientras que una base de producción tendría que invertir más y esparcir sus recursos para generar distintos productos, le resulta más conveniente especializarse en esa área sobre la que tiene una ventaja y simplemente importar aquellos otros productos que necesita. Si todos los actores en el mercado se comportan de tal manera, el resultado es productos de mayor calidad y menos precio que fluyen de un país a otro según los niveles de demanda del mercado. En Colombia, la decisión de adoptar este modelo se produjo luego que una política proteccionista dominó el intercambio comercial con otros países durante varias décadas. Como resultado del proteccionismo, el mercado nacional se había saturado con productos locales, de tal manera que el poder de compra era inferior a la oferta. En adición, los precios de los productos nacionales habían incrementado con el tiempo, y el control de calidad se había deteriorado por falta de competencia. Frente a esta situación, la administración del presidente Colombiano Cesar Gaviria adoptó la política de apertura.

La nueva ola de competencia generada por la introducción de productos extranjeros al mercado colombiano transformó por completo la relación de producción y demanda que había regido al país por varias décadas. Como resultado, muchas industrias no lograron sobrevivir a la competencia, y sectores enteros de producción desaparecieron. Para los consumidores, o al menos aquellos consumidores cuyo poder de compra no fue afectado por la desaparición


de ciertas industrias, la apertura significaron mayor variedad de productos a precios más bajos y de mayor calidad. Una década después de la apertura económica es claro que la lógica del modelo nunca fue aplicada en su totalidad. Sin excepción, todos los países en el mercado global continúan aplicando medidas proteccionistas, en forma de aranceles, subsidios a ciertos sectores, u otro tipo de restricciones. Igualmente, la idea de una economía global integrada aún no se ha concretado en su totalidad. El fenómeno más común es la creación de bloques selectos de comercio entre países. Es así como en la última década se han creado bloques comerciales como MERCOSUR, ALCA, CAN y numerosos otros. Es importante notar que esta política económica es una de las partes integrales de la ideología política conocida como Neoliberalismo. Según esta, el libre comercio, la descentralización de poder, y la reducción del estado por medio de la privatización, son algunas de las medidas necesarias para generar el desarrollo nacional. ¿Que fue el Plan Colombia? Plan Colombia es un acuerdo bilateral constituido entre los gobiernos de Colombia y Estados Unidos. Se concibió en 1999 durante las administraciones del presidente colombiano Andrés Pastrana Arango y el estadounidense Bill Clinton con los objetivos específicos de generar una revitalización social y económica, terminar el conflicto armado en Colombia y crear una estrategia antinarcóticos. El plan ha continuado bajo extensiones temporales bajo las administraciones del presidente colombiano Álvaro Uribe y los estadounidenses George W. Bush y Barack Obama.


El Plan Colombia cuenta principalmente con el apoyo del programa del gobierno estadounidense llamado Andean Counterdrug Initiative (ACI) o “Iniciativa Andina Contra las Drogas” y recibe asistencia del Foreign Military Financing (FMF) o “Financiación para Fuerzas Militares Extranjeras” del Department of Defense’s central counternarcotics account o Cuenta Central Antinarcóticos del Departamento de Defensa de los Estados Unidos.[1] Los objetivos de Colombia y de los Estados Unidos difieren en algunos aspectos. El principal objetivo del gobierno estadounidense es prevenir el flujo de drogas ilegales hacia los Estados Unidos, como también ayudar a Colombia a promover la paz, el desarrollo económico que a la vez contribuye a la seguridad en la región de andina. El principal objetivo de Colombia es promover la paz, el desarrollo económico, incrementar la seguridad y terminar con el tráfico ilegal de drogas. Ambos han evolucionado de lo estrictamente antinarcótico de la guerra contra las drogas a incluir aspectos de la guerra contra el terrorismo, debido a que los grupos violentos y mafias utilizan el negocio de la droga para financiar la guerra. Cultura Colombiana La recepción en el medio colombiano de una categoría como la de autonomía adopta un carácter híbrido y, en esa medida, un tanto paradójico, a que no comporta un tinte radical y, en consecuencia, relativiza el mismo término. Es sintomático que la aparición de la pintura abstracta haya estado en manos de Marco Ospina, un artista que presenta en 1949 una exposición donde coexisten, con perfecta naturalidad ante los ojos de la crítica y del público, trabajos costumbristas, semicubistas y abstractos, evidenciando que la abstracción podrá ser una opción en el arte y no en un asunto de principios, dictados por los más estrictos códigos estéticos del momento. Otro ejemplo del carácter no excluyente del arte moderno local radica en que, pese a que se llevan a cabo trabajos abstractos como los de Marco Ospina o Luis Fernando Robles y más tarde Eduardo Ramírez Villamizar, en buena parte de las buenas propuestas, la mímesis se aleja de la representación verosímil, pero no desaparecen las figuras. En los años cincuenta, Walter Engels opta por hablar de la no-figuración porque, según su criterio, resulta imprecisa la posible ubicación de las pinturas de Alejandro Obregón, Enrique Grau, Cecilia Porras o Lucy Tejada, para nombrar algunos artistas, dentro de categorías como la abstracción o la figuración. Este género indeterminado libera de cualquier militancia en una escuela específica y permite la exploración en diversas concepciones plásticas, a la par que propicia la referencia a los asuntos del entorno. La modalidad de un arte autorreferencial no encuentra mayor eco en el medio artístico, cuyos artistas parecen ser conscientes


de que su papel en ese momento no es mantener la neutralidad en medio de la Guerra Fría, sino establecer una relación con un público carente de nociones de arte moderno, y que vive en un medio convulsionado, en donde el conflicto no se maneja conservando una calma tensa, sino que se expresa a través de la más cruda violencia.

Walter Engels Más que un Modernismo purista y una autonomía radical, en Colombia, así como en buena parte de países de América Latina, se produce un tipo de trabajo que obedece a una suerte de modelo de fusión donde se integran diversos modos de ver, propios del arte o prevenientes de otros ámbitos como la cultura popular, pero incorporados al lenguaje del llamado arte culto.


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