¿Qué es el capitalismo? Una introducción a la crítica de la economía política Textos de Rolando Astarita Prólogo, compilación y edición: Javier Riggio y Mariano Repossi ... 1
Edición autogestionada Ciudad Autónoma de Buenos Aires República Argentina
Primavera 2012
Índice
Prólogo Con El Capital bajo el brazo, por Javier Riggio y Mariano Repossi.......................................................................................4 Primera parte:
Introducción a la crítica de la economía política ¿Qué es el capitalismo?............................................................10 La cuestión de la ética en Marx...............................................33 Segunda parte
Política y sindicalismo ... 2
Cuestiones sobre análisis políticos de la izquierda sindical...44 Métodos de discusión en ámbitos de izquierda.....................65 Izquierda, indignados y acción política..................................70 División obrera, no miremos para otro lado..........................77 Crítica al Programa de transición.............................................83 Apéndice: Sobre las fuerzas productivas y su desarrollo......161 Reflexiones sobre el peronismo de izquierda.......................181
Tercera parte
Ley del valor-trabajo para todos y todas A) El mundo Crisis y mercado mundial.....................................................194 Deudas y bancarrota del capitalismo....................................201 B) Latinoamérica Crecimiento, catastrofismo y marxismo en América Latina..206 C) Argentina «Profundizar el modelo» después de Kirchner....................217 Fuga de capitales, dólar y modelo K.....................................228 Economía argentina, coyuntura y largo plazo.....................236 Asistencia social K, marxismo y Poulantzas.........................261 . . . Ajuste y represión K.............................................................266 3 Epílogo
«Atrévete a pensar» El «atrévete a pensar» de Marx y el socialismo.....................274
PRÓLOGO
CON EL CAPITAL BAJO EL BRAZO… La emancipación de los trabajadores será obra únicamente de los trabajadores. Estatuto de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT), 1864.
1. Para qué
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En condiciones capitalistas, los seres humanos nos dividimos en dos clases sociales: los dueños de los medios de producción (dueños de tierras, fábricas, transportes, máquinas, el dinero, los bancos…) y los que estamos obligados a vender nuestra fuerza de trabajo en el mercado (o sea, los que si no trabajamos por un salario nos morimos de hambre). Estas condiciones no son naturales ni divinas, sino históricas: se trata de una relación social mediante la cual unos seres humanos viven del trabajo de otros seres humanos. Los explotadores integran la clase burguesa, los explotados integramos la clase trabajadora. Entre los modos de defensa que los explotados hemos instituido en los últimos 150 años se hallan los sindicatos. Garantizar la venta de fuerza de trabajo para los seres humanos es lo mínimo necesario para que podamos vivir. Al menos, mientras exista el capitalismo. Pero no alcanza. Luchar por el salario, por el derecho a huelga, por el pago de horas extra, por mejoras en las condiciones laborales, por cobertura social, por una jubilación, etc., resulta imprescindible para vivir. Pero no es suficiente para vivir humanamente. Mientras existan seres humanos que vivan de la explotación de otros seres humanos, la sociedad no será verdaderamente humana. Dicho por la negativa, hay que luchar sindicalmente (reducir la explotación todo lo que podamos) y hay que combatir la lógica del capital (que impone la ganancia como objetivo fundamental para la vida). Esperamos que este libro sea un aporte a favor de esa lucha y de este combate. Y, dicho por la positiva, hay que construir, aquí y ahora, tanto como se pueda, lazos sociales de sentido emancipatorio. Porque el capitalismo está en todos lados: en el trabajo, en la familia, en el barrio, en la escuela, en la universidad, en el hospital… En fin, no se trata de «esperar» a que derrotemos el capitalismo para, recién entonces, entregarnos a la tarea de comenzar
a construir esas otras relaciones sociales. Se trata de que, asumiendo los obvios límites que nos impone el modo de vida capitalista, empecemos a tensarlos en sentido emancipatorio, sin miedo alguno a equivocarnos y sin esperanza alguna de tener éxito.
2. Quiénes Los textos que seleccionamos para armar este libro fueron escritos por Rolando Astarita. La mayoría de ellos está a disposición tanto en su blog http://rolandoastarita.wordpress.com como en su página web www.rolandoastarita.com. Otros fueron publicados en los años noventa en la revista Debate Marxista. Debemos decir que, más allá de la relación personal que tenemos con Astarita, nos importa poco y nada la autoría de los textos que estamos prologando y nos importa poco y nada que seamos nosotros dos quienes estemos editando este libro. La crítica a la relación social capitalista es una creación de la clase trabajadora. Esto es lo fundamental para nosotros. Que ciertos nombres (Rosa Luxemburg, Karl Marx, Vladimir Lenin, Ema Goldman,León Trotsky, Anton Pannekoek, Alexandra Kollontai y otros miles) colaboren con la lucha por la emancipación no debería hacernos perder de vista que lo más importante es la emancipación de la humanidad, no los nombres de autor (mucho menos los nombres de editor). Aclarado eso podemos explicitar que decidimos editar un libro con textos de Astarita por dos motivos. En primer lugar, porque consideramos que presentan, en general, la exposición actualizada de la obra marxiana más clara, didáctica, crítica y rigurosa que conocemos. Esto no significa que acordemos con todo lo que dicen los textos que compilamos; simplemente nos interesa que cada quien piense por sí mismo y consideramos que estos textos ayudan a pensar. En segundo lugar, porque su autor, si bien trabaja hace años como profesor universitario, es, en primera instancia, un militante autodidacta. Subrayamos estos aspectos de la vida de Astarita porque afirmamos la absoluta importancia de la autoformación para la militancia política anticapitalista. Si la emancipación de los trabajadores sólo será realizable como autoemancipación colectiva, entonces la educación emancipadora sólo será realizable como autoeducación colectiva. De manera que no hacemos este libro por Astarita o por Marx, sino que lo hacemos, en tanto somos trabajadores y militantes, por nuestra emancipación y la de todos nuestros compañeros del mundo.
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3. Por qué...
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…un libro? Porque consideramos que es fundamental la tarea de conocer al enemigo contra el cual peleamos. Dijimos que la división en clases es esencial a la sociedad capitalista. Además, notamos otro tipo de división que favorece la reproducción del sistema en el que somos explotados. Nos referimos, puntualmente, a la división entre el trabajo intelectual y el trabajo manual. Si bien esta división nunca se da de manera pura (no hay intelecto sin manos, ni hay manos sin intelecto), todo grupo social (pequeño o grande) en el que una minoría toma las decisiones y una mayoría las ejecuta se basa en la división manual/ intelectual del trabajo, porque se supone que algunos «saben pensar» y otros únicamente «saben hacer». Esta división entre los que «usan la cabeza» y los que «usan las manos» es una relación social y, en tanto tal, se encuentra en todas las instituciones burguesas, en los lugares de trabajo y, mal que nos pese, en las organizaciones de trabajadores. Por eso queremos hacer hincapié en cómo aparece esta división en el problema de la formación teórica y política de los trabajadores. Simplificando un poco, hay dos aspectos de un mismo problema: el contenido de la formación (qué se estudia) y el modo en que realiza la formación (cómo se estudia). También podríamos decir que el primer aspecto es de orden ideológico y el segundo es de orden organizativo. Primer aspecto: el contenido (O el problema ideológico) El objeto de estudio de la economía política es la producción, la distribución y el consumo de la riqueza social. En la inmensa mayoría de las producciones teóricas que circulan y se consumen (en libros, en artículos de revistas, en los medios de comunicación masiva, etc.) predominan el punto de vista liberal y el punto de vista populista. Los liberales centran sus explicaciones en el consumo de la riqueza social, por eso postulan –teórica y políticamente– que hay que «liberar al Mercado» para que la economía se desarrolle sin turbulencias: si ocurre alguna crisis se debe, según el liberalismo, a la intromisión de un agente externo, que suele ser el Estado. Por ello un Estado intervencionista impide, según los liberales, un desarrollo «libre» del consumo. Los populistas, por su parte, centran sus explicaciones en la distribución de la riqueza social, por eso sostienen que sólo un «Estado
fuerte» puede garantizar la armonía de la sociedad: si ocurre alguna crisis se debe, según el populismo, a la angurria irresponsable de los agentes del Mercado. Por ello un Mercado librado a su suerte impide, según el populismo, una distribución equitativa de la riqueza. A un lado, las odas al Mercado. Al otro, las odas al Estado. Liberales y populistas parecen adversarios, pero no lo son. Porque tanto unos como otros gambetean el problema de la producción de la riqueza social. Dicho en pocas palabras, liberales y populistas ocultan la explotación capitalista y la lucha de clases. La inmensa mayoría del «saber» económico al que tenemos acceso pertenece a uno de estos dos puntos de vista que son, esencialmente, un mismo punto de vista burgués. Es por eso que, desde la perspectiva de la clase trabajadora, afirmamos la importancia de estudiar la teoría marxiana como producto teórico propio de la clase trabajadora, como crítica de la economía política para comprender la lógica de la explotación capitalista y la dinámica de la lucha de clases, para conocer el cómo de la producción de la riqueza social, el por qué de su distribución y consumo y el cuál de su carácter histórico. Segundo aspecto: el modo (O el problema organizativo) Pero recién llegamos a mitad de camino cuando afirmamos la necesidad de formarnos con aquellas contribuciones teóricas que expliquen la realidad cotidiana y nos permitan luchar sin ilusión. Pues, como hemos dicho, no hay contenido sin forma, ni forma sin contenido. Por lo que es ineludible el problema de cómo nos formamos, de qué manera. En aquellas organizaciones que aceptan la importancia de la formación, ésta suele ir de la mano de la decisión de separar a ciertas personas (las más capaces, las más aptas, los «cuadros») para que se especialicen en determinados problemas, que se embeban de ciertas tradiciones teóricas. Luego, en el mejor de los casos, este conocimiento acumulado será distribuido para la gran mayoría de los integrantes («de base») de la organización en forma de «charlas-relámpago», cursos, revistas y, por supuesto, el periódico. Remarcamos que esta práctica en la que una minoría estudia y una mayoría vende periódicos corresponde a una decisión política. Frente a esta tradicional forma de asumir la tarea de formación, en la que se asume acríticamente la escisión entre los que piensan y
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los que hacen, afirmamos el carácter indelegable de la propia formación, es decir, apostamos a la autoformación. Y el generar las condiciones para estos procesos es tarea de la propia organización. La práctica de la autoformación implica procesos de largo aliento, requiere constancia y paciencia. El inmediatismo de la lucha política, muchas veces, obstaculiza las condiciones para su ejercicio. Pero mientras concibamos y reconozcamos su importancia para la lucha contra el capital, mientras la inquietud por el propio conocer exista, esas condiciones, tarde o temprano, se irán generando. El verdadero problema es no considerarlo, justamente, un problema.
4. Cómo
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Hacemos este libro como trabajadores y como militantes. Junto a compañeras y compañeros de militancia, financiamos su impresión con dinero «de nuestros bolsillos», es decir, con la venta de nuestra fuerza de trabajo en el mercado. El precio de venta de este libro equivale al costo unitario de impresión, porque no nos interesa lucrar con este material sino que nos interesa que circule entre compañeras y compañeros. De hecho, ya advertimos que los textos compilados se encuentran a disposición de cualquiera que tenga acceso a internet en el blog y la página de Rolando Astarita. Si recreamos estos textos en forma de libro es porque nos interesa favorecer condiciones de acceso a estos materiales de autoformación, no como manera de difundir a un autor, sino como manera de propiciar que cada trabajador y trabajadora generemos nuestras propias opiniones y evaluemos por nuestros propios medios las razones, los problemas, los conceptos de la crítica de la economía política. Es decir, de la crítica contra el sistema que nos explota cotidianamente. Porque, si bien este libro es una introducción a la crítica de la relación social capitalista, también nos da elementos para pensar y hacer política en sentido emancipatorio. Dijimos al comienzo que hay que luchar sindicalmente y que hay que combatir al capital. Digamos que también es necesario construir una alternativa comunista al modo de vida burgués. Pero eso hay que hacerlo y no se resolverá solamente con un libro. Javier Riggio y Mariano Repossi, otoño de 2012.
Primera parte
Introducción a la crítica de la economía política
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¿QUÉ ES EL CAPITALISMO?
1. Introducción
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Hace muchos años un defensor del sistema capitalista, un señor llamado Mandeville, escribió un libro que en su momento fue famoso, La fábula de las abejas. Ahí sostenía que «para contentar al pueblo aun en su mísera situación, es necesario que la gran mayoría siga siendo tan ignorante como pobre». Mandeville pensaba que el conocimiento por parte del pueblo era peligroso porque «amplía y multiplica nuestros deseos, y cuanto menos desea un hombre tanto más fácilmente pueden satisfacerse sus necesidades».1 Y mucha gente sigue pensando así; de hecho, incluso, hace poco en el diario La Nación, de amplia circulación entre la clase pudiente, apareció un largo artículo, lleno de elogios a Mandeville y su La fábula de las abejas. Pues bien, el objetivo de este pequeño escrito es hacer exactamente lo opuesto de lo que quería Mandeville. O sea, vamos a explicar, de la manera más sencilla posible, qué es el sistema capitalista, por qué es un sistema que produce concentración de la riqueza, por un lado, y al mismo tiempo genera miseria, desocupación, y trabajos mal pagos y agotadores. Queremos ayudar a ubicar en una perspectiva amplia las luchas sociales que el pueblo emprende diariamente. O sea, que los trabajadores, los desocupados, conozcan por qué el actual sistema económico podría cambiarse, y la sociedad podría organizarse de manera que millones de personas no tengan que estar en una situación mísera. Que se conozca por qué tenemos el derecho de conocer para «ampliar y multiplicar nuestros deseos», y para que algún día tengamos un mundo libre de miserias y privaciones. Empecemos explicando las clases sociales. Esto lo tomamos de un libro que escribió Carlos Marx, El Capital, donde cita a Mandeville. 1
2. Las dos grandes clases sociales El sistema capitalista se caracteriza, en primer lugar, por el hecho de que las fábricas, los campos, los bancos, los comercios, es decir, los medios para producir, comerciar y para el intercambio, son propiedad privada de un grupo social, los capitalistas. Frente a ellos se encuentra una inmensa mayoría de personas que no son propietarias de ningún medio para producir, y deben trabajar para los capitalistas por un salario. Son los obreros. Ser obrero o capitalista no es algo que podamos elegir a voluntad, porque está determinado por la forma en que está organizada la sociedad. Para comprender este importante punto, supongamos dos niños, uno hijo de obreros, el otro de empresarios. El primero, cuando llegue a adulto, a lo sumo tendrá como herencia la casa de sus padres; con eso no podrá para mantenerse, y deberá hacer lo mismo que hicieron sus padres: contratarse como empleado u obrero. Es decir, pertenece a la clase obrera desde su nacimiento, a la clase que no es propietaria de los medios para producir. Es una situación que no elige, porque la conformación de la sociedad lo destina a ese lugar. El segundo, en cambio, cuando llegue a adulto va a heredar la empresa de sus padres, y estará destinado «socialmente» a ser empresario. Como vemos, cada uno de estos niños pertenecerá a grupos sociales distintos. ¿Qué los distingue? El hecho de que uno de esos grupos es propietario de los medios de producción, el otro no lo es. Los que no son propietarios están obligados a trabajar bajo el mando de los que son propietarios. A los grupos de personas que se distinguen por la propiedad o no propiedad de los medios de producción, se los llama CLASES SOCIALES. La clase capitalista es la clase o grupo de gente propietaria de los medios de producción. La clase obrera es el grupo que no es propietario de los medios de producción y debe trabajar por un salario, bajo el mando de los capitalistas. Un obrero puede ganar más o menos dinero, pero mientras no sea propietario de las herramientas y máquinas con las que trabaja, y esté obligado a emplearse por un salario bajo las órdenes del empresario, seguirá perteneciendo a la clase obrera. En esta sociedad existen dos grandes clases sociales, los propietarios de los medios de producción, que emplean obreros; y los no propietarios de los medios de producción, que trabajan como asalariados para los primeros. Entre estas dos grandes clases sociales existe otra clase, que llamaremos la pequeña burguesía. Este grupo ocupa una posición
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intermedia entre la clase obrera y la clase capitalista, porque por lo general tienen una propiedad (por ejemplo, un taxi, un pequeño comercio, son profesionales independientes), pero no emplean obreros, y viven de su trabajo. También existen otros sectores, que son más difíciles de clasificar; por ejemplo, los ladrones, los mendigos. Pero lo importante es que nos concentremos por ahora en las dos grandes clases, la capitalista y la obrera, para analizar qué relación existe entre ambas. Esta relación nos mostrará el secreto del funcionamiento de este sistema capitalista. Antes de terminar este punto, queremos refutar una idea que tratan de inculcar, y que viene a decir que es «natural» que los seres humanos pertenezcan a clases diferentes. Según este argumento, pareciera que la naturaleza ha dispuesto que algunos vengan a este mundo siendo propietarios de los medios para producir y comerciar, y otros no. En el mismo sentido, se nos quiere hacer creer que hace muchos años, hubo un grupo de gente que ahorraba y trabajaba mucho, y otro que haraganeaba todo el día. Entonces, el primer grupo se hizo propietario, y a partir de allí sus hijos y todos sus descendientes ya no tuvieron que trabajar. Mientras que los del segundo grupo, los holgazanes, se vieron obligados a trabajar como empleados, y todos sus descendientes también, y ya no pudieron salir de esa situación. Como se puede intuir, todos estos son cuentos para disimular el hecho de que esta sociedad está dividida en clases, que esta situación ha sido provocada por la evolución de la historia humana, y por lo tanto es modificable. Veamos ahora qué sucede cuando un obrero trabaja para el patrón.
3. La explotación I: ¿qué es el valor? Vamos a comenzar por una pregunta que está en la base de toda la economía: de dónde viene el precio de las cosas que compramos o vendemos. Aquí vamos a dar una explicación muy sencilla, que nos servirá para lo que sigue. Cuando hablamos de precio, nos referimos al valor económico que tiene una mercancía. Por ejemplo, si un reloj tiene un precio muy alto, decimos que tiene mucho valor; de un producto de mala calidad, decimos que vale muy poco. Entonces, ¿Qué es lo que da valor a las cosas? ¿Por qué algunas tienen mucho valor (son caras) y otras no? En el siglo pasado, varios economistas llegaron a la conclusión
de que lo que otorga valor a las mercancías (por lo menos, de todas las que se hacen con vistas a la venta) es el trabajo humano empleado para producirlas. Por ejemplo, si un mueble tiene una madera muy pulida, si tiene muchas manos de barniz, es decir, si tiene muchas horas de trabajo invertidas en su fabricación, tendrá más valor que otra mesa mal terminada, mal pulida. Supongamos que en la primera se han empleado 20 horas de trabajo, y en la segunda 10 horas. La primera tendrá el doble de valor que la segunda y eso se manifestará en el precio: podemos suponer que la primera costará el doble de dinero que la segunda. Por ejemplo, si la primera vale 100 pesos y la segunda 50 pesos,2 esa diferencia expresará que en la primera se empleó aproximadamente el doble de tiempo de trabajo para producirla. La fuente de valor es el trabajo humano que se invierte en producir, en modificar materias tomadas de la naturaleza, para crear los bienes de uso que empleamos en nuestras vidas. Entonces el valor es una cualidad, una propiedad, de los bienes que compramos o vendemos, que tiene algo así como dos «caras»: por un lado, es el tiempo de trabajo que se emplea para producir ese bien; ésta sería la cara oculta, la que no vemos a primera vista, cuando estamos en el mercado. Por otro lado, ese tiempo de trabajo se nos muestra en el precio, en el dinero que pagamos cuando lo compramos o que recibimos cuando lo vendemos; esta es la cara visible del valor, que hace que no nos demos cuenta de que, al comprar o vender cosas, estamos comprando o vendiendo tiempos de trabajo. Por eso, cuando decimos que un bien (una mesa, una camisa, etc.) vale tanto dinero, estamos diciendo en el fondo que se empleó una cierta cantidad de trabajo para producirla. A pesar de que esto no aparece a la vista, los empresarios siempre están calculando los tiempos de trabajo empleados. Por ejemplo, los empresarios del acero calculan que en Argentina, para producir una tonelada de acero, hoy hacen falta 11 horas de trabajo, en Brasil 8 y en México 12. Estas diferencias pueden estar dadas por las diferentes técnicas, o por otros motivos. Por supuesto, un trabajo más complejo, más difícil, agrega más valor. Daremos un ejemplo. Supongamos que un campesino leñador Esto siempre es aproximado, porque la primera mercancía puede tener un precio de 101, 102, 99, etc., y lo mismo sucede con la segunda: puede costar 48, 51, 49, 53, etc. Es decir, los precios oscilan alrededor de un promedio. 2
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va a un bosque y corta un árbol, y lo transporta hasta el pueblo, donde vende la madera, y que toda esa operación le lleva 10 horas de trabajo; supongamos que en cada hora de trabajo los hacheros generan 5 pesos de valor. Por lo tanto, este campesino podrá vender la madera en 50 pesos (10 horas de trabajo x 5 pesos = 50 pesos). Pero quien compra ahora la madera es un artesano, tallador experto, que saca de ella un bonito adorno. Supongamos que este artesano emplea otras 10 horas de trabajo, pero esta vez, como su trabajo es más complejo, más difícil, en cada hora de trabajo agrega 15 pesos de valor, en lugar de los 5 que generaba el leñador. Por lo tanto, habrá sumado a la madera un valor de 150 pesos (10 horas de trabajo x 15 pesos = 150 pesos). El adorno, de conjunto, valdrá 200 pesos = 50 pesos (valor creado por el leñador) + 150 pesos (valor creado por el tallador). Estos 200 pesos representarán 10 horas de trabajo «simple», del leñador, y 10 horas de trabajo complejo, del artesano tallador. También podríamos reducir todo a horas de trabajo simple, por ejemplo, decir que los 200 pesos que vale el adorno representan 40 horas de un trabajo tan simple como el que realizó el leñador.
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4. La explotación II: ¿qué es el plusvalor? Conociendo qué es el valor, podemos saber cómo surge la ganancia del empresario. Veamos qué sucede cuando el obrero trabaja en una fábrica por un salario. Supongamos que en una empresa el obrero utiliza un telar, e hila algodón. El algodón que emplea diariamente para hacer el hilado tiene un valor de 100 pesos. Supongamos también que el obrero hace un trabajo simple, durante 10 horas, y crea un nuevo valor, de 50 pesos. Por otra parte, por el desgaste del telar, los gastos de luz, agua, y otros, hay que agregar otros 10 pesos de valor. La cuenta es: 100 pesos que vale el algodón que emplea + 50 pesos que agrega el obrero con su trabajo diario de 10 horas + 10 pesos de gastos del telar, y otros gastos Total: 160 pesos que vale el hilado.
¿Dónde está la ganancia del dueño de la empresa? ¿De dónde puede salir? Esta era la gran pregunta que se hacían los economistas en el siglo pasado, y no acertaban a responder. La respuesta que dio Carlos
Marx es la siguiente: el obrero agregó con su trabajo 50 pesos de valor al hilado. Pero el dueño de la empresa no le devuelve ese valor que produjo, porque sólo le paga de acuerdo a lo que necesita para mantenerse él y su familia, que será menos que los 50 pesos de valor que ha creado. Por ejemplo, si el obrero necesita –en promedio– 25 pesos por día para comer, vestirse, pagar el alquiler, mantener a sus hijos (aunque sea a nivel mínimo), el dueño de la empresa procurará pagarle sólo esos 25 pesos, que representan 5 horas de trabajo. De esta manera, el obrero habrá empleado 5 horas en producir un valor igual a su salario, de 25 pesos. Y otras 5 horas habrá trabajado gratis, produciendo un PLUSVALOR o PLUSVALÍA de 25 pesos, que se los apropia el capitalista. En algunos casos los obreros, con sus luchas, consiguen aumentos, por ejemplo, llevar la paga a 27 pesos; en otros casos, el dueño de la empresa logrará bajar el salario, por ejemplo a 23 pesos. Pero siempre existirá ese plusvalor en favor del capital. Hagamos ahora las cuentas totales: El dueño de la empresa invirtió: 100 pesos en comprar algodón; invirtió antes en las instalaciones y las máquinas, y esto se lo va cobrando poco a poco, cargando 10 pesos por día en sus costos3; además, pagó 25 pesos al obrero: Por lo tanto el costo del hilado para él es de 125 pesos. Pero como el obrero creó un nuevo valor «extra» por 25 pesos, podrá vender el hilado en 150 pesos. Le quedan 25 pesos de ganancia. Ahora, en cuentas: 100 pesos de algodón + 10 pesos de desgastes de la máquina + 25 pesos de salario del obrero + 25 pesos de plusvalía Total: 160 pesos
Observemos entonces que el capitalista le paga al obrero no de acuerdo al valor que produjo, sino de acuerdo al valor de los alimentos, de la ropa, de la vivienda, que necesita para vivir. Por eso Marx dice que el dueño de la empresa le paga al obrero el valor de su fuerza de trabajo. El valor de la fuerza de trabajo es el valor de la canasta de Calcula que al cabo de determinado tiempo habrá recuperado esa inversión para comprar de nuevo máquinas y la fábrica. 3
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bienes que consume el obrero para vivir y reproducirse. De esta manera el dueño de la empresa dispone de una forma de generar ganancias sin tener que trabajar; o a lo sumo, trabaja en la vigilancia de los trabajadores, en cuidar que éstos produzcan lo debido. Pero cuando es poderoso, contrata a los capataces y supervisores para esa tarea. A esto le llamamos explotación, porque el obrero produce más valor que el que recibe a cambio. ¿Por qué el capitalista pudo hacer esto? Recordemos lo básico: porque es el dueño de los medios de producción, es decir, de los medios para crear lo que necesitan los seres humanos para vivir. Sin herramientas, sin materias primas, sin dinero para mantenerse mientras produce, el obrero no puede vivir. Por eso está obligado a vender su fuerza de trabajo al empresario, y a producir plusvalía para éste. Recordemos lo que decíamos al comienzo: desde su cuna los obreros están destinados a ir a trabajar por un salario, porque no disponen de los medios para producir. Y si carecemos de herramientas y de las materias primas, si tampoco tenemos un pedazo de naturaleza para proveernos, es imposible alimentarnos, vestirnos, tener vivienda. Estar carente de propiedad es como estar encadenado al capital; el obrero es libre sólo en apariencia.
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5. ¿Qué es capital? Ahora estamos en condiciones de definir qué es capital: es el dinero, los medios de producción, y las mercancías, que son propiedad de los empresarios y se utilizan en la extracción de plusvalía. Veamos esto con detenimiento. Cuando el empresario decide invertir su dinero, ese dinero es la forma que toma su capital. Con ese dinero compra el algodón, el telar, el edificio de la fábrica; por lo tanto, en esta segunda etapa, su capital está compuesto por algodón, telar, edificio de la fábrica; o sea, el capital del empresario cambia de forma: antes era dinero, ahora se transformó en medios de producción. Pero además, nuestro empresario contrata obreros, y por lo tanto una parte de su dinero se transforma en el trabajo humano que genera la plusvalía. Así, otra parte de su capital que tenía la forma dinero, ahora, mientras trabaja el obrero, se ha transformado en trabajo, que está creando valor. Posteriormente, aparece el hilado terminado, que se destinará a
la venta. Por consiguiente, ahora el capital tomó la forma de hilado, existe como hilado; nuevamente el capital cambió de forma. Por último, cuando el empresario vende el hilado, habrá obtenido dinero, es decir, su capital ha vuelto a la forma de dinero. Si lo analizamos desde el punto de vista del valor, podemos ver que, por ejemplo, había un valor igual a 1.000 pesos, que estaba en billetes; luego ese valor se transformó en medios de producción (algodón, telar, etc.), y en trabajo de los obreros; al salir del proceso de producción, los 1.000 pesos de valor se habían transfor-mado en hilado, y además se había engendrado una plusvalía, supongamos de otros 50 pesos. Por lo tanto, el valor originario, de 1000 pesos, se ha incrementado; decimos que el valor se ha valorizado, gracias al trabajo del obrero. En vista de esto, podemos decir que el capital es valor en movimiento y transformación: primero aparece bajo la forma de dinero, luego de medios de producción y trabajo, luego de mercancía, y por último de nuevo como dinero. Capital es entonces valor que genera más valor sustentado por la explotación de los obreros. El telar es capital porque está dentro de este movimiento; lo mismo podemos decir del algodón, de la fábrica, o del dinero. Observemos que si el capitalista comprara el algodón y el telar, y contra-tara al obrero para que le hiciera un hilado para su uso personal, el dinero gastado, el algodón, el telar o el trabajo no serían capital. En este caso, el capitalista probablemente estaría mejor vestido, pero no habría incrementado el valor del dinero que poseía; por el contrario, lo habría gastado. Sólo hay capital cuando se invierte con vistas a obtener una ganancia.
6. La acumulación de capital Una vez puesto en funcionamiento un capital, es decir, una vez que un capitalista inició el proceso de comprar medios de producción y fuerza de trabajo, para producir plusvalor, puede seguir acrecentando su capital. Supongamos que un capitalista tiene 10.000 pesos iniciales, invertidos en máquinas y materia prima, con los cuales explota a un obrero. Supongamos que este obrero gana 200 pesos mensuales, y produce otros 200 pesos de plusvalía por mes. Supongamos también que el capitalista tiene ahorrado dinero, de manera que puede vivir
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como vive el obrero, durante varios meses. Si hace trabajar al obrero durante varios meses, y ahorra la plusvalía, al cabo de 50 meses habrá reunido un fondo de 10.000 pesos (200 de plusvalía por mes x 50 meses). Con este dinero ahora podrá comprar otra maquinaria y contratar un segundo obrero, al que le pagará también 200 pesos y del cual sacará otros 200 pesos de plusvalor. Con dos obreros bajo su mando, nuestro capitalista podrá utilizar 200 pesos de plusvalía para consumir y ahorrar otros 200 pesos de plusvalía por mes. O sea, ya no necesita vivir de su fondo de reserva; ahora vive de la plusvalía. Así, al cabo de otros 50 meses tendrá otros 10.000 pesos, con los que podrá contratar a un tercer obrero. Si todo sigue igual, ahora obtendrá otros 200 pesos de plusvalía. Ahora podrá consumir un poco más, por ejemplo, vivir con 250 pesos, y le quedarán 350 para ahorrar. Ahora podrá contratar a un cuarto obrero en poco más de 28 meses. Si lo hace, y continúan las ventas de sus productos, y los salarios siguen al mismo nivel, su plusvalía pasará a 800 pesos por mes. Y después de varios ciclos tendrá necesidad de ampliar su establecimiento, para contratar más obreros, que le darán más plusvalía. Por supuesto, ya no tendrá ninguna necesidad de vivir estrechamente. Y dispondrá de un capital de varias decenas de miles de dólares. Este ejemplo es imaginario, pero en líneas generales se reproduce en la vida real. Muchos capitalistas en sus orígenes vivieron pobremente. De allí que muchos empresa-rios nos digan que ellos, o sus padres, o sus abuelos «empezaron desde cero». Pero esto no es cierto, porque tuvieron la posibilidad de tener un pequeño capital inicial, y además tuvieron la suerte de que nada interrumpiera la acumulación. Si se dieron esas condiciones, a partir de la explotación del obrero el capitalista pudo acumular la plusvalía, acrecentando más y más su capital. Esto se llama la ACUMULACIÓN DE CAPITAL. Por otra parte, los obreros, condenados a vivir con 200 pesos mensuales –el valor de su fuerza de trabajo– no pueden acumular. Después de varios años habrán perdido su salud trabajando, y estarán tan pobres como cuando empezaron. En el otro polo, el capitalista habrá acumulado riqueza. El hijo del obrero estará condenado, con toda probabilidad, a repetir la historia de su padre. El hijo del capitalista estará destinado a otra historia, porque iniciará su carrera sobre la base de la riqueza acumulada. Volvemos en cierto sentido al principio, pero ahora viendo cómo este movimiento del capital reproduce en un polo a los obreros y en el otro a los capitalistas, es decir, reproduce las clases sociales. Y no sólo
las reproduce, sino que las reproduce de forma ampliada, porque el capitalista cada vez contrata más obreros, al tiempo que concentra más capital. Si los capitalistas se enriquecen cada vez más, si con ello aumentan las fuerzas de la producción y la riqueza, y si los trabajadores siguen ganando lo mismo, entonces, en propor-ción, los trabajadores son cada vez más pobres. Incluso los obreros pueden aumentar el consumo de bienes, pero no por ello dejan de ser pobres, porque la pobreza o la riqueza están en relación con la situación de la sociedad y el desarrollo de la producción. Por ejemplo, en el siglo XIX prácticamen-te ningún trabajador tenía reloj; el reloj era para los ricos y nadie se consideraba extremada-mente pobre si no tenía reloj. En las fábricas hacían sonar unas sirenas para despertar a los obreros a las mañanas y anunciar la hora de entrada al trabajo. Sin embargo hoy, en Argentina un obrero que no tenga dinero para comprar un reloj (aunque sea uno «descartable») es considerado extremadamente pobre. Con relación a la riqueza producida por las modernas fuerzas productivas, podemos decir que los obreros y las masas oprimidas son hoy tan o más pobres que lo eran hace cien años.
... 7. La lucha entre el capital y el trabajo y el ejército de desocupados Pero a medida que ha ido creciendo el número de obreros agrupados bajo el mando de los capitales, se fueron organizando para luchar por una parte de esa riqueza. Los sindicatos, los partidos obreros y otras formas de organización surgieron al calor de este movimiento de los trabajadores. Los obreros pelearon por aumentos del salario, para que se les pagara mejor el valor de lo único que pueden vender, su fuerza de trabajo. Esta es una manifestación de la lucha de clases en la sociedad capitalista, es decir, de la lucha en defensa de los intereses de clase, unos por aumentar la explotación, otros por ir en el sentido contrario. Todas las mejoras de los trabajadores se consiguieron gracias a esa presión, a las huelgas, manifestaciones, incluso revoluciones contra el sistema explotador. Las mejoras de vida de la clase obrera no fueron el resultado de la bondad de los empresarios, sino conquistas que se arrancaron con pelea, es decir, con la lucha de la clase obrera. Los políticos de la burguesía, así como la iglesia y otros ideólogos, tratan
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de frenar y desviar la lucha de clases, predicando la conciliación entre obreros y patronos. Los actuales dirigentes de los sindicatos, que han pasado al lado de la patronal, hacen lo mismo. Los revolucionarios, en cambio, mostramos la raíz de la explotación para fortalecer la conciencia de clase obrera, para demostrar que la lucha entre el capital y el trabajo es inevitable y necesaria, y el único camino para acabar con la explotación. A pesar de las gigantescas luchas obreras dentro del sistema capitalista, los empresarios lograron, a lo largo de la historia, mantener a raya los salarios; los trabajadores muchas veces obligaron a ceder, pero nunca pudieron hacer desaparecer la plusvalía con la lucha sindical. Tomemos el ejemplo anterior, en donde al obrero le pagaban 25 pesos diarios por su fuerza de trabajo, y producía 25 de plusvalía. Dijimos que las luchas obreras podían arrancar aumentos de salario y disminuir la plusvalía. Por ejemplo llevar el salario a 27 pesos y la plusvalía a 23 pesos. Tal vez a 30 de salario y 20 de plusvalía; incluso si la lucha obrera fuera muy fuerte, y los capitalistas estuvieran muy necesitados de trabajo, los salarios podrían llegar a 35 pesos por día y la plusvalía bajar a 15. ¿Puede seguirse así hasta acabar con la plusvalía y la explotación? La experiencia nos muestra que no, que esta lucha económica tiene un límite. Llegado un punto los capitalistas aceleran las innovaciones, introducen maquinarias que reemplazan la mano de obra y despiden obreros. Marx cuenta un caso de una zona de Inglaterra en que faltaban cosechadores, y los trabajadores conseguían más y más aumentos salariales. Pero llegó un momento en que a los empresarios les convino comprar máquinas cosechadoras, en lugar de contratar obreros. Al poco tiempo había enormes masas de desocupados, que peleaban por un puesto de trabajo, y los salarios se desplomaban. Hoy en todos lados los capitalistas reemplazan a los obreros por máquinas; en las fábricas automotrices, por ejemplo, en muchas líneas de montaje los robots hacen el trabajo de varios obreros. Así se generan más y más desocupados, es decir, se crea un EJÉRCITO DE DESOCUPADOS, que es la principal arma que tiene el capital para derrotar las luchas sindicales. Por eso Marx decía que la maquinaria se ha transformado en un arma poderosa contra la clase obrera. La maquinaria debería ser un instrumento para liberar al ser humano de las penalidades del trabajo manual, pero bajo el dominio del capital se convierte en un instrumento para esclavizar más al obrero; porque crea desocupados, pero también porque los que conservan el empleo
son sometidos a mayores ritmos de producción, a peores salarios. Pero existe otra vía por la cual se crea desocupación. Cuando los capitalistas ven que las ganancias están disminuyendo, comienzan a interrumpir sus inversiones. Por ejemplo, el empresario que vende el hilado, en lugar de contratar de nuevo a los obreros, guarda el dinero a la espera de que mejoren las condiciones para sus negocios. Cuando muchos capitalistas hacen lo mismo, hablamos de una crisis, y por todos lados aparecen obreros sin trabajo. En estos períodos se crean enormes masas de desocupados. En el mundo capitalista desde hace por lo menos 20 años que ha estado creciendo la masa de desocupados, porque se frenaron las inversiones y porque se introducen maquinarias que desplazan a los obreros. Cuando se habla de la cantidad de robos que existen actualmente, de que no hay seguridad en las calles, de que las cárceles están llenas, se pasa por alto la raíz del fenómeno: la explotación capitalista y las leyes de la acumulación. Estos desocupados y marginados por el sistema presionan hacia abajo los salarios; y los capitalistas chantajean a los que tienen trabajo con la amenaza de mandarlos a la miseria si no se someten a sus exigencias. El capitalismo crea constantemente una masa de marginados, de pobres absolutos, que son utilizados como arma de dominación contra la clase obrera. Tomar conciencia de los límites de las luchas por las reivindicaciones económicas es fundamental para que la clase obrera no siga atada a los políticos de la burguesía y para empezar a forjar su independencia de clase, esto es, sus propias organizaciones, con un programa y una estrategia que apunten contra la explotación del capital.
8. Hablan defensores del sistema capitalista Hace años, cuando el sistema capitalista estaba surgiendo, los defensores del sistema capitalista eran bastante conscientes de lo que estaba sucediendo. Para verlo, volvamos un momento al señor Mandeville, quien escribía:4 «La única cosa que puede hacer diligente al hombre que trabaja es un salario moderado: si fuera demasiado pequeño lo 4
Todas las citas las tomamos de El Capital, de Marx.
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desanimaría o, según su temperamento, lo empujaría a la desesperación; si fuera demasiado grande se volvería insolente y perezoso». Observemos en esto tan importante: hay que mantener a la gente de manera que esté siempre «a raya»; si los salarios son altos, los obreros son «insolentes», o sea pueden desafiar al patrón. Mandeville continúa: «en una nación libre, donde no se permite tener esclavos, la riqueza más segura consiste en una multitud de pobres laboriosos» Efectivamente, «pobres laboriosos», esto es, gente que trabaja y es pobre. Vean más abajo cómo éste es un rasgo típico del sistema capitalista actual. Otro autor defensor del sistema capitalista, llamado Morton Eden, escribía: «Las personas de posición independiente deben su fortuna casi exclusivamente al trabajo de otros, no a su capacidad personal, que en absoluto es mejor que la de los demás. Es (...) el poder de disponer del trabajo lo que distingue a los ricos de los pobres». Morton Eden también decía que lo que convenía a los pobres no era una situación «abyecta o servil», sino «una relación de dependencia aliviada y liberal». Esto para que estén más entusiasmados por trabajar. Pero que nunca ganen lo suficiente como para liberarse del capitalismo. Otro teórico, llamado Storch, escribía: «El progreso de la riqueza social engendra esa clase útil de la sociedad que ejerce las ocupaciones más fastidiosas, viles y repugnantes, que echa sobre sus hombros todo lo que la vida tiene de desagradable y de esclavizante, proporcionando así a las otras clases el tiempo libre, la serenidad de espíritu y la dignidad convencional del carácter.» Una clase hace las tareas más «fastidiosas», para que la otra clase tenga tiempo libre para disfrutar sus countries, Punta del Este, recreaciones de todo tipo y puedan, además, cultivar sus exquisitos espíritus. Un reverendo, llamado Towsend, agregaba: «el hambre no sólo constituye una presión pacífica, silenciosa e incesante, sino que además (...) provoca los esfuerzos más intensos» Este señor «la tenía muy clara», como se dice hoy: la amenaza del hambre es una «presión silenciosa» que hace trabajar intensamente. ¿Qué trabajador no se siente reflejado en estas palabras? Pero además, estas viejas ideas, ¿se siguen defendiendo hoy? La respuesta es que sí, que se siguen defendiendo. Por ejemplo, a los alumnos de Ciencias Económicas se les enseña, en los cursos que dictan los docentes que adhieren a la doctrina «oficial», que:
a) Debe existir un nivel de desempleo, que ellos llaman «natural», para que la economía funcione de mil maravillas. b) Que por lo tanto el gobierno no debe intentar bajar esa tasa natural; lo único que puede hacer es deteriorar más las condiciones de trabajo y bajar salarios. c) Que el que está desocupado es porque quiere, porque no acepta trabajar por el salario que se le ofrece. Hace algunos años, en 2001, un alto funcionario del Ministerio de Economía dijo que la desocupación en Argentina era voluntaria. Lo dijo cuando millones de seres humanos estaban desesperados buscando un trabajo. Estas teorías justifican entonces la desocupación y los bajos salarios, porque de lo que se trata es de mantener sobre los obreros esa «presión pacífica, silenciosa e incesante» para que hagan los «esfuerzos más intensos», de manera que siga aumentando la acumulación de riqueza y el goce de la clase propietaria de los medios de producción.
... 9. El racismo, la discriminación, la xenofobia, ayudan al capital El capitalismo no sólo ha dominado a través de la desocupación y la amenaza del hambre. O de la represión abierta de los trabajadores cuando éstos quisieron cuestionar seriamente el sistema (aunque este aspecto del problema no lo vamos a tocar en este curso). El sistema capitalista también ha dominado con las divisiones que se producen entre los trabajadores a partir de la discriminación. De múltiples maneras en la sociedad se inculca la idea de que, por ejemplo, los negros son inferiores. Expresiones como «negro villero» son comunes, y meten la idea de que una persona de piel oscura puede ser sometida a las peores condiciones de trabajo porque «es un ser inferior». De la misma manera las mujeres son discriminadas sistemáticamente. Por ejemplo, está comprobado que en promedio, y por igual trabajo, una mujer gana un 30% menos de salario que el hombre. Otro ejemplo es lo que sucede con nuestros hermanos
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paraguayos, bolivianos, peruanos. Constantemente en los medios se los presenta como «sucios», «ladrones», incluso como «no ciudadanos». Hace un tiempo el diario Crónica tituló una noticia: «Mueren tres ciudadanos y dos bolivianos en un accidente de tránsito». De esta manera también a ellos se los presiona para que acepten las peores condiciones de trabajo. Todo luchador social debería combatir por todos los medios estas formas de discriminación, que dividen al pueblo. Toda división del pueblo trabajador sólo favorece el dominio del capital. Y no habrá liberación de los trabajadores de la explotación del capital en tanto no superemos estas lacras.
10. La competencia y la concentración de la riqueza
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Si bien los capitalistas están unidos cuando se trata de mantener la explotación, entre ellos existe la más feroz competencia. Cada empresario trata de vender más que sus competidores, sacarle clientes. Para eso, cada uno busca aumentar la explotación de sus obreros y tecnificarse. Si un capitalista descubre una técnica mejor para producir, procura que la competencia no la conozca, con la esperanza de bajar los precios y arruinar a los otros. Los capitalistas que no logran seguir el ritmo de la renovación tecnológica, se arruinan y son absorbidos por la competencia o van a la quiebra. Por eso Marx decía que la competencia es como un látigo, que obliga a cada empresario a ir hasta el fondo en la explotación de sus obreros. Esta es una ley de hierro en la sociedad actual. Por esta razón la explotación no tiene que ver con la buena o mala voluntad de algunos empresarios individuales. Puede haber dueños de empresas que consideren inhumanas las condiciones en que viven los trabajadores, pero seguirán manteniendo los salarios bajos y exigiendo más y más ritmo de trabajo, argumentando que «si no lo hacemos la competencia nos va a arruinar». Por eso no hay que esperar que los capitalistas «comprendan» las necesidades de los trabajadores y modifiquen voluntariamente sus comportamientos. Hoy este impulso del sistema capitalista se ve multiplicado por la competencia internacional. Los capitalistas de todos los países están lanzados a una carrera desesperada por bajar los costos, por aumentar la explotación, para sobrevivir en el Mercosur y en otros mercados mundializados. Los empresarios hacen un chantaje a los trabajadores
porque dicen: «si no aceptan todas las condiciones de trabajo que impongo, voy a invertir en otro país». Esta lucha entre los capitalistas por aumentar la explotación para sobrevivir es la razón principal por la cual en el capitalismo existe un impulso permanente a aumentar la explotación. En la lucha entre los capitales, inevitablemente muchos caen, y son «comidos» por los más fuertes. Como dice el dicho popular, el pez gordo se come al pez chico. Todos los días se fusionan capitales, hay empresarios que compran fábricas en quiebra, hay comercios y bancos que caen en problemas y no pueden sobrevivir. Millones de cuentapropistas, de pequeños campesinos, aun de pequeños empresarios, se funden, y van a la pobreza absoluta o a trabajar de obreros. Un ejemplo es lo que sucedió con la entrada de los hipermercados. Miles y miles de almaceneros, panaderos, carniceros, se arruinaron y ellos, o sus hijos, tuvieron que emplearse como asalariados, muchas veces en los mismos supermercados que los hundieron. Así los capitales cada vez más se concentran en pocas manos. Hoy, las 200 corporaciones más grandes del planeta tienen ventas equivalentes al 28% de la actividad económica del mundo. En cada país podemos ver cómo un puñado de 300 o 400 empresas tiene un peso descomunal en la economía; algunas compañías transnacionales tienen ventas anuales por sumas que superan largamente los presupuestos de la mayoría de los países. En manos de algunas decenas de miles de grandes capitalistas se concentra el poder de dar trabajo o no a cientos de millones de desposeídos.
11. ¿Qué es el capitalismo hoy? Lo que explicamos teóricamente tiene su reflejo en la realidad del mundo. El sistema capitalista impulsa a aumentar la explotación. Tengamos entonces una visión global. En todos los países se procura que cada producto «contenga el máximo posible de trabajo impago» y para eso todo capitalista busca acelerar los ritmos de trabajo y reducir el valor de la fuerza de trabajo. Se desarrolla así un hambre incesante por el plusvalor, por el tiempo de trabajo excedente. ¿Por qué puede el capital imponer esto? Una razón es la amenaza de mudar plantas o de no invertir si la fuerza laboral no se allana a las exigencias del capital. Los empresarios
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muchas veces dicen: si los sindicatos de este país no aceptan tal o cual condición laboral, o tal o cual salario, nos vamos a otro país. O sea, es el chantaje de la llamada huelga de inversiones. «Si no se allanan a lo que pido, no invierto». También está la presión de las importaciones. Es que hay empresarios que dicen: «si no se aceptan estos salarios y condiciones de trabajo, cierro la empresa porque me conviene importar más barato desde otro país». En segundo lugar, como hemos dicho, por la presión que ejercen el ejército de desocupados. Según la Organización Internacional del Trabajo, en 2004 había unos 188 millones de desocupados en el mundo. En Argentina la desocupación, a pesar de que bajó en los últimos años, sigue siendo muy alta. A esto se suman las corrientes migratorias de mano de obra, especialmente hacia los países adelantados. Y la incorporación a la fuerza laboral de mujeres, niños, inmigrantes y minorías que en su mayoría tiene bajos índices de sindicalización. De esta manera reaparecen formas de explotación que nos retrotraen a las escenas de Inglaterra de los siglos XVIII y XIX en los orígenes del capitalismo industrial. Por ejemplo, en las fábricas de computadoras de China se imponen condiciones que pueden calificarse directamente de «carcelarias»; en muchas empresas los trabajadores o trabajadoras no pueden hablar, no pueden levantarse para ir a tomar agua o al baño; existen regímenes de castigo durísimos por faltas leves o distracciones, con jornadas de trabajo que pueden prolongarse hasta 16 horas. En muchas fábricas las trabajadoras duermen en las empresas, en condiciones extremadamente precarias. El desgaste físico y nervioso es tan grande que a veces son «viejas» con apenas 30 años; además hay problemas auditivos y visuales, debido a las largas horas que pasan probando monitores y equipos. Sobre los salarios, escuchemos este testimonio de C., trabajadora en una empresa china de productos electrónicos: «He estado en la fábrica desde hace dos años y medio y lo más que he ganado ha sido un poco más de 60 dólares (por mes). Eso fue lo que obtuve después de haber trabajado más de 100 horas extra. ¿Cómo puede ser eso suficiente para nosotros? Uno tiene que comprar por lo menos las provisiones diarias y si me compro algo de ropa se me termina el sueldo. Es incluso peor en la temporada baja, cuando no tenemos horas extra. Cuando nos obligan a tomar un día porque no hay pedidos y no tenemos trabajo que hacer, nos lo deducen del sueldo». En muchos sectores y países se repiten estas situaciones. El
siguiente es un testimonio de K., un trabajador del vestido de Bangladesh: «No he tenido descanso en dos meses y trabajo desde las 8 de la mañana hasta las 9 o 10 de la noche; algunas veces incluso toda la noche. Por eso estoy enfermo. Tengo fiebres y no tengo energía. No pagan las horas extras, dicen que he trabajado 30 o 40 horas en un mes cuando en realidad he hecho 150. No hay registro, de manera que pueden decir lo que quieren». Y el siguiente es el testimonio de Helena, ex trabajadora nicaragüense de una maquila: «Los malos tratos eran permanentes. Cualquiera puede cometer un error: si te equivocabas, te golpeaban en las manos, en la cabeza, te trataban de burra, de animal. Si parabas un segundo para tomar un vaso de agua, aullaban. El salario de base era de 22 dólares por semana. Yo llegaba a las 7 de la mañana y salía, en general, a las 9 de la noche; hacía cuatro horas extras, pero me pagaban dos.» Seguramente cada uno de ustedes puede encontrar testimonios semejantes en Argentina. Indaguemos cómo se trabaja en talleres, en comercios, en empresas del transporte. Ausencia de derechos sindicales, falta de respeto a cualquier norma de seguridad o higiene, desconocimiento de francos y licencias por enfermedad, salarios que muchas veces no alcanzan siquiera para mantenerse con el mínimo de subsistencia. Por otra parte se calcula (datos de 2000) que en el mundo trabajan unos 186 millones de niños y niñas de entre cinco y 14 años; de ellos, 5,7 millones realizan trabajos forzados; 1,8 millones están en la prostitución y 0,3 millones en conflictos armados. Pero si se toman los que trabajan en forma intermitente, la cifra se eleva a entre 365 y 409 millones, y si se agrega el trabajo no contabilizado de las niñas –en su mayoría hogareño– la cifra oscila entre 425 y 477 millones. Los niños y niñas realizan trabajos tan diversos como agricultura, confección, fabricación de ladrillos, actividades mineras, armado de cigarros, cosido de pelotas de béisbol o pulido de piedras preciosas, entre otros. Casi por regla general están sometidos a condiciones infrahumanas, son prácticamente esclavos privados de su niñez y, por supuesto, de todo acceso a la educación; en los países subdesarrollados uno de cada siete niños o niñas en edad escolar no concurre a la escuela. Dicen dos economistas del Banco Mundial: «En los noventa, luego de la Convención de los Derechos del Niño (1989) y una confluencia de factores desde la globalización a la recolección sistemática de estadísticas por la Organización
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Internacional del Trabajo, el Banco Mundial y diversos países, el mundo se hizo consciente de que desde una perspectiva global la situación del trabajo infantil no era mucho mejor de lo que había sido durante la Revolución Industrial.» Aclaremos que durante al Revolución Industrial, ocurrida en Inglaterra a fines del siglo XVII, se registraban abusos terribles de explotación del trabajo infantil. Desde entonces se nos ha dicho que aquellas épocas habían quedado definitivamente en el pasado, que en el capitalismo moderno ya no sucedían. Pero vemos que no es así, que siguen sucediendo y a una escala mayor, porque ahora se trata del capitalismo en todo el mundo. Incluso en países desarrollados como Gran Bretaña, Francia o Estados Unidos muchos menores en edad escolar están trabajando. En Gran Bretaña algunos estudios consideran que en los últimos 35 años entre un tercio y dos tercios de los niños en edad escolar estuvieron en trabajos remunerados; si se toma en cuenta a quienes alguna vez trabajaron (en lugar de a quienes están trabajando en el momento de la encuesta) la cifra se eleva a entre el 63 y 77%. En la Unión Europea de conjunto en los noventa aproximadamente un 7% de los niños de entre 13 y 17 años trabajaba. En lo que respecta a las mujeres, en promedio reciben un salario equivalente a las dos terceras partes de lo que reciben los hombres, muchas veces carecen de protección frente a malos tratos y abusos; y sufren más agudamente la precarización laboral que los hombres, además de estar obligadas a realizar trabajos por los que no reciben en absoluto remuneración alguna. En los países desarrollados también se registra la tendencia al aumento de la explotación de la clase obrera en su conjunto. Por ejemplo en Gran Bretaña en los últimos años se facilitó y abarató el despido de trabajadores, se estableció que los chicos de 13 o 14 años pueden ser empleados hasta 17 horas semanales, se extendió el contrato temporario, se redujeron las licencias, se suprimió el salario mínimo, se extendieron los «períodos de prueba» (hasta 24 meses), se suprimió el límite a la jornada de trabajo (incluso para los jóvenes de 16 a 18 años) y se dio plena libertad para trabajar los domingos. En algunos sectores los salarios apenas permiten reproducir el valor de la fuerza de trabajo. Un obrero típico de la industria de la confección de Birmingham, con 17 años de antigüedad, a mediados de la década de 1990 debía destinar dos terceras partes de su salario a pagar el alojamiento y las facturas de electricidad. En la industria del vestido
son «normales» jornadas de 12 horas por día de lunes a viernes y 8 horas los sábados, y es común encontrar empresas que no pagan las horas extras ni los días de ausencia por enfermedad. Como resultado de la caída general de los ingresos de los trabajadores y de la desocupación de largo plazo, a mediados de la década se constataba que el número de gente sin hogar se había duplicado, que el 26% de los niños dependía de la ayuda social para vivir, que 13,7 millones de personas vivían en la pobreza, que había 1,1 millones menos de empleos a tiempo completo que en 1990, que 300 mil personas ganaban menos de 1,5 libras por hora y aproximadamente 1,2 millones menos de 2,5 libras por hora. En lo que respecta a Estados Unidos, a mediados de la década de 1990, sobre los 38 millones de estadounidenses que vivían por debajo de la línea de la pobreza, 22 millones tenían un empleo o estaban ligados a una familia en la cual uno de sus miembros trabajaba; esto dio origen a la expresión «hacerse pobre trabajando». Además, y obligados a compensar los bajos salarios, casi 8 millones de personas tenían doble empleo. Por otro lado la duración media anual del trabajo aumentó el equivalente de un mes desde la década de 1970; en algunas empresas del automóvil había asalariados que trabajaban hasta 84 horas por semana. En lo que hace a los procesos de trabajo, a partir 1988 se extendió toyotismo. Con esta forma de organización de organización laboral la dirección de la empresa fomenta la competencia entre los trabajadores y debilita la solidaridad sindical; introduce la multiplicidad de tareas; reduce las calificaciones y aumenta la «inter-cambiabilidad» de los puestos; disminuye la importancia de la antigüedad o incluso la abandona o modifica; descarga en los obreros una mayor responsabilidad por el cumplimiento de las tareas, sin compensación salarial y sin darles mayor autoridad; y fomenta el sindicalismo de empresa en detrimento de la unión a nivel de rama. El resultado es el trabajo súper intensivo: «Mientras en las plantas manufactureras tradicionales el proceso de trabajo ocupa al obrero con experiencia aproximadamente 45 segundos por minuto, en las plantas de producción flexible la cifra es de 57 segundos. Los trabajadores de producción en las líneas de ensamblaje de Toyota en Japón hacen 20 movimientos cada 18 segundos, o un total de 20.600 movimientos por día» (tomado de un estudio sobre el toyotismo). El ataque a las condiciones laborales abarca también a países con fuerte tradición sindical y de izquierda. En algunos lugares la
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ofensiva del capital comenzó por los trabajadores inmigrantes, aprovechando la inseguridad jurídica a la que están sometidos. En Francia, por ejemplo, el trabajo en negro y la contratación a tiempo parcial de inmigrantes están extendidos en la construcción (pública o privada), limpieza, hotelería, gastronomía, confección de ropa y agricultura, entre otras actividades. Los salarios de estos trabajadores son inferiores hasta un 50% a la media y carecen de organización. En Alemania el capital y el gobierno están empeñados, desde hace años, en una campaña por reducir salarios sociales y prolongar la jornada laboral. Además, se atacan los salarios sociales, los sistemas de jubilación y salud. Italia, Alemania y Suecia son representativas de la tendencia. Y en todos lados se tiende al disciplinamiento de la fuerza laboral mediante el desempleo y a la precarización laboral. Como resultado de estos procesos en la mayoría de los países aumentó la desigualdad. Según la OIT, que realizó un estudio (publicado en 2004) de 73 países, en 12 desarrollados, 15 atrasados y 21 países con «economías en transición», aumentó la desigualdad entre el decenio de 1960 y el decenio de 1990; estos 48 países comprenden el 59% de la población total de los países bajo estudio. En tres países desarrollados, 12 atrasados y uno con «economía en transición», que de conjunto representan el 35% de la población bajo estudio, la distribución se mantuvo estable. Por último, sólo en dos países desarrollados y siete atrasados (y ninguna economía en transición) mejoró el ingreso.
12. Desarrollo cada vez más desigual y carencias y padecimientos sociales Una de las teorías que se han planteado muchas veces es que a medida que el capitalismo se desarrolla, y se hace más mundial, los ingresos entre los países tienden a igualarse. Pero la realidad es otra. Según las Naciones Unidas (Informes sobre el desarrollo humano) si la diferencia entre el ingreso de los países más ricos y los más pobres era de alrededor de tres a uno en 1820, había pasado a 35 a 1 en 1950, a 44 a 1 en 1973 y a 72 a 1 en 1992; y a comienzos del nuevo siglo llegaba a 77 a 1. Por otra parte, se puede ver la desigualdad de riqueza e ingresos que se genera en este sistema. Los datos, también de las Naciones Unidas y otros organismos internacionales, nos dicen que el 20% de los seres humanos que vive en los países más ricos participa del 86%
del consumo privado total; utiliza el 58% de la energía mundial y el 84% del papel; tiene el 87% de los vehículos; representa el 91% de los usuarios de Internet y tiene el 74% de las líneas telefónicas totales. En el otro polo, el 20% de la población que vive en los países más pobres participa con sólo el 1% del consumo total; utiliza el 4% de la energía, el 1,1% del papel, tiene menos del 1% de los vehículos y el 1,5% de las líneas telefónicas. En Argentina también se ha producido una gran polarización social. Así, en 2006, el 10% más rico de la población tiene ingresos 31 veces más altos que el 10% más pobre. Esto significa que en el 10% más rico cada persona gana, en promedio, $2012, mientras que en el 10% más pobre cada persona gana sólo $64. En el 10% más pobre que sigue a este estrato, cada persona gana sólo $143. Esta situación se ha mantenido desde los años noventa, más o menos estable. Más en general, agreguemos que de los 4.400 millones de habitantes que están en los países llamados «en desarrollo», casi tres quintas partes no tienen las infraestructuras sanitarias básicas, casi un tercio no tiene acceso al agua potable, una quinta parte no tiene acceso a servicios modernos de salud; un tercio de los niños menores de cinco años sufren malnutrición, 30 mil mueren por día por causas prevenibles y uno de cada siete niños en edad de escuela primaria no asiste a la escuela. A comienzos del nuevo siglo había 840 millones de personas en todo el mundo desnutridas, lo que representaba el 14% de la población mundial. Recordemos que en 1980 vivían en condiciones severas de desnutrición 435 millones de personas, que representaban el 9,6% del total mundial. De los 840 millones de personas que hoy están desnutridas, 10 millones se encuentran en los paí-ses adelantados, 34 millones en los ex países socialistas en transición al capitalismo y 798 millones en los países atrasados. En República del Congo, Somalia, Burundi y Afganistán, más del 70% de la población está desnutrida. Según la Organización Mundial de la Salud, las posibilidades de vida de un recién nacido en un país avanzado son 12 veces mayores que las de un recién nacido en un país atrasado; si éste nace en África subsahariana es 23 veces mayor. En Argentina, un país «granero del mundo», que puede alimentar a 300 millones de personas, hay hambre crónica, millones que no alcanzan al mínimo calórico diario vital. La Agencia Católica para el Desarrollo señala una cifra que en sí
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misma constituye todo un símbolo de la desigualdad: la vaca promedio europea recibe un subsidio de 2,2 dólares por día, más que el ingreso diario que recibe la mitad de la población mundial.
13. Conclusión
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Hemos visto por qué y cómo el sistema capitalista tiende a generar en un polo una riqueza creciente, y cada vez más concentrada, y en el otro polo masas de gente que está obligada a hacer trabajos monótonos, repetitivos, o con salarios bajos y condiciones laborales precarias, sometidos a presión constante. Y también por qué se regeneran, periódicamente, grandes ejércitos de desocupados. Todo esto nos obliga a ubicar las luchas reivindicativas, por mejoras laborales, por seguros de desempleo, por salud y educación, en una perspectiva correcta. Esto es, peleamos por mejorar en todo lo posible dentro del sistema; necesitamos defender reformas que hagan más llevadera la vida bajo el sistema capitalista. Pero al mismo tiempo hay que tomar conciencia de que estas mejoras tienen un límite. Como decía una gran socialista europea de principios del siglo XX, llamada Rosa Luxemburgo, en tanto no se acabe este sistema de explotación los sindicatos y los trabajadores estarán obligados a recomenzar siempre sus luchas, porque el hambre por el plusvalor del capital es insaciable. Lo cual plantea la necesidad de tomar conciencia de que existe un problema de fondo, que es social, y a él tenemos que apuntar.
Publicado en la página web, febrero 2008.
LA CUESTIÓN DE LA ÉTICA EN MARX
Presento aquí una versión algo resumida de un texto que escribí en febrero de 2009, acerca de la ética en Marx. El mismo tiene relación con debates acerca del rol que juegan demandas democráticoburguesas en un programa socialista. Este escrito se inspira en el artículo de Stefano Petrucciani «Marx and Morality. El debate anglosajón sobre Marx, la ética y la justicia», publicado en Doxa Nº 15, en 1996. Allí Petrucciani pasa revista a las respuestas que se han dado a la cuestión de si existe una ética en Marx y cuáles serían los presupuestos normativos que guían la crítica marxiana del capitalismo. Presenta las dos interpretaciones más importantes, la de quienes niegan que en Marx haya una perspectiva ética y la de quienes afirman, incluido el propio Petrucciani, que sí es posible encontrar, aunque con matices, un contenido ético en la crítica de Marx al capitalismo. Compartiendo en lo esencial esta última idea, nuestro propósito aquí es proponer una respuesta que difiere en algunos matices de la dada por Petrucciani a la pregunta de si existe un contenido moral en la crítica marxiana del capitalismo. Comenzamos sintetizando las posturas sobre la ética en Marx, tal como las presenta Petrucciani.
Las dos posiciones en disputa Los autores que, como Allen Wood y Richard Miller, niegan que en el marxismo haya una perspectiva ética sostienen que Marx planteó de forma explícita, y repetidas veces, que los comunistas no apelan a ningún principio de justicia o de igualdad, ni a las leyes de la moral, en su crítica al capitalismo. Afirman que Marx negaba que se pudiera definir como «injusto» el cambio entre el capital y el trabajo, y consideraba que era inútil criticar al capitalismo en base a una
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pretendida justicia distributiva. Wood y Miller plantean que esto se debe a que, según las tesis fundamentales del materialismo histórico, las ideologías morales expresan los intereses de las clases dominantes. Otros autores añaden que toda teoría ética debe ser generalizable y tener un carácter universal, o sea, debe proponer normas válidas para toda sociedad y todo contexto, que puedan ser aceptadas por toda persona que reflexione imparcialmente sobre ellas. Pero la teoría de clase, continúa el argumento, no puede satisfacer estas condiciones, ya que la lucha de clases es incompatible con el respeto igual a cada uno y el materialismo histórico es incompatible con la idea de normas morales válidas con independencia de los contextos dados. Además, si bien la crítica de Marx hace referencia a bienes deseables que no se pueden realizar en la sociedad capitalista, esto no quiere decir que apele a valores morales o presuponga su validez. Se trataría de bienes de tipo no moral, que no encierran evaluación ética alguna. Por último, si bien a veces Marx demuestra la estima en que tiene el sacrificio de los intereses personales en beneficio de los intereses de la clase trabajadora, esto tampoco tendría significación moral. Quien se identifica con una clase social actúa en consecuencia, haciendo abstracción de consideraciones de tipo moral. Si bien Petrucciani reconoce que estos argumentos son valederos, y que Marx rechazó una crítica moral del capitalismo, recuerda sin embargo que también Marx era filósofo y que en su juventud había hecho suyo el imperativo categórico de subvertir todas las relaciones en las que el hombre es degradado y avasallado, y sostiene que en esencia nunca habría abandonado del todo esta perspectiva. Planteada así la cuestión, sigue Petrucciani, se abrirían dos alternativas. La primera, planteada por Geras, sostiene que habría una contradicción entre el Marx explícito y el Marx implícito. Esto es, si bien el Marx maduro explícitamente rechazaba el recurso a principios éticos en su crítica del capitalismo, esto no negaría que en la misma subyaciera, implícita, una concepción ética. Por ejemplo, en la afirmación de Marx sobre que en el cambio entre el capital y el trabajo se encierra una relación de explotación, hay implícita una valoración ética del capitalismo. Aunque Marx no afirme que la explotación es injusta, la idea de injusticia está «contenida analíticamente en el concepto de explotación». Hay aquí un componente normativo. Petrucciani parece acercarse a esta interpretación.
La segunda interpretación, de Steven Lukes, dice que si bien Marx rechaza la ética fundada en valores tradicionales, lo hace no porque fuera inmoralista, sino porque defendía otra ética, una ética de la libertad y de la emancipación. Desde esta perspectiva, por supuesto, también condenaría la explotación. En cualquiera de los casos entonces habría entonces en Marx una valoración ética del capitalismo, y una remisión a valores normativos de carácter universal: «la libertad de todos, la auto-realización de los individuos, el rechazo de la explotación y los privilegios» (Petrucciani, 1996, p. 35). Aunque la interpretación que sostiene que en Marx no había ningún principio ético tendría su parte de verdad en el hecho de que Marx no predicaba la lucha por la liberación de la clase obrera como un deber ser moral, sino como derivada de la situación social objetiva y en interés de la mayoría de la sociedad. De manera que, según Geras –y Petrucciani comparte el argumento– Marx rechazaba la ética, aunque su crítica presuponía una ética. Se trata de una posición contradictoria, en cierta medida. Por último destacamos que Petrucciani considera que la idea normativa central presente en Marx es la libertad y la autorealización humana. En este respecto Marx habría seguido el método que más tarde teorizó la Escuela de Frankfurt en su primer período, que consiste en adoptar el valor de la libertad del pensamiento liberal revolucionario burgués para mostrar cómo es traicionado y pisoteado en la sociedad capitalista. De manera que la verdadera libertad sólo puede realizarse en una sociedad en la que el individuo pueda desplegar todas sus capacidades; lo que implica suprimir la propiedad privada del capital, subvertir la sociedad actual.
Ética y concepción materialista Empecemos con la tesis, de Wood y Miller, de que Marx habría carecido de moral o principios éticos en su crítica al capitalismo. Esta idea está, en principio, en contra de la concepción materialista de la historia elaborada por el propio Marx. Es que para el materialismo histórico las ideologías, y por lo tanto las concepciones morales, constituyen realidades históricas y sociales de las que no podemos abstraernos en tanto somos seres sociales. Si bien las nociones morales han cambiado a lo largo de la historia, de alguna manera todos tenemos una idea de qué está bien y qué está mal. Como señala Engels en el Anti-Dühring, la moral pertenece a la historia humana y ha evolucionado con ella; los
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principios morales inevitablemente están presentes en los individuos. Y Marx admite que la moral permea las relaciones económicas, y esto sucede porque, insistimos en ello, se trata de un hecho social objetivo. Por ejemplo, cuando trata sobre la determinación del valor de la fuerza de trabajo, considera que existe un componente histórico-moral. A su vez, decir que la moral es un producto social significa, en primer lugar, que la moral no deriva de alguna ley de la naturaleza. Un partidario de Hobbes, por ejemplo, podría decir que el primer principio moral es evitar la muerte, y que el mismo deriva de la tendencia natural de los seres humanos a entrar en conflicto y luchar. Pero esto implica suponer que el ser humano es originariamente asocial. En la concepción de Marx, en cambio, el ser humano es social. El estado primitivo formado por Robinsones aislados no existe. Esta crítica también se puede extender a los utilitaristas, estos es, a aquellos que piensan que el principio moral es conseguir el máximo de felicidad personal para cada uno, y que el bien consiste en defender de manera egoísta los propios intereses. Lo anterior se relaciona, por otra parte, con la crítica a que la moral pueda analizarse desde el punto de vista individual. Tanto en Hegel, como en la concepción materialista de la historia, encontramos la idea de que la respuesta a la pregunta de qué está bien, o mal, no se resuelve en el ámbito del individuo aislado. El Yo aislado no puede responder de manera coherente a la cuestión de qué es una obligación moral, qué no lo es, ya que si el individuo aislado pudiera decidir qué está bien y qué está mal, lo haría inevitablemente de manera contingente. Sería una forma de subjetivismo extremo. Y en este caso, ¿cómo podríamos entender a las acciones de los otros, y cómo los otros podrían entender nuestras acciones? No habría manera objetiva de decidir qué está bien o qué está mal, a no ser que se buscara algún principio trascendente universal, que anidara en el Yo, pero fuera común a todos los Yo. Esta última fue la solución que ensayó Kant. Kant apeló a un principio trascendente que pudiera satisfacer las exigencias de racionalidad y universalidad. (…) A partir de esta concepción, Kant pensaba que las leyes de la moral eran eternas y ahistóricas. Observemos que se trata de una moral externa a la sociedad; o sea, no es inmanente a ella. Pues bien, las críticas de Marx a la moral, citadas por Wood, Miller y otros, se refieren a este tipo de moral «natural», ahistórica, trascendente, estructurada en máximas como las que propone Kant. Resumiendo lo planteado hasta aquí, digamos que desde el
punto de vista del materialismo histórico la moral no puede surgir de la subjetividad aislada, ni provenir de algún principio trascendente, o natural, ubicado más allá del mundo social y su historia. En consecuencia las leyes morales predominantes pueden y deben ser explicadas histórica y socialmente; debe existir una razón por la cual tales o cuales pautas morales se han impuesto. No pueden ser producto de la arbitrariedad, de la contingencia. Pero por esta razón también la crítica y la superación de esa moral no pueden realizarse por simples decretos. No se puede «abolir» la moral, negándola en la crítica del capitalismo. Ni se puede imponer otra moral desde una posición pretendidamente externa a la sociedad.
Relativismo y crítica en la sociedad clasista Si las leyes morales son un producto social, en las sociedades divididas en clases la moral también estará atravesada por la cuestión de clases. Se trata de una tesis fundamental del materialismo histórico. En un sentido más amplio, las ideas dominantes corresponden a las ideas de la clase dominante. La clase (o las clases) explotada y oprimida no tiene manera de hacer prevalecer sus ideas. La explicación última del porqué de esto se encuentra en el poder económico y político de la clase dominante, en la naturaleza del Estado y de los aparatos ideológicos; y posiblemente también en la cuestión del fetichismo, en la sociedad capitalista. Como decía Engels, la moral de la clase dominante siempre justificó el dominio y los intereses de esa clase dominante. Pero si la moral individual se moldea de acuerdo a los valores culturales y éticos predominantes en la sociedad, ¿cómo es posible trascender esa moral y esa sociedad? ¿No caemos en el relativismo moral? Si toda moral es propia de su tiempo, pareciera que no hay crítica moral posible a determinada sociedad. Si aceptamos esta visión, caemos en el conservadurismo. ¿Cómo criticar la relación capital-trabajo desde algún principio moral, si esa relación es aceptada por la moral dominante? Además, si los criterios morales de Marx, o de cualquier otro individuo, están formados por su entorno social, y si esos criterios morales avalan ese contexto social, ¿cómo puede surgir una crítica moral de la sociedad? ¿Se ubicaría por fuera de la sociedad de su tiempo? Una respuesta puede ser que de todas maneras algunos individuos tienen la capacidad de criticar a la sociedad en que viven
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desde una moral futura y alternativa, aunque sea vislumbrada o débilmente elaborada. Ésta parece ser la posición de Lukes. Marx habría criticado a la sociedad capitalista desde el punto de vista de otra moral, superadora de la actual. Por lo tanto habría que plantear la posibilidad de establecer una moral (y una ética) por encima y por fuera de los condicionamientos sociales en los que estamos inmersos. Los socialistas utópicos criticaban a la sociedad capitalista desde el punto de vista de una moral universal. ¿No sería un camino? El problema es que de nuevo caeríamos en lo contingente y arbitrario. Es que cualquier idea es posible en el terreno de la ensoñación; cualquier moral futura y superadora sería posible, porque no estaría anclada en lo real. Y precisamente lo que buscó el materialismo es hacer una crítica del capitalismo que partiera de lo real, de las contradicciones realmente existentes en la sociedad de clases. Éste es uno de los objetivos centrales de El Capital, si no es el central. Subrayamos que superar lo contingente y arbitrario, esto es, lo meramente subjetivo, tiene una importancia política difícil de exagerar. A lo largo del siglo XX hubo muchos proyectos socialistas que pretendían establecer sociedades modelos, haciendo abstracción de las condiciones reales que hubieran posibilitado su desarrollo. Alguna dirección política, algún Comité Central esclarecido, pretendía establecer no sólo las nuevas relaciones sociales, sino también dictaba las pautas culturales, ideológicas y morales a implantarse «desde arriba», haciendo abstracción de las condiciones reales existentes. El experimento de los Khmers rojos en Camboya fue un caso extremo de hasta dónde se puede llegar por esa vía. Una variante de la anterior solución al problema de la moral sería que, tratándose de la sociedad de clases, se podría criticar la moral dominante desde el punto de vista de la moral de la clase oprimida. En algunos pasajes del AntiDühring Engels parece apuntar en esta dirección, ya que afirma que la moral reinante es la moral de la burguesía, y la moral opuesta es la del proletariado. Aunque Engels no pone esto en consonancia con la idea, que también sostuvo, de que las ideas dominantes son las de la clase dominante. Tal vez estuviera pensando en una moral proletaria encarnada en alguna pequeña vanguardia esclarecida. Lo cual también deja planteada la pregunta de cómo se forma esa moral proletaria – aun si se trata de una vanguardia «esclarecida»– si las ideas dominantes en materia de moral son las ideas de la clase dominante. ¿Cómo puede hacer el proletariado (o sus ideólogos) para superar los límites de la moral burguesa en la que todos nos hemos educado?
Parece que estamos condenados a no salir de la jaula ideológica y moral en que nos encerró la clase dominante, a no ser que formemos otra moral, completamente nueva, desde una posición externa a la sociedad. Otra salida sería decir «no tenemos ninguna moral, y no hacemos ninguna crítica desde el punto de vista de la moral». Pero ya hemos discutido por qué no es posible no tener ideas morales. Aunque sea de forma implícita, todos poseemos algún criterio de qué está bien, y qué está mal. Tenemos entonces que por un lado las ideas morales están condicionadas por la sociedad en que vivimos. Lo cual nos puede llevar al relativismo moral. Por otra parte adoptamos una posición crítica frente a la sociedad capitalista, sabiendo que no podemos renunciar a tener ideas morales; y siendo conscientes, además, de que esas ideas morales deben tener asidero en lo real existente.
La crítica inmanente Pensamos que la salida a las cuestiones planteadas pasa por la crítica inmanente, propia del método dialéctico de Hegel. Una crítica inmanente es una crítica que no se hace desde algún principio o postura que esté por fuera de lo que estamos criticando; en otras palabras, no es una crítica externa. Aplicado este criterio a la sociedad capitalista, la crítica inmanente surge de la misma sociedad capitalista, incluidas la ideología y la moral que operan en ella. ¿Pero cómo es posible entonces superar el relativismo y el conservadurismo? Es posible porque existen contradicciones en la sociedad capitalista que permiten avanzar al pensamiento crítico, y a la crítica práctica. Apliquemos esto a la cuestión de la explotación. En primer lugar, es un hecho que en la sociedad capitalista el intercambio de equivalentes no es inmoral; está de acuerdo con sus principios éticos fundamentales. Marx demuestra que cuando el capital compra la fuerza de trabajo en el mercado se produce un intercambio de equivalentes. «Moralmente», en principio, no parece haber problemas. Sin embargo, cuando penetramos en la esfera de la producción, comprobamos que el intercambio de equivalentes se ha transformado en un intercambio de no equivalentes, de más trabajo por menos trabajo. Marx lo señala cuando explica la plusvalía, y lo enfatiza en el capítulo 22 del tomo 1 de El Capital. Aparece entonces la explotación. Pero la categoría de la explotación, como señala
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Petrucciani, contiene una carga de crítica moral. ¿Desde qué moral? Petrucciani no lo aclara, pero es evidente que tiene esa carga crítica desde el punto de vista de la propia moral burguesa, ya que ésta afirma que ningún ser humano debe ser explotado. Cualquier sociólogo o economista burgués admite que el campesino feudal que está obligado a trabajar gratuitamente, por ejemplo, tres días a la semana en la tierra del señor, es explotado. La sustancia del problema –la extracción de excedente– no cambia cuando ese mismo campesino recibe un salario por trabajar seis días a la semana en la tierra, de los cuales tres días de trabajo se plasman en plusvalía. Sin embargo la forma del intercambio de equivalentes oculta ese contenido de explotación, y el sociólogo o el economista burgués no ven ningún problema moral en el trabajo asalariado. Más en general, todos los esfuerzos de la economía burguesa están puestos en disimular la realidad de la explotación capitalista, y en encontrar algún tipo de justificación de la ganancia. La crítica de Marx, en cambio, pone en evidencia que el trabajo asalariado es explotado por el capitalista. Este hecho está en contradicción con la ley moral que el propio capitalismo ha proclamado. La demostración científica de la generación de la plusvalía por el trabajo, y su apropiación por el capital, implica entonces en sí misma una crítica también moral al modo de producción capitalista. Pero es una crítica inmanente, derivada de la propia lógica del sistema, y de los principios que ha proclamado; en particular, de que «lo moral» es que haya intercambio de equivalentes. Ese principio moral se apoya en la forma –que reina en el mercado– pero está en contradicción con el contenido. Lo mismo podemos decir de otros principios morales que proclama el capitalismo. Por ejemplo, la igualdad de oportunidades (¿qué igualdad de oportunidades hay entre los hijos de los capitalistas y los hijos de los trabajadores o de los desocupados?); la libertad (el obrero sólo tiene la libertad de morirse de hambre si no acepta ser explotado); el pleno desarrollo de las capacidades humanas (¿qué desarrollo de capacidad humana tiene el individuo que está atado de por vida a una cadena de montaje, realizando trabajos repetitivos? ¿Qué desarrollo tiene una persona que queda desocupada a los 40 años y no es aceptada «por vieja» en ninguna empresa?); etc. Igualdad de oportunidades, libertad, desarrollo pleno de las capacidades humanas, no son principios traídos desde otro mundo, sino surgidos del seno del mundo ideológico generado por la burguesía. Algo similar puede decirse de la democracia. Los ideólogos del capitalismo en
ascenso (Locke, Rousseau, entre otros) admitían que no podía haber democracia «real» si no había una cierta igualdad de la riqueza y de los ingresos. De hecho, la democracia en la que pensaban era una democracia de pequeños productores. Pero si el sistema capitalista genera una creciente polarización social; si cada vez más la riqueza se concentra en algunas manos, ¿qué posibilidades existen de que haya una democracia como la que proclama el liberalismo burgués? La respuesta es: ninguna. Actualmente las grandes corporaciones, los intereses económicos concentrados, deciden en los hechos las políticas económicas de los Estados, simplemente por el peso económico que tienen. La democracia por eso es formal, vacía de contenido. Y esto se puede afirmar no desde algún principio abstracto, elaborado por fuera de la sociedad, sino desde los principios proclamados por la sociedad burguesa. Lo importante entonces es que Marx puede hacer una crítica moral, no desde el punto de vista de una moral ahistórica, o natural, sino desde el punto de vista de los propios principios morales y éticos que proclamó el liberalismo progresista burgués. Un argumento de este tipo nos parece encontrar en Engels cuando trata de la consigna de igualdad que enarbola el proletariado. La misma tiene una doble significación, ya que por un lado es una reacción contra las grandes desigualdades sociales de la sociedad de clases; y por otra parte «es una reacción contra la exigencia burguesa de igualdad». Engels apunta que en este caso el proletariado infiere de la exigencia burguesa de igualdad «ulteriores consecuencias más o menos rectamente y sirve como medio de agitación para mover a los trabajadores con las propias afirmaciones de los capitalista». Lo interesante es que el principio ético no está sacado de otro mundo, sino del propio mundo burgués y sus contradicciones. Particularmente de la contradicción entre la igualdad formalmente proclamada como principio, y el contenido real, la sociedad dividida en clase sociales.
Conclusión La respuesta a la cuestión de la ética en Marx está en consonancia con la idea que han destacado los autores de Frankfurt, acerca de que Marx critica al capitalismo porque éste no puede llevar a la práctica los principios de la igualdad, fraternidad, libertad, abolición de la explotación, pleno desarrollo de las capacidades de los seres humanos; principios que la burguesía proclamó en su batalla contra el Antiguo
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Régimen, y que de alguna manera sigue formalmente estableciendo como objetivos a cumplir. La crítica marxista demuestra que el sistema capitalista nunca podrá acabar con la explotación; de manera que los principios morales del propio capitalismo son irrealizables dentro del capitalismo. Este abordaje crítico se puede extender al caso de los conflictos entre deberes morales. Tomemos el caso del principio moral «no robarás». Muchas veces los marxistas han denunciado al capitalismo por «robar» a los trabajadores cuando, por ejemplo, hay superexplotación y no se paga el valor de la fuerza de trabajo. Aquí, claramente, se viola el principio ético proclamado por el propio capital. Pero también está el ejemplo de la madre que roba para alimentar a su hijo hambriento. En este caso la misma justicia burguesa contempla –normalmente– atenuantes, y la moral burguesa –también normalmente– se abstiene de realizar un juicio condenatorio contra la madre. Sin embargo ante este caso la moral abstracta se queda atascada en el conflicto de deberes morales proclamados, «no robarás» y «lucharás por alimentar a tu hijo». La perspectiva dialéctica, en cambio, se hace otra pregunta, más fundamental: ¿qué tipo de sociedad es ésta que lleva a que una madre deba robar para que su hijo no tenga hambre? La crítica marxista apuntará entonces a las relaciones de propiedad que dan lugar a la pobreza y a los conflictos morales que derivan de ella. Aquí, de nuevo, la idea no es sentenciar cómo debería ordenarse el mundo a partir de los dictados de una moral por encima de la sociedad, sino partir de la realidad existente y sus contradicciones para derivar la salida superadora. Todo esto tendría consecuencias para la forma en que los socialistas encaran la crítica del capitalismo, y la propaganda de sus ideas. No se trata sólo de demostrar que el modo de producción capitalista recrea periódicamente crisis, con sus terribles secuelas de desocupación y miseria para cientos de millones de seres humanos. O que el afán de ganancia pone en peligro el medio ambiente y la existencia misma de la vida humana sobre el planeta. Se trata también de mostrar cómo, partiendo de la misma ideología moral reinante, existe un abismo entre lo que se proclama y la realidad. La crítica inmanente es la crítica más subversivamente radical que puede lanzarse al sistema capitalista. Y no prescinde de criterios morales. Publicado en el blog, 29 de marzo de 2011.
Segunda parte
PolĂtica y sindicalismo
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CUESTIONES SOBRE ANÁLISIS POLÍTICOS DE LA IZQUIERDA SINDICAL
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Cuando discutimos acerca de la situación política y la táctica en el movimiento sindical, aparecen diferencias sistemáticas en los análisis, entre quienes defendemos una línea de «lucha sindical, resistencia y acumulación de fuerzas» (en adelante, LSRAF) y quienes plantean una estrategia de «ofensiva permanente y huelga general revolucionaria» (OPHGR). Hablamos de diferencias sistemáticas porque derivan de conjuntos orgánicos e integrados de pensamiento; o sea, son métodos globales y distintos de abordar la realidad. Para clarificar esta cuestión, en este escrito presentamos algunos de los problemas que subyacen a esas diferencias, y los acompañamos con ejemplos tomados de la experiencia de la lucha de clases.
Análisis de la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo Una de las principales diferencias entre la OPHGR y la LSRAF tiene que ver con «el marco fundamental» en el cual cada una de las orientaciones ubica sus análisis; y con la manera en que llegan a definirlo. Ese marco fundamental, o punto de partida, se refiere a cuál es la relación de fuerzas entre las dos clases sociales centrales de la sociedad capitalista, la clase capitalista y la clase trabajadora. Y también a la posición de los sectores medios, la pequeña burguesía. En este respecto la diferencia entre la OPHGR y la LSRAF no puede ser mayor: los defensores de la OPHGR sostienen que la clase obrera hoy está a la ofensiva, y que la situación es revolucionaria, o al menos pre-revolucionaria. Quienes defendemos la orientación LSRAF, en cambio, planteamos que la clase obrera está globalmente en una
fase de resistencia, y que la situación política claramente no es revolucionaria. La diferencia en este punto no es de matices; se trata de caracterizaciones esenciales. Se plantea entonces cómo es posible que se mantengan puntos de vista tan distintos sobre una misma realidad social. La respuesta tiene que ver con diferencias en los métodos de análisis. Quienes sostenemos que la situación no es revolucionaria planteamos que la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo se manifiesta a nivel de las relaciones de producción, esto es, en los lugares de trabajo, en vinculación con ellos; o en relación al Estado, como sistema. Y tiene expresiones que son objetivas y pueden comprobarse. Por ejemplo, se expresa en el número de conflictos y la cantidad de trabajadores involucrados en ellos; en la organización sindical; en la proporción de trabajadores agrupados en organizaciones gremiales o políticas democráticas e independientes de las patronales y las burocracias; e índices similares. Sostenemos que en esta cuestión no hay que confundir nuestros deseos con la realidad. Por ejemplo si sólo está en lucha el 0,01% de la clase trabajadora, éste es un dato objetivo, que no puede ser disimulado hablando del «espíritu de lucha» del 99,99% restante, o cosas por el estilo. Si queremos analizar el grado de solidaridad que despierta la lucha de una vanguardia, también habrá que buscar datos objetivos en los que se refleje esa solidaridad. De la misma manera, es importante ubicar las cuestiones en su perspectiva histórica. Por ejemplo, los datos sobre la evolución del número de huelgas y conflictos, o de afiliados a las organizaciones sindicales de las últimas décadas, en Europa y Estados Unidos, nos brindan una idea de cuál es la tendencia; algo similar ocurre con los datos en Argentina, y otros países de América Latina. A su vez, la relación con respecto al Estado se manifiesta esencialmente en la actitud política y programática que toman los trabajadores de conjunto frente al Estado de conjunto (no frente al gobierno de turno; dada la importancia del punto, lo tratamos luego con más detalle). Lo importante, en nuestra opinión, es entonces establecer, de la forma más científica posible, en qué situación se encuentra la clase trabajadora con respecto al capital. Esta evaluación, por otra parte, nos proporciona la brújula para no desorientarnos frente a los conflictos, tensiones y crisis que puedan suceder en «la superficie» del sistema de dominación burguesa. Por eso se trata de una referencia
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permanente, o marco fundamental, dentro del cual ubicamos el resto de los fenómenos políticos. Los defensores de la OPHGR, en cambio, plantean la cuestión desde un punto de vista muy distinto. En primer lugar, porque si bien hacen referencia a la relación entre la clase dominante y los trabajadores, no presentan análisis basados en datos. Por ejemplo, es habitual que hablen de las luchas «gigantescas» de los trabajadores, de sus movilizaciones «masivas», etcétera, sin dar cantidades ni precisar qué peso y qué significado tienen esas «movilizaciones» en relación a la historia, al conjunto de la clase obrera y también en relación a la situación de conjunto de la burguesía. Suplen esa ausencia de datos, y de su ponderación, con frases altisonantes y adjetivos. Por eso es común que a falta de luchas reales, efectivas, hagan permanente alusión a la «disposición para salir a la lucha» que anidaría en las masas trabajadoras. Y los conflictos, pocos o muchos, siempre son «la punta del iceberg» por donde asoma ese impulso a la lucha generalizada. Damos un ejemplo típico: hasta hace poco tiempo algunos defensores de la OPHGR explicaban que las experiencias de las fábricas recuperadas constituían la expresión de un impulso general de la clase trabajadora hacia la imposición del control obrero y la expropiación del capital. Pero al plantear las cosas en estos términos estos militantes no tenían en cuenta, en primer lugar, la naturaleza de las experiencias de fábricas recuperadas (por ejemplo, que afectaba a empresas abandonadas por sus dueños). En segundo lugar, desconocían su peso relativo (el fenómeno afectaba a una ínfima minoría de la clase obrera). Y en tercer término, no ponían atención en qué solidaridad efectiva y qué repercusión tenía la consigna del control obrero en el resto de la clase trabajadora (por ejemplo, ¿cuántos gremios, asambleas obreras, etcétera, se pronunciaban por establecer el control obrero?). A eso nos referimos entonces con la necesidad de realizar análisis objetivos. Pero en segundo lugar, los defensores de la OPHGR diluyen la centralidad del conflicto entre el capital y el trabajo en la generalidad de los conflictos «gobierno versus pueblo»; «Estado versus masas populares», y similares. Por ejemplo, un reclamo de los vecinos de algún barrio por semáforos entra «en la bolsa» de la conflictividad social en general. Esto contribuye a que se pierda de vista la centralidad del conflicto entre el capital y el trabajo. En lugar de la clase obrera explotada por el capital, los sujetos del análisis pasan a ser «los de abajo», o la «sociedad civil», etcétera.
Como resultado la relación de fuerzas global entre las clases fundamentales –clase capitalista y clase obrera– queda mal definida, casi en la nebulosa. Por esta razón es frecuente que los defensores de la OPHGR sinteticen su análisis de la situación política con una frase que reza: «los de abajo ya no quieren vivir como antes». Que es otra manera de decir, «están prontos a estallar en un levantamiento»; lo cual se toma como sinónimo de «estamos a la ofensiva».
Aclaraciones complementarias al punto anterior Lo anterior está en el centro de la mayoría de los problemas que se discuten actualmente en el seno de la izquierda sindical. Dada su importancia, aclaramos algunas cuestiones que pueden dar lugar a confusión. En primer lugar, hemos planteado que la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo se manifiesta principalmente en los lugares de trabajo, o en vinculación con ellos. En los lugares de trabajo porque constituyen la base de la sociedad, y es allí donde principalmente se puede desarrollar la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo. Incluso elementos cotidianos son indicativos de esa relación. Por ejemplo, qué capacidad tiene el capital de imponer ritmos de producción al trabajo; hasta qué punto se frena la prepotencia de los capataces; en qué medida los trabajadores hacen valer sus derechos elementales (incluso el derecho de ir al baño, tomarse un respiro, no ser despedidos), etcétera. Por otra parte, cuando decimos que la relación de fuerzas también se manifiesta «en vinculación» con los lugares de trabajo, queremos significar la importancia de que la clase trabajadora se manifieste como clase en la sociedad, y ante diversos acontecimientos. Por caso, no es lo mismo que muchos obreros participen como ciudadanos en una marcha del 24 de marzo (aniversario del golpe militar de 1976), a que lo hagan «como clase», organizados con sus compañeros de empresa, de gremio, etcétera. Esta cuestión es relevante para los análisis, porque muchas veces los defensores de la OPHGR piensan que si hay muchos trabajadores participando como ciudadanos en algún conflicto social, ello significa que la clase obrera está a la ofensiva. Para explicarlo con otro ejemplo: del hecho que muchos trabajadores participen de una marcha en su barrio pidiendo un semáforo, no se desprende que esos mismos trabajadores puedan
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imponer una cierta relación de fuerzas al capital (o al Ministerio de Trabajo, o a la burocracia sindical) en sus lugares de trabajo. Presentemos todavía otro ejemplo, las asambleas populares de 2002. En algunas de ellas participó cierto número de trabajadores. Además del aspecto cuantitativo (¿cuántos participaban?) lo importante era que esos trabajadores no concurrían a las asambleas, en su inmensa mayoría, en cuanto representantes de sus compañeros de trabajo. No lo hacían tampoco como resultado de un avance del trabajo sobre el capital en los centros de la producción (a pesar de que los defensores de la OPHGR hablaban de «situación revolucionaria»). No había asambleas populares conformadas por delegaciones de fábricas, que expresaran la organización como clase de los trabajadores. Por eso los trabajadores que participaban en las asambleas, en sus lugares de trabajo continuaban con la rutina que existía antes de la caída de De la Rúa. Por último, estas diferencias tienen que ver, en última instancia, con diferentes posturas teóricas. Quienes defendemos la LSRAF sostenemos que el conflicto central es entre el capital y el trabajo, que es la relación de explotación clave. De aquí que el único conflicto político revolucionario se plantee en términos de la clase obrera contra el Estado capitalista (ampliamos luego, en el punto «Enfrentamiento contra ‘fusibles’ y contra el Estado»). Nuestro análisis se ordena a partir de este hecho esencial. El punto de vista de la OPHGR, en cambio, es que el conflicto entre el capital y el trabajo se combina y complementa con una multiplicidad de conflictos («Gobierno-pueblo»; «monopoliospueblo»; «capital financiero-patria»; etcétera) que, a la postre, resultan tanto o más importantes que el conflicto entre el capital y el trabajo. En el fondo se debe a que no consideran que la explotación del trabajo por el capital sea la cuestión central de la sociedad moderna. Esto porque existirían muchas otras «explotaciones», por lo menos al mismo nivel: la explotación de la «patria» por el imperialismo; del «pueblo» por los monopolios; del «sector productivo» por los «banqueros y financieros», y similares. A partir de aquí el antagonismo entre el capital y el trabajo queda diluido en ese mar de muchos conflictos. Invariablemente el pueblo, en general, pasa a ser el referente. Por eso también cualquier tipo de conflicto social viene a alimentar la idea de la «ofensiva permanente». Esto se complementa con la idea de que el conflicto entre el gobierno (o cualquier «fusible» del Estado) y el pueblo es en sí mismo revolucionario.
Esta cuestión teórica tiene consecuencias a la hora de evaluar las condiciones para desatar conflictos sindicales. Por ejemplo, puede haber «alboroto» en la sociedad «en general» –porque se estén desarrollando varios conflictos sociales; por ejemplo, por la seguridad o contra la corrupción del gobierno– y sin embargo en los lugares de trabajo la situación puede ser de chatura, o represiva para los trabajadores. Esto es, la ofensiva del capital sobre el trabajo puede no verse afectada por ese estado de conflictividad social general. Como tampoco la estabilidad del andamiaje jurídico y represivo del Estado y su defensa de la propiedad privada del capital.
Crisis «en las alturas» permanente La mal definida «ofensiva de los de abajo» se combina y potencia con otra idea cara a los partidarios de la OPHGR: que existe una crisis permanente y crónica «en las alturas», en la clase dominante. En otros términos, que los «los de arriba» ya no pueden dominar. En consecuencia, en la visión de la OPHGR los análisis de las tensiones, conflictos y crisis de la superficie del mundo político, pasan a ocupar el lugar central. Por ejemplo, si tal ministro está enemistado con tal otro ministro; si el gobierno se desgasta; si tal aparato de la Justicia se enfrentó al poder Ejecutivo o Legislativo; etcétera. Todo sirve para «demostrar» que la clase dominante está, permanentemente, inmersa en la crisis; que sus instituciones «se descomponen», y no pueden asentar su dominio. Subrayamos que esto es posible porque previamente, y como hemos demostrado en el punto anterior, no se han establecido correctamente las coordenadas esenciales –la correlación de fuerzas entre el capital y el trabajo– de la situación política. Al perder la brújula, las crisis políticas pasan a ocupar un rol por fuera de toda proporción. La renuncia de un ministro o de un gobierno se asimila, en este pensamiento, a la crisis del sistema de dominación burguesa. La idea es que a medida que se desgastan ministros y gobiernos, la crisis del Estado y del sistema es cada vez más profunda, y más difícil de superar. Lo cual impulsa la «ofensiva de los de abajo». Por el contrario, quienes defendemos la estrategia de la LSRAF evaluamos el grado de solidez de la dominación burguesa a partir de la correlación fundamental de las fuerzas sociales. Esto significa que las crisis políticas, las tensiones y contradicciones en el seno de la clase dominante tienen una naturaleza completamente distinta si
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ocurren en medio de una situación de balance entre el capital y el trabajo, a que si se producen al calor de una ofensiva revolucionaria; o en un período de intenso retroceso de la lucha de clases. Por ejemplo, han llegado a ocurrir enfrentamientos armados entre fracciones de la clase dominante, sin que eso afectara la solidez del régimen de dominación. Así, a comienzos de los años 1960 en Argentina dos fracciones del ejército se enfrentaron abiertamente, sin que hubiera la más mínima intervención de la clase trabajadora en la crisis. Los que defendemos la línea de la LSRAF pensamos que es un serio error confundir una crisis política con imposibilidad de dominio de la burguesía; o con un quiebre en su sistema de dominio. Para que se entienda nuestra tesis, volvamos al levantamiento contra De la Rúa. Los partidarios de la OPHGR consideraron entonces que se había producido una «crisis revolucionaria»; que había ocurrido un «levantamiento de las masas»; y que la clase obrera «se había puesto en marcha con una movilización histórica». A esto sumaban la idea de que el sistema de dominación burguesa estaba «quebrado», que el régimen se descomponía; en fin, que «los de arriba» ya no podían seguir gobernando. Por eso concluyeron que se abría una etapa de organización del doble poder revolucionario, e impulsaron en las asambleas populares programas y estrategias revolucionarias acordes a esa caracterización. A diferencia de estos planteos, dijimos entonces que la correlación de fuerzas entre el capital y el trabajo no se había modificado; que la clase obrera no había pasado a la ofensiva; que esto permitiría al capital salir de la crisis económica a costa de mayor explotación de los trabajadores; que la etapa seguía siendo, en lo esencial, defensiva para la clase trabajadora; y que las asambleas barriales, que habían surgido en Capital Federal, principalmente, debían tener un carácter reivindicativo elemental. Para realizar ese análisis, las preguntas que procuramos responder fueron: ¿en qué medida la clase trabajadora, como clase, se movilizó por echar a De la Rúa? ¿En qué lugares se organizó de manera independiente, al calor de este proceso, y echó a la burocracia? ¿En cuántos gremios o fábricas se lanzaron huelgas o movimientos reivindicativos después de la caída de De la Rúa, para recuperar derechos, salarios y condiciones laborales? ¿En cuántos gremios o empresas los trabajadores votaron programas o planes de lucha revolucionarios?
Bastaba formular estas preguntas con un mínimo de seriedad para bajar «en picada» los análisis enfebrecidos que circulaban por entonces en la izquierda «ultra-revolucionaria». Desde la perspectiva que brindaba un análisis objetivo de la correlación de fuerzas fundamental podía entenderse entonces cómo la burguesía arreglaba la transición al nuevo gobierno; y por qué en ningún momento estuvo en cuestión su dominio. También podía preverse que en tanto se insistiera en transformar a las asambleas barriales en «organismos de doble poder», con programas y tareas «súper revolucionarias», ese proceso iba a abortar. Las condiciones «daban» para que fueran organismos reivindicativos, y espacios de discusión democrática y concientización. Pero era un error querer llevar de las narices a los vecinos a hacer una revolución, para la cual no estaban dispuestos. Si ese abordaje fue esencial para no «perderse» en 2001, también es clave para no seguir perdidos en 2008. Por encima del «ruido» de la política cotidiana –el cotilleo de los analistas de los grandes medios– hay que evaluar objetivamente las grandes líneas de fuerza.
Considerar los intereses estratégicos en la clase dominante Así como es necesario evaluar objetivamente las relaciones de fuerza entre las grandes clases sociales, también es imprescindible analizar los intereses estratégicos en la clase dominante; y qué lugar juegan, en ese marco, las fricciones y disputas. Por ejemplo, a pesar de las críticas por cuestiones como corrupción; de las discusiones por la distribución de las cargas impositivas; o por la llamada inseguridad jurídica, las grandes corrientes burguesas hoy en Argentina coinciden en lo esencial en lo que atañe al curso económico-social. Es significativo que las propuestas de las tres fuerzas más votadas en las últimas elecciones –reunieron más del 80% de los votos– apenas se distinguieron en lo económico. Este tipo de análisis permite establecer los límites de los enfrentamientos cotidianos, y comprender que las «crisis de las alturas» no son tan «terminales» o «extremas» como pretenden siempre los defensores de la OPHGR. Presentamos otro ejemplo. Desde el fin de la Segunda Guerra mundial hasta 2008 en Italia hubo nada menos que 59 gobiernos. Impresionados por esta situación, en las décadas de 1970 y 1980 varios grupos de izquierda hablaban de una «situación pre-revolucionaria» en Italia; planteaban que había una «crisis permanente en las alturas»
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que impedía a la clase dominante ejercer su dominio; decían que esto colocaba al país al borde de la parálisis e impulsaba al levantamiento de las masas trabajadoras. Pero estos grupos no advertían que por detrás del escenario de caídas de gobiernos, crisis ministeriales y elecciones recurrentes, el dominio burgués continuaba imperturbable. Incluso en la década de los ochenta Italia alcanzó a ser la quinta potencia del mundo, superando a Inglaterra. Además, en esa década y en la siguiente el capital logró avanzar sobre las condiciones de salario y trabajo de la clase obrera (desindexando los salarios, restringiendo el derecho de huelga, etcétera). En todo esto la clase dominante tenía coincidencias estratégicas, por encima de sus «crisis en las alturas». Damos otro caso, esta vez referido a la relación entre Argentina y Estados Unidos. A raíz del caso del escándalo por la valija de Antonini Wilson, y la investigación abierta en Miami, las tensiones entre el gobierno argentino y Washington recientemente se pusieron al rojo vivo. Incluso el Parlamento argentino se dio un cierto aire «antiimperialista». Tomando algunas tapas de diarios, podía pensarse que la fractura era prácticamente irreparable; los partidarios izquierdistas del gobierno estaban exultantes por el empuje antiimperialista de los Kirchner. Pero un análisis medianamente serio de la cuestión debía advertir que este ruido de superficie tenía sus límites, porque por debajo seguían vigentes intereses económicos y estratégicos comunes entre los gobiernos y las clases capitalistas de Argentina y Estados Unidos. No es de extrañar entonces que, discretamente, se encauzara el conflicto. Por supuesto, con frecuencia cometemos errores de apreciación. A veces no advertimos tal o cual elemento del conflicto; o nos equivocamos en el peso que pueda tener tal otro factor, etcétera. El método que proponemos no es una receta que garantice el análisis correcto. Pero sí es un camino que nos acerca mucho más a una correcta evaluación de la realidad, que lo que propone la OPHGR. Además, el estar atentos a los datos objetivos, permite tener mayor flexibilidad para corregir errores. También es una forma de evitar la repetición dogmática de análisis.
Ubicación de la pequeña burguesía Hasta ahora pusimos el énfasis en la relación entre el capital y el trabajo. Sin embargo el análisis no es completo si no incluye la actitud política de las amplias capas de la pequeña burguesía, o las llamadas
«clases medias». Este sector ejerce una influencia considerable en el balance de fuerzas. Por eso, si la clase trabajadora no gana aliados en la pequeña burguesía, o si no neutraliza a sectores importantes de esta clase, tendrá demasiadas dificultades para imponerse al capital. Además, en las condiciones «normales» del capitalismo, las clases medias ejercen una fuerza estabilizadora de fondo en el sistema. Asimismo, tienen una indudable influencia ideológica y política. Los «estados de opinión» de estos sectores actúan como correas de transmisión de la ideología de la clase dominante. A pesar de su importancia, con frecuencia este aspecto de la cuestión es pasado por alto por los defensores de la OPHGR. Peor aún, en muchos otros casos sólo tienen en cuenta las actitudes de las capas medias que consideran «positivas». Por ejemplo, durante el auge de los cortes de rutas y puentes por los movimientos piqueteros, defensores de la OPHGR destacaban la bronca de las clases medias contra los políticos, la corrupción, etcétera. Pero no tomaban en consideración cómo paulatinamente también iba creciendo el rechazo a los cortes; y cómo la marea de la «opinión pública» se volvía en contra de los piqueteros. Por esta razón muchos despreciaron la necesidad de establecer puentes de alianza táctica con los sectores medios.
Las tensiones y divisiones en la burguesía Del énfasis que ponemos en la evaluación de los «trazos gruesos» de la situación no debería deducirse que hay que despreciar el estudio de las divisiones y contradicciones en el seno de la clase dominante (o entre ésta y sectores de las clases medias). Por el contrario, una vez que se ha establecido cuál es la correlación de fuerzas esencial, el análisis de esas contradicciones y tensiones pasa a ser muy importante para decidir políticas de alianzas o unidades de acción concretas. Lo explicamos con un ejemplo. Quienes defendemos la táctica de la LSRAF proponemos, en la coyuntura actual, una política cuidadosa, que ya hemos explicado en otros textos. Esta política incluye la posibilidad, y necesidad, de realizar alianzas y unidades de acción. Y aquí juegan entonces su rol las divisiones y tensiones «en las alturas», que pueden, y deben, ser utilizadas por la clase trabajadora y la izquierda sindical. Por ejemplo, la fuerza de Carrió puede coincidir en lo esencial con el programa económico y social en curso. Pero esto no significa que avale todo lo que hace el gobierno. En consecuencia los trabajadores pueden
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encontrar apoyo circunstancial por parte de esa fuerza política a la hora de enfrentar, por ejemplo, un ataque represivo. Ejemplos de este tipo pueden multiplicarse. Este análisis procede en sentido inverso al que aplican muchos defensores de la OPHGR. Estos sectores actúan como si todas las fracciones burguesas, pequeño-burguesas, burocráticas y obreroreformistas constituyeran una especie de «frente contrarrevolucionario» homogéneo, al que la clase trabajadora, dirigida por la izquierda revolucionaria, debería enfrentar en bloque en todas sus luchas. Presentamos un ejemplo: bajo el gobierno de Menem, un dirigente sindical de izquierda, Panario, estaba preso y enfrentaba un juicio. Frente a esto, algunos planteamos la necesidad de establecer la más amplia unidad de acción, que debía incluir a todos los que estuvieran de acuerdo en un único punto: «Libertad a Panario». Entendíamos que no todas las corrientes burguesas o burocráticas avalaban el proceso que se llevaba contra Panario. La postura opuesta sostenía que esta táctica de unidad de acción era equivocada porque todos los partidos de la burguesía y la clase media –y sus fracciones– conformaban una masa reaccionaria, «soldada» al programa represivo. Por esa razón se negaron a pedir la solidaridad de la Juventud Radical y fuerzas similares. Si bien este caso fue extremo, el método y la perspectiva que lo sustentaban siguen vigentes en muchas luchas. Actualmente, si en una huelga dirigida por la «izquierda ultra-revolucionaria» alguien propone, por ejemplo, conseguir el apoyo de la Iglesia, la dirigencia de la CGT o el partido Radical, lo más probable es que encuentre un rechazo cerrado (y hasta puede ser acusado de «traidor» o «claudicante»). El argumento siempre es el mismo: todos son enemigos, todos forman parte de un frente contrarrevolucionario… a excepción de la izquierda «ultra-revolucionaria». Remarcamos, además, la incoherencia entre este planteo y la tesis de la «crisis de las alturas», que nunca deja de defenderse.
Análisis objetivo de la situación económica El análisis objetivo de la situación económica es otro pilar de cualquier análisis político serio, y esencial para la estrategia sindical de izquierda. No es lo mismo, por ejemplo, luchar en un período de depresión económica, que en uno de recuperación. Un análisis correcto de la situación económica es importantísimo para calibrar el grado
de enfrentamientos entre fracciones de la clase dominante; o para evaluar las posibilidades de arrancar concesiones a las patronales. Pero esto es lo que falla con llamativa frecuencia entre los partidarios de la OPHGR. En este respecto, uno de los errores más frecuentes es minusvalorar las fases de acumulación y crecimiento del capitalismo. Entre los argumentos preferidos de los defensores de la OPHGR está el que dice que todo crecimiento del capitalismo es «especulativo» y «ficticio»; y que está «sostenido por el endeudamiento». Con esto quieren transmitir la idea de que el régimen burgués tiene «pies de barro», y que bastaría un empujón para que todo se derrumbe. Otro argumento –una variante del anterior– sostiene que «en el fondo» la crisis sigue latente; y que nunca se ha superado porque es «crónica». Cuando finalmente la crisis estalla, se proclama triunfalmente «teníamos razón». De esta manera las crisis, depresiones, recuperaciones, auges económicos, pasan a ser lo mismo «en el fondo». Nadie distingue nada en esta noche en la que «todos los gatos son pardos». Pero el que no distingue, no analiza ni comprende. Sólo repite mecánicamente sus verdades eternas y abstractas.
No toda crisis genera ascenso revolucionario Por otra parte, quienes postulamos la estrategia de la LSRAF sostenemos que es equivocado pensar que las crisis económicas, o las penurias de las masas, generan inevitablemente el alza del movimiento popular y el giro a la izquierda de los trabajadores. Esta es una idea muy difundida entre los defensores de la OPHGR. Pero la experiencia histórica demuestra que esto no es así. Por ejemplo, la depresión económica de 2001 y 2002 en Argentina fue respondida con bajísimos índices (relativos a los promedios históricos) de huelgas y luchas gremiales. De la misma manera, grandes depresiones en el centro capitalista, como fue la crisis de 1929 en Estados Unidos, no generaron ningún cuestionamiento importante al sistema. Asimismo, no toda penuria genera una conciencia de izquierda o socialista. Por ejemplo, cuando comenzaba la restauración del capitalismo en la URSS y el Este de Europa, muchos izquierdistas se consolaban diciendo «apenas los trabajadores experimenten en carne propia los males del sistema, se volcarán al socialismo». Pasaron casi dos décadas desde este pronóstico, las penalidades en esos países fueron gigantescas, pero no se produjo ningún giro de las masas a la
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izquierda. Algo similar puede decirse de lo que sucedió en Argentina; en las elecciones de 2003 no hubo ningún giro a la izquierda, a pesar de la miseria que había provocado la crisis. Por supuesto, tampoco las crisis políticas por sí mismas generan corrimientos a la izquierda. Luego de muchas crisis políticas en Argentina, la izquierda sigue teniendo la misma cantidad de votos que hace un cuarto de siglo. Más aún, hubo crisis políticas, o económicas, que generaron salidas a la derecha. Por ejemplo, el triunfo de la reacción neoliberal de los 1990s tuvo mucho que ver con la crisis de la hiperinflación, y la crisis política que la acompañó –saqueos, caída de Alfonsín. Ante la quiebra de la moneda –el mercado no podía funcionar– la sociedad de conjunto terminó pidiendo «orden». Un «orden» que le proporcionó la Convertibilidad y el programa del menemismo. Estas cuestiones no pueden ser registradas en los análisis de la OPHGR. En esta visión no se advierte la capacidad del régimen democrático-capitalista para quemar «fusibles» y absorber conflictos por medio del desgaste, las promesas, las medias concesiones, y la regeneración de ilusiones en los políticos. Factores que se combinan, por supuesto, con la represión; pero debe entenderse que la represión nunca actúa sola. Es imposible darse una táctica sindical correcta sin tomar en cuenta todos estos factores.
No toda movilización genera conciencia revolucionaria También es un error frecuente, que repiten casi invariablemente los defensores de la OPHGR, pensar que toda lucha genera más o menos automáticamente una conciencia «socialista» o revolucionaria. Se cree que si los trabajadores pelean por aumentos salariales de manera consecuente, por ejemplo, en algún punto, llevados por su movilización, se darán cuenta de que el problema de fondo es el sistema capitalista. Su propia experiencia, dicen muchos defensores de la OPHGR, los llevará a esta conclusión. Lo importante, entonces, es que la gente luche, porque eso los llevará a conclusiones cada vez más radicales. Pero la realidad desmiente esta tesis. Puede haber muchas luchas por aumentos salariales, por ejemplo, y no por ello los trabajadores sacarán necesariamente la conclusión de que el capital explota al trabajo. Muchos trabajadores que en 2001 y 2002 se movilizaron para recuperar empresas abandonadas por sus patrones, y ponerlas en marcha, hoy confían en Kirchner y el partido Justicialista.
No basta con luchar para que se genere una conciencia contraria al capitalismo, o se elabore un programa socialista. Las luchas generan condiciones para que esto suceda; pero a todas luces se ve que no es suficiente con las condiciones. Presentamos otro ejemplo, esta vez referido a los sectores medios. Cuando se produjo la crisis bancaria de 2001-2002, algunos pensaron que las clases medias y los ahorristas harían una «experiencia definitiva» con el sistema capitalista, y se inclinarían a la izquierda. La crisis política era de proporciones, el sistema bancario estaba en crisis, los ahorristas se movilizaban y pedían algo que el sistema no les podía dar. ¿Cómo no iban a terminar cuestionando al capitalismo? Pero la realidad fue que los ahorristas adoptaron como líder a un actor-político burgués; y levantaron un programa de «seguridad y defensa de la propiedad privada». En definitiva, el movimiento se canalizó y se diluyó en las redes del sistema. Por supuesto, estos problemas nos introducen en el terreno de si es necesaria una organización política para difundir las ideas del socialismo; un tema que excede los límites que nos hemos impuesto en este escrito. Sin embargo es importante tener presente que una de las consecuencias de pensar que la lucha, por sí misma, genera conciencia socialista, es creer que lo importante es luchar, aunque no se consigan resultados en términos de reivindicaciones concretas para los trabajadores. Esta cuestión subyace en las tácticas de partidarios de la OPHGR. Es que piensan que la lucha, en sí misma, es virtuosa. Por eso acusan de traidor al que no quiere luchar. Por eso también no se preocupan por abrir en algún punto de un conflicto una negociación. Cuando más se lucha –es su razonamiento– habrá mayor impulso para la generación de una conciencia socialista. Una consecuencia de esta forma de razonar es que puede generar desconfianza en los trabajadores, porque estos a veces sienten que se los está impulsando a conflictos sin salida. Lo cual en ocasiones ha dado pie a que la burocracia sindical, o sectores del peronismo, recuperen terrenos que habían perdido (¿acaso no ha sucedido algo así en algunas empresas recuperadas?).
Enfrentamiento contra «fusibles» y contra el Estado De lo que hemos afirmado hasta aquí se desprende que, según la concepción que estamos defendiendo, es necesario distinguir entre lo que son enfrentamientos contra los «fusibles» del régimen político, y
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lo que es un cuestionamiento al Estado, como sistema. Por «fusibles» entendemos todas las instancias –gobiernos, parlamentarios, jueces– que son reemplazables sin que se altere en lo sustancial el dominio del Estado, y su rol de custodio de la propiedad privada del capital, y de sus intereses. Sólo cuando la clase trabajadora cuestiona al Estado como sistema estamos en presencia de un movimiento con programa revolucionario. Esta perspectiva no es compartida por los defensores de la OPHGR. Es que en esta visión, todo enfrentamiento contra el gobierno (a cualquier nivel, nacional o provincial) o contra cualquier otra instancia del Estado es, en sí mismo, revolucionario. Tal vez la expresión más alta de esta concepción la vimos cuando se dijo que la consigna de 2001-2002 «que se vayan todos» era revolucionaria. Pero la consigna sólo exigía un cambio del personal dirigente del Estado. Esto porque la mayoría de los que agitaban esa consigna pensaban que el problema central de Argentina era la corrupción de los malos gobernantes. No cuestionaban el sistema. Sin embargo los defensores de la OPHGR consideraron que el que «se vayan todos» llevaba a la crisis al sistema capitalista, y abría el camino de la revolución. Lo cual, por supuesto, no sucedió. El Estado capitalista se readecuó a las circunstancias; se hicieron algunas concesiones formales y mínimas; y en la realidad «se quedaron casi todos». En estas diferencias entre los partidarios de la OPHGR y la estrategia de la LSRAF que defendemos, subyacen diferentes concepciones sobre el Estado y su rol. En nuestra concepción el Estado capitalista no puede ser transformado en su naturaleza cambiando personajes; o haciendo renunciar muchos gobiernos, nacionales o provinciales. Una consecuencia de no entender esta naturaleza del Estado capitalista es que constantemente se incita a la clase trabajadora a salir a la lucha por cambiar los «fusibles» estatales. Pero cuando los partidarios de la OPHGR tienen éxito en este objetivo, el Estado cambia los correspondientes fusibles; entonces las ilusiones populares se realimentan («ahora las cosas van a cambiar»), y al poco tiempo todo sigue más o menos igual que antes. Con la diferencia que se suman decepciones a las luchas obreras y populares. Esta concepción de la OPHGR con respecto a los gobiernos y el Estado, a su vez, está en la base de su incitación permanente a que los sectores avanzados de la clase obrera se lancen a la lucha contra el gobierno de turno. Esto se considera vital, porque se piensa que en la
medida en que se derriben gobiernos, se acercará la hora de la revolución (habría una especie de cercamiento del Estado y de la burguesía, que cada vez se quedarían con menos opciones). Ya hemos explicado que múltiples experiencias, en Argentina y en otros países, desmienten esta visión exitista y febril. Pero además, otra consecuencia peligrosa que se desprende de esto es que se orienta a muchos sectores de trabajadores a emprenderla contra el gobierno a cualquier costo. Por eso muchas veces se intenta que un simple conflicto por aumento de salario, o alguna otra reivindicación elemental en una empresa o sector, derive en una lucha contra el gobierno. Desde la OPHGR siempre se exige a los dirigentes sindicales de izquierda que impulsen los conflictos en este sentido. Pero esta estrategia es inútil, desde el momento que no acerca un ápice el momento de la revolución (y más bien sucede todo lo contrario). Y es altamente peligrosa, porque acelera inútilmente la dinámica de enfrentamientos.
La burguesía puede dominar sin que haya apoyo activo Otra idea que ha hecho mucho daño es pensar que la burguesía necesita, para ejercer su dominio, del apoyo activo y la adhesión de los trabajadores y las masas populares a algún proyecto estratégico de país. Cuando esta adhesión no existe, algunos partidarios de la OPHGR hablan de «crisis de hegemonía», o también de «crisis orgánica». Pero la realidad es que la clase dominante domina la mayor parte de las veces sin que las masas trabajadoras adhieran o se entusiasmen con algún proyecto o programa burgués. Lo más frecuente es que haya alguna expectativa en las elecciones. Y que pasado un tiempo de asumido el nuevo gobierno, las cosas vuelvan a su «curso»: apatía, descreimiento, esperanzas vagas. Por eso una abstención masiva en las elecciones no necesariamente debe asociarse a una «crisis en el sistema de dominación». En muchos países capitalistas, donde el voto no es obligatorio, hay bajísimos niveles de participación política, y esto no significa ninguna amenaza seria para el sistema capitalista. Ni tampoco tiene por qué ser índice de radicalización a la izquierda. Todo esto es importante porque también hemos visto análisis «súperoptimistas» de aquellos que evaluando las elecciones en Argentina, hacen cuentas del tipo «30% de gente que no fue a votar + 5% entre votos en blanco y anulados + 5% de izquierda = 40% que están en contra del sistema».
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De nuevo, se trata de expresiones de deseos. Nada autoriza a mantener estos análisis con alguna seriedad.
Tener en cuenta la conciencia real de la clase trabajadora
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De lo que venimos planteando se desprende la importancia de tener en cuenta la conciencia real y actual de la clase trabajadora; no la conciencia que nos gustaría que hubiera; ni la conciencia que, según algún análisis, la clase obrera «debería tener» a partir de sus «intereses objetivos», antagónicos a los del capital. Pero ¿cómo se puede medir esta conciencia? ¿En qué se manifiesta? De nuevo, en esto hay que tomar los elementos objetivos de que disponemos. Por ejemplo, las elecciones son un índice. Se puede argumentar, por supuesto, que la propaganda burguesa es muy fuerte; que la gente está «alienada»; que los medios ningunean a la izquierda; que los votantes no conocen las propuestas y a los candidatos revolucionarios, etcétera. Todo esto tiene su cuota de verdad. Sin embargo, cuando de conjunto los partidos de la izquierda no alcanzan el cinco por ciento de los votos, hay que admitir que eso es revelador de un estado de conciencia. Otro dato objetivo que debería entrar en el análisis son las votaciones en los sindicatos; es cierto que hay fraudes, presiones, matones. Pero por encima de todo esto, una y otra vez los burócratas consiguen el consentimiento de los trabajadores. Por ejemplo, si en el gremio de camioneros la izquierda tuviera posibilidades de formar una lista propia, ¿alguien duda de que por ahora (año 2008) ganara Moyano? Consideraciones similares pueden hacerse sobre muchos otros gremios. Si De Gennaro triunfa en ATE ¿es debido a que hay fraude, o a que la gente lo vota? Por supuesto, también es un índice del nivel de concientización de los trabajadores la concurrencia a actos partidarios; la participación en organizaciones de izquierda; el nivel de activismo sindical combativo; la circulación y lectura de prensa y literatura. Los que defendemos la línea de la LSRAF tenemos en cuenta estos elementos para diagnosticar que, por ahora, los trabajadores no están dispuestos a sumarse a una lucha revolucionaria por acabar el sistema capitalista. Los partidarios de la OPHGR, en cambio, tienden a minusvalorar estos datos objetivos. Apenas terminan las elecciones, por ejemplo, es común que el «pronóstico-consuelo» sea: «en cuanto
hagan la experiencia con el nuevo gobierno, los trabajadores se van a rebelar…» y vuelve la misma cantinela. En otros casos los análisis se aferran a hechos anecdóticos, que son magnificados y sacados por fuera de toda proporción. Presento un caso que sucedió hace ya años, que es entre divertido y patético. Ocurrió hacia el final del gobierno de Alfonsín, cuando había cortes de luz. Un día una señora, indignada porque un supermercado tenía encendidas muchas luces, la emprendió a martillazos contra la vidriera. Fue detenida y los medios se hicieron eco del asunto. Un analista político de izquierda explicó entonces que esa buena señora era la emergente de una situación revolucionaria en la conciencia de las masas trabajadoras. Citamos este caso no para ensañarnos con aquel analista, sino para mostrar un punto muy alto (casi ridículo) de un método de análisis que es frecuente. El error de aquel teórico fue atribuir al conjunto de la clase obrera un nivel de conciencia determinado, a partir de un hecho anecdótico y circunstancial.
Los análisis deben hacerse para entender el presente y sus tendencias Señalamos por último que, en opinión de quienes defendemos la política de la LSRAF, los análisis deben intentar comprender el presente; y que no tiene sentido –ni es necesario– dedicarse a adivinar el curso futuro de la evolución de la economía capitalista o de la lucha de clases. Los partidarios de la OPHGR, por el contrario, ponen mucho empeño en predecir lo que «inevitablemente» va a suceder. Consideran que esto es esencial porque piensan que los revolucionarios deben agitar hoy las consignas que serán adecuadas cuando ocurran las crisis futuras. A esto se le llama «estar preparados». Por ejemplo, aun en el caso que se admita que hoy no hay una crisis política, se considera que es necesario agitar consignas que preparen a las masas trabajadoras para intervenir en la crisis futura que, se sostiene, sucederá indefectiblemente. La idea es que, llegada esa crisis, los trabajadores reconocerán a quienes han pronosticado las cosas correctamente, y dijeron en el pasado lo que había que hacer en el futuro. Obsérvese que esto requiere que se cumplan tres supuestos: a) que sea posible predecir el futuro; b) que la agitación de consignas «a futuro» sirva para hacer política en el presente; c) y que llegado el
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futuro las masas reconozcan a quienes adelantaron lo que iba a suceder, y cómo debía encararse. Ilustremos esta lógica con un ejemplo. Hacia el tercer trimestre de 2002 hubo signos claros de que la economía argentina se estaba recuperando, y que la situación política se normalizaba. Además, la clase trabajadora no había ofrecido resistencia a la baja de salarios que había generado la devaluación del peso, y la desocupación continuaba haciendo estragos. En esa coyuntura planteamos que era necesaria una táctica defensiva y cuidadosa, como línea general (siempre puede haber excepciones) que apuntara a recomponer las fuerzas del trabajo, en una perspectiva de resistencia. Los partidarios de la OPHGR, por el contrario, no prestaron atención a los datos de la recuperación y la normalización política, y caracterizaron la situación como de un mero «reflujo» en la ofensiva revolucionaria. Esto porque sostenían que «inevitablemente» se produciría a corto plazo una nueva crisis política, que una nueva caída de la economía estaba a la vuelta de la esquina, y que esto generaría, también «inevitablemente», un nuevo «Argentinazo». De manera que había que darse política para esos acontecimientos, que habían pronosticado a futuro. Su política no se adaptaba a la situación real existente en 2002, sino a lo que ellos creían que sucedería en un futuro, más o menos cercano. Por eso llamaban a «preparar el nuevo Argentinazo». En nuestra opinión, el resultado de todo esto fue que no hubo política adaptada a lo que se necesitaba en la coyuntura de aquel momento. Incluso cuando se abrió la posibilidad de empezar a reconquistar terreno en salarios y condiciones de trabajo, la consigna de «preparar el próximo argentinazo» era equivocada. Y como esta metodología no se corrigió, la formulación de la política por parte de la OPHGR sigue, hasta el día de hoy, adoleciendo de este grave problema. A cada paso escuchamos como argumento en defensa de consignas «utra-revolucionarias» la idea de que «hay que prepararse para el futuro estallido de la crisis». Quienes defendemos la estrategia de la LSRAF discrepamos con esta visión. En primer lugar, porque no es posible predecir el futuro. Lo que puede hacer el análisis social es entender cuáles son las tendencias que están operando hoy, y en base a eso hacer algunas proyecciones. Pero es imposible predecir cuál va a ser el curso futuro de los acontecimientos. Esto se debe a que la sociedad no funciona como un sistema mecánico. En la definición de cada coyuntura intervienen muchísimas variables; y además, el curso futuro de los acontecimientos
depende de la reacción y de la interacción entre las clases sociales y sus fracciones, organizaciones políticas y dirigentes, que no están prefijadas. Por ejemplo, en base a las tendencias actuantes en el sistema capitalista, el análisis puede decir que en el futuro ocurrirán nuevas crisis económicas. Pero no puede predecir en qué fecha se va a producir la próxima crisis, ni cuánto va a bajar el producto y la inversión, o cuánto va a aumentar la desocupación. Menos todavía se puede predecir cómo reaccionará la clase trabajadora ante esa futura crisis, o qué contradicciones aparecerán en el seno de la clase dominante, etcétera. Lo mismo sucede con los acontecimientos políticos. En determinado momento se pueden analizar ciertos conflictos y prever algunos cursos de evolución, pero siempre en base a lo que está sucediendo hoy. Jamás debería perderse de vista que estamos estudiando la sociedad, donde actúan seres humanos que aprenden de las experiencias pasadas, y son capaces de modificar sus comportamientos. Damos un ejemplo sobre esta cuestión, también tomado de la historia de las luchas políticas en Argentina. Como es sabido, durante muchos años la clase capitalista estuvo profundamente dividida en torno a qué actitud tomar con Perón. Y después de 1955 se impuso la línea de no permitirle el regreso a Argentina. En vista de esta situación, un partido de izquierda predijo que Perón nunca podría ser asimilado por la clase dominante, y que en consecuencia la lucha por su regreso al país llevaría, inevitablemente, a la lucha por el socialismo. Esto es, la clase trabajadora, movilizada por la vuelta de Perón, desembocaría en el cuestionamiento del Estado y la insurrección. En este análisis existía entonces un pronóstico rígido de lo que sucedería en Argentina a futuro. Se asimilaba la política al mecanismo de una máquina: una vez puesto a funcionar el enfrentamiento entre peronistas y antiperonistas, el mismo se reproduciría de manera prefijada, como si estuviera escrito en un libro del futuro. A partir de aquí ese partido no pudo interpretar lo que estaba sucediendo en Argentina entre 1971 y 1972. La dictadura militar negociaba con Perón un «Gran Acuerdo Nacional», y Perón volvió al país con todos los honores. Naturalmente, afirmar que no se puede prever el futuro no equivale a decir que no se pueden prever las tendencias del sistema capitalista. Por ejemplo, se puede afirmar que en un plazo mediano seguirá operando el impulso a la concentración de los capitales, y a la
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extensión internacional de la economía capitalista, a pesar de algunos vaivenes. Pero esto es posible preverlo porque se trata de tendencias que están actuando hoy. Estas tendencias se manifiestan y pueden estudiarse; aunque a veces sea difícil detectarlas. Pero además, es inútil hacer política hoy, agitando consignas para el futuro. En este respecto los partidarios de la OPHGR tienen una concepción equivocada, porque piensan que si hoy agitan una consigna que dé respuesta por anticipado a la crisis que predicen, llegada la crisis los trabajadores recordarán quién había previsto las cosas; y adherirán a esos partidos políticos u organizaciones sindicales que supieron «ver» a futuro. Pero las cosas no suceden así. Los trabajadores prestan atención a quienes dan respuestas a los problemas que enfrentan hoy. Y llegado el momento, si cambia la situación, será necesario hacer un nuevo análisis y determinar la estrategia y la táctica correspondientes.
Conclusión
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A lo largo de este escrito –que se complementa con otros que tratan cuestiones de táctica sindical de izquierda– hemos presentado algunos de los problemas que subyacen en las diferencias entre la estrategia de la OPHGR y la LSRAF. Estamos en presencia de dos lógicas opuestas de abordar la realidad. Por supuesto, siempre hay detalles o aspectos en los cuales un defensor de la OPHGR puede no verse reconocido. Pero el trazo grueso del razonamiento es ése, indudablemente. Emerge una y otra vez en cada coyuntura. En la base de estas diferencias hay una cuestión a la que ya hemos hecho referencia en varios pasajes: la necesidad de realizar análisis sustentados en datos empíricos y reales. No hay ciencia si esto no se tiene en cuenta o se desprecia. Hay que evitar marearse con ensoñaciones, con relatos exaltados. No se trata de poner un «inflador» para dar falsos ánimos a la militancia («estamos cerca de la revolución, por lo tanto sigamos militando a fondo», etcétera), sino de proporcionar un cuadro realista de la situación. Olvidarse de estas cuestiones elementales ya ha costado demasiado en términos de vidas militantes, desmoralización de compañeros y procesos que se apuran y «abortan» por impaciencias revolucionarias. Publicado en la página web, febrero de 2008.
MÉTODOS DE DISCUSIÓN EN ÁMBITOS DE IZQUIERDA
Reproduzco, con apenas alguna modificación, un texto que escribí en diciembre de 2006. El mismo es motivado por las formas de polemizar que aparecieron en algunos «Comentarios». Una de las cosas que más daño ha causado a los movimientos de izquierda, en particular a los que se reclaman marxistas, han sido las formas y métodos mediante los cuales se «zanjan» los debates políticos e ideológicos. Es un hecho común que ante diferencias se lanzan invectivas injuriosas y calumnias del más diverso tipo. Para no generalizar en abstracto, presento ejemplos tomados de mi experiencia personal. Por caso, cuando critiqué la apología de Hebe Bonafini a los ataques a las Torres Gemelas, y su apoyo a Bin Laden, fui acusado por la propia Bonafini de ser un «agente del gobierno Radical para destruir a la Universidad de las Madres». Esta acusación fue apoyada por grupos de izquierda, e incluso por distinguidos intelectuales, como el señor Néstor Kohan. Otro ejemplo: por haber opinado que la URSS desde décadas antes de su caída ya había dejado de ser un Estado proletario, fui acusado por un escritor del Partido Obrero de ser un «cruzado» contra el socialismo. Esto es, que habría jurado luchar fanáticamente contra el socialismo. Otro ejemplo: la postura contraria a la consigna de «seis horas de trabajo para bajar la desocupación» me valió el calificativo de «enemigo de la clase obrera» por parte de algún grupo. Otro ejemplo: la posición favorable a la libertad de opinión y discusión en los partidos de izquierda -y en los países que se llaman socialistas- ha llevado a muchos a denunciarme por «provocador», «agente infiltrado» y »personaje con objetivos oscuros, dispuesto a destruir a la izquierda».
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En fin, éstos son algunos ejemplos tomados de mi experiencia como militante de izquierda. Pero podría citar decenas de casos de compañeros y compañeras que han sido acusados de cosas todavía más terribles. Tres son los argumentos más comunes con que se defienden estos procedimientos. En primer lugar, se afirma que esta manera de discutir es «proletaria», porque supuestamente los trabajadores «no se andan con remilgos y diplomacias burguesas», hablan las cosas claramente y así denuncian a los enemigos encubiertos del movimiento socialista. Recordemos que de esta forma los partidarios de Stalin justificaban el trato brutal que su jefe imponía, a comienzos de los años veinte, a sus camaradas de partido (el tema es relatado por Trotsky en «El testamento político de Lenin»). Y desde entonces se ha convertido en un clisé discursivo típico de las organizaciones de izquierda. Pareciera que la brutalidad debiera ser parte de la «cultura» socialista, un sinsentido que no resiste el menor análisis. Es que el socialismo no puede hacer de la bestialidad su sello distintivo. La famosa divisa humanista, adoptada hace décadas por el socialismo, de que nada de lo humano me es ajeno, es incompatible con ese trato pretendidamente «proletario». El segundo argumento sostiene que «todo se justifica en tanto haya que salvar al partido, la revolución o la clase obrera». Mentir, calumniar, agredir, es válido en aras de la suprema causa de la revolución, o del partido. Se establece así una separación tajante entre medios y fines, como si los medios no fueran parte de los fines, y como si los fines no tuvieran correspondencia con los medios. Uno de los resultados que se obtiene, es «producir» militantes que no escuchan razones, ni les interesan los argumentos, sino aplastar a todo aquel que discrepe con la «verdad revolucionaria», tanto de afuera, como dentro de la organización. Siguiendo esta dinámica, en organizaciones de izquierda se llegó a los extremos de montar operaciones de espionaje, difamación, e incluso intimidación (no me lo contaron, lo viví), para destruir oposiciones. El criterio de que «los fines lo justifican» quita toda inhibición y límite. Así también hemos visto cómo grupos de izquierda, que comparten un mismo proyecto, se enfrentaron (tampoco me lo contaron, lo he visto en facultades), con palos y cadenas, porque discrepaban sobre tal o cual punto. ¿Puede alguien imaginarse qué sucedería el día en que tuvieran poder en sindicatos, por ejemplo? ¿Habría guerras civiles en la izquierda? La pregunta no es retórica, es una invitación a pensar seriamente en la
mecánica inherente a esta forma de hacer política. Después de todo en el siglo XX hemos asistido a guerras entre naciones que se calificaban a sí mismas de «socialistas» y hacían ostentación de «internacionalismo proletario». ¿No se saca nada de estas experiencias, terribles, por cierto? En tercer término, e íntimamente ligado a lo anterior, se afirma que los modos de discutir son cuestiones formales, que no afectan al contenido. Se sostiene que si alguien nos trata de enemigos de la clase obrera porque opinamos tal cosa, ese calificativo no tiene importancia, porque lo relevante es el «contenido» de lo que se nos está diciendo. Pero este argumento no resiste el menor análisis desde el punto de vista de la dialéctica, ya que -como tantas veces lo ha explicado Hegelno existe esa separación metafísica entre contenido y forma. Esto porque no existe un contenido que no se exprese a través de determinadas formas; e, inversamente, las formas hacen al contenido. Dicho de otra manera, las formas brutales en el trato expresan contenidos, esto es, concepciones sobre las relaciones entre los seres humanos; y más precisamente para el caso que nos preocupa, sobre cuáles deberían ser las relaciones entre compañeros de militancia. Aquél que tiene un trato brutal, quien apela a la difamación, quien no duda en descalificar toda oposición o crítica por «fascista», «pagada por el enemigo» o por «ser parte de una provocación», está expresando una concepción de sociedad, una visión ideológica sobre el futuro por el que lucha, que poco tiene que ver con un programa socialista. Por eso, en última instancia, estas formas están plenas de contenido. Para decirlo de otra manera, y de nuevo a través de un ejemplo personal, pero generalizable: cuando era joven y cuestioné la existencia del Muro de Berlín, y la falta de libertades democráticas en la URSS, mi padre que era stalinista convencido- me explicó que aquéllos eran problemas «de superficie», porque lo importante era el «contenido social» de esos regímenes. De esa manera justificaba también los campos de concentración, los fusilamientos, el amordazamiento de todo pensamiento crítico e independiente; siempre el argumento apelaba a que se trataba de meras «formas». Sólo con los años me di cuenta de que esas formas afectaban el «contenido de vida» de millones de personas, que estuvieron en la raíz del desmoronamiento de esos regímenes, y que por lo tanto jamás podían considerarse inesenciales. Son formas que hacen a la esencia. Un campo de concentración (y en el «socialismo real» hubo incluso campos de concentración para los homosexuales) es contenido, porque es forma esencial. Como lo es
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también una campaña de calumnias, o una intimidación a los críticos en un sindicato o un partido. Todo esto hace un daño inmenso a la lucha por el socialismo. Por un lado, porque ahoga el pensamiento crítico en el seno de las organizaciones. También porque inhibe a muchos, que no militan en organizaciones, a opinar, ya que existe el temor de ser atacado públicamente por los energúmenos de turno. Es que no es sencillo convivir con agravios, con acusaciones infamantes, y cosas por el estilo. No es fácil personalmente, ni tampoco es fácil de sobrellevar para el núcleo familiar y los amigos que nos rodean. Por eso muchos optan, cada vez más, por el silencio, por reservar sus opiniones para círculos íntimos. Pero de esta manera es muy difícil que el marxismo pueda vivir como una teoría viva. En concreto, estos métodos son funcionales a aquellos que consideran al marxismo un dogma, al cual la realidad, y los seres humanos, deberían subordinársele. Y a los aparatos y direcciones, guardianes naturales e imprescindibles del imprescindible dogma. Además, y por lo que ya explicamos, estos métodos en sí mismos constituyen una propaganda en contra del socialismo, porque dan la idea de que el futuro por el que se lucha no es una sociedad superadora del capitalismo, sino una asentada en el despotismo burocrático, en la arbitrariedad de los «jefes». En una palabra, una reproducción del «despotismo asiático» al estilo de los Khmers rojos de Camboya, o de lo que hoy es Corea del Norte. Sin embargo, nada más alejado de este proyecto que la idea de Marx. Para Marx, el comunismo, en tanto superación de la propiedad privada, debía llevar a una «… real apropiación de la esencia humana por y para el hombre»; por consiguiente implicaba el «… total retorno del hombre a sí mismo, como hombre social, es decir, humano, retorno total, consciente y llevado a cabo dentro de toda la riqueza del desarrollo anterior» (Manuscritos económico filosóficos de 1844). Por eso Marx concluía que «debe evitarse, sobre todo, el volver a plasmar la ‘sociedad’ como abstracción, frente al individuo». Pero las burocracias plasman al «aparato» como abstracción frente al militante; y con ello prefiguran la plasmación de la sociedad como abstracción frente al individuo. ¿Qué tienen que ver entonces estos métodos con el socialismo? Nada, absolutamente nada. Por último, quiero plantear una cuestión que está implícita en lo que he explicado, pero que adquiere un fuerte peso cuando la pensamos singularizada en los seres humanos, de carne y hueso, que
han padecido estos métodos. Me refiero a la destrucción moral de los «heterodoxos», de los que no se resignan a ser repetidores de fórmulas bajadas por el sabelotodo comité central, dirigido por el sabelotodo compañero-dirigente-secretario-general. Afirmo que lo que se busca es quebrar espiritualmente al oponente de manera que no vuelva a levantar la voz. Por eso estos métodos, aplicados a través de los años, terminan dando resultados asombrosos. Hace años un viejo militante inglés, un intelectual, viendo en retrospectiva lo que había consentido (no queriendo ver lo que veía, con el argumento siempre a mano de «todo sea por la clase obrera y el partido») se preguntaba con amargura cómo había tolerado extremos como la agresión física a militantes que se oponían a la dirección del partido al que pertenecía. La respuesta está en haber aceptado la lógica implicada en «las formas no importan», «los marxistas discutimos así», y el «todo vale» a la hora de «defender al partido». Una vez iniciada esa senda, es muy difícil desandarla. Tal vez uno de los puntos de partida -aunque no el único- para iniciar una reconstrucción del movimiento socialista pase por revisar, muy críticamente, estos métodos. Publicado en el blog, 15 de marzo de 2011.
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IZQUIERDA, INDIGNADOS Y ACCIÓN POLÍTICA
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La irrupción del movimiento de los indignados en España y otros países plantea una cuestión importante para las organizaciones de izquierda. Es que éstas elaboran sus programas, tácticas y campañas políticas en la idea de que expresan las aspiraciones de los trabajadores y de los oprimidos, y con la esperanza de que cuando las contradicciones del sistema capitalista estallen y las masas se movilicen, éstas tomarán en cuenta a la izquierda. La aspiración de «máxima» es que llegado el momento crítico, los trabajadores asuman como propias las consignas de los partidos revolucionarios y confíen en sus tácticas y estrategias. Sin embargo sucede que cuando surgen movimientos masivos, como el de los indignados en España o antes los cacerolazos en Argentina, los mismos transcurren por canales independientes de las organizaciones. Lo ocurrido en Argentina es ilustrativo. En 2001 los partidos de la izquierda radical eran conocidos, tenían una larga tradición (en algunos casos más de medio siglo) de actividad, y agrupaban algunos miles de militantes. Pero la gente movilizada no tuvo ningún acercamiento espontáneo hacia las organizaciones de izquierda. Destaco que según el análisis de muchos grupos de izquierda, o marxistas, en 2001 se produjo una «ruptura revolucionaria» (todavía en diciembre de 2002 el dirigente de un partido trotskista me aseguraba, en una discusión pública, que la situación en Argentina era similar a la de Rusia en 1917). Era de esperar entonces que las consignas de la izquieda «prendieran» en ese terreno fértil. Pero esto no ocurrió. Los militantes de izquierda intervinieron en las asambleas barriales -que agruparon a un pequeño sector de la población de la Capital Federal- y lograron que votaran sus programas, pero esas resoluciones no trascendieron de los pequeños círculos. Además, en varias asambleas los vecinos dejaban de asistir
cuando advertían que eran «copadas» por los militantes. Lo más importante es que la población trabajadora no adoptó esas consignas, en una coyuntura crítica y de enorme desprestigio de la dirigencia política burguesa (aunque personalmente estoy convencido de que se estaba lejos de una revolución). El único dirigente de izquierda que capitalizó algo del descontento fue Luis Zamora, pero a partir de un discurso centrado en la «autonomía» y la «autodeterminación». Y con el tiempo su grupo también se debilitó y disgregó. Ahora en España, y en capitales europeas en las que se manifiestan los indignados, se repite algo de esto. El movimiento estalla, pero la izquierda organizada tiene poco que ver en el asunto. Cabe entonces preguntarse por qué la actividad de agitación de años da tan pocos frutos. Aclaro que en lo que sigue tengo presente a las organizaciones que continúan siendo críticas del sistema capitalista, y procuran superarlo. Esto es, no entran en esta consideración casos como el Partido Comunista argentino, que defiende al gobierno capitalista.
Relación partido – movimiento a través de consignas La cuestión que planteo entronca con una problemática que se ha debatido largamente en el movimiento socialista, que es el vínculo que se busca establecer entre las organizaciones marxistas y las masas trabajadoras y oprimidas. Es que el marxismo no es solo una teoría, ya que por su propia naturaleza está destinado a interpelar a la clase obrera con su crítica de la explotación y su llamado a acabar con la sociedad de clases. Por este motivo la forma en que se concibe la relación entre el partido y el movimiento es determinante de las tácticas, de las demandas que se agitan, y también de las formas organizativas que se disponen en función de esa actividad política. Inevitablemente, en esta temática está implicada la conexión que el partido establece con la sociedad en que está inmerso y actúa. El tema es que muchas organizaciones y partidos de izquierda aplican una política que ha sido establecida, en lo esencial, por León Trotsky (véase sus discusiones sobre la forma de utilizar el Programa de Transición, a fines de los años 30), que se ordena en torno de la agitación de consignas. El fundador de la Cuarta Internacional pensaba que si un pequeño grupo se concentraba en agitar una o dos consignas claves, podía terminar movilizando a millones, y asumir la dirección del movimiento de masas, hacia la revolución. Para eso el partido debía detectar los problemas que padecían los trabajadores, y elaborar las
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demandas correspondientes, que serían presentadas bajo la forma de soluciones sencillas (aunque fueran en realidad inaplicables bajo el sistema capitalista), de manera que cualquiera las entendiera y pudiera asumirlas como lógicas y necesarias. De hecho, ésta es la línea que han seguido hasta hoy muchas organizaciones. Por ejemplo, frente a la desocupación se puede agitar la consigna «reducción de las horas de trabajo con igual salario, hasta dar trabajo a todos»; o «plan de obras públicas bajo control obrero». El secreto, se piensa, está en agitar «como un solo puño», algunas demandas de este tipo. Esto se hace aun cuando el partido es consciente de que para lograr esas soluciones hay que acabar con el capitalismo; pero esto último no se explicita, porque lo importante es que la gente las asuma. Así se busca impactar con la demanda y movilizar. Por eso las consignas son «bajadas» como directivas («hay que luchar por tal cosa, hay que organizarse ya de tal manera», etc.) al movimiento de masas. De todo esto deriva una concepción «campañística» de la actividad política, donde la relación del partido con el movimiento de masas está mediada, en lo fundamental, por esas consignas y su agitación. El «arte de la agitación» (para utilizar la expresión de Lenin) consiste en encontrar los eslóganes apropiados, que la militancia llevará al pueblo trabajador. Pues bien, el problema con esta práctica es que los trabajadores no asumen las consignas que les envían los partidos de izquierda, aun cuando parezcan sencillas y lógicas, y aun cuando se insista en su carácter «urgente e impostergable». Y para colmo, cuando estallan las movilizaciones, éstas van por otro camino del previsto. Otra forma de conectar al marxismo Mucha gente piensa que no existe otra forma en que los marxistas puedan vincularse al movimiento de masas, pero lo curioso es que el marxismo llegó a ser una doctrina de masas -millones de trabajadores en el mundo asumieron su programa en las primeras décadas del siglo XX- sin aplicar la política que acabamos de describir. Marx y Engels estuvieron aislados durante años -en algunas cartas se refieren a «nuestro partido» y se trataba solo de ellos- y jamás se les ocurrió que podían superar esa situación agitando insistentemente algunas consignas. Menos todavía se les ocurrió hacerlo bajo la forma de agitar «soluciones sencillas» (pero inaplicables en el capitalismo), por las que debiera movilizarse la gente. Tampoco lo hizo la Primera
Internacional, ni lo hacían las organizaciones socialistas de la Segunda Internacional. En otras palabras, el marxismo no se presentaba bajo la forma de «recetas-consignas», a ser introducidas en la población explotada mediante campañas de agitación, sino intentaba establecer una relación que podríamos llamar «interna» al movimiento. Esto porque lo fundamental, en esta visión, es «participar del movimiento y ejercer la crítica de lo existente». En una carta a Ruge, de septiembre de 1843, Marx explicaba: «No comparecemos, pues, ante el mundo en actitud doctrinaria, con un nuevo principio: ¡He aquí la verdad, postraos de hinojos ante ella! … No le diremos: desiste de tus luchas, son cosa necia; nosotros nos encargaremos de gritarle la verdadera consigna de lucha. Nos limitaremos a mostrarle por qué lucha, en verdad, y la conciencia es algo que tendrá necesariamente que asimilarse, aunque no quiera». Aunque no estoy seguro de que la conciencia «necesariamente» tendrá que asimilarse, rescato que el enfoque es muy distinto del que prevalece actualmente entre las organizaciones de la izquierda radical. La idea en Marx es que la crítica libere, promueva la acción e impulse a la gente a pensar y decidir por su cuenta. No se trata de bajar «recetas». En la Introducción a la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, escribía: «La crítica no arranca de las cadenas las flores ilusorias para que el hombre soporte las sombrías y desnudas cadenas, sino para que se desembarece de ellas y broten flores vivas. La crítica de la religión desengaña al hombre para moverlo a pensar, actuar y moldear su realidad como hombre desengañado que ha entrado en razón, para que sepa girar en torno a sí mismo como a su verdadero sol». Por supuesto, se puede ser minoritario en el movimiento, pero lo importante es que el marxismo no se ubica en la posición de «bajar línea» e instruir acerca de lo que hay que hacer. Es un abordaje muy distinto del que anima a los que elaboran soluciones, y piensan que el mundo, deslumbrado, va a girar hacia ellos. Este último es el camino que conduce a la secta. Algo de aquel espíritu que animaba a Marx se recoge luego en la concepción de Lenin del partido, incluso en los períodos en que fue más centralista en materia de organización. En 1903, bajo la represión del zarismo, sostuvo que las diferencias entre los socialistas debían hacerse públicas, para que los obreros no pertenecientes al partido conocieran y opinaran. «Ya es hora de romper resueltamente con la tradición del sectarismo en círculos y de lanzar -en un partido que se apoya en las masas- la consigna de ¡más luz!». También rechazaba la idea de que los marxistas debían indicar al movimiento de masas las
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demandas y las formas de lucha apropiadas. En el folleto ¿Qué hacer?, de aquella época, afirmaba que los mismos obreros y campesinos «sabrán organizar hoy un tumulto, mañana una manifestación…» y que las masas desplegarían iniciativas que superarían en mucho todas las predicciones de los intelectuales. Agregaba que las medidas de lucha y organización surgirían del movimiento de masas. Muchos años después, en «La enfermedad infantil del izquierdismo, el comunismo», señalaba que los comunistas no podían saber «cuál será el motivo principal que despertará, inflamará y lanzará a la lucha a las grandes masas, aún adormecidas». Y la Internacional Comunista calificaba de «sueños visionarios» la pretensión de conducir al movimiento de masas con una o dos consignas. Con esto no estoy diciendo que todo lo planteado por Lenin en el ¿Qué hacer?, o por la Tercera Internacional, en materia de organización fuera correcto. Simplemente estoy apuntando que hubo otra manera de encarar la relación de las organizaciones marxistas con el movimiento de masas. Anoto también que esta postura era adoptada por organizaciones que gozaban de una influencia entre la población mucho mayor que la que tiene hoy cualquier grupo marxista.
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Otro rol para la lucha de ideas Del enfoque alternativo que estoy presentando se deduce que la lucha de ideas juega un rol clave. Lucha de ideas quiere decir que la actividad principal de los marxistas no pasa por repetir eslóganes, sino que el esfuerzo debe estar puesto en el argumentar y demostrar. Esto significa revalorizar el rol subversivo de la teoría, y del arma de la crítica. En carta a Kugelmann (11 de julio de 1868) Marx escribía, refiriéndose al trabajo científico: «Cuando se comprende la conexión de las cosas, toda creencia teórica en la necesidad permanente de las condiciones existentes se derrumba antes de su colapso práctico.» Por esta razón también la agitación, en la tradición del marxismo, consistía en explicar una o dos ideas, de manera accesible, a círculos muy amplios de personas. Por eso se decía que era un «arte», y exigía preparación y estudio. En términos más generales, esta lucha de ideas se traducía en prácticas que se han perdido. Por ejemplo, en el viejo socialismo se seguía un consejo del gran dirigente alemán Wilhem Liebknecht, quien decía que la tarea del militante se resumía en «estudiar, propagandizar y organizar». Lenin repetía este consejo, y de joven lo escuché de boca de un viejo militante obrero, socialista e
internacionalista, (al que debo no poco de mi formación política inicial). Con este criterio los militantes participaban en las actividades sindicales y en las luchas reivindicativas, y acompañaban estas actividades con la explicación de las cuestiones fundamentales (del «porqué» se lucha). De ahí la importancia que se daba en esta tradición a los cursos de preparación para trabajadores, a las bibliotecas y las casas de cultura socialistas, así como a los debates teóricos, y a los argumentos y razones. En este marco prevalecía el criterio de trabajar pacientemente a largo plazo. Las tácticas políticas no se decidían sobre la base de lograr algún «golpe de efecto» para obtener votos, o ganar algunos militantes. Algunos puristas dirán que en muchos casos esto dio lugar a un marxismo «vulgarizado» (y efectivamente, hubo algo de esto en el marxismo de fines de siglo XIX y principios del siglo XX), pero también hay que reconocer que se generó una cultura y conciencia crítica de la ideología dominante, que fue de masas, y constituyó el trasfondo sobre el que se erigió el mayor intento de cambiar la historia por parte de una clase explotada. Subrayo, todo esto hubiera sido inconcebible si la relación entre el marxismo y el movimiento de masas se hubiera tratado de establecer a partir de la agitación de eslóganes.
Diferentes formas de organizaciones Como no podía ser de otra manera, las distintas concepciones que estoy presentando determinan distintas formas de organización. Si se pone el acento en la necesidad de «agitar como un solo hombre una o dos consignas», las discusiones teóricas, los disensos, la reelaboración y retroalimentación a partir del contacto vivo con la sociedad, son consideradas no solo innecesarias, sino estorbos. En esta concepción domina la necesidad de «salir» al movimiento de manera homogénea, con las consignas. Por eso este tipo de organización termina siendo inmune a la crítica del exterior, especialmente de los activistas y de los elementos más avanzados de la clase trabajadora o la juventud. Dado además que sus mensajes son externos a la gente, y caen en saco roto, en tanto se persiste en esa dinámica, el proceso se retroalimenta, y la organización adquiere características de secta. Ese carácter de secta no está dado exclusivamente por el número de militantes o la amplitud de la audiencia a la que le llega el mensaje. Hubo partidos de izquierda que pudieron llenar un estadio de fútbol (por ejemplo en Argentina en los 80), pero se mantuvieron inmunes a los desarrollos de la lucha de clases, sostuvieron contra viento y marea análisis que
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no tenían asidero en la realidad, y siguieron estableciendo hasta su crisis una relación «monólogo- agitativista» con la población. En definitiva, fueron sectas grandes. En los casos extremos los comportamientos de sectas incluyeron el culto a dirigentes; la elaboración de códigos internos solo entendibles para los iniciados, y formas de debate basadas en los principios de autoridad, sustentados en prácticas brutales. Por el contrario, si una organización es consciente de la importancia de la elaboración teórica, del argumento razonado, de la necesidad de demostrar sus puntos de vista, valorará entonces el aporte del disenso y la crítica interna, el diálogo con los trabajadores y los jóvenes que están por fuera del partido, los métodos democráticos de resolución de diferencias, y la unidad basada en el convencimiento profundo, y no en las coincidencias tácticas coyunturales, o en las «razones de partido». Es muy posible que el aislamiento de las organizaciones marxistas con respecto al movimiento de masas no se solucionen solo corrigiendo el «agitativismo». Indudablemente hay otros factores por ejemplo, los efectos del fracaso de los llamados «socialismos reales» seguramente se harán sentir por mucho tiempo; o el desarrollo del capitalismo en las últimas décadas- pero puede ayudar a comprender algunas de las dificultades que enfrentamos los marxistas hoy. En cualquier caso, estoy convencido de que es necesario reflexionar muy seriamente acerca de por qué, cuando aparecen movimientos masivos, las organizaciones de izquierda están tan al margen. Publicado en el blog, 8 de junio de 2011.
DIVISIÓN OBRERA, NO MIREMOS PARA OTRO LADO
A raíz de la lucha de los tercerizados del ferrocarril Roca para ser incorporados a la empresa, y del asesinato del militante Mariano Ferreyra, mucho se ha hablado de las patotas y el rol de la burocracia sindical; también de la complicidad de las patronales y el Estado con la mafia sindical. Con abundantes datos, se ha echado luz sobre los beneficios que obtienen burócratas y empresarios (muchos de ellos también «dirigentes sindicales») al mantener trabajadores con contratos precarios. También se puso en evidencia que estos negocios tienen la venia de altas instancias del gobierno y el Estado. Existe sin embargo un hecho del que se ha hablado poco en la izquierda. Me refiero a la actitud frente a los tercerizados de muchos trabajadores de planta del ferrocarril. Esto que afirmo me lo han comunicado ferroviarios: muchos trabajadores no apoyaron la lucha de los tercerizados, y de alguna manera avalaron a la burocracia. Por lo menos, mantuvieron esa actitud hasta que ocurrió el asesinato del militante Mariano. Además, según me informan, en sectores del ferrocarril continúa habiendo un clima de hostilidad contra los compañeros, ex tercerizados, que han entrado a la planta permanente. Sabemos cómo se puede generar un entorno desfavorable para con un grupo de trabajadores. Por ejemplo, obligarlos a hacer «rancho aparte» para tomar un refrigerio; negarles solidaridad en tareas cotidianas; establecer un cerco de «silencio» a su alrededor, y muchas otras formas, sutiles o abiertas, de «envenenarles la vida». La razón de esta hostilidad es la defensa, de tipo corporativo, del «derecho a que mis hijos tengan prioridad para ocupar un puesto de trabajo vacante». Es que en ferrocarriles, como en algunos otros lugares, se acostumbra que los familiares de los obreros empleados tengan prioridad, a
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igualdad de otras condiciones, frente a postulantes «sin conexiones». De ahí que haya resentimiento con los «nuevos», que entraron al ferrocarril después de una dura pelea para acabar con su condición de tercerizados. Estamos por lo tanto ante un caso de división y discriminación, que no debería ser ocultado. Necesitamos reconocer el problema, y preguntarnos si no hay algo que cambiar en discursos y prácticas que, durante años, se consideraron «progresistas».
Consideraciones generales
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Uno de los pocos libros de marxistas dedicados a analizar las causas de la división en el seno de la clase obrera, es el de David Gordon, Richard Edwards y Michael Reich, Trabajo segmentado, trabajadores divididos (Madrid, Ministerio de Trabajo, 1986). Aunque está dedicado a la situación de EEUU, sirve de inspiración para abordar el problema en Argentina. Gordon, Edwards y Reich distinguen cuatro explicaciones principales de la división de la clase obrera. La primera afirma que la división tiene que ver con las llamadas «tendencias posindustriales», que habrían borrado las diferencias entre capitalistas y trabajadores. Se sostiene que en la sociedad «del conocimiento» solo importan las cualificaciones laborales; que los directores de empresas reemplazan a los propietarios; y que ahora la gente no se ve a sí misma como capitalista o trabajador, sino como individuos pertenecientes a grupos definidos por sus ocupaciones y consumo. Gordon, Edwards y Reich consideran que esta explicación tiene el mérito de reconocer que existen diferencias; pero deja de lado el que los trabajadores tienen más en común -en tanto asalariados y explotados- que lo que puede dividirlos el «estatus» o el consumo. Una segunda explicación, que se basa en la obra de Harry Braverman (Trabajo y capital monopolista), afirma que las tendencias del capitalismo apuntan a una homogeneización creciente de la clase obrera. Los trabajos son simplificados y descalificados por el avance del capital, que busca dominar al obrero. Las divisiones, por lo tanto, tenderían a borrarse, y la clase obrera se estaría volviendo cada vez más homogénea. Gordon, et al., reivindican lo esencial del planteo de Braverman, que pone el acento en las tendencias del proceso de trabajo. Pero también señalan que existen recualificaciones, que han sido significativas históricamente, y por lo tanto el proceso no tiene la linealidad que plantea Braverman. Yo mismo he adoptado esta postura en Valor, mercado mundial y globalización, al sostener que en el
capitalismo contemporáneo existen tanto el impulso a la homogeneización y descalificación, como la contratendencia de la recalificación de los trabajos; aunque con predominancia, en el largo plazo, del primer impulso. Una tercera línea de explicación se centra en la «historia social». Aplicada la idea a EEUU, sostiene que hubo un patrón de inmigraciones sucesivas que produjo jerarquías y antagonismos entre grupos étnicos y religiosos, en lugar de actitudes solidarias. También pone el acento en la herencia racista, que dejó la esclavitud, y en los efectos de la movilidad social, que habría inhibido la solidaridad y la conciencia de intereses comunes entre los trabajadores norteamericanos. A pesar de que esta perspectiva apunta elementos reales -y trata de articularlos con las luchas obreras- no logra explicar por qué, sostienen Gordon et al., la clase obrera estadounidense fue incapaz de superar las divisiones étnicas, raciales o religiosas. Por último, Gordon et al., apuntan la corriente de los economistas institucionalistas. Estos sostienen que los sindicatos y los patronos crearon un sistema cooperativo de negociación colectiva, que llevó a una división entre sectores sindicados y no sindicados. Gordon et al., sostienen que si bien los institucionalistas destacan correctamente la incidencia de los aspectos cooperativos de la relación sindicatos-patronal anterior a la Segunda Guerra, no sitúan el problema en una teoría adecuada del desarrollo capitalista, y tampoco analizan qué determina calificaciones, tradiciones y normas en los centros de trabajo. En definitiva, Gordon et al., plantean que es necesario estudiar la segmentación y fragmentación de la clase obrera de EEUU partiendo de la interacción entre las tendencias largas de la acumulación (los autores defienden la tesis de las ondas largas); las estructuras sociales de la acumulación; y la organización del trabajo y los mercados laborales.
División del trabajo y acumulación en Argentina Algunas de las cuestiones señaladas por Gordon et al., merecen ser exploradas por el pensamiento crítico de nuestro país, para avanzar en una explicación de la persistencia, y tal vez profundización en los últimos años, de las divisiones. Aunque estoy lejos de tener las respuestas -y mi objetivo con esta nota solo es llamar la atención sobre el problema- quisiera adelantar algunas cuestiones, a manera de hipótesis.
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En primer lugar, habría que vincular la actual división de la clase obrera argentina a la forma de acumulación que se ha ido imponiendo en este país en las últimas décadas. A primera vista, parecen existir tres sectores definidos: los asalariados que están en el sector privado, con trabajo formal y altamente sindicalizados; los estatales; y los trabajadores que están en el amplio espectro del trabajo precarizado e informal (contratos a tiempo parcial; trabajo no registrado; por fuera de convenios; sin seguridad social; etc., en diferentes grados y combinaciones), y no están sindicalizados (o lo están en grado mínimo). El primer grupo es el que ha obtenido mayores aumentos de salarios y beneficios a partir de 2003. El segundo sector, los estatales, han obtenido menores subas salariales, pero están más protegidos de los despidos. El tercer grupo, que representa alrededor del 35% de la fuerza laboral empleada, tiene salarios reales por debajo (según fuentes privadas) de los niveles de 2000, y es altamente explotado. La primera hipótesis que adelanto es que esta situación ha sido funcional al modo de crecimiento, e inserción en la economía mundial, del capitalismo argentino en los últimos años. Como he señalado en otros trabajos, la clave de la «competitividad» de la economía argentina han sido bajos salarios y un alto nivel de explotación de la fuerza laboral. Ya en los 90 el recurso al trabajo informal fue una manera en que el capital compensaba la revaluación relativa del peso, y recuperaba competitividad. Muchos pequeños y medianos capitales nacionales se mantenían a flote por esta vía. Además, a través de la tercerización y subcontratación, se abarataban costos para las grandes empresas, e incluso el Estado comenzó a beneficiarse con estas formas de sobre explotación del trabajo. Luego, en los 2000, el paso a una acumulación sustentada en la moneda depreciada, lejos de revertir la fragmentación, la consolidó. La devaluación significó una enorme transferencia de valor hacia la clase dominante, que posibilitó la recuperación de la rentabilidad del capital. Pero a medida que la moneda argentina se fue revaluando -hoy el tipo de cambio real no está lejos del nivel de 2000- y a medida que aumentaron los salarios en el sector privado en blanco, la sobre explotación de los trabajadores que conforman el tercer grupo se convirtió en una necesidad imperiosa del «modelo productivo». Muchos capitales «nacionales» mantienen su competitividad en base a esto. El trabajo precarizado y en negro es una fuente de sobre beneficios para amplias franjas de la clase dominante (hay que acabar con el mito de que los únicos que
explotan son «los grandes grupos monopólicos»). Y continúa siendo una vía para el abaratamiento de costos para grandes empresas, y el Estado. Pensemos en el caso de una gran empresa que contrata a una empresa de limpieza, que a su vez explota a trabajadores precarizados. Este tipo de casos se cuenta por miles, y aparece en todas las actividades: industria, comercio, transporte, agro, etc. Esta fuente de división de la clase obrera, vinculada a la forma de acumulación, puede potenciarse por los prejuicios racistas, nacionalistas y otros. Por ejemplo, en el contexto de la miseria existente en países vecinos, o en zonas del interior del país, la gente acude a las grandes ciudades a intentar suerte. Los inmigrantes recién arribados a Buenos Aires, u otras ciudades, son objeto de los peores abusos, y estigmatizados como «paraguas» o «bolitas». La identidad de clase, por encima de fronteras o procedencias, queda relegada. Por supuesto, todo esto es funcional al modo de acumulación vigente en Argentina. Naturalmente, estos factores podrían articularse, en el análisis de más largo plazo, con los estudios sobre la homogeneización y fragmentación que ocurren a raíz de los cambios en los procesos de trabajo, a los que hacían referencia Gordon et al.
Institución y tradiciones «progres y de izquierda» A lo planteado en el punto anterior agrego las formas o comportamientos institucionalizados (cuarta explicación de Gordon et al.). Pero aquí lo paradójico es que algunos de estos comportamientos institucionalizados se han identificado con banderas que muchos consideran «de izquierda y proletarias». Es que desde la izquierda, y sectores que se reivindican como progresistas, se alentaron «reivindicaciones» que profundizaron las divisiones. La más clara es la que está en el centro de la hostilidad de los ferroviarios «de toda la vida», contra los ex tercerizados: el privilegio de que los familiares de los «antiguos» tengan asegurado el puesto de trabajo. Se trata de una vieja tradición, que no es solo patrimonio de los ferroviarios. Recuerdo que ya hace años tuve una fuerte discusión con compañeros que defendían estos privilegios como «conquistas de la clase obrera». No son conquistas, sino un caballo de Troya en el movimiento obrero, que es funcional a las patronales, y a los sindicatos burocratizados. Esta «conquista» fractura la necesaria solidaridad entre los que están en blanco, y los precarizados; y alimenta el dominio de los aparatos burocráticos sobre los trabajadores (dado que median en las
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contrataciones). Es hora de llamar a las cosas por su nombre. El famoso «proletario del mundo uníos», del Manifiesto, no tiene nada que ver con estas «reivindicaciones».
Situación política y fragmentación de los trabajadores
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Hace algunos días, en un reportaje que me hizo una revista de izquierda, sostuve que uno de los problemas más graves que enfrenta la clase trabajadora de conjunto, en Argentina, es la segmentación y fragmentación. En tanto la clase obrera no se reconozca como una, por encima de cualquier otra diferencia, seguirá prevaleciendo en su seno la ideología burguesa, o pequeño burguesa. Es imposible identificarse con la lucha contra el capital y su Estado, si el blanco del resentimiento, o la hostilidad, es el compañero que acaba de entrar al puesto de trabajo. Un paso decisivo para la recomposición política del trabajo, es la lucha contra la segmentación, contra el trabajo en negro, contra la precarización. Es el camino para debilitar al capital, atacarlo por donde le duele; y también al Estado que lo ampara. Es la manera en concreto de comenzar a contrarrestar la alta tasa de explotación en que se sustenta el «modelo K». Asimismo, es el camino para empezar a erosionar en profundidad el poder de la burocracia sindical, esa casta que se enriquece participando de la plusvalía que producen los asalariados. No es casual que los defensores del «capitalismo nacional» no digan, ni hagan, nada de fondo para acabar con esto. No puedo proponer alguna solución «rápida y efectiva» al problema. Sí sé cuáles no pueden ser soluciones: seguir mirando para el otro lado; seguir justificando a los que defienden privilegios corporativos; y seguir confundiendo esos privilegios con «conquistas de la clase obrera». Publicado en el blog, 12 de marzo de 2011.
CRÍTICA DEL PROGRAMA DE TRANSICIÓN*
Introducción Los años ochenta fueron tiempos de gran optimismo en el movimiento trotskista. Ya a principios de la década Perry Anderson había diagnosticado que la larga y rica tradición subterránea de este movimiento le otorgaba ventajas «obvias» para ser una alternativa superadora del esclerosamiento burocrático en la izquierda1. La militancia trotskista compartía entonces esos esperanzados pronósticos, que se sintetizaron en una frase: «se aproxima la hora del trotskismo». Así, a mediados de la década, la Liga Internacional de los Trabajadores decía que «miles de luchadores» se acercaban a la conclusión de que sólo el programa legado por Trotski ofrecía salida a sus penalidades2; el Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional anunciaba «un largo período de convulsiones […] de crisis prerrevolucionarias» y «explosiones revolucionarias» que permitirían construir la Internacional (XII Congreso, de 1985); y diversos grupos se preparaban para combates que preveían no menos decisivos. La confianza y las esperanzas aumentaron cuando se produjo la caída del Muro de Berlín. Durante décadas el trotskismo había explicado que su falta de influencia y su marginalidad se debían, principalmente, al aparato stalinista, porque éste actuaba como un
Este trabajo es el producto de múltiples debates con muchos compañeros. Pero en particular quiero agradecer a Eduardo Glavich, quien dedicó largas horas al estudio y discusión de los borradores, y a cuya intervención se debe la corrección de no pocos errores. 1 Consideraciones sobre el marxismo occidental, Madrid, Siglo XXI, 1979. 2 «Manifiesto de la Liga Internacional de los Trabajadores», en Correo Internacional, Nro 10, 1985. *
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obstáculo para la llegada del mensaje socialista y revolucionario a los trabajadores. Por eso, quebradas las estructuras burocráticas comunistas, y en retroceso los socialdemócratas, «ahora sí» se liberarían las energías transformadoras de la clase obrera y los soviets volverían por sus fueros para derrotar al capitalismo en todo el planeta. «Ahora sí» las masas3 comenzarían a recibir el mensaje de los continuadores de Lenin sin mediaciones distorsionadoras. El escenario estaba dispuesto para que la Cuarta Internacional (en adelante CI)4 ocupara el lugar que le correspondía por derecho propio. El programa del socialismo en un solo país se había mostrado finalmente como una utopía reaccionaria y la política de alianza con las burguesías «progresistas» y de apaciguamiento del imperialismo habían fracasado. Pero además, el trotskismo poseía un método y una táctica, sintetizadas en el Programa de Transición (en adelante PT), que abrirían el camino hacia los trabajadores5. «Ha llegado nuestra hora, la hora del trotskismo», repetían los militantes. Desde entonces han pasado más de diez años [ahora, en 2013, más de veinte años] y los tiempos marcan una hora muy distinta a la soñada. Paradójicamente, y contra todo lo esperado, la desaparición (o casi desaparición) del stalinismo, determinó también el comienzo de la crisis más profunda del trotskismo. Las organizaciones de la CI se han reducido en casi todo el mundo y las escisiones parecen no tener fin. Muchos compañeros han abandonado la actividad política, decepcionados y desmoralizados, mientras los grupos continúan a la manera de los organismos que sobreviven deslizándose hacia esa «muerte del espíritu» que sucede cuando se cae «en el hábito donde no se encuentra ninguna vida», que se manifiesta «en la forma de la nulidad política», en la vida puramente vegetativa.
Con el término «masas», que utilizamos a lo largo de nuestra exposición, englobamos todas las clases oprimidas que podrían beneficiarse con una transformación socialista. Por eso, además de la clase obrera, incluiría a sectores pauperizados, los llamados «cuentapropistas» y similares. 4 Hablamos de la Cuarta Internacional en un sentido genérico. Es decir, no hacemos referencia a alguna fracción trotskista en particular, sino al conjunto de los grupos que trataron de continuar la organización fundada por Trotski. 5 El PT fue escrito por Trotski en el verano de 1938, y fue adoptado como programa de la CI en su Congreso de Fundación, realizado el 3 de setiembre de ese mismo año, en la localidad francesa de Périgny, cercana a París. En un escrito de agosto de 1938 Trotski caracterizaría al PT como «la conquista más importante» del movimiento. 3
Lo que distinguió al trotskismo –el afán por la «crítica de todo lo existente» y su indomable empeño internacionalista– se ha degradado hasta devenir dogma estéril, estereotipo incapaz de generar plataformas para la acción transformadora. Hoy las fórmulas consagradas permiten «decir y hacer política», pero ésta ya carece de savia vital. Entonces, a la actividad le pasa lo de aquellos relojes que «tienen cuerda y siguen marchando por sí mismos» pero ya no registran el paso de las horas «reales»6. La «hora del trotskismo» se ha transformado entonces en la hora de revisar problemas, corregir errores graves y evaluar bajo nueva luz categorías, concepciones y programas. Militantes que han dejado las organizaciones y algunos (pocos) grupos han tomado conciencia de esta necesidad. En este respecto, las recientes críticas a la caracterización de la URSS como Estado obrero y a los métodos burocráticos de los partidos representaron avances valorables7. Sin embargo no hay que detenerse ni conformarse. La crisis de la CI no se explica sólo por esos errores y problemas; éstos se conectan con análisis y enfoques más amplios. Concientes de esto, hemos encarado esta crítica al PT, con la intención de contribuir a un debate que a esta altura consideramos tan necesario como impostergable8. Seguramente muchos compañeros que no provienen de la tradición trotskista se extrañarán de que consideremos de interés para la izquierda un texto escrito hace más de 60 años [hoy más de 70]. Al respecto, justifiquemos nuestro esfuerzo diciendo que este programa tiene una centralidad para el trotskismo como nunca antes la tuvieron otras plataformas de las organizaciones obreras. Por cierto, todo trotskista admitirá que muchas afirmaciones de 1938 han perdido
Ver «Introducción» a Las Lecciones sobre filosofía de la historia de Hegel. Nuestra posición sobre la URSS la hemos desarrollado en «Relaciones de producción y Estado en la URSS» y -en colaboración con Daniel Gluschankof– en «Trotski y su análisis de la URSS», ambos trabajos publicados en Debate marxista N° 9. En Argentina el Movimiento Al Socialismo (MAS) cuestionó la caracterización de la URSS como Estado obrero a partir del libro de Aldo Romero, Después del Estalinismo, Buenos Aires, Antídoto, 1995. El nuevo clima de discusión se constata en los debates entre algunos grupos y militantes, en los que se ha dejado de lado la argumentación en base a la diatriba y el insulto. 8 En un artículo reciente (hoy lejano), «¿Refundar y/o reconstruir la IV Internacional?», en Nuevo Curso N°2, 1999, Nora Ciapponi y Roberto Ramirez, dirigentes del MAS, también plantean abrir la discusión sobre la validez del Programa de la CI. 6 7
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vigencia; por caso, a nadie se le ocurriría agitar hoy contra la «camarilla bonapartista del Caín-Stalin», como reza el PT. Pero por encima de esas cuestiones, en la CI se conserva el «núcleo duro» – sintetizado en el PT– de premisas teóricas, de análisis y política, que es reivindicado no sólo por los grupo que llaman a reconstruir la Internacional con «la letra» del programa fundacional, sino también por muchos que lo han actualizado y admiten que deben redactarse otros programas9. Es que partiendo de la idea de que el capitalismo habría agotado sus posibilidades de desarrollo, el PT desarrolla un enfoque sistemático a partir del cual se ordenan los análisis económicos y políticos y se elaboran las campañas de agitación. Por eso a las organizaciones trotskistas no se les aplica aquella observación de Engels, de que la actividad de los partidos puede ser analizada con relativa independencia de sus programas10. Por otra parte, y dado que toda crítica encierra también una propuesta superadora, con este trabajo proponemos de hecho una orientación, en análisis y política, distinta a la aplicada por la CI. Trataremos de demostrar la necesidad de retomar enfoques sustantivos del marxismo, que fueron patrimonio del movimiento comunista hasta su stalinización, y cuyas características esperamos se clarifiquen con el progreso de la investigación y la práctica política. En este punto queremos hacer explícito también el lugar desde el que criticamos. Fundamentalmente decir que rechazamos el dogmatismo antidogmático, para el cual criticar es «tirar lo viejo a la basura» y exaltar «lo nuevo» por el solo hecho de que el agua ha corrido bajo los puentes. Trataremos de «superar conservando» porque reivindicamos los objetivos que defendió el trotskismo en la hora más negra de la hegemonía stalinista: la lucha contra el conciliacionismo, el nacionalismo y el oportunismo en todas sus formas. Y «conservarsuperando» la experiencia política y de lucha de la CI; porque comprendiendo los errores es posible entender los rasgos Por ejemplo, en 1998 se unificaron grupos en Francia tomando como referencia y «cemento de unidad» al PT (ver Francia. Las luchas y el reagrupamiento de los revolucionarios, Buenos Aires, Antídoto, 1998). Una de las corrientes que participó en este proceso proviene de la LIT, fundada por Nahuel Moreno en 1982. En 1980 Moreno había «actualizado» el PT, pero manteniendo lo esencial de sus análisis y método político (ver Moreno, Actualización del Programa de Transición, Bogotá, 1980). 10 En carta (18-28 de marzo de 1875) a Bebel, Engels decía que «importan menos los programas oficiales de los partidos que sus actos». 9
revolucionarios del marxismo que estuvieron literalmente «tapados» bajo una montaña de enfoques nacionalistas, burocráticos y estatistas. Somos concientes de las reacciones que suscitará nuestro intento entre los militantes trotskistas. Si siempre es difícil problematizar las matrices del pensamiento de un grupo político o social, en este caso la dificultad se multiplica11. En primer lugar, porque durante décadas las organizaciones de la CI se han visto obligadas a adoptar una actitud extremadamente defensiva frente al stalinismo, resultando de ello una pérdida de distanciamiento crítico con respecto a Trotski. Pero en segundo término, por la arraigada creencia en el movimiento de que reconocer que el capitalismo se desarrolla, o que es imprescindible volver a la división entre programa máximo y mínimo, equivale a renunciar al socialismo o postular la estrategia de la revolución por etapas. Como trataremos de demostrar, estas ideas son desmentidas por la experiencia revolucionaria; y además, desde el punto de vista teórico, tampoco se puede encontrar alguna vinculación necesaria entre las posiciones revolucionarias y las tesis del «estancamiento crónico» del capitalismo, o entre la lucha contra el reformismo y la agitación de las consignas transicionales en todo tiempo y lugar12. Lamentablemente, la mayoría de las organizaciones de la CI siguen negándose obstinadamente a encarar un balance serio de las viejas posiciones13. Por último, digamos que hasta donde alcanza nuestro conocimiento no hay muchos antecedentes en los que podríamos apoyar nuestra crítica. En la obra de los clásicos tenemos un En este punto vale la pena precisar mi posicionamiento en la cuestión: durante casi dos décadas –hasta comienzos de los noventa– milité tratando de seguir el método y la orientación recomendada por Trotski en el PT, y en este respecto huelga decir que esta investigación representa una autocrítica, obtenida a costa de no pocas rupturas intelectuales. 12 Tampoco habría una relación directa entre el programa de la revolución permanente –esto es, la lucha por superar las estrategias etapistas y reformistas– y la teoría de la revolución permanente para los países atrasados, tal como la formuló Trotski. Ver al respecto nuestro trabajo, en colaboración con Octavio Colombo, «Revalorizando la dependencia a la luz de la crítica a la tesis del estancamiento crónico», en Debate marxista, Nº 11. 13 Ciapponi y Ramírez –en «¿Refundar y/o…», citado– han estudiado los materiales de la mayoría de las corrientes que llaman a reconstruir o refundar la CI y constatan que entre ellas existe «una profunda unidad para oponerse a cualquier balance crítico respecto a cuestiones de teoría, pronósticos, programa y carácter de los partidos e Internacional que los trotskistas construimos heroicamente durante más de 60 años». 11
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importante escrito de Engels que fue decisivo para el arranque de nuestras reflexiones, pero por fuera de él, sólo podemos referenciar unos pocos pasajes de Marx y Engels sobre la metodología transicional, y otros, muy contados, de Lenin. La oposición de estos autores a la política del PT se infiere más de sus orientaciones concretas que de estudios focalizados en las consignas transicionales y su uso. En lo que hace a los escritos posteriores a 1938, es curioso constatar que los enemigos del trotskismo sencillamente desecharon el PT sin examinar su lógica política14. Y por el lado de la CI, la mayoría de los autores se limitó a comentarios apologéticos o a competir sobre qué interpretación se ajustaba mejor a «lo que verdaderamente dijo Trotski». Por eso, sabemos que avanzamos por un terreno poco explorado, en el que sólo pretendemos abrir un sendero que, manteniendo el sentido revolucionario e internacionalista del combate de Trotski y de la CI, supere sus deficiencias de análisis y de política. Así, aunque nuestras críticas adoptan la forma de lo categórico, no tenemos la intención de «cerrar» la discusión. Este estudio seguramente tiene muchos problemas y falencias que hoy no alcanzamos a percibir, que exigirán la intervención crítica de muchos otros compañeros, del aporte de sus investigaciones y de sus experiencias en el movimiento revolucionario.
1. Agotamiento histórico del capitalismo y subjetivismo El PT se inicia con la exposición de las llamadas «premisas de la revolución proletaria». Una cuestión constitutiva del marxismo, ya que la ruptura de Marx y Engels con el socialismo utópico se basó en sostener que el capitalismo genera las premisas para la revolución y prefigura hasta cierto punto la nueva sociedad. A decir de Marx, el análisis de las relaciones de producción lleva a puntos en los cuales, «foreshadowing» [prefigurando] el movimiento naciente del futuro, se insinúa la superación de la forma presente de las relaciones de producción»; así «las condiciones actuales de la producción se presentan como aboliéndose a sí mismas, y… como los supuestos históricos para un nuevo ordenamiento de la sociedad»15. La creación La polémica stalinista contra el trotskismo se redujo a la reproducción de pasajes aislados de la obra de Lenin, con ataques sacados de contexto, y a la ritual acusación de «agentes objetivos del imperialismo». 15 Elementos fundamentales para la crítica de la Economía Política, México, Siglo XXI, 1989, t.I, p. 422. 14
del mercado mundial; la producción del plusvalor relativo –o sea, fundada en el incremento y desarrollo de los medios de trabajo-; la subordinación de la ciencia y de todas las propiedades físicas y espirituales a las necesidades de ese desarrollo; la superación de las barreras nacionales; y el crecimiento de la clase obrera internacional constituyen esas premisas de la revolución, que van aparejadas con el despliegue del capital y de sus contradicciones: En agudas contradicciones, crisis, convulsiones, se expresa la creciente inadecuación del desarrollo productivo de la sociedad a sus relaciones de producción hasta hoy vigentes. 16
Se puede afirmar que al momento de redactarse el PT las premisas a las que se refería Marx estaban presentes. La clase obrera era predominante en Estados Unidos y en el norte de Europa, y en muchos países atrasados se delineaba como una fuerza capaz de liderar al campesinado en la lucha revolucionaria. El mercado mundial estaba desarrollado, y las contradicciones del capital estallaban con fuerza creciente. La Primera Guerra Mundial, el triunfo posterior de la revolución rusa, los desequilibrios internacionales y la inestabilidad política de los veinte, la Gran Depresión que sobrevino en los treinta, habían asestado un golpe mortal a la noción del progreso sin pausas del capitalismo y de sus sistemas constitucionales y democráticos; en 1938 la humanidad se deslizaba hacia una nueva carnicería. Este cuadro hubiera bastado entonces para fundamentar la necesidad y la actualidad de la revolución proletaria. Pero Trotski introduce una modificación vital en la consideración de las premisas de la revolución que acabamos de mencionar al plantear que es condición para el triunfo de la revolución que el capitalismo no pueda desarrollar, en términos históricos, sus fuerzas productivas. Ya en el Tercer Congreso de la Internacional Comunista había sostenido que:
Ibídem t.II p.282. En la perspectiva de Marx, el desarrollo del capital, de sus contradicciones y sus crisis, se da en un movimiento «en espiral». No habría una crisis última; si la clase obrera no encuentra una salida revolucionaria a la crisis, el capital relanzará tarde o temprano la acumulación, para precipitarse luego en crisis aún más abarcativas. Discutimos sobre el concepto de fuerzas productivas en Marx en el trabajo «Sobre fuerzas productivas y su desarrollo», publicado en Debate Marxista, N° 8 y reproducido en esta edición [y en este libro] 16
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Si hubiera sido posible continuar desarrollando las fuerzas productoras en los marcos de la sociedad burguesa, la revolución no hubiera podido hacerse. Mas, siendo imposible el progreso ulterior de las fuerzas de producción en el límite de la sociedad burguesa, se realizó la condición fundamental de la revolución.17
Y también: La historia nos suministra una premisa fundamental sobre el éxito de esta revolución [la revolución socialista], en el sentido de que nuestra sociedad no puede desenvolver sus fuerzas productivas apoyándose en una base burguesa.18
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Esta tesis la sustentó en el famoso pasaje de Marx que dice que para que un régimen desaparezca deben haberse agotado sus posibilidades de expansión.19 En los años treinta Trotski la elevará a nivel de principio fundante de su movimiento. Por eso, cuando el PT sostiene que «las fuerzas productivas han cesado de crecer» no sólo en cuanto diagnóstico de coyuntura –continuaba el derrumbe económico iniciado con el crack de Wall Street de 1929- sino con el significado de caracterización de una época. El texto abre diciendo:
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La premisa económica de la revolución proletaria ha llegado hace mucho tiempo al punto más alto que le sea dado alcanzar bajo el capitalismo. (…) Las crisis de coyuntura, en las condiciones de la crisis social de todo el sistema capitalista, aportan a las masas privaciones y sufrimientos cada vez mayores (…) La burguesía misma no ve salida. (…) La putrefacción del capitalismo continuará también bajo gorro frigio en Francia como bajo el signo de la svástica en Alemania. Sólo el derrumbe de la burguesía puede constituir una salida.20 (énfasis agregados) «Una escuela de estrategia revolucionaria», Tercer Congreso de la Internacional Comunista, en Bolchevismo y Stalinsmo, Buenos Aires, Yunque, 1973, p.61. 18 Ibídem, p.63. 19 En el «Prólogo» a la Contribución a la Crítica de la economía política. Discutimos esta afirmación de Marx en el trabajo sobre fuerzas productivas citado en la n. 16. 20 Citamos de acuerdo al texto publicado en la revista Panorama Internacional, N°17, Bogotá, 1981, pp.61 a 80. Hemos cotejado con la edición inglesa del Workers Revolutionary Party, New York Publications, Londres, 1980. En algunos pasajes – que señalamos- hemos rectificado levemente el texto español de acuerdo a la edición inglesa. 17
El «hace mucho tiempo» se remonta a la Primera Guerra, cuando, según Trotski, se habría interrumpido definitivamente la expansión del capitalismo. Pero un sistema que no se expande inicia su decadencia, si no triunfaba la revolución socialista mundial en un plazo relativamente breve, sobrevendría la barbarie. En 1939 Trotski escribía: Si la presente guerra no provoca la revolución, sino la declinación del proletariado, entonces permanece otra alternativa: la mayor decadencia del capitalismo monopolista, su mayor fusión con el Estado y el reemplazo de la democracia en donde quiera que haya permanecido por un régimen totalitario. Esta incapacidad del proletariado para tomar en sus manos el liderazgo de la sociedad podría llevar bajo esas condiciones al crecimiento de una nueva clase explotadora a partir de la burocracia fascista bonapartista. Esto sería, de acuerdo a todos los indicios, un régimen de decadencia, que marcaría el eclipse de la civilización.21
En las discusiones sobre el programa también expone esta perspectiva:
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… esta sociedad ha agotado totalmente sus posibilidades internas y debe ser reemplazada por una nueva sociedad o la vieja sociedad irá a la barbarie, tal como sucedió con la civilización de Grecia y Roma, porque ellas habían agotado sus posibilidades y ninguna clase las pudo reemplazar.22
Es importante señalar que la «barbarie» a la que se refiere Trotski no es de la misma naturaleza que la «barbarie» a la que muchas veces aludieron Marx, Engels o Lenin en sus denuncias del capitalismo. Estos se referían a la barbarie capitalista, esto es, a la barbarie que acompaña el desarrollo de la producción basada en la explotación del trabajo asalariado. Trotski, por el contrario, alude a un régimen distinto y regresivo con respecto al capitalismo, en el que se desvanecería la posibilidad misma del socialismo, dada la decadencia de la clase obrera y el retroceso, en términos absolutos y a largo plazo, de la producción. De cumplirse este escenario, una futura sociedad comunista estaría In Defense of Marxism, Londres, New Park, 1971, p.10. Trotski, «More Discussion on the Transitional Program» en Writings 1938-39, Nueva York, Pathfinder, p.51. 21 22
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condenada a repartir miseria y a recrear la podredumbre de la burocracia. Trotski no sólo entrevió esa futura sociedad como burocrática, totalitaria y esclavista23, sino también diagnosticó que ya se estaban debilitando las posibilidades materiales y sociales para la revolución y la construcción del socialismo; en el PT afirma que «las condiciones objetivas de la revolución proletaria (…) han comenzado a descomponerse, y que sin revolución social «en un próximo período histórico» sobrevendría el nuevo régimen bárbaro24. Esta perspectiva abría, entonces, un cauce de análisis y de política muy distinto al desarrollado por el marxismo tradicional. Es que, de efectivizarse el escenario de la barbarie, la política revolucionaria sólo se podría sustentar en la comparación entre lo que el mundo devenía –la barbarie- y lo que «debía ser» –el comunismo-. Con lo que entraríamos en el terreno de los imperativos morales, porque ya no habría manera de encontrar en el presente la palanca social para revolucionarlo ni la «prefiguración» del futuro. Aunque Trotski no explora las consecuencias teóricas de su tesis, esta cuestión incidirá en la coherencia interna de su estrategia y, por supuesto, en el PT. Por otra parte, si bien en algunos pasajes de su obra Trotski contempló una eventual recomposición del capitalismo25, sólo lo hizo En In Defense…, op.cit., p.11. Esta tesis general también la aplicaba Trotski a casos particulares. Por ejemplo, en 1940, discutiendo acerca de la derrota del proletariado español, sostiene que «no existe ninguna razón para contar con la expectativa de condiciones más favorables», ya que «el capitalismo ha dejado de progresar, el proletariado ya no aumenta numéricamente, sino que al contrario, lo que aumenta es el ejército de parados…». Ver «Clase, partido y dirección: ¿por qué ha sido vencido el proletariado español (cuestiones de teoría marxista)», en España, última advertencia, Barcelona, Fontamara, 1979, p.138. 25 Mandel los cita para demostrar que Trotski nunca defendió una tesis del estancamiento definitivo del capitalismo. Véase Mandel, El capitalismo tardío, México, Era, 1979, pp.123 y ss. 26 Trotski estaba convencido de que si el capitalismo no hubiera agotado sus posibilidades de desarrollo, la toma del poder en Rusia habría sido un error, y el destino de la URSS estaría sellado. En 1925 plantea que si el capitalismo experimentara un nuevo y poderoso crecimiento, significaría que «hemos cometido un error en la evaluación fundamental de la historia» (ver Towards Socialismo or Capitalism, Londres, 1976. P.60). Señalemos también que Lenin dirigió la toma del poder sin adherir jamás a la idea de que el capitalismo ya estaba imposibilitado de seguir desarrollando las fuerzas productivas en Rusia; su tesis del «eslabón más débil de la cadena imperialista» como lugar de emergencia de la situación revolucionaria, apuntaba en el sentido de agudización de las contradicciones, provocada por la guerra y el desarrollo de las tendencias capitalistas, y no por un aletargamiento crónico de la acumulación. 23 24
para destacar que en ese caso la URSS caería irremediablemente.26 Nunca analizó seriamente las posibilidades concretas de recuperación del capitalismo. Quizás a esto contribuyó el razonamiento circularmente vicioso con el que «probaba» el estancamiento y la necesidad de la revolución: el capitalismo estaba agotado porque la revolución rusa había triunfado, y la revolución rusa había triunfado porque el capitalismo estaba agotado. En la medida en que el «Estado obrero burocratizado» subsistiera, no había nada más que demostrar. Accesoriamente los éxitos –aparentes o reales– de la economía soviética y la Gran Depresión reforzaban su tesis. De todas maneras, causa extrañeza la poca fundamentación que proporcionó para sostener que, a partir de 1914, el capitalismo debería estancarse. Hasta donde alcanza nuestro conocimiento, en el único lugar donde aduce algunas razones para justificar esa necesidad es en su «Introducción» al Pensamiento vivo de Marx, de 1939, cuando sostiene que, siendo la competencia «el resorte principal del progreso capitalista», su anulación por la acción de los monopolios implica el «comienzo de la desintegración de la sociedad» 27. Pocas páginas después, sin embargo, admite que el monopolio no había suprimido la competencia; con lo cual su explicación parece derrumbarse. Pero Trotski no examina la contradicción que ha introducido en su razonamiento, y finalmente hace prevalecer la noción de que la ley del valor ya no gobierna el capitalismo: «la ley del valor se niega a prestar más servicios», de manera que «el progreso humano se ha detenido en un callejón sin salida»28. En todo el trabajo no hace referencia a la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, que es no sólo la ley más importante para explicar la crisis, sino que también la que da la clave de por qué no hay un estancamiento final y puramente económico del capitalismo29.
El pensamiento vivo de Marx, México, Losada, 1984, pp. 15-16. Ibídem, p.32. 29 En esto Trotski sigue las «generales de la ley» del marxismo de principio de siglo [XX], que no elaboró una teoría de la crisis tomando como eje esta importante ley, descubierta por Marx. Habría que esperar a que Henry Grossman la rescatara en su obra La ley de la acumulación y del derrumbe capitalista, de 1929. Es sintomático que Trotski no prestara atención a este trabajo que, a pesar de formulaciones mecanicistas, ubicaba la discusión en un plano muy superior a lo elaborado hasta entonces por los seguidores de Marx sobre las crisis. Esta falencia de Trotski se relaciona también con problemas «de arrastre» del marxismo de la Segunda Internacional, que heredó en buena medida el trotskismo. 27 28
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Pero la tesis de la anulación de la ley del valor tenía serias consecuencias para el análisis, ya que en ese caso la dinámica del capitalismo dejaba de estar por fuera del gobierno de los seres humanos (tal como se desprende de la teoría de Marx sobre el fetichismo) para pasar a estar en manos de un grupo de grandes empresas30. Con lo cual se cae, casi indefectiblemente, en las explicaciones «conspirativas» sobre las crisis o las calamidades que acarrea el capital a las masas. Es lo que sucede con el PT, cuando en un pasaje escueto, pero altamente significativo, afirma que: [Los bancos] Organizan milagros de técnica […] organizan también la vida cara, las crisis y la desocupación.31
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Una tesis no sólo subjetivista y absurda –¿cómo se puede sostener que la crisis del treinta fue «organizada»?–, sino también contradictoria con la visión de la «crisis sin salida», porque si los bancos organizan la inflación y las crisis, no se entiende por qué el capitalismo estaría condenado a vivir en crisis permanente. Desarrollados en esta lógica, muchos otros argumentos económicos se mueven en el mismo plano de subjetivismo. Por ejemplo, la carestía de las mercancías o la desocupación ya no serían las consecuencias de las tendencias objetivas del sistema, sino de las maniobras urdidas por algunos empresarios; tendencias que se podrían contrarrestar mediante una adecuada correlación de fuerzas. El PT afirma: Los campesinos, los artesanos y los comerciantes, […] en su condición de consumidores, deben tomar una participación activa, junto a los obreros, en la política de los precios…
Y sobre la desocupación, que su desaparición …es una cuestión de relación de fuerzas que sólo puede ser resuelta por la lucha… Al plantear la anulación de la ley del valor por el monopolio Trotski se inscribía en una línea de ideas que había iniciado trabajos como los de Hilferding, sobre la preeminencia del monopolio y del capital financiero, y que gozaban entonces de gran aceptación en la izquierda, no sólo marxista, sino también progresista en general. 31 En la versión inglesa, en lugar de «organizar la vida cara» se lee: «organizar los precios altos». 30
Pero, en la medida en que la producción se asienta en la propiedad privada, no se puede eludir la sanción del mercado sobre el trabajo invertido en la producción de las mercancías y, por eso, no es posible «gobernar» los precios con juntas de consumidores o productores, como pretende el PT.32 También la desocupación es eliminable –máxime en una coyuntura de crisis grave como la de los treinta– mediante una mera «correlación de fuerzas sociales». Si lo fuera, sería factible imponer, en los marcos de la propiedad privada capitalista, una solución progresista y duradera a los sufrimientos que provoca el sistema. Una postura que rechaza, con razón, el mismo PT. De esta forma, a la par que establece, de manera casi fatalista, la tesis del estancamiento, el texto fundacional de la CI deja abierta la puerta a interpretaciones subjetivistas de la crisis y del capitalismo. En el plano político, esta dicotomía se expresará en que, por un lado, afirmará que el sistema ya no puede conceder la más elemental demanda democrática o económica a las masas y, por otra parte, dará a entender que se le pueden imponer reformas profundas con una correlación de fuerzas favorable a las masas populares.
2. Lucha de clases e ideología La tesis recién analizada sobre el estancamiento definitivo del capitalismo conecta con otras varias ideas teórico-políticas, que de conjunto hacen una trampa compacta de pensamiento. Dado que sólo por necesidades expositivas vamos a examinarlas y criticarlas por separado, deberá tenerse presente en lo que sigue que cada una de ellas está en íntima relación con las otras, y todas con la idea de estancamiento. Comenzamos con la noción de que toda lucha por demandas mínimas debe llevar a la lucha por el poder. Dice el PT: …cualquier reivindicación seria del proletariado y hasta cualquier reivindicación progresiva de la pequeña burguesía, conducen inevitablemente más allá de los límites de la propiedad capitalista y del Estado burgués.
Incluso después de la revolución, y a pesar de disponer de todas las palancas de poder, el control de los precios es un tema complejo, en el que es necesario avanzar muy lentamente; como por otra parte lo entendieron los bolcheviques después de la desastrosa experiencia del «comunismo de guerra». 32
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Por supuesto, concordamos en que, durante las crisis, la burguesía busca aumentar la explotación y que esto genera miseria, represión, y guerras contra los pueblos o entre las burguesías. Pero de allí hay un paso muy grande a sostener que la clase dominante ha perdido toda capacidad de maniobra. Con razón, a comienzos de los años veinte – o sea, en otro período de intensa crisis– Lenin alertaba sobre que la burguesía podía «adormecer» a algunos explotados «con la ayuda de pequeñas concesiones» a la par que reprimía la revolución33; y en una coyuntura como la Primer Guerra había destacado los efectos de las «considerables limosnas a los obreros obedientes bajo la forma de reformas sociales» del ministro inglés Lloyd George y su influencia entre las masas34. El propio Trotski había polemizado con los stalinistas, en los veinte, cuando éstos negaban todo efecto a las políticas reformistas. Sin embargo, hacia el final de su vida afirma, con carácter de tesis general, que el capitalismo no daría concesiones. Una tesis que era difícil de encajar con desarrollos particulares importantes, entre ellos, las reformas de Roosvelt en Estados Unidos35. Es significativo al respecto que en una artículo de 1937, polémico contras los ultraizquierdistas, Trotski reconozca que la imposibilidad de mejoras no era absoluta («sólo debe comprenderse en un sentido histórico»). Sin embargo, a renglón seguido sostiene que si la burguesía (francesa) otorgaba algo con una mano, lo quitaba con la otra, obligando a los Lenin, «Informe sobre la situación internacional y las tareas fundamentales de la Internacional Comunista», al II Congreso de la IC. Sus afirmaciones de entonces sobre la «agonía mortal» del capitalismo se vinculaban a la perspectiva del triunfo de la revolución socialista, a la acción consciente y revolucionaria de las masas. Remitimos al respecto a los trabajos de Giuseppe Vacca, Aldo Natoli y Sergio Bologna, reunidos en La crisis del capitalismo en los años ’20, México, Cuadernos de Pasado y Presente, 1978. 34 «El imperialismo y la división del socialismo» citado por Giuseppe Vacca en «Lenin y Occidente», en La crisis del capitalismo…, op.cit., p.45. 35 Aunque la recuperación de Estados Unidos a partir de 1933, y especialmente después de la recesión de 1938, tuvo causas «objetivas» (en ausencia de respuestas revolucionarias de la clase obrera), las medidas tomadas por Roosvelt tuvieron una incidencia no despreciable. En 1933 se estableció el sostén de los precios agrícolas, se fijaron precios mínimos para la producción industrial, se estableció el salario mínimo. Luego, en 1934, la devaluación del dólar ayudó al despegue. En 1935 se toman más medidas de relanzamiento de la economía (lo que se conoce como «segundo New Deal»). Además de no prestar la necesaria atención a estos hechos, Trotski en general no tomará en cuenta las implicaciones de los métodos fordistas de producción y los aumentos salariales que los acompañaban. 33
trabajadores a reiniciar la lucha36. En el PT sostendrá esta idea caso con las mismas palabras, pero con carácter general; la burguesía, dice, «retoma con la mano derecha el doble de lo que pudiera dar con la izquierda». Pero ante la realidad de las reformas de Estados Unidos, en un escrito posterior argumentará que las concesiones, lejos de apaciguar las luchas, las radicalizarían. Estas tensiones son reveladoras de un problema de método que está presente en prácticamente toda la obra de Trotski y sobre el que volveremos a lo largo de nuestro trabajo porque es clave para la superación de muchos errores teóricos y políticos de la CI. Apoyándonos en la dialéctica hegeliana del concepto, diremos que se trata del desgarramiento entre las leyes «universales» (que Trotski a veces llama «leyes histórico-sociales»), por un lado, y los desarrollos particulares y singulares. Así hay un «salto» entre su tesis general sobre la imposibilidad de la burguesía de otorgar concesiones, y las concesiones en concreto que realizaba la burguesía de Estados Unidos, o de otros países. El mismo desgarramiento lo veremos entre su tesis de la quiebra de las democracias (también consideradas por Trotski «ley histórico-social») y la fortaleza de democracias particulares. Y por supuesto, se continuará en las afirmaciones de la CI sobre la continua «decadencia de las fuerzas productivas», tesis «general histórica» en la que no será posible encajar los desarrollos «reales y concretos» de las economías de la posguerra. En todos los casos, esas pretendidas leyes generales se transforman en «universales abstractos»; «abstractos» porque a ellos se llega negando los particulares, obviando los desarrollos concretos, específicos, los singulares. Cada desarrollo económico particular, cada política de concesiones, cada demostración de fortaleza de la democracia burguesa, no se pone en consonancia con las proclamadas «leyes generales». Por eso se pierde de vista aquello en que insistía Hegel (y que sería vital en el método de Marx), que el universal sólo existe y se realiza a través de los particulares y singulares, y recíprocamente, que éstos existen por y a través de los universales (de las tendencias generales). Cuando se establece esta conexión dialéctica, se llega al «universal concreto», esto es, aquél que comprende en sí toda la riqueza de los particulares y singulares. Al no elevarse a este Ver artículo «Los ultraizquierdistas en general y los incurables en particular. Algunas consideraciones teóricas», de 1937, reproducido en España, última advertencia, op.cit. 36
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plano, el PT se quedará en postulados que terminan siendo invulnerables a los desarrollos reales, porque los militantes siempre tendrán a mano el recurso de afirmar su validez «oculta y sustancial», por fuera y por encima de cualquier hecho que los contradiga.37 Las abstracciones anteriores se refuerzan por la tendencia de Trotski a olvidar que la burguesía también domina y maniobra con la fuerza de las ideologías. A pesar de su importancia, cuestiones tales como la influencia ideológica de la burguesía, la introyección de sus esquemas de dominación en la consciencia de los explotados, los discursos dominantes y su articulación con el fetichismo de las relaciones del mercado, están prácticamente ausentes como problemáticas a enfrentar por los revolucionarios. Las ilusiones democráticas casi no reciben tratamiento en el PT; apenas son mencionadas en relación a los países atrasados, donde además serían superadas dada la «incapacidad» de las burguesías para cumplir con las tareas democrático-burguesas. Con relación a los países adelantados democráticos el texto casi no dice palabra. En las pocas ocasiones en que menciona la cuestión, da a entender que los trabajadores norteamericanos están a punto de superar la democracia burguesa; así, cuando se refiere a la consigna de referéndum frente a la guerra, sostiene «esta reivindicación refleja la desconfianza de los obreros y campesinos por el gobierno y el parlamento de la burguesía». En las discusiones sobre cómo aplicar el PT en Estados Unidos, Trotski no propone ninguna política específica en relación a la democracia. Cuando analiza una eventual generalización de la consigna de partido obrero, sólo prevé que la burguesía respondería con las bandas fascistas; no se le ocurre que podría «socialdemocratizar» política e ideológicamente al futuro partido de los trabajadores. 38 Trotski pareciera representarse la conciencia obrera encerrada en una «campana de vacío ideológico», apta para recibir consignas a la manera en que lo hacía la mente «tabla rasa» postulada por el empirismo más crudo. Además, es sintomático que apenas preste atención a los efectos sobre las conciencias de las experiencias de la URSS y del nazismo, que potenciaban el discurso apologético de la democracia capitalista. Algunos lectores pueden argumentar que estamos tomando ejemplos aislados y que es abusivo generalizarlos. Sin embargo, se trata de En todo esto nos guiamos por la doctrina del concepto de Hegel; ver Ciencia de la lógica, Buenos Aires, Solar-Hachette, 1968, pp. 531-549. 38 Ver «Discussion…», op.cit., p.44. 37
ideas de larga data en Trotski que nunca fueron cuestionadas por la CI. Por ejemplo, en 1908 (en un texto muy citado en la literatura trotskista) el futuro fundador de la CI había sostenido que «el proletariado [ruso] no ha heredado nada de la sociedad burguesa desde el punto de vista de la cultura política»39. Minusvaloraba así la influencia del partido Demócrata Constitucional, no sólo sobre las masas en general, sino también sobre el movimiento socialista (después de todo el menchevismo fue una expresión de ella). En otro artículo de la misma época planteaba que las «multitudes, precisamente porque son ‘oscuras’, porque les falta instrucción, no saben nada de posibilismos» y que «las masas no se interesan más que por los extremos» 40 . Veinte años después sostenía que los obreros norteamericanos eran «empíricos» (¿y sus convicciones ideológicas arraigadas?), que había que ayudarlos a superar su «atraso» con respecto a las condiciones sociales, y que si no aceptaban las consignas de los revolucionarios, se verían obligados a aceptar el programa del fascismo.41 En lugar de las «masas oscuras» de 1908 encontramos las «masas empíricas» o «inmaduras» y en lugar del «sólo les interesan los extremos», el «sólo las puede influir el fascismo o el marxismo»; cambian las formulaciones, pero las premisas analíticas siguen vigentes. En su razonamiento –que se mueva dentro de la alternativa dual y «de hierro» de «A o B»- desaparecen la democracia norteamericana y las ilusiones que generaban los planes y promesas de Roosevelt. Estos enfoques se suman a la idea de que la movilización de masas tiende a superar todos los obstáculos políticos e ideológicos. También aquí estamos ante consignas del pensamiento de Trotski, que han sido legadas al movimiento trotskista. Ya en su obra juvenil de polémica contra Lenin, Nuestras tareas políticas, había exaltado las tácticas movilizadoras, único medio a través del cual, sostenía, los obreros avanzarían. En un texto posterior, sostiene que la misión de los revolucionarios «es precisar, depurar y generalizar» lo que está implícito en la lucha cotidiana de las masas. 42 La cuestión sería «empalmar», con sus consignas y tácticas, para fecundar un «El proletariado y la revolución rusa», en 1905, Resultados y perspectivas, París, Ruedo Ibérico, 1971, t.2, p.122, énfasis agregado. 40 «Nuestras diferencias», en 1905…, op.cit., t.2, p.129. 41 «Discussion…», op.cit., p.44. 42 En «Nuestras diferencias», en 1905…, op.cit., t.2, p.129. 39
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movimiento que objetivamente apuntaría en la dirección revolucionaria. La idea de «fecundar» el movimiento en marchas se repite a lo largo de la obra de Trotski, incluido el PT. En este plano absolutiza un elemento necesario, que es lo espontáneo e «instintivo» del movimiento (que Lenin destaca repetidas veces en sus escritos), pero no suficiente para la toma de conciencia socialista. Aún sus análisis más ricos y dinámicos padecen por la falta del tratamiento de la ideología de masas, y por eso también están impregnados de un marcado sesgo a visualizar un desarrollo lineal y casi sin obstáculos de la lucha. Por caso, su discusión sobre el movimiento francés de ocupación de fábricas de 1936, bajo el gobierno del Frente Popular es característico. Trotski sostiene que la ola de huelgas «ha empujado a los obreros más inteligentes y valientes al frente», que «a ellos pertenece la iniciativa»; que la clase «ha comenzado con su automovilización» y los éxitos obtenidos no podrían dejar de elevar la «auto confianza de las masas a un grado extraordinario»; que además ya se habían creado los cuadros locales y regionales, formándose el embrión de una «dirección revolucionaria»; que a pesar de que la vieja cáscara organizativa no había sido desechada, «bajo . . . ella ya se ve la nueva piel». Por eso vendría una inevitable «segunda ola de luchas», menos pacífica y profunda, en la cual las masas, 100 sintiendo el acoso del enemigo y «la confusión e indecisión de la dirección oficial» del movimiento, «sentirán la apremiante necesidad de un programa, de una organización, de un plan y de un staff»43. Cuando leemos entusiasmados esta descripción, las dificultades reales del avance de la conciencia y de la lucha parecen disiparse, barridas por el todopoderoso movimiento. La influencia ideológica burguesa, los peligros de su incidencia y del extravío del movimiento, de su empantamiento, se han evaporado. Las direcciones sólo demostrarían «confusión e indecisión» y las masas la necesidad de cambiarlas. Algo parecido puede advertirse en su especulación sobre cómo evolucionaría una lucha desde el control de la producción de a planes obreros nacionales en Alemania, en 1932 (ver infra). Lo anterior explica que en los años treinta sostuviera que el pequeño grupo de revolucionarios debía dirigirse a los trabajadores para movilizar con «propuestas prácticas y consignas prácticas», porque «la única manera de convencer a las amplias masas de la
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Whiter France?, Nueva York, New Park, 1974, pp. 134-5.
corrección de nuestras ideas es en la acción»44. Estos enfoques se plasman en el PT; allí sostiene que los obstáculos para el avance de la conciencia son la «confusión y descorazonamiento de la vieja dirección» y la «falta de experiencia» de las capas jóvenes del proletariado y su vanguardia. Ausente la cuestión de las ideologías burguesas, siempre aflora la idea de que todo obstáculo se superará con la movilización, de que la cuestión es lanzar consignas para que «prendan como fuego en pradera seca». De aquí que haya una sobrevaloración de las virtudes de la agitación movilizadora y una minusvaloración del rol de la propaganda y del trabajo sobre la vanguardia. La vieja combinación de la lucha política e ideológica, que habían recomendado Engels y Lenin, entre otros, desaparece de su campo visual. Es cierto que cuando discute sobre la clase obrera europea Trotski presta atención a la ideología stalinista, y en alguna medida a la socialdemócrata (lo que lo lleva a escribir muchas de sus mejores obras). Pero también aquí pasa por alto la incidencia de la ideología democrática burguesa en general. Y además, minusvalora la influencia de la ideología socialdemócrata e incluso la del stalinismo, a pesar de denunciar correctamente su incidencia en las derrotas de los veinte y . . . los treinta. Por ejemplo, en un pasaje del PT afirma que «los Frentes 101 Populares… desde el punto de vista histórico… son una ficción», y que «cualquiera sea la diversidad de métodos de los social traidores» –léase Blum, Stalin- no lograrán quebrar la voluntad revolucionaria del proletariado». Y en otra parte llega a decir que: Los obreros avanzados de todo el mundo ya saben que la derrota de Hitler y Mussolini se logrará bajos las banderas de la Cuarta Internacional (énfasis agregado45).
Pero entonces habría desaparecido la influencia ideológica del stalinismo, la democracia burguesa o la socialdemocracia entre los obreros de vanguardia; lo cual era manifiestamente falso. La minusvaloración del peso de las corrientes democráticas burguesas también lo lleva a formular una previsión infantilmente optimista sobre cómo se desarrollaría un ascenso revolucionario en «Tasks of the ICL» en Writings of Leon Trotski (supplement 1934-40), Londres, 1979, pp.510-11. 45 Esta frase no figura en la edición castellana que hemos utilizado. Pero sí en la inglesa, que se hizo según las revisiones finales de Trotski. 44
Alemania. Sostiene –en el PT– que antes de que se convocara una Asamblea Constituyente, Alemania se poblaría de soviets, y que los líderes reformistas no tendrían posibilidad de dirigir el ascenso antifascista. Ninguna de estas previsiones fue examinada por la CI en lo que hace a sus implicancias y raíces teóricas.
3. Sobre las luchas y la crisis de la democracia A las ideas antes expuestas se suma la noción de que existiría una relación lineal entre el sufrimiento de las masas y los combates. Si bien en escritos específicos –como las críticas a la política del stalinismo en China- Trotski había señalado que no toda crisis generaba una ofensiva revolucionaria, en el programa afirma que: … la agudización de la crisis social aumentará no solamente el sufrimiento de las masas sino también su impaciencia, su firmeza y su espíritu de ofensiva.46
De ahí que pensara que, a pesar de las derrotas de los veinte y de los treinta, las masas se recuperaban rápidamente en casi todo el mundo. . . . En pasajes notables por su exaltación, en el PT sostiene que «la lucha 102 de clases no tolera interrupciones»; que «… la crisis actual puede exacerbar extremadamente la marcha de la lucha de clases y precipitar el desenlace»; y que «… en la época actual la lucha de clases infaliblemente tiende a transformarse en guerra civil» (énfasis agregado). Refiriéndose a los comités de fábrica, afirma que una ola de ocupaciones de empresas «se ha desencadenado en algunos países», y agrega: Nuevas olas de ese género son inevitables en un porvenir próximo» (énfasis agregado).
Esto explica su caracterización exitista del nivel de la ofensiva de las masas. En el primer capítulo sostiene que: En todos los países el proletariado está sobrecogido por una profunda inquietud. Grandes masas de millones de hombres A continuación de este pasaje pronostica que a medida que aumenten los sufrimientos, millones de necesitados comenzarán a presionar al reformismo, los desocupados se pondrán en movimiento y los campesinos arruinados buscarán una nueva dirección. 46
vienen incesantemente al movimiento revolucionario. [énfasis agregado]
Pero además pensaba que no sólo los padecimientos y las crisis empujarían al combate, sino también las concesiones. Así, en 1939, afirma que las reformas del New Deal, lejos de apaciguar la situación, radicalizarían a las masas.47 El planteo nos parece globalmente insostenible. No sólo porque en el caso particular de Estados Unidos las concesiones del gobierno, combinadas con la fortaleza de la ideología democrática, tenían efectos estabilizadores sobre la combatividad sindical de los trabajadores, sino también, y más importante, porque no siempre las crisis y los sufrimientos inducen a las masas al combate de clases. Más bien muchas veces sucede lo contrario, cunde la desesperanza, la descomposición social, el temor a la desocupación, la disgregación. Por otro lado, no es cierto que en 1938 «millones de hombres» afluyeran «incesantemente» al campo revolucionario. La revolución española estaba en retroceso, el Frente Popular francés había conducido a la desmoralización, los obreros italianos, alemanes y de buena parte del centro de Europa sufrían el fascismo y el nazismo; y en la URSS avanzaba la ofensiva contra los revolucionarios de Octubre. . . . Trotski era consciente de la gravedad del cuadro. En el PT hay repetidas 103 menciones a la desmoralización de la vanguardia y a «las trágicas derrotas que el proletariado mundial viene sufriendo desde hace una larga serie de años»; también afirma que entre los obreros de vanguardia «hay no pocos fatigados y decepcionados» y que la CI surgía «de las más grandes derrotas que el proletariado registra en su historia». Pero el esquema de «más sufrimiento, más luchas», en ausencia de capacidad de la burguesía para dar salidas, lo empujaba a la conclusión de que esas heridas cicatrizarían rápidamente, que el nuevo ascenso ya estaba en marcha y que la guerra lo catalizaría hacia un levantamiento revolucionario. Seguramente también contribuían a su optimismo los antecedentes históricos. La guerra franco-prusiana de 1870 había «…puede predecirse con toda seguridad que el New Deal y la política de «Buena Vecindad», que no solucionaron nada ni dejaron conforme a nadie, sólo elevaron las necesidades y el espíritu combativo del proletariado norteamericano y de los pueblos latinoamericanos». En «La ignorancia no es una herramienta revolucionaria» del 30 de enero de 1939, reproducido en Sobre la liberación nacional, Bogotá, Pluma, 1976, p.98. 47
terminado en la Comuna de París; la ruso-japonesa en la revolución de 1905 y la Primera Guerra Mundial en el Octubre ruso e intentos insurreccionalistas en otros países. Sin embargo, por encima de esto, parece ser decisivo para su razonamiento la visión de una clase obrera azuzada por la crisis a lanzarse a la ofensiva, en el marco de la completa incapacidad de la clase dominante para maniobrar o conceder la más mínima reivindicación. Tal vez sea en la descripción de la situación alemana donde este rasgo resalte con mayor nitidez. A pesar de reconocer que la oposición en Alemania –en 1938- era «pequeña», que el proletariado había «perdido la fe en todo lo que estaba habituado a creer», el PT termina afirmando que «el descontento de las masas es mayor que nunca», que «jóvenes generaciones se levantan», que «la preparación molecular de la revolución está en marcha», y que «centenares y miles de abnegados obreros continúan, a pesar de todo, llevando a cabo un trabajo molecular revolucionario»48. En definitiva, hubo derrota, pero ésta parece superarse tan rápidamente, que el proceso revolucionario aparenta no tener casi interrupciones. Todas estas ideas se combinan y desembocan en la tesis, ya mencionada, de que las democracias están «históricamente . . . liquidadas». El PT sostiene que las democracias de los países adelantados sólo sobreviven «a cuenta de la acumulación anterior»; 104 que el «New Deal» del gobierno de Roosevelt «sólo representa una forma particular de confusión», y que la «putrefacción» de todas las democracias continuará profundizándose, irremediablemente. Con lo cual la democracia burguesa no tendría ninguna posibilidad de afirmarse ni siquiera en el país capitalista más poderoso del planeta. Con carácter más general, en las discusiones sobre el programa explica: la burguesía no tiene otra solución que el fascismo, y la profundización de la crisis va a forzar a la burguesía a abolir los remanentes de la democracia y a reemplazarlos por el fascismo49 [énfasis agregado].
El método abstracto de análisis se evidencia también en estos pronósticos, porque Trotski extrapolaba linealmente una tendencia de la realidad mundial de la pre guerra, sin analizar otras mediaciones Hemos modificado ligeramente la traducción castellana, de acuerdo a la inglesa. En la edición castellana, en lugar de «cientos y miles» se lee «cientos de miles». 49 «Discussion…», op.cit., p.43. 48
que obraban en sentido contrario. Trotski «ve» que un sector de la burguesía mundial responde al ascenso revolucionario desatado en 1917 con el fascismo y el nazismo, esto es, con la guerra civil contra la clase obrera. Es lo que sucede en Italia, Alemania, en buena parte del centro de Europa, en Japón (aunque en un grado menor) y lo que intentan sectores de la burguesía en Francia, Inglaterra y otros países. Pero ésta no era la única política frente a la revolución, porque también estaban presentes la negociación, la democracia burguesa, las semi concesiones –combinada con la represión-, que ponían en práctica los gobiernos de Estados Unidos y de otros países adelantados. Lejos del hundimiento inminente del que hablaba Trotski en el PT, la democracia norteamericana se había mostrado ya en los treinta como una formidable contención a la difusión de las ideas del comunismo y luego se revelaría como una palanca movilizadora de masas hacia la guerra. Por otro lado, el gaullismo, el reformismo burgués inglés (con sus promesas de la «Nueva Jerusalén»), la Segunda Internacional y muchas otras corrientes políticas, incluidas las stalinistas europeas, se nutrirían, hacia el final de la guerra, de aquella democracia burguesa que el movimiento trotskista había dado por acabada. Además, este enfoque llevaría a Trotski a plantear perspectivas . . . que, para decirlo de manera suave, encerraban el peligro de planteos 105 oportunistas. Convencido de que una victoria de las «democracias decadentes» sobre Alemania e Italia no podría liquidar el fascismo «ni siquiera por un período limitado», llegó a sostener que: si hubiera algún fundamento para creer que una nueva victoria [de la Entente] pudiera obrar resultados tan milagrosos, esto es, contra las leyes socio-históricas, entonces es necesario no sólo «desear» esta victoria sino también hacer todo lo posible para que se produzca. En este caso los social-patriotas anglo franceses estarían en lo correcto. 50
Es significativo que Trotski cometiera estos errores siendo que en los años veinte había polemizado con los stalinistas porque éstos no veían la importancia que podían adquirir los gobiernos reformistas y las vías democrático pacifistas en Europa51. También Lenin había insistido, «A Step towards Social-Patriotism», en Writtings 1938-39, p.24. Ver su crítica al Quinto Congreso de la Internacional Comunista, en Stalin, el gran organizador de derrotas, Buenos Aires, Yunque, 1974, pp.166 y ss. 50 51
en plena crisis revolucionaria, que la burguesía no tenía sólo un método –la represión– para frenar la revolución, sino dos, porque contaba el «engaño organizado» (ver infra). Y en 1919 (coyuntura de crisis mundial extrema) explicaba que aún los países atrasados desarrollaban tendencias hacia las democracias burguesas.52 Hacia el final de su vida Trotski parece olvidarse de estos criterios cuidadosos –que hacen a la consideración de todas las determinaciones que concurren a la conformación de una coyuntura política– para sostener, con el carácter de «ley socio-histórica», la tesis de la quiebra definitiva de la democracia. A esto lo llevaba el conjunto de ideas que había desplegado sobre las crisis y la lucha de clases, y su absolutización vacía. Pero con ello se deslizaba, nueva y pendularmente, al resbaladizo terreno del fatalismo.
4. Fatalismo y subjetivismo extremos Michael Löwy ha sostenido que con su pronóstico alternativo – »socialismo o barbarie»– Trotski había dejado atrás las posturas fatalistas sobre la «marcha de la humanidad hacia el socialismo» de . . . la Segunda Internacional. Löwy explica que Trotski –como Rosa 106 Luxemburgo– tuvo aquella posición en su juventud, pero que la habría superado a partir de la Primera Guerra, cuando planteó la cuestión en términos de «guerra permanente o revolución proletaria». Con esto, sigue Löwy, Trotski hacía intervenir un factor subjetivo, «su autonomía parcial, su especificidad, su lógica interna y eficacia propia»53, y daba una muestra de comprensión dialéctica, crítica del fatalismo mecanicista que luego reinaría en el movimiento comunista burocratizado. La interpretación de Löwy es compartida por casi toda la militancia trotskista. Sin embargo, la cuestión no nos parece tan sencilla ni lineal como pretenden Löwy y los militantes trotskistas. Por empezar, la misma forma de plantear la alternativa «socialismo o barbarie» no demuestra una comprensión dialéctica, porque formulada como «ley de hierro» –o bien A o bien B, no hay posibilidad de capitalismo– y sin fundamento teórico, se revela como una forma del mecanicismo Ver su «Discurso de apertura del VIII Congreso del PC (b)R», de marzo de 1919. Allí afirma que la inmensa mayoría de los países atrasados estaban en tránsito «de la Edad Media a la democracia burguesa». 53 Michael Löwy, Dialéctica y revolución, México, Siglo XXI, 1975, p.112. 52
objetivista. Observemos también que esto le dejaba a Trotski sólo dos opciones desde el punto de vista programático: o un programa mínimo, defensivo, para una sociedad burocrática de esclavos; o un programa para una ofensiva inminente y revolucionaria de las masas. Pero, además, y contra lo que dice Löwy, es un hecho que Trotski sostuvo hasta el final de su vida el enfoque fatalista. No tanto porque haya mantenido –de manera paralela a su planteo alternativo– la tesis que critica Löwy, de la inevitabilidad del socialismo, sino también, y principalmente, porque en el PT apela a la existencia de leyes generales de la historia y de un movimiento mecánico e ineluctable de ésta hacia el destino comunista. Dice el texto: las leyes de la historia son más poderosas que los aparatos burocráticos. […] Cada vez en mayor escala, sus esfuerzos desesperados [de los social-traidores] por detener la rueda de la historia demostrarán a las masas que las crisis de la dirección del proletariado […] sólo puede ser resuelta por la Cuarta Internacional» [énfasis agregado].
No se trata de un descuido –Trotski trabajó meses en su redacción, el PT fue estudiado y repetido durante décadas en la CI–, sino de la . . . conclusión de un «sistema» cuyos pasos teórico-políticos hemos 107 seguido hasta aquí y que podríamos ordenar según la siguiente secuencia: estancamiento de las fuerzas productivas — por lo que la democracia y la fuerza de la ideología burguesas están agotadas — por lo que toda reivindicación elemental plantea la cuestión del socialismo — por lo que habrá un impulso inevitable hacia la lucha, derivado de la crisis — y las masas movilizadas tienden a superar todos los obstáculos — con lo que «las ruedas de la historia» se imponen y el socialismo es inevitable. Por eso en la CI nunca se criticaron estas nociones. Dadas las limitaciones de nuestro trabajo, aquí sólo vamos a presentar algunas objeciones a esta concepción que debe superarse. En primer término, señalemos que la misma cuestión de la «inevitabilidad» del socialismo remite a formulaciones problemáticas del propio Marx, que luego asumirán Lenin, Trotski y otros marxistas. Todas ellas aluden a la idea de que, en un plazo más o menos mediato, las masas «deberían» tomar conciencia de la necesidad de resolver, de forma revolucionaria, las contradicciones de la sociedad capitalista.
Algunos pasajes de El Capital apuntan en esa dirección54; luego Lenin plantearía que la «inevitabilidad del socialismo» debería incorporarse al programa del bolchevismo55; y Trotski, en la «Introducción» al Pensamiento vivo de Marx, dedicó un punto a fundamentar por qué el socialismo no sólo es «posible», sino también «inevitable»56. Pensamos que se tratan de formulaciones desacertadas, por lo que encierran de mecanicismo. En todo caso lo correcto sería hablar de una «necesidad creciente» de la salida socialista, y de una posibilidad material y social también creciente. Sin embargo, aunque el planteo sobre la inevitabilidad del socialismo debe criticarse por mecanicista, no incurre en una visión teleológica de la historia, como sí sucede con las nociones de las «leyes» generales de la historia, o la «rueda» que empujaría a la humanidad hacia una meta preestablecida desde el fondo de los tiempos. Al respecto, no es casual que Marx apenas se haya referido a supuestas «leyes de la historia». A lo sumo habló de una tendencia al desarrollo de las fuerzas productivas a través de una sucesión de formaciones sociales57, rechazando la idea de leyes «supra históricas»58. En diversos pasajes de su obra aludió a algunas constantes de la producción y la . . . tendencia de los seres humanos a librarse de las constricciones emanadas de sus necesidades naturales, pero era consciente de que 108 esos «universales» sólo actúan a través de leyes específicas a los modos de producción. Así, por ejemplo, en el capitalismo encontramos las leyes del valor, de la circulación, de la reproducción ampliada, y otras, ninguna de las cuales opera de manera fatalista. Lenin también criticó En el «Postfacio» a la segunda edición Marx habla de un nuevo orden social hacia el cual el existente «tiene inevitablemente que derivar», tengan o no conciencia de ello los hombres. 55 Ver las discusiones en el octavo Congreso del partido Comunista ruso. 56 Op. Cit., p.42. Trotski cita a Marx cuando éste habla –en El Capital- de la agudización de la contradicción entre la centralización de la propiedad del capital y la socialización del trabajo, y de su incompatibilidad de las relaciones capitalistas. A partir de allí insiste en su tesis sobre la imposibilidad absoluta de un ulterior desarrollo de las fuerzas productivas. 57 Ver Vadée, Marx, penseur du possible, París, Meridiens Klincksieck, 1992, p.235. 58 En carta a Mijailovski, director de «Otiéchstviennie Zapiski», Marx insistirá en la necesidad de estudiar «cada una de las formas de evolución», y criticará el pretender suplir ese estudio «mediante la llave maestra universal de una teoría históricofilosófica general cuya suprema virtud consiste en ser suprahistórica» (Carta de fines de 1877, en Correspondencia de Marx y Engels, Buenos Aires, Cartago, 1973, p.291) 54
por «objetivista» la noción de «tendencias históricas insuperables»59. La idea de un finalismo de «la historia», de un «destino ineluctable», no es de Marx, sino de Kautsky, quien partiendo de una concepción darwinista y positivista afirmaba que el mundo tenía una finalidad inmanente, hacia la cual se encaminaba de modo necesario.60 Por todo esto decimos que la metáfora del PT de la «rueda de la historia», en marcha hacia su fin socialista, da una idea falsa e induce a una concepción donde la acción del ser humano se diluye (es «objetivista», diría Lenin). De las tendencias del capital deriva una necesidad creciente del socialismo –y una posibilidad material de cumplirlo–, pero nada más. Nunca debe entenderse esa necesidad como una constricción externa, operando ciegamente. Aunque Trotski, influido por Labriola, había tomado distancia desde joven con el marxismo kautskista de la Segunda Internacional61, esa superación no se apoyó en las tesis de El Capital sobre las contradicciones del desarrollo del capital y su relación con las potencialidades revolucionarias. Por lo cual la vuelta al objetivismo extremo era inevitable, ya que a partir de las premisas con que razonaba en los años treinta –degradación progresiva de la clase obrera– sólo le quedaba el recurso de la «rueda» de la historia para fundamentar . . . teóricamente el futuro de la revolución socialista. Parafraseando a 109 Marx (nota 58), podemos decir que, a falta de estudio particularizado de las contradicciones del capital, Trotski apela a una «teoría históricofilosófica general», de carácter supra histórico. Esta crítica complementa entonces lo que hemos mencionado antes sobre los «universales abstractos», las «leyes histórico-sociales», que en la obra de Trotski parecieran actuar por fuera y por encima de los desarrollos singulares. Pero además el fatalismo prepara el terreno para que se instale, paradójicamente, el subjetivismo extremo. Es que si millones de seres humanos se están volcando a la revolución, si la crisis económica es absolutamente sin salida, si la conciencia burguesa de las masas desaparece como obstáculo, es lógico concluir que el impedimento Ver «El contenido económico del populismo», en O.C., Buenos Aires, Cartago, 1969, t.1, p.418. 60 Véase Ética y concepción materialista de la historia, Córdoba, Cuadernos de Pasado y Presente, 1975. 61 Ver Brossat, El pensamiento político del joven Trotski, México, Siglo XXI, 1976, p.114. 59
para el avance del socialismo se reduce al «puñado de traidores» de la dirección del proletariado (correlato en el plano político de la economía manejada por un «puñado de poderosos»). Por eso el pasaje del PT sobre las «masas de millones» volcándose a la revolución, ya citado, concluye con esta afirmación: Grandes masas de millones de hombres vienen incesantemente al movimiento revolucionario pero siempre tropiezan en este camino con el aparato burocráticoconservador de su propia dirección [énfasis agregado].
De allí que la clave del destino humano se sintetice en la primera frase del programa: La crisis actual de la civilización humana es la crisis de la dirección del proletariado.
Un esquema interpretativo que sólo se sostiene al precio de haber reducido la cuestión de la conciencia y su relación con las acciones de las clases. Es que si bien en determinadas coyunturas las direcciones 62 . . . oportunistas enfrentaron a las bases que las desbordaban , no es cierto que las masas estén volcándose siempre a la revolución y 110 chocando con los traidores. Por el contrario –y hay que reconocerlo de una buena vez en el trotskismo–, millones de obreros y de oprimidos estuvieron convencidos de que el programa de construir el socialismo en la URSS y la estrategia de la revolución por etapas en los países capitalistas eran convenientes; otros muchos millones confiaron en la democracia burguesa y en la socialdemocracia; y otros depositaron su fe en los nacionalismos burgueses de los países atrasados. Si no se reconocen estas vinculaciones orgánicas –»necesarias», en el sentido de unidad sistemática- sólo queda concebir a las direcciones como meros «accidentes». Pero entonces habría que concluir que estamos en el terreno de lo meramente azaroso, de lo subjetivo y fortuito, de lo que Hegel llamaba la «necesidad exterior». En este respecto el PT establece una relación simplista de causa/efecto, ya que la dirección Un caso ejemplar fue el aplastamiento del proletariado por el stalinismo en 1937; es muy posible que Trotski estuviera muy influido por esta experiencia. De todas maneras, también aquí se trató de una fracción del proletariado, porque cientos de miles de obreros y campesinos estaban convencidos de las virtudes del Frente Popular. Además, los obreros anarquistas estaban imbuidos de una ideología que les prescribía «tomar el poder». 62
proletaria sería la causa del freno y la derrota de la revolución, estando dadas «todas» las condiciones «objetivas». En este punto apresurémonos a decir que nuestro propósito no es negar la intervención de elementos fortuitos en la conformación de los movimientos de masas, y de sus direcciones en particular. Ya Marx había señalado el rol que juegan las direcciones «que al principio están a la cabeza del movimiento» como uno de los tantos «accidentes» que intervienen en el curso del desarrollo, y que retardan o aceleran los procesos63. Lo contingente, lo azaroso, es un componente vital de la historia64 y del movimiento de la clase obrera. Pero así como el ser humano sabe imponer su necesidad interior al mundo exterior que lo rodea, transformándolo con su acción, también la clase obrera deberá aprender a determinarse, a dominar los elementos fortuitos, estableciendo –entre otras condiciones para su triunfo- direcciones que sean expresión y vehículo de su liberación. Una clase obrera completamente sometida a los avatares de una dirección, es una clase todavía alienada; dicho en el lenguaje de Marx, todavía es «en sí», o no plenamente «para sí»; aún debe conquistar su independencia, desarrollarse en el sentido pleno. Esto implica, parafraseando a D’Hondt , desplegarse como un «anti-azar» activo, absorbiendo las . . . causas exteriores –la corrupción de los dirigentes, las debilidades 111 subjetivas de direcciones y cuadros- que detienen o derrotan al movimiento. Creer que es posible una revolución inminente, estando la clase obrera enajenada en manos de una dirección oportunista, revela una vez más las inconsecuencias teóricas del análisis del PT. Es necesario entonces restablecer un enfoque dialéctico de las relaciones entre bases y direcciones. Estas últimas actúan sobre la clase obrera y la influencian. Tienen su propia dinámica, pero ésta es relativa65; en buena medida, están determinadas por las bases y son, La reflexión estaba ocasionada por la derrota de la Comuna de París, aunque a Marx tampoco se le ocurrió la idea de que el factor decisivo del desenlace hubiera sido la dirección de la Comuna, sino el «accidente decisivo y desfavorable» de la presencia de los prusianos en las puertas de París. Ver Carta a Kugelman, del 17 de abril de 1871, en Correspondencia, op. cit., p.256. 64 Ver D’Hont, Hegel, philosophe de l’historie vivante, París, Presses Universitaires, 1966. 65 En el trabajo ya citado, «Clase, partido y dirección…», Trotski critica a quienes consideran a las direcciones un simple reflejo de las bases. Pero tomar distancia de la idea del «reflejo mecánico» es una cosa, y otra muy distinta es terminar borrando las vinculaciones orgánicas y necesarias entre bases y direcciones. 63
hasta cierto punto, su efecto.66 El enfoque no dialéctico del PT es muy marcado en este punto. Primero, porque no pone en conexión orgánica la situación de las bases con sus direcciones, que parecen surgir de la nada. Y en segundo lugar, porque desprecia la capacidad de aprendizaje de las masas, que repetirán el proceso con los burócratas que las traicionan en sus afanes revolucionarios, sin reconocer nunca a los comunistas que les indican el camino correcto. De esta manera, el planteamiento de que la historia depende de un grupo de revolucionarios se mantiene paralelo al de la «fatalidad» del destino socialista: «la rueda de la historia». Este desgarramiento extremo entre ambos polos ha sido observado, bajo un enfoque apenas distinto al que presentamos aquí, por Bensaïd. Éste señala que en el PT existe un descuartizamiento entre, por una parte, la confianza reiterada en las leyes objetivas y las profecías catastrofistas y, por otra parte, la debilidad patética del factor subjetivo. También dice que esta disyunción se encuentra muchas veces en Mandel y concluye en que este enfoque está lleno de dificultades teóricas insuperables: Si las condiciones objetivas son tan favorables, ¿cómo explicar que ellas no hayan abierto paso, aunque fuera parcialmente, a las condiciones para la solución de la crisis subjetiva de dirección? La explicación deriva inevitablemente hacia una representación policial de la historia, atormentada por la figura recurrente de la traición, donde las ocasiones más propicias son saboteadas por las direcciones traidoras…Y si la oposición es portadora de una solución revolucionaria a la crisis de la dirección, ¿cómo explicar que no se haya obtenido más éxito, si no es por un deterioro sin esperanza de las famosas condiciones objetivas? Así planteado, el círculo de lo objetivo y de lo subjetivo es desesperadamente vicioso.67
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Sí, el círculo es «desesperadamente vicioso», y la primera condición para su superación era criticar de raíz las tesis del estancamiento crónico y definitivo del capitalismo, de la falta de maniobra de la burguesía, para restablecer luego la importancia de la
Con razón Hegel condenaba la aplicación de las relaciones causa/efecto a la vida orgánica, y más aún a la vida espiritual. Ver D’Hont, op. cit., p.295. 67 Daniel Bensaïd, La discordance des Temps, París, 1995, p.180, nota. 66
ideología en los procesos sociales y con ella las vinculaciones dialécticas entre los diferentes niveles del accionar histórico.
5. La lógica política del Programa de Transición Todo conduce, entonces, a un escenario en el que parecería bastar la intervención de los revolucionarios para que el movimiento desate sus potencialidades y crezca con la fuerza de las avalanchas naturales e incontenibles. Por esta razón hay que subrayar, una vez más, el marcado carácter agitativo que encierra la orientación recomendada por Trotski. En crítica a los sectarios, el PT sostiene que «los acontecimientos políticos no son para ellos la ocasión de lanzarse a la acción, sino de hacer comentarios»; así, pareciera que todo acontecimiento político deja sólo dos opciones: comentarios de cenáculos o agitación para la acción. El rol de la propaganda y de la lucha ideológica y política se esfuma en esta nueva y rígida dicotomía; así, el PT está concebido para el trabajo directo hacia las masas, en el marco de que el agrupamiento propagandístico de cuadros entre la vanguardia estaría realizado, en lo fundamental. Con este trasfondo, Trotski plantea la superación de la división entre el programa mínimo . . . y máximo. Precisemos brevemente la diferencia entre ambos. 113 Siguiendo una definición de Lenin, podemos decir que las reivindicaciones mínimas son aquellas que, en principio, no cuestionan la propiedad privada capitalista ni su Estado68; por ejemplo, son demandas mínimas el aumento de salarios, la libertad de los presos políticos, el derecho a voto, e infinidad de otras exigencias de las masas explotadas y oprimidas.69 En cambio, el objetivo de la toma del poder, las medidas de socialización y las proyecciones de transformación social profunda dan forma a los programas máximos. Las consignas transicionales entran en el esquema del programa máximo. Fueron formuladas en manifiestos o tesis estratégicas (las veremos en el Manifiesto Comunista y en las «Tesis de Abril») para impulsar la movilización hacia la abolición de la propiedad privada, una vez que «El programa mínimo es un programa que, por sus principios, es compatible con el capitalismo y no rebasa su marco» (Lenin, «Observaciones para el artículo acerca del maximalismo», diciembre de 1916, ed. Progreso, t.30, p.391. 69 En el caso de la socialdemocracia rusa el programa mínimo era el de la revolución democrático burguesa. 68
se hubiera tomado el poder. Fueron pensadas para preparar la transición al socialismo; aunque no son socialistas, son incompatibles con la sociedad capitalista. Entre las más conocidas están el reparto de las horas de trabajo hasta acabar con la desocupación, sin disminución salarial; la obligación de trabajar; la anulación de la propiedad privada de la tierra70; la anulación del derecho de herencia; la abolición del secreto comercial y el control obrero de empresas; la nacionalización de la banca y grandes monopolios y su puesta bajo control obrero. Trotski pensaba que aquella división de programas era propia de la socialdemocracia anterior a la Primera Guerra71, y que debía ser dejada de lado en la época imperialista, porque ya ninguna reforma era lograble y las masas estaban prontas a iniciar una ofensiva revolucionaria. Ahora las consignas mínimas exigían su combinación inmediata con las transicionales: En la medida en que las viejas reivindicaciones parciales, mínimas, de las masas entran en conflicto con las tendencias destructivas y degradantes del capitalismo decadente –y eso ocurre a cada paso- la Cuarta Internacional auspicia un sistema de reivindicaciones transitorias, cuyo sentido es el dirigirse cada vez más abierta y resueltamente contra las bases del régimen burgués. El viejo «programa mínimo» es superado por el «programa transicional», cuyo objetivo consiste en la movilización sistemática de las masas para la revolución proletaria72 (énfasis agregado).
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Marx consideró a esta medida transicional; en Lenin el planteo fue más complejo. Dice en el PT: «La socialdemocracia clásica, que desplegó su acción en la época del capitalismo progresivo, dividía su programa en dos partes independientes una de otra: el programa mínimo, que se limitaba a algunas reformas dentro de la sociedad burguesa, y en el programa máximo, que prometía para un porvenir indeterminado el reemplazo del capitalismo por el socialismo. Entre el programa máximo y el programa mínimo no existía puente alguno. La socialdemocracia no tenía necesidad de ese puente porque sólo hablaba del socialismo en los días de fiesta». Acerca de esta caracterización de Trotski de la Segunda Internacional, ver Apéndice 2. 72 Hemos introducido algunas ligeras variantes con respecto a la versión castellana, siguiendo la edición inglesa. 70 71
Enlazado con lo anterior, sostiene que el PT es un programa para la acción hacia la toma del poder, para la ofensiva73; no está concebido para situaciones defensivas. Incluso nos inclinamos a pensar que Trotski no aconsejaba la agitación transicional en Italia y Alemania. En el PT explica que en esos países las consignas de transición se entrelazarían con las democráticas «en cuanto el movimiento tome algún carácter de masa»74. Para el resto de los países la táctica es decididamente de ofensiva. Para lanzar la ofensiva el PT busca entonces generar «la movilización sistemática de las masas para la revolución proletaria»; «toda la cuestión es cómo movilizar a las masas para la lucha», explica Trotski.75 Y a ese efecto los revolucionarios deben concentrar la atención en una o dos consignas: … si repetimos las mismas consignas, adaptándolas a la situación, entonces la repetición que es la madre de la enseñanza, actuará de la misma forma en política… Es necesario repetir con insistencia, repetir todos los días y en todo lugar. Este es el objetivo del borrador del programa, dar una impresión homogénea.76
También: Cuando el programa esté definitivamente establecido es importante conocer las consignas muy bien y maniobrar con ellas hábilmente, de manera que en cada parte del país todos usen las mismas consignas al mismo tiempo, 3.000 pueden dar la impresión de 15.000 ó 30.000.77
Ligado a lo anterior, las consignas transicionales –salvo la nacionalización de los medios de producción- están concebidas para A sus partidarios Trotski les explica: «… nosotros no hablamos sobre la revolución social, sobre la toma del poder por la insurrección, la transformación de la sociedad capitalista en dictadura, de la dictadura de la sociedad socialista. Lleva al lector sólo hasta el umbral. Es un programa de acción desde hoy hasta el comienzo de la revolución socialista». En «More discussion…», op. cit., p.52. 74 A pesar de que el texto expresa exagerado optimismo, también sostiene que el impulso revolucionario provendría seguramente de algún triunfo del proletariado en otro país. 75 «Discussion…», op.cit., p.44. 76 «More discussion…», op. cit., p. 52. 77 Ibídem. 73
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agitarse sin especificar qué relación guardar con la toma del poder. Si bien el texto reconoce que no pueden lograrse plenamente bajo el capitalismo78, en la agitación esta condición no se hace explícita. Lo importante es que aparezcan como propuestas «prácticas», para que sean tomadas por los trabajadores, visualizadas como soluciones casi de «sentido común», aunque los revolucionarios sepan que son impracticables en el capitalismo. Por eso, cuando habla del reparto de las horas de trabajo y la escala móvil de salarios, el PT explica que ante las objeciones sobre la «imposibilidad» de lograr esta demanda los militantes deberían responder que todo dependía «de la correlación de fuerzas». Por esta razón también las consignas transicionales están concebidas como «demandas» o «reivindicaciones», que se dirigen al Estado o al capital. La toma del poder debería ser una conclusión de la movilización en pos de obligar a la burguesía a adoptar las medidas transicionales. Por otra parte, al concentrarse en una o dos consignas sin especificar qué relación guardan con el poder, la metodología política se conforma según la idea de una ascenso progresivo. Se trata de la táctica «escalera», que alienta la perspectiva de un avance de las . . . movilizaciones «por escalones». Así, por ejemplo, las consignas del control obrero, apertura de libros comerciales, y planes económicos 116 obreros se conjugan para formar un modelo arquetípico de esta política procesual: el control obrero y la abolición del secreto comercial instrumentados por comités de fábrica, permitirían conocer las ganancias y gastos de las empresas aisladas; de allí, se podría determinar la composición de la renta nacional; luego, desnudar las combinaciones de pasillo y las estafas de los bancos; después, se podría convocar a los «especialistas honestos y afectos al pueblo» como consejeros; luego, los obreros elaborarían un plan general de obras públicas «trazado para un período de varios años», y abrirían las empresas cerradas. En este caso, el control «será sustituido por una administración directa por parte de los obreros». Por último, los comités podrían reunirse para elegir comités por ramas enteras de la industria y de esa forma «el control obrero pasará a ser escuela de la economía planificada» (el esquema expuesto lo tomamos del PT). Con esto se podría mostrar, en pequeña escala, pero de manera convincente, cómo funcionaría una futura sociedad socialista, a través de consignas Dice: «Ninguna de las reivindicaciones transitorias puede ser completamente realizada con el mantenimiento del régimen burgués». 78
movilizadoras, prácticas «concretas» (como gustan decir los militantes de la CI). En las discusiones sobre el programa Trotski dejó un ejemplo clásico de cómo concebía esta política transicional. Se trata de su propuesta de agitar por la escala móvil de salarios y horas de trabajo en Estados Unidos: Creo que podemos concentrar la atención de los trabajadores en este punto. Naturalmente éste es sólo un punto. (…) Pero las otras consignas pueden agregarse en la medida en que se desarrolle la situación. (…) Pienso que en el comienzo esta consigna [escala móvil de salarios y horas de trabajo] será adoptada por las masas. ¿Qué es esta consigna? En realidad es el sistema de trabajo de la sociedad socialista. (…) Lo presentamos como una solución a esta crisis (…) Es el programa del socialismo, pero presentado de una manera simple y popular.79 (énfasis agregado)
Esta explicación se ha incorporado al acervo político de la CI y resume la mecánica de la agitación transicional que planteaba Trotski.
6. Consignas «lógicamente imposibles» Uno de los errores más comunes en la política revolucionaria es elaborar tácticas y consignas abstractas, esto es, desligadas de las circunstancias históricas y sociales que las contextualizan. Podemos decir que buena parte de las diferencias entre Lenin y sus compañeros estuvieron atravesadas por esta cuestión. La fuerza de la política de Lenin residía en su capacidad para llegar a lo concreto, a la unidad de las múltiples determinaciones que conforman la táctica, pero sin «olvidar» la teoría revolucionaria. Para eso deben conservarse, por un lado, los «principios generales» –por ejemplo, la actitud ante el Estado o la explotación capitalista- como momentos necesarios de la elaboración, pero las tácticas y consignas siempre necesitan, en la visión leninista, ser adecuadas y precisadas según las coyunturas políticas, el estado de conciencia de las masas y otros factores. Esta forma de concebir la política como «un concreto», está ausente en el PT. La clave de esta ausencia es la idea de que los marxistas no deben considerar decisiva la cuestión de las posibilidades de 79
«Discussion…», op. cit., p.44.
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efectivización de las consignas a la hora de decidir sus campañas de agitación y de exigencias. En un texto de los años veinte Trotski explicó esta importante premisa metodológica: … cuando se trata de una reivindicación, sea cual sea (…) el simple criterio de la posibilidad de su realización no es decisivo para nosotros…No son las conjeturas empíricas sobre la posibilidad o imposibilidad de realizar algunas reivindicaciones transitorias las que pueden resolver la cuestión. (…) en determinadas condiciones es totalmente progresivo y justo exigir el control obrero sobre los trusts aun cuando sea dudoso que se pueda llegar a ello en el marco del Estado burgués. El hecho de que esta reivindicación no sea satisfecha mientras domine la burguesía, debe impulsar a los obreros al derrocamiento revolucionario de la burguesía. De esta forma la imposibilidad política de llevar a cabo una consigna puede ser más fructífera que la posibilidad relativa de realizarla.80 (énfasis agregados).
Según este texto (que es básico en la formación trotskista), los marxistas no deben entrar en consideraciones sobre «qué se exige, a ... quién y cuándo» a la hora de convocar a las masas a movilizarse. 118 Bastaría que las consignas tengan un carácter en general progresivo, porque con ello el movimiento avanzaría de todas formas. En los 30, Trotski reafirma esta idea, sosteniendo que las consignas transitorias tenían una gran importancia «con independencia de saber en qué medida serían realizadas y si lo serían o no en forma general»81. Sin embargo, el tema de las posibilidades de efectivización de las consignas no es materia que se pueda dejar de lado con la facilidad con que lo hace Trotski. Ella está en el centro mismo de la crítica marxista a las ilusiones, al fetichismo de las relaciones cosificadas y a los programas utópicos e idealistas. Al desconocer precisamente la cuestión de las posibilidades –que no se reducen a las «empíricas» que menciona Trotski- la política trotskista se volverá abstracta y hasta incoherente. Un enfoque dialéctico nos ayuda al planteamiento de nuestra crítica.
80 81
Trotski, L., Stalin, el gran organizador de derrotas, op. cit., p.361. Ver La lucha contra el fascismo, Barcelona, Fontamara, 1980, p.174.
Como explicaba Hegel, cuando se separa una situación o realidad de las relaciones en que está inmersa, podemos asignarle, con nuestro pensamiento, cualquier posibilidad.82 Y así las cosas más absurdas y contrarias al sentido pueden ser vistas como «posibles» o, inversamente, como imposibles. En política, sigue Hegel, este tipo de especulaciones abstractas es tan común como dañino. Para evitarlo, «lo posible» debe derivarse «del contenido, esto es, de la totalidad de los momentos de la realidad, que se muestra en su desarrollo como necesidad»83. O sea, hay que estudiar el contenido –en nuestro caso, de los procesos sociales- sus relaciones internas, su evolución y contradicciones, y con ello determinar qué es posible, y qué no lo es. Y cuando se procede así aparecen las diversas formas del posible.84 Un primer grado de estas formas está constituido por las «posibilidades formales», o «abstractas», o que Marx también llamaba «teóricas» o «generales». Son las posibilidades que se fundan en las categorías y las leyes generales a las que arriba el conocimiento científico. Este tipo de posibilidades debe ser distinguido de las «concretas» o «reales», que son las que, además de ser factibles lógicamente, demandan el desarrollo de una de las condiciones específicas. Ilustremos estas nociones con ejemplos vinculados a la discusión de consignas y las . . . tácticas políticas. 119 Si decíamos que el capital implica una relación de explotación sobre la clase obrera, estamos estableciendo una relación orgánica entre dos fenómenos –capital y explotación-, relación que se deriva del concepto mismo de capital, en el sentido de que éste implica, con necesidad absoluta, la explotación. De aquí inferimos una conclusión, a saber, que es ilógico exigir que el capital deje de ser explotador. Así, por ejemplo, Marx criticaba la consigna bakuninista de «la igualación de las clases» por ser «lógicamente imposible»85, es decir, por ser contraria a la naturaleza de la sociedad capitalista y a su estructura Ver Enciclopedia de las Ciencias filosóficas, 143 Zuzats. Dada la muy mala traducción castellana disponible, utilizamos la edición alemana, en Hegel, Werke 8, Frankfurt am Main, 1970. 83 Ibídem, p.284. 84 Ver Hegel, Ciencia de la Lógica, op. cit., pp.480 y ss.; también Vadée, op. cit., pp.27 y ss. 85 En carta a Engels, del 5 de marzo de 1869, explica que «el objetivo de la Asociación Internacional de los Trabajadores no es ‘la igualación de las clases’, lógicamente imposible, sino la «supresión de las clases» históricamente necesaria». Correspondencia…, op. cit., p.217. 82
de clases. En cambio, si decimos que hoy no están dadas las posibilidades de una huelga general revolucionaria en este país, estamos afirmando una imposibilidad de otra naturaleza que la del ejemplo anterior. En este caso no se trata de una imposibilidad lógica (la posibilidad teórica de la huelga general está implícita en la misma relación social asalariada), sino de una imposibilidad concreta, históricamente determinada por la ausencia de condiciones políticas favorables a la huelga. Nuestra crítica al método transicional del PT consiste en que en gran medida se erige sobre una imposibilidad lógica (o teórica) similar a la del primer ejemplo, ya que convoca a las masas a exigir al Estado capitalista (o al capitalismo) que aplique medidas de transición… al socialismo. Por eso no se trata sólo de que el PT contiene consignas «empíricamente» desajustadas (esto es, referidas a posibilidades concretas inexistentes), como veremos luego. Por encima de este problema, el PT encierra una incoherencia derivada del carácter «anti natura» (contrario a las categorías y al concepto mismo de capital y Estado) de las consignas transicionales planteadas como demandas al Estado. Por ejemplo, llama a los obreros a movilizarse para exigir – . . . al capital o al Estado- el reparto de horas de trabajo, con salarios móviles, hasta acabar con la desocupación. Es claro que de lograrse 120 esta medida se anularía la ley económica del salario, y con ello la explotación capitalista. Con lo cual concluimos que el PT llama a demandar al Estado capitalista que acabe con la explotación capitalista; pero es tan absurdo pedir a este Estado que acabe con la relación de explotación asalariada como lo es hacerlo con el capital.86 Esta crítica nos permite retomar una cuestión que dejamos planteada al comienzo de nuestro trabajo, y es la referida al desconocimiento del fundamento histórico-materialista de la agitación revolucionaria, que conecta en Trotski con su visión de la Una explicación posible de esta inclinación a exigir al Estado burgués medidas de transición al socialismo es que muchas veces los gobiernos se ven obligados a tomar medidas que anulan parcialmente la ley del valor, como sucede cuando estatizan empresas. Pero estas nacionalizaciones no constituyen ningún tránsito al socialismo; son medidas que toma la clase dominante en determinadas coyunturas para fortalecer de conjunto el dominio del capital. El pensar que estas medidas nos acercaban al socialismo contribuyó a alimentar el «estatismo socialista», que el mismo Trotski, siguiendo una tradición que viene de Engels, había rechazado. La crítica de Trotski al estatismo burgués puede verse en La revolución traicionada, cuando explica la diferencia entre la formación económica social soviética y el capitalismo de Estado de los países capitalistas. También en el PT, cuando se 86
descomposición de las premisas sociales de la revolución. En su planteo transicional resurge la falta de problematización de las contradicciones fundamentales del modo de producción capitalista; contradicciones a partir de las cuales deberían plantearse las consignas. En este sentido la formulación de «planes obreros» sin consideración a las circunstancias concretas en que pueden instrumentarse, se vincula con la misma cuestión e incluso apunta en un sentido «socialista utópico» (presentación de programas acabados de reformas sociales, sin sustento político real). A muchos lectores tal vez les llame la atención que estemos planteando la cuestión desde el punto de vista de las conexiones lógicas más primarias que deberían existir entre consignas y relaciones sociales. Sin embargo este enfoque no es novedoso. Sólo largos años de tácticas que obviaron la consideración de los «criterios de posibilidad e imposibilidad» borraron esta idea del movimiento comunista. Ya hemos citado a Marx cuando rechazaba consignas bakuninistas por su carácter «lógicamente imposible»; por las mismas razones rechazaría muchas demandas y planes de reformadores proudhonianos o socialistas utópicos. Por otro lado, una relectura medianamente atenta de Lenin nos . . . muestra que también el líder bolchevique rechazaba demandas y 121 tácticas, no por su inadecuación empírica, sino por su carácter absurdo, ilógico general. En este sentido sus textos de abril a octubre de 1917 son ricos en enseñanzas, porque aparentemente entonces estaban dadas las condiciones para «imponer» toda clase de medidas y consignas. Pero Lenin no acepta cualquier demanda, porque no aplica un criterio de «progresividad» en abstracto para decidir la agitación. Por ejemplo, cuando muchos socialistas exigían al Gobierno Provisional ruso que firmara la paz «democrática y justa», responde que la exigencia era «absurda» (sic), dado que la paz democrática era contradictoria con la naturaleza del Estado imperialista ruso. 87 niega a agitar la consigna de nacionalización de empresas desligada de la consigna del poder. Por otra parte, ya Marx había advertido que la sociedad anónima es una negación parcial de la propiedad privada dentro del capitalismo, y que por eso apunta a un nuevo régimen social. Pero a ningún marxista se le ocurriría «exigir» al capital que transforme toda propiedad privada en sociedad por acciones, para «avanzar al socialismo». ¿Por qué hay que hacerlo entonces en relación al Estado? 87 La tercera de las «Tesis de Abril», de 1917, dice: «desenmascarar a este gobierno, que es un gobierno de capitalistas, en vez de «exigir» que deje de ser imperialista, cosa inadmisible y que no hace más que despertar ilusiones».
«Absurdo», esto es, contrario a la lógica. De la misma manera, cuando algunos mencheviques, como Avilov, proponía que el Estado actuara «contra la rapacidad capitalista», que «asumiera el control de los negocios» apoyado en «la intervención de la democracia revolucionaria» (los soviets), Lenin explica que era «ridículo» (sic) apelar «al Estado de los capitalistas contra la rapacidad de los capitalistas.88 Lo anterior explica también por qué, cuando Engels discutió el carácter de las consignas transicionales, en su crítica a Heinzen, se refirió a éstas como «medidas», no como «demandas» a ser formuladas al Estado burgués 89. Dado que Heinzen planteaba las consignas transicionales en condiciones de dominio normal de la burguesía, éstas aparecían como «quimeras de mejoramiento del mundo, fruto de una especulación arbitraria», sin entroncar «con el desarrollo histórico». Engels decía que equivalía a pretender modificar el derecho de propiedad y de herencia «a gusto y antojo» 90 . Si las medidas transicionales se relacionan «con una situación pacífica, burguesa», «están destinadas a sucumbir» y entonces no se pueden contestar «las correctas objeciones de los economistas burgueses». En cambio esas objeciones
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… pierden toda su fuerza tan pronto se consideran las reformas sociales, apuntadas como ‘pures mesures de salut public’, como medidas revolucionarias y transitorias…
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y no «como medidas fijas y últimas». Pero para eso es esencial comprender que estas medidas … son posibles porque está tras ellas todo el proletariado puesto de pie, apoyándolas con las armas en la mano (énfasis agregado).
Los argumentos de Engels conservan vigencia. Los militantes de la CI, siguiendo la táctica del PT, incurren una y otra vez en Ver «El punto de vista pequeño burgués sobre la cuestión del desastre económico», de mayo de 1917, en OC, Cartago, Buenos Aires, 1958, t.24, p.558. 89 Ver «Los comunistas y Karl Heinzen», en Escritos de Juventud, México, FCE, 1981. 90 Ibídem, pp.645-6. Nunca se insistirá bastante en que una de las constantes del trabajo de Marx es demostrar el carácter objetivo de las relaciones sociales de producción y cambio, y la imposibilidad para los seres humanos, bajo el capitalismo, de modificarlas –sustancialmente- a voluntad. 88
contradicciones para fundamentar programas «obreros» y consignas que se presentan como factibles en el cuadro del dominio burgués, que se inscriben en la lógica del «socialismo en pequeño», formuladas a la manera de «soluciones sencillas y aplicables». De esta manera se ven empujados a razonar como «estadistas», lo cual mella el filo de la crítica; los obliga a discutir en el terreno ideológico de la burguesía, allí donde no se pueden contestar las «correctas objeciones» de los ideólogos («los economistas») burgueses. Si no se subordinan al triunfo de la revolución proletaria, estos planes aparecen como quimeras de «reformadores sociales» que buscan cambiar a voluntad las relaciones económicas. En una palabra, devienen absurdos lógicos, insostenibles. Por estas razones Marx y Engels presentaron las medidas transicionales –en El Manifiesto Comunista- subordinadas a la «elevación del proletariado a la clase dominante» 91 , no como exigencias, como medidas representativas del «socialismo en pequeño», a ser impuestas al capital. Posteriormente, en la «Circular de marzo de 1850», formulan una táctica transicional de exigencias, pero no dirigida a un gobierno del capital, sino a un eventual gobierno de la pequeña burguesía jacobina, surgido de una revolución y con el . . . contrapeso de las masas armadas y organizadas de manera 123 independiente. Podrían discutirse las posibilidades que encerraba esta táctica, pero de todas maneras estaba muy lejos de la política de exigencias al Estado capitalista, que luego instrumentaría la CI. No es casual que en la obra de Marx y Engels no encontremos ninguna formulación de esta última táctica. Y la Tercera Internacional –que actuó en las circunstancias más revolucionarias que conoció la historia del capitalismo- tampoco adoptó un programa transicional «urbi et orbi», como haría luego la CI. Algunos lectores, habituados a moverse en política con la lógica del PT, podrían argumentar sin embargo que la táctica de Trotski es más astuta que la de Marx, por ejemplo, porque a éste nunca se le ocurrió agitar a favor de la lucha por efectivizar las consignas absurdas Además, el Manifiesto explica que cada una de esas medidas sólo adquiere sentido en relación con todo el resto, porque en sí misma cada una es insuficiente e insostenible»: … desde el punto de vista económico parecerán insuficientes e insostenibles, pero que en el curso del movimiento se sobrepasarán a sí mismas y serán indispensables como medio para transformar radicalmente todo el modo de producción (Marx y Engels, El Manifiesto Comunista, en O.E., Madrid, Akal, 1975, t.1, p.42). 91
de Proudhon o Bakunin, a fin de que los partidarios de éstos hicieran la experiencia y sacaran conclusiones comunistas. Trotski, aparentemente, habría encontrado un método fácil y práctico para hacer avanzar la conciencia de las masas. Pensamos que no es así, que sólo la extrema minusvaloración de los fenómenos de conciencia, de la incidencia de las ideologías burguesas, sustentadas en la ilusión del avance lineal del movimiento, puede llevar a postular una orientación tan simplista para superar las falsas ilusiones. Por lo demás, toda la experiencia histórica demuestra lo poco productivo que es agitar la exigencia de la aplicación de consignas irreales, utópicas, para que los trabajadores saquen las conclusiones convenientes. La formulación de consignas lógicamente imposibles por parte de Trotski revela una simplificación excesiva de las siempre presentes (y siempre minusvaloradas en el PT) estructuras ideológicas en las masas. Antes de terminar este punto aprovechemos para refutar un argumento que brindó Trotski en apoyo de su política, en ocasión de un debate sobre cómo enfrentar el llamado plan De Man, quien era líder del Partido Obrero belga, y en los años treinta había elaborado 92 . . . un «plan de trabajo» para cuando su partido accediera al poder. Trotski criticó el carácter utópico del programa, pero dijo que los 124 marxistas debían luchar para que el Partido Obrero tomara el poder y lo pusiera en práctica. Aplicaba en esto la noción de «no considerar las posibilidades de efectivización de la consigna de agitación», porque pensaba que los trabajadores se darían cuenta de que el proyecto era irrealizable y romperían con su líder: Entonces cuando les decimos a las masas que para aplicar este imperfecto plan es necesario pelear hasta las últimas consecuencias estamos lejos de ocultarles el engaño, les ayudamos a descubrirlo a través de su propia experiencia (…) La tarea revolucionaria consiste en exigir que el POB tome el poder para hacer efectivo su plan.93
El plan pretendía sustentarse en una alianza entre los obreros y las «nuevas clases medias», para enfrentar «a la potencia monopolista del capitalismo financiero sin tocar las demás formas de propiedad privada». De Man, «Pour un plan d’action», Bruselas, 1934, citado por Marramao en La crisis del capitalismo en los años ’20, op. cit., p.292. 93 «La discusión de Bélgica y el plan De Man», en Escritos, Bogotá, Pluma, 1979, t.6, vol.2. p.326-7. 92
Trotski apeló entonces al ejemplo de los bolcheviques, quienes adoptaron, en 1917, el programa agrario de los socialrevolucionarios para que las masas hicieran su experiencia y lo superaran. Aquel programa estaba plagado de consignas utópicas, pero los bolcheviques, a la vez que las criticaban, impulsaron a los campesinos a luchar por su imposición: [Los bolcheviques] terminaron incluyendo el plan en su programa de acción. Les decían a los campesinos: los errores de vuestro programa los corregiremos juntos, a la luz de la experiencia común cuando hayamos tomado el poder. Sin embargo, vuestros dirigentes, Kerenski, Chernov y los otros, no quieren la lucha. Allí está su mentira. ¡Tratad de arrastrarlos a la lucha, y si se obstinan, echadlos!.94
Pero la referencia a la experiencia rusa es desafortunada, y por partida doble. En primer lugar, porque el plan De Man era irrealizable y utópico en los marcos del capitalismo, mientras que el programa socialrevolucionario ruso de distribución de tierras era perfectamente realizable, aunque no llevara al comunismo (como lo demostraría . . . luego el surgimiento de las tendencias pro kulaks en el agro soviético). 125 Pero en segundo término, porque los bolcheviques quisieron hacer la experiencia junto a los campesinos desde el poder. Por eso se comprometieron con el programa agrario socialdemócrata en vísperas de la insurrección, a condición de que las masas apoyaran al nuevo gobierno, y sin dejar de decirles que consideraban al plan irrealizable en un sentido comunista. De esta forma los campesinos podrían sacar conclusiones de su experiencia, lo cual es muy diferente que exigir a un burgués reformista que aplique un programa utópico dentro del sistema capitalista. En este caso los trabajadores no tienen ninguna posibilidad práctica de controlar o verificar la marcha del programa. Y abstraerse de esta diferencia es, como decía Lenin, ante propuestas parecidas a la de De Man, «olvidarse de lo principal».
7. Trotski y la «inversión» de la política transicional Trotski no sólo deja de lado la consideración de las posibilidades lógicas de las consignas que pregona, sino que también el análisis cuidadoso 94
Ibídem, p.328.
de las condiciones empíricas, histórico sociales, que hacen conveniente en determinado momento la agitación de una consigna teóricamente coherente. Su recomendación de no pararse en «consideraciones empíricas» sobre las posibilidades está vinculada a este aspecto del problema. En este sentido es interesante que Hegel, quien no por casualidad había criticado el carácter no ontológico de la categoría de posibilidad de Kant, decía que para que exista la posibilidad real no es suficiente con definir la simple no contradicción lógica, sino que es necesario sumergirse en sus condiciones concretas: … cuando empezamos a averiguar las determinaciones, circunstancias y condiciones de una cosa, para reconocer mediante éstas su posibilidad, no nos detenemos ya en la posibilidad formal, sino que consideramos su posibilidad real. (…) La posibilidad real de una cosa es, por consiguiente, la existente multiplicidad de circunstancias que se refieren a ella.95
Tener presente esta premisa metodológica será también la clave del pensamiento dialéctico y concreto de Lenin. Y éste es un punto . . . fatalmente débil en Trotski, que luego heredó la CI, a pesar de sus 126 protestas de pensar «concretamente». En Trotski hay un permanente sesgo hacia la abstracción idealista, a desconocer las raíces materiales que pueden limitar la fuerza de la consigna. Tomemos como ejemplo – que es paradigmático de la táctica del PT- su explicación sobre la necesidad de agitar en favor del control obrero en Alemania, en 1932, en el artículo «¿Y ahora?»96. Trotski parte del reconocimiento de que la agitación de esta consigna en épocas no revolucionarias le confiere «un carácter puramente reformista», ya que el control se remite «en bruto, al mismo período que la creación de los soviets»97. Pero en seguida Ciencia de la Lógica, op. cit., p.484. En La lucha contra el fascismo, op. cit., p.484. 97 Ibídem, pp.171 y 174. También afirma: «el control sólo se concibe en el caso de una superioridad indiscutible de las fuerzas políticas del proletariado sobre las del capital» (p.173). Este planteo no era novedoso en el movimiento socialista de principios de siglo; ya que en sus polémicas con el reformismo, Rosa Luxemburgo había criticado la propuesta de control obrero en períodos de dominio burgués normal. Ver ¿Reforma o Revolución?, Madrid, 1931, pp.59 y ss. La revolución alemana se daba cuenta de que en situaciones no revolucionarias el control obrero no podría eludir las exigencias de la competencia capitalista, y empujaría a las organizaciones sindicales, o bien hacia políticas reaccionarias, o hacia la colaboración de clases. 95 96
explica que puede ser agitado aunque no exista una ofensiva de las masas: En la actualidad sería incorrecto rechazar esta consigna, en una situación de crisis política creciente, únicamente porque todavía no hay una ofensiva de masas. Para la ofensiva misma se necesitan consignas que precisen las perspectivas del momento. La penetración de las consignas en las masas debe ser precedida invariablemente por un período de propaganda.98
Aquí Trotski invierte los supuestos tradicionales del control; éste deja de demandar premisas específicas –una situación revolucionaria pre insurreccional- porque ahora esas premisas pasan a ser resultados esperados. Por cierto, la relación entre presupuestos y efectos no debe entenderse de manera mecánica. Dadas las premisas «clásicas» – armamento y poder obrero-, la agitación por la implementación del control obrero de la producción agudizará seguramente la tensión revolucionaria. Pero el orden de los factores no se puede invertir a voluntad, porque se trata de una asimetría dialéctica entre las condiciones sociales y la actividad subjetiva que remite, en última . . . instancia, al reconocimiento de las limitaciones objetivas de la 127 agitación y propaganda de los grupos para generar situaciones propicias para el control obrero. El razonamiento de Trotski se basa en la creencia de que es inevitable un ascenso revolucionario en el futuro, que generaría las circunstancias propicias para el control; pero en el momento de formular su política se trata de una probabilidad abstracta, no presente. «Si» la agitación por el control de los trabajadores provocara el surgimiento del poder obrero, su «inversión» habría sido inocua. Pero en política los tiempos cuentan, porque si las masas no se organizan de manera revolucionaria, la agitación por el control obrero girará en el aire, carente de basamento. En otras coyunturas claves de su vida política se advierte el mismo sesgo metodológico. Por ejemplo, cuando la discusión sobre la paz de Brest, su fórmula –»ni paz ni guerra»- era buena «en principio», Ibídem, p.171. En este pasaje el término «propaganda» está empleado en el sentido de «agitación propagandística», esto es, no en el sentido en que generalmente se entiende la propaganda como muchas ideas a unos pocos. Por eso habla de propaganda dirigida hacia las masas. 98
si las masas se levantaban en Alemania y si la crisis del ejército germano se agravaba. Pero los «si» no alcanzan para hacer política, y por eso su orientación se tornaba abstracta; se basaba sólo en una posibilidad lógica, no real. En aquella instancia se demostraría la superioridad de Lenin, quien no fundaba su política en los «intentos» de determinar si la revolución alemana comenzaría en un plazo más o menos breve, sino en hechos que se estaban produciendo; dado que no se puede predecir el futuro, basar la táctica en prognosis es poco menos que jugar al azar, explica Lenin. A veces las consignas pueden ser «brillantes», pero por eso mismo enceguecen y no dejan ver las condiciones bajo las cuales se pueden aplicar y desarrollar.99 Con el mismo enfoque Lenin criticará las consignas sobre «control» que no se basaban en posibilidades concretas. Cuando en 1917 los líderes del bloque pequeñoburgués pregonaban el control de los soviets sobre el gobierno, explica: El control sin el poder en las manos no es más que una frase vacía. ¿Cómo voy a controlar yo a Inglaterra? Para ello tendría que apoderarme de su flota.100
. . . Luego de admitir que la masa de obreros podía creer, ingenua e 128 inconscientemente en el control, continúa:
¿Qué es el control? Si yo escribo un papel o una resolución cualquiera, ellos escribirán una contrarresolución. Para controlar hay que tener el poder (…) si encubro esta condición fundamental del control, no digo la verdad y hago el juego a los capitalistas e imperialistas (…) Sin poder, el control no es más que una frase pequeñoburguesa que frena la marcha del desarrollo de la revolución rusa.101 (énfasis agregado).
8. La «escalera» transicional La táctica de la «escalera» transicional –que tanto entusiasma a la militancia de la CI–, también hace abstracción de las condiciones reales Ver al respecto los escritos de Lenin «Para la historia de una paz infortunada» y «Para las tesis de una paz por separado», de enero de 1918, en OC, Cartago, Buenos Aires, 1958, t.26. 100 Ver «Informe sobre el momento actual», Séptima Conferencia del POSDR (b), mayo de 1917, en OC., t.24, op. cit., p.225. 101 Ibídem. 99
de su aplicación. Sus antecedentes se encuentran en la llamada «táctica proceso» que defendían algunos socialistas rusos en la época de la lucha anti-zarista. Estos partían de alguna consigna que parecía factible y «palpable» a los ojos de las masas, con la idea de ir elevando los objetivos a medida que el movimiento cumpliera determinados pasos. Por ejemplo, agitaban por una Asamblea Constituyente, exigiendo al zar que la convocase. En caso de que esto se lograra, plantearían el siguiente escalón: que la Asamblea se proclamara soberana. Si esto tenía éxito, venían nuevos «pasos-demandas», derivados de nuevos conflictos, hasta acabar con el régimen zarista. Otro ejemplo fue el llamado a constituir un partido obrero «amplio», primer paso de construcción de un partido socialista. Si se formaba el partido obrero, venía luego otro paso. Lenin criticó estas orientaciones por su naturaleza abstracta, irreal y oportunista. Sobre la demanda de Asamblea Constituyente al zarismo, decía que los partidarios de la «táctica-proceso» olvidaban las condiciones en que el régimen podría convocarla, y por eso dejaban abiertas las puertas para la componenda entre los liberales y la reacción.102 En cuanto al partido obrero «amplio», lo rechazó entre otras razones porque hacía abstracción de las diferencias que existían . . . en el movimiento obrero ruso y porque no hay independencia de clase 129 al margen de un programa definido en torno al Estado y la explotación.103 A pesar de que Trotski rechazó la política conciliadora de los mencheviques con el zarismo, su política tiene marcadas similitudes con aquella vieja «táctica proceso» rusa, y en muchos sentidos la profundiza, aunque vertebrada ahora en torno a las demandas transicionales. Un ejemplo acabado es el planteo del control obrero que figura en el PT. En esa «escalera» se esfuman las inevitables reacciones del capital, el sabotaje y el «lock out» patronal, y todas las circunstancias sociales y políticas que determinarían el carácter episódico y precario de cualquier control a cargo de comités de empresa. En esa «escalera», que parte del control de una empresa y Ver, por ejemplo, «Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática», de 1905. 103 Ver «La crisis del menchevismo», de diciembre de 1906, en OC, Cartago, 1970, t.11; «Los combatientes intelectuales contra el dominio de la intelectualidad», de marzo de 1907; y el «Prefacio a la traducción rusa de Correspondencia de J.F. Becker, J. Dietzgen, F. Engels, C. Marx y otros», de abril de 1907, ibídem, t.12. 102
termina en los planes nacionales, se aprecia hasta qué punto Trotski no evaluó las condiciones reales –la posibilidad concreta– para efectivizar ese proceso. En la Rusia de 1917, con los soviets y el peso revolucionario del partido bolchevique, el control obrero sólo tuvo un alcance parcial y fragmentario; incluso fue boicoteado por los empresarios, obligando al gobierno soviético a adelantar la expropiación de las empresas. ¿Dónde se podrá aplicar entonces un control como lo imagina el PT? ¿Un control convertido en «escuela de masas» de la planificación, durante años, y avanzando en la escalera? Por otra parte, al hacer abstracción de las circunstancias que enmarcan las consignas, los defensores de la táctica «en escalera» caen en la ilusión de que es posible establecer las consignas «precisas», a través de las cuales transiten las luchas en ascenso y la conciencia de las masas. Como se trata de «arrancar» la movilización, buscan elegir «la» consigna que permita poner el pie en el primer escalón de la «escalera». Por eso Trotski recomendaba «concentrarse en una o dos demandas», una idea que ya en los años veinte había criticado la Tercera Internacional. Ésta explicaba que la clase obrera sufre tantas calamidades y los caminos de las luchas, sus ritmos y formas, son elegir «ésta» o . . . tantos y dependen de tantos factores, que es imposible «aquélla» como «la» consigna movilizadora.104 Por eso también Lenin 130 decía que los comunistas no podían saber «cuál será el motivo principal que despertará, inflamará y lanzará a la lucha a las grandes masas, aún adormecidas»105, y que las medidas de lucha y organización surgirían –en especial cuando el partido marxista es débil– del movimiento de masas. Los mismos obreros y campesinos «sabrán organizar hoy un tumulto, mañana una manifestación…» 106; las masas desplegarían iniciativas que superarían en mucho todas las predicciones de los intelectuales.107 Por eso la Internacional Comunista
Ver «Tesis sobre táctica», del Tercer Congreso de la Internacional, en Los cuatro primeros Congresos de la Internacional Comunista, Buenos Aires, Pluma, 1973, t.2. 105 «La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo», en OE, Cartago, 1970, p. 85; es interesante que esta advertencia está dirigida a partidos Comunistas que gozaban –a principios de los años veinte– de una influencia incomparablemente mayor a la que pudo haber tenido la inmensa mayoría de los grupos de la CI en cualquier momento de su historia. 106 ¿Qué hacer?, Buenos Aires, Cartago, OC, t. 5, 1970, p. 468. 107 Ibídem, p. 469. 104
calificaba de «sueños de visionarios» a la pretensión de conducir al movimiento con una o dos consignas. Pero, además, al concentrarse en una o dos consignas transicionales, los revolucionarios se ven empujados a presentarlas como «soluciones a las crisis», dado que no se formulan articuladas a un programa general de medidas revolucionarias; y esto es inevitable cuando se quiere movilizar en una situación no revolucionaria. Pongamos un ejemplo: si la situación no es insurreccional no se puede generar una movilización por el control obrero diciendo que éste debe acompañarse del armamento de las masas, de la formación de comités revolucionarios y medidas similares. Por lo tanto, hay que agitar la consigna de manera aislada. Pero entonces no se puede seguir el consejo de Engels, de que las medidas transicionales no deben presentarse como fines en sí mismos. Ni tampoco se puede explicar a las masas que la demanda «movilizadora» es irrealizable bajo el capitalismo. Esta es la razón por la cual muchas veces Trotski y la CI «juegan a las escondidas» con la cuestión de la factibilidad de las demandas transicionales bajo el capitalismo. Por eso también, a la par que dicen que ni la más mínima conquista se puede lograr bajo el capitalismo, se proponen agitar entre las masas objetivos de lucha descomunales; y . . . para colmo diciendo que nadie debe «perderse en conjeturas» sobre 131 posibilidades e imposibilidades, y que «todo depende de la correlación de fuerzas». De esta manera el discurso político se impregna de una ambigüedad y vaguedad insalvables. Tampoco es correcta la idea de que, «de todas maneras», la agitación a favor de la aplicación inmediata de consignas desubicadas en cuanto a las circunstancias (aunque sean lógicamente coherentes) favorece el desarrollo de la conciencia socialista de las masas. Si así fuera, no habría que pensar mucho la especificidad y adecuación de cada consigna, porque todo aportaría al desarrollo del socialismo. Sin embargo, la cuestión es más complicada, porque una consigna desacertada debido a un contexto político y social inadecuado, puede ser instrumentada por la burguesía, cumplida «a medida» y desvirtuada. Por eso, Rosa Luxemburgo no consideraba «neutra» la demanda del control obrero en cualquier coyuntura y criticó a los reformistas por plantearla en una situación no revolucionaria. Antes de terminar este punto, quisiéramos hacer una aclaración sobre el sentido de la agitación. En el movimiento trotskista muchas veces se la entendió como la acción de vocear (o más bien vociferar) una frase; «no pagar la deuda externa», «castigo a los genocidas», son
demandas que se pregonan insistentemente, en la idea de que se está desarrollando «agitación revolucionaria». Pero… ¿por qué Lenin habría hablado entonces de «arte de la agitación»? ¿Qué tiene de «artístico» gritar monótonamente una frase? La cuestión nos permite detectar, una vez más, una diferencia entre las tradiciones bolcheviques y lo que la CI creyó interpretar en ellas. Según Lenin, la agitación es el arte de explicar una o dos ideas a las masas, a partir de sus experiencias y vivencias, para que saquen alguna conclusión política. Por ejemplo, demostrar que con gobiernos imperialistas no podría haber una paz justa y democrática; explicar esta idea, de manera sencilla y accesible, a decenas de miles de obreros y campesinos fue una proeza de agitación llevada a cabo por centenares de «tribunos» bolcheviques. Algo muy distinto que vocear con monocorde insistencia una o dos frases, como se ha acostumbrado a hacer en muchas organizaciones de la CI.
9. Programa mínimo, Programa de Transición y tácticas defensivas
. . . En este punto vamos a discutir la utilización del PT en períodos no
132 revolucionarios. Nos proponemos demostrar la necesidad de volver a la división entre el programa máximo y mínimo; un tema «tabú» para la CI. Comencemos diciendo que de la crítica al reformismo no debería concluirse que los revolucionarios desprecian la lucha por reformas.108 Al respecto, son educativos los textos de Lenin de la Primera Guerra, es decir, época de bancarrota capitalista y crisis: «En modo alguno estamos contra la lucha por reformas. […] Nosotros somos partidarios de un programa de reformas que también debe ser dirigido contra los oportunistas. Los oportunistas no harían sino alegrarse en el caso de que les dejásemos por entero la lucha por las reformas.» En «El programa militar de la revolución proletaria», setiembre de 1916, Moscú, Progreso, t. 30, 1985, pp. 146-7. Un año antes, al comentar un volante de un grupo socialista norteamericano, que criticaba a la Segunda Internacional porque ésta supuestamente concedía demasiada atención a las reivindicaciones inmediatas, afirma: «Nos esforzamos por ayudar a la clase obrera a conseguir un mejoramiento efectivo de su situación, por mínimo que sea (en el terreno económico y político) y agregamos siempre que ninguna reforma puede ser durable, verdadera y seria si no es apoyada por los métodos revolucionarios de la lucha de masas.» En «Al Secretario de la Liga para la Propaganda Socialista», escrito entre octubre y noviembre de 1915, ed. cit., t. 27, p. 75. En otros trabajos planteará que las reformas más duraderas y profundas en el capitalismo son subproducto, por lo general, de grandes ofensivas revolucionarias. 108
Cuando no es posible convocar a la lucha revolucionaria, los comunistas luchamos por las demandas mínimas, al tiempo que explicamos que aun las reformas más abarcadoras no acabarán los males esenciales del capitalismo –la desocupación, la explotación, el impulso del capital a desvalorizar el trabajo, la recreación permanente de los marginados–, y que a largo plazo las reformas profundas serán «subproductos de ofensivas revolucionarias», como decía Lenin. Ahora bien, al proceder así estamos postulando una articulación de la lucha reivindicativa con el combate ideológico y político, no con la convocatoria a movilizarse por las consignas transicionales, como hace el PT. Lo cual plantea la necesidad de revalorar la lucha por las demandas mínimas, en condiciones de dominio estable de la burguesía, y de articularlas, por medio de un programa específico, con el combate por el socialismo. En la CI, por el contrario, se actuó, y se sigue actuando, sobre la base del único programa –vinculación orgánica entre consignas mínimas y transicionales– en condiciones claramente adversas para las ofensivas revolucionarias. Ya al momento de redactarse el PT era claro que en la mayoría de los países la situación era no revolucionaria, y en muchos casos incluso abiertamente contrarrevolucionaria. Ya entonces era un error . . . formular un programa general que estaba pensado para la ofensiva 133 revolucionaria únicamente. Pero un error aún más grave fue haber mantenido la agitación transicional cuando, en las décadas que van desde el fin de la guerra hasta principios de los setenta, el capitalismo se mantuvo llamativamente estable y la clase obrera obtuvo mejoras reales en los países avanzados y también en muchos atrasados. ¿Cómo se podía aplicar entonces un programa cuya premisa era que el capitalismo no podía conceder ninguna mejora y que decía que toda reivindicación mínima debía ligarse a las transicionales? Que se hayan seguido agitando las consignas transicionales, para movilizar con ellas, en esa coyuntura, sólo se puede explicar por el extremo dogmatismo y la educación en hacer política sin consideración de las circunstancias presentes. Este solo hecho refuta, por otra parte, el carácter de «validez universal» que el trotskismo ha otorgado al PT a partir de 1938. Aunque sea menos notorio, el PT tampoco fue útil en el período en que estamos inmersos desde hace un cuarto de siglo, aproximadamente, de crisis recurrentes y crecimiento lento, pero en que la clase obrera está en posiciones defensivas. Si la clase obrera está confundida, si la vanguardia está desorganizada, si la
desocupación erosiona las potencialidades de la lucha, si la burguesía ha logrado anotarse importantes tantos a su favor, ¿cómo es posible vertebrar una respuesta agitando consignas que convocan a imponer medidas de transición al socialismo?, ¿cómo se puede decir que es útil un programa que está pensado sólo para la ofensiva revolucionaria? Una coyuntura de retroceso del movimiento no se supera llamando a enlazar cada reivindicación mínima con exigencias transicionales, como hace la CI. En estas condiciones –que son las existentes en la mayoría de los países capitalistas, por lo menos desde comienzos de los ochenta– es «palpable» el abismo que existe, por caso, entre la lucha por la defensa del salario y la pelea por el «control obrero de la producción». Un ejemplo nos permitirá ilustrar nuestra crítica. Nahuel Moreno ha explicado, en el curso de una polémica con el dirigente trotskista francés Pierre Lambert, cómo funciona el empalme entre reivindicaciones mínimas y transicionales tomando el caso de la lucha contra un capataz odiado por los trabadores: […] combinamos la consigna «reformista» con otras cada vez más audaces para que la movilización no se detenga: de la expulsión del capataz hasta la expulsión de todos los capataces, luego del dueño de la fábrica, la expropiación de ésta, la imposición del control obrero. En síntesis, el trotskismo jamás plantea sus consignas de forma aislada, ni anárquica. Cada consigna es parte de un sistema.109
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Pero entre la expulsión de un capataz y la expulsión de todos los capataces media un abismo, porque acabar con todos los capataces implica terminar con la estructura de mando del capital sobre la fuerza de trabajo. Esto lo intuye todo obrero, por experiencia. Decir que los revolucionarios deben ligar toda demanda mínima a alguna transicional, en una situación no revolucionaria y defensiva, es condenarlos a propuestas sectarias, que en lugar de acercarlos a las masas, los aíslan. Además, la difusión de ese planteo –»ahora que luchamos contra este capataz, acabemos con todos los capataces»–, confunde acerca de los objetivos y ritmos de la lucha. Alguien podría decir que el ejemplo anterior es extremo, y que los propios partidarios de Moreno nunca aplicaron su consejo a las luchas reivindicativas Moreno, N., «La traición de la OCI (U)», en Panorama Internacional, núm. 19, 1982, p. 52. 109
contra los capataces. Lo cual es cierto, pero la diferencia con otros casos con los que nos encontramos a diario en la CI es apenas de grado. Por ejemplo, es común que, frente a un problema de despidos, grupos de la CI agiten por «el control obrero de la empresa». Así, en lugar de centrarse en la defensa del puesto de trabajo, diluyen ese objetivo en metas que, dadas las circunstancias, no llevan a ningún lado. En la CI cuesta mucho aceptar estas críticas porque está establecido como «principio» que, desde 1914 en adelante, todo programa mínimo, desconectado de la agitación transicional, es sinónimo de oportunismo. Por eso, ni en el período del boom capitalista, ni en la actual fase de crisis estructural y actitud defensiva de la clase obrera, la CI se ha atrevido a cuestionar la advertencia legada por Trotski sobre no separar el programa mínimo del transicional. Al respecto es educativo destacar que Lenin tuvo un criterio muy distinto. En plena época imperialista, en vísperas de la toma del poder, polemizó y se declaró contrario a la propuesta de Bujarin y Smirnov, quienes decían que la división entre programa máximo y mínimo era «anticuada, pues ¿para qué se la necesita, toda vez que se trata de la transición hacia el socialismo?»110. El líder bolchevique explicó que las medidas que tomarían los soviets desde el poder constituían un . . . «programa de transición al socialismo», pero hasta no haber derrotado 135 a la burguesía el partido no debía suprimir el programa mínimo. Agregaba que éste era «indispensable mientras vivamos en los límites de la sociedad burguesa»111. ¿Por qué? Sencillamente porque, mientras no tuvieran asegurado el triunfo sobre el capital, los comunistas no sabrían si deberían retroceder y trabajar nuevamente en posiciones de retaguardia. En tanto la burguesía no sea vencida, los trabajadores estarán obligados repetidas veces a adoptar posturas defensivas, o a plantearse metas parciales; en consecuencia deberemos apelar a las consignas mínimas, sin conectarlas con las transicionales. Lo cual significa, ni más ni menos, que volver a la vieja división entre programa máximo y mínimo.
10. El Programa de Transición y la experiencia rusa
El comentario es de Lenin en «Revisión del programa del partido», Cartago, OC, t. 26, 1958, pp. 157-8. 111 Ibídem, p. 159, énfasis añadido. 110
En la CI está instalada la idea de que el PT recoge y sintetiza, de la forma más depurada, las experiencias y las enseñanzas leninistas, especialmente las de 1917. El texto contiene varias referencias a la táctica bolchevique de 1917, que conforman un argumento de peso para la aceptación de consignas, talas como la exigencia de la dimisión de los ministros capitalistas en gobiernos burgueses de coalición con «socialistas», o acabar con la diplomacia secreta. El PT sostiene que la CI «continúa la tradición del bolchevismo, que por primera vez mostró al proletariado cómo conquistar el poder»; más explícitamente, los Estatutos de la CI afirman: En su plataforma la Cuarta Internacional concentró la experiencia internacional del movimiento marxista revolucionario, y especialmente aquella que surge de las conquistas socialistas de la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia.
Reforzando estas ideas, Trotski se describió a sí mismo como el heraldo e irreemplazable transmisor de las enseñanzas de 1917.112 No es de extrañar que a los ojos de la militancia de la CI la política del PT goce . . . del prestigio de las «tácticas probadas», y nada menos que en la 136 elevada escuela de la estrategia bolchevique de 1917. Por eso algunos militantes podrían admitir que la política del PT adolece de falencias cuando se aplica a situaciones no revolucionarias, pero están convencidos de su aptitud para los períodos de intenso ascenso revolucionario, como los que hubo en Portugal, en 1975, o en Nicaragua, inmediatamente después de la revolución sandinista. En vista de lo anterior cobra relevancia política el examen de hasta qué punto el PT ha recogido el método político y el enfoque que llevaron al triunfo de Octubre. La discusión además es instructiva porque en principio la situación que se presentaba en Rusia después de la revolución de febrero sería una de las más indicadas para la En su «Diario de exilio» escribe: «no puedo hablar del carácter indispensable de mi trabajo, aun en el período que va de 1917 a 1921, pero ahora mi trabajo es indispensable en el sentido más pleno del término. No hay ninguna arrogancia en esta valoración. El hundimiento de las dos Internacionales ha planteado un problema que ningún otro dirigente puede resolver, por falta de las herramientas adecuadas. Las vicisitudes de mi destino han hecho que deba afrontar este problema, y ellas me han armado de una experiencia importante al respecto. No hay actualmente persona, excepto yo, que pueda cumplir con la misión de armar a la nueva generación con un método revolucionario». Citado por Deutscher, Trotski, le prophéte horsla-loi, París, 1980, t. 5, p. 337. 112
táctica del PT. Las masas habían derribado al zarismo, pero se había impuesto un gobierno de unidad nacional, con mencheviques y socialistas revolucionarios. La crisis era profunda, el país estaba quebrado y en guerra. El pueblo quería la paz, pero los oportunistas continuaban la guerra para «defender la revolución». Se habían formado soviets, los obreros estaban armados y los soldados estaban organizados junto a los obreros. Los campesinos exigían la tierra, pero la burguesía y los conciliadores se negaban a entregarla. Por último, los revolucionarios bolcheviques, si bien en minoría en los soviets, disponían de una considerable fuerza y tenían líderes respetados y escuchados. Dado este panorama, imaginemos cómo actuaría un militante provisto del método y de las orientaciones del PT. Habituado a explicar toda interrupción del flujo revolucionario en términos de «traición de la dirección», seguramente nos diría que las masas empujaban hacia la revolución, pero eran traicionadas por sus líderes oportunistas. Sin embargo, la profundidad de la crisis no permitiría a la clase dominante conceder la más mínima demanda a las masas. Nuestro hombre nos diría entonces que no había tiempo que perder en actividades propagandísticas, que las masas aprenderían con su . . . experiencia y movilización, y centraría sus preocupaciones en cómo 137 arrancar la movilización, para lanzar demandas cada vez más audaces y avanzar hacia la toma del poder. Por ejemplo, formularía alguna exigencia de «paz justa y democrática», acompañada del llamado a la lucha para imponerla. De esta manera los trabadores constatarían, con su práctica, que el gobierno de coalición era imperialista. Demandaría la renuncia de los ministros burgueses, para que los obreros y campesinos comprobaran la capitulación de sus direcciones. Exigiría la entrega de la tierra; la estatización de los bancos y grandes empresas, para su funcionamiento bajo control obrero. Además, concentraría la agitación en unas pocas demandas. ¿Fue ésta la política que aplicó Lenin, según reza la leyenda de la CI? La respuesta es no. Por empezar, a nivel de los análisis, Lenin estaba muy lejos de centrar los problemas de la revolución en la «traición» de los líderes. En las «Tesis de Abril», texto decisivo para comprender su política en la coyuntura113, subraya los factores «estructurales», por decirlo así, El artículo que pasó a la historia con el nombre de «Tesis de Abril» fue publicado por Pravda el 7 de abril de 1917 y llevaba por título «Las tareas del proletariado en 113
que daban fuerza al Gobierno Provisional: el despertar a la vida política de millones de pequeños propietarios, esa «ola» que «lo ha inundado todo», que «ha arrollado al proletario conciente», no sólo por su fuerza numérica, sino también «desde el punto de vista ideológico»; la debilidad numérica del proletariado y «su insuficiente conciencia de clase y su deficiente organización»114. Lenin no adula al movimiento de masas. Después de febrero la revolución se ha estancado «por la inconciencia crédula de las masas», no por alguna «traición». Es decir, establece una relación orgánica entre esas direcciones y la conciencia de los obreros y campesinos. En segundo lugar, tiene presente la posibilidad de maniobras de la burguesía, con su «verborrea revolucionaria», pero también con pequeñas concesiones parciales, incluso con el inicio de alguna «reforma agraria» por vías constitucionales o un emprendimiento de paz; la clase dominante, con ayuda de los conciliadores, podría desviar al movimiento, estancarlo. Por eso advierte que la burguesía no tiene uno, sino dos procedimientos para dominar. Uno, usar la violencia, el otro, apelar
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al engaño, a la adulación, a las frases, a las promesas sin número, a las limosnas miserables, a las concesiones fútiles, para conservar lo esencial.115
En un período de crisis aguda, Lenin no descarta que la burguesía otorgara alguna «limosna miserable», que pudiera tener efectos perniciosos sobre la conciencia de las masas. Esa situación no era superable con maniobras tácticas, ni con la agitación de algunas consignas «privilegiadas». Es indudable que Lenin –como también lo habían hecho Marx y Engels– valora el elemento espontáneo, el «instinto de clase», que anida en toda lucha de los explotados. Pero de allí nunca dedujo que el rol de los marxistas debiera limitarse a «depurar y generalizar» las tendencias espontáneas del movimiento, y mucho menos que el medio para hacerlo fuera el de propuestas «prácticas y concretas» para la movilización. Por esta razón ninguna de las cuestiones decisivas de la actual revolución». Son las tesis que Lenin expuso, apenas llegado a Petrogrado, en una reunión de bolcheviques y, luego, en otra conjunta de bolcheviques y mencheviques. 114 «Tesis…», OC, t. 24, p. 54. 115 Ibídem, p. 55.
la revolución es respondida en las «Tesis de Abril» según el esquema de la agitación transicional en escalera. Por el contrario, las Tesis ponen el acento en la propaganda, en la explicación paciente, para esclarecer.116 Mucho menos se puede decir que la táctica pase por la «exigencia» de demandas imposibles, a los efectos de que los trabajadores saquen conclusiones socialistas. Ya hemos visto cómo Lenin polemizaba contra la política «absurda» de exigir al Gobierno Provisional la «paz democrática y sin anexiones». Hacer que el pueblo conciba «esperanzas irrealizables» significa fomentar el engaño, decía Lenin, y esto implica «retrasar el esclarecimiento de su conciencia, hacerle aceptar indirectamente la guerra». Mientras los bolcheviques estuvieran en minoría, deberían desarrollar una labor «de crítica y esclarecimiento» de los errores de las masas. Salgamos ahora un momento de las «Tesis de Abril» para examinar la política leninista ante la importante cuestión de los tratados internacionales del gobierno ruso. En abril de 1917 se filtran informes sobre tratativas secretas del Ministro de Exteriores, Miliukov, con los aliados, y estallan manifestaciones de protesta en Petrogrado. Como resultado de la presión de las masas, Miliukov renuncia, aunque los acuerdos con el imperialismo siguieron sin conocerse; sólo fueron . . . publicados, y anulados, después de la toma del poder por los soviets. 139 En su Historia de la Revolución Rusa, Trotski da a entender que los bolcheviques exigían su publicación: en las fábricas y en los regimientos más avanzados iban imponiéndose, cada vez más firmemente, las consignas bolchevistas de la política de paz: publicación de los tratados secretos y ruptura con los planes de conquista de la Entente, proposición abierta de paz inmediata a todos los países beligerantes. 117
Años después esta consigna figuraría en el PT, con carácter general.118 La orientación de las «Tesis de abril» sería considerada «propagandística» según los criterios que tradicionalmente se utilizaron en la CI. Es notable que Kamenev haya criticado las Tesis por el mismo motivo. Lenin respondería con estas palabras: «¿Acaso no es precisamente el trabajo de los propagandistas en este momento para liberar la línea proletaria de los vapores tóxicos del defensismo «masivo» y pequeñoburgués? (Escrito entre el 8 y 13 de abril de 1917). 117 Trotski, Historia de la Revolución Rusa, Madrid, Ruedo Ibérico, 1972, t. 2, pp. 8-9. 118 El PT plantea «Abajo la diplomacia secreta, que todos los tratados y acuerdos sean accesibles a cada obrero y campesino». 116
Si bien no sabemos si algunas células bolcheviques defendieron la política de la que habla Trotski, es un hecho que la orientación de Lenin fue muy distinta de lo que cuenta la Historia de la Revolución Rusa. En la Séptima Conferencia del POSDR, Lenin planteaba: Aquí nuestra línea no puede consistir en exigir del gobierno la publicación de los tratados. Eso sería una ilusión. Exigir esto a un gobierno capitalista es lo mismo que exigirles que descubran sus trampas comerciales. Cuando decimos que es necesario renunciar a las anexiones y contribuciones debemos explicar además cómo ha de hacerse; y si se nos pregunta quién tiene que hacerlo, diremos que se trata de un paso revolucionario por esencia, y que ese paso sólo puede darlo el proletariado revolucionario. De otro modo no serían más que promesas vacías, expresión de buenos deseos con que los capitalistas llevan al pueblo de las riendas. 119
Con respecto a la cuestión campesina, las «Tesis» plantean «la nacionalización de todas las tierras» por un Estado soviético, pero hasta tanto este poder no hubiera triunfado, debían ser los soviets . . . regionales y locales «de diputados campesinos» –no los burócratas y 140 funcionarios– los que dispusieran «entera y exclusivamente de la tierra» y fijaran las condiciones de su «posesión y disfrute»120. La política no es exigir al gobierno, sino que las masas desplieguen su iniciativa. Pocos días después de escribir las Tesis, Lenin interviene en la Conferencia del POSDR de Petrogrado para advertir que la burguesía podía «avenirse a la nacionalización del suelo si los campesinos llegan a tomar posesión de la tierra»121. Además de destacar la conciencia que demuestra aquí Lenin de los peligros de las maniobras de la clase dominante, subrayamos su táctica de centrarse en las comunas, para quitar fuerza al Estado burgués: Nosotros debemos ser centralistas, pero hay momentos en que esta tarea se desplaza a los centros locales y entonces debemos fomentar al máximo la iniciativa en cada lugar.122 Séptima Conferencia del POSDR (b), punto 2, «Informe sobre el momento actual», OC, t. 24. 120 «Tareas…», ob. cit., p. 63. 121 Conferencia del POSDR (b) de Petrogrado, OC, t. 24, p. 142. 122 Idem. 119
Vemos así en acción a las consignas transicionales, en una coyuntura concreta. Donde hay poder, donde las comunas se pueden hacer cargo de la tierra, la consigna se efectiviza. Lo mismo sucede con el control obrero; se aplica parcialmente, cuando hay poder para llevarlo a cabo (en las empresas, por ejemplo). Y, aun así, Lenin tiene cuidado de no ilusionar al pueblo trabajador. Por eso explica que es imposible obligar a los capitalistas a que muestren sus libros de contabilidad, sus cuentas «reales», porque no habrá poder en el mundo capaz de hacerlo; que no se puede esperar que, mientras exista el capitalismo, «los capitalistas abran sus libros a todo el que quiera verlos»123. En una palabra, algunas medidas transicionales se concretan, en tanto no sean palabras vacías que caigan en exigencias absurdas o fomenten ilusiones. Por otra parte, el programa transicional tiene importancia en cuanto presentación de las tareas que asumiría un gobierno revolucionario de los obreros y campesinos.124 Veamos ahora la táctica de exigir a los líderes reformistas que «rompan con la burguesía y tomen el poder». El PT dice: En abril-septiembre de 1917, los bolcheviques exigían que los socialistas revolucionarios y los mencheviques rompieran su ligazón con la burguesía liberal y tomaran el poder en sus propias manos. Con esta condición los bolcheviques prometían a los mencheviques y a los socialistas revolucionarios […] su ayuda revolucionaria contra la burguesía renunciando, no obstante, categóricamente a entrar en el gobierno y a tomar ninguna responsabilidad política por ellos. […] la reivindicación de los bolcheviques dirigida a los mencheviques y a los socialistas revolucionarios: «¡Romped con la burguesía, tomad en vuestras manos el poder!» tiene para las masas un enorme valor educativo.
En el mismo sentido, en su Historia de la Revolución Rusa, Trotski explica que en las jornadas de abril los bolcheviques agitaron la consigna de «Abajo los ministros capitalistas». Sin embargo en la obra de Lenin no encontramos la orientación que Trotski le atribuye. En las «Tesis de Abril», la demanda a los mencheviques y socialistas revolucionarios de «Romped con la burguesía» sencillamente no Ibíd., punto 8, «Discurso a favor de la resolución de la guerra». Ver, por ejemplo, el escrito de Lenin «La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla», del 10 de septiembre de 1917, en OC, Cartago, 1958, t. 24. 123 124
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figura. Y cuando suceden las movilizaciones contra Miliukov, lejos de plantear la consigna de «Abajo los ministros capitalistas», explica que la renuncia de un ministro no conducía a ningún lado, porque no se trataba de cambiar personas, sino el sistema.125 Por otra parte es necesario ubicar en sus justos términos el ofrecimiento a los mencheviques y social revolucionarios de colaboración si toman el poder. Esta propuesta sólo fue realizada por Lenin después de la derrota de Kornilov, pero no para que se formara un gobierno burgués «socialista puro». Por el contrario, ante la revitalización de los soviets, plantea que éstos, como organismos vivos de las masas, tomen el poder con sus direcciones mencheviques y social revolucionarias. En ese caso los bolcheviques apoyarían al nuevo poder, aunque sin tomar responsabilidades en el gobierno. En síntesis, examinando los textos leninistas de 1917 se llega a la conclusión de que no hay bases para sostener que el PT haya sintetizado la táctica bolchevique. Frente a este resultado se puede argumentar que la experiencia de 1917 no es conclusiva con respecto a la política del PT, porque el balance positivo de la táctica leninista no demostraría lo equivocado de la táctica transicional de Trotski. . . . Admitiendo la parte de verdad de este argumento, de todas maneras habría que reconocer que, en la en la medida en que el movimiento de 142 masas puso en práctica la política de exigencias «imposibles» (publicación de tratados secretos, paz democrática), no se generaron avances en su conciencia socialista.
11. La política transicional ante la guerra Dado que en las guerras y las revoluciones las contradicciones sociales alcanzan su máximo antagonismo, constituyen encrucijadas en que se prueban acabadamente las políticas de la izquierda. Analizaremos en este capítulo cómo funcionó la política transicional de Trotski en la Primera Guerra, lo que nos servirá para abordar su política frente a la guerra que se avecinaba en 1938. Aunque Trotski coincidió con los bolcheviques en caracterizar a la Primera Guerra como imperialista y condenó a los socialpatriotas, Lenin descargó juicios durísimos contra él. No sólo calificó su política Ver, por ejemplo, «Íconos contra cañones y frases contra el capital», del 21 de abril de 1917, y «Las enseñanzas de la crisis», del 2 de mayo, en OC, t. 24. 125
de «centrista», sino también lo acusó de «justificar el oportunismo» y llegó a incluirlo entre los «lacayos importantes» del socialchovinismo. 126 ¿Obedecía esto a diferencias menores y a «malentendidos», como explicaría luego Trotski? Pensamos que, al margen de las exageraciones polémicas (Trotski nunca fue «lacayo» de los chovinistas), los calificativos obedecían a diferencias bastante más profundas que las que luego pretenderían Trotski y la militancia de la CI. Como es sabido, la política de Lenin en 1914 se estructura en torno a la consigna de la guerra civil de los proletarios de todos los países contra sus burguesías. Desaconsejando los sabotajes y los actos «heroicos» desesperados, planteaba la necesidad de propagandizar una orientación derrotista con respecto a la propia nación. Los marxistas debían explicar que había que continuar la lucha de clases contra la propia burguesía, y que los obreros y campesinos en armas deberían confraternizar en los frentes y transformar la guerra imperialista en guerra civil contra sus burguesías. Esta orientación debía aplicarse a pesar de que las masas no la entendieran durante todo un período. En una carta explica: Nuestra consigna es guerra civil. Es puro sofisma afirmar que esta consigna es inapropiada, etc., etc. No podemos «hacerla», pero la predicamos y trabajamos en esa dirección. […] Nadie se atreverá a garantizar cuándo y hasta qué punto se «verificará» esta prédica en los hechos, no se trata de esto (sólo los infames sofistas renuncian a la agitación revolucionaria porque no se sabe cuándo tendrá lugar la revolución). Lo importante es trabajar en esa línea. Sólo ese trabajo es socialista y no chovinista. Y sólo él rendirá frutos socialistas. 127
Lenin no busca movilizar inmediatamente (no hay condiciones para hacerlo) sino clarificar la estrategia y rearmar a la vanguardia. Veamos ahora la política de Trotski. Brossat dice que llega a la guerra con sus fortalezas y debilidades, y entre éstas estaban las «conocidas»: su aislamiento, su centrismo con respecto al menchevismo, sus resistencias al leninismo, sus vacilaciones frente al Ver «Acerca de la derrota del gobierno propio en la guerra imperialista», 26 de julio de 1914, en OC, Progreso, Moscú, 1988, t. 26, p. 301. 127 Carta a Shiliapnikov del 31 de octubre de 1914, en OC, Progreso, Moscú, 1988, t. 49, p. 21. 126
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kautskismo.128 Estos son los «errores» que por lo general admiten, en el Trotski del período prerrevolucionario, los militantes de la CI. Pero también está su intento de responder a la guerra con el método transicional, buscando la movilización en «escalera» transicional. De allí que rechazara el derrotismo de Lenin, por considerarlo «peligroso e incomprensible, un obstáculo para la movilización contra la guerra, es decir, por la paz»129. Por eso se acercará a Rosa Luxemburgo y a su demanda de «parar la guerra». Así, en el folleto La guerra y la revolución, plantea el «Cese inmediato de la guerra», «Ni vencedores ni vencidos», «No a las contribuciones». Todas demandas semipacifistas, que lo ponían en la vecindad del centrismo kautskista y confundían acerca de la única salida revolucionaria, la guerra civil contra el propio gobierno y la confraternización en el frente. Peor aún, la demanda de «ni vencedores ni vencidos» implicaba preservar de la derrota a los gobiernos imperialistas.130 La política de Trotski se combinaba, insistimos en ello, con una correcta caracterización de la guerra como de rapiña imperialista; además, vinculaba su desenlace con la perspectiva de la revolución proletaria más estrechamente que Lenin; y en su folleto explicaba que . . . la paz justa, sin anexiones ni indemnizaciones, sólo podría lograrse con un levantamiento de los pueblos contra sus gobernantes. Pero su 144 idea de que la única forma de ayudar a la evolución de la conciencia de las masas era con consignas movilizadoras y «prácticas» lo empujaba al centrismo, a no plantear las perspectivas y condiciones reales de la cuestión. Temía que al exponer consignas revolucionarias «abstractamente justas» los revolucionarios no fueran comprendidos.131 Por el contrario, Lenin plantea que las acciones de las masas en pos de soluciones revolucionarias deben convocarse explicitando sus perspectivas:
Brossat, ob. cit., p. 184. Broué, Trotski, París, Fayard, 1988, p. 151. 130 Lenin, criticando esta orientación, escribe: «Quien defiende la consigna ‘ni victorias ni derrotas’ es un chovinista conciente o inconciente; en el mejor de los casos, es un pequeño burgués conciliador; pero de todos modos, es un enemigo de la política proletaria, un partidario de los gobiernos actuales, de las clases dominantes actuales («Acerca de la derrota del gobierno propia en la guerra imperialista», 26 de julio de 1915, t. 26, p. 306). 131 Brossat, ob. cit., p. 206. 128 129
No basta con aludir a la revolución […] Es necesario indicar a las masas clara y exactamente su camino. Es necesario que las masas sepan adónde ir y para qué. Es evidente que las acciones revolucionarias de masas durante la guerra, en caso de desarrollarse con éxito, sólo pueden desembocar en la transformación de la guerra imperialista en una guerra civil por el socialismo, y es dañino ocultar esto a las masas. Por el contrario, este objetivo debe ser claramente señalado, por difícil que parezca alcanzarlo, cuando estamos sólo al comienzo del camino.132
No se puede comprender la política de Trotski frente a la Segunda Guerra si no se tiene en cuenta que nunca aceptó este enfoque de Lenin. Muchos años después de proclamar su adhesión al bolchevismo, sostenía en esencia la misma orientación que había defendido en 1914. así, en el trabajo (inacabado) «Bonapartismo, Fascismo y Guerra», de agosto de 1940, sostiene que el estallido de la Primera Guerra había encontrado a la vanguardia desprovista de política revolucionaria y que, por lo tanto, ésta se había visto reducida a una actitud defensiva, sin posibilidad de intervenir. Agrega que la política de Lenin respondía a necesidades propagandísticas y de formación de los cuadros, pero . . . no era capaz de ganar a los trabajadores, y que las consignas que 145 habían incidido en las masas habían sido las «respuestas positivas a sus aspiraciones», como la lucha contra el militarismo y la guerra. Lo cual equivalía a sostener lo mismo que había planteado, en polémica con Lenin, durante la guerra anterior. A pesar de su importancia para la comprensión de las diferencias políticas entre Lenin y Trotski (un tema que siempre estuvo rondando las discusiones del trotskismo), este punto no fue discutido ni dilucidado en la CI. La militancia se conformó con la explicación de Trotski, de que sus diferencias con Lenin ante la guerra se habían reducido a matices tácticos. Incluso Deutscher, quien en su biografía del fundador del Ejército Rojo evitó caer en la apologética que fue habitual en la CI, sostuvo que no se había tratado de diferencias políticas, sino sobre el método de propaganda133. Sin embargo, los debates habían concentrado diferencias en torno a las consignas y la propaganda, a lo que es «concreto» y «abstracto» en política, al papel de la exigencia, y otras. 132 133
«Proposición del CC…», del 22 de abril de 1916, ob. cit., p. 303. I. Deutscher, Trotski, le prophéte armé, París, 1979, t. 1, p. 417.
La discusión en torno a la consigna de Estados Unidos de Europa también pone en evidencia problemas similares. Como observa Brossat, Trotski hablaba «con cierta desenvoltura unas veces de Estados Unidos ‘socialistas’ de Europa, otras de ‘republicanos’ o ‘democráticos’ y otras de Estados Unidos a secas» porque le importaba «la dinámica revolucionaria contenida en la lucha por ese orden» y que el combate por la unidad democrática de Europa condujera a la «subversión de toda la sociedad burguesa»134. Brossat dice que Lenin criticó ese planteo «debido a la incomprensión de esa dinámica transitoria» y que exigía «más claridad y la supresión de toda ambigüedad que permita mantener la ilusión de un posible retorno a un ‘statu quo’ capitalista»135. Esta última observación debería de haber hecho reflexionar a Brossat acerca de que la crítica de Lenin no obedecía tanto a su «incomprensión» de la mecánica transicional, como a su oposición a utilizarla en circunstancias no apropiadas. Es que en principio Lenin también abogó por la agitación de la unidad republicana europea, pero en un sentido distinto al recomendado por Trotski: La consigna política inmediata de los socialdemócratas debe ser la formación de los Estados Unidos republicanos de Europa; pero a diferencia de la burguesía, que está dispuesta a «prometer» cuanto se quiera con tal de que el proletariado se deje arrastrar por la corriente general del chovinismo, los socialdemócratas habrán de explicar cuán falsa y disparatada es esta consigna si no se derrocan por vía revolucionaria las monarquías alemana, austríaca y rusa.136 (énfasis agregado)
... 146
Brossat, ob. cit., p. 197. Idem. 136 «La guerra y la socialdemocracia de Rusia», octubre de 1914, t. 26, p. 21, Moscú, 1985. Posteriormente, la Conferencia del POSDR en el extranjero (marzo de 1915) decide aplazar la agitación de esta consigna, «hasta que se discuta en la prensa el aspecto económico del problema» (Lenin). Finalmente, en agosto de ese año, Lenin explica que la reivindicación es «errónea desde el punto de vista económico», porque, o bien es irrealizable en el capitalismo, o bien se convertiría en una consigna reaccionaria, porque se podría concretar como un acuerdo entre los capitalistas europeos para fortalecerse frente a Japón y Estados Unidos. Ver al respecto «La consigna de los Estados Unidos de Europa» y «Nota de la redacción de SotsialDemokrat al Manifiesto del CC del POSDR sobre la guerra», t. 26, Moscú, Progreso. 134 135
Esta divergencia tampoco fue explorada por los militantes de la CI. En general se tomó demasiado al pie de la letra la explicación que dio Trotski en los veinte, cuando adujo que durante la guerra había acuerdo entre él y Lenin en que la consigna era irrealizable bajo el capitalismo137. Esto es indiscutible, pero lo que exigía Lenin –en caso de utilización de la consigna– era hacer explícita esa imposibilidad. Con estos antecedentes teóricos y políticos Trotski prepara la intervención de la CI en la Segunda Guerra. La política del trotskismo ante la contienda comienza a definirse en 1934, cuando el Secretariado Internacional de la Liga Comunista Internacionalista (antecesora de la CI) publica las tesis sobre «La Cuarta Internacional y la Guerra», escritas por Trotski.138 Estas Tesis caracterizan al conflicto que se avecinaba como una guerra imperialista y plantean la necesidad de desplegar una estrategia derrotista. Denuncian la propaganda de las democracias imperialistas sobre la lucha «por la democracia y contra el fascismo» y explican que el objetivo de las potencias era un nuevo reparto del mundo. Pero, a medida que se acercaba la guerra, Trotski desarrolla una orientación más «concreta», tendiente a movilizar a las masas, y para ello reactualiza su orientación ante la Primera Guerra. Por eso, . . . si bien proclama el principio general del derrotismo –»la derrota de 147 nuestro propio gobierno imperialista es el mal menor»– la consigna de guerra civil no figura como eje político en el PT. En su lugar se plantean demandas para movilizar en lo inmediato a los trabajadores. Se exige un referéndum, que se presenta como medio para despertar la crítica de las masas y «reforzar su control sobre las maquinaciones de la burguesía»; se reivindica el control obrero sobre la industria de guerra; el rechazo a un programa de armamentos y su reemplazo por un plan de obras públicas; y se exigen la instrucción militar de las masas bajo el control de comités obreros y campesinos, la creación de escuelas militares para la formación de oficiales salidos de las filas obreras y elegidos por las organizaciones de la clase obrera y la formación de una milicia ligada a las fábricas, las minas y los campos. En El gran organizador…, ob. cit., pp. 86-92. A partir del ascenso de Hitler al poder, Trotski está convencido de que el estallido de una nueva guerra era inevitable y más o menos inmediato. Los acontecimientos posteriores confirmarían el análisis de las Tesis de 1934. en 1935 Alemania denunciaba los tratados que le habían impuesto en la Primera Guerra, e Italia invadía Etiopía; en 1936 estallaba la guerra civil española, dando lugar a la intervención de Alemania e Italia; al año siguiente Japón invadía China, y en marzo de 1938 Alemana anexionaba Austria. 137 138
Todas las críticas que hemos planteado a las consignas que hacen abstracción de las condiciones empíricas de aplicación, o que incurren en incoherencias lógicas, encuentran aplicación a este programa militar. En primer lugar, la idea de que un referéndum, convocado por la burguesía, en el clima prebélico de Estados Unidos de fines de los treinta, podría ayudar al avance de la conciencia socialista de los trabajadores, o ejercer algún «control sobre las maquinaciones de la burguesía» es equivocada e ingenua. Más aún, en caso de que se hubiera convocado habría favorecido, con toda probabilidad, las maniobras de la burguesía partidaria de la guerra y a los trotskistas les habría sido imposible distinguirse del pacifismo burgués. Pero tanto o más ingenuo es pretender imponer un «control obrero» del servicio militar a un Estado capitalista, y máxime a un Estado capitalista imperialista que participa en una guerra de rapiña. Las consecuencias políticas e incluso teóricas de esta reivindicación son devastadoras para el marxismo. Trotski era un revolucionario intransigente y siempre actuó con el propósito de desencadenar la revolución. Pero su fe en la fuerza de la agitación transicional, su no consideración de las circunstancias y determinaciones de las consignas, terminaba generando una política . . . muy peligrosa. Lejos de rectificarse, hacia el final de su vida profundiza en 148 estas orientaciones; así recomendará a sus partidarios en Estados Unidos apoyarse sobre el justo odio de las masas al nazismo para reivindicar la preparación militar de los trabajadores bajo control sindical, para luchar contra Hitler. La consigna «transicional» pasa a ser «queremos luchar contra el fascismo, pero no a la manera de Petain», sino de los obreros.139 El «derrotismo» se transformaba, en manos de los militantes trotskistas, en una política que ya no ubicaba a la propia burguesía como el «enemigo principal», sino a la alemana, con Hitler a la cabeza140; con esta perspectiva era muy difícil combatir al imperialismo norteamericano, e imposible predicar algún tipo de derrotismo en las filas del Eje. Escrito de Trotski del 30 de junio de 1940. Este es el contenido fundamental de las resoluciones adoptadas por el Socialist Workers Party de Estados Unidos y por la sección inglesa de la CI en 1940, después de la muerte de Trotski, siguiendo estrechamente sus últimas recomendaciones. Es lo que se conoció como «la política militar del proletariado». Ver al respecto S. Bornstein y A. Richardson, The War and the International, Londres, Socialist Platform, 1986, y también el prólogo de R. Prager a Les Congrés de la Quatriéme Internationale (1940-1946), París, La Bréche, 1981. 139 140
Sin analizar ahora la política derrotista de Lenin141, y aun admitiendo que fuera correcta la orientación de hacer «bien» la guerra contra Hitler, es claro que no tiene sentido querer «superar» al Estado imperialista con un programa «transicional proletario» en el arte de conducir una guerra. Y, para colmo, agitado por una pequeña organización de revolucionarios, sin gran influencia social. 142 Las cuestiones del menosprecio de la fuerza propia de la democracia burguesa en la conciencia de los trabajadores también se hace presente en esta táctica, como ya hemos señalado. Pero la CI aceptó esta orientación y la expuso como ejemplo de «política concreta», pensando que constituía una reedición –superadora– de la vieja política de Lenin. Estos extremos han educado a miles de militantes. La no comprensión de la relación entre el programa militar y la toma del poder abrió el camino a políticas como la de sindicalización de las fuerzas represivas y su control por los sindicatos, como propusieron algunos grupos; programas que caían en el utopismo pacifista y educaban en una estrategia reformista, del tipo «control obrero sobre el Estado burgués».
12. El Programa de Transición en la historia de la Cuarta . . . Internacional 149 A lo largo de los sesenta años (hoy más de 70) transcurridos desde la publicación del PT las organizaciones de la CI mantuvieron inalterable la agitación transicional. Esta constancia se asentó en la convicción de que lo esencial de los planteamientos del PT continuaba teniendo vigencia, con la excepción de las rectificaciones propuestas por el sector de la CI orientado por Ernest Mandel; quien tampoco cuestionó la política transicional. En lo que hace al análisis económico, prevaleció la idea de que los diagnósticos del PT tenían alcances mucho mayores que los Sólo aclaremos que la política derrotista de Lenin no tiene nada que ver con la derrota unilateral de un bando en lucha, ni con aplaudir la ocupación de un país imperialista por el otro. Se trata de una estrategia de confraternización de los explotados, para que todos den vuelta el fusil contra sus burguesías. Por otra parte es un hecho que la mayor parte de la Segunda Guerra mundial se desarrolla en escenarios donde claramente se disputa la hegemonía post-colonial (norte de África, guerra del Pacífico) o la posibilidad de derrota de la URSS. 142 Según datos recogidos por Deutscher, en 1938 el SWP de Estados Unidos tenía entre 800 y 1.000 militantes, y no mucha inserción sindical. Trotski, le prophéte…, ob. cit., t. 6, p. 561. 141
determinados por el horizonte de la Gran Depresión y la guerra. Un breve repaso de Congresos y Conferencias lo evidencia. Ya en las resoluciones de la Conferencia de 1946, la CI sostuvo que Europa continuaría «bordeando el estancamiento y la decadencia», que Estados Unidos se dirigía a una nueva crisis, y que «la tercera guerra mundial» estaba «en camino»143. Dos años después había conciencia de que la revolución estaba frenada en los países capitalistas más importantes y que las democracias se afianzaban en Europa. Sin embargo, el Congreso Mundial de 1948 caracterizó que la perspectiva era «nuevas crisis económicas mundiales, amenazas de dictaduras y fascismo, y la tercera guerra atómica mundial». El Congreso de 1951, y el X° Pleno de febrero de 1952, reafirmaron que la «crisis global del capitalismo» impulsaba a Estados Unidos a lanzarse a la guerra, y que ésta significaría el holocausto nuclear.144 Después de la división de la CI de 1953, el sector liderado por Mandel y Pablo sostuvo –IV Congreso, de junio de 1954– que una «crisis mayor» era «inminente» en Estados Unidos, y que Japón, Francia e Italia estaban a las puertas de «crisis revolucionarias». Recién en el V Congreso –octubre de 1957– , cuando la fortaleza de la acumulación capitalista era innegable, se . . . rectificaron los análisis, reconociéndose que la economía se había recuperado a partir de 1948. De todas maneras se mantendrían las 150 tesis «estancacionistas» en relación a los países atrasados. En lo que respecta a la fracción que constituyó, desde 1953, el llamado Comité Internacional, fue aún más «catastrofista». Como botón de muestra baste mencionar que en su Conferencia de 1966 –o sea, en pleno «boom» de expansión capitalista– afirmaba que la crisis del imperialismo continuaba «profundizándose» y que la «crisis revolucionaria» abierta con la Segunda Guerra nunca se había cerrado.145 En Argentina, Bolivia y otros países latinoamericanos, los Ver Les Congrés de la Quatriéme…, ob. cit., t. 2, p. 366. Hay que destacar que tanto el SWP como la mayoría de la sección francesa de la CI (que en 1953 rompería con el sector liderado por Pablo y Madel) aceptaron los análisis de este Congreso. Por otro lado, Michel Pablo, quien para muchos trotskistas condensa la quintaesencia del oportunismo, fundamentaba su táctica de entrismo en los partidos comunistas en la tesis catastrofista. En 1951 hablaba del «colapso multilateral del equilibrio del régimen capitalista» y decía que «esta bancarrota tiende a agravarse» («¿A dónde vamos?»). 145 Ver The fight for the continuity of the Fourth International, Londres, New Park Publications, 1975, pp. 40 y ss. La Conferencia se realizó en Londres, y se retiraron de la misma el grupo Lutte Ovriére, de Francia, y la Tendencia Espartaquista, de Estados Unidos. Para ese entonces el SWP de Estados Unidos y otros grupos del 143 144
partidos trotskistas más importantes también hicieron del estancamiento de las fuerzas productivas una cuestión de «principios revolucionarios». En los años setenta, con el inicio de una nueva fase de crisis y crecimiento lento del capitalismo, se renovaría la fe en las interpretaciones «estancacionistas»; cada recesión, caída de las bolsas, corrida cambiaria o crack financiero constituyeron otras tantas ocasiones para sostener que la crisis «es sin salida». Muchos incluso negaron las recuperaciones parciales; así la corriente de la LIT sostenía, en 1984, que la crisis del imperialismo «se profundizaría sin cesar», a pesar de que experimentaba una recuperación apreciable desde fines de 1982. 146 Actualmente, la tesis del estancamiento general es reafirmada por la mayoría de las corrientes y autores, incluso por los estudiosos más serios y respetados. Un ejemplo es Chesnais, quien afirma, en 1999, que las fuerzas productivas del capitalismo continúan estancadas desde 1914. En este esfuerzo no se vaciló incluso en modificar radicalmente el concepto mismo de fuerzas productivas. Con este cuadro era natural, por otra parte, que en el campo de la crítica de la economía política –y con la excepción de Mandel y sus compañeros– se retrocediera apreciablemente. La «elaboración» se . . . resumía a la enumeración de catástrofes o penalidades de las masas, 151 que «probaban» las «bases principistas del PT». En este clima intelectual –siempre atravesado por la «atenta vigilancia revolucionaria», presta a aplastar al «revisionismo»– era impensable que se trabajara científicamente la teoría del monopolio y los problemas conexos planteados por el PT a los que nos hemos referido. Frente a tanta ceguera dogmática, hubo un mérito indudable en Mandel, quien estudió el capitalismo de posguerra y en particular la forma de operar de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y los ciclos de capital, dando cuenta del desarrollo de los países adelantados y de las mejoras de las masas trabajadoras. Sin embargo, este autor tampoco criticó de raíz las tesis del estancamiento histórico del capitalismo; no lo hizo a pesar de que de su teoría sobre las ondas largas debería inferirse un enfoque muy distinto al sostenido por el Comité Internacional, incluido el de Nahuel Moreno de Argentina, también habían abandonado esta fracción, para reunificarse con el sector liderado por Mandel. Así se conformó lo que pasó a llamarse el Secretariado Unificado de la CI. A su vez, Pablo rompió con sus viejos compañeros, Mandel y Maitan, en 1965. 146 Tesis sobre la situación mundial, Buenos Aires, 1984, p. 4.
PT. Hasta el final de su vida suscribió a la idea de que el capitalismo había entrado, a partir de 1914, en la era de su «declive histórico» y «contracción geográfica». Esta concepción lo indujo a formular nuevamente una visión «catastrofista» en los ochenta. Aunque admitía que el capitalismo podría relanzar la acumulación y que los marxistas habían «subestimado enormemente la capacidad del capitalismo para adaptarse flexiblemente a los nuevos y graves retos», estaba convencido de que un relanzamiento sólo podría lograrse después de otra guerra mundial y al costo de «cientos de millones de muertos»147. Y, en 1988, al hacer el balance de los cincuenta años de la CI, insistía en que Trotski no había subestimado las capacidades de adaptación del capitalismo y que éste no había revertido su tendencia a la contracción.148 Esto a pesar de que ya entonces era evidente la entrada del capitalismo en China y también era notable la extensión de las relaciones capitalistas en muchos países atrasados, particularmente de Asia. En cuanto a los análisis sobre la evolución de los regímenes políticos, los errores de la CI son más llamativos. Después de todo, Trotski había vivido un período de sustitución de democracias por . . . dictaduras, pero en la postguerra se dio el proceso inverso. Las democracias burguesas se consolidaron en los países capitalistas 152 desarrollados, se extendieron a España y Portugal, que venían de una larga tradición dictatorial, e incluso a países atrasados. Por otra parte, hubo reformas democráticas «serias», como el voto universal en muchos Estados; amplios sectores de la clase obrera consiguieron mejoras en sus niveles de vida y trabajo. Y muchas colonias pasaron al status de países dependientes, políticamente –en lo formal– soberanos. Sin embargo, en la CI apenas se sintió la necesidad de modificar el programa legado por Trotski, y en espacial en poner en consonancia los pronósticos «catastrofistas» con la supervivencia de las democracias. Muchos sectores aceptaban «de hecho» la democracia, sin dar cuenta teórica de los problemas. Otros, como George Novak, del SWP, o Nahuel Moreno, del MAS, desarrollaron explicaciones novedosas sobre la cuestión, pero sin cuestionar las 147
Mandel, Las ondas largas del desarrollo capitalista, Madrid, Siglo XXI, pp. 104-
6. Mandel, «Pourquoi la IV Internationale», en Quatriéme Internationale, agostodiciembre de 1988, p. 78. Por supuesto, estamos completamente de acuerdo con la crítica de Mandel a los que niegan la gravedad de las catástrofes en las que periódicamente el capitalismo empuja a la humanidad. 148
premisas básicas del PT. 149 Y, finalmente, el sesgo hacia el «catastrofismo sin salida» se mantuvo en relación a los países atrasados, y luego se volvió a generalizar con la crisis de los setenta. Por ejemplo, la mayoría del Secretariado Unificado de la CI sostuvo que la alternativa «de hierro» para América Latina era «socialismo o fascismo» y que la democracia burguesa no tenía ninguna posibilidad; pronóstico que compartió con casi toda la izquierda latinoamericana de los sesenta y setenta y que sería desmentido posteriormente. Más en general, en 1980, en su trabajo sobre las ondas largas, Mandel afirmaba que el relanzamiento de la economía capitalista sólo se lograría a costa de la extensión de regímenes nazis y totalitarios, que aplicarían «lobotomías a gran escala»150. En esa misma época, en el prólogo de la edición inglesa del PT citada, Cliff Slaughter, dirigente del Comité Internacional, escribía que «en nuestra época, ni aún la más elemental de las demandas puede satisfacerse sin la expropiación revolucionaria de la clase capitalista»151. Y Nahuel Moreno decía que «la solución de todos los problemas, por mínimos que sean, exigen la insurrección […] y la conquista del poder por el proletariado»152. Poco después sostendría que el régimen de Hitler había prefigurado la sociedad esclavista hacia la que el mundo estaba dirigiéndose.153 ... En lo que respecta a los análisis exaltados del PT sobre la 153 evolución de la lucha de clases, fueron mantenidos de manera aún más cerril, aunque los hechos los desmentían una y otra vez. Novack tendió a presentar la democracia como una conquista de «larga duración» –es decir, producto de luchas seculares– de las masas. Ver al respecto su Democracia y revolución, Barcelona, Fontamara, 1971. Moreno trató de conciliar la extensión de democracias en los ochenta con las afirmaciones del PT elaborando la tesis de «las revoluciones democráticas de contenido socialista». Esto es, si las fuerzas productivas estaban históricamente estancadas, si la burguesía tendía a los regímenes totalitarios como método «normal» de dominación, las democracias de postguerra eran el resultado de revoluciones «objetivamente socialistas» que imponían al capital un régimen político «contra natura». Ver, por ejemplo, «Actualización del Programa…», ob. cit. Muchos dirigentes y militantes de la CI rechazaron esta tesis, criticándola por su naturaleza oportunista, pero sin intentar dar solución al problema que Moreno había encarado. 150 Mandel, ob. cit., p. 106. 151 Ed. cit., p. 10. 152 Moreno, «La traición de la OCI», ob. cit., p. 52. 153 Conversaciones con Nahuel Moreno, Buenos Aires, Antídoto, 1986, p. 5. Por aquellos años, varios países en Latinoamérica y Asia pasaban de regímenes dictatoriales a democráticos, y las democracias en los países adelantados cumplían medio siglo sin interrupciones. 149
Ya al momento de la derrota de los alemanes en París, el gaullismo y el stalinismo demostraron tener una inesperada (por lo menos, para los trotskistas) capacidad de control del movimiento de masas; algo parecido sucedió a la caída de Mussolini en Italia. Y más impactante aún fue que la derrota de Alemania no desencadenara la revolución proletaria; la clase obrera germana estaba desmoralizada y atomizada y se sometió a la ocupación militar extranjera. Además, lejos de desintegrarse, como había previsto Trotski, el stalinismo salía de la guerra fortalecido. Estas evoluciones también deberían de haber impulsado a un cambio de las caracterizaciones de la relación de fuerzas sociales. Pero la rectificación no se produjo. Según la opinión dominante en el movimiento, la revolución sólo se había «pospuesto», pero la etapa revolucionaria seguía abierta.154 La estatización de los medios de producción (que se identificaba con la dictadura del proletariado) en varios países del Este, en Yugoslavia y China, reafirmó la convicción de que la revolución continuaba extendiéndose; se pronosticaba también que la tercera guerra mundial era inevitable y que nuevas crisis revolucionarias eran inminentes en varios países adelantados. Recién a mediados de los cincuenta, el sector orientado por ... Mandel y Maitan dio cuenta de los efectos de la recuperación del 154 capitalismo sobre el movimiento obre de los países avanzados. Pero entonces tampoco hizo una crítica de fondo de las categorías de análisis que se arrastraban desde los años treinta. Y, en lo que respecta a los países atrasados, conservó la idea de que las luchas anticoloniales tenían una dinámica «inevitablemente» socialista. Las tesis estancacionistas y de la incapacidad de maniobra de la burguesía jugaban en este punto un rol muy importante155. Luego, cuando se produjo un nuevo ascenso de luchas en Europa y el mundo atrasado, las caracterizaciones de «ascensos revolucionarios» y «situaciones revolucionarias» se generalizaron nuevamente, y de manera abusiva. El IX Congreso de la CI (Secretariado Unificado), de 1969, es un ejemplo; Por ejemplo, en la inmediata postguerra, Mandel afirmaba que la revolución europea había cumplido su primera fase y que la ausencia del partido revolucionario no era decisiva para desencadenar el levantamiento que se produciría en la siguiente fase. (Mandel, en Quatriéme Internationale, agosto-septiembre de 1946, citado por Prager, ob. cit., p. 285). 155 Por ejemplo, Maitan sostenía, en 1959, que la revolución anticolonial «no se puede agotar por el acceso a un escalón cualquiera de estabilización capitalista». Citado por Maitan en «1943-1968: Bilan d’un combat». 154
ese congreso sobreestimó de manera manifiesta la fuerza del ascenso de las masas y subestimó la capacidad de reacción de la burguesía y la influencia de los dirigentes reformistas; de ahí que pronosticara, una vez más, crisis revolucionarias en toda Europa e hiciera fuertes concesiones al ultraizquierdismo de la vanguardia estudiantil europea y americana. Las resoluciones sobre América Latina fueron aún más equivocadas, porque plantearon que las condiciones estaban maduras para la acción de los grupos armados.156 Las críticas del SWP, de Estados Unidos, y del Partido Socialista de los Trabajadores, de Argentina, a la línea guerrillera, aunque correctas en cuanto a la orientación política, no cuestionaron de fondo las caracterizaciones que se arrastraban desde el PT. Las organizaciones del Comité Internacional –que se dividía en 1971– recorrían senderos parecidos; por ejemplo, en octubre de ese año, la Organización Comunista Internacionalista de Francia, el Partido Obrero Revolucionario de Bolivia y la Liga de Socialistas Revolucionarios de Hungría, afirmaban que estaba planteada como tarea «la lucha inmediata y directa por la toma del poder»157. Y la Cuarta Conferencia del Comité Internacional, de abril de 1972, tenía análisis no menos exitistas sobre la disposición de las masas a romper . . . con el reformismo –en Francia y en Alemania– y «la profundidad del 155 ascenso revolucionario». Además, la visión sobre los países atrasados seguía siendo que las luchas por la autodeterminación nacional encerraban una dinámica socialista, prácticamente inevitable. Por eso se pensaba que, si bien la revolución en los países adelantados había tenido un cierto retraso, en los países atrasados seguía su curso ascendente e ineluctable. Estos análisis se plasmaron en las caracterizaciones globales de la etapa que arranca en 1945; Lambert, por ejemplo, sostuvo que eran los años de las «revoluciones inminentes», y Moreno la consideró la etapa «más revolucionaria de la historia». Todas caracterizaciones que conectaban con un balance exitista de los resultados de la Segunda Guerra. La mayoría de los dirigentes de la CI pensó que, de alguna manera, las derrotas de los veinte y de los treinta se habían revertido en Stalingrado y, luego, con las nacionalizaciones en el Este europeo y Ver, por ejemplo, la «Resolución sobre América Latina», en Quatriéme Internationale, mayo de 1969. 157 Ver «The Organisation Communiste Internationaliste breaks with Trotskyism», Londres, 1975, p. 23. 156
las revoluciones china y yugoslava. Así, a fines de los cincuenta y comienzos de los sesenta, el balance aparecía, a primera vista, «objetivamente» auspicioso para el socialismo. Si bien la revolución mundial no había triunfado, en la tercera parte del planeta comandaban «dictaduras del proletariado»; en los países capitalistas los sindicatos y los partidos «obreros» se habían fortalecido; en los atrasados, los movimientos de liberación nacional hacían retroceder al imperialismo, y «debían» generar dinámicas socialistas. Las predicciones del PT no se habían cumplido «a la letra», pero se creía que su enfoque general se confirmaba. La revolución había avanzado si bien mediante un «rodeo». «La teoría de la revolución permanente se cumple objetivamente», se decía en la CI. Por supuesto, subsistía el «obstáculo» de las organizaciones stalinistas, socialdemócratas o nacionalistas burguesas, pero las condiciones para el triunfo de las corrientes trotskistas parecían haber mejorado, en el marco de la «crisis estructural» de la burguesía. Al no criticarse las categorías y caracterizaciones que se arrastraban desde los treinta, los manómetros con que la CI medía la presión de la lucha de clases daban resultados sistemáticamente desajustados al alza. Pero lo peor fue que, cuando en los años ochenta la situación ... giró en casi todo el mundo en contra del movimiento de masas, muchas 156 organizaciones mantuvieron las caracterizaciones o incluso las profundizaron. Un caso extremo lo constituye la LIT, que además de ver «revoluciones objetivamente socialistas» en Argentina, Brasil y Filipinas, caracterizó que en el mundo había una «insurrección de masas», ante la cual el imperialismo sólo atinaba a echar «nafta al incendio». Por otro lado, en la CI también se sobrevaluó la posibilidad de revolución socialista en los regímenes stalinistas. Se consideró que las movilizaciones en Polonia de los setenta y de los ochenta apuntaban hacia el poder de los obreros, sin ponderar en toda su importancia la incidencia de la ideología democrático burguesa –de la iglesia, de la socialdemocracia– sobre el movimiento de masas y los estragos que había ocasionado la burocracia para el proyecto de construcción comunista o las posibilidades de una revolución política158. De una u otra manera, este tipo de análisis se terminó extendiendo a los países del Este europeo y a la ex URSS. Parecía En este punto, Deutscher tuvo una posición particular. Ya en los años cincuenta señalaba que en la URSS no existía ningún movimiento de masas, y que no existía 158
imposible que el capitalismo pudiera volver a los «Estados obreros burocráticos», a no ser que hubiera una derrota aplastante, física, de las masas, a manos del fascismo y del imperialismo. Después de todo, si la revolución se había extendido en la postguerra a pesar de las direcciones stalinistas, si los Estados «obreros» se habían sostenido en medio del «boom económico» capitalista, ¿cómo no iba a desatarse la energía revolucionaria de los obreros del Este cuando estaba cayendo la burocracia?159 Así llegó la CI completamente desarmada para enfrentar la caída del stalinismo y la restauración de Estados capitalistas que seguiría en el Este europeo.
13. Conclusiones Si comprender la historia es entenderla en su encadenamiento racional, en su necesidad, podemos concluir que la CI fue completamente «externa» a esa intelección. La «rueda de la historia» se movió en un sentido bastante distinto al previsto. El apoyo de las masas al reformismo en los países adelantados, o a los movimientos de liberación nacional burgueses, en los atrasados, no encajó en los esquemas del catastrofismo permanente legados por Trotski. La descomposición a . . . largo plazo de las fuerzas productivas que se había anunciado en los 157 años treinta, debería haber llevado a la descomposición de la clase obrera, tal como había previsto Trotski; esto es, a la anulación de las posibilidades mismas de la revolución. Pero hoy los estudios más serios reconocen que el número de asalariados subsumidos a la relación capitalista se ha multiplicado en casi todo el mundo; y con ello la capacidad y las fuerzas de la producción. La mayoría de la CI ninguna posibilidad de revolución política, dada la exterminación de todos los opositores, y en especial de la oposición trotskista, «lo que ha dejado a la sociedad soviética amorfa, políticamente incapaz de expresarse y de tomar iniciativas políticas desde la base» (ver, entre otros trabajos, Trotski…, ob. cit., t. 6, pp. 420 y ss.). Pero, de manera equivocada, apostaba a una reforma «desde arriba», que llevara a la desaparición de la burocracia y hacia una transformación socialista. 159 Sin embargo, el sector de la CI llamado Secretariado Unificado, ya en 1992, dio cuenta del retroceso de las fuerzas obreras y socialistas. Su XIII Congreso Internacional registraba entonces como hechos negativos la unificación imperialista de Alemania, el fracaso electoral del Frente Sandinista, la marginalización de las opciones socialistas en Europa del Este, la débil actividad del movimiento obrero en Estados Unidos y Japón, su situación defensiva en Europa Occidental. Otras corrientes comenzaron a reconocer el retroceso unos años más tarde; sin embargo, muchos grupos sostienen que nada ha cambiado sustancialmente, y que la situación sigue siendo revolucionaria o pre-revolucionaria.
no puede dar cuenta teórica de este hecho ni, paradójicamente, responder en forma adecuada a quienes hoy postulan la desaparición de la clase obrera. Desprovista de un análisis que pusiera al descubierto las relaciones políticas y sociales que se desarrollaban, siguió reduciendo la supervivencia del capitalismo a las direcciones que traicionaban, y convocando a movilizarse detrás de la consigna «privilegiada» de turno. Así, el ideal del cambio revolucionario «huía del mundo» para afirmarse en un «deber ser» infinito, desconectado del curso de la historia y de las bases sociales en que se nutría la conciencia reformista de millones de seres humanos. El trotskismo no se pudo «reconciliar» con lo que sucedía; no pudo reconocer teóricamente la lógica del despliegue del capital y encontrar en ella, en el desenvolvimiento de sus contradicciones y en los procesos reales de conciencia e ideológicos de las masas, las palancas de la superación revolucionaria o, al menos, los medios para conformarse como una corriente marxista sólida, teórica y políticamente.160 Por otro lado, a lo largo de décadas, la CI no ha producido prácticamente nada renovador en temas tan importantes como teoría del Estado, análisis de regímenes políticos y su vinculación con la . . . dinámica del capital, ni en el terreno de la crítica ideológica, cultural o en otras dimensiones de la vida social, a excepción de algunos intentos 158 de partidarios de Mandel, o trabajos como los de Alex Callinicos. Tampoco en el campo de la investigación filosófica, epistemológica, histórica, salvo algunas excepciones, como puede haber sido la de Broué. Ni siquiera existió un seguimiento mínimamente serio –con excepción, una vez más, de partidarios de Mandel o Callinicos y algún otro caso– de los desarrollos que estaban haciendo otras corrientes marxistas, o afines al marxismo, tales como las de la Escuela de Frankfurt, o la nucleada en torno a Sartre o el estructuralismo althusseriano. Convencidos de la inevitabilidad del colapso, y de que nada de eso hacía falta para intervenir con consignas en el movimiento de masas (y siempre en ascenso), los militantes continuaron viviendo en un «ghetto» político, agitando consignas y apostando al «próximo e inminente» ascenso revolucionario. En este cuadro, el fatalismo de las proclamadas «leyes de la historia» fue funcional para renovar la fe en que, al fin de cuentas, el PT estaba destinado –sí o sí– a prevalecer, impregnando a muchas Sobre el tema de la «reconciliación» con la historia en Hegel, el rechazo del dualismo kantiano del deber ser, y el sentido revolucionario de esta crítica, ver D’Hont, op. cit. 160
organizaciones de un carácter casi «místico», útil para resistir las presiones del medio en que se movían, pero estéril para avanzar. En el otro polo continuó alimentándose el más extremo voluntarismo y el «campañismo» de consignas agitativas. Desligada de las evoluciones reales que se daban en el capitalismo y en la lucha de clases –o sea, sustentada en la abstracción– la agitación transicional se convirtió progresivamente en un acto formal, que en última instancia se aplicaba a cualquier contenido. Así, fórmulas como la de «control obrero», «plan económico elaborado por los trabajadores» y otras, fueron aplicadas indiscriminadamente a las más diversas situaciones, sin que pudieran conectar con movilizaciones o procesos concretos. Por eso, la agitación transicional no proporcionó ningún «puente» hacia las masas, ni permitió generar movilizaciones de importancia, a pesar de habérsela ensayado en todas las variantes y circunstancias posibles. Las falencias que hemos visto a lo largo de este escrito explican, finalmente, la paradoja que hemos planteado en nuestra Introducción, que cuando desaparece el stalinismo, la CI entra en su más violenta crisis. Desaparecido el alimento especular que le otorgaba la crítica a su «natural» polo opuesto, el trotskismo desnudó su incapacidad para generar política. El «capital político» en militancia, en experiencia, en . . . capacidad de intervención, acumulado a lo largo de estos años, debe 159 ser reorientado ahora en una dirección nueva, si no se quiere seguir retrocediendo. Es necesario trabajar con vistas al reagrupamiento de revolucionarios, superando el consignismo transicional y el marco teórico que le dio origen y sustento. Es vital y urgente para avanzar en la reconstitución revolucionaria del movimiento comunista. Publicado en «Crítica del Programa de transición», Cuadernos de Debate Marxista, en agosto de 1999 y reeditado en enero de 2003.
APÉNDICE
SOBRE LAS FUERZAS PRODUCTIVAS Y SU DESARROLLO
Uno de los pilares sobre los que se basaron las políticas y el programa del movimiento trotskista es la tesis de que las fuerzas productivas no se habrían desarrollado en el capitalismo desde 1914 o, en su defecto, . . . desde 1929 (hay cierta ambigüedad en la periodización). Para los 160 partidos trotskistas esto se convirtió, con el paso del tiempo, en una cuestión de «principios», porque desde su óptica el triunfo de la revolución socialista sólo es posible si se llegara a un estadio en que las fuerzas productivas ya no se pudieran desarrollar, en términos absolutos, bajo el capitalismo. Esta «necesidad» de demostrar el estancamiento de las fuerzas productivas se reforzó con la adhesión acrítica al Programa de Transición, de la Cuarta Internacional de 1938. Ese programa, escrito por Trotski en plena crisis del capitalismo, se apoya en el estancamiento de las fuerzas productivas. El fundador de la Cuarta Internacional esperaba que al finalizar la guerra se extendería la revolución socialista o, en su defecto, pensaba en que la humanidad se precipitaría al estancamiento y el fascismo dominaría el mundo. Pero en la posguerra no se dio ninguno de esos escenarios: el capitalismo logró –sobre la base de las inmensas derrotas del proletariado europeo en los ’30, y de la política contrarrevolucionaria del stalinismo y la socialdemocracia– reanudar una fuerte acumulación y crecimiento económico. Este, lejos de reducirse a los países adelantados, se extendió también en los países atrasados.
Atados a una concepción dogmática, los partidos trotskistas fueron incapaces de registrar estos hechos y mucho menos de explicarlos teóricamente. En los años cincuenta y sesenta (pleno «boom» económico) siguieron afirmando que la crisis capitalista abierta en los treinta no se había cerrado, y que la curva de desarrollo capitalista en el mundo estaba en los mismos niveles que a principios de siglo. La única excepción a esta posición fue el sector de E. Mandel y sus partidarios (del Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional). Mandel criticó la tesis del estancamiento permanente de las fuerzas productivas y trató de explicar el crecimiento de la posguerra sobre la base de las leyes descubiertas por Marx. De todas maneras, tampoco Mandel sacó todas las conclusiones con relación al programa de la Cuarta Internacional y su táctica política. En la Argentina todas las organizaciones trotskistas hicieron de la tesis del estancamiento mundial de las fuerzas productivas una bandera distintiva, planteando incluso que el no reconocerla implicaba tener posiciones contrarrevolucionarias. Para sustentar su tesis estancacionista, terminaron modificando –junto a los trotskistas de otros países– la concepción clásica del marxismo sobre las fuerzas productivas de cómo se evalúa su desarrollo y de su naturaleza. . . . Esencialmente plantearon que la principal fuerza productiva es «el 161 hombre» y que, por lo tanto, el desarrollo de las fuerzas productivas debe medirse por la mejora en las condiciones físicas e intelectuales del ser humano; en particular, la situación material de la clase obrera, la clase productora por excelencia bajo el capitalismo1. Así la discusión sobre el desarrollo de las fuerzas productivas se mutó en una discusión sobre la evolución de los índices de pobreza y de hambre en el mundo. Accesoriamente han esgrimido argumentos acerca del crecimiento de la industria armamentista (fuerzas destructivas) y de la destrucción de la naturaleza por el capitalismo.
Esta posición la sostuvieron Lambert, dirigente trotskista de Francia, Healy y Slaughter, de Inglaterra, Vargas de Hungría, entre otros. En la Argentina N. Moreno, del MAS y Altamira, del PO. Aquí hoy siguen reivindicando la posición estancacionista el MST, el PO, el PTS y grupos menores; el MAS representa un fenómeno un poco más complejo, porque algunos dirigentes han reconocido que las fuerzas productivas se han desarrollado, pero no analizan los errores teóricos de sus anteriores posiciones ni exploran las consecuencias políticas de lo que implica el cambio de posición. Una explicación típica sobre el estancacionismo de las fuerzas productivas de todos estos grupos se puede ver en N. Moreno (1980). 1
Dado que la categoría fuerzas productivas está en la base misma de la teoría marxista y de su crítica al capitalismo, es evidente la importancia de esta discusión para el rearme del movimiento marxista. En esencia, no se puede comprender en qué consiste el choque entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción si no se entiende qué son las fuerzas productivas y qué es su desarrollo. Si falta esa comprensión, el programa y las perspectivas de la lucha socialista están ubicados sobre un terreno falso. Además, el análisis y la crítica del capitalismo también carecerá de bases sólidas, porque no dará cuenta de sus tendencias más fundamentales. Como dice el documento «Tendencias actuales del capitalismo y las premisas de la revolución socialista», la visión del estancamiento de las fuerzas productivas no permitió registrar los grandes cambios que estaban produciendo en el mundo en el último medio siglo, en especial el crecimiento urbano y de la clase obrera. Para el marxismo, el desarrollo de las fuerzas productivas significa el crecimiento de las premisas materiales y sociales de la revolución socialista. Esto es, el desarrollo de las fuerzas productivas implica el desarrollo del proletariado por un lado, y de los medios . . . técnicos para el despliegue de las capacidades productivas del ser humano; es por eso que la revolución socialista podrá socializar los 162 medios para la producción de la riqueza. Entonces, si la tesis del estancamiento de las fuerzas productivas desde principios de siglo es cierta, debería demostrarse que las condiciones materiales de la revolución socialista son hoy iguales o peores que en 1914, que la clase obrera es más débil socialmente, y que los medios materiales para la producción de riqueza son iguales o más pobres. Basta una comparación superficial entre la situación del mundo en 1914 y la actualidad para comprobar lo absurdo de la posición estancacionista. En 1920, por ejemplo, la clase obrera casi no existía en América latina y Asia, y era absolutamente minoritaria en el sur y este de Europa. Hoy la clase obrera ha pasado a ser predominante a nivel mundial y, por primera vez desde el neolítico, la población campesina no es mayoría, y puede producir todos los alimentos necesarios para una población que se duplicó en el último medio siglo. Por otro lado las posibilidades de socializar riqueza y medios para producirla eran incomparablemente menores a principios de siglo que en la actualidad. La productividad del trabajo desde principios de siglo se multiplicó varias veces. Las tasas promedio de crecimiento de las economías capitalistas fueron globalmente superiores desde
1940 a 1996, a las tasas anuales promedio de crecimiento de Inglaterra, Estados Unidos, Alemania y Francia durante el siglo XIX (todos los marxistas coinciden que en ese siglo crecieron las condiciones materiales y sociales para la revolución en esos países). ¿Cómo se puede afirmar entonces que las premisas materiales de la revolución socialista no son hoy mayores que en 1983 a nivel mundial? Casi es de «sentido común» afirmar que los avances tecnológicos abren hoy posibilidades infinitamente mayores a una revolución socialista que hace 60 o 70 años: la computación significa la posibilidad de reducir al mínimo trabajos administrativos y abriría campos nuevos a la planificación; el desarrollo descomunal del transporte y comunicaciones; las posibilidades de automatización del trabajo; los avances colosales de la medicina, de la biotecnología, etc. Por otro lado, la internacionalización de la economía da mayores bases al programa internacionalista del socialismo. En definitiva, si la visión «estancacionista» fuera consecuente, deberían concluir que la revolución no es posible por el debilitamiento social (¡tras ochenta años de estancamiento de las fuerzas productivas!) de la clase obrera, o en el caso que triunfara (tal vez motorizada por los marginados) sólo «socializaría miseria». Es claro entonces que la tesis del . . . estancamiento permanente de las fuerzas productivas lleva agua al 163 molino de los que sostienen que el «sujeto social» de la revolución socialista –esto es, la clase obrera- ha desaparecido, y con ello también la vigencia del marxismo como teoría y programa de la revolución. Por otra parte, a la par que crecieron las condiciones materiales de la revolución, también las contradicciones del capitalismo (entre la clase obrera y el capital, entre las fronteras nacionales y las fuerzas productivas, etc.), son hoy mucho mayores porque el desarrollo de las fuerzas productivas es el desarrollo de las contradicciones insalvables del sistema capitalista. La necesidad de la revolución socialista es entonces cada vez más acuciante. En un plano aún más general, podemos dar el siguiente argumento: si se pretende medir el desarrollo de las fuerzas productivas por el bienestar de la clase obrera, debería concluirse que un período como la Revolución Industrial inglesa (cuando la clase obrera incluso se reducía físicamente por las penosas condiciones de trabajo y alimentación a las que estaba sometida; ver Marx, 1946, cap. 13) no constituyó una fase de desarrollo de las fuerzas productivas. Los partidarios de la tesis del estancamiento han terminado por reconocer, parcialmente, que están en un callejón sin salida, pero no
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han revisado sus raíces teóricas. De esto se derivan graves confusiones y errores políticos y programáticos. En este trabajo nos proponemos entonces analizar el concepto de Marx sobre fuerzas productivas. Trataremos de demostrar que para Marx no se trata de dar una «definición» ahistórica de que son las fuerzas productivas, sino de comprender su dialéctica y por lo tanto los cambiantes parámetros para evaluar su desarrollo. Analizaremos luego brevemente los argumentos sobre armamento y ecologismo, para terminar discutiendo la posición que postula que debería haber un estancamiento absoluto del sistema capitalista para que pueda triunfar la revolución socialista. A esta visión le opondremos una mucho más dinámica, que surge de captar el carácter contradictorio y «en espiral» que tiene el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo. Por último, esperamos que este trabajo sea de provecho para otros compañeros que, sin provenir del movimiento trotskista, compartan –total o parcialmente– ideas similares a las que aquí criticamos 2 , o se interesen en ahondar en fundamentos del materialismo histórico. También puede ser de interés la discusión que haremos de las posiciones de Cohen, a los efectos de ilustrar –por contraposición– la concepción dialéctica de Marx.
Proceso de trabajo y fuerzas productivas Un error común entre estudiosos de la obra de Marx es pretender encontrar «definiciones» que sean aplicadas urbi et orbi [«a la ciudad y al mundo»]. Esto sucedió reiteradamente con la discusión sobre las FP; por ejemplo, cuando se quiso determinar si «en general» es el Por ejemplo los teóricos del maoísmo también sostuvieron que el hombre era la principal fuerzas productivas. Bettelheim (1976) afirma que «la principal fuerza productiva está constituida por los propios productores» (p. 27). Aquí Bettelheim critica a Trotski porque éste sostenía que «el marxismo parte del desarrollo de la técnica, como principal resorte del progreso y construye el programa comunista fundamentado en la dinámica de las fuerzas de la producción» (citado por Bettelheim, p. 21). Bettelheim, como otros teóricos que trataron de justificar a la burocracia maoísta, trataba de explicar que China podía construir el socialismo en un solo país, a pesar del atraso tecnológico, porque poseía en abundancia «la principal fuerza productiva», el hombre. Es altamente revelador de su confusión teórica el que los trotskistas hayan adoptado la misma tesis sobre fuerzas productivas que Bettelheim esgrime contra Trotski, al mismo tiempo que afirmaban defender el legado teórico de Trotski y estar contra el programa de construcción del socialismo en un solo país. 2
hombre o la máquina, si es el conocimiento o su habilidad «la» principal fuerza productiva y la clave de su desarrollo. El intento de Cohen (1986) de realizar un análisis «riguroso» de los textos de Marx, pero despreciando la dialéctica, es un caso ejemplar y «de máxima» de este tipo de enfoques; en este sentido, se emparenta con las «definiciones» generales que encontramos entre los teóricos trotskistas del estancamiento permanente3. La clave es comprender que en Marx –como en Hegel– las definiciones sólo dan una primera aproximación (una «representación», diría Hegel) de las cuestiones o cosas que son realidades concretas y en desarrollo. Por eso, el concepto de fuerzas productivas en Marx se irá construyendo. Trataremos de seguir el camino de esta construcción en Marx paso a paso. La misma idea de «fuerza» nos induce a considerar a las fuerzas productivas en relación y en proceso, nunca como algo absoluto y estático, ni como una cualidad que exista «en sí» misma. Es que, como ya lo había apuntado Hegel, una «fuerza» existe en tanto se manifiesta, o sea, existe sólo en sus efectos; siempre expresa la necesidad de «tránsito entre diferentes momentos» (piénsese, por ejemplo, en la fuerza de atracción o la fuerza magnética4). En el caso que nos ocupa, cuando hablamos de «fuerza . . . productiva» nos estamos refiriendo no a una cualidad estática 165 (veremos luego que ésta es la concepción de Cohen y en general es propia del pensamiento metafísico) sino a la relación e interacción entre momentos del proceso de trabajo, en el cual se despliegan las fuerzas transformadoras. Por este motivo Marx plantea el tema de las fuerzas productivas analizando «en general» el proceso de trabajo y para ubicar desde el principio la discusión de las fuerzas productivas en esa totalidad. Comencemos destacando algunas particularidades de este proceso de trabajo «en general», tal como lo estudia Marx. Marx desarrolla la noción en los Grundrisse, en el Capítulo VI (inédito), y esencialmente en el capítulo V del primer libro de El Capital. Para interpretar mejor su pensamiento, nos apoyaremos en Hegel; no lo hacemos con afán de «hegelianizar» a Marx, sino para
El concepto de fuerzas productivas de Cohen y su método analítico y lógico formal fueron criticados por Therborn (1980) y Harvey (1990), pero sin profundizar en el enfoque dialéctico de Marx. 4 Ver Hegel, 1994, pp. 82 y sig.; nos hemos apoyado en la interpretación en Marcuse (1986, p.111) e Hyppolite, 1991, pp. 109 y ss. 3
destacar la importancia del tratamiento dialéctico de las fuerzas productivas. El propio Marx cita aprobatoriamente –en El Capital– la concepción de Hegel sobre las herramientas que se encuentra en la lógica de la Enciclopedia, en el capítulo sobre la teleología. Marx parte del trabajo humano, distinguiéndolo del trabajo del animal por el hecho de que el primero, antes de ejecutar su obra, «la proyecta en su cerebro», de manera que «al final del proceso de trabajo brota un resultado que antes de comenzar el proceso existía ya en la mente del obrero, es decir, un resultado que tenía ya una existencia ideal». En la Enciclopedia (en el punto sobre teleología y el fin) Hegel también nos dice que al comienzo el fin es meramente subjetivo, y por lo tanto debe conquistar la objetividad, superar la diferencia entre ambos polos (Hegel, 1990, § 204). Entonces, para superar esa diferencia, hace falta una mediación, que establecerá una unidad dinámica entre lo subjetivo y lo objetivo; esa mediación es la actividad conforme a un fin, de manera que lo esencial no será ni lo objetivo ni lo subjetivo, sino esa actividad. Destaquemos que «mediar» en Hegel significa negar, y la negación es la fuente de movimiento, es la contradicción. La actividad . . . niega a los polos de lo subjetivo y lo objetivo como entidades «en sí», conservándolos transformados y superados en una unidad que es 166 proceso y movimiento. Marx rescata esta idea en El Capital, donde nos dice que los factores simples que intervienen en el proceso de trabajo son «la actividad adecuada a un fin, o sea, el propio trabajo, su objeto y sus medios», y el verdadero motor del desarrollo entonces será el trabajo, el mediador entre el fin meramente subjetivo y la objetividad. Al transformar el hombre al objeto de trabajo, transforma su propia naturaleza, y por eso el trabajo se convierte en la clave del proceso de hominización. Volvamos un momento a Hegel. Este término medio «entero», nos dice Hegel, es entonces «la actividad». Pero este término medio no permanece entero, porque es «roto», escindido en dos momentos: «la actividad y el objeto que sirve de medio» (Hegel, 1990, § 208, traducción corregida de acuerdo con la edición alemana). ¿Qué quiere decir Hegel? Que cuando se desarrolla la actividad sobre el objeto, esa actividad, que era la mediadora originaria entre lo subjetivo y lo objetivo, sufre una transformación, porque el mismo objeto sobre el que se trabaja comienza a experimentar una transformación, al convertirse el mismo en medio, esto es, en
herramienta, que a su vez debe respetar la «otra» objetividad, el material sobre el que actúa. La herramienta es ahora la fuerza interna del concepto, pero puesta como actividad, unida con el objeto como medio. La actividad «es» ahora, hasta cierto punto, herramienta. En seguida Hegel desarrolla el pasaje que Marx cita en El Capital cuando trata el proceso de trabajo: La razón es tan astuta como poderosa. La astucia consiste en general en la actividad mediadora, la cual, haciendo que los objetos actúen los unos sobre los otros de acuerdo con su naturaleza y se desgasten unos a los otros, sin mezclarse directamente en ese proceso, cumple su propio fin (Hegel, 1990, § 209; traducción modificada de acuerdo con la edición alemana).
En la Lógica Hegel también nos dice que la idea subjetiva adquiere realidad sólo en el medio, de manera tal que el medio se convierte en más importante que el fin, porque es la realización del fin, porque en él se conserva la racionalidad y se conserva precisamente como un extrínseco frente al fin, y por eso el poder del hombre no va a residir . . . encerrado en lo subjetivo, sino que estará plasmado en sus 167 herramientas. Por esto mismo, dirá Hegel, el arado es superior al producto: el arado es más noble de lo que son directamente los servicios que se preparan por su intermedio y que representan los fines. El instrumento de trabajo se conserva, mientras los servicios inmediatos perecen y quedan olvidados. En sus utensilios el hombre posee su poder sobre la naturaleza exterior, aunque se halle sometido más bien a ésta para sus fines (Hegel, 1968, p. 658; énfasis nuestro).
Recapitulemos: lo más importante, el «motor» del proceso dinámico del trabajo NO es el polo subjetivo (la representación idealista; el conocimiento, etc.) sino la actividad misma del trabajo, la verdadera mediación entre ambos. Pero ese medio, la actividad, a su vez adquiere luego un segundo «nivel», digamos, que es el de la «actividad objetivada» gracias a la herramienta. Marx dice prácticamente lo mismo cuando explica
que los productos de la naturaleza se convierten directamente en órganos de la actividad del obrero, órganos que él incorpora a sus propios órganos corporales, prolongando así, a pesar de la Biblia, su estatura natural… (Marx, 1946, p. 132).
Por eso Marx considera al hombre «un animal que fabrica herramientas» y que el desarrollo de las fuerzas productivas se medirá crecientemente por el desarrollo de esa mediación objetiva que «delimita» al hombre con respecto al animal, y cuyo máximo exponente será la maquinaria bajo el capitalismo. En los Grundrisse encontramos una reafirmación de estas ideas; allí Marx sostiene que los medios de producción son «órganos del cerebro humano creados por la mano humana; fuerza objetivada del conocimiento» (Marx, 1989, t. 2, p. 230). «Órganos del cerebro creados por la mano humana» es otra manera de hablar del «concepto devenido en actividad y medio transformador». Sobre la base de lo anterior se puede entender por qué Marx consideraba que lo que distingue a las diversas épocas económicas no es lo que se hace, sino con qué instrumentos del trabajo (El Capital, cap. . . . V)5. Esta es, precisamente, la base de la concepción materialista de la 168 historia. Es en la misma línea de pensamiento que Marx muchas veces considera a la herramienta como la base de todo el desarrollo social (ver Marx, 1975, t. 1, p. 82). En toda la obra de Marx se pueden encontrar a cada momento pasajes que reafirman estas ideas.
La superioridad del método dialéctico Podemos ahora referirnos brevemente a la concepción de Cohen, al efecto de destacar la superioridad del tratamiento dialéctico de Marx frente al análisis «riguroso» de la lógica formal. Cohen sostuvo, contra concepciones equivocadas del tipo de «el hombre es la principal fuerza productiva», que no debía hablarse de «cosas» como fuerzas de producción, sino de sus «propiedades». Por ejemplo, serían fuerzas productivas la capacidad de trabajo del hombre, o la capacidad de operar de una máquina. Por esta razón Ver Marx, 1946, p. 32. La rama de la antropología moderna que se ocupa de la prehistoria no hace sino confirmar esa afirmación de Marx: basta ver que las culturas prehistóricas se estudian y clasifican según el tipo de herramientas que utilizaban y las técnicas de fabricación de las mismas. 5
Cohen insinúa que Marx adolece de falta de «rigor» porque considera la «exteriorización» de la fuerza de trabajo como una fuerza productiva, y no la «cualidad» del hombre. Pero no se trata de eso, sino del abismo que media entre el método dialéctico y su enfoque estático-analítico. Si recordamos que «fuerza» alude a una relación y exteriorización que se produce en el seno del proceso productivo, podrá comprenderse por qué para Marx la fuerza de trabajo del hombre no podía ser fuerza productiva por fuera de la interacción activa, (allí sólo lo es potencialmente) y sólo se convierte en «fuerza de la producción» dentro del proceso de trabajo. Por las mismas razones podemos decir que la ciencia «en sí» tampoco es una fuerza productiva, como sostiene Cohen. La ciencia sólo puede ser «fuerza» transformadora cuando se incorpora al proceso productivo, cuando «plasma» o «corporiza» en algunos de sus momentos (en la máquina, en las operaciones del productor). Por eso en la historia se registran inventos o avances científicos que tardan mucho en significar un desarrollo de las fuerzas productivas. Y tampoco la naturaleza «en sí» (esto es, separada de la acción humana) es una fuerza productiva; por ejemplo, la electricidad para el hombre primitivo no era una fuerza productiva, como hoy no lo es el planeta . . . Venus para el ser humano. 169 Obsérvese que aquellos que pretenden determinar si una cosa o la otra es la principal fuerza productiva, al margen del proceso de producción y de su ubicación histórica, se deslizan hacia posiciones idealistas, porque minusvaloran el punto central del desarrollo que es la actividad mediadora entre los términos subjetivo y objetivo. Esto sucede con Cohen, quien afirma que el conocimiento es «el centro del desarrollo de las fuerzas productivas» (Cohen, 1986, p. 49). Esta es una reedición de la vieja concepción de que son «las ideas» las que mueven el mundo, expresada esta vez bajo la cubierta de una tesis que reivindica el «determinismo tecnológico»; algo parecido sucede con los schumpeterianos, que ubican a la mente como el primer motor de la invención tecnológica, y no al trabajo6. Engels ha criticado esta concepción: «El rápido progreso de la civilización fue atribuido exclusivamente a la cabeza, al desarrollo y la capacidad del cerebro. Los hombres se acostumbraron a explicar sus actos por sus pensamientos, en lugar de buscar esta explicación en sus necesidades… Así fue como en el transcurso del tiempo surgió esa concepción idealista del mundo, que ha dominado el cerebro de los hombres…» (Engels, 1975, p.85). Esta tesis es confirmada por la moderna antropología científica, y de este trabajo la pieza clave, fundamental, es la fabricación 6
A problemas parecidos conducen los intentos de «definir» al hombre (como hacen Moreno y otros trotskistas) como «la» fuerza productiva. Por ejemplo, pueden aumentar el número de obreros sin que ello signifique un desarrollo de las fuerzas productivas; es el caso de «crecimientos» extensivos, que terminan en desastres como sucedió en los regímenes stalinistas desde los ’60. Con esto se puede entender por qué la importancia de los momentos de trabajo varía de acuerdo con la variación social y las relaciones económicas. Por ejemplo, podemos decir que en el período previo al trabajo específicamente humano, el verdadero «sujeto» era la naturaleza (de la cual forma parte el hombre) que actuaba tanto como «instrumento y medio de subsistencia» (Marx, 1989, t. 1, p. 460). En ese primer estadio, la clave del desarrollo será la evolución de la herramienta natural, la mano. Por otro lado, cuando el productor es propietario de la herramienta de trabajo, la maestría del artesano pasa a ser una fuerza productiva fundamental, clave del desarrollo (ver ídem; ver también las referencias de Marx en el capítulo sobre manufactura de El Capital). Por el contrario, en el esclavismo clásico, o en los regímenes asiáticos que realizaban grandes obras públicas, la . . . fuerza productiva esencial es la fuerza de trabajo humana potenciada por la coordinación de la relación esclavista o de la burocracia, 170 mientras que la habilidad manual no tiene un rol importante7. Aquí la fuerza productiva es «el número» de efectivos empleados, no la maestría, que es esencial –como fuerza productiva– bajo otra relación social y otra configuración del proceso de trabajo.
Las fuerzas productivas bajo el capitalismo Debemos entonces estudiar la articulación particular de las fuerzas productivas bajo el capitalismo. En él ya no será el trabajo «del» productor el marco de referencia de la fuerza productiva, sino el de herramientas. Gracias a haber adquirido una posición erecta, nuestro lejano antepasado fabrica su primera herramienta: su propia mano (con la oposición dígitopulgar), lo que lleva a un mayor desarrollo del cerebro y a que la mano sirva para fabricar nuevas herramientas. A partir de allí el desarrollo del cerebro, del lenguaje y de la fabricación de instrumentos de trabajo van de par y en esto consiste esencialmente el proceso de hominización. 7 Dice Marx al respecto: «Bastaba con el número de obreros congregados y con la concentración del esfuerzo […] Los trabajadores no agrícolas de las monarquías asiáticas tenían poco que aportar a aquellas obras, fuera de su esfuerzo físico individual, pero su número era su fuerza» (Marx, 1946, p. 347).
colectivo laboral, que es una creación capitalista (con relación al trabajo del artesano de la edad media), al agrupar y recrear la cooperación en un nivel muy superior a todo lo conocido antes en la historia (ver Marx, 1946, t. 1, cap. 11). Surge así una nueva fuerza productiva, el obrero social, que pertenece al capital; la organización de este colectivo es ahora también una fuerza productiva importante. Pero aún más fundamental es entender la inversión que se produce en las relaciones mutuas de los momentos del trabajo con el paso a la gran industria, es decir, al modo de producción plenamente capitalista. Si en el trabajo artesano la herramienta aparece como medio subordinado al poder del productor, y si en la manufactura la herramienta todavía está en la mano del obrero, en el capitalismo desarrollado (gran industria) el hombre pasará a ser mero apéndice del gigante automatizado que constituye el sistema de máquinas. Como lo explica Marx, el punto de partida de la revolución industrial es precisamente el pasaje de la herramienta desde las manos del obrero al dispositivo mecánico que opera con una cantidad de herramientas en forma simultánea. De allí surgirá la necesidad de un mecanismo motor más potente, y de allí también la cooperación de máquinas semejantes y el sistema de máquinas. Estos desarrollos (que . . . son desarrollos de las fuerzas productivas), estudiados por Marx en 171 el primer volumen de El Capital, muestran cómo evoluciona la relación entre los momentos del proceso productivo, donde estadíos anteriores vuelven a encontrarse, en forma superada. Ahora la cooperación aparecerá esencialmente como «cooperación de máquinas», y el rasgo característico del desarrollo de las fuerzas productivas no será el desarrollo de la habilidad manual del productor8, sino la potencia y perfección crecientes del mecanismo colectivo. Lo que servía como parámetro de desarrollo de las fuerzas productivas en un estadio anterior, ahora no sirve. Vemos en este proceso, característico del modo capitalista, la reaparición de las categorías «generales» estudiadas antes, pero ahora concretadas en su forma más pura. Si «en general» el dominio del hombre sobre la naturaleza se plasmaba en sus utensilios y herramientas, y éstos eran la objetivación de los fines subjetivos del ser humano, ahora Marx parece decirnos que recién en este estadio del desarrollo histórico se alcanza la «real» objetivación, si se compara Marx dirá que «con el instrumento de trabajo pasa también del obrero a la máquina la virtuosidad en su manejo» (Marx, 1946, p. 347). 8
con todo lo conocido antes, y en particular, con la manufactura (Marx, 1946, p. 315). Ahora, en la maquinaria, «cobran independencia la dinámica y el funcionamiento del instrumento de trabajo frente al obrero» (Marx, 1946, p. 331). Y la herramienta se plasma en el gigantesco autómata, formado por innumerables órganos mecánicos, dotados de conciencia propia, que actúan de mutuo acuerdo y sin interrupción para producir el mismo objeto (Marx, 1946, pp. 346-7). Pero este crecimiento de las fuerzas productivas se produce a costa del empobrecimiento de uno de los momentos del proceso de trabajo en cuanto fuerza productiva, el obrero individual, que antes dominaba un arte y una técnica (que ya había perdido en gran medida con la manufactura). Esta es una refutación de las concepciones «humanistas» del desarrollo de las fuerzas productivas, que buscan medir el desarrollo de las fuerzas productivas por el desarrollo de la «riqueza» del productor; en general Marx rechazaba la visión (propia del romanticismo pequeño burgués) que evalúa el progreso histórico de la producción por el bienestar de los hombres9. Por eso Marx añade que ahora las fuerzas naturales y del trabajo social «tienen su expresión en el sistema de maquinaria y forman con . . . él el poder del patrón». Ahora el verdadero sujeto de las fuerzas productivas pasa a ser este autómata «dotado de conciencia propia», 172 y ésta no es otra cosa que la expresión material del dominio del capital, del trabajo muerto, sobre el trabajo vivo. El desarrollo se hará mediante el creciente desplazamiento del segundo por el primero, y esto constituirá la contradicción más íntima del crecimiento capitalista. A pesar de lo que digan los defensores de las tesis «humanistas» sobre las fuerzas productivas, es un hecho entonces que Marx evalúa su desarrollo sobre la base de la acumulación del capital, extensiva y fundamentalmente intensiva; por ejemplo: «el nivel alcanzado en su desarrollo por el modo de producción fundado en el capital […] se mide por la magnitud existente de capital fijo, no sólo por su cantidad, sino igualmente por su calidad» (Marx, 1989, t. 2, p. 24). Y también en el Manifiesto Comunista Marx y Engels enumeran En Teorías de la Plusvalía, Marx critica las tesis «humanistas» del desarrollo de las fuerzas productivas, que Sismondi defendió contra Ricardo. Marx toma partido en este punto por Ricardo, al que califica de científico. Dice que Ricardo quiere «la producción con vistas a la producción» (o sea el desarrollo de las fuerzas productivas), y que oponer a la finalidad del desarrollo de las fuerzas productivas «el bienestar del individuo, como lo hace Sismondi, es afirmar que el desarrollo de la especie debe detenerse para proteger el bienestar del individuo». (Ver Marx, 1972, t. 2, pp. 98-9.) 9
los elementos en que consiste el desarrollo de las FP logrado por la burguesía y dicen: La burguesía […] ha creado fuerzas productivas más abundantes que todas las generaciones pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de las máquinas, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación de vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la adaptación para el cultivo de continentes enteros, la apertura de los ríos a la navegación, poblaciones enteras surgiendo por encanto, como si salieran de la tierra. ¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar siquiera que semejantes fuerzas productivas dormitasen en el seno del trabajo social? (Marx y Engels, 1975, pp. 26-7, énfasis nuestro.)
Las citas se pueden multiplicar. Pero lo esencial es comprender que, bajo el capitalismo, desarrollar las fuerzas productivas es entonces acumular plusvalía en la esfera productiva, con vistas a aumentar la producción de plusvalía, incrementando los volúmenes de capital y al mismo tiempo desplazando mano de obra. El capital que fracasa . . . sistemáticamente en hacerlo, pierde ante la competencia y es 173 derrotado, es decir desaparece. De ahí la concepción de Marx de que el capitalismo no puede existir sin acumular, sin revolucionar permanentemente todos los medios de producción (ver Marx, 1946, caps. 22/23).
Armamento, ecología y fuerzas productivas Con lo visto hasta aquí puede comprenderse lo erróneo de considerar que las fuerzas productivas estén estancadas porque crezca la industria armamentista. Este problema debe discutirse en relación con la acumulación, no «en sí». Por supuesto, teóricamente es posible demostrar (y Marx alude al tema al referirse a las industrias de lujo, que pueden equipararse hasta cierto punto con el rol de la industria militar en los esquemas de acumulación), que si la industria armamentista excede determinados límites puede llegar a absorber toda la plusvalía disponible para la acumulación, de manera que se daría una desacumulación, o un estancamiento permanente. Esto ha sucedido en las guerras (tomando a los países beligerantes de conjunto), produciéndose así una
destrucción absoluta de las fuerzas productivas. Pero en la posguerra los gastos armamentistas ocuparon en general una parte bastante menor al 10% del producto nacional, dejando lugar, por lo tanto, a la acumulación ampliada. La relación gastos militares/PNB (producto nacional bruto) para los principales países imperialistas fue: 1950 1955 1960 1965 1970 EE.UU. G. Bretaña Francia Alemania Occ. Italia
5,7 6,3 5,8 4,5 3,2
9,9 7,7 4,9 3,3 2,8
9,1 6,3 5,4 3,2 2,5
7,6 5,9 4,0 3,9 2,5
8,3 4,9 3,3 3,2 3,6
(Fuente: Citado por Mandel, 1979, pp. 270-1)
Por otra parte es necesario tener una visión histórica del problema y del papel que ha jugado el ejército en la historia del capitalismo. Por ejemplo, que la cibernética, la computación, aviación, . . . la energía atómica, y tantos otros inventos, hayan sido desarrollados en el ejército antes de pasar a la producción capitalista civil, no implica 174 el estancamiento de las fuerzas productivas. Por último digamos que gran parte de la historia del capitalismo está marcada por incesantes guerras, y no por ello Marx y Engels negaron el desarrollo de las fuerzas productivas. Todo se reduce, una vez más, a decidir si las tasas de acumulación capitalista avanzan o no; si la riqueza material, en la forma de medios de producción, crece o no. La destrucción y el retroceso de la producción que afectaron a Europa en las dos grandes guerras de este siglo nos están diciendo que se trató de períodos globales de destrucción de las fuerzas productivas (aunque no para los Estados Unidos). Por el contrario, la Revolución Industrial inglesa, que se considera un período de desarrollo del capitalismo, coincidió en buena parte con las guerras napoleónicas que asolaron a Europa. La paz que siguió fue acompañada por una fase de estancamiento económico. El desarrollo de las fuerzas productivas en Alemania desde 1900 a 1913 fue acompañado por una frenética carrera armamentista. Por eso no se puede decir que basta que haya fuertes gastos en armas, guerras o muchas invenciones en el ejército para sentenciar que las fuerzas productivas no se desarrollan y que necesariamente la paz sea sinónimo de mayor crecimiento.
Otro argumento de la posición «estancacionista» se refiere a la destrucción de la naturaleza. Se habla del efecto invernadero, de la lluvia ácida, de la capa de ozono, de la destrucción de los bosques, etc. Es evidente que el desarrollo del capitalismo se asentó en un colosal despilfarro y destrucción de recursos naturales (como ya lo había señalado Engels), y que esta destrucción alcanzó niveles nunca imaginados. Pero de allí existe un gran paso a poder afirmar que ésta es la contradicción fundamental sobre la cual se sustenta el programa de la revolución socialista. Los que sostienen que la contradicción fundamental entre el capitalismo y la naturaleza (tesis del ecologismo de izquierda), deben deducir que las premisas de la revolución socialista no surgen como una necesidad ineludible del desarrollo contradictorio, interno, del sistema, sino de la contradicción de la sociedad «en general» con la naturaleza. De ello se deduciría que es posible y necesaria una alianza con las clases medias –con un programa «racional»– e incluso con los capitalistas interesados en el cada día más rentable negocio ecológico, para salvar a la humanidad de la devastación planetaria. Tal vez sea ilustrativo del fracaso de esta crítica al capitalismo lo que sucedió con el ecologismo de izquierda europeo y norteamericano. En los años setenta éste sostenía que las . . . energías no nucleares eran incompatibles con el capitalismo, y que 175 por lo tanto la lucha por la energía solar o eólica llevaría a la revolución socialista. Pero es un hecho que los mismos monopolios dedicados a la extracción de hidrocarburos fomentan (desde los ochenta, por lo menos) la investigación en otros tipos de energía, porque advierten que pueden llegar a transformarse en un negocio rentable. Lo mismo podermos decir de las recientes mutaciones de empresas norteamericanas, dedicadas hasta hace poco tiempo a la industria de guerra, y que hoy hacen pingües negocios con la ecología en California y otros estados.
Desarrollo de las fuerzas productivas y revolución Existe una idea, muy extendida en el trotskismo, que sostiene que para que triunfe una revolución socialista el capitalismo debe haber agotado completamente sus posibilidades de desarrollo. De esta manera, se llega a decir que si no hubiera existido la revolución de Octubre, Rusia hubiera quedado en el mismo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas que el de 1917; en la misma línea de
razonamiento se debe sostener que hoy es imposible la expansión del capitalismo en Rusia. Así, con esta tesis se llega a una de esas posiciones que hacen aparecer al marxismo como un dogma sólo sostenible a costa de negar la realidad. Pero los partidos trotskistas tienen mucho interés en demostrar este estancamiento secular porque, en su óptica, si las fuerzas productivas se hubieran desarrollado –a nivel mundial– después de 1917, se demostraría que el programa revolucionario del bolchevismo habría estado equivocado y, peor aún, no habría ninguna posibilidad revolucionaria. La única justificación «teórica» para sostener esta posición es la famosa Contribución a la crítica de la economía política, de Marx, donde se da a entender que la revolución y el reemplazo del antiguo modo de producción por un superior sólo es posible si se llega a un estancamiento en términos absolutos de las fuerzas productivas, esto es, si el antiguo modo de producción se «agotó» y ya no permite ningún nuevo avance10. Pero… ¿es posible demostrar que el capitalismo había llegado en 1917 a una imposibilidad absoluta de seguir desarrollando las . . . fuerzas productivas? Sin embargo, la revolución socialista triunfó en Rusia. O podemos presentar el siguiente problema: cuando se 176 aproxima la crisis de 1857 Marx esperaba el estallido de una revolución proletaria en Europa, para lo cual escribe los Grundrisse, a los que consideraba esenciales para dar una «basamento teórico» al movimiento revolucionario que esperaba. Sin embargo, no pretende encontrar una razón para que el capitalismo ya no pudiera seguir desarrollando las fuerzas productivas, en términos absolutos; a pesar de eso, creía en la posibilidad de una revolución proletaria. Por otra parte, Marx era conciente, y así lo dijo a lo largo de toda su obra, que el capitalismo no puede sobrevivir sin revolucionar constantemente las fuerzas productivas. En nuestra opinión, la única forma de salir de esta contradicción entre la cita anterior de Marx por un lado, y toda su teoría y la evidencia del desarrollo capitalista y la lucha de clases, por el otro, es cuestionando la aplicabilidad al régimen capitalista de la concepción planteada en la Contribución… El pasaje del «Prólogo…» que da pie a esta interpretación es el siguiente: «Una formación social jamás perece hasta tanto no se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas para las cuales resulta ampliamente suficiente» (Marx, 1980, p. 5) 10
En este punto nos apoyamos en la interpretación que da Elster (1990) de ese pasaje. Elster sostiene que esta cita es aplicable a los modos de producción precapitalistas, pero no al capitalismo. De hecho, Marx se refirió muchas veces a que las formas precapitalistas de producción eran esencialmente conservadoras en lo que respecta al cambio tecnológico, que éste se producía de forma lenta, y cuando las fuerzas productivas aceleraban su desarrollo entraban en conflicto agudo con las relaciones de producción. Es decir, las relaciones de producción de determinados modos de producción precapitalistas eran incompatibles con determinados avances tecnológicos. En cambio, el capitalismo es esencialmente dinámico en lo que respecta al cambio tecnológico y revoluciona permanentemente las fuerzas productivas. También Elster recuerda que, en el primer tomo de El Capital, Marx sostiene que «todos los anteriores modos de producción eran esencialmente conservadores». Y en los Grundrisse existe un extenso pasaje, también citado por Elster, en el cual se destaca la diferencia: «A pesar de estar limitado por su propia naturaleza, el capital lucha hacia el desarrollo universal de las fuerzas de producción y se convierte en la presuposición de un nuevo modo de producción […] . . . Todas las formas anteriores de sociedad zozobraron debido al 177 desarrollo de la riqueza o, lo que es igual, debido a las fuerzas sociales de producción» (Elster, 1990, pp. 188-9, énfasis de Elster). Aquí Marx dice claramente entonces que los modos de producción precapitalistas sucumben porque son incapaces de absorber el cambio tecnológico –por ejemplo, Marx recuerda la destrucción del feudalismo mediante la brújula, la pólvora y la imprenta–, mientras el capitalismo fue capaz de absorber todos los cambios tecnológicos –y por cierto que muy rápidos y violentos durante muchos períodos– que se sucedieron11. Se puede argumentar que estos cambios tecnológicos no se incorporan a la producción en la misma medida en que están disponibles, es decir, que la tasa de cambio tecnológico potencial es mayor que la tasa de cambio tecnológico real. Esto es cierto, y ya Marx habría constatado –teórica y empíricamente– que la máquina También en Marx, 1983, encontramos una comparación con los regímenes precapitalistas; Marx anota que en esos modos de producción «los magistrados habían prohibido, por ejemplo, los inventos, para no quitarles el pan de la boca a los trabajadores» (p. 91) y lo contrasta con el modo de producción capitalista. 11
tropezaba con las condiciones capitalistas para su introducción en la producción. Pero eso no niega, evidentemente, que el capitalismo haya podido seguir desarrollando las fuerzas productivas, cuando las condiciones de valorización fueron convenientes. En este aspecto la interpretación de Elster nos parece correcta, en el sentido de que la afirmación de la Contribución… no vale para el capitalismo. De todas maneras queda por discutir por qué Marx no explicitó el punto, cuando en todos los otros textos citados ése parece ser su pensamiento. Es un problema abierto que habrá que seguir estudiando.
Un desarrollo tendencial «en espiral» Llegados a este punto nos apartamos de la interpretación de Elster, porque para éste las posibilidades de desarrollo están libres de contradicciones profundas, y los «derrumbes» del sistema desaparecen de su visión. Elster parece interpretar, además, que ése era el pensamiento de Marx. Pero, en realidad, en la propia cita de los Grundrisse que nos presenta y en muchos otros pasajes, Marx recuerda que el modo de ... producción capitalista «es una forma limitada de producción», es decir, 178 el desarrollo de las fuerzas productivastropieza con barreras. Marx está muy lejos de tener una visión «productivista», de evolución lineal de las fuerzas productivas (en la que pretendió apoyarse el reformismo de la Segunda Internacional); por el contrario, se trata de un desarrollo inherentemente contradictorio. Es que el desplazamiento de la mano de obra por la herramienta –o sea, el dominio creciente del traba muerto sobre el trabajo vivo– ahoga la fuente de valorización del capital, y con ello embota el acicate fundamental que empuja al desarrollo de las fuerzas productivas. De ahí las crisis periódicas, de ahí también los desarrollos «en espiral», con fuerzas productivas cada vez mayores y más universales comprometidas en crisis recurrentes. La teoría del capital de Marx, del desarrollo de las fuerzas productivas y de su crisis, constituye así un todo orgánico, porque los límites son internos, inherentes, al mismo desarrollo. No se puede captar esta dialéctica si no se comprende qué son las fuerzas productivas, si no se capta la tendencia al desplazamiento de la actividad humana (creadora de valor) por la máquina (valor objetivado), si no se entiende que toda la historia del capital es la
historia del crecimiento de esa contradicción. Por eso las crisis son inevitables. Aquellos que desprecian estos conceptos fundamentales para seguir aferrados a la muletilla de que el obrero es la fuerza productiva principal bajo el capitalismo, en realidad están desconociendo lo más profundo de toda la obra de Marx. Deberían fundar su teoría de las crisis en otra no marxista; y debería además intentar explicar teóricamente por qué el capitalismo, desde 1914, sólo podría recuperarse de sus crisis (de acuerdo con sus concepciones) hasta un nivel de desarrollo igual al que existió aquel año, nunca superior a nivel mundial. El mismo desarrollo entonces crea las condiciones de la revolución. Posiblemente una razón adicional para que muchos grupos trotskistas se negaran a reconocer el desarrollo de las fuerzas productivas estriba en que sólo pueden concebirlo de forma linealmente evolutiva. Pero evidentemente un error no se puede subsanar con otro simétrico. Es claro que, desde sus más tempranos trabajos, Marx y Engels concibieron el camino del desarrollo y crisis capitalista «en espiral». Esto se puede ver en El Manifiesto Comunista y se repite en los Grundrisse, donde Marx habla de las contradicciones que «derivan en estallidos, . . . cataclismos, crisis», que constituyen el aniquilamiento de una gran 179 parte del capital; y este punto es la base para proseguir la marcha hacia nuevas y mayores crisis (Marx, 1989, t. 2, pp. 282-4). De esta forma «estas catástrofes regularmente recurrentes tienen como resultado su repetición en mayor escala, y por último el derrocamiento violento del capital (ídem, pp. 283-4; énfasis nuestro). En síntesis, para Marx: a) el desarrollo de las fuerzas productivas es el desarrollo de la acumulación capitalista; b) ese desarrollo lleva a crisis; c) las crisis son la manifestación del choque de las fuerzas productivas con las relaciones de producción; d) estamos, por lo tanto, en presencia de avances y estallidos o «derrumbes» violentos; e) si no hay salida revolucionaria, la buguesía terminará por reanudar la acumulación; f) esa salida prepara, sin embargo, crisis mayores. Anotemos brevemente (aunque esperamos desarrollarlo en un próximo trabajo) que Lenin captó el sentido de la contradicción entre
el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción en el capitalismo, al sostener que la era del imperialismo conoce los períodos de extremo desarrollo y de aguda crisis, que preparan el terreno material de la revolución. Escribe Lenin: Sería un error creer que esta tendencia a la descomposición excluye el rápido crecimiento del capitalismo. No; […] en su conjunto el capitalismo crece con una rapidez incomparablemente mayor que antes, pero este crecimiento no sólo es, en general, cada vez más desigual, sino que esta desigualdad también se manifiesta, en particular, en la descomposición de los países de mayor capital (Lenin, 1973, pp. 491-2).
Tendencialmente, entonces, es esa contradicción la que, como dice Marx, lleva al sistema «a su disolución». Bibliografía
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Publicado por primera vez en Debate Marxista N° 8, noviembre de 1996 y reeditado en «Crítica del Programa de transición», Cuadernos de Debate Marxista, en agosto de 1999 y en enero de 2003. Sólo en la presente edición figura como «Apéndice» de la «Crítica...»
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REFLEXIONES
SOBRE
EL PERONISMO DE IZQUIERDA
... 182 Por estos días he terminado de leer el primer tomo de El peronismo. Filosofía política de una persistencia argentina (Buenos Aires, Planeta, 2010), de José Pablo Feinmann. Es un texto interesante, que puede ser disparador de varios debates. También el segundo volumen contiene material importante, aunque se repiten algunas temáticas y argumentos ya planteados en el primer tomo. En esta nota realizo algunas reflexiones sobre el peronismo de izquierda revolucionario, a partir de la presentación que hace Feinmann de las posiciones de esta corriente en las décadas de los 50 a los 70. En lo que sigue también utilizo Nacionalismo burgués y nacionalismo revolucionario (Buenos Aires, Contrapunto, 1986), del artista plástico y militante del peronismo de izquierda, Ricardo Carpani. El «viejo» peronismo revolucionario En opinión de Feinmann, el mejor representante del peronismo revolucionario ha sido John William Cooke. Efectivamente, Cooke es clave para entender a la militancia peronista que buscó trabajar desde
el seno del movimiento de masas, en un sentido socialista. Dado que mucha gente joven no lo conoce, en el Apéndice reseño brevemente su vida. Una de las primeras cuestiones que destaca Feinmann es que Cooke pensaba que la lucha revolucionaria debía ser protagonizada por las masas, y no por vanguardias iluminadas. Por eso, y a pesar de su respeto y amistad con el Che, Cooke nunca fue foquista. «La concepción de Cooke no es la de Guevara... Para Cooke la cosa no es primero el foco, después el pueblo. No es primero una minoría y después las masas. (…) El verdadero revolucionario es aquel que trabaja con y desde las masas» (Feinmann, p. 382). A partir de aquí, y siendo Cooke socialista, el problema que se plantea es cómo lograr que la clase obrera argentina asuma un programa y una estrategia socialistas. La respuesta a este interrogante se articula en base a dos supuestos centrales: que el peronismo no puede ser asimilado por el régimen burgués; y que desde el peronismo se podía radicalizar el enfrentamiento de las masas peronistas con la clase capitalista, superando al propio peronismo. La idea de que el peronismo no es asimilable está sintetizada en la famosa frase de Cooke, «el peronismo es el hecho maldito del país . . . burgués». ¿Por qué? Pues porque Perón era el líder del enemigo de la 183 burguesía, y el peronismo había soliviantado a esas masas trabajadoras (por ejemplo, otorgando grandes derechos sindicales). De ahí que el movimiento nacional no podría ser integrado en el régimen democrático burgués: «El régimen no puede institucionalizarse como democracia burguesa porque el peronismo obtendría el gobierno», escribía Cooke en «La revolución y el peronismo», (citado por Feinmann, p. 388). Y dado que las masas eran peronistas, había que ingresar al peronismo para dar la batalla desde allí. En palabras de Feinmann: «Cooke... es el ideólogo del peronismo revolucionario porque es el ideólogo del entrismo en las masas. Somos peronistas porque las masas lo son y debemos llevarlas hacia la lucha por la liberación nacional» (p. 375). Aquí está el origen conceptual de la izquierda peronista. Aunque se refiere en particular a la izquierda peronista que no cayó en el vanguardismo, al estilo de los Montoneros. Feinmann agrega: «hay que estar en el peronismo porque ahí están las masas y sin las masas no hay revolución posible, sino que se genera el vanguardismo sin pueblo que termina girando en el vacío» (p. 378). Y en un diálogo imaginario con René Salamanca (dirigente de los obreros mecánicos de Córdoba, militante del PCR), le hace decir a Cooke: «la
identidad política de los obreros argentinos es el peronismo. No estar ahí, es estar fuera». En otro pasaje, Feinmann anota: «La sustancia de la revolución son las masas. De aquí que el peronismo se presentara tentador. Con un empujoncito más hacemos de este pueblo un pueblo revolucionario y el líder (Perón) no tendrá más que aceptarlo. No se trabajaba sólo para obedecer a Perón y aceptar su conducción literalmente. (…) Se trabajaba para que el pueblo peronista diera hacia adelante el paso que aún lo alejaba de las consignas de lucha socialistas. Una vez producido esto, Perón no tendría más remedio que aceptarlo. El que entiende esto entiende todo el fenómeno complejo de la izquierda peronista» (p. 384). Esto resume lo central del pensamiento de la izquierda peronista (aclaremos, la izquierda peronista que se proponía avanzar al socialismo; bastante distinto de lo que hoy se presenta como «izquierda» peronista).
La liberación nacional conduce al socialismo Además de la imposibilidad de integración al régimen burgués, el otro elemento fundamental es que se asumía al peronismo como un . . . movimiento de liberación y afirmación nacional; y por aquellos años 184 ‘60 y ‘70 toda la izquierda pensaba que la liberación nacional sólo podría imponerse enfrentando con métodos revolucionarios al imperialismo. Pero esto llevaría al socialismo. Por lo cual, el peronismo (como le sucedería a todo movimiento del liberación nacional) sería superado-conservado (el aufhebung hegeliano) por el socialismo (la formulación es de Feinmann). En otras palabras, el capitalismo sería derrotado porque la lucha contra el colonialismo sería imparable, y el imperialismo no podría absorberla. Enfaticemos que en el peronismo de izquierda existía claridad en cuanto al carácter burgués del peronismo, y por eso «no se trabajaba solo para obedecer a Perón y aceptar su conducción literalmente». Había conciencia de que Perón era, en última instancia, «un representante de la burguesía, del capitalismo» (Feinmann, p. 232), y el peronismo, a lo sumo, un «movimiento capitalista humanitario y distribucionista» (ídem, p. 220). Pero a partir de sus contradicciones con el imperialismo y sus «agentes locales» (la oligarquía, el capital financiero, el gran capital local), se visualizaba la posibilidad de que iniciara el tránsito al socialismo, ya que el imperialismo no podía absorber la lucha por la liberación. Con esta perspectiva en mente, Cooke invita, en los años 1960, a Perón a sumarse a un «frente revolucionario extendido en
todo el planeta» (carta de Cooke a Perón, citada por Feinmann en p. 397). En ese frente participaban Ben Bella (Argelia), Sekú Torué (líder de la independencia y presidente de Guinea), Nkrumah (líder de la lucha por la independencia de Ghana), Nasser (Egipto), Tito (Yugoslavia) y Castro. Aunque Perón no siguió el consejo de Cooke, lo importante es que la militancia peronista de izquierda creía que la historia empujaría al movimiento nacional a superar sus propios límites; incluso en contra de los deseos de su conductor. En este respecto, la diferencia con la izquierda radicalizada y no peronista no pasaba tanto por el pronóstico histórico general («el triunfo de la liberación nacional llevará al socialismo»), sino sobre que ese proceso pudiera ocurrir desde el peronismo. La izquierda radicalizada (guevarista, trotskista, maoista) pensaba que el peronismo tenía limites de clase precisos. La izquierda peronista, en cambio, veía el desenlace socialista como muy probable. Al margen de lo que quisiera Perón, las masas empujarían en dirección al socialismo, superando las limitaciones de la propia dirección. La Resistencia había galvanizado el proyecto. Esta perspectiva llevaba, en los mejores exponentes del peronismo revolucionario, a cuestionar abiertamente el carácter burgués del movimiento. Esto se aprecia . . . claramente en el siguiente texto de Carpani, que es de 1972: 185 «Finalmente, (el peronismo revolucionario) delimita y profundiza su conciencia y sus objetivos a partir de la caída de Perón en 1955, durante la Resistencia Peronista y las luchas posteriores, que desembocan en la conformación de un pensamiento peronista revolucionario, plenamente consciente de sus objetivos de clase y tajantemente diferenciado del peronismo burgués y burocrático» (p. 70). Carpani llega a decir que para avanzar no hay siquiera que conformarse con un programa de estatizaciones, como habían planteado los programas de La Falda, Huerta Grande o de la CGT de los Argentinos. Explícitamente criticaba «la creencia de que, sobre la base de un programa de nacionalización de los recursos fundamentales, pero manteniendo en lo esencial el régimen de la propiedad privada, existía la posibilidad para esa burguesía (se refiere a la burguesía industrial argentina) de un destino independiente del imperialismo» (p. 73). Una afirmación de este tipo podía suscribirla tranquilamente cualquier trotskista de aquellos años. Aquella militancia «del movimiento nacional» advertía que existía una división profunda entre el peronismo burgués (burocrático, acomodaticio, institucional) y el
peronismo revolucionario que reivindicaba, y al que identificaba con la clase obrera, con los explotados.
Ni punto de contacto con lo de hoy Cualquiera que siga medianamente la política actual podrá apreciar la distancia que media entre aquella vieja izquierda peronista, que se asumía como revolucionaria, y lo que hoy puede llamarse peronismo de izquierda. Cooke, o los militantes que llegaban al peronismo desde Marx (muchos hicieron este derrotero) tenían como meta el socialismo, y en este empeño llegaban a disputar no solo con las conducciones intermedias, sino con el mismo Perón. Lo mismo sucedió con muchos (no todos) jóvenes que se iniciaron en los movimientos cristianos y nacionalistas de derecha, y terminaron en las alas de izquierda del peronismo (por ejemplo, parte de la dirección de Montoneros). Cooke criticó el Congreso de la Productividad porque intentaba aumentar la productividad a costa del esfuerzo de los trabajadores (sintomáticamente, la patronal se quejaba por entonces de la falta de disciplina obrera en las empresas); y también las negociaciones de . . . Perón con la Standard Oil. Después del golpe de 1955, luchó en la 186 Resistencia. Y si bien fue artífice principal del pacto con Frondizi, a partir del triunfo de la revolución cubana radicalizó su postura, y trabajó por un acercamiento del justicialismo con el castrismo. Finalmente, murió pobre y aislado. Nada que ver con una militancia «izquierdista» que hoy defiende a tránsfugas del CEMA y la Ucedé, aplaude a funcionarios que se enriquecen de la noche a la mañana participando de fabulosos negociados, y saluda como aliados a burócratas-sindicales-empresarios, para seguir a la caza de puestos, y más puestos. No quedan ni rastros de la vieja llama crítica, cuestionadora, anti-sistema. Volviendo al ideario peronista revolucionario, no quiero disimular las diferencias que nos separaban. En aquellos años 70 yo militaba en el trotskismo, y los trotskistas pensábamos (como en general muchos otros marxistas) que el peronismo no podía evolucionar hacia el socialismo. Discutíamos muy fuerte sobre esto. También criticábamos el vanguardismo armado, elitista, de los Montoneros (y del ERP). Pero por encima de esas diferencias, había un sentido de pertenencia a la izquierda revolucionaria. Lo he visto y vivido (y lo mismo le ha pasado a otros compañeros) en las muchas experiencias de lucha, de organización y combates dados desde el
seno del movimiento de masas. La militancia de izquierda peronista, al menos en su gran mayoría, estaba comprometida con un ideal de revolución. No sé hasta qué punto lo estaría la dirección de Montoneros (o una parte importante de ella), pero sí lo estaban cientos o miles de militantes de base, e intermedios, que se jugaban todos los días en la pelea contra burócratas o patronales. Ese peronismo de izquierda de los 70 fue girando, primero hacia la no aceptación de la conducción estratégica de Perón, luego hacia la oposición abierta, como señala Feinmann (p. 109). Como es conocido, el enfrentamiento no comenzó cuando asumió Isabel. En junio de 1974 Carpani llamaba a construir «la organización independiente de los trabajadores, que garantice la hegemonía directiva de la clase obrera en la lucha por la liberación nacional y social» (reproducido en op. cit. p. 88). Por la misma época, caracterizaba la política de Perón, de 1973-4, como «una política nacionalista burguesa, fundada en un pacto social entre los trabajadores y la burguesía, tendiente en una primera etapa a renegociar la dependencia del país en términos más favorables para el sector de la burguesía industrial monopolista de capital prevalecientemente nacional». Y agregaba: «Dicho proceso pasa por alto, tanto el grado de conciencia logrado por los sectores más . . . combativos de la clase obrera y el nivel de sus reivindicaciones, como 187 el carácter orgánico de la dependencia de las burguesías semicoloniales respecto al imperialismo, dependencia que se halla implícita en las mismas condiciones de supervivencia del sistema capitalista» (p. 96). Gelbard, por entonces ministro de Economía, que hoy es considerado casi un revolucionario, era definido por Carpani como un «representante conspicuo de la burguesía industrial monopolista pretendidamente nacional». Precisemos que la política económica de Gelbard, si bien burguesa, era mucho más estatista y nacional que cualquier cosa que pueda verse hoy. ¿A quién se le podía ocurrir, en el peronismo «a lo Carpani», que la «liberación nacional y social» iría de la mano de los Boudou y De Vido, de los Eskenazi y Cirigliano, de los Alperovich e Insfrán, de la Exxon y la Barrick Gold de entonces?
¿«Desencuentro trágico»? La ruptura-enfrentamiento de los 70 entre la conducción del peronismo y la izquierda peronista no fue un proceso lineal, y tuvo muchos aspectos cuestionables. La postura que tomó Montoneros al día
siguiente de Ezeiza siempre me pareció muy criticable (¿por qué callaron la aquiescencia, por decir lo menos, de Perón con la matanza?). También los silencios ensordecedores ante los primeros asesinatos de la Triple A (¿por qué se disimulaba que los asesinos tenían el respaldo del propio Perón?). Sin embargo, estas «agachadas» (así las interpretábamos desde la izquierda no peronista) no impidieron que el conflicto se profundizara. Muchos militantes de base y cuadros intermedios tenían dudas, pero ante la encrucijada de elegir entre los burócratas-burgueses, y los trabajadores, se decidieron por los trabajadores. Y el enfrentamiento fue brutal, porque los matones y asesinos tenían el apoyo del Estado (¿o acaso también hay que creer que el terrorismo de Estado comenzó el 24 de marzo de 1976?) y la vía libre de la impunidad. Seamos claros: fue un enfrentamiento que afectó la médula del sistema, porque cuestionó a la burocracia sindical. En muchas empresas, en especial en metalúrgicos y mecánicos, fueron desplazadas direcciones burocráticas. Este cuestionamiento por la base al poder sindical fue, por supuesto, más peligroso para la burguesía (y para la derecha) que la Universidad «nacional y popular» (barrida por los fascistas . . . Ivanisevich y compañía), y potencialmente más subversivo, en el largo plazo, 188 que el accionar de los grupos armados. El enfrentamiento era el hijo del Cordobazo, pero en una etapa superior de lucha, porque a partir del ‘73 el gobierno era peronista. En la izquierda se alineaban montos, peronistas de base, trotskistas, maoístas, militantes de superficie del de base, he compartido reuniones de agrupaciones de empresa donde discutíamos (y a veces muy duramente), pero también organizábamos, y salían cosas medianamente buenas (un boletín de fábrica, una colecta para una huelga, ir a visitar otros trabajadores que estaban haciendo una olla popular). Naturalmente, también compartimos la cárcel o la tortura; y el compañerismo o amistad con tantos militantes desaparecidos. Repito, estábamos en el mismo «bando». Entre nosotros había diferencias, pero no había «desencuentro trágico», sino un «encuentro» consciente, porque subyacía una unidad de fondo. Hoy, en cambio, no hay encuentro posible con esa izquierda peronista que aplaude discursos que llaman «privilegiados» a los docentes, «extorsivas» a las huelgas, y acusan por «golpistas» a luchas obreras que reclaman aumentos salariales. ¿Qué tiene que ver esto con el «desarrollo de la conciencia social» del proletariado, que pedían Carpani y otros exponentes del peronismo revolucionario? En los 70 a nadie, que no fuera un amigo de López
Rega, se le ocurría pensar que una huelga era «funcional a la derecha»; nadie miraba para otro lado y tapaba responsabilidades en tragedias como la de Once. Por aquellos años, a nadie de la izquierda se le cruzaba por la mente justificar el enriquecimiento sin límites del lumpen burgués-estatista, mientras agita banderas «nacionales» y condena al activismo que se levanta contra la megaminería.
La experiencia del «entrismo» en las masas peronistas La historia del peronismo revolucionario «a lo Cooke» también encierra una enseñanza muy importante para la militancia de hoy: la imposibilidad de transformar «desde adentro» y desde la militancia, a un movimiento nacional burgués en un movimiento revolucionario y socialista. No fue posible en los tiempos de mayor enfrentamiento entre el peronismo proscrito y la alta burguesía argentina. En los ‘60, y por lo menos hasta mediados de los ‘70 (en 1975 EE.UU. sale derrotado de Vietnam), hubo un marco internacional que parecía extremadamente favorable. Asistíamos al auge del tercermundismo, la revolución cubana entusiasmaba, y se contaba con el «respaldo» de la URSS y China a los movimientos de liberación nacional. El apoyo . . . de los soviéticos a la dictadura de Videla, y antes de China a Pinochet, 189 socavaría esta confianza, pero en los años ‘60 y comienzos de los ‘70, pocos la cuestionaban. Sin embargo, y aun con todo este contexto, la experiencia demostró que no bastaba con el «empujoncito» para que las masas «superaran» a Perón, y el programa del peronismo. Es que nunca se terminaba de romper con el sistema capitalista y el proyecto nacional-estatal-burgués. Muchas veces se habló «del giro a la izquierda de las masas peronistas» (expresión que lanzó Codovilla, en 1946); pero el giro siempre terminó en el reformismo burgués. Hubo grupos trotskistas que plantearon la táctica de la «exigencia» («que la CGT imponga su programa con la huelga general», etc.), pero esta agitación no tuvo mayores repercusiones. El pretendido «empujoncito» no pudo darlo Cooke, a pesar de ser el delegado personal de Perón en Argentina durante el período más duro de la resistencia. Tampoco pudieron darlo los grupos trotskistas que buscaron hacer entrismo en el peronismo. Por ejemplo, a partir de 1953-4 los grupos dirigidos por Nahuel Moreno y Esteban Rey se dirigieron a las masas peronistas desde el Partido Socialista de la Revolución Nacional (que bajo la dirección de Dickmann se había acercado al gobierno), pidiendo medidas efectivas para frenar el golpe
que se avecinaba. Además, no sólo Milcíades Peña (como pretende Feinmann) exigió armas a la CGT para enfrentar a la Libertadora; hubo otros militantes de izquierda. Luego, durante la Resistencia, algunos se asumieron como parte del movimiento peronista. Fue el caso del grupo de Nahuel Moreno, cuando publicaba Palabra Obrera, órgano del Movimiento de Agrupaciones Obreras, que militaba en las 62 Organizaciones, a fines de la década de los 50. Pudo haber habido influencia sindical, pero no hubo superación alguna del peronismo. En la década del ‘60, y hasta 1972, algunos grupos trotskistas también lucharon por la vuelta de Perón, no sólo porque era una reivindicación democrática elemental, sino porque pensaban que la demanda no era asimilable por el régimen burgués. Pero las masas peronistas no viraron hacia ellos (y Perón volvió sin revolución socialista). Asimismo, muchos militantes provenientes del marxismo intentaron llevar a cabo el sueño de Cooke, esto es, constituir desde el interior del peronismo a la clase obrera en sujeto revolucionario. Los resultados fueron, de nuevo, muy escasos. Incluso los compañeros que tenían fuerte inserción de masas, no podían radicalizar el movimiento más allá de los límites establecidos por Perón o por las . . . «20 verdades» del justicialismo (un recetario de consejos pro190 capitalistas, estatistas y cristianos, empapados de conciliacionismo de clase). Lo he visto y vivido. Cuando militantes de montos o del peronismo de base (subrayo, con inserción, no estoy hablando de los que caían en paracaídas) intentaban, en charlas con los trabajadores comunes, cuestionar o traspasar los límites, empezaban a sentir el silencio y el vacío a su alrededor. La gente acompañaba en la lucha contra la burocracia (y hasta cierto punto), pero el paso político hacia el socialismo no se daba. En otras palabras, el peronismo no era «superado» en ningún sentido socialista. No bastaba con el bendito «empujoncito». La izquierda revolucionaria podía estar «dentro» del peronismo indefinidamente, pero no podía dar el tono general del movimiento nacional. Esto fue así cuando estuvo Perón, y continuó luego de su muerte. Agreguemos otra cuestión: para estar en la lucha tampoco era necesario tomar la bandera del peronismo, como muchas veces se insinuó. Tosco, Paez, Salamanca, Flores, fueron grandes dirigentes del Cordobazo y de otras gestas obreras, y no eran peronistas, sino marxistas. Tenían un enorme ascendiente sobre las masas trabajadoras; aunque éstas permanecieron en el peronismo, sin traspasar sus límites.
Pronósticos fallidos Por razones de extensión, no lo voy a desarrollar aquí, pero dejo señalada una cuestión que me parece capital: el error en el análisis que prevaleció en la izquierda de los ‘60 y ’70 consistió en creer que los movimientos de liberación nacional no eran asimilables por el modo de producción capitalista. La corriente de la dependencia, y la mayoría de los grandes economistas marxistas (Mandel, Samin, Sweezy y Baran) alimentaron esta creencia, que fue asumida por prácticamente todas las tendencias de la izquierda radicalizada, incluido el peronismo revolucionario. He analizado esta cuestión en otros trabajos, en especial en Economía política de la dependencia y el subdesarrollo. Aquí solo quiero señalar que casi todos los movimientos nacionales burgueses o pequeño burgueses han sido asimilados al capitalismo; incluso los que en su radicalización llegaron al estatismo generalizado. Fue un fenómeno mundial. El espectáculo de los viejos montoneros, y del partido Justicialista, aplaudiendo y defendiendo las privatizaciones menemistas, es solo una parte de la escena global (¿acaso la heroica dirección vietnamita, la que condujo la lucha por la liberación, no se transformó, después de 1975, en alumna destacada . . . del FMI?). En segundo lugar, y más específicamente, se demostró que el 191 peronismo era asimilable al régimen burgués. Mejor dicho, lo demostró, sin dejar lugar a dudas, el propio Perón, cuando volvió al país acompañado de Isabel, López Rega y todo un séquito de asesinos y fascistas, que asumieron con entusiasmo la tarea de «limpiar» el país de izquierdistas. Algún día habrá que explorar hasta el fondo las raíces teóricas de estos errores. Estoy convencido de que es parte del rearme político que necesita el marxismo.
Apéndice, John William Cooke Cooke (1919-1968) tuvo su origen en el radicalismo, pero adhirió tempranamente al peronismo, y fue diputado por este partido, entre 1946 y 1951. En 1954 se opuso a los contratos petroleros que negociaba el gobierno de Perón, y al Congreso de la productividad. En 1955 la Libertadora lo pone preso, junto a muchos otros dirigentes y militantes peronistas. En noviembre de 1956, y aun estando detenido, Cooke es designado por Perón para que asuma su representación política («su decisión será mi decisión y palabra mía», escribe Perón). En 1957
trabaja para el acuerdo entre Perón y Frondizi, y en el ‘59 interviene en la huelga del frigorífico Lisandro de la Torre. Después de este hecho, Perón lo desplaza. Ese mismo año, viaja a Cuba junto a su compañera, Alicia Eguren. Adhiere a la revolución –combate en Bahía de los Cochinos– y permanece en la isla hasta 1963. Por entonces intentaba convencer a Perón de que viajara a Cuba, y que el movimiento peronista asumiera posiciones revolucionarias. En 1963 regresó a Argentina, y organizó Acción Peronista Revolucionaria, donde participaron, entre otros, Fernando Abal Medina y Norma Arrostito, que luego serían dirigentes de Montoneros. Pero Cooke está aislado; muere de cáncer en 1968. En 1973 Alicia publica su correspondencia con Perón, que habría de influir largamente en la izquierda peronista (así como sus otros escritos). Alicia Eguren, fue secuestrada y asesinada por los militares en 1977. Publicado en el blog, 28 de julio de 2012.
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Tercera parte
Ley del valor-trabajo para todos y todas ... 193
CRISIS Y MERCADO MUNDIAL
En 2008 y 2009, una idea extendida dentro de la izquierda fue que la crisis capitalista sería igual, o más profunda, que la Gran Depresión, y que entrábamos en un período de guerras comerciales, autarquía de las economías y contracción, a largo plazo, del mercado mundial. De . . . ahí que tampoco faltó el economista que pronosticara que Argentina 194 y otros países subdesarrollados podrían volver a una estrategia de industrialización por sustitución de importaciones, como la de los cuarenta o cincuenta. En una palabra, muchos pensaron que la crisis revertía la globalización. Pasados tres años y medio desde que comenzó la crisis, los datos parecen no avalar estas previsiones. Las diferencias en la caída de las economías, con respecto a los treinta, son notorias. A comienzos de 1933 la producción industrial en EUA se había desplomado un 50% y el PBI el 30%; en Alemania la producción industrial había retrocedido también el 50%; en Francia el 30% y en Gran Bretaña el 20%. Y el mercado mundial había colapsado. La crisis actual es distinta. Si bien desde finales de 2008 la caída de la producción fue abrupta, a partir de mediados de 2009 hubo una cierta recuperación. Este año los países centrales, donde está el corazón de la crisis, crecen. La caída fue grande, pero no siguió la dinámica del treinta. En 2008 la economía del área del euro creció solo 0,6%, en 2009 cayó 4,1% y en 2010 crece al 1%. Japón cayó 1,2% en 2008; en 2009 lo hizo 5,2%, y en 2010 aumentaría el producto 2,4%: EUA, donde estuvo el origen de la crisis, en 2008 creció 0,4%; cayó 2,4% en 2009, y estaría creciendo 3,3% en 2010 (posiblemente el 2% en el segundo semestre).
En cuanto a las economías de los países atrasados, tomadas de conjunto, no cayeron en 2009; y en 2010 crecerían un 7%, fundamentalmente debido a China, India, Brasil y los Nuevos Países Industrializados asiáticos. Tomada de conjunto, la producción mundial, medida en PBI, aumentó solo 1,8% en 2008, cayó 2% en 2009, y aumentaría 3,6% en 2010 (World Economic Outlook Update, IMF, julio de 2010). El crecimiento de 2010 está plagado de problemas; la recuperación es débil en los países centrales; y es posible que haya una nueva caída, o una grave crisis financiera (estamos preparando un pequeño trabajo sobre esto). Pero, subrayamos, no continuó una caída, como sucedió en la Gran Depresión. Sin embargo, en esta nota no vamos a analizar el comportamiento de la producción y la demanda. Nos centramos, en cambio, en diferencias que existen entre los treinta y el presente, referidas al mercado mundial. En particular, discutimos la tesis que afirma que se vuelve a la autarquía económica, similar a la del treinta. Sostenemos que en 2009 el mercado mundial cayó muy fuerte, pero no porque se haya puesto en marcha una tendencia hacia la autarquía económica, sino porque la economía capitalista se ha mundializado, en un proceso tendencial de largo plazo. Y ese impulso no se ha . . . revertido. 195
El colapso del mercado mundial en los treinta Empecemos destacando que a partir de la crisis financiera de 1931, iniciada en el centro de Europa, y la consiguiente salida de Gran Bretaña del patrón oro, el mercado mundial se desarticuló. Hablar de desarticulación del mercado mundial no es una metáfora, porque el mercado literalmente se fracturó. Se formaron varias áreas monetarias –del franco, la libra esterlina, el marco alemán, el dólar–, relativamente autónomas, y los intercambios multilaterales se hicieron imposibles. Los países levantaron barreras arancelarias por doquier, se embarcaron en devaluaciones competitivas, y volcaron sus economías «hacia adentro. Las tensiones entre los gobiernos aumentaron. Algunos hechos son ilustrativos del clima reinante por entonces. Cuando los europeos convocaron a una conferencia internacional para discutir la creación de un banco mundial (que daría lugar a la creación del Bank of International Settlements) y coordinar políticas, fue boicoteada por EUA. Cuando se reunió, en 1933 en Londres, la
Conferencia Económica Mundial, Roosvelt declaró que EUA seguiría su propio camino, sin importar la resolución que tomaran los otros países. Paralelamente, por todos lados aumentaban las disputas entre las potencias. En ese cuadro, era imposible que los capitales, y los gobiernos capitalistas, encararan políticas con un mínimo de coordinación. Por eso Kindleberger ha sostenido que la depresión se debió, en lo esencial, a que faltó alguna potencia hegemónica que coordinara una política de respuesta a la crisis. Aunque no coincidimos con la idea de que la razón fundamental de la crisis se haya debido a la falta de cooperación, parece indudable que la misma contribuyó a su gravedad. Semejante situación, además, solo podía desembocar en una nueva guerra mundial entre las potencias. Por ejemplo, Japón vio cerradas sus exportaciones de seda (importante entonces para su economía) a EUA; y luego se le cerró el mercado británico para las exportaciones textiles. Sin salida para su producción, el imperialismo nipón atacó China, y otros países de Asia. A lo cual EUA respondió con el bloque del petróleo, que era vital para Japón; y Japón respondió a su vez con el ataque a Pearl Harbour. . El colapso del mercado mundial en los treinta, por otra parte, ... daría espacio, en las décadas que siguieron, a estrategias nacionalistas 196 de desarrollo. Ésta fue la base económica para el florecimiento de los movimientos tercermundistas, liderados por burguesías nacionales, que actuarían hasta entrada la década de 1970. Incluso la supervivencia de la URSS, en los treinta, puede explicarse en parte, por la implosión del mercado mundial. Es que en un período de aguda crisis de la economía –la producción agrícola se había derrumbado con la colectivización de las tierras, y las tensiones internas eran inmensas– , el mundo capitalista no tuvo fuerzas para hacer sentir su presión. Una de las cuestiones centrales, entonces, que tenemos que preguntarnos es cuáles fueron los factores de fondo que impulsaron la autarquía y el proteccionismo generalizado como respuesta a la crisis. A juzgar por las declaraciones y documentos de la Organización Mundial del Comercio, del FMI, y de muchos representantes del establishment económico, todo se habría debido a una mala comprensión, por parte de los líderes de entonces, de los males que traía el proteccionismo. No se daban cuenta, dice esta historia, que las barreras comerciales, levantadas en todos los países, solo agravaban la caída del comercio, y echaban leña al fuego de las tensiones internacionales.
Sin negar que puedan tener estos factores ideológicos, pensamos sin embargo que la razón de fondo de la orientación proteccionista y del nacionalismo virulento reside en la configuración que había alcanzado el capital en aquella época. Como lo han destacado Ernest Mandel, Giovanni Arrighi y otros marxistas, un hecho característico es que en los treinta el capital estaba poco internacionalizado. Más precisamente, la circulación de mercancías tenía alcances mundiales, pero la producción era nacional centrada. Por otra parte, los flujos de inversión de capitales se realizaban, principalmente, desde los países adelantados hacia sus zonas de influencia. De ahí la lucha entre las potencias por ganar colonias y protectorados; o por tener gobiernos títeres. Había flujos de capitales asociados a los movimientos inmigratorios (por ejemplo, hacia EUA); pero las grandes corporaciones no invertían en otros países adelantados, donde estaban sus competidoras. Y la empresa multinacional, como la conocemos hoy, era un fenómeno prácticamente desconocido. Como alguna vez lo expresó Mandel, la centralización del capital no operaba a escala internacional. Por eso existía una convergencia directa entre los intereses de los capitales y sus gobiernos, o Estados. En Valor, mercado mundial y acumulación, hemos argumentado –siguiendo la tesis . . . adelantada por Giovanni Arrighi– que este carácter nacional del 197 capital explica en buena medida la intensidad que alcanzaron las rivalidades entre las grandes potencias.
Tendencias actuantes Para analizar la situación actual, empecemos con los datos. El volumen del comercio mundial creció en 2007 un 6,4%; aumentó 2,1% en 2008; y cayó 12,2% en 2009. En términos de dólares la caída en 2009 fue aún más fuerte, el 22,6% (Informe sobre el comercio mundial, OMC, 2010). En 2010, en cambio, el aumento del volumen del comercio mundial sería del 10%, según la última estimación (fines de julio) de la OMC. Vemos entonces que si bien la caída del comercio mundial en 2009 fue importante (la mayor desde los treinta: en la recesión de 2001 el comercio mundial cayó 0,2%; en la de 1982 lo hizo un 2%; y en la de 1975 el 7%), no alcanzó el nivel de la década de 1930, cuando en términos de dólar el comercio mundial se desplomó aproximadamente un 50%. Además, el descenso no fue tan prolongado como durante la Gran Depresión.
Por otra parte, si bien aumentaron las tensiones comerciales, de ninguna manera los gobiernos entraron en una espiral de proteccionismo como en los treinta. Y las disputas se mantuvieron en niveles razonablemente bajos. Reuniones como las que hizo el G-20 en los últimos meses, eran inimaginables hace 80 años. Hubo discrepancias –por ejemplo, entre Alemania y EUA acerca de las políticas de estímulo; entre europeos y EUA con China, por el valor del yuan–, pero nada que haga prever un desenlace como el que se produjo en 1939. Pensamos que esto se explica con la tesis que ha defendido Arrighi, a la que ya hicimos mención. Es que la mundialización del capital hace que los intereses de las grandes corporaciones sean, en buena medida, cruzados. Por ejemplo, una empresa japonesa, que produce en EUA, puede hacer lobby ante el Senado de ese país, a fin de que favorezca las exportaciones de su rama a Europa. De la misma forma, los paquetes accionarios de muchas empresas que figuran como francesas, alemanas, canadienses, etc., están en manos de inversores de todo tipo de nacionalidades, y sus intereses no están claramente definidos por la adscripción a un Estado. Con esto no queremos decir . . . que las vinculaciones nacionales se hayan borrado por completo. GM recibe auxilio del gobierno de EUA, Toyota del gobierno de Japón, y BP 198 es defendida por el gobierno británico. Sin embargo las vinculaciones están mediadas por intereses que trascienden en mucho las fronteras nacionales donde las corporaciones tienen sus sedes matrices. Además, se han internacionalizado los circuitos productivos. Muchas empresas han desplegado cadenas internacionales de valor. Así, por ejemplo, el diseño e ingeniería de un producto se realizan en un país; la fabricación de sus partes en otros países; y el armado final en otro. De esta manera una elevada proporción del comercio internacional está constituido por comercio intra empresas, o por las relaciones de subcontratas. En consecuencia, para una empresa alemana puede no tener sentido que el gobierno alemán imponga una barrera proteccionista para el flujo de mercancías que viene de Europa del Este, por ejemplo. Por otra parte, esto no es coyuntural. Estamos ante tendencias de largo plazo, que han preparado el escenario en el que se despliega la crisis actual. Por esto el fenómeno no se revierte fácilmente. Desde 1948 a 1997 el comercio mundial creció a una tasa promedio anual del 6%, en tanto la producción lo hacía al 3,8% (OMC). A su vez, en las últimas décadas la internacionalización del capital aumentó a una tasa notable. Un índice es la inversión extranjera directa. Desde 1973 hasta 1996 creció
a una tasa anual del 12,7% (OMC). Y siguió aumentando el peso relativo del comercio internacional en prácticamente todos los países, hasta el presente. La relación entre las exportaciones mundiales de mercancías y servicios, en relación al PBI, pasó de un índice 70 en 1985 (índice 100 = 2000), a 130 en 2008; para caer a 112 en 2009 (OMC). Pero estaría recuperándose en 2010. Subrayamos, el cambio de actitud de los gobiernos hacia el comercio, con respecto a lo sucedido en los treinta, tiene que ver con esta base material, con los intereses de los capitales.
El comercio mundial hoy, y la crisis En base a lo anterior podemos entender la razón de fuerte caída mundial del comercio en 2009. Como hemos adelantado, se trata de una razón opuesta de lo que dice la tesis «se va a la autarquía». Aclaremos antes que las estadísticas del comercio se hacen sobre una base «bruta», de manera que los bienes intermedios se pueden contar varias veces en el comercio, cada vez que cruzan una frontera. Por ejemplo, si una materia prima que se utiliza para la producción de una batería, se exporta hacia un país en que se fabrica . . . esa batería; y si luego la batería se exporta, la materia prima habrá 199 sido contada dos veces en el comercio internacional; y una tercera vez si el automóvil en que entró la batería, a su vez, también se exporta. Para tener una idea de la importancia de este fenómeno, citemos que la proporción de productos intermedios manufacturados, en el comercio mundial no petrolero, era de alrededor del 40% en 2008; para China, Brasil e India, la proporción de bienes intermedios en el total de flujos en el sector manufacturero era, en 2005, de alrededor del 70% (Maurer y Degain, 2010). Las estadísticas disponibles, dicen estos autores, indican que la participación de las exportaciones de los países en desarrollo que se deriva de su participación en las cadenas globales de producción ha representado no menos del 18% del total de sus exportaciones, desde 2000, y probablemente mucho más. En el período 2000-2008, China sola tuvo el 67% del total de este tipo de exportaciones, y México el 18%. El problema de cuánto valor agregado en los países atrasados realmente existe en muchas de estas exportaciones, plantea otras cuestiones interesantes, que aquí no vamos a tocar. Dado que las corporaciones han internacionalizado sus cadenas de producción; y además, subcontratan buena parte de su producción,
al caer la producción con la crisis, el comercio mundial cayó vertiginosamente. En consecuencia, la gran caída del comercio mundial que se registró en 2009, no ocurrió porque estuviera operando una tendencia hacia la autarquía, sino por el hecho mismo de que la economía está más internacionalizada. El fuerte rebote del comercio mundial, al reactivarse las economías, también es un indicador de que la internacionalización de la economía no se ha revertido. Lógicamente, en esta nota hemos discutido la cuestión desde el punto de vista del comercio, y su relación con la internacionalización de los circuitos productivos, y del capital. Sin embargo, la misma conclusión puede extraerse del examen de los flujos financieros internacionales; o de los procesos de fusiones y adquisiciones transfronteras a que dio lugar la crisis. El mundo entró en la crisis con un grado de internacionalización del capital muy superior al que existía previamente, que es el resultado de una tendencia estructural, de largo plazo, que no se ha revertido.
Una conclusión política:
. . . De los análisis y las hipótesis que se han barajado –tendencia hacia la
200 autarquía o tendencia a mayor mundialización– se desprenden dos políticas estratégicas para los trabajadores y los movimientos de resistencia al capital. De acuerdo a una visión, habría terreno para desarrollar nuevamente políticas «nacional centradas»; algunos dirán, en alianza con las fracciones proteccionistas y nacionalistas de las clases dominantes. De acuerdo a la segunda visión, que hemos defendido en esta pequeña nota, es necesario que el trabajo empiece a desplegar una estrategia internacionalista de resistencia al capital. Esta conclusión se asienta, en nuestra opinión, en los rasgos más profundos de la actual economía capitalista. Texto citado: A. Maurer y C. Degain (2010); «Globalization and trade flows: what you see is not what you get!», WTO, Staff Working Paper, ERSD2010-12.
Publicado en el blog, 24 de julio de 2010.
DEUDAS Y «BANCARROTA DEL CAPITALISMO»
Una idea muy extendida en la izquierda y sectores progresistas es que el sistema capitalista sobrevive desde hace décadas gracias al endeudamiento creciente, y se derrumbará por el peso de las deudas. . . . Se piensa que desde 1914 (según otros, desde 1929 o 1970) existe una 201 crisis de sobreproducción, pero que el crédito genera un poder de compra que permitiría realizar las ventas y renovar la producción. Así, la deuda habría permitido el funcionamiento del sistema a lo largo de décadas; en particular, los Estados pudieron financiar las ventas, debido a su elevada capacidad de endeudarse. Sin embargo, continúa la tesis, llegará un punto en que la deuda no podrá seguir creciendo y el modo de producción capitalista entrará en bancarrota. Sonará entonces la hora del colapso final1. Una crisis definitiva que estallaría entonces por la exacerbación de la contradicción entre acreedores y deudores (en la versión más popularizada de la tesis, los acreedores es el puñado de magnates financieros; y los deudores son «los pueblos», incluidos los capitalistas industriosos). Varias son las objeciones que pueden hacerse a esta tesis. Por empezar, no explica por qué a partir de determinado momento debería ocurrir una crisis de sobreproducción que atravesaría las décadas, o duraría siglos En segundo término, si la tesis es cierta, hay que pensar Para una discusión sobre la visión estancacionista, ver en el blog «Colapso final del capitalismo y socialismo» y «Trotsky, fuerzas productivas y ciencia». 1
que existe un grupo de capitalistas dinerarios dispuestos a prestar indefinidamente, durante décadas, sin recibir los pagos de intereses y la devolución de los créditos otorgados. Pero si bien el crédito puede prolongar y extender la producción más allá del poder de compra inmediato (y por eso es una palanca de la sobreacumulación), no puede hacerlo indefinidamente, durante décadas. Un ejemplo de lo que decimos es la construcción de viviendas en EE.UU. a partir del año 2000. El crédito financió la sobreproducción de casas, pero cuando los deudores comenzaron a retrasarse en los pagos, o a defaultear, estalló la crisis. Es que en tanto los deudores estén pagando, en algún lado deberán estar generando valor (o plusvalor); pero si hay generación de valor, hay ventas. Algo similar ocurre con la deuda pública. Si el Estado se endeuda, deberá pagar más o menos regularmente los intereses; pero para esto es necesario que en algunos puntos se esté generando valor. Además, superados ciertos umbrales (que se miden en porcentajes de PBI, o algún parámetro similar) los deudores comenzarán a exigir más intereses, o se negarán a renovar los préstamos. Varias de estas cuestiones las he planteado en otras notas. Sin embargo, existe otra crítica a la tesis del endeudamiento crónico que . . . llevaría a la «bancarrota» del capitalismo, que se relaciona con la perspectiva histórica. Es que cuando se vuelve la mirada al pasado, se 202 comprueba que lejos de marcar el momento de la bancarrota final del sistema, los defaults han permitido restablecer el curso de la acumulación, a lo largo de prácticamente toda la historia del capitalismo. En este respecto, el trabajo de Reinhart y Rogoff, «Esta vez es diferente», es muy ilustrativo. Veamos algunos datos, para luego sacar conclusiones.
Una historia plagada de defaults Reinhart y Rogoff han registrado los defaults de deudas externas de una serie de 66 países: 13 africanos, 18 latinoamericanos, 12 asiáticos, 19 europeos, además de Norte América y Oceanía. De conjunto, representan el 90% del PBI mundial. Lo primero del estudio que salta a la vista es que los defaults de las deudas externas recorren toda la historia del capitalismo. Se suceden casi sin interrupción desde la era en que dominaba el capital comercial y dinerario (formación de los Estados nacionales y el mercantilismo), hasta la actualidad, pasando por todo el siglo XIX (siglo que muchos consideran «tranquilo»). Entre otros casos notables, es de destacar que Francia defaulteó los pagos de su deuda externa 8 veces entre 1558 y 1788. España lo hizo 6 veces
entre 1557 y 1647; y Gran Bretaña por lo menos dos veces. Los defaults parecen haber sido tan asimilados que el ministro de Finanzas francés Abbe Terray sostenía, en el siglo XVII, que los gobiernos deberían defaultear una vez cada 100 años, a fin restaurar el equilibrio. Pero es a partir del siglo XIX que se cuenta con los mayores datos, y países. Desde 1800 a 2006 hubo cinco ciclos o cumbres pronunciadas de cesación de pagos a nivel mundial. El primero, durante la guerra napoleónica, fue tan importante como el de cualquier época posterior; por fuera del período de la Segunda Guerra, solo el pico de la crisis de la deuda de 1980 se aproxima a los niveles de defaults de comienzos de los 1800. El segundo pico va desde los1820 a fines de los 1840; en esos años hubo períodos en los cuales cerca de la mitad de los países del mundo estuvieron en cesación de pagos, incluyendo toda América Latina. El tercer episodio comienza en los primeros años de la década de 1870 y dura unos 20 años. El cuarto arranca en los años de la Gran Depresión de los ‘30 y se extiende, aproximadamente hasta los inicios de los 1950. En estos años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial se produjo el pico más grande en la historia moderna, cuando los países que no pagaban o estaban reestructurando sus deudas representaron el 40% del producto mundial. Esto en parte fue el resultado de defaults que se . . . produjeron durante la guerra, pero también se explica porque hubo 203 países que nunca salieron de los defaults que rodearon a la Gran Depresión de los 30. El quinto episodio se produjo en los 1980 y 1990, cuando las crisis de la deuda de países en desarrollo, en especial en América Latina. Hubo períodos de tranquilidad –en las dos décadas anteriores a la Primera Guerra Mundial, entre 2003 y 2007– pero la regla es que estos períodos son seguidos por nuevas olas de cesaciones de pagos. También se comprueba que desde la Segunda Guerra la duración media del default es la mitad, en promedio, que en el período 1800-1945. En años recientes los defaults están separados por períodos más cortos de tiempo. Una vez que se reestructura una deuda, los países rápidamente vuelven a apalancarse. Considerando los países, desde su independencia al 2006, Argentina defaulteó 7 veces; Brasil lo hizo en 9 oportunidades; México en 8; Venezuela en 10. México, Perú, Venezuela, Nicaragua, República Dominicana y Costa Rica estuvieron en cesación de pagos o reestructurando aproximadamente el 40% de los años transcurridos desde que lograron la independencia hasta 2006. En el siglo XIX España defaulteó 7 veces; es el récord, pero Austria lo hizo 5 veces. Grecia 5 desde 1829, pero más del 50% de los años estuvo en default o reestructurando.
En este marco, no es de extrañar que sean pocos los países que no han defaulteado formalmente. Entre ellos, EEUU, Canadá, Nueva Zelandia, Australia, Bélgica, los países Escandinavos, Hong Kong, Malasia, Corea del Sur, Singapur, Tailandia, Taiwan. De todas formas, hubo países que defaulteraron de hecho. El caso más importante es EEUU. Por ejemplo, al devaluar el dólar en 1933 (de 20 dólares la onza a 33 dólares), EEUU pagó su deuda con moneda depreciada. Algo similar podemos decir de lo ocurrido cuando suspendió la convertibilidad del dólar al oro en 1971; esto para no hablar de su actual política monetaria2. En definitiva, los defaults seriales constituyen la norma en casi todo el mundo capitalista, y esto se verifica a lo largo de toda su historia.
Crisis, defaults y conclusiones políticas De lo anterior se desprende una visión bastante distinta de la que acostumbran presentar tanto los neoclásicos como sectores de la izquierda. De acuerdo al esquema de los neoclásicos, el capitalismo tiende siempre al equilibrio y la estabilidad, de manera que las crisis, . . . depresiones y defaults solo pueden ser el producto de políticas 204 gubernamentales equivocadas (típicamente, gobiernos dispendiosos que llevan las deudas a niveles intolerables) o de accidentes naturales. Por otra parte, según algunos sectores de la izquierda, el capitalismo habría conocido una era relativamente próspera y apacible, hasta principios del siglo XX, y a partir de entonces, solo encontraríamos tendencia al estancamiento y acumulación de deudas. Pero los datos parecen indicar que el asunto fue bastante distinto de lo que pintan estos enfoques: toda la historia del capitalismo está marcada por períodos de intensa acumulación, que llevan a la sobreexpansión, empujada por el crecimiento del crédito y el aumento de los flujos de capitales. En este respecto Reinhart y Rongoff encuentran que históricamente olas significativas de incrementada movilidad de capitales son seguidas, a menudo, por serie de crisis bancarias domésticas. Esto se debe a que las fases alcistas son seguidas por crisis de sobreproducción, con violentas caídas de los precios y los valores. La acumulación de deudas por parte de los gobiernos, y su posterior liquidación violenta, no es ajena a esta dinámica. Es que los defaults
2
Ver en el blog «Endeudamiento de EEUU y rol del dólar».
de las deudas externas de los gobiernos forman parte de las desvalorizaciones de capitales, que acompañan toda crisis (lo que Marx llamaba las «revoluciones de los valores»). El repudio de las deudas o su pago con moneda envilecida, son las vías por medio de las cuales se realizan esas desvalorizaciones. Por esto también, en determinado punto, los representantes del establishment económico admiten que la única salida para restablecer la acumulación del capital pasa por el default y la reestructuración de las deudas. Sucedió en Argentina en 2001 (en EEUU y otros centros había consenso de que no había otra salida) y es lo que se baraja hoy para Grecia. Digamos también que las consecuencias para la clase obrera de estas reestructuraciones son las «normales» que derivan de toda crisis: las desvalorizaciones del capital van acompañadas del cierre de empresas, del aumento de la desocupación, de la baja de beneficios sociales y pensiones, y del ataque en toda regla a la clase trabajadora y los pueblos. Sobre la base de esta «liquidación» el capital regenera las condiciones para volver a acumular. Por eso la caída del capitalismo no ocurrirá porque no se puedan pagar las deudas, sino por otras contradicciones y antagonismos, más esenciales, vinculados a la acumulación y a la explotación del trabajo por el capital. Texto citado: Reinhart, C. M. y K. S. Rogoff (2008): «This Time is Different: A Panoramic View of Eight Centuries of Financial Crises», NBER, April.
Publicado en el blog, 27 de septiembre de 2011.
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CRECIMIENTO, Y MARXISMO EN
CATASTROFISMO
AMÉRICA LATINA
Durante buena parte de la década de 2000 América Latina ha tenido un elevado crecimiento económico, y mejoraron muchos indicadores sociales. Esto ha dado lugar a un debate en la izquierda acerca de la naturaleza de esta mejora, y la actitud a tomar ante los gobiernos que están al frente de estas economías, en especial ante aquellos que se proclaman de izquierda, o progresistas. En esta nota quiero analizar la cuestión desde la teoría de Marx. Empiezo con algunos datos sobre la evolución de las economías latinoamericanas en la década.
Las economías latinoamericanas en los 2000 A partir de 2003 las economías de América Latina experimentaron un . . . crecimiento promedio del 5,5% anual; en 2010 sería del 5,2%. Entre 2005 y 2010 el PBI por persona creció al 2,7% anual. Entre 2004 y 2008 206 la formación bruta de capital fijo en América Latina aumentó a una tasa anual del 11,6% anual, frente a una caída del 3,3% entre 2000 y 2002 (CEPAL, Anuario estadístico 2009). La productividad en la industria y la agricultura, que estaba aumentando desde los noventa, continuó creciendo también en el promedio de América Latina (ver más abajo). En 2010 el desempleo se ubica en el 7,8%, cuando en 2002 superaba el 11% (CEPAL ídem). Acompañando al crecimiento, en esta década unas 40 millones de personas –la población de AméricaLatina es de 580 millones– salieron de la pobreza. La pobreza en 2007 alcanzaba el 34,1% de la población, contra el 40,5% en 1980 y el 44% en 2002. La indigencia en 2007 era del 8,1%, contra el 18,6% en 1980 y el 19,4% en 2002 (CEPAL). Paralelamente, y aunque no puede interpretarse como un cambio significativo de los patrones prevalecientes en la región, disminuyó la desigualdad de los ingresos en varios países. Entre 2002 y 2007 el 40% de los hogares con menores ingresos incrementaron por lo menos un punto porcentual su participación en el ingreso total en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, El Salvador, Nicaragua, Panamá, Paraguay y Venezuela (el máximo es Venezuela, con cuatro puntos). A su vez el
ingreso del 10% más rico se redujo en esos países entre cuatro y cinco puntos porcentuales (con excepción de Paraguay). Aunque en Colombia, Costa Rica, Ecuador, Perú, México y Uruguay no hubo alteraciones, en promedio la desigualdad disminuyó en la región con respecto a los años anteriores a 2002. Aunque, es importante destacarlo, es apenas menor que en 1990. En 2007 el coeficiente Gini era 0,515 y en 1990 se ubicaba en 0,532 (CEPAL 2008, Panorama social de América Latina). Además, la mayoría de los países pasaron a tener superávit en sus balanzas comerciales, favorecidos en buena medida por la expansión del mercado mundial, el incremento de la productividad (en particular en la agricultura) y la mejora de los términos de intercambio. En 2001 la región tenía un déficit en cuenta corriente equivalente al 2,6% del PBI; en 2003 pasó a ser positivo, y se mantuvo positivo hasta la crisis de 2009. El índice de términos de intercambio de bienes se ubicaba en 121,5 en 2008, contra 100 en 2000. El índice del poder de compra de las exportaciones de bienes de la región era 171,1 en 2008, contra 100 en 2000. Como resultado de la mejora de las cuentas externas y fiscales, en prácticamente toda la región disminuyó en nivel de endeudamiento. La deuda externa como proporción del . . . PBI bajó, en América Latina, del 36,4% en 2001 al 18,7% en 2008 207 (CEPAL).
Interpretaciones divergentes Esta mejora de los indicadores económicos y sociales resultó inesperada para la izquierda «catastrofista», esto es, para aquella que sostuvo durante años que el sistema capitalista en América Latina estaba agotado, y solo podía generar más miseria, hambre y desocupación. Sin embargo esta visión pareció encajar muy bien con lo que sucedía en América Latina en la década de 1980, y durante el período que va de 1990 a 2003, signado por algunas expansiones, pero interrumpidas por crisis profundas y depresiones. Por aquellos años bastaba con mostrar cómo crecían la miseria, la desocupación, la polarización social o la precarización del empleo, para mantener una posición crítica frente al capitalismo, al menos en América Latina. En este punto había, además, una coincidencia con la izquierda nacional y popular, que se oponía a las reformas neoliberales, aunque con un enfoque algo distinto. Es que las corrientes nacionales atribuían los males y sufrimientos que padecían los pueblos latinoamericanos a los
programas neoliberales, y a la hegemonía del capital financiero y especulativo. La izquierda nacionalista no planteó que hubiera alguna «crisis crónica», o final, del capitalismo. En cualquier caso, ambas corrientes coincidían en rechazar a los gobiernos que aplicaban las políticas de «ajuste», aperturas comerciales y liberalización de los mercados. En síntesis, según la izquierda radical, que se reivindicaba del marxismo, el neoliberalismo era la quintaesencia del capitalismo senil. Pero de acuerdo al enfoque de la izquierda nacional, el neoliberalismo era el producto del triunfo circunstancial de la fracción de derecha, antinacional y financiera, de las burguesías latinoamericanas. Naturalmente, cuando sobrevino la recuperación económica, ambos enfoques colisionaron. Por el lado de la izquierda radical, el crecimiento de América Latina a partir de 2003 fue un acontecimiento casi imposible de encajar en los esquemas a los que estaba habituada. De ahí que haya una permanente necesidad de destacar las continuidades –sigue habiendo hambre, desocupación, atraso, etc.– y de disimular los datos que muestran mejoras. ¿Cómo puede ocurrir que bajen la desocupación o la pobreza, si el capitalismo está en su etapa senil? . . . Para las corrientes del pensamiento nacional, en cambio, la recuperación se explica por lo político. A la hegemonía del 208 neoliberalismo, sostienen, le ha sucedido el ascenso de las fracciones nacionales e industrialistas de las burguesías latinoamericanas, y esto explica el crecimiento económico, las mejoras de salarios y la caída de la pobreza. Son los pueblos los que han desplazado a la derecha neoliberal, y los gobiernos industrialistas reflejan este avance. De ahí el énfasis en que «la política ha recuperado su lugar, por sobre la economía». Este argumento plantea, además, otro problema para la izquierda radical, ya que ésta venía caracterizando que los trabajadores y los pueblos habían encarado, entre fines de los años noventa y comienzos de la nueva década, una ofensiva revolucionaria. ¿Cómo es posible que todo siga más o menos igual, si había grandes triunfos? De aquí también la inclinación, por parte de la izquierda radical, a atribuir el apoyo de los trabajadores a gobiernos como el de Lula o Tabaré (o a Kirchner) a una confusión, o al engaño de las clases dominantes. Naturalmente, entre estas posiciones polares hay muchas intermedias. Por ejemplo, marxistas que se convirtieron en partidarios de la corriente nacional, y variantes semejantes. Pero las líneas fundamentales se reparten según lo planteado.
Desde el punto de vista de la táctica política, la izquierda nacional «no catastrofista» sostiene que hay que cerrar filas detrás de los gobiernos y partidos que están al frente de estos procesos progresistas e industrialistas, porque la derecha y el imperialismo quieren volver a los noventa. De ahí también que los pensadores de la corriente nacional y popular piensen que la estrategia de la derecha y el imperialismo sea el golpe militar. ¿Cómo podrían triunfar si no es con un golpe militar, dado el clima de conformidad de los pueblos con sus gobiernos progresistas? Puestas así las cosas, la izquierda radical señala que los gobiernos de Lula, Kirchner, Bachelet, Evo, etc., son burgueses. La izquierda nacional más izquierdista, y algunos marxistas que la acompañan (táctica del «frente unido»), responden que sí, que son burgueses, pero que de todas maneras son mejores que los gobiernos de los ochenta o noventa, y por lo tanto hay que apoyarlos. De manera que el debate queda empantanado.
Análisis alternativo basado en Marx Frente a las posiciones anteriores defiendo un enfoque alternativo, . . . basado en Marx, que rechaza tanto la tesis catastrofista, como la 209 explicación «politicista» de la recuperación económica en América Latina. Este enfoque afirma que el modo de producción capitalista atraviesa periódicamente por crisis de acumulación, durante las cuales aumentan la desocupación, el hambre y la miseria de los trabajadores y de las masas populares. Pero admite también que estas crisis, por sí mismas, no llevan a la desaparición del capitalismo. Si la clase obrera no acaba con la propiedad privada y el Estado, el capital finalmente logra imponer las condiciones necesarias para la acumulación. Esto se debe a que durante la crisis bajan los salarios, se disciplina la fuerza del trabajo, cierran las fracciones menos productivas del capital, se acelera la centralización de los capitales, y finalmente retoma la acumulación. Se abre así una fase de ascenso, durante la cual baja la desocupación, los salarios pueden recuperar parte del terreno perdido, y mejoran los indicadores sociales. De manera que si el ciclo alcista se prolonga, la clase trabajadora, o sectores importantes de ella, acceden a bienes de consumo que en otras épocas le estaban vedados. Además, el aumento de la productividad y el desarrollo de las fuerzas productivas tienden a mejorar el nivel de vida de los explotados. Esto último explica que la esperanza de vida de la población mundial, o los índices de
nutrición, hayan mejorado en los últimos 100 años, por ejemplo. Sin desconocer por ello que cientos de millones de seres humanos pasan hambre y que otros muchos cientos de millones no tienen satisfechas sus necesidades más elementales.
Crisis estructural, explotación y recuperación económica Lo ocurrido en América Latina se explica por esta dinámica de crisis, ofensiva del capital sobre el trabajo, restablecimiento de las condiciones necesarias para la acumulación –particularmente aumento de la rentabilidad del capital– y recuperación económica. Solo que en este caso no se trata de un ciclo «normal» de negocios, sino de una larga crisis estructural, que estuvo asociada a la crisis de la industrialización por sustitución de importaciones, y a la mundialización intensificada del capital que le sucedió. En términos generales, la década de 1980 fue de crisis y retroceso en América Latina. La década siguiente, en cambio, no fue solo de caída y retroceso; ni tampoco fue un período de mera especulación financiera y parasitismo, como piensa buena parte de la izquierda, tanto radical como nacionalista. Es que en los noventa se . . . implementaron políticas contrarias a los trabajadores, y aumentaron 210 la desocupación y la precarización laboral, pero también hubo dos fases de expansión de las economías latinoamericanas, así como empezó a aumentar la inversión y la productividad. Entre 1990 y 1994 América Latina creció a una tasa del 4,1% anual. Este crecimiento fue interrumpido por la crisis del Tequila, en 1995, año en que la economía latinoamericana creció solo el 1,1%. Luego se recuperó, y entre 1996 y 1998 América Latina creció al 3,8% anual; para hundirse en la crisis de 1999 – 2002, cuando solo crece el 1% anual de promedio. Por otra parte, y según datos del Banco Interamericano de Desarrollo, la productividad en la industria comenzó a mejorar desde inicios de los noventa. De conjunto aumentó, en América Latina, en la industria, al 2% anual entre 1990 y 2005. Si bien es un aumento menor que el de Asia del Este, (3,5%) y el de los países desarrollados, (2,2%), fue significativamente mayor que entre 1975 y 1990, cuando descendió al 0,9% anual. Más elevada fue la tasa a la que aumentó la productividad en la agricultura. Entre 1990 y 2005 se incrementó al 3,5%, a la par de los países desarrollados; entre 1975 y 1990 había crecido al 1,8%. Si bien los niveles de productividad siguen siendo inferiores a los de los países avanzados, hubo una recuperación (a excepción del sector servicios, donde la productividad se mantuvo estancada).
En lo que respecta a la inversión, entre 1993 y 2001 su participación en el PBI se ubicó en el 19,7%. Y la formación bruta de capital creció a una tasa anual del 8,7% entre 1990 y 1994; y del 4,9% anual entre 1995 y 1998, para hundirse entre 1999 y 2003, cuando disminuyó al 1,5% anual (CEPAL; la variación anual se calcula sobre la base de dólares constantes de 2000). Paralelamente aumentó la desocupación. En primer lugar, porque se incorporaron muchas mujeres y jóvenes al mercado laboral (CEPAL). También por la incorporación de tecnología, y la intensificación y extensión del trabajo (los trabajadores con empleo realizan sobretrabajo, en un mar de desocupados). A esto se sumó la reducción del empleo estatal. La participación de los trabajadores en el sector público bajó durante los noventa, en promedio (para países con información disponible) del 28 al 21% (Contreras y Gallegos, 2007). La caída del empleo estatal fue producto de la reducción del gasto social (en educación, salud, inversiones públicas), y de la «racionalización» (los que conservan el empleo tienen que trabajar a mayor ritmo). Todo esto explica que entre 1990 y 2002 el promedio ponderado de la tasa de desempleo urbano en América Latina aumentara de . . . 6,2% al 10,7% (CEPAL). La tasa de desocupación ponderada para 211 América Latina y el Caribe en 2002 llegó al 11,1%. La desocupación debilitó la capacidad de resistencia del movimiento sindical frente al capital. De todas maneras, la pobreza y la indigencia disminuyeron durante la década. La pobreza bajó desde el 48,3% en 1990 al 43,8% en 1999; en ese lapso la indigencia bajó del 22,5% al 18,5% (CEPAL). Esto nos da otro indicio de que el proceso fue más complejo de lo que habitualmente se piensa en la izquierda. De la misma forma, en la década de los noventa aumentaron de 9 a 10 los años de escolaridad aprobados; en Brasil, Guatemala y Colombia aumentaron 2 años de estudios aprobados (Contreras y Gallegos, 2007). Sin embargo, «los noventa» se cierran con la profunda crisis de 1999-2002, que implica un gigantesco «ajuste» de los salarios, no solo en Argentina, sino también en Brasil, vía devaluación. El promedio ponderado del salario medio real, para América Latina y el Caribe, bajó de un índice 100 en 2000, a 94,5 en 2003. (CEPAL). En 2002 el PBI por habitante era 2 puntos porcentuales inferior al de 1997 (CEPAL). Hay que destacar que sobre esta base se produce la recuperación económica a partir de 2003, acompañando a la expansión del mercado mundial.
No se puede entender lo que sucedió entre 2003 y 2010 sin hacer referencia al largo proceso de ajuste, racionalización y ofensiva sobre el trabajo. En muchos países estos procesos fueron encabezados por auténticos neoliberales, pero en otros por dirigentes y partidos provenientes del campo «nacional», o incluso de la izquierda, en alianza con los neoliberales ortodoxos. Son los casos de ex militantes de la Juventud Peronista y Montoneros de los 70s, que participan en el gobierno de Menem; o el de Fernando Henrique Cardoso en Brasil, ex marxista, fundador de la Corriente de la Dependencia, en los sesenta, junto a lo más selecto de la derecha tradicional de estos países. Por eso la política «progresista» de Lula se levanta sobre el terreno preparado por Cardoso, de la misma manera que la política «progresista» de Kirchner lo hace sobre el terreno que el mismo Kirchner ayudó a preparar en los noventa, colaborando con Menem. En otro escrito me he referido al «secreto» de la recuperación argentina a partir de 2002 (ver nota sobre profundizar el modelo después de Kirchner). El proceso en Brasil es similar en muchos aspectos. Hay una dinámica que va de los planes de estabilización de la inflación mediante anclaje cambiario, con la consiguiente apreciación de la moneda y el aumento de las presiones competitivas, . . . y de la desocupación; a las crisis del sector externo, las devaluaciones y la caída de los salarios en términos de dólar. 212 Así, el plan Real, puesto en marcha en 1994, buscó frenar una inflación que en 1993 había alcanzado el 2000%. Fue entonces un típico plan de «ajuste y estabilización», que buscó contener la inflación por medio de altas tasas de interés y el retraso cambiario. Además, el gobierno liberalizó y abrió la economía, bajando los aranceles a las importaciones. También flexibilizó el mercado laboral; y se lanzaron los programas de privatizaciones. En consecuencia aumentaron la desocupación y la precarización laboral, a la par que las empresas racionalizaron y aumentaron la productividad. Sin embargo la sobrevaluación del real, combinada con las crisis asiática y rusa, y la caída de los precios de las exportaciones, terminaron provocando el estallido de la economía entre fines de 1998 y principios de 1999, y la devaluación de la moneda del 40%. A lo que le siguió otra devaluación, aunque de menor magnitud, en 2002. Lo fundamental es que a consecuencia de esta larga crisis y reestructuración del capital, la desocupación pasó del 5,4% en 1994 al 12,3% en 2002; los trabajadores precarizados aumentaron del 20,8% en 1991 al 27% en 2001; la parte de la población cubierta por la previsión social bajó del 61% en 1993 al 53,5% en 2002; y la participación de los
asalariados en la renta nacional pasó del 58,3% en 1990 al 46,3% en 2002 (Medialdea García); el coeficiente Gini era 0,573 en 1990 y pasó a 0,59 en 2002, habiéndose mantenido en 0,6 o por encima en buena parte de la década de los noventa. En este marco, el capita brasileño mejoró su competitividad. En la manufactura la productividad laboral creció a una tasa anual del 7,19% entre 1990 y 1995, y al 8,31% entre 1995 y 2000, contra un descenso de casi el 1,8% anual en la década de 1980 (Bonelli, 2002). Junto a la caída de los salarios en términos reales, esta reestructuración capitalista, y la ofensiva contra el trabajo, generaron las condiciones para el crecimiento de los 2000. Por eso Lula no hizo retroceder las reformas esenciales. Incluso cuando asumió la presidencia, en 2003, presentó un programa fiscal más ajustado –un superávit del 4,25%– del que le pedía el FMI. De manera que la recuperación, en Brasil y en la mayor parte de América Latina, no se debió a que la política haya retomado el control por sobre la economía, como gusta decir la corriente nacional y popular. Tampoco a que los «grupos de poder» se hayan subordinado al poder político. Lo que ha sucedido es, simplemente, que el capital, con la colaboración del Estado capitalista, terminó imponiendo la ley de hierro que rige la . . . acumulación, a saber, la salida de la crisis se realiza a costa de la clase 213 trabajadora.
Recuperación y mejora de los salarios La recuperación económica trajo aparejada la recuperación de los salarios. Este hecho no contradice la teoría de Marx, como algunos pueden pensar, sino a la visión catastrofista, que piensa que los salarios están condenados a bajar siempre, en términos absolutos. En Marx no existe tal cosa. La única ley salarial esencial en la teoría de Marx, como señala Rosdolsky, es que el salario nunca puede ascender tanto como para que el capitalista pierda interés en la producción. En otros términos, el salario no puede subir al punto de amenazar o hacer disminuir la ganancia del capital por debajo de ciertos límites. Pero el precio de la fuerza de trabajo depende de una serie de factores. En primer lugar, de la duración e intensidad de la jornada de trabajo. Al aumentar la duración e intensidad de la jornada de trabajo, hay mayor desgaste de la fuerza de trabajo, por lo que pueden crecer simultáneamente el salario y la plusvalía. Cuando se produce la recuperación económica, ambos factores se conjugan. En muchas
empresas aumentan las horas trabajadas, muy por encima de las 40 o 44 horas semanales. Además, muchos trabajadores que durante la crisis o la recesión estaban a tiempo parcial, pasan a estar empleados a tiempo completo. Todo esto puede verse potenciado cuando la acumulación del capital tiene un carácter extensivo; esto es, cuando ocurre con escaso aumento de la inversión de capital fijo por obrero. Por otra parte el salario está condicionado por la fuerza productiva del trabajo. En la fase alcista del ciclo económico aumenta la productividad, tanto porque disminuye la capacidad ociosa, como por la incorporación de tecnología a medida que se expande la producción. Por este motivo los salarios pueden aumentar en términos reales. En este respecto, la disminución de la desocupación, esto es, el aumento de la fuerza del trabajo, cumple un rol vital. Marx lo señala cuando dice que los trabajadores «fuerzan cuantitativamente una participación en el progreso de la riqueza general» (citado por Rosdolsky). Sin embargo el salario no asciende o desciende mecánicamente según aumente o baje la productividad. Por el contrario, el salario por lo general no aumenta en la medida en que aumenta la produccción, con el resultado de que la tasa de plusvalía, lejos de . . . verse perjudicada por la mejora del salario real, puede aumentar mucho. Los salarios reales en promedio en América Latina aumentaron solo el 214 10% entre 1990 y 2005; esto equivale solo al crecimiento de los cuatro años que van de 2001 a 2005 (CEPAL). En 2005 el salario promedio en América Latina era de solo 371 dólares, solo 2,8% más alto que en 2002, a pesar del aumento de la producción. Es necesario tener en cuenta que una parte importante de la fuerza laboral se mantuvo debilitada, a pesar de la reducción de la desocupación, porque está precarizada, e imposibilitada de organizarse sindicalmente. Esto ha generado una fractura en las filas de los trabajadores, entre aquellos sindicalizados y con trabajos formales, y los que están precarizados. En 2005, en América Latina, los salarios de los que tenían cobertura social eran al menos dos veces más altos que los salarios de quienes no tenían cobertura (CEPAL). Por otra parte, con la mejora de las condiciones económicas de la clase trabajadora, pueden mejorar las condiciones de vida de los sectores pauperizados. De todas formas, siempre hay que tener en cuenta que la mejora de las condiciones de vida de la clase obrera es una consecuencia de la mejora en la acumulación. Como sostiene Marx en el capítulo 23 de El Capital, la variable independiente es la acumulación del capital, y la tasa salarial la variable dependiente. La recuperación no se produce
porque mejoran los salarios (como pretenden los teóricos subconsumistas), sino los salarios mejoran porque se recupera la economía. Por último, digamos también que en esta cuestión pueden incidir los intereses del capital, relacionados con la necesidad de mantener y reproducir una fuerza de trabajo que en el futuro esté en condiciones de ser explotada. La desnutrición infantil, la falta de escolarización, de atención sanitaria, etc., deterioran la fuerza de trabajo, y para el capital esto representa una pérdida potencial de plusvalías futuras. Refiriéndose a la malnutrición infantil en India, The Economist dice: La malnutrición significa una pesada carga para India. (…) Los niños que están mal nutridos tienden a no alcanzar su potencial, físico o mental, y se desempeñan peor en la escuela. Esto tiene un impacto directo en la productividad: el Banco Mundial reconoce que en los países asiáticos de bajos ingresos los deterioros físicos causados por la malnutrición significan un recorte del 3% del PBI. (The Economist, 25/09/10).
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En Argentina, por ejemplo, la clase dominante tomó con preocupación 215 el aumento de la desnutrición infantil, debido al deterioro que implica a largo plazo para la futura fuerza de trabajo. También existe mucha preocupación por el bajo nivel de la enseñanza, y la crisis educativa general. Lógicamente, asimismo existen cuestiones relacionadas con la legitimación de los gobiernos, y del aparato del Estado. Las noticias sobre la muerte de niños por desnutrición, o enfermedades relacionadas con la pobreza extrema, a veces golpean a las buenas conciencias, y obligan a actuar a los gobiernos. Marx se refería al «componente moral» que existe en la determinación del salario; esto se puede extender seguramente a las decisiones atinentes a planes sociales y de socorro frente a algunos casos de extrema penuria y hambre.
Plusvalía e independencia de clase En base a lo expuesto, podemos concluir que la mejora del salario en América Latina no se ha debido a que subió la fracción de la burguesía «amiga de los trabajadores», sino al cambio en la situación económica del capitalismo. La mejora económica del capitalismo tampoco se
produjo porque hubiera tomado las riendas la fracción «industrialista» o «productiva» de la clase dominante, sino porque los «ajustes» aplicados al calor de la larga crisis de los ochenta y noventa, permitieron restablecer las condiciones para la extracción y reinversión de la plusvalía. En este respecto, el enfoque «catastrofista» no puede responder a quienes se alinean, con argumentos de izquierda, con las burguesías «nacionales y progresistas» de América Latina. El marxismo puede dar una explicación coherente de lo sucedido. Entender la naturaleza del salario, y su relación con la plusvalía, y con el ciclo capitalista, es esencial para una política y una estrategia que tenga como centro la independencia de clase. De aquí también la importancia política que cobra la lectura de «El Capital». En particular, se puede explicar por qué las clases dominantes en América Latina, y el capital internacionalizado, no tienen ningún interés en promover golpes militares. Los negocios marchan aceptablemente bien, con las lógicas tensiones y conflictos entre fracciones o clases de cualquier país capitalista. También se puede comprender por qué la clase capitalista que apoyó, en prácticamente todas sus variantes, los «ajustes» de los noventa, tome como modelos a imitar a gobiernos «izquierdistas», como el de Lula o Tabaré, o a los gobiernos . . . «socialistas» de Chile. En cuanto a la crítica marxista, es importante tener en cuenta 216 que la misma no pasa por sostener la tesis, falsa, de que los salarios bajan siempre. Lo esencial de la teoría de Marx, como señala Rosdolsky (y Rosa Luxemburgo) es el descubrimiento de que el sistema del trabajo asalariado es un sistema de esclavitud, donde la tasa de explotación puede aumentar a medida que se desarrollan las fuerzas productivas, sin importar si el obrero recibe una mejor o peor paga. Este es el punto de partida para sostener una política de independencia de clase frente al capital y su Estado. Textos citados Bonelli, R. (2002): «Labor Productivity in Brazil During the 1990s» Instituto de Pesquisa Econômica Aplicada, IPEA. Contreras, D. y Gallegos, S. (2007): «Descomponiendo la desigualdad salarial en América Latina: ¿Una década de cambios?», CEPAL Medialdea García; B. (2003): «Un caso ‘exitoso’ de ajuste y estabilización: inestabilidad financiera y regresión social en la economía brasileña», Departamento de Economía Aplicada I, Universidad Complutense Madrid. Rosdolsky, R. (1983): Estructura y génesis de El Capital de Marx, México, Siglo XXI.
Publicado en el blog, 17 de noviembre de 2010.
«PROFUNDIZAR EL MODELO» DESPUÉS DE KIRCHNER
Una de las primeras cuestiones que se definieron desde las altas esferas del Gobierno a horas de la muerte del ex presidente Kirchner, fue el propósito de «profundizar el modelo». Por modelo se entiende, en lo esencial, la política económica «industrialista», aplicada desde 2003. Es pertinente preguntarse entonces cuáles son hoy sus condiciones de evolución.
Crecimiento basado en el tipo de cambio alto A partir de 2002 el tipo de cambio real alto fue clave para la estrategia del desarrollo «industrialista»; primero en el gobierno de Duhalde, y luego en los gobiernos de los Kirchner. El tipo de cambio real multilateral entre 2002 y 2009 fue, en promedio, un 30% más alto que en el promedio de los últimos 30 años. El cambio abrupto de precios relativos, ingresos y rentabilidades producido con la crisis de 2001, explica mucho de lo que sucedió en los años que siguieron. Recordemos que a mediados de 2002 los salarios estaban, en dólares, a un 25% del nivel de diciembre de 2001. Esa caída de salarios estuvo en el centro de la recuperación de la acumulación. Pero la baja de salarios se combinó con otros tres factores, por lo menos. En primer lugar, los equipos industriales se habían renovado, relativamente, durante los noventa. En este respecto, hay que dejar de lado la idea, muy difundida en ciertos ámbitos del progresismo, de que durante la época menemista solo hubo especulación y parasitismo. La verdad es que en esos años aumentó la productividad industrial;
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también lo hizo la relación de capital por obrero (autores de la CEPAL han subrayado esta cuestión). En otras palabras, las empresas que sobrevivieron a las quiebras, renovaron sus equipos, se modernizaron, y también racionalizaron las plantillas (lo que produjo un aumento significativo de la desocupación). En segundo término, como producto lógico de la crisis, en 2002 había gran capacidad ociosa, lo que habilitaba a que hubiera un rápido incremento de productividad, por caída de costos fijos, a medida que avanzara la recuperación de la demanda. En tercer lugar, las tarifas de servicios públicos quedaron congeladas, y los precios de muchos bienes no transables se rezagaron. En 2002 la tasa de inflación fue del 41%, pero los precios de salud, educación y vivienda aumentaron en promedio el 10%. Todos estos factores se conjugaron entonces para que la ecuación de costos de las empresas, en particular de las productoras de bienes transables, diera un vuelco dramático en los meses que siguieron a la caída del gobierno de De la Rúa, dado que hubo una fuerte recuperación de la demanda en los sectores que producen bienes que compiten con importaciones. A su vez, la recuperación de la ocupación, y del gasto de plusvalía en consumos postergados durante la crisis, dieron . . . impulso al crecimiento. El crecimiento de todas maneras fue muy desigual. El sector de 218 bienes transables, intensivo en mano de obra (por ejemplo vestido, plásticos), se expandió a una alta tasa; también la producción de automóviles y acero. El sector de energía y petróleo, en cambio, lo hizo a una tasa mucho más baja. Aquí la inversión fue débil, dando como resultado que a lo largo de los 2000 bajaran las reservas de gas y petróleo (ver más abajo). En cuanto a las ramas de servicios, tardaron en recuperar terreno; la tasa de rentabilidad en este sector se vio afectada por el movimiento brusco de los precios relativos. Lo mismo sucedió con productoras de bienes no transables, como telecomunicaciones o ferrocarriles. En cuanto al sector agrario, particularmente el productor de cereales y oleaginosas, tuvo altísimas rentabilidades, y un fuerte crecimiento (expansión de la frontera agrícola y aumentos de productividad). Este sector había renovado maquinaria y equipos, e incorporado tecnología de punta en los noventa. Además, a partir de 2003, además, gozó de una notable mejora de los términos de intercambio. En 2010 los términos de intercambio son un 42% más altos que en 1993 (INDEC). Además de desigual, el crecimiento fue en buena parte extensivo, ya que la inversión de equipos y maquinaria por obrero se mantuvo
baja. Hasta 2006 fue menor que en los noventa (en 2006 se interrumpe la serie del INDEC de stock de capital). La relación inversión/PBI aumenta algún punto con respecto a los noventa, pero sin ser cualitativa. La relación inversión / PBI entre 1993 y 1999 rondó el 19%; entre 2003 y 2009 estuvo en el 20,7%. Si se tiene en cuenta que aumentó la ocupación, se concluye que necesariamente bajó la intensidad de capital por obrero. En 2010 la relación inversión/PBI se ubica en el 20,3%. Subrayamos, es un nivel mucho más alto que el de 2003 (estaba en el 12,9%), pero no cualitativamente más elevado que en los noventa. Y la clave del desarrollo de las fuerzas productivas pasa por la acumulación del capital (contra lo que dicen los neoclásicos). Todo esto explica que de fondo la matriz industrial no se haya modificado en algún sentido profundo (ver nota en este blog «Mitos de los tiempos K»).
Doble superávit y caída del endeudamiento Junto al crecimiento del PBI, se revirtieron los dos déficit, fiscal y de cuenta corriente, lo que constituye una diferencia importante con los noventa. Por el lado del Estado, los trabajadores estatales sufrieron una . . . fortísima caída de sus salarios en términos reales. El ajuste que De la 219 Rúa había querido hacer por vía de la deflación, lo lograron los gobiernos de Duhalde y Kirchner por medio de la inflación. Según Buenos Aires City, en 2010 los salarios de los estatales todavía son más bajos que en diciembre de 2001. Por otra parte, aumentó la recaudación, tanto por la recuperación de la actividad económica, como por las retenciones a las exportaciones de granos. Este rubro fue importante. Desde 2002 las retenciones volcaron al Estado unos 30.000 millones de dólares; en 2010 aportarían unos 8.200 millones. En el terreno del gasto, una parte importante de lo recaudado se destinó a subvencionar las empresas de servicios, o alimentos (compañías eléctricas, transporte, molinos) y subvencionar tarifas. Por esta vía se bajaron costos salariales y energéticos, contribuyendo por lo tanto a mantener el tipo de cambio real alto para los sectores productores de bienes transables. En 2010 los subsidios de conjunto representan casi el 4% del PBI. Por eso los subsidios constituyen una carga creciente, y explican el deterioro de las cuentas públicas. No es casual, por otra parte, que el gobierno diga que no tiene dinero para aumentar el mínimo a los jubilados.
En cuanto al sector externo, entre 2002 y 2009 hubo un superávit comercial acumulado de más de 58.800 millones de dólares, contra un déficit de casi 88.000 millones entre 1992 y 2001. Ese fuerte superávit comercial de los 2000 permitió disponer de recursos para pagar en términos reales la deuda. Esto es, se dio lo que los economistas llaman «una transferencia en términos reales», a diferencia de los noventa. Es que en los noventa se pagaba deuda tomando cada vez más deuda, hasta que la situación se hizo insostenible. A partir de 2002, la deuda se pagó con dólares obtenidos por medio de los dos superávit. Esta circunstancia, unida a la quita por el default, dio como resultado que el endeudamiento de Argentina bajara –en términos de PBI– desde un 160%, en 2002, al 49% en la actualidad. De la misma manera, se han financiado las fuertes salidas de capital, que se incrementaron desde principios de 2008. Según datos conservadores, en tres años habrían salido del país 44.000 millones de dólares. Es notable que el capitalismo argentino haya bajado su nivel de endeudamiento, al mismo tiempo que transfería enormes sumas al exterior, manteniendo un alto nivel de reservas (en la actualidad las reservas son de 49.000 millones de dólares). Todo esto demuestra que en Argentina se produjo una . . . enorme masa de plusvalía; pero gran parte de ese excedente no se reinvirtió para ampliar la base productiva, esto es, para expandir las 220 fuerzas productivas en algún sentido fundamental.
Desgaste progresivo Desde 2002 la economía argentina ha crecido a tasas asombrosamente altas; desde 2003 a 2010 lo hizo a un promedio del 8,2% anual, a pesar de la recesión de 2009 (pronosticando un crecimiento global de 9% en 2010). Pero también hubo un desgaste progresivo del pilar del «modelo», esto es, del tipo de cambio alto. Es que casi invariablemente la devaluación tiende a generar presiones inflacionarias, a medida que los precios de los bienes transables y los salarios recuperan terreno, al calor de la recuperación económica. Aquí se aplica buena parte de las viejas explicaciones de la inflación de los estructuralistas. En tanto la inflación se acelera, el gobierno comienza a retrasar el tipo de cambio, a fin de que actúe como un ancla. Si impulsara una nueva devaluación, impulsaría la inflación. Pero el aumento de precios, con el tipo de cambio nominal frenado, significa que se aprecia el peso en términos reales. Debe tenerse en cuenta también que la entrada de dólares, producto del superávit comercial, ejerce a su vez presión en
el sentido de la apreciación. Para mantener el dólar alto, el Banco Central compra dólares, y esteriliza (ver nota «El monetarismo criollo» en el blog), pero esta medida también tiene límites, debido al endeudamiento. Por lo tanto aquí se tropieza con una contradicción. Si el gobierno promueve una depreciación de la moneda, acelera la inflación, con poca ganancia en competitividad. Si por el contrario retrasa el tipo de cambio, agrava los problemas de competitividad, acercándose a un escenario parecido al de los noventa. De hecho, hoy algunos sectores industriales empiezan a quejarse de que con este tipo de cambio no pueden competir. Es posible que de prolongarse esta situación, hacia fin de 2011 el tipo de cambio real vuelva a estar al nivel de la Convertibilidad. Aunque la situación internacional es distinta de la existente en los noventa, principalmente por la suba de la demanda mundial de materias primas.
¿Qué significa «profundizar el modelo»? Por lo explicado, podemos decir que el crecimiento con tipo de cambio alto no tiene secretos. La ciencia de esta «alta política económica» reside en el aumento de la tasa de plusvalía, que se logra por la caída . . . de salarios vinculada a la devaluación de la moneda. 221 Por lo tanto es consustancial al «modelo» que los salarios se mantengan relativamente bajos. Los salarios del sector privado formal (representaría aproximadamente el 30% de la fuerza laboral) están, en términos reales, un 10% por encima de 2001, y muchos capitalistas se están quejando. Necesitan mantenerse competitivos vía aumento de la plusvalía absoluta, la intensidad del trabajo, y reducción de la canasta de bienes de los asalariados. Pero hay límites a lo que pueden conseguir por esta vía, debido a que la recuperación de la ocupación ha fortalecido el poder de negociación del trabajo (aunque sea por la vía indirecta, de la burocracia sindical). En consecuencia, la variable de ajuste más «a mano» pasa por mantener precarizada a una parte sustancial de la fuerza de trabajo. El 36,5% de la fuerza laboral, según el INDEC, está precarizada. Miles de pequeñas y medianas empresas se benefician de esta situación, que representa un recorte de costos para el capitalismo argentino de conjunto (incluido el capital «nacional, popular y democrático»). En 1990 el sector del trabajo precarizado representaba el 25% de la fuerza laboral, y en 2002 el 38,5%. Puede verse entonces que su participación no bajó de manera significativa en los últimos años, a pesar de la recuperación
económica. Incluso el Estado emplea una gran cantidad de trabajadores precarizados, a través de contratos basura, o de empresas subcontratistas. ¿Qué significa en este sentido «profundizar el modelo»? Teniendo en cuenta lo anterior, puede entenderse también que el crecimiento pueda ser muy alto, pero no cambien las características más esenciales de las estructuras atrasadas y dependientes del capitalismo argentino. Después de siete años de aplicar «el modelo productivista», no hubo aumento de productividad vía tecnología; no aumentó la relación capital / trabajo; no aumentó de ninguna manera cualitativa la participación de las manufacturas en el PBI; la balanza comercial industrial sigue siendo deficitaria; no hubo incremento del trabajo con alto valor agregado (lo que en el marxismo se llama trabajo complejo). ¿Qué significa entonces «profundizar el modelo» en relación a estas relaciones que no han variado con respecto a los noventa? Paradójicamente, uno de los sectores que continuó a toda marcha su expansión, fue el cerealero y en particular el sojero. En 2010 la soja aportaría ingresos a Argentina por 20.000 millones de dólares. De conjunto el sector agrario impulsa la inversión, a la par que una parte . . . de la renta se reinvierte en el sector inmobiliario urbano. La sojización entonces no se ha detenido porque en el fondo ha sido beneficiosa para 222 el modelo de acumulación. Cabe preguntarse por lo tanto qué significa profundizar el modelo con respecto a este rubro. En cuanto a las inversiones en infraestructura, a lo largo de estos años de fuerte crecimiento se han mantenido relativamente débiles. Las tarifas de gas y electricidad están entre las más bajas del mundo, y esto estimula la demanda, ya que los trabajadores y sectores medios tienen más dinero disponible para comprar alimentos o bienes de consumo durables. Pero una situación así no dura indefinidamente. La ley del valor trabajo, y la lógica de la valorización del capital, terminan imponiéndose. La baja rentabilidad lleva a la caída de las inversiones, y por lo tanto de la producción. Las reservas argentinas de gas en 2010 están en 7,8 años, mientras que a fin de la década de los noventa se ubicaban en 30 años. La matriz energética argentina está basada en el gas. Las reservas de petróleo en 2009 eran de 11 años, en tanto en 1998 eran de 34,8 años. Hoy Argentina importa energía. Ya en 2010 hubo cortes de suministro energético, y todo el mundo reconoce que hay que aumentar la inversión en el sector; lo que implica hablar de rentabilidad y tarifas. Algo similar puede decirse del transporte, en especial el ferroviario. La falta de inversión en los ferrocarriles
afecta de conjunto la productividad de la economía (los granos, por ejemplo, se mueven en su mayoría con unos 100.000 camiones). Es posible que ciertos acuerdos políticos con el gremio de camioneros también traben la canalización de recursos hacia la revitalización de los ferrocarriles. En cualquier caso, también en el terreno de las inversiones en infraestructura energética, transporte, logística y similares, es necesario preguntarse ¿qué significa profundizar el modelo? ¿Seguir sin invertir en los ferrocarriles, por ejemplo? ¿Acaso que sigan bajando las reservas de gas o petróleo? Por último, la pregunta que se deriva de lo expuesto ya la hemos formulado, pero vale la pena reiterarla: ¿cómo sigue este programa de crecimiento basado en el tipo de cambio alto, en la actual coyuntura? La apreciación del real, y el alto precio de la soja y el maíz, ayudan a mantener el superávit externo, pero éste se ha venido achicando. Casi el 90% del crecimiento de las exportaciones en los últimos 12 meses se deben a la soja, el maíz, minerales y automóviles. Las exportaciones de automóviles están destinadas mayoritariamente a Brasil; también de acero. De conjunto la industria argentina sigue teniendo problemas para insertarse competitivamente en el mercado mundial. En este respecto, las limitaciones de una estrategia de desarrollo capitalista . . . articulada meramente en el tipo de cambio alto y la súper explotación 223 del trabajo, se revelan insalvables.
Ironías de la historia Con lo anterior no queremos decir que la economía argentina esté a las puertas de algún estallido económico (por lo menos en la medida en que no se desate alguna crisis política aguda, por ejemplo por la sucesión en el liderazgo del partido Justicialista), sino que subsisten los problemas y las contradicciones estructurales, propias de un capitalismo dependiente y atrasado. Una economía que está creciendo al 9% anual no pasa a una crisis en un mes. Pero también hay que ubicar el crecimiento de la economía argentina en las tendencias más generales de las últimas décadas. En casi todos los países durante los ochenta y parte de los noventa las burguesías llevaron adelante programas «de ajuste», esto es, aumentaron la explotación del trabajo. Aperturas comerciales, privatizaciones, flexibilidad y precarización laboral, estuvieron a la orden del día. Con contradicciones y tensiones, toda la burguesía latinoamericana participó o estuvo de acuerdo en esos programas. No se trató de
una imposición de la CIA o Washington (como gusta presentar el asunto la propia clase dominante criolla), sino de una actuación según la lógica de sus intereses, que no da muestras de revertirse en algún sentido profundo. Esa recomposición de las condiciones de explotación, más la expansión de la demanda mundial, generaron las condiciones para la expansión del consumo y la inversión en el continente. Siguiendo esta lógica, los gobiernos «izquierdistas» actuales (pensemos en Lula, Bachelet, Mujica o Tabaré) se convierten en garantes de un rumbo económico apoyado, en líneas generales, por el FMI, el Banco Mundial o el establishment económico mundial y el capital internacionalizado. Puede haber diferencias de grado, matices o peleas por el hecho de que tal gobierno favorezca a tal o cual fracción, pero nada que se salga de esos carriles. En Argentina, las diferencias de programas económicos entre un Lavagna, Prat Gay, González Fraga, Boudou o Lousteau, para mencionar algunos de los economistas más referenciados, son de matices. No hay mucho más que eso. Y la mayoría del pueblo hoy votaría alternativas políticas que incluirían ideas más o menos acordes. Por eso, ni las burguesías locales, ni los organismos y gobiernos del «primer mundo», tienen como estrategia el golpe de Estado hoy. ¿Para qué iban a tener esta estrategia, si el negocio . . . de la explotación marcha muy bien? (mi posición en este punto es opuesta al análisis de marxistas nacionalistas, como Atilio Borón; o al 224 de intelectuales nacionalistas de izquierda, como Alcira Argumedo). Es fundamental tener en cuenta la íntima imbricación entre las burguesías y gobiernos latinoamericanos, y el capital mundializado. Los capitales que se fugan al exterior, son colocados en activos financieros; de manera que los intereses de estos capitalistas no difieren, en sustancia, de los que defiende el capital más mundializado y líquido. A su vez, los inversores extranjeros se asocian con los capitalistas locales, para explotar la mano de obra. La estatal Petrobrás recoge 70.000 millones de dólares en los mercados internacionales; es todo un símbolo de los tiempos. Como también lo es la propia trayectoria de los Kirchner, y de muchos ex montoneros que están ahora en el gobierno. En los noventa los Kirchner apoyaron las privatizaciones, entre ellas la de YPF. Lo obtenido con esas privatizaciones no fue reinvertido productivamente en la provincia de Santa Cruz, sino colocado en el sistema financiero internacional. El default de la deuda argentina, aplaudido por casi todo el Congreso en 2001, no desmiente la tesis de la confluencia de intereses de fondo. En el mismo establishment económico del primer mundo (incluido el presidente Bush) había acuerdo en la necesidad de reestructurar la deuda, con quita incluida. No es un fenómeno
infrecuente en la historia del capitalismo; sucede cuando el deudor es insolvente. Luego, la discusión acerca de cuánto era la quita, fue un tema de regateo. Nadie puso en cuestión el problema de fondo, a saber, que la deuda (que había servido para financiar las fugas de capitales de la propia burguesía) debía pagarse con plusvalía arrancada al trabajo. Luego de la quita, el gobierno argentino cumplió religiosamente, y los tenedores de bonos ganaron fortunas. El aplauso de Hillary Clinton al gobierno argentino, es todo un símbolo de que aquí nada se rompió. También es expresiva la trayectoria del actual secretario de la presidencia, Oscar Parrilli. Este señor fue el informante por el menemismo en la Cámara baja, cuando se decidió, en 1993, la privatización de las jubilaciones. Hoy jura dar la vida por profundizar el «modelo» kirchnerista. En Parrilli toma cuerpo y se singulariza la evolución de toda una fracción política. Observemos también que durante años las dos principales AFJP (y orientadoras del resto del mercado) en Argentina fueron estatales: banco Nación y banco Provincia de Buenos Aires. Como tales funcionaron durante todo el gobierno de Kirchner. Cuando los fondos de las jubilaciones se estatizan, permanecen sin embargo invertidos en los mercados de capitales. De la misma manera, en los 2000, el . . . gobierno de los Kirchner vuelve sobre algunas privatizaciones, pero 225 solo en aquellas ramas que no resultan de interés para el capital privado, debido a su baja rentabilidad. En cualquier caso, las condiciones laborales no mejoran para los trabajadores estatales de conjunto; y continúan los negocios con empresas subcontratistas, como lo pusieron en evidencia los recientes episodios en ferrocarriles. Al margen de alguna particularidad (más o menos corrupción de tal o cual personaje, etc.), el fenómeno es general. Muchos ex guerrilleros y militantes de izquierda uruguayos, argentinos, chilenos, brasileños, etc., son hoy cuadros del gerenciamiento del Estado y de los negocios capitalistas. Para decirlo con una metáfora, si en los ochenta y noventa las reformas pro capital avanzaron 100 kilómetros hoy, con el crecimiento, se puede retroceder 10 kilómetros (bajar un tanto la desigualdad del ingreso, mejorar salarios). De esta manera se consolida casi todo lo avanzado, pero además, ideológicamente, se es «de izquierda y progresista» apoyando al «modelo». En este respecto, el éxito del neoliberalismo es casi completo. Sus enemigos de ayer cumplen hoy su programa fundamental. Si a los montoneros o tupamaros de los 70 se les hubiera presentado una película de los gobiernos de los 2000, hubieran dicho, sin dudarlo un instante, que se
trataba de gobiernos de la derecha. Más significativo aún, en los 70 en Argentina los militantes de izquierda eran asesinados por las bandas paramilitares, con las que colaboraban los burócratas sindicales. En los 2000 asistimos al espectáculo de ex revolucionarios abrazándose con los asesinos de ayer, y amparando a las patotas sindicales más siniestras. Ironías de la historia, pero en el fondo existe un fuerte condicionamiento económico. Por supuesto, en todo esto puede encajar muy bien la reivindicación, superficial y brumosa, de un pasado heroico. Profundizar el modelo entonces significa continuar en esta línea profunda.
Tendencia en América Latina De manera más específica, lo sucedido en Argentina constituye una particularización de la tendencia económica en América Latina durante la última década. Es que en los años 2000 la expansión de la acumulación en China, India, Brasil y otros países del tercer mundo, elevó la demanda de materias primas. Este viento a favor, aunado a lo que ya hemos explicado, impulsaron las economías. Entre 2003 y 2008 el crecimiento promedio en la región fue del 5,5%; en 2020 será del 5%. . . . América Latina es exportadora neta de materias primas, y se vio 226 beneficiada con el alza de los precios y de la demanda. La mayoría de los países pasaron a tener superávit en sus cuentas corrientes, y realizaron transferencias en términos reales. Por eso en casi todo el continente bajó la relación deuda/PBI y deuda/exportaciones. No es de extrañar que la crisis financiera apenas tocara a América Latina; no se trata de un «éxito singular» del modelo K. Como producto del crecimiento, hubo también una reducción bastante significativa de la pobreza en América Latina. Unos 40 millones de personas habrían salido de la pobreza. En la fase expansiva del ciclo económico, es natural que se asistan a estos fenómenos (algo que explica Marx en el capítulo 23 del t. 1 de El Capital). La tesis «catastrofista», que quiere ver una caída en términos absolutos, y permanente, del ingreso de los trabajadores y sectores populares, sencillamente es equivocada. La reducción de la pobreza de Argentina desde el 2002 al 2008, se ubica en este marco. Al mismo tiempo, en casi todos los países latinoamericanos se redujo un tanto la desigualdad de la distribución del ingreso (CEPAL); aunque la región sigue estando a la cabeza a nivel mundial. El desempeño de Argentina en este plano, entre 2000 y 2010, también es mediocre (ya nos referimos a esto en otra nota del blog). Y como
resultado del crecimiento, la desocupación se redujo en América Latina, pero manteniéndose relativamente alta; en la actualidad está en un promedio del 8%. El trabajo en negro y precarizado es alto en casi todos lados. En conclusión, es necesario tener presentes estas tendencias para el análisis de la economía argentina. Combinadas con los problemas que se asocian a la política de crecimiento basada en el tipo de cambio alto, muestran los límites y las condiciones en que se puede desenvolver la prometida «profundización del modelo» en los próximos tiempos. Publicado en el blog, 31 de octubre de 2010.
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FUGA DE CAPITALES, DÓLAR Y MODELO K
Esta nota es continuación y actualización de la que escribí hace un año, en la que discutía cuestiones vinculadas al crecimiento basado . . . en el tipo de cambio alto1. Decía entonces que el tipo de cambio alto 228 había sido clave para la estrategia de desarrollo «industrialista», desde mediados de 2002. Básicamente porque la devaluación posterior a la ruptura de la Convertibilidad había significado una fuerte caída de los salarios –en términos de dólar y poder adquisitivo–, con la consiguiente mejora de las condiciones competitivas del capitalismo argentino. Sostenía también que a la redistribución regresiva del ingreso se habían sumado equipos industriales renovados durante los 90; una elevada capacidad ociosa; y el congelamiento de tarifas de servicios. Todo esto se conjugó para elevar la tasa de rentabilidad, en particular de las empresas productoras de bienes transables. Además, el ciclo alcista de los precios de los alimentos, y en particular la soja, dieron un poderoso oxígeno extra al crecimiento, habilitaron ganancias extraordinarias al agro (suba de la renta de la tierra), y una constante inyección de recursos al Estado. Sin embargo, señalaba en aquella nota, no había habido un desarrollo sustentado en la inversión de equipos y la tecnología. Esto es, no estábamos ante un aumento de la competitividad con bases sólidas. Por eso, en 2010 ya se evidenciaba 1
Ver en este libro el artículo precedente (que inicia en p. 217).
el desgaste del «modelo»: el superávit comercial se achicaba; la inflación erosionaba la competitividad del tipo de cambio; y el gobierno se enfrentaba a la disyuntiva de devaluar, o de retrasar el tipo de cambio a fin de frenar la inflación. Pero en este último caso, caería aún más la competitividad. Escribíamos: «Si el gobierno promueve una depreciación de la moneda, acelera la inflación, con poca ganancia en competitividad. Si por el contrario, retrasa el tipo de cambio, agrava los problemas de competitividad, acercándose a un escenario parecido al de los noventa. De hecho, hoy algunos sectores industriales empiezan a quejarse de que con este tipo de cambio no pueden competir. Es posible que de prolongarse esta situación, hacia fin de 2011 el tipo de cambio real vuelva a estar al nivel de la Convertibilidad. Aunque la situación internacional es distinta de la existente en los noventa, principalmente por la suba de la demanda mundial de materias primas». A pesar de las señales que estaba dando la economía, muchos defensores del modelo K de crecimiento siguieron afirmando que «el modelo tiene bases sólidas», y que solo los ciegos «catastrofistas de izquierda», o la derecha golpista, podían encontrar algún problema serio. La idea dominante en este sector es que, en tanto haya estímulos . . . de demanda, la inversión crecerá más o menos automáticamente. Una 229 tesis que se ha mantenido contra viento y marea.
Fuga de capitales También en una nota anterior, de septiembre de 20102, decíamos que en Argentina se mantenía una de las características típicas del atraso, que una parte muy importante de la plusvalía se volcaba al consumo suntuario, la inversión inmobiliaria, o iba al exterior. Con respecto a esto último, señalábamos que las inversiones de argentinos en el exterior obedecían a una lógica de valorización financiera, y que los rendimientos de esas inversiones se reinvertían en el exterior, de manera que representaban una importante sangría en términos netos del excedente. La contrapartida de esta salida era que la inversión en plantas, equipos e infraestructura productiva, si bien había mejorado en algún punto del PBI con respecto a los 90, continuaba siendo relativamente débil. Por eso concluíamos que «hay un fuerte crecimiento (del PBI), y cierto aumento de la participación de la inversión con respecto a los 2
Ver en el blog «Fuga de capitales y acumulación en tiempos K».
niveles promedio de los noventa, pero sin que pueda hablarse de algún cambio estructural. Una parte fundamental del excedente sigue saliendo del país; aunque a diferencia de la década de los noventa, ahora esa salida está financiada por el superávit de cuenta corriente. (...) La salida de capitales sigue poniendo en evidencia la estrecha vinculación de la clase capitalista argentina con el capital mundializado, particularmente con el capital financiero». Naturalmente, los defensores del «modelo productivo» siguieron mirando para otro lado. Pero los hechos son testarudos, y las cosas siguieron complicándose, hasta llegar a la actual coyuntura. En los últimos tres meses el Banco Central ha vendido más de 4100 millones de dólares. Según la consultora Ecolatina, la formación de activos externos del sector privado se incrementó de un ritmo promedio mensual de 300 millones de dólares en el período enero 2003 a marzo 2008 a 1.500 millones por mes entre abril 2008 y junio 2010. El marco de esta fuga de capitales es una macroeconomía en la que las señales del desgaste del «modelo» son inocultables. El superávit comercial pasó de más del 4% del PBI en 2007 a aproximadamente el 2%. Las reservas del Banco Central bajaron desde más de 52.500 millones de dólares a fines de 2010, a 47.580 millones hoy; esto a pesar . . . de que tomó préstamos de bancos europeos. Las reservas de libre disponibilidad (las que exceden la base monetaria, y con las que el 230 Gobierno paga deuda externa), se evaporaron. El crecimiento de los depósitos bancarios se ha frenado, y las tasas de interés han subido al 15% para los minoristas (estaban al 10%) y hasta el 20% para los grandes depositantes. ¿Esto también formará parte del «modelo productivo»? En cualquier caso, y ante este panorama, es evidente que la disyuntiva de 2010 que comentábamos, se ha hecho más aguda. Destaquemos que si bien la crisis internacional ha jugado un rol en la fuga de capitales –debido a la devaluación del real, y la desaceleración de la demanda internacional– no alcanza a explicarla. Después de todo, otros países latinoamericanos han estado recibiendo capitales a causa de la crisis internacional, por lo que su problema es el opuesto del argentino: procuran evitar la apreciación de sus monedas. En Argentina, en cambio, la apuesta de muchos grandes inversores, y también de ahorristas pequeños y medianos, es que el precio del dólar finalmente va subir.
Desarrollo desigual y dependiente, y tipo de cambio Tal vez una de las cuestiones más importantes es entender que la
disyuntiva descrita –devaluar o retrasar más el tipo de cambio– se inscribe en un movimiento de largo plazo de la economía argentina, en la que se alternaron los períodos de tipo de cambio alto y bajo, pautados por crisis que marcaron la transición de un período al otro. Por eso, más allá del análisis de la coyuntura inmediata, nos interesa mostrar cómo existe una cierta lógica en estos movimientos, que está vinculada al desarrollo de las fuerzas productivas –en particular, al nivel de productividad– y a las variaciones de la rentabilidad e inversión de los sectores vinculados a la producción de bienes transables (sustitución de importaciones y exportables) y de bienes no transables (en lo que sigue resumo algunas de las ideas que presento en Economía política de la dependencia y el subdesarrollo). Si se toma como punto de partida 1974 –inicio de la crisis final de la estrategia de sustitución de importaciones–, se advierte que desde 1977 y hasta comienzos de 1981 rigió un tipo de cambio real bajo (moneda apreciada); que en la década de 1980 y hasta comienzos de 1991, el tipo de cambio fue alto (moneda depreciada); durante la Convertibilidad la moneda se apreció; y a partir de 2002 se vuelve a un tipo de cambio alto, aunque con tendencia paulatina a la apreciación desde 2003, hasta llegar al actual escenario. Aclaramos que cuando . . . hablamos de moneda apreciada nos referimos a un tipo de cambio 231 cercano al nivel de paridad de poder de compra con los países adelantados (en particular, con EEUU). Esto significa que, en promedio, y a igual que sucede con la mayoría de las economías atrasadas, la moneda argentina tiende a ubicarse en un nivel por debajo de la paridad de poder de compra. Esta depreciación de la moneda en términos reales obedece, desde el punto de vista de la ley del valor trabajo, a problemas estructurales, que tienen que ver, principalmente, con la baja productividad de la industria argentina. Dada su baja productividad relativa, una manera que tiene la industria de ganar competitividad en el mercado mundial es a través del tipo de cambio real alto, que implica bajos salarios en términos de la moneda mundial (dólar o euro). Sin embargo, debido a los impulsos inflacionarios que derivan de este régimen cambiario, a mediano plazo casi inevitablemente se generan las condiciones para la reversión hacia el tipo de cambio bajo. Y son estas variaciones bruscas del tipo de cambio, las que generan cambios también bruscos y profundos en las tasas de rentabilidad de los sectores productores de bienes transables y los productores de bienes no transables; y con ellos, de sus tasas de crecimiento e inversión. Con tipo de cambio alto, los sectores
productores de transables aumentan su rentabilidad, lo que lleva aparejado el aumento de inversiones en el sector; pero baja la rentabilidad y la inversión en los sectores de no transables. A su vez, con la moneda apreciada, los sectores transables ven disminuidas sus ganancias, y los de no transables las incrementan, y con ella la inversión y el crecimiento. El resultado es que se asiste a un desarrollo desigual, profundamente desestructurado. Los cambios bruscos de la rentabilidad de los sectores debilitan las inversiones de largo plazo, fundamentales para superar el subdesarrollo. Los diferenciales de productividad se acentúan, porque ora un sector, ora el otro, sufre períodos más o menos prolongados de baja rentabilidad y por lo tanto de baja inversión y renovación tecnológica. En los ‘90, por ejemplo, en tanto en teléfonos, o producción y transporte de electricidad, se realizaban inversiones y se espandían, muchas industrias productoras de transables, en especial intensivas en mano de obra –textiles, calzado, etc.–, languidecían. De la misma manera, el parque industrial se renovaba parcialmente, pero el sector productor de máquinas herramientas trabajaba con un 50% de capacidad ociosa, promedio. En los 2000, por el contrario, sectores de productores de bienes . . . exportables, o sustitutos de importaciones, prosperaron; pero amplios sectores productores de servicios, o energético, se retrasaron. 232 Significativamente, la balanza energética pasó a ser deficitaria, luego de haber tenido superávit en los 90 y buena parte de los 2000. Este crecimiento desestructurado se refleja entonces en la situación cambiante del sector externo, y las dinámicas de precios. Los períodos de tipo de cambio alto, posteriores a una devaluación, dan lugar a mejoras rápidas y sustanciales de la balanza comercial (o en la balanza de cuenta corriente). Los productores de transables con ventajas competitivas naturales -ejemplo, el sector productor de granos- obtienen plusvalías extraordinarias, bajo la forma de ganancias extraordinarias, o alta renta agraria. Eventualmente, en una coyuntura de altos precios internacionales de las materias primas, una parte de la renta puede captarse con impuestos y destinarse a subvencionar industrias proveedoras de insumos y servicios, a los efectos de sostener el tipo de cambio real alto. En estos períodos el crecimiento industrial se caracteriza por ser principalmente extensivo –esto es, empleador de mano de obra– y la renovación tecnológica relativamente débil. La competitividad del sector transable es alta, pero porque está asentada en una alta explotación del trabajo (salarios bajos, precarización del empleo, etc.), y en la contención de los precios
de insumos y servicios esenciales.
Erosión del tipo de cambio «competitivo» No es de extrañar entonces que a mediano plazo la ventaja competitiva se erosione, en la medida en que los precios de los bienes no transables y los salarios, especialmente de los sectores sindicalizados, buscan recuperar el terreno que han perdido con la devaluación. Por eso, a mediano o largo plazo, las falencias y contradicciones estructurales no pueden superarse con meros remedios monetarios. No se trata de conspiraciones de los golpistas, como he escuchado de boca de algún intelectual K de Carta Abierta, sino de las leyes de la acumulación (y la explotación) capitalista. La cuestión de fondo es que la debilidad de la inversión -y del despliegue de la investigación y desarrollo- no permite superar el atraso y ganar competitividad genuina a la industria. Hoy, en Argentina, la balanza comercial industrial es fuertemente deficitaria (en las manufacturas de origen industrial, por unos 20.000 millones de dólares), luego de casi una década de crecimiento «industrialista» K. El problema puede agudizarse bruscamente si algunos de los socios comerciales deprecia su moneda; como acaba de suceder con Brasil. ... En consecuencia, las presiones inflacionarias, que tienen origen 233 cambiario, no dejan de acentuarse. Los sectores productores de no transables no invierten si no mejoran los precios relativos, y en el mediano o largo plazo, los precios de servicios y otros insumos comienzan a subir. Si además, el gobierno ha mantenido tarifas congeladas, a costa de crecientes subsidios, es probable que aparezcan déficit fiscales crecientes. La monetización del déficit (esto es, cubrirlo con emisión), da lugar a mayores presiones inflacionarias, acrecentando la desconfianza hacia la moneda nacional. En definitiva, las presiones inflacionarias terminan erosionando la competitividad cambiaria. Al crecer la desconfianza, se potencia el flujo de fondos hacia el dólar o el euro. El ahorro (más precisamente, atesoramiento) ocurre en moneda extranjera. Al caer los depósitos en moneda nacional, los bancos elevan las tasas de interés, para detener la sangría. Lo cual no es precisamente un estímulo para la inversión productiva. Todos estos factores no dejan de empujar hacia la devaluación.
Devaluaciones, inflaciones y reversiones cambiarias Pero la devaluación de la moneda no es una solución sencilla, ya que
puede dar lugar a nuevas devaluaciones, que eventualmente desembocan en altas inflaciones (o hiperinflaciones). Lo cual es insostenible, como lo demuestra la experiencia argentina de los 80 y principios de los 90. Es que con alta inflación los salarios bajan en términos reales -es inevitable que pierdan la carrera con los preciospero también con una moneda en constante pérdida de valor se embotan los mecanismos del mercado. Entonces es imposible comparar los tiempos de trabajo. Por eso, en el extremo, la economía se dolariza. El dólar pasa a ser moneda no sólo de atesoramiento, sino también medida de valor y medio de pago (los contratos se fijan en dólares, etc.). Se generan así las condiciones para la reversión hacia la moneda «fuerte». El anclaje del tipo de cambio está en la lógica del proceso, ya que se busca fijar la variable que ha estado en el origen del impulso inflacionario, y restablecer la disciplina del mercado, tanto sobre los capitales menos productivos, como –y principalmente– sobre los trabajadores. Es por esta razón que las razones que lleva a los períodos de apreciación de la moneda se incuban en las fases de crecimiento que se sostienen en el tipo de cambio alto. Algo de esto se ve en el panorama actual; la apreciación del peso de los últimos años está en . . . la mecánica del crecimiento de los 2000. Sin embargo, hoy la economía argentina no está ante un escenario de crisis aguda, al estilo de lo 234 ocurrido en 2001. Pero dicho esto, también hay que decir que el panorama se ha agravado. Desde hace muchos meses el gobierno ha venido retrasando el tipo de cambio para frenar la inflación, esto es, ha aplicado una receta típica de la década de 1990. Pero por esto en los últimos tiempos se ha apreciado la moneda; con lo cual se debilitó uno de los pilares del «modelo», el tipo de cambio alto. Por eso también, en los hechos, ha comenzado a establecerse otra paridad entre el peso y el dólar, a través del mercado no oficial (o negro). Esta dicotomía -atraso del tipo de cambio oficial, depreciación de la moneda en el paralelo- es otra expresión de las disyuntivas que enfrenta el «modelo K». Paralelamente, los subsidios a industrias productoras de servicios y similares (eléctricas, transporte, pero también forestal y agroalimentaria), no han dejado de aumentar. En 2010 el Estado transfirió unos 48.000 millones de pesos a las empresas, un 45% más que en 2009. Y sólo en los primeros seis meses de 2011, alcanzaron 32.366 millones de pesos, un 73% más que en igual período de 2010. El «ajuste» significaría un aumento de las tarifas, esto es, un caída del poder adquisitivo de los salarios, en primer lugar. Pero también agregaría presión a los impulsos devaluatorios. Subrayamos: en estas
condiciones, una devaluación se descargaría sobre los trabajadores, bajando los salarios. Aunque puede dar lugar a una agudización de las luchas salariales. Por eso la propia clase dominante es reacia a aplicar este remedio. Pero por otra parte, el actual esquema ha comenzado ha hacer agua. En conclusión, lo que está sucediendo hoy en Argentina -fuga de capitales, depreciación de hecho de la moneda- refleja que el crecimiento de los 2000 no ha permitido superar las estructuras del atraso y la dependencia. Negar esta realidad hablando sobre el «modelo de matriz diversificada y acumulación con inclusión social», equivale a marearse con palabrerío vacío. Publicado en el blog, 31 de octubre de 2011.
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ECONOMÍA
ARGENTINA,
COYUNTURA Y LARGO PLAZO
La desaceleración
. . . Los últimos datos del Indec indican que estamos en presencia de una 236
pronunciada desaceleración de la actividad económica. En el siguiente gráfico se puede ver la variación porcentual del estimador mensual de actividad con respecto a igual mes del año anterior, entre mayo de 2011 y abril de 2012.
Fuente: Indec 20/07/12
En éste, las variaciones del estimador mensual industrial.
Fuente: Indec 27/07 /12
También la caída en la construcción:
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Fuente: Indec 29/06/2012
Agreguemos que la tasa de desocupación aumentó del 6,7% en el último trimestre de 2011 al 7,1% en el primero de 2012, con un descenso de la población activa, del 46,1% al 45,5% entre esos períodos; esto significa menos cantidad de gente buscando trabajo. El Ministerio de Trabajo reconoció, en agosto, que se estancó la creación de empleo. En el primer
trimestre de 2012 el PBI creció el 5,2% con respecto a igual período de 2011; en términos anualizados, el crecimiento fue del 3,6%, y debe tomarse en cuenta que hay un arrastre estadístico del 1,6%. de 2011. Todo indica que el crecimiento en el segundo semestre será más débil que en el primero. Las importaciones de bienes de capital disminuyeron, en junio de 2012, un 38% con respecto a igual mes del año anterior; puede estar reflejando una caída importante de la inversión. El consumo también se debilitó; las ventas minoristas en junio cayeron 6,8% con respecto a junio de 2111 (CAME); aunque luego repuntó, como consecuencia de los aumentos de las paritarias, y también porque la compra de bienes de consumo durables se ve como un refugio frente a la inflación. Con todo esto a la vista, si bien no hay elementos como para decir que se haya entrado en recesión (dos trimestres seguidos con crecimiento negativo), se puede afirmar que es fuerte el freno del crecimiento.
Explicaciones El Gobierno y sus defensores explican que la desaceleración no se debe . . . a debilidades del modelo, sino a la crisis internacional, ya que «el 238 mundo se nos vino encima». Pero el argumento es débil. Como señalan los críticos, la economía mundial está creciendo al 3,5% (según el FMI, junio 2012). En 2009 la economía mundial se contrajo el 2,2%, y la de los principales socios comerciales de Argentina un 0,4%; pero la economía argentina creció 0,9% (según el Indec). ¿Por qué debía caer en 2012, con la economía mundial creciendo al 3,5%? Los partidarios del Gobierno responden que Argentina se ha visto muy afectada por el freno de las importaciones de automóviles por Brasil, y por la sequía, que no permite aprovechar el aumento de la soja. Hay elementos de verdad en esto. Según la Asociación de Fábricas de Automotores, debido a la caída de la demanda en Brasil, las exportaciones de vehículos disminuyeron un 28,4% en el primer semestre de 2012 con respecto al mismo período de 2011. La fabricación de vehículos automotores bajó 14,2% en el primer semestre de 2012 con respecto al primero de 2011; y un 30,9% en junio de 2012 en relación a junio de 2011. Dado el peso de la industria automotriz en la economía, el efecto recesivo es indudable. Por otra parte, durante la campaña 2011-2 hubo una disminución en la producción de unos 15 millones de toneladas entre maíz y soja, debido a la sequía. Además, buena parte de la cosecha se vendió a precios menores que los actuales.
Esto explica que las exportaciones de productos primarios tuvieran, en el primer semestre, una caída por precios del 1%. En junio, y en términos anualizados, las exportaciones de productos primarios cayeron un 15%, tanto por precios como por cantidades. En definitiva, dicen los K-partidarios, los problemas son externos, crisis mundial en primer lugar, sequía en segundo término. Los críticos retrucan señalando que otros rubros se han desacelerado, o están disminuyendo: la industria alimenticia y tabaco creció, a junio de 2012, el 2,8% con respecto a igual acumulado del año anterior; la textil disminuyó el 1,8%; papel y cartón, y edición e impresión aumentó 2,1%; refinación de petróleo bajó 1,6%; e industrias metálicas básicas descendió 1,7% (todos los datos son del Indec). La caída de la construcción tampoco puede explicarse por la crisis mundial; ni el aumento del déficit de la balanza energética. Pero los defensores del Gobierno explican que no hay problemas de fondo, y que a partir del segundo semestre las cosas irían mejor. En Brasil habría recuperación de la demanda en el segundo semestre. Y en 2013 se harán sentir los efectos del alto precio de la soja; el precio de la oleaginosa aumentó casi un 60% desde diciembre de 2011. Si las condiciones climáticas lo permiten, la cosecha alcanzaría los 55 . . . millones de toneladas, y podría haber un ingreso extra de 5300 millones 239 de dólares en 2013. El Gobierno podría recaudar entonces 8600 millones de dólares por derechos de exportación (Iaraf, «Informe económico» 170, julio 2012). O sea, el mundo ya no se nos caerá encima. Si bien esto es real, existen de todas maneras muchos elementos para concluir que la economía se ha desacelerado de manera muy fuerte, y esto no se explica sólo, ni principalmente, por los factores externos.
Crecimiento y problemas crecientes La discusión sobre la coyuntura hay que enmarcarla en la dinámica de la economía argentina desde 2002. Los defensores del gobierno señalan repetidamente que Argentina creció a «tasas chinas», y éste es un elemento real. Desde el primer trimestre de 2002 hasta el primero de 2012, el PBI aumentó un 103% (tomamos como punto de partida 2002 porque cuando Kirchner asumió la presidencia la economía ya estaba creciendo a una tasa muy alta, un 7,7% en el segundo trimestre de 2003 contra igual período de 2002).
Con la recuperación bajó la desocupación, desde el pico del 21% durante la crisis, al 7% actual; también la pobreza, que había alcanzado casi al 60% de la población en 2002, disminuyó al 22% que calcula hoy la UCA. En estos 10 años hubo importantes excedentes comerciales, de manera que se pudo evitar la tradicional restricción que tenía la economía argentina por el lado de la balanza de pagos, al tiempo que se bajaba el nivel de endeudamiento. La deuda externa disminuyó del 165% del PBI, después del estallido de la convertibilidad, al 42% en la actualidad. Aunque influyen las variaciones del tipo de cambio (hasta diciembre de 2001 representaba el 55% del PBI), es un hecho que la deuda hoy representa una carga mucho menor que en los 80 y 90 para la economía. Asimismo, crecieron las reservas internacionales. Todos estos datos están mostrando que asistimos a una fase expansiva del ciclo económico relativamente prolongada. En otra nota, hemos planteado que este ciclo se corresponde con un proceso similar que ocurrió a nivel de América Latina en la última década (ver «Crecimiento, catastrofismo y marxismo en América Latina» en este libro). No se puede entender el apoyo que ha recibido el gobierno de los Kirchner (o el de Lula o Bachelet) si no se parte de reconocer esta . . . situación. En última instancia, la tesis, tan repetida en 2001 y 2002, de que la crisis argentina era «sin salida», tiene sus raíces en una 240 incomprensión de la dinámica del modo de producción capitalista. Sin embargo, en los últimos años se encendieron luces amarillas en el «modelo». Veamos: a) desde hace tres años, por lo menos, el sector privado no está generando empleo neto. El desempleo juvenil alcanza al millón, y desde 2009 se multiplicó por cuatro el número de jóvenes que reciben subsidio por desempleo; b) en los últimos años los niveles de pobreza se han mantenido en torno al 22% (UCA, CTA y otros estudios no oficiales). Esto significa que se ha mantenido muy alta la cantidad de pobres estructurales; c) el balance fiscal, que en 2004 fue positivo por casi el 4% del PBI, en 2011 fue negativo por el 1%, y en 2012 sería también negativo. Los subsidios al transporte público y al consumo de gas y electricidad representan el 4% del PBI.
d) el tipo de cambio real se apreció. Según Cepal, el tipo de cambio multilateral estaría apreciado un 30% con respecto al promedio 2003-2012. Desde hace años, las importaciones crecen a una tasa mayor que las exportaciones, a pesar del alto precio de las materias primas. Entre 2004 y 2010, medidas en dólares, aumentaron en 229% y las exportaciones en 144%; entre 2010 y 2011 las importaciones aumentaron 30,8% y las exportaciones 23,7%. El tipo de cambio alto fue clave en el «modelo» K. El problema que subyace a estas evoluciones reside en la acumulación, y se sintetiza en que desde inicios de 2008 hubo una fuerte salida de capitales, de unos 60.000 millones de dólares (21.000 millones en 2011). Esto explica por qué, a pesar del excedente comercial, las reservas internacionales han bajado en los últimos meses: casi un 14% entre junio de 2011 y agosto de 2012. Además, otra parte del excedente (por caso, de la renta de la tierra) se ha estado invirtiendo en construcción y propiedad inmobiliaria. Por lo tanto, una enorme masa de plusvalía no se . . . reinvierte productivamente en el país. Pero la clave del desarrollo capitalista 241 es la acumulación de capital, esto es, la reinversión de la plusvalía (el fruto de la explotación del trabajo) en medios de producción y fuerza de trabajo, para obtener más plusvalía. De aquí también que no se hayan superado los rasgos estructurales básicos de la dependencia.
¿Cuánto cambió la economía? Mucha gente está convencida de que a partir de 2003 Argentina pasó de un modelo agrícola y financiero, a un modelo productivo sustentado en la industria. Las cifras de algunas ramas industriales parecen avalar esa creencia: Entre 2003 y 2011 la producción de heladeras creció 451%, la de lavarropas 239% y cocinas 248%. La industria textil aumentó su producción un 150%. La fabricación de productos manufacturados de marroquinería y cueros se incrementó 60% en dólares. La de juguetes un 140%. La producción de la industria farmacéutica creció un 153%, y un 191% sus exportaciones. La metalmecánica aumentó su producto el 180% y el empleo 109%. La producción de vehículos automotores, la estrella de la industria, se incrementó un 488%; y el empleo un 213%. La industrialización de la soja creció 54% desde
2003 a 2012; la capacidad instalada del polo aceitero aumentó 100% en el mismo período. (datos Ministerio de Industria). En biocombustibles hubo una inversión de unos 1000 millones de dólares en los últimos años. En términos generales, se puede decir que a partir de la devaluación del peso en 2001, los sectores productores de bienes transables industriales se han visto beneficiados por el aumento de sus exportaciones, y sobre todo, por la sustitución de importaciones. Éste es el elemento de verdad que tiene el discurso K sobre el «modelo industrialista». Es indudable, además, que este crecimiento constituye una fuente importante de legitimidad y de consenso para el Gobierno. Sin embargo, no implicó un cambio cualitativo de la estructura productiva global del país. Para verlo, tomamos como puntos de comparación 1998 (el año previo al inicio de la crisis) y 2011. En ese lapso, la participación de la industria en el PBI aumentó un punto porcentual: en 1998 era del 17,8%, en 2011 fue del 18,8%. No es un cambio significativo. En algunos círculos académicos «progre-izquierdistas» circula la idea de que los 90 fueron años de «acumulación financiera», por oposición a los 2000. Sin embargo, la participación en el PBI del sector bancario y financiero fue un poco . . . superior en 2011 con respecto a 1998. En 1998 la suma de la participación de la intermediación financiera y de los servicios de intermediación 242 financiera era 5,1%, en tanto que en 2011 la participación agregada de los dos ítems fue del 6%. Ya hemos visto, por otra parte, que la participación de la manufactura no fue significativamente superior. Sí aumentó la participación de los sectores productores de bienes y servicios en el PBI: en 1998 fue del 32,1%, y en 2011 del 37,9%. Es una suba importante, de casi 6 puntos porcentuales. Sin embargo, se debe principalmente al aumento de la participación de sectores productores de bienes con bajo valor agregado: minas y canteras incrementó su participación en el PBI del 1,4% al 3,1%; y agricultura, ganadería y sivicultura pasó del 5% al 9,5%. Agreguemos que la participación de la construcción se mantiene en poco más del 5%, en tanto disminuye la participación de electricidad, gas y agua del 1,9% al 1% (pero en este último ítem, a precios constantes de 1993, la participación se mantiene estable en torno al 2,3%). El peso de actividades de bajo valor agregado también se refleja en la estructura de las exportaciones. En 2010 el 23,6% de las exportaciones estuvo compuesta por productos primarios, el 33,2% por manufacturas de origen agropecuario (MOA), el 34,1% por manufacturas de origen industrial (MOI) y el 9,6% fueron combustibles
y energía. En 1998 eran, respectivamente, el 25%, 33,1%, 32,6% y 9,2%. O sea, hubo un aumento de la participación de las MOI, pero no se modificó sustancialmente el alto peso de productos primarios, y de las MOA de poco valor agregado. Para verlo de otra manera, digamos que el complejo oleaginoso representó, en 2011, el 26,2% de las exportaciones totales (el sojero el 24,5%); y el cerealero el 11,2%. El 75% del valor exportado por el complejo agroindustrial (31 cadenas agroalimentarias) está compuesto por commodities. Esto explica por qué la economía argentina es tan dependiente de factores climáticos (las lluvias en Argentina y EEUU). Por otra parte, las exportaciones de vehículos automotores representan el 39% de las MOI (el complejo automotriz representó, en 2011, el 12,7% de las exportaciones totales). Además, están muy concentradas en el Mercosur, esto es, en Brasil. En 2011 las exportaciones de vehículos y chasis al Mercosur representaron el 76% del total. Es que la apreciación del real (a pesar de su depreciación reciente, todavía está apreciado con relación al dólar un 20%, aproximadamente) contribuyó a mantener competitiva a la industria automotriz argentina, a pesar de la apreciación del peso contra el dólar y el euro. De aquí la «Brasil-dependencia» de las exportaciones . . . argentinas de MOI. Esto también explica el peso de la industria 243 automotriz en la economía argentina. Es de destacar entonces que la industrialización (y la «argentinización») de la economía, proclamada por el «Proyecto nacional y productivo», se realiza a partir del imbricamiento de grandes empresas agrarias, mineras y automotrices (Grobo, Cresud, Molinos, Monsanto, Barrick Gold, Vale, Ford, John Deere, Fiat) con el mercado mundial. Por encima de los discursos, se impone la lógica de la internacionalización del capital. Queda claro, por lo tanto, lo que se está demandando cuando se levanta la consigna de «profundizar el modelo». Por otra parte, durante años el Gobierno negó que hubiera problemas en la producción de gas y petróleo. En 2012 tuvo que admitirlos. Según datos oficiales, entre 1998 y 2011 la producción de petróleo se redujo en 15,9 millones de metros cúbicos y entre 2004 y 2001 la producción de gas disminuyó en 6,6 miles de millones de metros cúbicos. Las reservas de petróleo cayeron 11% y las de gas 43% entre 2003 y 2010. Como resultado, en 2011 Argentina tuvo un saldo negativo en la balanza comercial de hidrocarburos de 3.029 millones de dólares. El déficit se agrava este año. En el primer semestre de 2012 se
importaron combustibles y lubricantes por 4983 millones de dólares; es un aumento del 16% con respecto al primer semestre de 2011. De la misma manera, las dificultades que están experimentando empresas eléctricas, y los cortes frecuentes de suministro, están evidenciando también problemas estructurales graves. Lo mismo podemos decir del transporte; por ejemplo, los ferrocarriles (ver «Sobre la estatización y el control obrero de los ferrocarriles» en el blog). El déficit comercial de la industria y energético, las falencias del transporte, el peso que continúan teniendo los productos primarios o de poco valor agregado en el PBI y en las exportaciones, no pueden atribuirse a la crisis mundial. Tampoco la salida de capitales: en 2011 Argentina tuvo un movimiento neto de capitales de 17.600 millones de dólares, en tanto Brasil experimentó un ingreso neto de 282.900 millones (dato de Cepal). Los problemas tienen sus raíces en problemas vinculados con la acumulación del capital.
La acumulación del capital en la tradición clásica En la nota anterior hemos planteado que la clave del desarrollo . . . capitalista pasa por la reinversión del excedente. Esta importante idea 244 fue formulada por primera vez por los fisiócratas. Quesnay definía el excedente como la diferencia entre la producción y lo necesario para mantener la capacidad productiva (incluyendo en ésta el consumo del trabajador). Se equivocaba al sostener que solo la actividad agrícola generaba ese excedente, pero lo destacable es que concibió un proceso dinámico, cuyo eje es la reinversión, decidida por la clase social que se apropia del excedente. Luego, en Smith y Ricardo, serán los trabajadores contratados por el capital los que producen el valor, y por lo tanto, las ganancias y las rentas. Se trata de un enfoque opuesto al neoclásico, con su énfasis en la asignación eficiente de recursos «dados». En el sistema clásico, lo importante es ampliar el trabajo productivo, para generar ganancia que se invierte para generar más ganancia. Se trata de un proceso circular, o en espiral, que rige el desarrollo de las fuerzas productivas. También en Marx se mantiene esta idea. Sintéticamente, en Marx, para que haya reproducción ampliada del capital, es necesario que el capitalista decida acumular, reinvertir la plusvalía, no sólo para acrecentar el capital variable (como sucede en Ricardo), sino también el capital constante, esto es, los medios de producción. «El empleo de plusvalor como capital, o la reconversión de plusvalor en capital, es lo que se denomina acumulación de capital»
(Marx, 1999, t. 1, p. 713). Por eso, una vez dada la masa de plusvalor, «la magnitud de la acumulación depende... de cómo se divida el plusvalor entre el fondo de acumulación y el de consumo, entre el capital y el rédito» (idem, 730). La plusvalía que se gasta como rédito, esto es, para el consumo o diversos gastos del capital, no permite ampliar la capacidad productiva. De aquí la importancia de distinguir entre trabajadores productivos e improductivos. Los trabajadores improductivos son pagados con plusvalía, y no generan plusvalía. En El Capital Marx apuntaba que el gasto en empleados domésticos, en Inglaterra, era gasto improductivo. Lo mismo se aplica al trabajo estatal. Si el Estado contrata trabajadores para enterrar y desenterrar botellas, esto puede estimular el consumo, y por esa vía contribuir a sostener la demanda. Sin embargo, esos trabajadores son pagados con plusvalía que no se reinvierte productivamente (para una discusión, ver «Ley de Say, Marx y las crisis capitaslitas» en el blog). Por lo tanto, en la medida en que el nivel de empleo se sostenga por esta vía, el crecimiento encontrará dificultades crecientes. Podemos decir que en un país atrasado, esto es doblemente válido. Y esto ocurrirá aun en el caso de empresas estatales. Por ejemplo, si una empresa estatal contrata . . . personal para que trabaje como puntero político, ese gasto es 245 improductivo; aunque el gasto de ese puntero contribuya a mantener la demanda. Y en el mediano o largo plazo, ese tipo de gasto solo se sostiene si crece el trabajo productivo. En síntesis, en la teoría clásica, y más explícitamente en Marx, la clave del desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas pasa por cuánto trabajo se emplea productivamente, y por cuánto de la plusvalía se reinvierte para ampliar el trabajo productivo, o se gasta como rédito. Si consideramos el desarrollo de un país en particular, debemos agregar cuánto de la plusvalía atraviesa las fronteras para colocarse en otro país. Lo importante es que todo el valor histórico del capitalismo se relaciona con estas cuestiones: «Solo en cuanto capital personificado el capitalista tiene un valor histórico...». En consecuencia, los factores que influyen en la decisión de invertir -en primer lugar, la ganancia, y la seguridad de su continuidad- son decisivos en el análisis del desarrollo capitalista. La búsqueda de ganancias, y la competencia, obligan a cada capitalista «a expandir constantemente su capital para conservarlo» (ídem, 731). Por eso, «como fanático de la valorización del valor, el capitalista constriñe implacablemente a la humanidad a producir por producir, y por
consiguiente a desarrollar las fuerzas productivas sociales y a crear las condiciones materiales de producción que son las únicas capaces de constituir la base real de una forma social superior...». Destaquemos que el dinamismo técnico deriva de esta mecánica. El desarrollo de las fuerzas productivas no consiste solo en aumento cuantitativo (más trabajadores y más medios de producción), sino en el avance tecnológico: la producción de más bienes por menos unidad de tiempo (innovaciones de proceso); y de bienes que satisfagan mejor las necesidades humanas (innovaciones de productos). Esta dinámica, a su vez, lleva a las crisis de sobreproducción. Al acumular, aumenta la masa de capital constante invertida por obrero, se eleva la productividad, se abaratan los medios de producción y de consumo, y finalmente se debilita la tasa de rentabilidad. Lo cual explica por qué la crisis típica del desarrollo capitalista no es por carencia, sino por «exceso», por sobreproducción, por sobrecapacidad y sobreacumulación . Apuntemos también que mucho de este enfoque fue mantenido por los neoricardianos (Garegnani, Pasinetti), hasta el día de hoy. También por los keynesianos de Cambridge (como Kaldor), o los autores tradicionales de desarrollo (como Lewis), aunque en estos . . . casos, sin la tesis del trabajo productivo, ni referencia alguna a la explotación. En Kaldor, por ejemplo, el dinamismo técnico depende de 246 la capacidad para absorber el cambio técnico, y éste depende de la tasa de acumulación. Estas ideas están en el centro de las polémicas de los autores más progresistas del pensamiento burgués, con los neoclásicos. La causa del retraso de los países subdesarrollados no es la pobreza de recursos, o la escasez de ahorro, sino al contrario, la pobreza de recursos y la escasez de ahorro es el reflejo de la debilidad de la acumulación (ver, por ejemplo, Kaldor 1963).
La salida del excedente en el pensamiento de izquierda Aunque a primera vista parezca que nos hemos alejado del tema que nos ocupa, estamos en el meollo de la cuestión. Desde el punto de vista del desarrollo capitalista, la raíz de los problemas en la economía argentina reside en que una parte sustancial del plusvalor no se reinvierte productivamente. En parte se utiliza en gastos improductivos (incluidos gastos estatales), o construcción inmobiliaria. Y otra se coloca en el exterior, ya sea porque las multinacionales no reinvierten sus ganancias, o porque la burguesía argentina saca los capitales. Los teóricos de la dependencia, y en
general los autores de izquierda, tradicionalmente explicaron el atraso de los países coloniales y semicoloniales por la extracción del excedente que realizaban las potencias y sus empresas, aliadas a las oligarquías locales. Pero hoy, en Argentina, la remesa de utilidades por parte de las grandes transnacionales es solo una parte del problema, porque existe una enorme masa de riqueza, propiedad de la clase capitalista criolla, que está acumulada en el exterior (algunos la ubican en 160.000 millones de dólares, pero puede ser superior); esto es, no se reinvirtió, ni se reinvierte, para ampliar las capacidades productivas. En este punto, el esquema explicativo «imperio-colonia» hace agua, ya que esa transferencia del excedente fue un acto libre de los capitalistas argentinos. Para ilustrarlo con un ejemplo, cuando los Kirchner colocaron varios cientos de millones de dólares, provenientes de la privatización de YPF, en los circuitos financieros internacionales, lo hicieron respondiendo a una lógica de clase, no por imposición del FMI, o de poderes coloniales. Lo decidieron así porque consideraban que el marco social, o el horizonte político, no era adecuado para realizar inversiones productivas en la provincia de Santa Cruz. Algo similar puede decirse acerca de la forma en que los políticos blanquean el dinero de la corrupción: lo invierten, con criterio rentístico, en propiedad inmobiliaria, urbana o rural, o . . . en dólares y activos financieros en el exterior. Esta debilidad de la 247 acumulación de capital explica entonces por qué el problema económico en Argentina se manifiesta como carencia, como falta (de energía, de transporte, de producción con valor agregado, etc.) y no como «exceso». El hecho de que la intelectualidad K- izquierdista pase por alto, o disimule, la salida del excedente, demuestra la distancia que la separa de lo que ha sido la tradición del pensamiento crítico de la izquierda latinoamericana, y de las expresiones más progresistas de la tradición económica.
La inversión en Argentina Afirmar que la salida del excedente debilitó la acumulación, y por lo tanto las bases del desarrollo capitalista, no es sinónimo de negar que hubo inversión en la última década. Es importante aclarar este punto, porque muchas veces se puede caer en una discusión falsa. Cuando sostenemos que existe un desarrollo deformado y con fundamentos débiles, y que la salida del excedente es causa y expresión de ello, no estamos diciendo que no hubo en absoluto inversión. En los 2000 los niveles de inversión se recuperaron con respecto a la gran crisis de
2001-2, e incluso fueron un poco superiores a los promedios de los años noventa. Pero la inversión no cambió cualitativamente con respecto a los 90. En el siguiente gráfico vemos la inversión (incluye construcción e inversión en equipos) en términos del PBI.
. . . En el siguiente mostramos la evolución de la participación de la 248 inversión en equipos.
Aquí, la participación de la construcción en el PBI. La construcción residencial no aumenta la capacidad productiva del país; en términos marxistas, es gasto de renta, esto es, de bienes de consumo.
... La relatividad del cambio en los 2000 con respecto a la década menemista está determinada por el hecho de que en los años 90 hubo inversión productiva. Hay que mantener una perspectiva de largo plazo para entender dónde estamos parados. La imagen de una oposición absoluta entre el «modelo parasitario financiero» de los 90 y el «productivo e inclusivo» desde el 2003, no resiste el análisis. La realidad es que entre 1990 y el primer trimestre de 1998 la inversión bruta interna fija aumentó un 190%; la inversión en construcción 117,2%; la realizada en equipo durable de producción aumentó casi el 330%. En ese período el PBI aumentó 50,4% y la relación IBIF/PBI pasó de un mínimo de 13,2% en 1990 al máximo de 25,6% en el tercer trimestre de 1998. Entre 1990 y 1998 la inversión en equipos y maquinaria (bienes de capital) importados creció en casi 14 veces, pasando de ser el 8,7% de la IBIF al 41% en el primer trimestre de 1998. Todos los datos los tomo de Kulfas y Hecker (1998), una fuente que debería ser insospechada de estar bajo las influencias del grupo Clarín y del «establishment destituyente»; Matías Kulfas actualmente es gerente general del Banco Central y preside AEDA, una institución defensora de las políticas oficiales. En la década menemista no solo se
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destruyeron empresas, también se modernizó el stock de capital, y aumentó la productividad. El apoyo de la burguesía argentina a las políticas de Menem-Cavallo encuentra su explicación última en estas evoluciones. Por eso también Kulfas y Hecker consideraban positivas las privatizaciones. Pero aunque en los 90 aumentó la inversión con relación a los 80 (que fueron de estancamiento), no cambió estructuralmente la economía argentina. Algo similar ocurre en los 2000: aumentó la inversión con respecto a los 90, aunque tampoco se modificaron de manera sustancial el rasgo que define a un capitalismo atrasado y dependiente: el desarrollo desigual y desarticulado, y sustentado en escasa tecnología. Precisemos todavía que la inversión de los 90 jugó un rol no desdeñable en la recuperación a partir de 2002. El gobierno de Duhalde, y luego Kirchner, heredaron un aparato productivo modernizado con relación a los 80.
Lógica capitalista, en los 90 y en el 2000 también La clave del desarrollo capitalista pasa por la decisión de invertir el excedente, y esta decisión se rige por las perspectivas de rentabilidad, . . . y de la confianza en su permanencia en el tiempo. O sea, en lo exitoso 250 que pueda ser el proceso de explotar al trabajo y realizar valor. Argentina de los 2000 no fue una excepción. El crecimiento fue vehiculizado por empresas capitalistas, que decidieron sus inversiones bajo la lógica de la ganancia. Los actores relevantes fueron grandes empresas y grupos, transnacionales y nacionales, que se instalaron, o tomaron fuerza, en los 90. Es el caso de la minería. Entre 1990 y hasta 1998 se hicieron inversiones por 1858 millones de dólares (Kulfas y Hecker), y fueron vehiculizadas por grandes empresas transnacionales. En esa década también se establecieron los marcos regulatorios de la minería a cielo abierto. Algo similar ocurrió con el agro. En los años menemistas entraron grandes capitales extranjeros (como Cresud y Benetton), y se fortalecieron los principales grupos nacionales que operan hoy. Además, en los 90 la producción agrícola aumentó más de un 50% (la de soja en primer lugar), se multiplicó el uso de agroquímicos, se extendió la siembra directa, aumentó el número de tractores, se modernizó la maquinaria, y se fortalecieron empresas como Monsanto, Cargill o Novartis. En cuanto a la rama automotriz, que hoy es clave en la industria, entre 1990 y 1998 hubo inversiones por casi 4000 millones de dólares, también a cargo de las grandes transnacionales. Asimismo, hubo fuertes inversiones (por
adquisición o establecimiento de plantas) de Coca Cola, Nestlé, Nabisco-Terrabusi, Phillip Morris-Kraft, Danone-Bagley, Parmalat, Danone, Brahma,en la rama de alimentos y bebidas. En el comercio minorista se expandieron Carrefour, Disco, Norte, Easy, Walmart, Coto y Auchan, entre otros. Entre los bancos, cobraron fuerza HSBC, Citybank, BBV-Banco Francés, Banco Río y Grupo Galicia. La medicina privada también tomó impulso en la década menemista, con intervención de grandes grupos en salud (Swiss Medical Group, AMSA, Qualitas, Doctos). Sumemos la educación privada que, naturalmente, siguió creciendo hasta el día de hoy. En la década de 2000 estas empresas y grupos se adecuaron a la nueva realidad del tipo de cambio alto (de los primeros años) y del boom de las materias primas. El tipo de cambio alto, los salarios deprimidos y la caída de los precios relativos de los servicios públicos, permitieron que los capitales vinculados a la producción de bienes transables rápidamente se recuperaran, sanearan sus estados contables y obtuvieran grandes ganancia (Bezchinsky et al., 2007). Hasta el presente, los sectores agroexportador, automotriz, minero y algunos productores de bienes transables, siguen siendo los más dinámicos. Según la página web del Ministerio de Industria, en los . . . últimos 4 meses han concretado o anunciado inversiones John Deere 251 (tractores y cosechadoras); Agco, (tractores); Claas (cosechadoras); Carraro, (agripartes); ProMaíz (molienda de maíz); Syngenta (semillas); Monsanto, (semillas); Evonik Degussa (metilato de sodio); Qualitá (frigorífico de cerdos); Coto (faenamiento avícola); Alimentos del Sur (bioetanol); Nobel (biodiesel); Walmart (supermercado); Kraft (galletitas); Alpargatas (textil); Mabe (heladeras); Plaza Logística (parques logísticos); TN&Platex (hilados); Fiat (vehículos); Ford (vehículos); Flecha Bus (carrocerías); Cementos Avellaneda; Loma Negra (playa de carbón); Ferrum (sanitarios); Grobo (fábrica de pastas); Pirelli y Fate (neumáticos); Dow (petroquímica): Alto Paraná (celulosa); Laboratorio Catalent, Laboratorio Internacional Argentino y PharmADN (productos de farmacia). Además, debe destacarse la minería, donde se están realizando inversiones por 1600 millones de dólares; están a cargo de Vale, Barrick Gold, Xstrata Copper (opera la Minera Alumbrera), Anglo Gold Ashanti, Minera Santa Cruz, Yamana Gold, Minera Andes y Minera Triton (Panamerican Silver). Por otra parte, sectores como el avícola crecieron rápidamente, y siguen invirtiendo (algunos grupos están haciendo grandes ganancias, y se benefician de los subsidios); pero otros, como la
industria frigorífica, están en crisis. Y muchas economías regionales (aceitunas, frutas) cada vez tienen más dificultades para exportar. En el sector servicios la rentabilidad fue todavía más desigual. En turismo, por caso, hubo una fuerte expansión y alta rentabilidad, y cobraron fuerza capitales nacionales y cadenas internacionales (Hilton, Accor, Howard Johnson, Vista Sol). El sector bancario también fue uno de los más beneficiados; entre otros elementos, gozó de la posibilidad de hacer buenos negocios con el Estado (véase, por ejemplo, aquí). Pero por otro lado, hubo caídas de rentabilidad en comunicaciones, electricidad, gas y agua. Algunos grandes capitales, como Aguas Argetinas, se retiraron. En el sector eléctrico, la inversión se estancó. En transporte, algunos grupos (el Plaza posiblemente es el más destacado) prosperaron, merced a los subsidios y negociados que pudieron establecer con el Estado. Pero no invirtieron. En Aerolíneas Argentinas hubo desinversión. En petróleo y gas, a partir de 2002 las ganancias crecieron, pero la inversión no se recuperó. El caso de Repsol es ilustrativo. Siendo una empresa multinacional, su negocio estaba en reinvertir ganancias en otros lugares del mundo, dada la diferencia entre los precios internacionales y los locales. De ahí el vaciamiento. . . . El resto de las empresas del sector tampoco invirtió. Estas evoluciones de rentabilidades, muy dispares entre sectores, determinaron también un crecimiento 252 extremadamente desigual y desarticulado. Capitalismo de Estado residual En el contexto que hemos descrito, el capitalismo de Estado asumió un carácter residual. La estatización de Aguas Argentinas, en 2006, se produjo luego de que el grupo Suez anunciara su decisión de retirarse del país. No invertía desde 2002, y tampoco había cumplido con los compromisos establecidos en la privatización. Lo significativo es que antes de hacerse cargo de la empresa, el Gobierno la ofreció a otros grupos; pero los potenciales inversores calcularon que el negocio (con las tarifas congeladas) no era conveniente. También en el caso de Correos Argentinos. El Estado retomó el control en 2003 porque el grupo controlante no tenía interés en seguir. Inmediatamente el Gobierno convocó a capitales para reprivatizar la empresa, pero no hubo oferentes, y Correos siguió en manos del Estado. En ferrocarriles el Gobierno se hizo cargo de las inversiones desde hace años, pero éstas siguieron estancadas. Luego pasó a administrar ramales, y la postración continuó. En lo que respecta a YPF, solo se la estatizó
(parcialmente) cuando se precipitó la crisis energética. En las semanas que siguieron el Gobierno trató de interesar a Chevron Exxon, Petrobras y a Cnooc, para que invirtieran. Pero no hubo acuerdo debido a las condiciones exigidas por las empresas. Ahora, YPF intentará colocar deuda en los mercados, según se anuncia. De nuevo, los inversores prestarán su dinero si prevén buenas ganancias. Por último, la estatización de la imprenta Ciccone, se hizo con el objeto de tapar (o al menos intentarlo) la mugre de los corruptos negociados del vicepresidente y sus amigos. La «soberanía monetaria» solo fue discurso. Por otra parte, la intervención del Gobierno en la economía, fijando precios y subsidios por ramas y sectores, u otorgando y quitando concesiones, no impidió que terminaran imponiéndose las leyes del mercado y la lógica de la ganancia. Si una empresa multinacional invierte en la producción de glisofato, y otra no invierte en generación eléctrica, no es que la primera sea «patriota», o ame a la naturaleza, y la segunda «parasitaria» y «enemiga del modelo nacional»; simplemente se trata de diferentes perspectivas de ganancia. Por eso, el economista «progre-izquierdista», puesto a alto funcionario de Economics, rezongará y gesticulará, y pronunciará . . . bonitos discursos, pero no logrará cambiar el curso profundo de las 253 cosas. En términos teóricos: entre Keynes y Marx no hay síntesis posible (para una crítica del intento de embellecer por izquierda a Keynes, véase «¿Keynes partidario del valor trabajo?» en el blog). Por eso, tampoco existe un tercer camino para el desarrollo de las fuerzas productivas entre el capitalismo y el programa de la revolución socialista. Algunas estatizaciones parciales, algunos controles de precios, apenas arañan la epidermis. A lo sumo, logran irritar a algunos capitales; al tiempo que desde el Estado a otros se les brindan oportunidades de enriquecerse sin límites. En última instancia, cuando las perspectivas de ganancias no son seguras, no invierten (la llamada «huelga de inversiones» es un factor de presión permanente del capital). Una intervención social profunda solo puede ser instrumentada por la clase social productora, sostén último de esta sociedad. Pero estamos muy lejos de eso (¿o alguien apuesta al poder transformador de los Zanola y los Pedrazza?).
«Tierra arrasada» y la «productividad sistémica»
El crecimiento de las últimas décadas ha tenido profundas debilidades estructurales, que pueden tener consecuencias perniciosas en el largo plazo. De acuerdo a la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable, más del 22% del suelo sufre erosión eólica o hídrica. El dato es de 2000, y no está actualizado, pero todo indica que la erosión continuó en la última década. La misma fuente estima que los procesos de degradación aumentan significativamente en los últimos años por la agriculturización y el desmonte con uso no adecuado de algunas tierras, «privilegiando los resultados productivos y económicos del corto plazo, sacrificando la sostenibilidad de los sistemas productivos». Según el INTA, en el cultivo de soja solo se reponen el 31% de los nutrientes que se extraen del suelo. El crecimiento basado en «tierra arrasada» no es sustentable en el largo plazo. Algo similar estaría ocurriendo con la gran minería a cielo abierto, de acuerdo a denuncias de organizaciones ambientalistas. Pero además, el desarrollo desigual y desarticulado ha dado lugar a problemas que derivan de la carencia, de la escasez. La «crisis» energética no es de sobreproducción (no hay crisis porque se produjo demasiada energía), sino de subproducción. Algo parecido puede . . . decirse de las falencias del transporte por ferrocarril, o aéreo. Este crecimiento desarticulado también explica la caída de lo que se ha 254 llamado «productividad sistémica» (Kulfas y Hecker). Esto es, la productividad que está relacionada con la infraestructura en energía, comunicaciones y transporte. Destaquemos que la productividad no es un fenómeno exclusivamente «micro», individual de las empresas. Por ejemplo, los sobrecostos en el transporte, o por falta de logística; o por interrupciones en el servicio eléctrico, pueden ser factores negativos importantes. Por eso, en la medida en que la inversión se sigue estancando en estos sectores, aparecen restricciones crecientes para el desarrollo y cuellos de botella, que pesan más y más en la economía. Por ejemplo, la postración del ferrocarril lleva a la sobreutilización de las carreteras y del transporte automotor, con consecuencias negativas en materia de accidentes viales, retrasos, deterioro medio ambiental y mayores costos logísticos. En energía, la caída de la producción no solo genera cortes en el suministro, sino también problemas crecientes en la balanza comercial. Además, a medida que no repunta la inversión, empeora más la productividad, y aumenta la carga fiscal. Cada vez más subsidios se destinan a sostener los sectores estancados, sin que por ello se solucionen los problemas de fondo. Y si se liberan los precios de estos insumos, caerá
el salario real y se agudizarán las presiones inflacionarias. Es el producto natural de la falta de integración entre sectores, del crecimiento desarticulado.
Mercado mundial y desarrollo Alguna vez León Trotsky dijo que la fuerza y estabilidad de la economía de la URSS se definía, en último término, por el rendimiento relativo del trabajo; esto es, en relación a la productividad y tecnología de los países capitalistas más adelantados. Esta idea se puede extender a los países capitalistas dependientes, como Argentina: cuando se juzgan los resultados del proyecto «industrializador», es necesario ponerlos en relación al desarrollo mundial. Antes de continuar, es necesario precisar el criterio con el que evaluamos el desarrollo argentino en la última década. Se trata de preguntarnos en qué medida el «modelo» ha promovido el desarrollo económico. O sea, en qué medida ha generado una transformación de la estructura económica, de manera que haya una creciente aplicación del conocimiento técnico a la producción de riqueza, junto al aumento de las capacidades productivas. En consecuencia, en lo que sigue el . . . cuestionamiento no se dirige al carácter explotador del capitalismo 255 argentino, sino a la medida en que cumple con su «misión histórica» de desarrollar las fuerzas productivas. Esta idea no es propiamente «marxista», ya que estuvo presente en el pensamiento económico burgués más progresista, desde los orígenes del capitalismo (Maquiavelo, Locke, Smith, Ricardo, etc.). Y fue retomado luego por expresiones del pensamiento burgués progresista, tanto de los países adelantados, como atrasados. El mismo criterio primó en lo mejor del estructuralismo latinoamericano; por ejemplo, en Celso Furtado. En esta tradición, el desarrollo está determinado por la inversión productiva, y ésta es vital para mejorar la posición competitiva de los capitales nacionales en el mercado mundial. Es que en última instancia, muchos de los problemas que enfrentan los países tienen su raíz en la forma en que se insertan en la división internacional del trabajo. Como señala Thirwall (2012), citando a Marshall, «las causas que determinan el progreso económico de las naciones pertenecen al estudio del comercio internacional». Se trata entonces de un enfoque opuesto al programa de desarrollo autárquico, de espaldas al mercado mundial, que suelen alentar las
corrientes pequeño burguesas nacionalistas. No hay países autosuficientes; algunas ramas se desarrollan por encima de las necesidades de la demanda interna, y otras por debajo. El modo de producción capitalista es por naturaleza mundial, y los diferentes espacios nacionales de valor se articulan en esta totalidad. La interdependencia de esos espacios nacionales está condicionada por los flujos de comercio e inversiones, el grado de endeudamiento, y las variaciones del tipo de cambio. Por eso, es clave el grado de desarrollo de las fuerzas productivas a partir del cual un país participa en el mercado mundial. Ninguna economía puede prescindir de las importaciones de maquinaria y tecnología, so pena de quedar irremediablemente atrasada. De ahí que todo dependa de la interrelación entre la inversión y las exportaciones, y de la estructura de éstas. En este respecto, Thirlwall también apunta que no es indistinto si un país produce repollos o computadoras, ya que la composición de las exportaciones tiene importancia para la desempeño económico (Thirlwall, 2012). Una economía cuyas principales exportaciones son materias primas, es mucho más vulnerable a los cambios en la demanda mundial y a las fluctuaciones de precios, que una que posee . . . una matriz productiva diversificada, y con industrias que generan alto valor agregado. Desde el punto de vista de la teoría del valor de 256 Marx, se puede demostrar que si un país exporta materias primas o productos industriales de bajo valor agregado, sufrirá un creciente deterioro de los términos de intercambio, en el largo plazo. En base a lo expuesto, se comprende la importancia de avanzar hacia una producción basada en trabajo complejo y tecnología. Obsérvese que este enfoque no solo se diferencia del estrechamente nacionalista (de la idea reaccionaria de «vivir con lo nuestro»), sino también se opone al programa neoclásico. Según este último, cada país debe centrarse en sus «ventajas comparativas» y liberar los mercados; y el Estado solo tiene que ocuparse de garantizar la propiedad privada. Pero en la visión burgués progresista (al estilo Kalecki, Kaldor, neoschumpeterianos o estructuralistas neoschumpeterianos) el desarrollo capitalista exige la intervención estatal, con el objetivo de lograr la diversificación, la actualización tecnológica y la innovación. Esto implica inversión en infraestructura, I&D, educación y salud (pero no alimentar al lumpen, ni el gasto suntuario). Es una visión bastante distinta de la defendida por los neoclásicos, que en sus versiones extremas (algún economista de la UCEMA) llega a sostener que un país atrasado no debería invertir en
I&D, porque basta copiar la función de producción del país adelantado. También es distinto del que pretende que basta estimular el consumo para que haya inversión; una idea que han planteado economistas K en Argentina.
Argentina, continúa el atraso El discurso oficial sostiene que el país ha ingresado en una etapa de industrialización cualitativamente distinta a todo lo conocido, y basa esta afirmación en las cifras del crecimiento en términos absolutos de la producción y de las exportaciones industriales. Sin embargo, cuando se ponen estos datos en el contexto mundial, el argumento se debilita, y mucho. Es que la participación de las exportaciones industriales argentinas en el total de las exportaciones mundiales no ha experimentado ningún aumento significativo: en 2000 era del 0,19% y en 2010 fue el 0,22% (cálculo en base a datos de la Organización Mundial del Comercio). Después de una década de programa industrialista, hubo un aumento de solo tres centésimas porcentuales. Digamos también que entre 2000 y 2010 la participación de las exportaciones argentinas en las exportaciones mundiales de alimentos pasaron del . . . 2,7% al 3%. 257 En cuanto a la diversificación de las exportaciones, en 2011 el 80% del valor de todos los productos exportados estuvo concentrado en 25 partidas (Aiera, Asociación de importadores y exportadores de la República Argentina). Por otra parte, el déficit de la balanza industrial sigue siendo muy significativo. Aclaremos que existen problemas para medir la balanza industrial, ya que la información de las exportaciones está clasificada por rubros (bienes primarios, MOI, MOA, combustibles), mientras que las importaciones se clasifican por uso económico (bienes de capital, vehículos, bienes intermedios, etc.). Según diversos cálculos (por ejemplo, de la UIA), en 2008 el déficit de las MOI osciló entre los 26.000 y 28.000 millones de dólares; en 2010 entre los 30.000 y 32.000 millones. Además, en los rubros de mayor valor agregado, la economía argentina continúa siendo atrasada. En 2011 sólo el 11% de las exportaciones correspondió a productos de alto valor agregado (Aiera). Pretender achicar esta diferencia prohibiendo importaciones de piezas vitales es, por supuesto, una tontería, que termina afectando a la producción, y también a las exportaciones. Tampoco se superan las deficiencias del atraso tecnológico con pantomimas de desarrollo. Por
ejemplo, se ha sostenido que a partir de las políticas de promoción industrial en Tierra del Fuego se ha desarrollado un verdadero polo tecnológico. «Se ha consolidado el despegue de la industria electrónica en Tierra del Fuego, atrayendo inversiones de empresas líderes en el mundo, y generando miles de puestos de trabajo», decía Débora Giorgi, la ministra de Industria, en marzo de 2011, en ocasión de un viaje realizado a la isla con la presidenta. Pero la realidad es otra. En octubre de 2011 Cadieel, la Cámara que agrupa a los empresarios del sector, informaba que el porcentaje de componentes argentinos en electrónicos ensamblados en el Sur no llega al 5%. Según Cadieel, las divisas que no salen por importación de equipos terminados, se van por importación de piezas. El resultado es que los equipos electrónicos en Argentina son más caros que en países vecinos. Esto no es desarrollo, simplemente inflación de la estadística del producto interno (y para colmo, con costo fiscal elevado). Precisamente, uno de los ejes de un proyecto industrializador debería ser «subir» en la cadena de producción internacionalizada, hacia los segmentos que contienen más valor agregado. El atraso tecnológico y la debilidad del crecimiento también se evidencia en muchos sectores que empiezan a tener dificultades por ... la apreciación en términos reales de la moneda. Las ramas más 258 afectadas serían textil, indumentaria, productos de metal, maquinaria, equipamiento eléctrico, equipos de TV y radio, productos de caucho y plástico y autopartes. La competitividad lograda en base a tipo de cambio alto, de los primeros años post-convertibilidad, no es sustentable en el largo plazo. Y el desarrollo tecnológico, y la inversión en investigación y desarrollo, dependen de una confluencia de factores, punto en el que han insistido los neo-schumpeterianos. Pero en un modo de producción en que domina la propiedad privada del capital, el desarrollo de la tecnología está condicionado a las decisiones de inversión de los capitalistas. Y la realidad es que en Argentina la inversión privada en I&D es muy débil. Recientemente, el ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, Lino Barañao, se refirió a esta cuestión en el IV Congreso de AEDA: «la inversión del sector privado en ciencia es menor a la estatal porque el tipo de empresas que tenemos en Argentina no requiere habitualmente una inversión sustantiva en investigación. La competencia está basada en costos y no en innovación» (página web del ministerio). Debería haber agregado que en buena medida la competitividad se busca bajando los costos laborales (de ahí los recurrentes pedidos de devaluar). Como
resultado, en 2009 el país gastaba en I&D el 0,59% del PBI; Brasil 1,18% y EEUU 2,89%. Son 46 dólares por habitante; en Canadá 762 y en Brasil 99 (Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología, Ricyt; no hay datos más actualizados). Todo esto pone en evidencia que un programa de desarrollo capitalista es algo más que bajar salarios devaluando la moneda (fórmula preferida de economistas al estilo López Murphy, y también de vertientes del pensamiento «nacional y popular»).
La soja y las «falencias estructurales» El discurso oficial sostiene que el alza del precio de la soja fue un factor de importancia secundaria en el crecimiento de la última década. Pero la realidad es que la superación de la tradicional restricción externa los déficits en cuenta corriente obligan a parar las importaciones, con repercusiones negativas en toda la matriz productiva- fue posible gracias al alto precio de la soja (también del maíz). Basta observar la magnitud del déficit de la balanza industrial para comprobarlo. Como sostienen Herrera y Tavosnanska (2011) «Resulta significativo que durante el período analizado (2003-8), y a diferencia de tantas otras experiencias del pasado, el saldo comercial deficitario no haya . . . derivado en una crisis «tradicional» de balanza de pagos. Sin embargo, 259 este resultado parece haber sido profundamente influido por el incremento inusitado de los términos de intercambio, que hizo posible que el país sostuviera un abultado superávit comercial global, suficiente incluso para afrontar los pagos de la deuda externa. En otras palabras, las discutidas falencias de la estructura industrial argentina (falencias que si bien fueron indudablemente heredadas del pasado, no se intentó decididamente solucionarlas durante el período reciente), quedaron ocultas -y sus efectos eventualmente postergadospor la bonanza externa». Agreguemos que los efectos de esas falencias estructurales se hacen sentir con fuerza en la presente coyuntura. La extrema dependencia de pocas exportaciones, y muy concentradas en algunos destinos (como automóviles a Brasil); la crisis energética, y su peso en la balanza de cuenta corriente; y la salida del excedente, vinculada a la debilidad de la inversión en sectores claves, son algunas de sus manifestaciones más visibles. Significativamente, en 2011 la cuenta corriente tuvo un resultado prácticamente nulo, ya que la balanza comercial no alcanzó a compensar la remisión de utilidades, intereses de deuda y servicios.
En conclusión, es indudable que hubo crecimiento económico en los últimos 10 años, y que bajaron los niveles de desocupación, pobreza e indigencia alcanzados en la crisis de 2001-2. También hubo una fuerte recuperación industrial, y mejoraron los niveles de inversión, en relación al PBI, con respecto a los años 90. Pero este crecimiento tiene bases débiles. El capitalismo argentino continúa siendo atrasado y dependiente, y la actual desaceleración económica tiene más que ver con estas debilidades, que con la crisis mundial. La clave sigue siendo una débil acumulacion de capital.
Textos citados
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Bezchinsky, G., M. Dinenzon; L. Giussani; O. Caino; B. López y S. Amiel (2007): «Inversión extranjera directa en Argentina. Crisis, reestructuración y nuevas tendencias después de la convertibilidad», Documento de proyecto, CEPAL. Herrera, G. y A. Tavosnanska (2011) «La industria argentina a comienzos del siglo XXI», Revista de la CEPAL 104, agosto. Thirlwall, A. (2012): «Reflections on some macroeconomic issues raised by UNCTAD’s Trade and Development Report over three decades», pp. 95102, Trade and Development Report, 1981-2011, Three Decades of Thinking Development, Ginebra y Nueva York, ONU. Kaldor, N. (1963): Ensayos sobre desarrollo económico, México, CEMLA. Kulfas, M. y E. Hecker (1998): «La inversión extranjera en la Argentina de los años ’90. Tendencias y perspectivas», Estudios de la Economía Real, Nº 10, octubre, Centro de Estudios para la Producción. Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
Publicado en el blog, en tres partes: Parte 1: 13 de agosto de 2012. Parte 2: 19 de agosto de 2012. Parte 3: 23 de agosto de 2012.
ASISTENCIA SOCIAL K, MARXISMO Y POULANTZAS
La Asignación Universal por Hijo, junto a los planes sociales de trabajo (cooperativas), son presentados por la izquierda que apoya al kirchnerismo como medidas poco menos que revolucionarias. Se sostiene que estas medidas se inscriben en una estrategia de largo plazo para una distribución más equitativa de la riqueza, y fortalecer el poder popular frente a los «grupos concentrados» (léase Techint, Clarín; pero no Petersen, Electroingeniería o Franco Macri). Lógicamente, para sostener este relato, se pasan por alto algunos hechos. Por empezar, que los planes sociales en Argentina no son una . . . novedad de los gobiernos K. Alfonsín en los 80 instrumentó la caja 261 PAN (cuando la tasa de indigencia era mucho menor que la actual). Y Duhalde puso en marcha los Planes Trabajar después de la debacle de 2001, lo que tuvo un efecto bastante inmediato para paliar lo peor del hambre. El discurso K-izquierdista tampoco dice que la AUH fue reclamada durante mucho tiempo por sectores de la oposición, incluso por algunos que militan para la «derecha destituyente». Y no señala que fue decidida por el gobierno recién cuando perdió las elecciones de 2009, ante la inminencia de que se impusiera en el Congreso. Pero estas son minucias, que tienen sin cuidado a los K-izquierdistas. Pues bien, ¿qué podemos decir desde el marxismo sobre la AUH y planes sociales? Una primera respuesta, que han dado algunos compañeros, sostiene que se trata de medidas progresistas pero: a) Son insuficientes, y la inflación las está erosionando cada vez más. b) La AUH no es realmente universal, ya que hay sectores sumergidos en la miseria a quienes no les llega. c) El gobierno utiliza los planes sociales de trabajo con fines clientelísticos; y para desviar la lucha de organizaciones sociales y anularlas como factores críticos e independientes (por ejemplo, Madres de Plaza de Mayo). No encuentro que estas objeciones hayan sido respondidas de forma mínimamente
satisfactoria, o coherente, por la izquierda K. Por otra parte, y más en general, deberíamos hacernos una pregunta fundamental: ¿qué tipo de sociedad es ésta que genera la necesidad de reclamar asistencia social por parte del Estado? ¿Por qué este modo de producción produce desde sus entrañas masas de gente condenadas a sobrevivir en la indigencia, o al borde de ella? Que sectores de la izquierda hayan renunciado a hacerse estas preguntas, por lo demás elementales, revela el abismo que los separa de lo que ha sido la perspectiva critica tradicional, de la izquierda marxista, o libertaria revolucionaria (véase al respecto1.
Un texto de Poulantzas Lo anterior se vincula estrechamente con otro tema clave, que es el rol que del Estado-Providencial en la defensa de la reproducción del sistema capitalista. Y es aquí donde entra en escena Nicos Poulantzas, un marxista que en los años 70 y 80 se leía mucho en la izquierda. Posiblemente, muchos de los que pasaron desde la izquierda crítica y revolucionaria, a la defensa del Estado burgués, hayan abrevado en . . . los libros de Poulantzas. Y hasta es probable que a algunos la lectura 262 de Estado, poder y socialismo (de donde extraigo los pasajes que cito a continuación), les haya ayudado a pegar el «salto» hacia el otro lado del mostrador. Es que en este libro Poulantzas se abría a la posibilidad de una transformación paulatina, democrática reformista, del Estado burgués. Sin embargo, lo interesante es que aun en este texto, Poulantzas no pierde el sentido de las delimitaciones de clase. Por eso, aunque podamos estar en desacuerdo con su estrategia (personalmente lo estoy), su análisis sobre el rol de las concesiones arrancadas al Estado mantiene vigencia, y ayuda a pensar la cuestión de la asistencia social en Argentina. Por empezar, Poulantzas plantea que si bien el papel del Estado no puede interpretarse en términos de mero «engaño» y manipulación, tampoco se reduce a un rol providencialmente social. Escribe: Pero si el papel del Estado con respecto a las masas populares no puede reducirse a un engaño, a una pura y simple mistificación ideológica, tampoco puede reducirse al de un Estado-Providencia con funciones puramente
1
Ver en el blog «Militancia probada... y capital».
«sociales» (acotación RA: que lleva a «dar las gracias» a los explotados por lo recibido). El Estado organiza y reproduce la hegemonía de clase fijando un campo variable de compromiso entre las clases dominantes y las clases dominadas, imponiendo incluso a menudo a las clases dominantes ciertos sacrificios materiales a corto plazo a fin de hacer posible la reproducción de su dominación a largo plazo (p. 224; edición Siglo XXI).
Poulantzas da el ejemplo de la famosa legislación fabril inglesa, y la abolición de la esclavitud, que llamaron la atención de Marx. En estos casos el Estado interviene para preservar y reproducir la fuerza de trabajo que el capital estaba en camino de exterminar. El propio Estado impuso a los capitalistas límites a la explotación de la fuerza de trabajo (por ejemplo, limitando la jornada laboral o el trabajo infantil). Algo de esto puede verse en Argentina, en las últimas décadas. También en Brasil, y otros lugares del mundo se implementan planes de asistencia, que gozan de la aprobación de organismos internacionales, como el Banco Mundial, y publicaciones del establishment, como The Economist. Y fueron implementados desde hace años en los países industrializados. No se trata, por lo tanto, de . . . una particular actitud K-revolucionaria. Pero además, es importante 263 entender que en la aprobación de estas medidasconfluyen tanto la lucha de clases, como la defensa de los intereses de largo plazo de la clase dominante. Por ejemplo, en 2001 y 2002 había una extendida preocupación en la clase dominante argentina tanto por la pérdida de legitimidad política que padecía el sistema político (sacudido por los piqueteros y las manifestaciones populares), como por las consecuencias que tenía a largo plazo, para la reproducción misma de la fuerza de trabajo, el hambre y la desnutrición infantil generalizadas. A ello se suma el rol de las luchas populares en la determinación de lo que es social y hasta «moralmente inaceptable». Escribe Poulantzas: No hay que olvidarlo en ningún momento: toda una serie de medidas económicas del Estado., y muy particularmente las relativas a la reproducción ampliada de la fuerza de trabajo, le han sido impuestas por la lucha de las clases dominadas en torno a lo que puede designarse con la noción, determinada social e históricamente, de «necesidades» populares: desde la seguridad social a la política relativa al paro y al conjunto de sectores... del consumo colectivo. … las famosas funciones sociales del Estado dependen
directamente, tanto en su existencia como en sus ritmos y modalidades, de la intensidad de la movilización popular: ya sea como efecto de las luchas, ya sea como tentativa del Estado para desarmarlas por anticipado (p. 225).
La idea de que el nivel en que se establece la «necesidad» popular es impuesto por la lucha (dado un cierto desarrollo de las fuerzas productivas) entronca con la tesis de Marx del carácter histórico y social del valor de la fuerza de trabajo. De ahí las medidas del Estado para garantizar y abaratar la reproducción de esa fuerza de trabajo. Medidas que no están en contradicción con el sostenimiento del poder de la clase dominante. Sigue Poulantzas:
... 264
Pero si esto muestra que no se trata de «puras» medidas sociales de un Estado-Providencia, muestra también otra cosa: no existen, de un lado, funciones del Estado favorables a las masas populares, impuestas por ellas, y de otro lado, funciones económicas a favor del capital. Todas las disposiciones adoptadas por el Estado capitalista, incluso las impuestas por las masas populares, se insertan finalmente, a la larga, en una estrategia a favor del capital, o compatible con su reproducción ampliada. El Estado se hace cargo de las medidas esenciales a favor de la acumulación ampliada del capital y las elabora políticamente teniendo en cuenta la relación de fuerzas con las clases dominadas y sus resistencias, o sea, de modo tal que esas medidas puedan, mediante ciertas concesiones a las clases dominadas (las conquistas populares), garantizar la reproducción de la hegemonía de clase y de la dominación del conjunto de la burguesía sobre las masas populares. No sólo el Estado asegura ese mecanismo sino que es el único capaz de asegurarlo: las clases y fracciones dominantes, dejadas a ellas mismas y a sus intereses económicocorporativo, serían incapaces de hacerlo (pp. 225-6).
Subrayo, se trata de conquistas del movimiento de masas (pensemos en la lucha que están librando los estudiantes chilenos por la educación gratuita), y como tal deben ser valoradas; pero esto no significa que, en el largo plazo, no sean absorbidas por el Estado, de una manera que garantiza la reproducción de la dominación de clase. Si esto es así, se desprende que no es posible acabar con la explotación del capital por una acumulación de medidas de este tipo, como soñó históricamente el reformismo. Las reivindicaciones que se obtienen impiden la degradación completa de
la clase trabajadora y de los sectores populares sumergidos (es la significación de los Planes Trabajar, de la AUH); y pueden mejorar las condiciones para luchar por la liberación (educación y preparación intelectual, cuidado de la salud, etc.). Pero nunca debería olvidarse el otro aspecto de la cuestión. Son instrumentadas por el Estado para garantizar la continuidad del sistema. De nuevo Poulantzas: Por último, la adopción por el mismo Estado de ciertas reivindicaciones materiales populares que pueden revestir, a la hora de imponerse, una significación bastante radical (enseñanza pública, libre y gratuita, seguridad social, seguro de paro, etc.), a la larga pueden servir a la hegemonía de clase. En el curso de un cambio de la relación de fuerzas, esas «conquistas populares» pueden ser despojadas progresivamente de su contenido y carácter iniciales, de manera indirecta y recubierta» (p. 226). Y todavía más adelante, refiriéndose a la reproducción de la fuerza de trabajo, señala que «los elementos político-ideológicos están siempre constitutivamente presentes. Ante todo, bajo su aspecto represivo, el del ejercicio de la violencia organizada. Jamás se insistirá bastante en el hecho de que las diversas disposiciones «sociales» del Estado-Providencia, con vistas a la reproducción de la fuerza de trabajo y en las esferas del consumo colectivo, son también intervenciones encaminadas a la gestión y el control político-policial de esa fuerza. Los hechos son ya conocidos: redes de asistencia social, circuitos de ayuda al paro y oficinas de colocación, organización material del espacio de las viviendas llamadas «sociales» (o ciudades de tránsito), ramas específicas de enseñanza (la de la llamada técnica o clases de transición), asilos y hospitales, son otros tantos lugares políticos de control jurídico-policial de la fuerza de trabajo (p. 226-7).
Espero que esas líneas sean útiles para la reflexión en el espacio del marxismo sobre el sentido de algunas políticas en curso. Lógicamente, no se trata de renunciar a la lucha por reformas, sino de mantener la perspectiva crítica. Los marxistas luchan por reformas y mejoras (alguna vez Lenin dijo que las reformas son demasiado serias como para dejarlas en manos de los reformistas), pero no por ello se pliegan a la defensa de la propiedad privada del capital. Publicado en el blog, 11 de agosto de 2011.
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AJUSTE Y REPRESIÓN K
Paulatinamente, se ha ido instalando y consolidando una mayor represión por parte del gobierno, el estado nacional y los estados provinciales, contra las protestas sociales. Sin ánimo de ser exhaustivo, y tomando solo los dos últimos años, aquí van algunos recordatorios. Enero 2010, represión a trabajadores agrarios en Entre Ríos; hubo heridos, detenidos y denuncias de golpizas y torturas en comisarías. Enero 2010, represión violenta en Salta a estudiantes que ... protestaban contra el aumento del boleto. 266 Marzo 2010, represión en Neuquén a una marcha de los organismos de derechos humanos; heridos y detenidos. Mayo 2010, violenta represión a unos 200 pobladores que exigían la libertad de un dirigente de la Unión de Trabajadores Desocupados, que había sido detenido por la policía. Junio 2010, un muerto y numerosos heridos en la represión a los manifestantes que protestaban por el asesinato, a manos de la policía, de un joven de 15 años, en Bariloche. Junio 2010, represión a pobladores indígenas que reclamaban contra los desmontes (destinados a aumentar el área sojera); detenidos y heridos. Octubre 2010, asesinato de Mariano Ferreyra, con la complicidad de la policía. Diciembre 2010, tres muertos y varios heridos en el Indoamericano. Diciembre 2010, represión a estudiantes que protestaban contra la nueva ley de educación provincial, en Córdoba. Febrero 2011, asesinato de dos jóvenes por la policía, en José León Suárez.
Febrero 2011, violenta represión a ambientalistas y pobladores que protestaban por las mineras, en Catamarca. Junio 2011, represión a docentes que se manifestaban en reclamo de mejoras, en Santa Cruz. Julio 2011, represión para desalojar a familias que habían ocupado tierras del ingenio Ledesma, con el resultado de cuatro muertes (algunos militantes de la CCC). Agosto 2011, represión en Salta contra gente que intentaba ocupar tierras, con cinco heridos y varios detenidos. Agosto 2011, violenta represión en Tucumán contra pobladores que intentaron ocupar tierras; heridos y detenidos. Octubre 2011, represión a los jujeños que habían hecho un acampe en Avda de Mayo y 9 de Julio, en Capital, con heridos y detenidos. Los manifestantes protestaban por el estado de terror y la represión que sufrían en su provincia. Octubre 2011, el gobierno nacional intenta, con la ayuda de un juez, armar una causa contra el dirigente ferroviario de izquierda «Pollo» Sobrero. Noviembre de 2011, un muerto durante la represión a los qom, para desalojarlos de tierras, en Formosa. ... Noviembre 2011, también en Formosa, violenta represión, con 267 un saldo de unos 20 heridos, y detenidos contra trabajadores de la Unión del Personal Civil de la Provincia, que protestaban contra el ajuste. Diciembre 2011, represión a trabajadores que se manifestaban contra el ajuste, en Santa Cruz. Enero y febrero 2012, represión a trabajadores camioneros en Santa Cruz, con el saldo de numerosos heridos. Represión, con heridos y detenidos, manifestantes (pobladores, activistas ambientalistas, militantes y dirigentes políticos) en Catamarca y Tucumán. Andalagá virtualmente cercada por grupos de choque pro-minería. También represión en Chilecito, La Rioja, donde la gente que festejaba la tradición chaya, y participa de las manifestaciones contra las mineras, fue agredida por la policía con bastones y balas de goma; 20 heridos. Represión en Mar del Plata a militantes de CTA que manifestaban contra el aumento del boleto del transporte público. Cada uno de estos episodios suma gente a la lista de procesados por la Justicia. Decenas de activistas y luchadores tienen en estos momentos causas abiertas.
Por otra parte, en diciembre de 2011 se aprobó la ley antiterrorista. Esta ley considera que es agravante para cualquiera de los delitos contemplados el que hubieran sido realizados con el fin de aterrorizar a la población u obligar a las autoridades nacionales, o gobiernos extranjeros, o agentes de una organización internacional, a realizar un acto o abstenerse de hacerlo. Los críticos señalan que el uso de un lenguaje excesivamente abstracto y de conceptos imprecisos, genera el riesgo de que la Ley se aplique contra las protestas sociales. Los defensores por izquierda de la ley dicen que se introdujo una cláusula según la cual los agravantes previstos no se aplicarán cuando el hecho del que se trate tuviera lugar en ocasión del ejercicio del derechos humanos o sociales, o de cualquier otro derecho constitucional. Pero esto sigue siendo vago (¿cuándo y quién determina si se están defendiendo derechos constitucionales?), y da amplio margen para la criminalización de la protesta social. Vinculado a lo anterior, acaba de conocerse el llamado «Proyecto X», una red de espionaje montada por la Gendarmería para detectar y recoger información sobre militantes sociales y políticos. Su existencia fue reconocida por el mismo jefe de Gendarmería, Héctor . . . Schenone. Es que Schenone presentó un escrito dirigido al juez Oyarbide, en diciembre pasado, en el marco de la causa que se está 268 llevando contra dirigentes obreros del pasado conflicto de Kraft. Allí explicó que Gendarmería recopila datos sobre dirigentes, militantes y luchadores gremiales, estudiantiles, políticos. La información recopilada incluye inmuebles, recursos financieros o bancarios, documentos personales y hábitos. Asimismo, los gobiernos de La Rioja y Catamarca han defendido la «necesidad» de hacer inteligencia sobre militantes políticos y ambientalistas (para detectar a los»infiltrados» que vienen a molestar en la provincia, etc.).
¿Qué explicación? a) Una K explicación En principio, hay dos maneras fundamentales en que podría explicarse esta sucesión de hechos. Una de ellas, común entre los defensores del gobierno K, consiste en tomar cada caso por separado, o a lo sumo, estableciendo alguna conexión meramente externa entre ellos. La situación política se evalúa poniendo los + y – para operar aritméticamente con los «datos». Siempre aislados, existentes cada
uno en sí mismo, sin posibilidad de que perturbe a los otros. Y lo más importante, sin que ningún hecho «negativo» conecte con la esencia K-liberadora. Así, se garantiza que la cuenta siempre salga bien. Por ejemplo, cada represión en las provincias se explica por las características específicas de los gobiernos o de los policías y jueces involucrados en los episodios. Hace poco Sabatella presentó este argumento; el gobierno nacional estaba libre de cualquier sospecha. Otros casos, (como el Indoamericano), no necesitan muchas vueltas, ya que derivan de la esencia fascista de Macri. En cuanto a la aprobación de la ley antiterrorista, se explicará por las exigencias de la lucha contra el narcotráfico, más alguna imperfección, propia del apuro para votar la ley (nadie es perfecto). Y la inteligencia que hace Gendarmería sobre los luchadores, es un problema de Gendarmería. ¿A quién se le ocurre que la ministra Garré pueda estar involucrada? Una cosa es la ministra de Seguridad, y otra completamente distinta es la Gendarmería. Hay comunicación, pero seguramente será para hablar del tiempo, o de los problemas que tiene River para ascender a la A. Sólo a la prensa desestabilizadora, y a la izquierda funcional a la derecha, se le puede ocurrir establecer alguna conexión. Pero además, los errores y problemas hay que interpretarlos . . . en el marco de la batalla empeñada contra la «derecha enquistada y 269 retrógrada» (léase Scioli y su banda, intendentes del Gran Buenos Aires, el «aparato» del PJ, y similares). O, alternativamente, en el cuadro de la épica batalla contra los «grupos económicos» (la Barrik no es un «grupo») y contra el imperialismo en Malvinas. Por eso, y frente a estas descomunales tareas, ¿qué importancia tiene que Gendarmería haga un poquito de inteligencia sobre los troskos? Y así pueden seguir muchos argumentos, igualmente inteligentes. Lo fundamental es mantenerse en el método analítico. Y cuando no se pueda, siempre quedará el recurso de escribir alguna Cartaintelectuales-K, que con su habitual claridad conceptual, despejará cualquier duda de los indecisos.
b) Una explicación desde el marxismo Frente a lo anterior, habría otra explicación que intenta buscar un «universal» que permita comprender que los particulares y singulares (las políticas ante las manifestaciones ambientalistas, el espionaje XK, etc.) no son arbitrarios, ni están desconectados. Me apresuro a aclarar: no significa que no haya matices y diferencias. Pero las
diferencias (entre Scioli y Garré, por caso) se establecerán en el marco de una identidad común. Esto es, las formas particulares y los singulares tienen que comprenderse a partir de algún principio unificador, que conecta lo que puede aparecer a primera vista como aislado, inconexo. Pues bien, esta explicación alternativa dice que nuestra sociedad está atravesada por el antagonismo entre el capital y el trabajo. Esto diferencia por el vértice este enfoque del que defienden el gobierno y los militantes K, los partidos de la oposición burguesa y de la clase media semi-izquierdista (estilo partido Comunista). Todos ellos tratan de conciliar al capital y el trabajo. En cambio, y en palabras de Marx, partimos de que «los intereses del capital y del trabajo asalariado son opuestos diametralmente». Sin embargo, esto todavía es demasiado general. Por razones que he explicado en otras notas, hoy el conflicto se da en condiciones específicas. El capital necesita bajar los salarios para recuperar competitividad en el mercado mundial, dada la erosión del «modelo» basado en el tipo de cambio alto. La quita de subsidios, el tope a los aumentos que puedan establecerse en paritarias, el veto al salario . . . mínimo logrado por los trabajadores rurales y la negativa a aumentar el mínimo no imponible a las ganancias (impuestos a los salarios), 270 obedecen a esta necesidad. Remarco que es una necesidad del capital «en general», al margen de que sea argentino o extranjero. No es un conflicto establecido en términos «nacionales» (como pretende Pino Solanas), sino de las dos clases sociales fundamentales. De ahí la conformidad general de la Unión Industrial con el gobierno. Ahora bien, ¿qué decir del rol del Estado en todo esto? Según la visión «atomista», el Estado no está conectado (o vinculado) necesariamente al capital, ni a sus intereses. Puede estarlo, como no estarlo; la relación es externa, en este enfoque. La política estatal no está marcada por la necesidad sino, en última instancia, por el personal a cargo (por eso, nada mejor que un izquierdista puesto a funcionario, dirán algunos). Como muchos ya imaginan, mi visión es opuesta. Bajo el modo de producción capitalista el Estado es, necesariamente, capitalista, y no puede no ser capitalista. Bajo el capitalismo, «el Estado es el instrumento de dominación del capital sobre la clase de los trabajadores» (Altvater, p. 89). Y aunque la adecuación del Estado sus formas, instituciones, funcionamiento- a las necesidades del capital siempre es problemática, es un hecho también que «el carácter del
Estado como Estado burgués impregna -satura- todas sus funciones» (ídem, p. 101). Entre ellas figura, en primer lugar, salvaguardar y mejorar en lo posible las condiciones de explotación del trabajo. Y los funcionarios, aunque reciten la teoría de la plusvalía, actuarán en consonancia con la lógica general. Lo anterior explica por qué el Estado argentino hoy está desplegando una política acorde con la necesidad del capital. Lo cual no quiere decir que todo lo que hace el Estado (o el gobierno de CK) es simple y directamente funcional a los intereses del capital de conjunto. Por ejemplo, la política de Moreno con respecto a las importaciones es cuestionada por muchos empresarios. Pero no debería concluirse de aquí que el gobierno K está enfrentado al capital (y por eso reprime a los ambientalistas, etc.). Para explicarlo con un ejemplo histórico: el gobierno de Isabel Perón y López Rega fue muy criticado por la clase capitalista, a pesar de que desarrollaba una política ferozmente antiobrera y de derecha. De la misma manera, hoy decimos que, al margen de tensiones entre grupos y fracciones de la clase dominante, la orientación profunda del gobierno K está determinada por intereses de clase precisos, que no son precisamente los del trabajo. Cuando se está apretando el cinturón de los trabajadores, el conflicto social debe . . . ser desactivado-reprimido-desviado. Para este fin, todo vale: 271 inteligencia e intimidación sobre activistas y dirigentes de izquierda; agitación del nacionalismo y propaganda por la «unidad nacional»; aislamiento de los elementos «anti-patria» y subversivos; palos, gases y procesamiento de manifestantes; amenazas de despidos por parte de las patronales; mantenimiento del trabajo en negro y precarizado para amplios sectores; y un 6,7,8 hablando de cualquier cosa menos del conflicto. En el mismo sentido, reprimir las protestas ambientalistas es esencial, no solo para mantener los negocios mineros, sino también para desactivar toda forma de organización popular (u obrera) que ponga en cuestión el derecho de la clase dominante de decidir qué negocios convienen. Con esta perspectiva también podemos leer otros conflictos. Por ejemplo, el deseo de sectores pro-K (incluidos funcionarios) de cambiar los métodos de la policía bonaerense no necesariamente está en contradicción con lo que hemos explicado. Una policía que no ampare las redes de prostitución, o no asesine chicos de los barrios pobres, puede tener mayor legitimidad, a los ojos de la población, a la hora de reprimir una manifestación de trabajadores. De la misma manera, se puede entender que algunos hechos son lógicos. Por ejemplo,
se ha afirmado que hay una contradicción entre el aumento del 100% de las dietas de los legisladores, y el ajuste (o topes) sobre los salarios que promueve el Gobierno. Pero esto es no entender de qué estamos hablando. El ajuste se hace para aumentar las ganancias de la clase capitalista. Por lo cual, el aumento de los ingresos de los representantes del capital es coherente con la orientación global. No todos somos lo mismo, como se encargó de enfatizar un diputado, en defensa de sus aumentados ingresos.
Difícil coyuntura En base al análisis precedente, podemos pronosticar que, en la medida en que se incremente el conflicto por el reparto del ingreso, la línea represiva va a continuar, a menos que haya un ascenso de luchas y movilizaciones en defensa de las libertades democráticas. Algunos han señalado que acciones como la encarada por Gendarmería están prohibidas por ley y por la Constitución, y que se puede accionar legalmente. Pero estos son papeles. Lo que suceda efectivamente va a depender de relaciones de fuerza, sociales y políticas. En especial, del . . . grado en que el problema sea asumido por las masas trabajadoras y 272 el pueblo, las únicas que pueden transformar una idea, o una consigna, en «fuerza material». De todas formas, hay que ser consciente del punto en que estamos: no solo el Gobierno tiene un amplio respaldo de la población, sino también el apoyo militante de mucha juventud y de sectores que, en otras circunstancias, se hubieran movilizado en defensa de las libertades democráticas. El caso paradigmático es el de Madres de Plaza de Mayo (Bonafini); pero dista de ser el único. Hay que remar entonces desde una posición muy desfavorable (seguramente este mismo texto será considerado por muchos progresistas poco menos que «contrarrevolucionario»). En estas condiciones, la unidad de acción en defensa de libertades democráticas me parece esencial. Aquí no habría que abrigar ningún tipo de sectarismo. Texto citado: Altvater, E. (1988), «Notas sobre algunos problemas del intervencionismo del Estado», en El Estado en el capitalismo contemporáneo, Sonntag y Valecillos (edit.), pp. 88-133.
Publicado en el blog, 16 de febrero de 2012.
Epílogo:
«Atrévete a pensar»
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El «atrévete a pensar» de Marx y el socialismo
Hacia el final del Prólogo de la Contribución de la crítica de la economía política, de 1859, Marx se refiere a la actitud a adoptar en la investigación científica. Luego de explicar que sus puntos de vista son el resultado de años de «investigación escrupulosa», sostiene que «al entrar en la . . . ciencia, así como en la entrada al Infierno, debe formularse esta 274 exigencia: “Abandónese aquí todo recelo/Mátese aquí cualquier vileza” (Dante)». En esta breve nota presento algunas reflexiones sobre el contenido e implicancias políticas de este imperativo ético que, hasta donde alcanza mi conocimiento, es uno de los pocos que encontramos en la obra de Marx. Atenerse a la ciencia Es importante aclarar que cuando Marx se refiere a la necesidad de matar todo recelo, no está diciendo que la investigación deba abordarse con la mente en «tabula rasa», o desde un enfoque que haga abstracción de valores, o posiciones de clase. Marx está muy lejos del positivismo comtiano, y similares. Así, en varios pasajes se refirió a las limitaciones del pensamiento burgués para indagar la naturaleza de la plusvalía, o los orígenes históricos de la sociedad de clases y del mercado. Además, era consciente de que la indagación científica se hace siempre a partir de categorías y teorías, que delinean las problemáticas a responder y hacen visibles (o no) los objetos de estudio. Por eso, lo que está afirmando Marx en el pasaje del Prólogo de 1859, es que en el
trabajo científico hay que dejar de lado intereses subalternos, y seguir lo que nos dicta el estudio de los datos y el razonamiento. Esto significa no anteponer a la verdad científica la defensa de «verdades de partido», de dogmas y tradiciones intelectuales, y no subordinarse a los poderes establecidos. Si llegamos a una conclusión, hay que atenerse a ella, y solo modificarla cuando confrontemos otros argumentos lógicos, y consistentes con datos, que sean convincentes. El escritor, o el científico, no debe ocultar sus convicciones porque éstas no agraden a los «jefes», a las instituciones, o a la opinión pública. Todo esto parece elemental, pero es lo que muchas veces se deja de lado, por las más diversas razones. En mi vida militante he conocido gente que no se atrevía a sostener tal o cual cosa porque iba en contra de una «verdad» consagrada; por ejemplo, en el marxismo, porque contradecía lo que había dicho alguno de los «padres fundadores». O personas que temían, y temen, enfrentarse a los líderes de tal o cual partido o movimiento. También hay gente que primero ausculta el «estado de opinión», antes de animarse a decir lo que piensa sobre alguna cuestión. Es una actitud que muchos mantienen en las más diversas circunstancias Por ejemplo, hay intelectuales de izquierda que están convencidos de que el régimen de Assad está asesinando al . . . pueblo sirio, pero temen cuestionar públicamente el apoyo de Chávez, 275 o Castro, a la dictadura. En algunos casos puede ser simple «vileza» (todo sea en aras de estar «bien considerado»). Y en otros, se trata de cobardía política. Pero nada de esto es ciencia, ni pensamiento crítico. En la tradición del Iluminismo La actitud ante la ciencia, a la que animaba Marx, se encuentra en las tradiciones del pensamiento burgués en ascenso, con su llamado a someter al juicio de la razón todo lo existente. En la Enciclopedia de las ciencias filosóficas Hegel escribe que «todas las presuposiciones y prejuicios han de ser abandonados cuando se ingresa en la ciencia»; y agrega que esta exigencia «se lleva a cabo propiamente en la decisión de querer pensar con toda pureza, decisión que lleva a cabo la libertad...» (.» 78). Hegel no está diciendo que debemos pensar sin categorías previas, sino que hay que pensar con libertad. Para ello, debe haber una decisión de hacerlo. Este ideal de una «investigación científica libre» también es reivindicado por Marx en el Prólogo a la primera edición de El Capital. «Libre» porque el estudioso debe ir hasta
el fondo en la indagación, y mantenerse firme en las conclusiones a las que llegue. También encontramos esta idea en «¿Qué es la Ilustración?», de Kant. En este texto Kant explica que la Ilustración es la salida del hombre de la minoría de edad, y esta última es la incapacidad de «servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro». Alguien está en la minoría de edad cuando le falta la decisión y el ánimo para servirse del entendimiento con independencia, sin la conducción de otro. «Sapere aude («atrévete a pensar», Horacio) ¡ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la Ilustración». Hay que superar la pereza y la cobardía para pensar por sí mismo, agrega Kant. «Los grillos que atan a la persistente minoría de edad están dados por reglamentos y fórmulas: instrumentos mecánicos de un uso racional...». Hay que animarse a pensar, a sacar conclusiones, a desafiar «reglamentos y fórmulas». Crítica revolucionaria El llamado a pensar por sí mismo, a someter al propio juicio lo . . . establecido, o lo que viene como «mandato» (del tutor o conductor de 276 turno), tiene consecuencias revolucionarias. Tal vez por este motivo Kant matizó el «atrévete a pensar» con la distinción entre el uso público y privado de la razón (ver el texto citado). Pero en Marx, el atreverse a pensar es clave para la crítica, con sus consecuencias subversivas para el orden burgués. En la «Introducción a la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel» escribía: «Cierto es que el arma de la crítica no puede suplir a la crítica de las armas, que el poder material tiene que ser derrocado por el poder material, pero también la teoría se convierte en un poder material cuando prende en las masas. Y la teoría puede prender en las masas a condición de que argumente y demuestre ad hominem, para lo cual tiene que hacerse una crítica radical. Ser radical es atacar el problema por la raíz. Y la raíz, para el hombre, es el hombre mismo. (…) La crítica de la religión desemboca en el postulado de que el hombre es la suprema esencia para el hombre, y por consiguiente, en el imperativo categórico de echar por tierra todas aquellas relaciones en que el hombre es un ser humillado, sojuzgado, abandonado y despreciable...». Es la crítica para mover al ser humano «a pensar, a obrar y a organizar su sociedad como hombre desengañado que ha entrado en razón, para que sepa girar en torno a sí mismo y a su yo real». Quitar las cadenas,
liberar el pensamiento y que «broten flores vivas». Pero no puede haber flores vivas del pensamiento donde hay discurso monocorde, donde «los jefes» piensan, y deciden, por todos. Es por este motivo que Marx critica al «comunismo tosco», en tanto éste «niega siempre y donde quiera la personalidad humana» (véase los Manuscritos económicofilosóficos de 1844). Pero no se trata de reivindicar la personalidad para caer en el individualismo, sino como fundamento de un hombre social, desplegando sus capacidades en un mundo social. Si no hay desarrollo del pensamiento libre, caeríamos en una sociedad en la que se anularía la existencia subjetiva. Y el objetivo es «una sociedad pensada y sentida», conformada a partir de la actividad consciente de los que producen y se organizan a sí mismos. Por esto, «debe evitarse, sobre todo, volver a plasmar la ‘sociedad’ como abstracción frente al individuo» (ídem). Atreverse a pensar y conducciones «estratégicas» En tiempos en que tanto se habla de animar a la juventud a la militancia política, tal vez no esté de más contraponer esa exhortación a pensar por sí mismo, con la lógica de las conducciones de tipo stalinista, o . . . bonapartistas-nacionalistas, o combinaciones de éstas. Dado que en 277 otras notas de este blog me he referido a la lógica stalinista, en lo que sigue me baso en la relación líder/movimiento del peronismo. Lo central que quiero destacar es que se trata de una misma mecánica de fondo, consistente en eliminar la diferencia de pensamiento en lo que importa, en el pensamiento acerca de las estrategias y los problemas de fondo. José Pablo Feinmann resume bien esa lógica: el punto de partida es que el conductor es el estratega que conduce al conjunto de las fuerzas. En este encuadre, las líneas tácticas tienen que aceptar esa conducción estratégica, la cual totaliza desde un esquema de poder. Para que todo esto sea digerible, la imagen de la guerra es muy conveniente. Escribe Feinmann: «En la conducción de la guerra no hay la libertad que Sartre encuentra en la praxis dialéctica. Perón asume la estrategia jerárquica del conductor. Él es quien decide cuándo totaliza, o cuándo no, a qué línea táctica otorga prioridad, cuál avanza, cuál retrocede, y hasta cuál muere por no tener ya el respaldo, el reconocimiento de la conducción estratégica. El conductor asume el papel de la astucia de la razón hegeliana» (Peronismo. Filosofía de una persistencia argentina, I, p. 109).
Más claro, imposible. Estamos en guerra (y dado que siempre habrá conflictos, siempre estaremos en guerra), y por lo tanto no existe la «libertad de la praxis dialéctica». Dicho en lenguaje llano, aquí desaparece el «atrévete a pensar», o cualquier estímulo a desarrollar la capacidad crítica frente a «la conducción». De hecho, ahora todo pasa por convencerse de que el Jefe (o la Jefa, porque no somos machistas) encarna la «astucia de la razón», que nos llevará a la tierra prometida de la liberación «nacional y social», sin importar cuán extraños y paradójicos nos parezcan los caminos elegidos. Y a partir de aquí, nos tragamos cualquier «sapo» (llámese Insfrán, Boudou, Barrick Gold, lumpen enriqueciéndose sin límite, etc.). En lugar de gente que está pensando por sí, se promueve la aceptación pasiva de la conducción «estratégica». Hay un abismo entre esto, y el proyecto del marxismo; al menos, del proyecto «a lo Marx». Es que la crítica de la explotación, y la denuncia del ser humano que es dominado por poderes que no domina, implica un proyecto de sociedad distinto de raíz de lo que promueve la concepción burocrática del «alguien piensa lo estratégico por ustedes». Inducir a la juventud a adherir a esta última perspectiva, bajo la excusa de «promovemos la militancia . . . cuestionadora», es puro cinismo. La realidad es que hoy, desde las 278 esferas del poder, se promueve la adhesión pasiva a una sociedad asentada en la explotación, y en la degradación de millones de seres humanos. En conclusión, no estamos ante diferencias «tácticas», o de política coyuntural, sino de fondo, ideológico-estratégicas. La sociedad capitalista conduce al extrañamiento del ser humano, a la mutilación de sus potencialidades. El hombre no está consigo mismo en su trabajo, ni se reconoce en el producto de su labor, porque es explotado y depende de un poder que le es ajeno y extraño. Pero este extrañamiento también se da en la política, y en todas las otras esferas. Por eso, la crítica militante real es la crítica a este mundo de la enajenación, de explotación y humillaciones sin fin. Es la crítica a la propiedad privada del capital, al dominio del mercado y del Estado burgués, y a la civilización burguesa que se levanta sobre la explotación. Frente a la aceptación pasiva de las «conducciones establecidas», el «atrévete a pensar» será la piedra sobre la que se levante una militancia socialista, crítica y libre.
Publicado en el blog, 3 de septiembre de 2012.
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