EVA Revista
MEDINA
de creaci贸n literaria
MORENO
La Ira de Morfeo
5 ESPECIALES LA IRA DE MORFEO
La Ira de Morfeo Revista de creaci贸n literaria Especial Eva Medina Moreno Marzo 201 2 http://revistalairademorfeo.net Editores: Javier Flores Letelier Camila Vieyra Di Silvestre
Miro un escaparate. Los objetos parecen desnudarse, darme su verdadero rostro. Las fotografías enmarcadas, puñales de acero oxidado, que han esperado tanto para saborear el interior de un cuerpo; atravesar piel, venas, órganos cerrados, vísceras tan bien hechas. Cierro los ojos, para no ver los objetos transformándose, ni sentir mis órganos intentando respirar bajo la mirada de esa hoja cierta.
FotografĂa de la autora
BIOGRAFÍA
Eva María Medina Moreno. Escritora española (Madrid, 1971). Licenciada en Filología inglesa y diplomada en Profesorado de Educación General Básica, por la Universidad Complutense de Madrid. Con el título del Ciclo Superior en Inglés de la Escuela Oficial de Idiomas de Madrid, y The Certificate of Proficiency in English, por la Universidad de Cambridge. Tras el Período de Docencia del Doctorado en Filología Inglesa de la UNED, investiga en el campo de la Literatura Inglesa del siglo XX y Contemporánea. Trabajo que compagina con la escritura de su primera novela. Premiada en el I Certamen Literario Ciudad Galdós por su relato «Tan frágil como una hormiga seca» (Editorial Iniciativa Bilenio S.L. 2010). Seleccionada en el V Premio Orola, en cuya antología se incluyó su cuento «Mi bodega» (Ediciones Orola S.L. 2011). También han publicado sus relatos en revistas literarias de España e Hispanoamérica, como Letralia, Cinosargo, Almiar, Groenlandia, Narrativas, o Solaluna. Su narrativa mira a través de las grietas de la realidad, se adentra en el sufrimiento de los verdugos, juega entre los límites de lo posible e imposible, saca a Sartre de su «náusea» e intenta hacerla suya, y a Kafka lo vemos levantar la cabeza mientras escribe un cuento, ¿una erre? Locura, alcoholismo, afectividad mal concebida, frustración, anhelos, inmovilidad, muerte, recorren sus relatos, quedando siempre un espacio para que el lector reinvente lo escrito. La autora nos espera en medio del puente entre existir y no‐existir, en un simple parpadeo. La multiplicidad del yo es vista a través de un imaginario de sombras. Lo cotidiano crece en dos migas de pan. Hay una bodega donde se guardan retazos de vida. La escritora intenta gritar como lo hace esa gota. «Dejad que el silencio os atrape y escuchad los ruidos nocturnos», nos dice. «Esperad a que el reloj marque las cuatro. Ved más allá de un cuadro; de esas olas rompiendo en un acantilado». Y las cosas, ¿son lo que son o aparentan ser lo que creemos que son? Una capa de irrealidad cubre los objetos, que mudan, dándonos otra cara. Una redada, los opresores se sienten oprimidos y matan. La muerte, como si espiase a través de unas cortinas ficticias tan reales. Te espera, sí, pero al otro lado.
ABURRIMIENTO ABURRIMIENTO Acaban de comer. Él pasea su mirada por la habitación. Su fláccida y pálida barriga asoma por los botonesAcaban mal abrochados pijama. mirapor porlalahabitación. ventana. Entre ellos, una mesabarriga camillaasoma con restos de de comer.del Él pasea suElla mirada Su fláccida y pálida por los comida. Al fondo, la televisión encendida. botones mal abrochados del pijama. Ella mira por la ventana. Entre ellos, una mesa camilla con restos de Ella sigue mirando a la calle. Su melena es bicolor; castaño oscuro y rubio platino. Su cara, sin comida. Al fondo, la televisión encendida. lavar, muestra la opacidad maquillaje males aplicado. labios extremadamente rojos, pintados Ella sigue mirando adelaun calle. Su melena bicolor;Unos castaño oscuro y rubio platino. Su cara, sin con unmuestra carmín la barato. Colillas impregnadas un cenicero de cristal. lavar, opacidad de un maquillaje de malbermellón aplicado.saliéndose Unos labiosdeextremadamente rojos, pintados Él se levanta deColillas la silla,impregnadas y, antes de sentarse en el saliéndose sofá, aparta revistas de viejas. Gotas de sudor con un carmín barato. de bermellón deunas un cenicero cristal. resbalanÉlen su calva, deslizándose por pelos grasientos de la nuca. Con la manga del pijama se quita el se levanta de la silla, y, antes de sentarse en el sofá, aparta unas revistas viejas. Gotas de sudor sudor y coge elcalva, mandodeslizándose de la tele, pasando degrasientos un canal ade otro. Mira hacia pared,del donde un se reloj resbalan en su por pelos la nuca. Con lalamanga pijama quita el redondo, de fondo blanco, números del color metal, está parado a las cuatro. Le sudor y coge el mando de lacuyas tele, manillas pasando yde un canalson a otro. Mira del hacia la pared, donde un reloj divierte imaginar funciona. los días se poneson frente a él antes de la está hora,parado y siente el minuto redondo, de fondoque blanco, cuyasTodos manillas y números del color del metal, a las cuatro. que Le transcurre desde las cuatro como el único real en su vida. divierte imaginar que funciona. Todos los días se pone frente a él antes de la hora, y siente el minuto que Ráfagas uncuatro aire cálido cortinas. Ella retira platos y cubiertos con el antebrazo, y transcurre desdedelas comomueven el únicolas real en su vida. saca delRáfagas bolsillo de de un la bata unas cartas desgastadas. Empieza su solitario. fija la vista enantebrazo, un ventilador aire cálido mueven las cortinas. Ella retira platos y Él cubiertos con el y que está en el suelo; aspas giran lentamente. saca del bolsillo de la las bata unasmetálicas cartas desgastadas. Empieza su solitario. Él fija la vista en un ventilador que está en el suelo; las aspas metálicas giran lentamente. El hombre le pregunta a la mujer por la llave. La mujer le contesta, con desgana, que la busque. El hombre hombre se levanta con y se acerca a la Le vuelve a preguntar la El le pregunta a lapereza mujer del porsofá la llave. La mujer lemujer. contesta, con desgana, que lapor busque. llave. Ella le dice que busque,con y lepereza canta:del «¿Dónde la llave matarile, rile, rile?». Él, «Si no me El hombre se levanta sofá y está se acerca a la mujer. Le vuelve a preguntar por dices la dónde está…». «¡Qué! ¡Qué vas a hacer! ¡Qué coño vas a hacer tú!». «Dime dónde está», dice él. Ella se llave. Ella le dice que busque, y le canta: «¿Dónde está la llave matarile, rile, rile?». Él, «Si no me dices ríe, lo insulta. vuelve a preguntar. «Busca, manos de él sobreestá», sus hombros. «¿Qué dónde está…». Él «¡Qué! ¡Qué vas a hacer! ¡Qué busca», coño vassea oye. hacerLas tú!». «Dime dónde dice él. Ella se pasa? a estrangular? ¡Anda aprieta! ¡Aprieta cobarde!». Unos dedos gordos agarran su ríe, lo¿Acaso insulta.me Él vas vuelve a preguntar. «Busca, busca», se oye. Las manos de él sobre sus hombros. «¿Qué cuello.¿Acaso «¿Me lo Las manos con fuerza. «¿Dónde está?». «Adivina», dice ella pasa? mevas vasa adecir?». estrangular? ¡Andapresionan aprieta! ¡Aprieta cobarde!». Unos dedos gordos agarran su con voz apagada. El hombre aprieta más fuerte. «¡Me lo vas a decir, hija de puta, me lo vas a decir!». cuello. «¿Me lo vas a decir?». Las manos presionan con fuerza. «¿Dónde está?». «Adivina», dice ella con El de la cae al suelo, se sienta el sofá.hija Imágenes enme la pantalla. Mira el reloj. vozcuerpo apagada. El mujer hombre aprieta másinerte. fuerte.Él«¡Me lo vasen a decir, de puta, lo vas a decir!». Espera aElque seande laslacuatro. cuerpo mujer cae al suelo, inerte. Él se sienta en el sofá. Imágenes en la pantalla. Mira el reloj. Espera a que sean las cuatro.
REDADA
Íbamos con palos a terminar con el ruido traidor. Vimos a un niño escondido detrás de los contenedores de basura, con un reloj pequeño en su mano. −Dame el reloj −le dije. −Es mío, yo lo encontré.
−Su mecanismo se ríe de ti, de todos nosotros. Hay que terminar con ellos, nos están contaminando con sus minutos, nos adormecen con sus cuartos, las horas nos ahogan. Créeme, tú eres pequeño y sabes menos de la vida, yo ya he pasado por muchas dictaduras de esferas y manillas que ahora estarán oxidadas. −¡Libertad, libertad! −gritaban los aliados−. ¡Abajo los relojes, muerte a los relojes, muerte al tiempo! ¡Relojes, harpías del tiempo! ¡Relojes, harpías del tiempo! Mis manos se acercaron al niño, hacia sus manos, luego subieron al cuello. El niño gritaba. Rodeé su cuello con suavidad. Gritos más profundos. Las manos se desligaron de la mente, y ya no sabía si presionaba o no. La voz débil de su garganta infantil me contestó. No la escuché, seguí, seguí, hasta oír un cuerpo contra el suelo. Cogí el reloj, lo tiré, lo pisé, oyendo mi grito: ¡Relojes, harpías del tiempo! ¡Relojes, harpías del tiempo!
LA ERRE ERRE
Un hombre hombre escribe. escribe. Una Una hora, hora, cuatro. cuatro. En En la la pantalla, pantalla, una una «r». «r». Sigue Sigue escribiendo. escribiendo. Las Las cinco, cinco, las las Un siete. En En la la pantalla, pantalla, una una «r». «r». Llega Llega la la noche. noche. El El cuello cuello le le duele, duele, los los músculos músculos de de los los hombros hombros tiran. tiran. siete. Necesita un descanso pero sigue escribiendo. Mañana, mediodía, noche. Sólo oye el ruido de sus dedos en en Necesita un descanso pero sigue escribiendo. Mañana, mediodía, noche. Sólo oye el ruido de sus dedos las teclas teclas de de plástico. plástico. «La «La historia historia fluye», fluye», piensa piensa yy sonríe. sonríe. En En la la pantalla, pantalla, una una «r». «r». La La mira, mira, desafiante. desafiante. las «Levantarme, huir». huir». Pero Pero el el hombre hombre sigue; sigue; sigue sigue escribiendo. escribiendo. «Levantarme,
RUIDOS NOCTURNOS
Me duermo. Los pensamientos flotando en una materia extraña, algo pegajosa, que va cerrando
posibles salidas a nuevas ideas. La madera de los muebles se estira, se oye la carcoma, el cemento entre baldosas se dilata, las cucarachas salen de los desagües, aplastan su cuerpo, metiéndose por debajo de las puertas. La televisión, que parece dormir, hace el ruido del descanso, respirando lo trabajado. Algún papel se abre, desperezándose. Las bombillas se liberan del calor acumulado. Y una gota cayendo, el grifo mal cerrado de la cocina, se une a otra del lavabo. El ruido metálico del fregadero, junto con una caída más suave, algo más acuosa. Cerámica del lavabo, acero de la pila, cerámica lavabo, acero pila. Me levanto. Cierro grifos. Al acostarme, los ruidos cesan, hasta que ese papel que parecía desperezarse ahora cruje, liberándose de esa forma que le he dado.
UNA UNA CAPA CAPA DE DE IRREALIDAD IRREALIDAD CUBRE CUBRE LOS LOS OBJETOS OBJETOS
Miro Miroun unescaparate. escaparate.Los Losobjetos objetosparecen parecendesnudarse, desnudarse,darme darmesusuverdadero verdaderorostro. rostro.Las Lasfotografías fotografías enmarcadas, enmarcadas, puñales puñales de de acero acero oxidado, oxidado, que que han han esperado esperado tanto tanto para para saborear saborear el el interior interior de de un un cuerpo; cuerpo; atravesar piel, venas, órganos cerrados, vísceras tan bien hechas. Cierro los ojos, para no ver los atravesar piel, venas, órganos cerrados, vísceras tan bien hechas. Cierro los ojos, para no ver los objetos objetos transformándose, ni sentir mis órganos intentando respirar bajo la mirada de esa hoja cierta. transformándose, ni sentir mis órganos intentando respirar bajo la mirada de esa hoja cierta. Huyo. Huyo. Ahora Ahora son son los los objetos objetos de de la la calle calle los los que que mudan, mudan, atenazándome. atenazándome. Se Se difuminan, difuminan, mezclándose mezclándose unos unos con con otros, otros, cambiando cambiando de de forma. forma. La La farola farola se se une une aa la la pared, pared, la la pared pared al al suelo, suelo, el el suelo suelo al al muro. muro. El El suelo se pega a mis zapatos, parece chicle. Tiro y tiro para despegarlo de mis suelas, pero no puedo. Y suelo se pega a mis zapatos, parece chicle. Tiro y tiro para despegarlo de mis suelas, pero no puedo. Y me me doy cuenta de que las paredes de la calle van entrando por los dedos de mis manos. Después el pelo, que doy cuenta de que las paredes de la calle van entrando por los dedos de mis manos. Después el pelo, que se se pega pega al al muro muro como como si si este este fuera fuera cepillo cepillo que que arrastrase arrastrase la la electricidad electricidad estática. estática. YY no no puedo puedo hacer hacer nada. nada. Nada Nada para para evitarlo. evitarlo. El El cemento cemento tira tira de de mí mí yy me me dejo dejo llevar. llevar. Ahora Ahora la la pared pared se se acerca acerca al al suelo, suelo, presiona; presiona; pared, pared, suelo, suelo, pared, pared, suelo, suelo, presionan presionan fuerte, fuerte, aplastándome. aplastándome.
SOMBRAS SOMBRAS
Camino. De De noche. noche. En En una una calle, calle, frente frente aa mí, mí, dos dos sombras. sombras. La La oscura, oscura, alta, alta, arrogante; arrogante; la clara, Camino. débil. Y yo, más sombra que ellas, detrás. Entonces pienso que deberían salir muchas sombras para la clara, débil. Y yo, más sombra que ellas, detrás. Entonces pienso que deberían salir muchas abarcar para todo abarcar lo que somos. sombras todo lo que somos. Meimagino imaginoque quealgunas algunasde deellas ellasvan vanmudando mudandocomo comolo lohacen hacenlas lasserpientes serpientescon consu supiel. piel. Veo que la Me sombra la inocencia de cambia color, de violeta claro a unoclaro más aoscuro, con matices, Veo que de la sombra de la cambia inocencia deun color, de un violeta uno más oscuro, concon sombras dentro de sombras. La de la inquietud, sonrojada. La del dolor se endurece; opaca, con menos aberturas. matices, con sombras dentro de sombras. La de la inquietud, sonrojada. La del dolor se La sombra opaca, del deseo, encogida, muda, añeja. Pero del haydeseo, momentos en que besa añeja. sin saber qué pasará, se endurece; con menos aberturas. La sombra encogida, muda, Pero hay embruteceen como sesaber aferraqué a un vínculo; de vida, aliento. momentos que antes, besa sin pasará, se soplo embrutece como antes, se aferra a un vínculo; soplo de vida, aliento.
LA FEROCIDAD DE UNA GOTA
Era una gota rápida, prematura. El ritmo, sofocado. Gota enfurecida que, tomando el papel de líder, se quejaba por la fugacidad de su vida. Pensé que si hubiera sido gota pausada, de ritmo lento, nadie la habría escuchado. Sin embargo, nadie parecía hacerle caso, nadie se acercaba allí y cerraba el grifo, aunque eso significase acabar con ella. Sólo yo había captado algo, al menos la había escuchado. Aunque no me acercase al grifo, vivía con intensidad el desarrollo de esa gota. Hubo un momento de exterminio. Luego, el espacio se ensanchó, para que no olvidase que ella seguía allí esperándome, cansada de repetirse, una y otra vez.
PARPADEA
Unos párpados que se abren y se cierran. Pequeños trozos de carne, piel escurridiza que se tensa y destensa. Si permanecen cerrados, desapareceré, desintegrándome en átomos diminutos. Lucho. Esos trozos de piel son mi única apertura. Si al bajar los párpados cierro los ojos, me introduciré en ellos y dejaré de existir. Al cerrarlos desapareceré, también los ojos. No quedará nada, sólo una mota de polvo; esencia de lo que fui. Esa mota se desvanecerá, mezclándose con el entorno. ¡Parpadea, parpadea!
TAN FRÁGIL COMO UNA HORMIGA SECA
La puerta de la habitación se abrió. «El desayuno», gritaron. Daniel, tumbado sobre la cama deshecha; sábanas y colcha en desorden. Se levantó con dolor de huesos y arrastró los pies hasta el comedor. Tenía el vaso de leche sobre la mesa. Una enfermera le dio las pastillas. Mientras se las tomaba, clavó los ojos en el hule azul claro. Recordó la primera vez que vio el mar; un niño frente a ese azul impenetrable. Por la noche, soñaba que su cuerpo y el de sus padres chocaban contra las rocas, despedazándose. La madre se quedaba con él hasta que se volvía a dormir; regustillo a melocotón entre las sábanas. En el desayuno ella le guiñaba el ojo, como si lo ocurrido durante la noche fuera su secreto. Por la tarde, la luz era tersa, acogedora. La madre le contaba historias en el porche. El aire, con olor a mar, impregnando su piel, y el cuento del gato con botas mientras lo acariciaba. «Mi señor el Marqués de Carabás», oía desde una distancia de treinta y cinco años. Tras el desayuno, iba a la consulta del psiquiatra. Era un hombre pequeño, serio, ordenado. Le pedía que recordase. Daniel lo miraba desde unos ojos grandes en una cara consumida. Le costaba articular palabra, como si algo en su interior se lo impidiese, una voz que le decía «no lo cuentes, si lo haces nunca saldrás de aquí». Aquella tarde salió al jardín. Se sentó en un banco de madera y fijó la vista en el suelo. Había hojas secas, piedras de distintos colores, unas grises, otras azules. Detrás de las hojas, distinguió una hilera de hormigas. En la fila, una de ellas arrastraba una hormiga muerta. Miró hacia la izquierda y vio el cadáver de otra. Lo cogió. La hormiga estaba seca y al tocarla se deshizo como si fuera polvo. Un olor extraño se apoderó de él; era una mezcla de aguas estancadas, árboles frutales y salitre. Olor que abrió una herida que supuraba. Recordó un domingo en el parque. Los padres le animaron a que jugase con chicos de su edad. Daniel se apoyó en un árbol, detrás de los columpios, y esperó a que el tiempo pasara. Unos minutos más tarde notó un picor. Miró al suelo y vio muchas hormigas. Algunas subían por las piernas; otras estaban en los zapatos. Gritó con fuerza. Una de ellas había llegado al brazo. Tres bolas negras a punto de reventar y unas patas de hilo. Se imaginó que las aplastaba, triturando su ligero caparazón; el jugo gris bajo las suelas. No se dio cuenta de que el padre estaba allí. «Están nerviosas porque has pisado el hormiguero», le dijo mientras le quitaba los insectos del cuerpo. «Acuérdate, ve con más cuidado, es su territorio y lo defienden». Después, le cogió la mano y caminaron juntos. Mientras Daniel se duchaba, las hormigas se adentraron en la retina. Esas figuras negras ahora corrían por los azulejos. Brotó de nuevo aquel olor extraño. Un olor que, aunque lo aborrecía, le cautivaba. Cerró los ojos con fuerza y escuchó caer el agua. Ese ruido lo llevó a la bañera de patas de la infancia. Le gustaba llenarla hasta arriba, con agua muy caliente; después llamaba a la madre para que le enjabonara el cuerpo o le frotase la espalda, pero ella, «ya eres mayor para que te bañe, tu padre está al llegar y no tengo la cena, termina pronto». Cuando ella se marchaba, cogía su esponja y la retorcía entre las manos hasta dejar trozos muy pequeños flotando en el agua. Aunque las horas se detuvieran, el tiempo pasaba rápido. Daniel fue al comedor y se sentó a la mesa. El blanco de la leche lo repugnó. Fijó la vista en el cristal de una de las ventanas. Las esquinas de abajo tenían vaho. La imagen de una noche muy fría. Nadie probó bocado. El padre gritaba a la madre. Ella intentaba calmarlo, pero él no quería escuchar. Se levantó bruscamente y dio un portazo al marcharse. «A la taberna», dijo la madre, «eso es, vete a la taberna», y salió de la cocina llorando. Pasaron minutos hasta que Daniel subió las escaleras. Se quedó junto a la puerta del dormitorio de los padres, y, tras su respiración entrecortada, oyó sollozos. Vio la figura de una mujer que en ese momento se le hacía pequeña, indefensa. Un cuerpo encogido sobre la cama. Se acercó, le acarició el pelo y le dijo «no te preocupes mamá, es un borracho». Ella se irguió mostrando un rostro severo. «¡Hablar así de tu
padre!». Él se quedó inmóvil. Cuando salió, no sentía el peso de los zapatos. Parecía un personaje de
ficción desdibujado. Entró en su cuarto y clavó los ojos en la fotografía que estaba frente al cabecero: la madre con un vestido de lino azul claro. Su estómago comenzó a girar y girar. «¿Por qué me haces esto?», le dijo. Notó pinchazos y olor a peces muertos; como si tuviera larvas de insectos en los intestinos y segregasen un líquido ácido. Los pinchazos eran agudos, su cuerpo se retorcía formando un ovillo. «¿Por qué me tratas así?», decía mientras se acunaba. Cuando los mordiscos de la tripa cesaron, se acercó a la ventana. Apoyó la cara en el cristal helado y sintió que su piel quemaba. «Las peleas eran cada vez más frecuentes», se escuchó decirle al psiquiatra, «él estaba menos en casa, y mi madre empezó a beber. No quería verme, como si mis ojos la delataran». ¿A quién llamaría?, pensó. Siempre que la madre hablaba por teléfono, sentada en el sofá del salón, él vigilaba receloso detrás de la puerta. ¡Cómo le dolía ese tono de voz tan falso, tan ingrato! Cuando salía, ella se inquietaba, ruborizándose como si la hubiera descubierto. «¡Déjame en paz! ¡Déjame!», y esas palabras, cuñas en el cerebro. «Algunas noches iban juntos a la taberna y volvían a casa borrachos», le dijo al psiquiatra. Él veía, desde la ventana del cuarto, como los padres se tambaleaban. Luego, las risas al subir las escaleras; latigazos en su piel desnuda. Al terminar la consulta fue a la habitación y cayó en la cama. El sueño lo abrazó. Ahora se
encuentra en un lugar árido. Está en el suelo, boca abajo. Arrastra un cuerpo roto. Las piedras rasgan su piel, pero no siente nada. Sigue adelante. Las vértebras dibujan el camino como anillos de gusano. «No te pares», le dice una voz débil, ahogada. Trozos de arena se incrustan entre las uñas. El polvo se mete en sus ojos; una capa fina los nubla. Sigue recto. Se adentra en unos arbustos. Avanza despacio. Los pantalones quedan enganchados en unas ramas. Tira de ellos con fuerza, pero no logra desprenderse. Impulsa el cuerpo hacia delante. «Inútil, es inútil». Huele a sudor y sangre. Las ramas lo oprimen. «Quiero salir», grita. Al abrir los ojos, dos enfermeras lo sujetaban. Notó un pinchazo dulce. Sala de televisión. Imágenes en la pantalla. Daniel miraba al techo. El sol se filtraba a través de la cortina. Como aquel día, pensó. Se vio tumbado en el sofá, apoyando la cabeza en las piernas de la madre. Notó la calidez de los muslos. Ella lo empujó irritada. Daniel se levantó con brusquedad. Subió las escaleras con gangrena en la boca y mordeduras en la tripa. Los insectos lo invadían. Sintió que las hormigas se apoderaban del hígado, recubriéndolo de una capa negra. Las chinches despedazaban los intestinos. Tarántulas venenosas sobre los pulmones. Le costaba respirar. Las patas de un ciempiés salían por la nariz. Supuraba los olores fétidos de la putrefacción. Llevaba tres días sin dormir. La cabeza le pesaba como si las distintas partes del cerebro fuesen de acero y no se comunicaran. Ansiaba el vacío, la nada. Las palabras «a levantarse, el desayuno» lo violentaron. No quería desayunar, pero le obligarían. Tardó en incorporarse; los músculos se aferraban a la cama, como si estuvieran atados al colchón con cuerdas transparentes. Se levantó a coger la ropa, que estaba encima de una silla, junto a la ventana. Miró tras el cristal. El jardín estaba sereno. Su vista empezó a nublarse. Se vio con catorce años en la cocina. No estaba solo. La madre, sentada en una silla, con la cabeza hacia delante, dormía. En el suelo, botellas vacías. Daniel la miraba con desprecio, con odio. Fue hacia la llave del gas, la abrió y cerró la puerta al salir. El golpe de la puerta se unió al silbido de alas de insectos. Se tapó la cabeza con los brazos, pero el ruido era cada vez más fuerte. Abejas y hormigas voladoras zumbaban en sus oídos. El crujido de alas se adentró en el tímpano hasta llegar al cerebro. Olía a pantano, melocotón y mar. Olor que hizo brotar esas olas que engullían unos cuerpos descuartizados. «No me dejes aquí, no me dejes aquí», gritó golpeando la puerta hasta caer al suelo. «Ese olor nos separó, mamá, ese olor nos separó».
UNA REVELACIÓN
Cuando entré en la galería, una sala pequeña, bastante oscura, había poca gente. El pintor no estaba. Sobre un taburete, folletos. Cogí uno. Me lo guardé, dirigiéndome al primer cuadro con el mismo recogimiento con el que se comulga. En cuanto Xaime llegó, viéndome frente a su «Costa da Morte», me dijo que lo había pintado en cabo Touriñán, el más occidental de la península ibérica, y no el de
Finisterre como se decía. Me acerqué al cuadro. Eran brochazos despreocupados que, cuando te alejabas, cobraban realidad. Me confesó el toque impresionista, y algo expresionista, que algunos críticos de arte habían visto en su obra. Yo sólo veía la fuerza, la rabia, de ese mar contra las rocas. Le pregunté sobre ello. Sin contestarme, siguió con los críticos. Miré el cuadro alejándome un poco a la izquierda. En segundos, atrapé el significado simbólico. Trascendía detrás de esa luz sobre la ola más cercana; la espuma tan blanca. Reflejaba la lucha de dos poderes. Aunque uno de ellos fuese desgastando, poco a poco, al otro, y pareciese el más fuerte, no lo era, porque roca y mar eran la misma cosa; el hombre luchando contra la sinrazón de su propia existencia. Xaime me contaba cuanto tardó en pintarlo, la vida tan dura del artista. La «náusea» nos acechaba, pensé, sin poder escapar, porque formábamos parte de ella; nosotros éramos la «náusea». Me acordé de Kafka, de ese pobre K. de El proceso, que éramos todos nosotros, buscando una explicación en un mundo inexplicable. Me vi formando parte de ese mar y esas rocas. Nada se podía hacer. El mar era la humanidad luchando contra un muro; su propia existencia. «Hay pocos genios», continuó, mientras yo me imaginaba a Van Gogh, saliendo de madrugada al campo, con sus lienzos volteados por el aire, y a Kafka, de regreso del trabajo, escribiendo en una mesa pequeña frente a una pared gris. Salí de allí con la sensación de que el descubrimiento de ese acantilado alegórico no podía revelarlo a nadie. Sería como destapar una olla exprés antes de que se enfriase. Sufriré por todos, me dije, sonriendo a San Manuel.
DETERIORO
Acabábamos Acabábamosde decenar. cenar.Hacía Hacíatiempo tiempoque quelolonotaba notabararo. raro.Lo Lomiré. miré.Observaba Observabalalatelevisión televisióncon con desidia, como si no le interesase pero necesitara esas imágenes ficticias. Bajé los ojos. Me fijé en una miga de pan que había en su plato. Al caer sobre el líquido de la lombarda se había hinchado. Junto a esta había otra; seca, más pequeña. Me pareció estar en un cuarto oscuro; revelaba una fotografía y la imagen iba apareciendo. Éramos nosotros. Él, el trozo pequeño, seco, había perdido esponjosidad y grosor. La hinchada yo, que parecía haberme nutrido con el agua violeta. Éramos dos migas de pan que se iban consumiendo, cada una a su manera. Cogí el plato y lo llevé a la cocina. Tiré las migas a la basura y encima las cáscaras de plátano, pero seguía viéndolas. Saqué restos de comida que puse sobre ellas. Al levantarme, él me miraba desde el marco de la puerta. Se iba a dormir. Sentada en el sofá imaginé cómo íbamos transformándonos. Ahora era yo la pequeña, la que había perdido esponjosidad y grosor, y él, el trozo hinchado, nutrido con el agua violeta. Luego, yo volvía a ser la hinchada, y él la reseca. Éramos dos migas de pan que se iban consumiendo, cada una a su manera.
MI BODEGA
Descolocadas, algunas rotas, el líquido derramado y seco; botellas de muerte y olvido. Otras, con moho por fuera, cerradas con tapón de corcho y plástico duro. Selladas, bien selladas, el vino picado desde hace tantos años. Unas, llenas de horas vacías, de palabra afónica, embrutecida. Algunas, las limpio, las coloco en el mejor sitio, donde nada las dañe, para quitarles el tapón y oler; oler creyendo que volveré a enamorarme. Botellas, cada una con su etiqueta, cambiada o superpuesta; la del amor por la del hastío, encima la del odio. Las del dolor, tristeza y rabia, tumbadas boca abajo. Muchas, sin tapones, abiertas, y el líquido mezclándose: pena, miedo, placer.
Me imagino que algunas de ellas van mudando como lo hacen las serpientes con su piel. Veo que la sombra de la inocencia cambia de color, de un violeta claro a uno más oscuro, con matices, con sombras dentro de sombras. La de la inquietud, sonrojada. La del dolor se endurece; opaca, con menos aberturas. La sombra del deseo, encogida, muda, añeja. Pero hay momentos en que besa sin saber qué pasará, se embrutece como antes, se aferra a un vínculo; soplo de vida, aliento.