El Hospicio de Plasencia en una época Extrema y Dura...
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181 años que un niño fue expuesto en la Ynclusa de Plasencia Tal día como hoy, hace 181 años un Domingo día 3 de enero de 1836 “a cosa de las 8 de la noche fue espuesto un niño envuelto en unos trapos” en la Inclusa de Plasencia de la provincia de Cáceres. “Al siguiente día le baptizó el Capellán Rector poniéndole el nombre de José Antero”. Ese niño era mi tatarabuelo José Antero Laguna.
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En el artículo de julio, coincidiendo con su 116 aniversario, del cual hoy recomiendo su lectura porque en dicho artículo explicaba como conseguí llegar a esa información, por un camino que me llevó de Huelva a A Coruña y de ahí a Cáceres. En ese artículo también expliqué adjunté íntegramente el documento más antiguo de la familia que data de esa fecha. También mencionaba a mi tatarabuelo José Antero, en el artículo de junio, que dediqué a su yerno, mi bisabuelo Juan Carbón Martínez en el 115 aniversario de su fallecimiento. En dicho artículo también descubría que mis tatarabuelos José y María y mi bisabuelo Juan fallecerían entre 1900 y 1901 en Huelva, dejando a mi bisabuela Pilar sola y con 4 hijos, el último Pepe que nacería al mes de fallecer su esposo. También expliqué que gracias a Manuel, su hermano que también vino de Galicia a Huelva con ella, fue uno de los principales apoyos que tuvo entonces a final de siglo XIX y principios del XX. Hoy añadiré alguna información de interés relativa a los hospicios y en concreto al de Plasencia.
Las inclusas, hospicios o casas de expósitos (que sale de la palabra expuestos) eran lugares de beneficencia, la mayoría fundados por la Iglesia en la Edad Media, donde se recibía, y criaba a los niños expósitos, "expuestos", es decir, abandonados y entregados a esas instituciones. En relación a este documento donde se detallaba el coste en reales por la lactancia que fue encargada a la ama de cría Francisca Vilar. Como se detallaba “le llevaron para lactar Juan Crespo y Francisca Vilar, vecinos del Cerezal, con la ropa de costumbre”. El cerezal es una alquería que está localizada en Las Hurdes, la zona montañosa de más frío de toda la provincia de Cáceres. En ella también se encuentran los tejos, especie de árbol muy escasa y que se considera una reliquia botánica por ser la mejor conservada de Extremadura. Es conocido como el pueblo de los ríos y los puentes, se juntan el río Malvellido y el río Hurdano y finalmente éstos se unen con el Arroyo “Arrocerezal” por lo que podemos encontrar numerosas zonas de baño.
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Respecto los costes (en reales) que pagaban a los vecinos de Cerezal, Juan y Francisca, empezaron en enero de 1836 y terminaron en agosto de 1839, es decir, hasta que el bebé tuvo 3 años y 8 meses. En total fueron 945 reales, distribuidos en 309, 236, 216 y 184 reales en los 4 años naturales. En el primer mes del año 1836, el mes de enero les fue pagado 1 real y 8 maravedíes (34 maravedíes equivalían a un real español). Por cierto año bisiesto, aunque esos 29 días de febrero no influyesen en el coste mensual que fue el mismo que en los otros meses: 28 reales. Por tanto, en el cálculo de pago por lactancia en el mes de enero que aparece 28 reales y 8 maravedís no es correcto. Dos razones: una que en el concepto aparece “pagué el resto de enero”, imagino que fue porque a mi tatarabuelo se lo llevarían a lactar sin estar el mes de enero completo. La segunda razón es que al sumar todos los costes del año 1836, me salen a 28 reales x 12 que dan un total de 336 reales, cuando el total que suma según el estadillo es de 309 reales con 8 maravedíes. Por tanto, el mes de enero fue exactamente: 309 – (28 x 11) = 1 real más los 8 maravedíes mencionados.
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Está claro que mi tatarabuelo en el mes de enero le darían de lactar en la Inclusa hasta que se lo llevaron al Cerezal pero ese único real por el mes de enero matemáticamente es el que sale de las cuentas, pero también es cierto que habría algún tipo de “descuento a cuenta de” aunque desconozco el motivo. En cuanto al resto de años, por algún otro motivo que desconozco (aunque imagino por la bajada de precios por la decadente economía de entonces debido a las primeras guerras carlistas que durarían desde 1833 hasta 1840), la cuota mensual pasó a ser de 28 a 18 reales a partir de marzo de 1837 hasta el último mes de agosto de 1839 que fue de 58 reales, que tampoco sé el motivo, aunque todo apunta a una especie de finiquito de lactancia.
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Como ya expliqué en el artículo de julio, la mayoría de las amas de cría de la comarca hurdana, el niño que era prohijado lo era con el único motivo de explotarle. Eso sucedería después que
saliese de la Inclusa para su prohijamiento (o adopción) y había casos que estas amas de cría después de terminar la lactancia, se los quedaban por ello. En este caso no fue así, como también expliqué entonces, ya que como se observa en la esquina inferior derecha, una vez terminó el período de lactancia (hasta los 3 años y 8 meses), siguió ese prohijamiento pero duró sólo hasta el 19 de septiembre de 1843…”entregaron los Amos este niño y quedó en el establecimiento” (en la Inclusa).
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Por norma general, las nodrizas solían dar el pecho hasta los 3 años de edad. Asimismo los niños lactantes, aprendían los rudimentos del lenguaje, costumbres, religión, etc. de las nodrizas. Por ese motivo, mi tatarabuelo consideraría a su “madre biológica” a Francisca Vilar, aunque está claro que fue una forma de ganarse un dinerillo, seguramente también habría algún tipo de unión que iba más allá de esos reales por lactancia y que duró hasta los 7 años y 9 meses. Más tarde su madre adoptiva Petra sería la que siempre llevase como su madre hasta que falleció en 1900 a la edad de 64 años. Por cierto, después de descubrir que mi tatarabuelo nació el 3 de enero de 1836, también descubrimos que el certificado de defunción estaba erróneo en la edad, ya que constaba que tenía 55 años, por tanto que había nacido en 1845.
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Volviendo al tema de la lactancia, como ya expliqué en el artículo de julio, pero quiero hacer hincapié: La lactancia era provisional hasta que se les proporcionaba un “ama” de la propia ciudad placentina, o de algunos de los pueblos de alrededor, destacando prioritariamente los núcleos de las comarcas de Sierra de Gata y las Hurdes. Las familias responsables de su crianza recibían un escaso sueldo mensual hasta que los infantes alcanzaban los seis años, momento en que, caso de no ser adoptados (prohijados), retornaban a la casa matriz de Plasencia, y formaban
parte de la “Casa de Misericordia”, donde recibían una educación, aprendían un oficio y “tomaban estado”, es decir, se casaban, ingresaban en algún convento, etc. Si además cuando volvió en septiembre con 7 años y 9 meses a la Inclusa, está claro que fue la única madre que conoció en esa infancia. Tampoco sabemos los motivos por los que Francisca Vilar y Juan Crespo no se quedaron con mi tatarabuelo, aunque fuese para trabajar en el campo pero sí imaginamos lo duro y triste que sería ese regreso a la Inclusa. Según consta en el estudio Hacia una historia de la casa cuna y el hospicio de Plasencia, del cual extraigo un extracto: En las Actas de Sesiones del Ayuntamiento de Plasencia podía leerse en febrero de 1839: “Habiéndose presentado anteayer (ante el Administrador del Real Hospicio y Casa Cuna de Plasencia) los Amos que tienen a su cuidado los niños expósitos en los pueblos de las Hurdes, con el objeto de cobrar el todo o parte de los cinco meses que se les están debiendo (…) y debido a que se carecía de fondos para socorrerles, se les manifestó cariñosamente tuviesen un poco de paciencia, que dentro de poco se les pagaría. Pero estos hombres infelices respondieron pública y unánimemente que estaban hartos de promesas y que los meses de su deuda se multiplicaban; que tan luego como llegaran a sus casas darían orden a sus mujeres para que ningún alimento se les franquease pues no tenían para ellos… Al oír este escándalo y no queriendo que los niños fuesen víctimas en aquellos pueblos miserables, les supliqué me los trajesen para entregarlos a la caridad, pero aquellos hombres llenos de ira contestaron categórica y unánimemente, que sólo eso les faltaba: cargar a cuestas con los niños, andar 28 leguas de ida y vuelta, perdiendo de sus casas y sin estipendio alguno; que únicamente lo que harían sería remitir con el correo la ropa de los niños luego que fuese víctimas de la miseria. Esto ha pasado (decía el Administrador al Ayuntamiento y la Junta de Beneficencia) y en descargo de su conciencia lo ponía en consideración de V. S. S. para que lo elevaron donde correspondiera. Las cifras muestran que durante el siglo XIX casi las dos terceras partes de los niños, morían al año, como promedio La Guerra de la Independencia, con los quebrantos producidos por las doce entradas de los franceses en la ciudad; las frecuentes epidemias de fiebres tercianas (especialmente la de 1804); la presencia del cólera en 1834. Y sobre todo la primera guerra carlista entre 1833 y 1840 hicieron una mella considerable como lo hizo siempre las guerras civiles en este país.
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Sorprende que la cifra de niños fallecidos aumente en los años treinta. Y es la crisis por la que pasaba la institución era de tal calibre que se pidió permiso al rey Fernando VII para poder habilitar arbitrios con los que sufragar los gastos de un edificio que estaba preparado para acoger a unos cuarenta expósitos, pero que en realidad albergaba a más de cien. No puede sorprender, por tanto, que en 1838 entraran 102 y que fallecieran 95. Y es que las malas condiciones en las que llegaban los niños, la falta de amas de cría, y las penurias económicas directas (causa del retraimiento de las lactantes y prohijamientos), motivaban esas cifras.
Los ingresos se producían, mayoritariamente, durante los meses invernales de enero a marzo, fruto de las concepciones primaverales-estivales; y estarían relacionadas con el paso del año agrícola, y por lo tanto, con razones laborales y alimenticias. Un máximo secundario se daba en septiembre-octubre (concebidos entre diciembre-enero); mientras que el mínimo se daba en el verano, cuando los placentinos, mayoritariamente jornaleros, tenían salario para poder mantener a los hijos. Las defunciones, por su parte, se localizan en los meses estivales, siendo agosto el mes más luctuoso, seguido de julio y septiembre. El verano actuaba en los organismos de los niños de manera letal: la carencia de una alimentación adecuada, la falta de una correcta higiene y atención personal, provocaban la elevada mortandad a causa de enfermedades del aparato digestivo (colitis, enteritis, gastralgia, enteralgia, etc.). Sin olvidar las frecuentes y numerosas enfermedades epidémicas, como la viruela, el sarampión y los diferentes tipos de fiebres, cuya difusión se explicaba por el hacinamiento. En el caso de mi tatarabuelo y por el año en el que fue, pudiera ser incluso que fuese por culpa de la primera guerra carlista, que muchos "cabezas de familia" tuvieron que luchar en uno de los dos bandos Isabelinos o Carlistas y como pasa siempre con las guerras civiles, casi nunca se elige bando y casi siempre se lucha sin querer ir a la guerra. A lo que habría que sumar la forma de la exposición, pues a menudo los niños eran abandonados en plena noche o al amanecer en la puerta de alguna iglesia, en un saco colgado de un clavo o sentados en las escaleras de alguna mansión, a la espera de ser descubiertos por la mañana, o bien como consecuencia de su llanto. Y esto, tanto en la ciudad, como en los múltiples pueblos de los que procedían."
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En definitiva, las amas de cría se quejaban de la falta de pagos y en esos años de mucha penuria y calamidades era un pez que se mordía la cola, ya que la alta mortalidad infantil era también el resultado del hambre que pasaban también éstas al no poderles dar leche en cantidad y calidad necesaria para la crianza. Aunque bien es cierto que las Inclusas eran los lugares que “profesionalizaron” a estas “amas de leche” y en ello también la Iglesia Católica influyó mediante el sistema de tornos en estos edificios, para garantizar el anonimato de los hijos no deseados o aquellos que por necesidad,
tuvieran que ser abandonados a cualquier hora y que siempre hubiera alguien detrás de esa puerta. Para que el abandono de los niños fuese de forma anónima, los establecimientos disponían de pequeños tornos abiertos a la calle. Había una persona destinada para recibir los expósitos, que no debía moverse de la habitación inmediata al torno y acudía prontamente al sonido de la campanilla u otra señal para recoger la criatura. Además para garantizar este anonimato, no se hacían preguntas sobre la identidad de los padres.
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Una vez expuesto el niño, la persona encargada de la recepción, anotaba la hora en que se recibía, en este caso fue las 20 h de la noche y seguidamente lo llevaba a la sala destinada para los bautizos. Una vez allí, lo limpiaban y lo envolvían con ropas limpias y lo colocaban en la cuna correspondiente. Les ponían un collar identificativo en el que se indicaba el año de su llegada a la Inclusa y normalmente se les daba el apellido Expósito, aunque en 1836, al menos a mi tatarabuelo, le fue dado Antero (no sabemos el motivo como así expliqué en el artículo de julio, también podría ser por alguna nota identificativa, aunque tampoco aparece en el documento explicando dicho detalle). La demanda entonces de las Amas de Leche era muy alta, aunque los pagos que ofrecían las instituciones eran escasos. Había quienes se trasladaban como internas a dichas instituciones si residían lejos y no tenían familia y estaban quienes lo hacían a las horas de amamantar por ser madres de familia y a éstas últimas se les denominaba “amamantaderas”. En el caso que nos ocupa, se lo llevaron de Plasencia al Cerezal, desde enero de 1836 hasta septiembre de 1843. Era un “mercado laboral”, una actividad económica que como siempre ha sido en la historia de la humanidad, beneficiaba a los más ricos que se aprovechaban de los más pobres, al disponer de un niño al que poder educar y criar. En el siglo XIX fue un sector en alza y las clases altas con la complicidad de las instituciones de beneficencia, instituciones protectoras y hospitalarias. Justamente volviendo al “pez que se muerde la cola”, la alta mortalidad infantil hacía también que estas mismas madres que perdían a sus primeros hijos siendo muy jóvenes, hizo que se desplazaran de sus alquerías o aldeas, como seguramente ésta misma ama de cría llamada Francisca Vilar a las ciudades como Cáceres, para ejercer de nodriza en casas de ricos o en el caso que nos ocupa, acogiendo un niño de la Inclusa de Plasencia. Había tanta hambre que la picaresca también hizo que se llegara a denunciar que algunas nodrizas “estafaron” a las instituciones de beneficencia al abandonar en el torno a sus propios hijos para después amamantarlos y cobrar por hacerlo. Algo que moralmente podría estar justificado frente al “negocio” que hacían estas mismas instituciones.
Una vez que la mortalidad infantil en estos hospicios fue imparable, los establecimientos llegaron a plantearse la opción de comprar leche para suministrarla después, cuando por fin las condiciones para mantenerla en buenas condiciones se hizo posible. Así aparecieron las Gotas de Leche, instituciones que jugaron un papel importante en remediar la desnutrición infantil a principios del siglo XX. Una duda que me asalta es respecto sus padres adoptivos y la única pista que tenemos aparece en el certificado de defunción de mi tatarabuelo del domingo 15 de julio de 1900, cuando falleció el día anterior sábado día 14. En dicho documento aparecen los nombres de Petra y José.
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Según el vecino de mi tatarabuelo Tomás Ruíz Díaz (que fue quien compareció y que sólo dio los nombres de pila), en el certificado constan como naturales de Cáceres y difuntos y que no se conocen sus segundos apellidos. Como si el apellido Antero y Laguna fuesen de ellos, cuando al menos Antero, sabemos que no lo es, porque fue el apellido con el que fue bautizado el lunes día 4 de enero de 1836 al día siguiente de ser expuesto en el Hospicio. Respecto al segundo apellido Laguna, hay otra teoría que ahora explicaré. Poco antes de publicar el artículo de julio en el que explicaba el origen del nacimiento de mi tatarabuelo, intenté conseguir más información de las personas que se lo llevaron a lactar, Juan Crespo y Francisca Vilar y contacté de nuevo con la Diputación Provincial de Cáceres. En la siguiente foto se puede observar la belleza del entorno del edificio de la Diputación provincial de Cáceres.
fuente imagen: google maps
La nueva respuesta de la Técnica del Archivo – Biblioteca que anteriormente en el mes de mayo, me había conseguido el documento histórico que con tanto orgullo me hace sentir, fue la siguiente: "Buenos días, Juan Crespo y Francisca Vilar son las personas que se lo llevaron para lactar, la nodriza a la que pagaban según la contabilidad registrada, con respecto al prohijamiento no tenemos expediente del mismo, solo la nota a pie. Hemos revisados la documentación de prohijamientos y lo que se conserva es posterior a estos años. Sentimos no poder ampliar la información."
También anteriormente había contactado con la Oficina de Turismo de Plasencia y éstos me remitieron a Isidro, el técnico del Archivo del Ayuntamiento de Plasencia.
Tenía que seguir atando cabos sueltos y así el día 12 de julio, dos días antes de escribir mi artículo de julio, pregunté por el edificio histórico de la Inclusa que fuera ese del año 1836 y también por el padrón de esos años entre 1836 y 1876 máximo ya que fue la fecha de su matrimonio en A Coruña con mi tatarabuela, fecha clave de todo esta investigación del hospicio. La respuesta fue me la dieron el día del cumpleaños de mi hijo, el 20 de julio, 6 días de publicar mi artículo: “En relación a la información sobre su tatarabuelo, José Antero Laguna, no se ha podido recabar ningún dato ya que de existir deben de custodiarse en el Archivo-Biblioteca de la Diputación de Cáceres, al pasar a depender de ella el Hospicio placentino. Al crearse esta institución a finales del S. XVIII dependía del Obispado, y a partir de 1833 de la Junta de Caridad (formada por el Obispado y el Ayuntamiento), cesando esta por disposiciones de 1836 (Real Orden de 12 de abril de ese año), creándose la Juntas de Beneficencia dependientes de las diputaciones provinciales y de los gobernadores civiles (aunque estos ya habían controlado a las juntas de caridad). Hemos consultado las actas de la Junta de Caridad de Plasencia de 1836 y no mencionan a su familiar; así mismo la correspondencia y los padrones de habitantes de ese periodo con resultado negativo, aunque estos son más bien parcos en información ya que no suelen inscribir a los hospicianos, solo en el de 1870 vienen relacionados pero no consta su familiar (ya era mayor aunque si hay algunas mujeres mayores de 30 años apuntadas). Por otro lado creo que su tatarabuelo al ser dado a lactar a esa familia de Cerezal pudiera estar inscrito en los padrones municipales de ese pueblo. En cuanto al edificio histórico del antiguo Hospicio actualmente es la sede de la UNED y de la Escuela de Idiomas. Este inmueble fue construido en la segunda mitad del S. XVI para Colegio de Jesuitas hasta su expulsión en 1767. Posteriormente fue cedido por la Corona al Obispado placentino para establecer en él la institución del Hospicio, después (años 20 del siglo XX) se ubicó la Casa de Salud Provincial (el Manicomio), hasta que esta se trasladó a las afueras de la ciudad, destinándose dicho edificio en la actualidad, como ya le he dicho antes, a tareas docentes. Esperando sea de su interés esta información, se despide atentamente, Esther S. (Archivo Municipal de Plasencia) P. D. En la correspondencia del Gobierno Civil de la Provincia de Cáceres de febrero a abril de 1836 aparece la firma de “Fernando de la Laguna”, no sé si era en ese momento el gobernador o jefe político pero tal vez le apellidaron Laguna por ese alto cargo provincial…” Como se puede observar, la respuesta tan extensa que tan amablemente me detalló la técnica Esther, es de mucho agradecer.
He averiguado que Fernando de la Laguna Cañedo fue el Gobernador-Presidente de la Diputación y también la máxima autoridad de Extremadura entre octubre de 1835 y febrero de 1836. He de decir que como el artículo lo publiqué antes de recibir esta información, en lo referido al edificio histórico, acerté y efectivamente la Inclusa es la actual sede de la UNED y de la Escuela de Idiomas. Aunque en el anterior párrafo, añade también información de los diferentes usos que tuvo este edificio, que yo también expliqué en el artículo antes de recibir esta información, aunque no tan detallada como ahora público.
fuente imagen: http://www2.uned.es/ca-plasencia/El%20Centro/Nuestra%20historia.htm
Por otro lado, otra información que aunque fue negativa por no encontrar datos de mi tatarabuelo sí que me abrieron otra vía de investigación, cuando me explican que busque en los padrones municipales, no de Plasencia sino del pueblo de Cerezal. Y otro dato referido al segundo apellido Laguna, es el que aparece en la posdata del escrito y que pudiera ser la pista que hiciera mención a ese gobernador que era la máxima autoridad de esa provincia, Fernando de Laguna. Volviendo a sus padres adoptivos José y Petra, si estaba claro que Antero no era el apellido de José porque ya lo tuvo el día que bautizaron a mi tatarabuelo el 4 de enero de 1836, por ese mismo motivo, el apellido Laguna, por lógica, tampoco tenía que ser de Petra. Por último, después de esta tercera vía de investigación que fue el Ayuntamiento de Plasencia (primero Oficina Turismo Plasencia, segundo Diputación provincial de Cáceres), pasé a contactar con el Ayuntamiento de Nuñomoral, que es el municipio al que pertenece la alquería del Cerezal, entre ocho alquerías que lo forman. Contacté con Angelita que a su vez, me pasó con el técnico Jesús y la verdad, alimenté muchas esperanzas de poder encontrar en esos 7 años entre 1836 y 1843, padrones municipales en el que pudiese encontrar esa casa donde vivieran Francisca Vilar, Juan Crespo y mi tatarabuelo José Antero y seguramente algún hijo de los primeros. La respuesta fue la siguiente: “En relación a su petición de información sobre su antepasado D. José Antero Laguna, le informo que lamentablemente no podemos darle la información que nos pide, ya que en este registro civil solo disponemos de información desde 1871 en adelante. Incluso en el caso de que hubiera nacido aquí no tendríamos información de él.”
Y hasta aquí han sido mis vías de investigación que en mayor o menor medida hemos podido reconducir. Siempre intento ver la botella medio llena y hoy sabemos más que ayer de mi tatarabuelo José Antero Laguna, que cuando la primera vez que vi su nombre, fue en el certificado de nacimiento de mi abuelo Juan Carbón Antero, hijo de Pilar Antero Teira.
Respecto al apellido Laguna, en dicho certificado no se podía apreciar por la calidad de la escritura. Por fortuna, tras otros documentos hemos podido saber que era Laguna y no Laguina u otras hipótesis que entonces al principio de mis primeras investigaciones barajaba. Por ello que mejor final para este artículo que una imagen del Cerezal y sus numerosos recursos naturales, para poderlo honrar hoy como se merece, por haberse ido a Galicia y casarse con mi tatarabuela María Antonia Teira Moledo y después a Huelva con mi bisabuela Pilar, por haber sacado adelante a sus 8 hijos (Manuel, Francisco, Fernando, José, Juan, Dolores, Casilda y Pilar) y por haberse labrado un futuro de aquel lejano y frío domingo del 3 de enero de 1836 hace 181 años.
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