Capitulo 3 (completo)

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Capitulo III El magnífico territorio de Chile y el rico Virreinato del Río de la Plata, depsertaron violentamente de su sueño de siglos. Nubarrones bélicos ensombrecen los horizontes patrios, es le despertar de la libertad, los horizontes patrios, es el despertar de la libertad, los pueblos criollos buscan su destino. En Chile y en Buenos Aires, sendas juntas reemplazan a los caducos poderes españoles que no se resignan con esta nueva situación; se producen sucesos sangrientos; la joven sangre americana y española abona la bendita tierra de América, para convertirla en las prósperas repúblicas que hoy son. Corre el año 1810. El 7 de noviembre llega a Chile el enviado diplomático del Río de la Plata, don Antonio Álvarez Jonte, su acción y su verbo sellan la alianza argentino-chilena. El enviado de Buenos Aires, recordando al gobierno el apoyo que había sido ofrecido a la revolución ante las amenazas producidas lpor el virrey del Perú, solicitó el envío a Buenos Aires de una división militar para colaborar con las fuerzas del Río de la Plata ante la eventualidad de una guerra debido a reacciones del gobierno de Montevideo, encabezada por el virrey Elio, el cual, anteriormente, había sido nombrado Capitán General de Chile, siendo rechazado por la junta de este país. Martínez de Rozas, político argentino que por esa época descollaba por su influencia en la política chilena, acogió favorablemente este pedido del gobierno de Buenos Aires, pero el Cabildo se opuso abiertamente a ello y aún en Concepción, lugar donde mayor influencia poseía, se manifestó una gran oposición al proyecto del envío de fuerzas al Río de la Plata. Así fue que la opinión se desvió profundamente comenzando Martínez de Rozas a ser tachado de argentinista, pese a lo cual sus colaboradores lo apoyaron decididamente. Don Juan Mackenna, a la sazón gobernador de Valparaíso, apoyó tanto al político argentinos, que ofrecióse espontáneamente a marchar a combatir con sus hermanos de allende la cordillera, por cuanto era común la cusa que debía ser la suerte. La orden del día debía ser: ¡vencer o morir! Numerosos ciudadanos chilenos formularon una declaración expresando que “el genio de la discordia nunca se introduciría entre Buenos Aires y Chile, porque estaban íntimamente aliadas y por eso la juventud chilena se brindaba a porfía, siéndole voto general del pueblo que la expedición se realizase y se reprendiera severamente la conducta de cualquier contradictor para satisfacción del gobierno argentino”. Ese apoyo dio a Rozas la mayoría en la junta, siendo el vocal que decidió la votación, un español el cual fundamentó su decisión por escrito. Como consecuencia de esto, en 1811 se dictó un decreto disponiendo el envío de un cuerpo de tropas chilenas de 500 hombres que más adelante se disminuyó a 300, para reforzar a la guarnición de la ciudad de Buenos Aires y además se autorizó a Alvarez Jonte para reclutar en todo el territorio, tropas hasta la cantidad de 2.000 hombres, sellándose así la unión de ambos países en su lucha común por la libertad. Se producen en los meses sucesivos, una serie de acontecimientos que hacen sumamente inestable la situación del gobierno chileno hasta que se realiza la sublevación del Coronel español don Tomás Figueroa, derrotado posteriormente por Rozas y luego fusilado. Las tropas chilenas se denominaron “columna auxiliar de Buenos Aires”; estuvieron compuestas por 100 dragones y 200 infantes. Cuando se produjeron los acontecimientos que hemos relatado se encontraban acampadas cerca de la ciudad de Santiago, adonde habían ido a los efectos de apoyar la autoridad de la Junta. Solucionado el problema continuaron estas fuerzas su marcha bajo las órdenes de su


comandante don Andrés Alcázar, el cual había combatido, en la frontera de Arauco, contra los indios, siendo recibido en triunfo, el 14 de junio de 1811 por el pueblo de Buenos Aires, renovando a continuación el juramento de morir al lado de los argentinos para “destruir la tiranía y defender la libertad”. Las armas de las dos revoluciones fraternizaban así al par de sus ideas. Chile sigue convulsionado por sus luchas internas y por el peligro de los españoles que quieren retomar el poder perdido y así llegamos al año 1813 en que el gobierno había organizado en la capital un nuevo batallón cuya oficialidad le era adicta, y pedido a Buenos Aires una remesa de armas. Los soldados chilenos que en 1811 habían sido destinados a Buenos Aires, regresaron a Chile, siendo recibidos como héroes en Santiago. El gobierno de Buenos Aires a su vez respondiendo a la ayuda prestada por Chile en su oportunidad, dispuso a pedido de este país que una fuerza igual en número que la chilena enviada al Río de la Plata, marchase allende la Cordillera de los Andes para intervenir en la guerra contra los españoles. Los soldados fueron reclutados de las provincias de Córdoba y Mendoza, tomando el mando inmediato don Juan Gregorio de Las Heras, cuya acción sería descollante en dicho teatro de operaciones. A los efectos que vayamos conociendo al que fue el primer jefe del Regimiento 11 de Infantería y para ilustrar convenientemente al lector es interesante que sepa lo siguiente: GENERAL JUAN G. GREGORIO DE LAS HERAS Guerrero de la independencia sudamericana Juan Gualberto Gregorio de Las Heras, nació en Buenos Aires el 11 de julio de 1780, siendo sus padres el caballero español don Bernardo Gregorio de Las Heras y la porteña doña Rosalía de la Gacha. Fueron sus abuelos don Francisco Gregorio y doña Catalina García de Las Heras, lo que se hace notar para aclarar bien el apellido de este guerrero ilustre de nuestra epopeya emancipadora. El niño Juan Gualberto cursó buenos estudios en las aulas del colegio de San Carlos y siguiendo el ejemplo de tantos otros hijos de distinguidas familias porteñas, se dedicó a temprana edad al comercio y en los comienzos de estas ocupaciones visitó Chile y el Perú, pero las invasiones inglesas despertaron el espíritu marcial del futuro héroe, y más que todo, el amor a la tierra en que naciera, que fue a través de toda su larga vida el poderoso estímulo para sortear los obstáculos más difíciles que se le presentaron en su admirable carrera militar. Inició su carrera de las armas en Buenos Aires en 1806, como oficial miliciano, distinguiéndose por su valor y sangre fría en las jornadas de la defensa contra los ingleses, el 5 y 6 de julio de 1807. Al estallar la Revolución de Mayo se hallaba en Córdoba reanudando sus ocupaciones comerciales, y por cierto muy grande ha debido ser la estima que gozaba entre aquel vecindario, pues a raís de la formación de un cuerpo de Patricios, quedó descartada por la opinión pública tooda candidatura local, y el joven porteño fue desagnado capitán de las milicias provinciales, en agosto de 1810, y el 24 de octubre del mismo año fue nombrado sargento mayor del precitado cuerpo de Patricios de Córdoba, que se encontraba en guarnición en dicha ciudad. Su entusiasmo patriótico y sus predisposiciones militares fueron aprovechadas por la Junta de Gobierno para encomendarle distintas comisiones en el interior de la República y posteriormente con Borrego y otros oficiales argentinos, pasó la Cordillera para traer desde Chile auxilio de


hombres y armamento. El 27 de octubre de 1812 se le confirió el empleo de comandante de la guarnición en Córdoba. En 1813 toma el mando de los “Auxiliares argentinos en Chile” y tiene una trayectoria militar cuyas alternativas, por lo ligadas al Regimiento 11 de Infantería, se encuentran perfectamente detalladas en éste y otros capítulos. Luego de la Batalla de Maipú, recibe los despachos de coronel efectivo del Ejército con fecha 13 de mayo de 1818 (con antigüedad del 15 de abril), así como también las condecoraciones que los gobiernos chileno y argentino otorgaron a los héroes de aquel día jubiloso para la causa de la independencia americana. Aquí, en esta inmortal jornada, en la cual como en todas las batallas de la época, se lucían los uniformes de gala, el bravo Las Heras se encontró con que no poseía el suyo por haber perdido todo su equipaje en la triste noche de Cancha Rayada, en la cual gracias a su entereza se salvó la división a su mando como veremos más adelante; al enterarse el General San Martín de esta falta, ordenó que le fuese enviada su mejor casaca de gala. El General Mitre, al relatar este episodio, exclama: “La mejor casaca de San Martín estaba rota…” ”Qué hombres los de aquella época.” El 15 de abril de 1820 recibe los despachos de coronel mayor por parte del gobierno de las Provincias Unidas, y el 20 de junio del mismo año el gobierno de Chile le otorgó el de coronel general. San Martín designa a Las Heras para formar parte en las fuerzas expedicionarias del Perú como jefe del Estado Mayor del Ejército Libertador, con fecha 25 de marzo de 1820, embarcándose con las tropas en Valparaíso el 20 de agosto de aquel año. Las Heras fue el primero en pisar tierra peruana al desembarcar en Pisco el 7 de septiembre, poniéndose de inmediato a trabajar para colocar al Ejército en el mejor pie de eficiencia. Al hacerse cargo el General San Martín de la dirección política del Estado del Perú, es nombrado Las Heras general en jefe del Ejército, ordenando el sitio y ataque al Callao el 14 de agosto el cual fracasó en la forma que más adelante veremos en detalle. El 7 de septiembre defendió a Lima contra la presión realista. El 8 octubre de 1821 fue nombrado Consejero de Estado del Gobierno del Perú y el 22 de diciembre fue ascendido a gran mariscal de aquel país, y con anterioridad, el 5 de febrero, el gobierno de Chile lo había nombrado mariscal. En la misma época en que el General San Martín se aleja de la tierra peruana, el General Las Heras deja el servicio y regresa a Buenos Aires el 7 de diciembre de 1822, siendo nombrado, al llegar a esta ciudad, ministro plenipotenciario ante las autoridades españolas del Alto Perú, por el gobernador Rodríguez, el 8 de agosto de 1823, cargo que no pudo ocupar por la sublevación del General Olañeta contra la autoridad del virrey. El 2 de abril de 1824 fue nombrado gobernador en reemplazo de Rodríguez, caracterizándose su gestión por el orden, progreso y tranquilidad, trabajando sin descanso en pro de la organización nacional y contribuyendo a la reunión del Congreso General Constituyente que se reunió en Buenos Aires a fines de 1824. Con fecha 23 de enero de 1825 fue encargado al gobernador Las Heras del Poder Ejecutivo Nacional, continuando así con sus tareas de organización nacional, teniendo el alto honor de firmar el primer tratado con España, mediante el cual quedamos unidos por imperecederos lazos espirituales a nuestra Madre Patria. El 2 de febrero de 1825 suscribió también otro tratado de comercio y amistad con el gobierno británico. Correspondió también al General Las Heras suscribir la declaración de guerra al Brasil luego de haber agotado todos los recursos para evitar el conflicto. El 7 de febrero de 1826 es reemplazado por el doctor Bernardino Rivadavia, el cual había sido elegido el día anterior presidente de la República, continuando al frente del Gobierno Provincial hasta el 7 de marzo, en que el nuevo presidente declaró cesantes a las autoridades


provinciales. Las Heras se despide del gobierno el 15 de marzo, publicando una breve exposición en la cual da cuenta a la ciudadanía de su actuación pública. Regresa así a Chile y a la carrera de las armas, siendo dado de alta nuevamente en el Ejército el 15 de abril de 1826. El 13 de febrero de 1828 fue promovido a general de división con antigüedad al 20 de junio de 1820, siendo dado de baja del servicio con fecha 27 de marzo de 1830. El 7 de octubre de 1842 fue nuevamente reincorporado, siendo retirado temporalmente el 4 de noviembre. El 1º de noviembre de 1843 es nombrado comisionado “ad-hoc” del gobierno de Montevideo en Chile, presidiendo también en Santiago la “comisión Argentina”, formada esencialmente por emigrados argentinos. El 17 de diciembre de 1845 el gobierno chileno lo nombra “en cuartel” y el 30 de septiembre de 1851 miembro suplente de la Comisión Calificadora de Servicios. El 1º de octubre de 1861 se le designó Comandante General de Armas e Inspector General Interino del Ejército y el 9 de agosto del mismo se efectivizó en el cargo. El 18 de abril de 1865 es retirado completamente del servicio con un total de 52 años, un mes y 24 días de servicios computados.

El 24 de noviembre de 1863 recibe del presidente del Perú el nombramiento de miembro nato de la sociedad “Fundadores de la Independencia del Perú”. Nuestro héroes falleció en Santiago de Chile el 6 de febrero de 1866 no sin que antes su patria le reincorporara a la lista de sus generales después de 30 años de olvido. El General Las Heras contrajo enlace en Chile con doña Carmen Larrain, hija de una aristocrática familia chilena. En 1906, el gobierno argentino dispuso la repatriación de sus restos, lo que cumplió en el crucero “25 de Mayo”, representando en esa oportunidad a las fuerzas


armadas argentinas el General Garmendia y el Almirante Howard; llegaron los restos a Buenos Aires el 20 de octubre de 1906 en una urna costeadapor el pueblo chileno, rindiéndoseles los más altos honores. Fueron conducidos a la Catedral, donde reposan junto a los restos de su incomparable jefem el Libertador General Don José de San Martín. Volviendo nuevamente a nuestros auxiliares, que marchaban a Chile, fueron éstos conducidos por el Coronel Santiago de la Carrera, gobernador intendente de Córdoba, al solo efecto de entregar el mando de la columna al Coronel marcos Balcarce como máximo representante de la autoridad militar argentina en Chile, continuando Las Heras al mando inmediato de la tropa con el grado de sargento mayor. El efectivo del batallón de auxiliares era de 244 soldados y 13 oficiales. Los argentinos fueron recibidos con generales muestras de simpatía (gráfico N° 1).


Su primera misión fue escoltar hasta Talca a la junta chilena; en este lugar ocurrieron dos acontecimientos: el Coronel Balcarce asume el mando de los argentinos por un lado, y por otro se tiene conocimiento de la acción del Roble que trajo aparejada la separación del caudillo chileno José Miguel Carrera. La junta en un primer momento se había fijado en el Coronel Balcarce para sustituir a Carrera, pero pronto fue desechada esa idea por ser dicho militar extranjero. Nombróse, en cambio, al Coronel O´Higgins: este oficial si bien no era un militar eximio, gozaba de gran popularidad en el país y en el ejército, especialmente por su valor, sus virtudes cívicas y por los recientes éxitos que había obtenido. Siendo naturalmente modesto, pensó al principio no aceptar el cargo propuesto, sosteniendo que Carrera debía continuar en el mando. Aquel respondió a la noble actitud de O´Higgins pensando resistir a mano armada con los hombres que aún le quedaban, terminando al fin por obedecer la decisión de la junta, haciéndose cargo O ´Higgins del gobierno en febrero de 1814. El problema protagonizado por Carrera produjo la reorganización del ejército, cundiendo la indisciplina por las rencillas que se originaban entre carreristas y los partidarios de O´higgins. Este resentimiento influyó tan profundamente en las fuerzas chilenas que al final causaron su destrucción. Carrera lo fomentaba con total olvido de los peligros que acechaban a su paso y tanto insistió en su actitud que al final obligó a O´Higgins a nombrarlo representante chileno en Buenos Aires, despidiéndolo, pese a todo, con palabra de amistad. En su viaje hacia la capital fue sorprendido por una partid realista y conducido prisionero a Chillán. El panorama militar, mientras tanto, se mostraba sumamente peligroso para los patriotas, puesto que su ejército, de alrededor de 2.500 hombres, carecía de efectividad por el estado en que se encontraba, por la falta de disciplina e instrucción y por decaimiento de su espíritu, siendo frecuentes las deserciones y. además, por la escasez de medios de movilidad y armamento. Mientras tanto, el virrey del Perú nombró general en jefe de las fuerzas realistas de Chile al Brigadier Gainza, el cual desembarcó en el puerto de Arauco el 31 de enero de 1814, al frente de 800 hombres bien armados y equipados, reforzados con 6 piezas de artillería. Días después atravesó el Bío-Bío y llegó a Chillán sin encontrar fuerzas que se le opusieran. Esto tiene una explicación, puesto que los patriotas habían perdido totalmente la libertad de acción. O´Higgins ordenó entonces que una división del ejército reforzada por los voluntarios chilenos y los auxiliares argentinos que se encontraban acantonados en Quirihué, pasaran a ocupar la posición denominada Membrillar en la margen derecha del Itata, e hiciera una demostración en dirección a Chillán, mientras O´Higgins trataría de conquistar las guarniciones sobre la frontera de Arauco; este plan, por supuesto, estaba destinado al fracaso por la disgregación de las fuerzas. LA división en que formaban los oficiales argentinos bajo el mando del General Mackenna, si bien se situó en una posición bien elegida en el Membrillar, fortificándose con 800 infantes, 100 dragones y 16 piezas de artillería en febrero de 1814, no tardaron en ser sitiados por las fuerzas realistas, dejando desguarnecida la línea del Mule y libre el camino a la capital. Para ensanchar su zona de acción y abastecerse de víveres, el General Mackenna ordenó practicar varias incursiones. En una oportunidad en que personalmente tomó el mando de una columna de 400 infantes, 40 dragones y 2 piezas de artillería, avanzó hasta las alturas de Cucha Cucha, sobre el Ñuble, situado a 15 Km. del Membrillar y 26


de Chillán. Habiendo conseguido arriar gran cantidad de ganado, ordenó la retirada, circunstancia en que su retaguardia habiéndose quedado algo distanciada del grueso se vio atacada por una fuerza de alrededor de 500 realistas que en tres grupos comprometieron la guerrilla al mando del Teniente Coronel Santiago Bueras. El Mayor Las Heras, que con 100 soldados argentinos sostenía la retirada, consideró que las realistas podrían llegar acortar la retirada de la columna de patriota por lo que en rápida resolución y pese a su inferioridad numérica ordenó cargar a la bayoneta desalojando al enemigo de sus posiciones, el cual dejó varios muertos en el campo. Luego de sostener combate por un cuarto de hora, continuó el repliegue habiendo en ese instante escrito una página más de gloria para las armas argentinas. Esta acción ocurrió el 23 de febrero de 1814; en su parte oficial del 5 de marzo de 1814, el General Mackenna decía: “El Teniente Coronel Bueras con su acostumbrada intrepidez hizo frente por todos lados con su guerrilla, hasta que fue auxiliado por las demás tropas, en particular por el valeroso Sargento Mayor de Auxiliares de Buenos Aires don Juan Gregorio de Las Heras, quien con 100 hombres de su cuerpo y bien sostenido por el Capitán Vargas del mismo, avanzó con el mayor orden sobre el enemigo y le obligó, con pérdida considerable a replegarse a una altura.” Este parte fue publicado en El Monitor Araucano. Otros documentos que dan la crónica de la acción son: 1) El parte oficial de Las Heras de fecha 24 de febrero, en el cual menciona, además del Capitán Vargas, a los tenientes de auxiliares Ramón Dehesa y Ramón Alday. 2) Parte de Balcarce de fecha 25 de septiembre, en el cual historia toda la campaña. Como circunstancia curiosa se debe señalar que el gobierno argentino decretó un escudo de honor cuya constancia no se ha podido encontrar en ningún registro oficial, pese a ser referido en los siguientes documentos: 1) Oficio del ministro de Guerra de fecha 3 de junio de 1814, autorizando a Balcarce a proponer ascensos y escudos de premio. 2) Oficio de Balcarce de fecha 8 de julio adjuntando el diseño del escudo. 3) Decreto del gobierno del 8 de agosto aprobando el diseño del escudo y haciendo la gracia a todos los oficiales. 4) Oficio de Balcarce a Las Heras del 25 de agosto transcribiendo el anterior decreto. 5) Decreto del gobierno del 1º de octubre mandando expedir los diplomas respectivos. El escudo es ovalado, de 25 por 65 mm., orlado de palmas y laurel con un borde liso de la misma forma, y en su centro, sobre fondo azul en letras bordadas de hilos de plata, esta leyenda: “La Patria a los valerosas de Cucha Cucha, auxiliares en Chile.” Esto de acuerdo al propio escudo que llevaba el General Las Heras sobre la manga de su casaca. Luego de esta acción de guerra, los auxiliares fueron saludados con aclamaciones al regresar al campamento patriota, y un poeta chileno dedicó a Las Heras unas delineadas estrofas que muestran el sentimiento de confraternidad argentinochileno de aquellos tiempos; el autor firma así: “Por el chileno D. Domingo Pérez”, y como ejemplo transcribimos los siguientes versos: “Mil vivas, para bienes, mil elogios Te da una republicano, valiente Heras, Por el valor, firmeza y gran arrojo. Que hoy has manifestado en tu carrera.


Tus heroicas falanges y oficiales. Tus bravos compañeros de pelea. Has dado a conocer fiel heroísmo. Tan natural en la Argentina esfera. En ese emporio de tu amante Estado, En esa ilustre Grecia y gran guerrera, En esa esparta, esa brillante Roma. Se producen por Marte, bravo Heras. Con tu Argentino auxilio y tus legiones, Hoy el Chileno Estado de consuela. Viva la Patria chilena, Viva el Argentino Estado, Vivan los fieles soldados, Con tu tricolor bandera”. Mientras se desarrollaban estos acontecimientos en el Sur, en el Norte la situación tomaba un cariz que haría cambiar el desarrollo de la revolución. Al estar desguarnecida la línea del Maule, penetra por este sector el joven vozcaino José Antonio Elorriaga, que a la cabeza de 300 partidarios ataca la ciudad de Talca, ocupándola, luego de morir su jefe militar, el Coronel Spano, español de origen, pero fervoroso partidario de la revolución. Quedaba así abierto el camino de invasión a la capital; en Santiago se alzaron voces airadas y se pidieron medidas de defensa, pensándose en nombrar un dictador como en los días de peligro en la antigua Roma. El resultado fue el nombramiento de un director supremo a imitación de las Provincias Unidas, concentrándose el poder en una sola persona. Fue elegido el Coronel Francisco Lastra, que se desempeñaba como gobernador de Valparaíso. El nuevo gobierno desplegó gran actividad, organizándose una expedición contra Talca formada por 1.500 hombres de todas las armas, con 6 cañones, la cual fue colocada bajo el mando de don Manuel Blanco Encalada. Esta fuerzas patriota terminó por ser completamente derrotada en el camino de Cancha Rayada, célebre campo de derrotas patriotas, el 27 de marzo del año 1814. Ahora el camino a Santiago quedaba indefenso, marchando Gainza y su ejército invasor directamente hacia ella. La salvación estaba en manos de O´Higgins y Mackenna. Después de Cucha Cucha la posición de Mackenna en el Membrillar llegó a hacerse insostenible, máxime después de la toma de Talca, con lo cual quedó interceptada la comunicación con la capital, pese a lo cual su posición era sumamente era sumamente fuerte para la defensiva. O´Higgins, mientras tanto, luego de la derrota de una de sus columnas, se decidió a marchar en ayuda de Mackenna (16 de marzo) y salir de su encierro de Concepción. Ya era tiempo, puesto que Gainza habíase situado al Sur de Italia, dominando los caminos entre Concepción y el Membrillar, interponiéndose entre la desfuerzas patriotas. Si Gainza hubiera dispuesto de inspiración operativa, en esos campos moría la fuerza militar de la revolución chilena. El 19 de marzo, luego de derrotar a una división española de 400 hombres, en las Lomas del Quito, en las Lomas del Quito, quedaron las dos fuerzas patriotas a la visita, con lo que renació la esperanza en el Membrillar, pero O´Higgins permaneció inexplicablemente inmóvil, dando lugar a que Gainza reagrupara sus tropas para tratar de dar con su masa de maniobra un golpe decisivo a los apatiotas del Membrillar.


Al efecto, repasó sigilosamente el río Itata y el Ñuble, reuniéndose las fuerzas de Chillán. El día 20, a las quince, atacó a las primeras fuerzas patriotas una partida encargada de recoger ganado, la cual pudo replegarse protegida por las tropas argentinas al mando de Las Heras. Las fuerzas realistas continuaron su ataque llegando a hacer ondear el estandarte real bajo el fuego de los reductos, el cual hizo vacilar a los atacantes, cuando el comandante realista Barañao, al frene de 400 hombres, se lanzó decididamente al asalto del reducto del centro. Ante esta situación Mackenna ordena a Balcarce que empleando 70 auxiliares argentinos y tres piquetes chilenos mandados por Bueras, el Capitán Vidal y el Comandante Almanza realice un contraataque, lo cual es ejecutado cargando los patriotas a la bayoneta, rechazando a la columna española, que debió replegarse dejando varios muertos y prisioneros en el campo y siendo perseguida por un trecho, hasta que la prudencia aconsejó a Balcarce regresar a la línea con las tropas de la victoria. El enemigo, sin embargo, no desistió en su empeño de conquistar el Membrillar adelanto su artillería y bajo este apoyo de fuego continuó el ataque hasta estar a tiro de pistola de las trincheras patriotas, volcando el centro de gravedad esta vez sobre el reducto de la derecha en el cual Las Heras, al frente de 50 auxiliares argentinos, rechazó exitosamente cinco asaltos llevados a cabo por el atacante. El combate se prolongó durante, aproximadamente, cuatro horas. Al anochecer, los realistas se retiraron vencidos, abandonando 80 cadáveres en el campo, mientras que los patriotas sólo debían lamentar la pérdida de ocho muertos y dieciocho heridos, entre los cuales se contó el mismo Mackenna. En carta enviada por O´Higgins al enviado argentino en Chile, doctor Juan José Paso, el 4 de agosto de 1814, se expresa el agradecimiento hacia los “Auxiliares Argentinos”, reconociendo el meritorio general chileno, que su acción salvó a las Fuerzas del Membrillar. El 23 de marzo se unieron las divisiones de Mackenna y O´Higgins emprendiendo la marcha reunidos hacia Santiago, al día siguiente, formando una columna de 2.600 infantes y 600 de caballería apoyados por 20 piezas de artillería. Las fuerzas realistas de Gainza también iniciaron la marcha en la misma dirección pero en columna pero en columna paralela. El objetivo común era la Capital; los patriotas, para salvarla; los realistas, para conquistarla. La conquistarla. La victoria sería del primero que atravesase el Maule. Pese a que la ventaja estaba de parte de los españoles, los patriotas lograron cruzar el río Maule casi simultáneamente con éstos y a corta distancia uno del otro. Luego de algunas contingencias, lograron atrincherarse en Quechereguas y rechazar a los realistas 8 y 9 de marzo, con lo que la Capital se había salvado. Gainza optó entonces por replegarse a Talca. Por esos días todo el Sur chileno quedó en manos de los realistas, desde Talca hasta Valdivia, debido a la capitulación de Concepción y Talcahuano. Mientras se producían estos acontecimientos en Chile, en España se expulsaban a los ejércitos expulsaban a los ejército napoleónicos del suelo de la Madre Patria, y el gobierno instaba a las colonias americanas insurreccionadas a reunirse en cortes bajo el mando del rey cautivo, auspiciado por el triunfo de las armas realistas en América. En efecto, en el vasto escenario de la revolución americana, sólo las Provincias Unidas del Río de la Plata (pese a los contrastes del Alto Perú) y Chile, exhaustos por la lucha, aún persistían con fuerzas como para resistir. La política inglesa, representada por el jefe de la estación naval de Gran Bretaña en el Pacífico, Comodoro Hillyar, guiada quién sabe qué designios, sirvió de mediador entre el virrey del Perú y el gobierno de Chile.


Se sucedieron así una serie de negociaciones entre el General Gainza y el director supremo de Chile. Lastra, que llevaron a la firma del tratado de Lircay cuyas estipulaciones fueron tan mal recibidas del lado realista como del patriota, pero que justamente salvaron de una derrota casi segura al jefe español y dieron, a la vez, un respiro a los agotadas tropas criollas. Sin embargo, estas negociaciones que, puede decirse, parecían haberse iniciado con el ánimo determinado de no cumplirlas, tuvo como consecuencia la ruptura de echas de la alianza argentino-chilena, puesto que aparte de enterrarse el enviado diplomático argentino en Santiago doctor Paso, por los diarios, de la concreción del tratado, el cumplimiento del mismo prácticamente inducía al abandono de la bandera nacional para volver a empuñar la enseña española. Ante esta situación, los auxiliares argentinos se retiraron del Ejército en campaña y se reunieron en Santiago por orden del director supremo. Al día siguiente de su llegada, estalló una sublevación encabezada por los hermanos José Miguel y Luis Carrera, los cuales lograron la adhesión de algunos cuerpos militares explotando el descontento público reinante y se proclamaron a sí mismos salvadores de la patria, prometiendo convocar a un congreso, pero la verdad esa que en sus manos todo debía perderse: “congreso, ejército y revolución”. La dinastía de los Carrera lejos de romper el pacto de Lircay y recomenzar con valentía la guerra, en su primer acto administrativo y primer bando político confirmó el ignominioso tratado. Carrera continuó con la doble política de su antecesor, procurando mantener secretamente una unión con el gobierno argentino, que de hecho se había roto, y, por otra parte, tratando de seguir en paz con el enemigo. Pero pese a las protestas de amistad con los argentinos los Auxiliares Argentinos ; fueron ignominiosamente expulsados de Santiago por causa de haber querido prescindir de intervenir en la lucha fraticida chilena, conminando agriamente Carrera a Las Heras, en nota de fecha 23 de agosto, por su neutralismo, pese a que los auxiliares chilenos en Buenos Aires, en 1811, ante una situación parecida, habían adoptado idéntico proceder a salir del territorio. Por otra parte, el gran patriota chileno Gcneral O’Higuins los instaba a.permanecer neutrales. Sin perder su serenidad, Las Heras contesta a Camera con Altura, expresando que habicndo sido, neutrales siempre las troopas argentinas en los disturbios internos chilenos, incluso cuando el propio Carrera se apoderara del poder por la fuerza, mal le podía ahora exigir que abandonara esa norma de conducta (nota de Las lleras a la Junta de Chile del 25 de agosto de 1814). Mientras estas notas, diplomáticas y militares se intercam biaban, la guerra civil había estallado ya en Chile. Ante la solicitud del Cabildo de Santiago, O’Higgins marchó sobre la capital con el ejército de campaña, chocando con las fuerzas de Carrera en los Llanos del Maipo. Luego del choque, Carrera quedó dueño del campo. Reagrupó sus fuerzas O’Higgins para continuar la lucha, cuando la llegada de un parlamentario es pañol intimando la rendición a ambos bandos cambió el curso de los acontecimientos. El virrey de Lima, desconociendo los términos del tratado de Lircay, confió en las armas reales la pacificación del reino, ordenando la invasión a Chile con un ejército de 5.000 hombres bajo las órdenes del General Mariano Osorio, el cual desembarcó en Talcahuano el 13 de agosto. Estas fuerzas, bien equipadas y disciplinadas, marchaban ya sobre la capital. En ese ejército


formaba el Batallón Ta1avera que había hecho la campaña en la Península, siendo su jefe el Coronel Rafael Marote. quien estaba destinado a dejar funestos recuerdos en Chilc. Ante esta circunstancia patrióticamente, O'Higgins ofrece a Carrera unir sus fuerzas y nombrar un gobierno provisorio nombrado por el pueblo; Carrera, que ni aun viendo peligrar a su patria deponía sus intereses personales, se negó a ello. Entonces O’Higgins, como respuesta, abnegadamente se puso bajo las órdenes de su rival, reconoció a la Junta y sólo exigió un puesto de com bate para batirse contra el enemigo. Inmediatamente, Carrera, desplegando una gran actividad y llamando al pueblo a las armas, logró formar un ejército de cinco a seis mil hombres, mal pertrechados y disciplinados, pero que conducidos hábilmente hubieran sido un serio obstáculo al avance español. Ante los acontecimientos que se desarrollaban, el representante argentino se dirigió a la junta de gobierno chilena ofreciendo el envío de una columna auxiliar formada por 600 infantes y un escuadrón de caballería: esta oferta fue rechazada con arrogancia, contestando el vocal Uribe, que reemplazaba a Ca rrera en la presidencia, que se necesitaban fusiles y no hombres. Pero la realidad era que realmente el déficit se encontraba en la existencia de una verdadera cabeza militar en el mando superior. O'Higgins sostenía que las Termópilas chilena se encon gaba en la línea del Cachapoal apoyándose en la villa de Rancagua, mientras que Carrera insistía en realizar la defensa en la inmediata angostura de Payne. La verdad era que ninguna de las dos posiciones constituían una garantía de éxito. Al fin cedió Carrera, pero sin abandonar la idea de fortificarse en Payne. EI ejército se dividió en tres cuerpos de ejército: el primero, fuerte de 1.100 hombres, formaba la vanguardia y se cons olido bajo el mando de O’Higgins; el segundo, de un efectivo de 1.800 soldados, estaba bajo el mando de Juan José Carrera y se acordonó sobre el río; el tercero, bajo el mando de José Miguel Carrera, se situó a retaguardia unos quince kilómetros, entre Payne y Rancagua. En este ejército no formaron las tropas argentinas. Las fuerzas españolas continuaron su avance el 30 de se tiembre y mediante un movimiento de flanqueo corlaron al ejército chileno, obligando a O’Higgins y a Juan José Carrera a replegarse a Rancagua donde quedaron encerrados; esta decisión si bien absurda desde el punto de vista operativo, fue la mas heroica de toda la campaña. Atacadas estas fuerzas por más de 5.000 soldados realistas, el 1º de octubre de 1814, se comportaron con evidente desprecio de la vida, para honra de las armas chilenas. Tanto fue así, que comenzó a reinar el desconcierto en el enemigo; si en esos momentos hubieran atacado las fuerzas de José Miguel Carrera, se hubiera inclinado la victo ria, con toda seguridad, para los patriotas, pero éste, pese a grandilocuentes expresiones, no fue en auxilio de los sitiados, aun cuando sus fuerzas llegaron a estar a Ja vista de Rancagua. Esta actitud la ha condenado la historia. O’Higgins, responsable de esta situación por sus desacertadas órdenes, tuvo el honor y la dignidad de pagarlo con su persona. A las dieciséis horas del segundo día de sitio, ya sin municiones, sin cañones, sin agua y con dos tercios de bajas, reunió el resto, unos 300 hombres, los montó a caballo y rechazando una escolta ofrecida por el Capitán D. Ramón Freyrc, «se lanzó sobre el enemigo logrando romper el cerco, pero la plaza ya


estaba perdida, siendo múltiples los actos de heroísmo que se sucedieron en ese momento. Reunido O’Higgins con Carrera, con más ardor que juicio propuso defender la línea del Maipo, pero fue una pobre ilusión de un gran patriota, pues Carrera sólo se ocupaba en extraer los caudales públicos de la capital, que poco después era abandonada al saqueo. Su intento fatuo era continuar la lucha en el Norte, organizando la defensa en Coquimbo. Antes de abando nar Santiago, ordenó que los auxiliares argentinos, que ignomi niosamente él mismo había separado del ejército, marchasen a la costa de San Antonio, a fin de prevenir un desembarco en ese punto. Justamente era la dirección que debía traer el enemigo. El historiador chileno Barros Arana, al respecto expresa: “Según conversación con el General Las Heras, su creencia y la des sus ofieiales fue siempre que la orden de Carrera para que los auxiliares argentinos marchasen a la costa de San Antonio, al día siguiente de la batalla de Rancagua, sólo tuvo por objeto colocarlos en aquel punto para llamar la atención de los realistas, o sacrificándolos, mientras él y los suyos seguían su retirada hacia el Norte.” Barros Arana tuvo a la vista los documentos autógrafos .del archivo de Las Heras. El Sargento Mayor Las Heras, que se encontraba acan tonado en Aconcagua, al recibir la orden emprendió la marcha hacia el Sur, encontrándose en la cuesta de Chacabuco con los emigrantes de Santiago en fuga hacia territorio argentino. Decidió entonces retroceder y unido a O’Higgins y los gloriosos restos de Rancagua, cubrió la retirada de los fugitivos y disper sos hacia la cordillera. En un oficio dé Las Heras al General San Martín, de fe cha 16 de octubre de 1814, en Uspallata, comenta esta situación expresando que el 13 de octubre el enemigo en su persecución subió hasta la cima de la cordillera con 50 infantes, dejando al pie una reserva de 250 hombres de infantería y un número considerable de soldados de caballería, permaneciendo en ese lugar hasta el atardecer, hora en que procedió a replegarse a la casucha de las Calaveras llevándose el armamento, la munición, los víveres y equipajes que por la dificultad del transporte tuvieron que abandonar los patriotas. El historiador chileno Gay sostiene que el General O'Higgins le expresó personalmente que el Batallón de Auxiliares argentinos, al mando de su bizarro jefe el Sargento Mayor Las Heras," fue el único que sostuvo la retirada por la cordillera. Por otra parte, en 1814, los emigrados chilenos enviaron al General San Martín en Mendoza un memorándum en el cual expresaban: “Es indudable que la salvación de los pocos emigrados que suscribimos es debida solamente a la división auxiliar de esta provincia que infundía respeto al enemigo por su posición en las gargantas de la cordillera, que a no ser esto todos perecemos.” El General Mitre, que ha estudiado estos episodios detalla damente y con documentos a la vista, afirma que en honor a la verdad las últimas fuerzas que combatieron en la retirada fueron las de Carrera. Este, en desordenada, retirada, se dirigió a Santa Rosa, al pie de los Andes (9 de octubre de 1814), al frente de 400 ó 500 hombres y un importante cargamento de plata. Perseguido de cerca se internó en la cordillera y en la ladera de los Papeles, en el último encuentro con los realistas perdió todo el tesoro.


El 13 pisó territorio argentino, envuelto en la oscuridad de la noche, no volviendo a ver nunca más a su patria que con tanto desacierto defendió. Así finaliza el primer período de actuación de nuestros soldados; más tarde cambiarían su nombre y volverían a tras montar la cordillera y. unidos otra vez a los soldados chilenos levantarían la bandera de la derrota de Rancagua, paseando luego, en triunfo, con pabellón argentino por América hasta la línea del Ecuador. Así, luego de templar sus armas se presentarán los Auxi liares Argentinos en Chile al Libertador en el Campamento del Plumerillo, orgullosos de su gloria y como si presintieran las páginas de heroísmo que escribirían en nuestra historia. 'Discurso pronunciado por el General Juan Gregorio de Las Heras en la inauguración del monumento al gran General José de San Martín, el 5 de abril de 1863, a los 83 años de edad, siendo Comandante General de Armas del Ejército de Chile: s, '"Hubo una época gloriosa en la historia de este continen te en que todos los americanos éramos compatriotas, unidos por el doble vínculo de nuestro común infortunio y nuestros comunes esfuerzos por la independencia. A esa época pertenece el varón ilustre, el Capitán de los Ejércitos de Chile, a cuya memoria Chile agradecido levanta hoy este monumento. ”No es al hombre nacido aquí o allí a quien Chile consagra esta estatua, es al –americano ilustre, al guerrero, al caudillo, de las huestes de la libertad e independencia americana, al General americano don José de San Martín: “ No me toca a mí, señores, recorrer la carrera de glorias que dejó trazada con su genio y con su espada este americano eminente. Lo único que me permitiré recordar es la alta e inolvidable fe, el elevado sentimiento de los grandes destinos de la América, que tanto y tan certero impulso daba a sus esfuerzos, como alentado por esa fe, iluminado por ese pensamiento, con pequeños medios se allanaban los montes, se vencían las distan cias, se arrollaban las resistencias, se franqueaban los mares, y la América del Sur, representada y guiada por ese hombre, alcanzaba la victoria. "¡Gloria a la América y gloria al General San Martín! ”Así deseo, señores, mi íntimo deseo de viejo soldado, es que la América, fiel a estas tradiciones de paz y amistad recí proca, viva siempre unida por un común pensamiento, un común destino, su común independencia, su perfecta autonomía, sus instituciones democráticas, y que estos sentimientos hallan al pie de esta estatua una fuerza que en hora de peligro retem ple y entone al débil, dé perseverancia al fuerte e inspire confianza a todos. "General San Martín, al pie del alto puesto que por vues tras virtudes cívicas-militares la opinión pública os señala, un oficial de vuestro Ejército os saluda, grande y Libertador de Dos Repúblicas” El 24 de noviembre de 1863 recibe del presidente del Perú el nombramiento de miembro nato de la Sociedad Fundadores de la independencia del Perú.



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