alegrĂa
boris salinas ochoa
alegría introducción William Brayanes texto obras Carlos Quizhpe fotografía y diseño Javier Vázquez
el escultor de la ternura En este ambiente cada día más violento, perturbado y tenso, a todos nos asiste la obligación de impulsar campañas en pro de la ternura; de aquella que nos permita observar los detalles agradables que otros ya no tienen tiempo para mirar; o sentir ese cosquilleo mágico en el corazón, que otros ya no avanzan a percibir; o derramar un suspiro, verter una lágrima e izar una sonrisa; suspiro, lágrima y sonrisa que el género humano, en este frío bosque tecnológico lo dirige a cosas tan frívolas como triviales. Esa es la propuesta: no abandonar nuestra militancia en la ternura, esa ternura que extraviamos alguna vez al vestirnos de adultos, ternura que, por citar un ejemplo, recubre las esculturas del maestro Boris Salinas, artista que se ha mostrado experto en convertir la arcilla impura, en piezas que acarician el corazón. Así ocurre con “Alegría”, su nueva muestra, que no es otra cosa que un escenario donde asoman: Natalia, María Victoria y otras niñas más, quienes descalzas o en chulla sandalia, viajan desde el andén de su imaginación hacia universos desconocidos, para, con un trozo de cartón, una mascota, una caja de zapatos o unos peluches , protagonizar la libertad de sus sueños y ejercer su derecho a dos cosas: a ser felices con las cosas simples de la vida y a ser consideradas iguales al resto, como lo determinó nuestro Creador. Emotiva y sensibilizadora esta nueva colección de Boris, con mayor razón si ha sido pensada para gratificar el corazón de esos seres hermosos, hechos también de y para la ternura: las madres. No digo más por hoy. Que hablen las esculturas.
William Brayanes
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el carnaval Llegó el carnaval, qué alegría, ahora sí puedo mojar a mis amigos, a los vecinos del barrio; no importa si llueve, si hace calor o si hace frío; el Carnaval es para ser felices. Tengo muchas bombas que compré vendiendo periódico en el mercado, fundas llenas de harina, huevos. Está listo mi cargamento para jugar con mis amigos. Ya me imagino la cara que pondrá mamá cuando me vea toda mojada y tiritando de frío o con la cara llena de achiote y mi cabello blanco por la harina; yo sé va a lanzar el grito al cielo y me mandará a bañarme y yo iré gustosa, con una sonrisa a flor de piel brotando de mi cara. Llegó el Carnaval, voy a llenar de agua todas las bombas que pueda y al primero que pase por el frente de mi casa le daré un chapuzón refrescante y me esconderé a prisa para no ser descubierta. Qué lindo carnavalito, jugaremos llenos de emoción y habrá una batalla de huevos en los patios de mi escuela; la maestra agachará la cabeza, se cubrirá la cara con sus manos y hará maromas y contorsiones para no ser alcanzada por un huevo, pero al fin de cuentas saldrá estilando y refunfuñando porque le dañaron su cabello planchado. ¡Ay qué lindo el carnaval, la, la, la, la…!
1. La bomba 34 x 16 x 22 cm arcilla
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la profesora Luego de la siesta, María toma sus viejos juguetes, los coloca en un rincón de la casa y empieza a hilvanar historias con ellos. María tiene la edad de las mariposas, una sonrisa turquesa y su cabello recogido en hirsutas trenzas. Hoy se quedó en casa cuidando a sus hermanos, mientras su madre fue a vender periódico en las calles. María también tuvo que vender caramelos, lustrar zapatos, o hurgar entre la basura el cartón y las botellas de plástico, que le permita llevar a su casa unas cuantas monedas para mitigar de alguna manera la falta de pan. Algunas veces María encontró en la basura varios juguetes, como aquel oso de peluche destripado, la muñeca sin una mano a la cual bautizó como Romina o la jirafa con lentes llamada Pepita. María no sabe de cuentos de hadas por las noches, ni de canciones de cuna, ni de la mano cálida de su madre acariciando sus mejillas; pues las calles y la sociedad congelaron su corazón en un torbellino. La pequeña ya cumplió siete años, sus ojos vivaces reflejan una inconmensurable felicidad, pese a las adversidades que le toca vivir a diario, quien la mira encuentra en su sonrisa un aliciente a sus penas. Por las tardes reúne sus juguetes desaliñados y a sus pequeños hermanos en torno a ella, incluso un perro famélico que encontraron en la calle llamado “Roco” se echa dócilmente al lado de María. La dulce niña se pone unos lentes viejos sin lunas, abre un libro de fábulas y sentada sobre una caja de madera, enseña a leer a sus improvisados alumnos. De repente la cucaracha Martina fue vecina del gato con botas y Alicia ya no vivía en un país lleno de maravillas, pues le tocaba trabajar para ayudar a su angustiada madre. A ver Pepita repita conmigo las vocales le dice a la vieja jirafa de trapo y usted Carlitos, dígame los números del uno al diez, a la par que posa su mirada en su pequeño hermano de dos años, que aplaude mientras esboza una sonrisa de chocolate. A ver Roco dónde quedan las estrellas, le dice a su macilento perro…, luego de un silencio prolongado, replica con voz enérgica: tiene cero en la lección. Las estrellas quedan en el corazón, que es el cielo, afirma, mientras coloca las manos en su pecho.
2. La profe 42 x 21 x 26 cm arcilla / madera
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toyi jugando con chancletas Toyi, aprovecha el caluroso día. Toma una descolorida tina, la llena con agua, le coloca un poco de detergente para que haga bastante espuma y de repente ¡oh maravilla!, hay un montón de burbujas flotando en el aire. Toyi sonríe de la emoción y va en busca de sus zapatillas y un par de muñecas para darles un refrescante chapuzón. No tengan miedo, les dice quedito en el oído a sus muñecas, las arrulla, les da un beso en la frente y ¡chas!, las sumerge en el agua, una y varias veces más. Toyi chapotea sus pequeñas manos en la tina y el agua que salpica por el aire se convierte en arcoíris, y sopla llena de alegría las burbujas que explotan en el aire, como si la felicidad estuviera escondida dentro de ellas. La dulce niña, de piel canela y sonrisa de coco, escabulle sus manos, ahora sus pies dentro de la tina, sueña que es el mar que le contó mamá que existía: enorme como su corazón incólume. Toyi coge sus muñecas y las envuelve en un periódico de aquellos cuyas noticias uno prefiere olvidar y las seca sigilosamente; luego las coloca en sus zapatillas, quizás para que tomen el sol y se abriguen o para que duerman la siesta, luego de una suave canción de cuna.
3. Toyi jugando con chancletas 50 x 22 x 34 cm terracota
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el regalo Raphaella apenas y puede balbucear “papá”, con aquellas palabras de queso, con aquella sonrisa de almíbar y aquella mirada de maternal otoño. Me toma de la mano cual si fuese una nube que cuelga del arcoíris y remienda unos tímidos pasos en los escalones del cielo. Sus cabellos son crepúsculos, sus ojos dos gotas de café arábigo. Sus labios violetas púrpuras que despiertan y su sonrisa, una tímida golondrina que revolotea entre las margaritas. Raphaella tiene la alegría de su madre, sus ganas locas de vivir, sin ataduras, sin brújulas que limiten su horizonte y sin lágrimas que opaquen su lluvia. Su mamá la arrulla, la mima como una ola de mar a un delfín azul. Besa su frente, llora, se conmueve, como si en sus manos tuviera un riachuelo, sus alas de cristal, sus pupilas, su pan…su eternidad. Es gracioso verla caminar por todos los rincones de la casa sujetando una vieja caja de zapatos, donde guarda sus muñecas desaliñadas, sus fábulas, un perro lleno de remiendos, un par de zapatos olvidados, la canción del señor don gato que le canta en el desayuno su mamá…sus ilusiones. Y me toma de la mano, con sus topacios negros, que son sus ojos, me pide que me siente a su lado, me da la caja como si fuera un regalo y empiezo a hurgar en ella y a sacar un conejo rosa, los cabellos del sol, un hada madrina, la media de su mamá, una mariposa con lentes…y sonríe de forma graciosa y mi endeble corazón no resiste tanta ternura y me quiebro. Raphaella me abraza, balbucea papá y se aduerme en mis brazos. Los niños sueñan, los viejos cerramos los ojos y nos quedamos dormidos, ya no hay unicornios galopando en nuestros telares.
4. El regalo 25 x 18 x 28 cm terracota
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mirando las estrellas Desde que nacemos nuestra vida es una larga travesía. Parece que nuestros días estuvieran reflejados a través de un enorme y traslúcido cristal que se va opacando de a poco. Me imagino la sorpresa de un recién nacido al momento de nacer y ver por primera vez la luz del día y poco a poco deslumbrarse con la inmensidad del mundo. Su cristal es transparente, mira todo con lucidez y claridad, no hay maldad en su alma, pues el vaho de la corrupción no ha empeñado sus pupilas. Por eso los niños, hasta cierta edad, no conocen de temores, angustias, envidias o revanchismos; el cielo de ellos es aún azul y no hay fantasmas que perturben su conciencia. A medida que pasan los años y nos despojamos del sutil ropaje de la niñez, el cristal empieza poco a poco a enturbiarse, a opacarse por un velo gris que nos impide ver con claridad las cosas y a mutilar los detalles preciosos de la vida. El cristal ya no es traslúcido, pues tenemos que estar constantemente limpiándolo para que entre un poco de claridad. Sí, atrás dejamos la niñez, el camino se vuelve más intrincado y tropezamos constantemente. Edad de la juventud, de los excesos, de las angustias y de los temores; edad de la confusión, buscamos alcanzar la luna metiendo la mano en un charco sucio de agua. Nuestro cristal ya no es el mismo. Y llegamos a la edad adulta, el cristal está lleno de polvo y moho, la opacidad nos ha cegado por completo. El hastío carcome cada segundo de nuestra existencia y la rutina es un gran árbol seco en cualquier esquina. Los rayos de sol no llegan a nuestras pupilas ni la redondez de la luna impresiona nuestros sentidos, la monotonía es un línea curva que conduce nuestra vida. Vivimos llenos de fantasmas, de angustias, de temores; la soledad es la constante en nuestras horas. Y nos desesperamos por limpiar nuestro cristal, por quitar el polvo que contaminan nuestros momentos de alegría, por matar el moho que derruye nuestra vida, pero por más que limpiamos el vaho, el cristal sigue opaco. Esa es la diferencia entre un niño y un adulto: el cristal. Un niño es feliz con las cosas simples de la vida, mojarse bajo la lluvia es un deleite o perseguir mariposas es una aventura. Un niño se asombra al contemplar una cascada y levanta su cara al cielo para sentir la suave caricia del viento. Suma cada estrella con la curiosidad de encontrar a Dios en medio de ellas, lee con avidez la sonrisa de su madre, sabiendo que en ella encontrará siempre su consuelo.
5. Buscando ovnis 36 x 20 x 50 cm terracota
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¡oh silencio! ¡Shhh! es hora de dormir, les dice María Victoria a sus muñecas, mientras las acurruca en una vieja caja de zapatos que encontró en la calle una mañana, mientras jugaba a los astronautas. Les canta una canción de cuna, les besa en la frente y les advierte que el “coco” sale por las noches y que es hora de soñar. Una muñeca no tiene sueño, María Victoria la regaña y le susurra al oído que eso se debe a las muchas golosinas que comió. Luego la arrulla, la coloca en su regazo y le cuenta una historia que le escuchó a su padre sobre una niña que pintaba arcoíris, gaviotas azules y delfines surcando el cielo. A esa niña –prosigue María Victoria con una sonrisa- le gustaba hacer cometas de papel, jugar con el trompo, saltar la soga, ir a pescar los domingos, coger frutillas del huerto del vecino y hacer barquitos de papel para colocarlos en una pileta que había construido su papá en la casa. Hoy los niños son tan aburridos, sentenció. María Victoria, le acaricia el poco cabello que le queda a su muñeca de trapo, le canta la señora Santana, porque llora el niño…pero su muñeca sigue sin sueño; eso sin mencionar la leyenda de Cantuña que le contó varias veces. ¡Shhh! Mañana tienes clases y es hora de dormir, le replica a su muñeca muy disgustada y la coloca en la caja de zapatos junto a las demás, las cubre con una pequeña franela y apaga la luz de su cuarto en señal de triunfo.
6. Shhhh 21 x 26 x 20 cm terracota
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la lectora Se escabulle la famélica tarde entre los matorrales de la penumbra y tras su paso queda el olor rancio del olvido y un periódico que fue tildado de farsante. En el recodo de un viejo cuarto, apenas iluminado por un hato de luz (la nostalgia escapó de la telaraña), papá sigue moldeando sus recuerdos, cincelando la alegría, limpiando las asperezas de los fracasos, remendando los zapatos rotos. Amante de la naturaleza, papá suele guardar pájaros azules en su alforja, flores de papel arrancadas del arcoíris y un cuaderno, que calculo tiene los mismos años que él, por el color amarillento de sus hojas, en el cual retrata la vida de forma sencilla: llena de mariposas y niños jugando sin mirar el reloj. Cuando era niña papá me contaba muchas historias, debo ser sincera, no conocí de Blanca Nieves o Caperucita Roja en sus relatos; pero conocí a un niño que lustraba zapatos y vendía periódicos; un niño que aprendió a leer el alfabeto de la calle, luego hurgó en su corazón y descubrió que la felicidad no usas zapatos. Hasta ahora aquel niño sigue siendo mi personaje favorito. En Navidad nuestro mejor regalo era un periódico descolorido con el cual hacíamos infinidad de origamis. La infancia tiene alas de papel, no mide límites, pues no está contaminada por el smog del hastío, ni se ata a las materias que te enseñan en la escuela. Solíamos jugar con trozos de madera que se convertían en naves espaciales, en caracoles, en unicornios…o esperábamos ansiosos el mes de agosto para volar nuestras cometas, que no son sino remiendos de nuestra infancia. Papá me regaló un libro cuando era niña, todas las mañanas me tumbaba en mi cama y pasaba hoja tras hoja, una y cien veces más; no tenía letras, solo dibujos y era tan bonito, porque en él aprendí a leer.
7. Natalia 42 x 23 x 28 cm terracota / madera
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recolectando alas Hoy quiero volar, llegar al cielo, ser libre, soñar como sueñan las mariposas y caer leve como una gota de lluvia. Hoy quiero acariciar los flecos de las nubes, caer de bruces sobre el césped como una hoja en otoño; alcanzar la luna como un avión de papel que es lanzado por un tímido niño y en cuyas alas lleva escrito un deseo. Hoy decidí ser como un pájaro, de aquellos que vuelan sin mirar atrás, persiguiendo siempre el horizonte; sin límites ni miedos; sin pretextos ni razones, solo volar por el deleite de ser libre, despojándome de las horas que nos atan a un carrusel sin rumbo cierto y a moldes que nos vuelven presos. Hoy quiero tocarle la nariz a una ilusión, ver la silueta de mi sombra reflejada en los espejos cristalinos de un río, llegar a la cima más alta de una montaña y reír sin prisa, sintiendo al viento despeinar mis cabellos y a la inquietud hurgando en mi corazón. Quiero posarme en la rama más alta de un árbol, coger capulíes, manzanas y estrellas. Pero para poder volar tengo que terminar mis alas, con las plumas de todas las aves que encuentre en mi camino. Ya tengo las plumas de un gorrión, de un pato, de una gallina, de un loro, de un pavo…, pronto tendré mis alas y podré volar.
8. Recolectando alas 51 x 19 x 13 cm mixta
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alas de cartón Hoy quiero romper la monotonía de mis horas, sentir que salgo de la crisálida que me mantiene presa y jugar como el resto de los niños. No solo contemplar a lo lejos la euforia de los chiquillos que corretean tras una pelota o que juegan a la ronda del gato y del ratón. Hoy quiero tener mis propias alas, usarlas como resbaladeras y lanzarme desde la cúspide de la montaña; sentir que mi corazón late a prisa, sin miedo a la penumbra, al ocaso de los días, a caer. Hoy quiero volar, cantar, sentir mis pies tibios sobre el césped; escribir un cuento sobre las hojas de un triste sauce; perseguir a un caracol o hundir mi dedo en la casa de un escarabajo. Quiero ser libre, abrazar al viento y sujetar mis manos para siempre a su libertad; encontrar un trébol de cuatro pétalos y pedir un deseo. Mojar mi rostro con la lluvia mientras voy detrás de una mariquita, jugar a la rayuela, romper una piñata, hacer origamis, reinventarme. Tocar guitarra, hacer poemas…, con mis alas de cartón quiero ser la primera en llegar a Júpiter y pintar la luna de otro color. Quiero teñir con mis crayones a los peces, hacer una escultura de mis lágrimas y rondar en la vida, como los pájaros rondan en los techos, pero sigo sentada en esta silla, sin poder siquiera moverme.
9. Alas de cartón 25 x 25 x 36 cm terracota
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sobre el artista Boris Salinas Ochoa, con más de veinte años de continuo desarrollo artístico, ha participado en más de un centenar de exposiciones colectivas y una treintena de individuales en las principales ciudades del país de las que destacan Quito, Guayaquil, Cuenca, Ambato, Ibarra y Loja. Su trabajo se encuentra en colecciones públicas y privadas dentro y fuera del país. Gracias a su quehacer artístico ha obtenido diversos premios en las disciplinas de pintura, escultura, cerámica y diseño entre los que se encuentran el Premio al Mérito Artístico Eduardo Kingman Riofrío otorgado por el Ilustre Municipio de Loja (2000); igualmente el otorgado por el Honorable Consejo Provincial de Loja (2006); además de la condecoración Jóvenes Sobresalientes de Loja al Mérito Artístico conferido por la Fundación CAJE (2006). En paralelo a su carrera artística se dedica a la formación de niños, a la docencia universitaria y a la dirección de la Casa Cultural Ñaño Creadores, un espacio para el arte y la cultura en la ciudad de Loja. Sus últimas participaciones y su obra se la puede encontrar visitando: borissalinasochoa.jimdo.com
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Boris Salinas borisalinas@gmail.com borissalinasochoa.jimdo.com (07) 255 00 66
William Brayanes w.brayanes@gmail.com
Carlos Quizhpe carlos_quizhpesilva@yahoo.com
Javier Vรกzquez jvfoto1@gmail.com 09 83 649 161
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MUNICIPIO DE LOJA