La calle, ese lugar donde jugábamos...
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Con motivo de mi participación en el concurso Jocs de Rua que organiza el Servei de Català de Mollet del Consorci de Normalització Lingüística, en el que se pedía un relato explicando un juego de nuestra infancia y sus normas de funcionamiento, eso sí, todo con un mínimo de 340 palabras. Ese era mi mayor reto y lo conseguí aunque no con muchísimo esfuerzo. Que mejor imagen que empezar con el juego de la Pídola, como símbolo de los juegos de calle, que consiste en saltar e ir avanzando, como en la vida que avanzamos de niño en las diferentes etapas y esos juegos van cambiando en el gran juego de la vida. Paradójicamente, esta escultura que está en Badalona, ha ido cambiando multitud de veces de ubicación, como si también se fuera moviendo con vida propia a cada salto, a cada etapa de esta gran ciudad que me vio crecer y del cual guardo los mejores recuerdos de mi infancia y adolescencia. Lógicamente, estaba claro que con esta participación, me dio la idea de publicar también un artículo, el de los recuerdos familiares, el de mi infancia y como no, el de mis juegos del cual muchos de los que me lean, se sentirán identificados y otros que no pero que espero que igualmente les divierta, porque hoy mi intención es escribir, no sólo de un poco de historia sino también un artículo divertido. Eso sí, no serán 340 palabras, ya aviso. Como bien especificaba este concurso de Jocs de Rua, el juego que teníamos que explicar, sobretodo que fuese un juego que hubiera marcado nuestro crecimiento y también, cómo no, nuestra personalidad. Estaba claro que entre todos los juegos a los que jugué en la calle, por encima de todos, la madre de todos los juegos, el primero que me vino a la mente, no había duda ninguna: el fútbol.
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Supongo que no podía ser de otra forma, hijo de un onubense, lugar de donde se fundó el Decano del futbol en España, el Recre y del cual algún día le dedicaré su merecido artículo. Comenzaré diciendo que aunque el fútbol siempre estuvo presente en mi infancia, adolescencia e incluso en mi etapa ya adulta, yo como cualquier niño que nació hace ya casi medio siglo, en unos tiempos en el que jugar era algo que se hacía mucho en la calle, porque la realidad era otra muy diferente a la de ahora, por ejemplo que apenas circulaban coches. De hecho, la mayoría de juegos a los que jugaban mis hermanos y yo, tenían una característica en común y era que se jugaban en la calle. Esa calle donde jugábamos con Antoñito, Angelito y nuestro principal amigo y vecino del piso del tercero, Jose. Y otros muchos que no recuerdo sus nombres. Antes de entrar en materia del juego principal al que dediqué más horas de mi “tiempo de calle”, no puedo dejar de mencionar los muchos otros juegos que también disfrutaba con hermanos y amigos. - La “baldufa” (peonza), aunque es un catalanismo, nosotros la llamábamos así. Recuerdo entonces que las tuneábamos con chinchetas en el perímetro de su cuerpo para que al girar, se creara el efecto luminoso que le daba un toque “chic”. Le quitábamos también la capucha roja que había en la parte superior, en un intento más de complicar cada vez más el giro al descompensar el cuerpo de la baldufa para jugar con nivel pro en las partidas. Aunque también las pintábamos con rotulador y ahí cada uno aportaba su toque personal y como siempre, reflejaban la personalidad de cada uno.
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También sustituíamos la punta de la baldufa por clavos muy largos, de manera que era un arte hacerla “bailar”, ya que quien ha tirado una de ellas, sabrá que si la punta es de mayor longitud que el cuerpo de la baldufa es complicado hacerla girar (equilibrio inestable), pero si se consigue, es de tal belleza comparable a ver bailar a una bailarina de ballet.
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A raíz de este asunto de cambiar la punta “normal”, redondeada incluso, que viene por defecto en las baldufas, he de explicar que los clavos largos de punta sustitutivos, que no todo el mundo ponía, sólo los que sabíamos y teníamos facilidad para hacerla girar también tenía otra función aparte de la estética al ver girar una “cabeza” más pequeña que unos “pies” en una proporción 1 a 3, sino también en romper otras baldufas rivales, como si de pelea de gallos se tratase.
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Y la anécdota que viene a cuento, siendo una historia verídica, es que en el juego de la baldufa, donde se hace un circulo en el suelo y el que tiene que tirar, debe sacar las peonzas del círculo, en el patio del cole una vez jugando, estando los jugadores alrededor del círculo, una de las baldufas con clavo, que lanzó un rival, rebotó en una de las que estaban dentro del círculo, con tan mala fortuna que rebotó y fue a parar a mi cuello, la baldufa con punta, causándome una herida que aunque no profunda ni grave, sí lo suficiente como para que a partir de ese mismo día, se prohibiesen las partidas en horario de patio de baldufas. Incluso las de baldufa sin tunear. Lógicamente fuera del cole, continuaron estas partidas, aunque ahora cada vez que alguien usaba una baldufa de las peligrosas, todos nos retirábamos un poco más atrás. - Los cromos, de todas las colecciones posibles (de series de tv, de películas, de dibujos animados, de animales, de países, de geografía e historia, de aviones, de actores y cantantes, etc.), pero sobretodo, de fútbol, el tema que se repite en mi infancia.
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En esas colecciones de cromos, estaba la enorme suerte de tener a mi padre y el oficio en el que trabajaba: impresor. Desarrolló casi toda su vida en los talleres de Poblenou del periódico La Vanguardia, pero antes estuvo trabajando en varias imprentas y en ellas, se editaban todo tipo de revistas y también de álbumes, incluyendo como no, también los cómics o novelas gráficas que antes se denominaban tebeos. Algún día le dedicaré en un artículo, la vida profesional de mi padre, impresor desde que empezó el oficio en su Huelva natal. De hecho, ya hablé en el artículo de abril, de esta enorme suerte de poder leer a edad bien temprana, gracias a los diarios deportivos y tebeos que nos traía mi padre. - La lima o el clavo, donde los jugadores deben ser más de uno. Consiste en tirar una lima a la tierra húmeda, intentando que se quede clavada. Otro participante intentará tirar otra a la tierra para intentar derribar la de sus rivales y así sucesivamente. Además había una tabla dibujada con diferentes puntuaciones, algo así como una diana pero en el suelo y que te hacía avanzar de casilla en casilla, como en el juego de la xarranca. Una mezcla de ambos juegos pero con un “arma arrojadiza y peligrosa” y en el “barro”. El ganador era el que más puntuación conseguía y que su lima permaneciera en pie. Un juego de puntería y de estrategia, no exento de peligro. - Las canicas. Se hacía un hoyo en la tierra, llamado guá, en el que después de meter tu propia bola, el objetivo era apoderarte de todas las bolas de tus rivales, golpeándolas sin parar y siempre llevándolas dentro del guá. Hay muchas variantes pero recuerdo que más de una vez, haber llegado a casa con una bolsa llena de canicas y alguna vez también haber vuelto con sólo una y porque el ganador te la daba por lástima, normalmente la que menos valía.
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Había de varios tipos, las de arcilla eran las más malas. Luego estaban las de piedra, después las de cristal de colores y por último las metálicas. Estaba claro que cuanto más dura eran mucho mejor, porque tenían más “potencia”. Incluso recuerdo unas bolas enormes metálicas que tenían un precio de mercado en las partidas muy superior y que eran como verdaderos tanques que no había forma de llevársela al gúa y cuando se conseguía, fuera quien fuese, todos aplaudíamos como jugada maestra. - el burro o churro-media manga-mangaentera y su característico grito de guerra de “Churro vaaaa” que lo gritaba el que iba a saltar encima de un grupo de niños que estábamos medio agachados esperando que nos “montase” el que venía corriendo a saltar sobre nosotros.
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Este juego es muy antiguo, aunque no porque jugase de pequeño y lo digo de forma irónica, sino porque es del siglo XVI, como se puede observar en este cuadro de Peter Brueghel.
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Consistía en que los jugadores que paran, el primero llamado madre apoyado en la pared, se colocan en fila, los demás agachados con su cabeza entre las piernas del siguiente jugador, formando una especie de barrera alargada. El objetivo es intentar llegar lo más adelante posible y han de quedarse sentados en el sitio en el que caen. Este juego era de brutos y la verdad es que aunque jugué, nunca fue de mis preferidos, porque entonces yo era muy flaquillo y me acuerdo que si me tocaba saltar, apenas lo notaban los que estaban agachados. Si era al revés, mucho peor porque tenía que soportar mucho peso casi siempre. - Polis y ladrones; pistoleros e indios; el juego del rescate; el bote; el escondite; el pilla pilla; un dos tres pica pared o escondite inglés, etc. En el juego de pistoleros e indios, nos construíamos las flechas y los arcos de forma manual y artesanal. Y se repitió la historia de la baldufa, una vez, una de esas flechas, siendo yo un indio, me rozó en el cuello. Era “fuego amigo”, pero del que menos te esperas y que también me dejó una herida y que menos mal que nunca tuve la “nuez” típica, porque si no, seguro que me la arranca. Me acuerdo que esta batalla fue en la Torre del huevo, una zona del barrio donde jugábamos mucho y que era una masía, símbolo de esa zona alta del barrio, que su propietario y constructor Francesc Rius i Martí se inspiró en la arquitectura islámica, fruto de sus viajes. También fue una escuela y acabó derruida en los años 80 para prolongar la ronda de San Antonio y que también en la foto de 1935, se puede observar al fondo, el Sanatorio que más tarde le daremos tanto a la Ronda como a ese edificio, su oportuna aparición en este artículo.
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Este "huevo" coronando la masía recuerda mucho a otro edificio, del Museu Dalí de Figueres, aunque en este caso hay más de un huevo.
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La verdad es que tengo los recuerdos que siempre estaba con las rodillas hechas polvo, con la parte exterior de los muslos con arañazos, con los típicos “chichones” tapados con un pañuelo y una moneda de 50 pesetas, con algunos puntos siempre en algún lugar, un sinfín de “heridas de guerra” de jugar mucho en la calle. Y no me extraña porque otro de los juegos que ahora me viene a la cabeza, es el de tirarse piedras. Como no, el que ganaba era el que menos recibía de ellas o el que más acertaba. Para ello, usábamos las manos y a veces también los tirachinas que fabricábamos nosotros mismos. Había también otras armas arrojadizas con una botella de plástico, usando la parte del cuello y parte del cuerpo superior de la botella y con un globo que hacía la función de la tira lanzadora. Otra arma era una especie de ballesta donde con un mecanismo sencillo, a modo de tirachinas y con unas pinzas que sujetaban el proyectil, lanzando piedras o también la parte metálica de las pinzas, el muelle de torsión. Cuando te impactaban estos proyectiles hacían mucho daño, con el consiguiente peligro de si te daba en un ojo.
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Todo esto era así, tal como lo explico, siendo yo un niño que no era gamberro o travieso, imaginaos los que sí lo eran.
Todos los juegos en general eran juegos de correr mucho, de esconderse y que en general, se podían versionar según la serie de moda, por ejemplo, me acuerdo de un juego que llamábamos Los Hombres de Harrelson, algo así como los Swat de la policía americana. O la de Starsky& Hutch, por ejemplo. En el caso del bote, todos los niños que consigan salir de su escondite sin que les pillen y tocar el bote, diciendo en alto: “¡bote!” se salvan. - las chapas, era muy parecido al de las canicas, aunque también había siempre un deporte que estaba de fondo, como por ejemplo, el fútbol simulando los jugadores a las chapas. O por ejemplo, una carrera de bicis, simulando a los ciclistas por diferentes circuitos que hacíamos en la tierra. O también carrera de chapas, que era el clásico, formando como carreteras con curvas muy cerradas o abiertas, con obstáculos y también con montañitas con sus cuestas y pendientes.
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- patinete con cojinetes, era otro de los juegos que disfrutábamos mucho, era el de tirarnos pendiente abajo sobre este cacharro construido de madera y accesorios metálicos, como un manillar hecho por mangos de escoba, donde lo más tecnológico eran los cojinetes que conseguíamos de talleres mecánicos en el mejor de los casos. Normalmente íbamos sentados en estos aparatos, aunque también recuerdo a alguno haberlo visto bajar “a toda leche” por esas pendientes, totalmente estirado tanto hacia abajo como hacia arriba, con el consiguiente riesgo y peligro, tanto para el “piloto” como para cualquiera que se cruzara. Por no hablar de cuando hacíamos carreras y ocupábamos el ancho de la calzada.
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Por suerte, apenas circulaban coches, pero también recuerdo haberme lanzado en paralelo a algún coche, con el agravante que el conductor de cualquier coche, difícilmente puede ver en paralelo a un “vehículo” como estos patinetes, ni siquiera por los retrovisores, más que nada porque entonces sólo existía uno, el izquierdo del conductor. - columpios o juegos infantiles como se dicen ahora. Eran verdaderos artilugios de hierro, con todas las características para poderte caer sin la base blanda de caucho y donde había piedras; eran de hierro y oxidados, para poderte cortar o golpear, para poderte hacer daño, jugando, pero hay que decir, que nos lo pasábamos pipa.
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De hecho, me acuerdo que en los columpios por la falta de mantenimiento, casi siempre le faltaban algunas piezas y por ello, nos la ingeniábamos para jugar incluso sin esas piezas. Recuerdo que en un columpio de esos que te balanceas (antes a todo se les llamaba columpios), que cuando faltaban las sillas, jugábamos a atravesar lo colgado de la barra horizontal, de las manos y que pasar de un extremo a otro, con el riesgo de
caída pero con la adrenalina a tope, era todo un desafío que nos divertía más que montarnos en el columpio. No había muchos columpios entonces y me acuerdo que los identificábamos por zonas, por ejemplo en el que jugábamos mucho estaban en la arena de abajo y era “nuestro” y otro que había en la parte alta de la calle, lindando con la ronda San Antonio que era la arena de arriba y que era de otros. A veces simplemente, investigábamos otras zonas más alejadas y nos adentrábamos en la “selva”, como cuando saltábamos unas vallas y entrabamos en Trafalgar, que era donde estaba ubicada Radio Miramar, en una masía que le llamaban Torre Mena, en el que recuerdo que había una gran antena y estaba lleno de matorrales e hierbas para poder acceder a ella e incluso recuerdo haber escalado por ella.
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- juegos con animales, en este apartado, no me considero muy orgulloso, más que nada porque pobrecitos, desde las hormigas hasta las lagartijas, pasando por los saltamontes, salamandras incluso, renacuajos, arañas y todo tipo de especie de insecto, la verdad es que en aquella época, si formabas parte de esta fauna de animales, cruzarte con la fauna de los niños que jugaban en la calle en los años 70, era sinónimo de pasarlas canutas para terminar en el mejor de los casos, sin alguna cola, ala o vete a saber. He de decir que a mí siempre me dieron repelús los insectos y aunque no participara directamente en tales atrocidades, sí que era testigo y por ello, cómplice, sin excusa ninguna. Por suerte, hoy en día, los valores que se inculcan a los niños, de amor a los animales, se extienden también a los animales más pequeños y vulnerables, incluyendo estas especies que forman parte del ecosistema y que agradecen que los niños ya no sean tan gamberros (por no decir otra palabra menos suave). - el pasillo, era un juego en el que nos poníamos dos filas de jugadores en fila india y una frente a la otra y un niño debía pasar en medio de ellas hasta hacer el recorrido hasta que salga de ese pasillo. La gracia del juego es que con las manos en alto, como si de esculturas se tratase, debíamos pegarle en la cabeza o en la “colleja” (parte alta de la nuca), con la mano abierta y sin que se diera cuenta de quién había sido. Mientras no averigüe quien es, una vez termine el pasillo, ha de volver a entrar y así hasta que lo consiga y quién sea visto, ocupará su lugar.
Un juego en los que salíamos casi todos con el cuello “colorao” y alguna vez, incluso se terminaba en pelea, si alguien se pasaba en la colleja. - las peleas era otro de los juegos que a veces organizado (en plan sumo con un circulo dentro) y otras sin previo aviso, las calles eran testimonio de muchas de ellas. Se podrían considerar que no eran juegos, pero ahora visto desde la distancia, se podría considerar que sí, porque la mayoría de veces, una vez terminaba, volvíamos a las rutinas de cromos, bolas o futbol. Casi siempre marcaban una pauta, donde se “limaban” asperezas del último juego anterior y que por desgracia, tampoco lo explico de forma orgullosa, sino como algo que existía en los juegos de la calle. - Lanzar paracaídas al aire o desde algún barranco o de algún desnivel alto de la montaña del Sanatorio. Incluso recuerdo que desde el balcón del ático donde vivía también muchas veces, lanzábamos esos paracaídas, a veces incluso veíamos como aterrizaban en otros pisos o balcones y nuestra alegría porque no había acabado en la calzada atropellado por un coche, que era otra de las intenciones ocultas.
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A veces recuerdo incluso como de forma misteriosa y con ayuda del viento, estos paracaídas se alejaban sin caer flotando perdiéndolo en el horizonte pendiente debajo de nuestra calle, poniendo nuestra imaginación en otro lugar y cayendo a algún otro niño que leería el mensaje que le poníamos al muñeco del paracaídas que ahora no recuerdo pero que seguro que sería algo parecido a “espero me trates bien”, jeje Hablando de lanzar paracaídas desde el ático, me he acordado de un día que intentamos bajar con cuerdas un manillar de una bici (era de un triciclo de uno de los hermanos más pequeños) y con tan mala fortuna, que se enganchó en una de las líneas eléctricas horizontales (que entonces pasaban muy cerca de los balcones, todo sea dicho) y que hizo que el contacto manillar-cable, creara un cortocircuito y que medio barrio se quedara sin luz, durante esa tarde. - Monedas en las vías del tren, era un juego que aunque esporádico, también alguna vez fui testigo y que en esas vías del tren de Badalona, en la zona industrial y lejos de posibles broncas, recuerdo haber tenido en mis manos esas monedas de Franco, completamente planas y “estiradas”.
- Petanca, juego que consiste en que básicamente hay dos tipos de jugadores: los arrimadores y los tiradores. Los primeros son los que tienen que acercar unas bolas metálicas lo más próximo a una bola pequeña de madera (boliche) y los segundos, son los encargados de quitar esas bolas próximas de los jugadores rivales. En mi caso, yo era tirador. Lo practiqué cuando era un adolescente, en un club de petanca, en de La Salud, que incluso llegó a ser campeón de Europa. Ese día fue un día de celebración en el barrio y recuerdo que siempre me pregunté cómo podía ser un club de barrio campeón de Europa, aunque viendo el altísimo nivel que había, la verdad es que es una historia verídica que incluso salió en las noticias deportivas de entonces.
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- Deportes como béisbol, tenis, carreras, saltar a la pídola, montar en bici y sobre todo, la madre de todos los juegos callejeros: el fútbol. Si he de elegir un juego, entre todos los que he mencionado, me quedo con el juego que en mi época, ya sea al patio de la escuela, ya sea en las grandes terrazas de los áticos donde he vivido (en los barrios de Llefià y de La Salud de Badalona) o ya sea en la calle o en los diferentes equipos que he jugado, era y es el fútbol. Por cierto, en esos áticos donde jugaba con mis hermanos, más de una vez se iba el balón a la calle y me acuerdo que el ritual era que uno miraba donde había caído y el que la había lanzado fuera, bajaba corriendo a por ella. En el caso de cuando vivíamos en el ático, la cosa era que la pelota se iba por la pendiente y buscarla era una aventura a no ser que se frenara y se quedase debajo de un coche. En el caso del ático del barrio de La Salud, al ser ya más grandes y tener mayor potencia de tiro, más de una vez había ido a parar al...autopista !! De hecho en aquella época, los niños se distinguían entre los que jugábamos al fútbol y los que no. Por fortuna, hoy en día, hay muchos deportes para elegir o incluso combinar, pero en aquellos años 70 y 80 sobretodo predominaba el futbol o el básquet, aunque en la calle, no era fácil encontrar canastas, en cambio las porterías de futbol, con unas piedras ya se “instalaban”.
También indicar que el fútbol aún no era muy popular entre las niñas y por desgracia, sólo asistían como meras espectadoras, la cual cosa, hacía que nuestras ansías de hacerlo bien y lucirnos aumentara el día que teníamos público tan especial. Como he dicho, a todas horas jugaba al fútbol y las piernas siempre estaban llena de moratones o arañazos, por no hablar de las rodillas, siempre sangrando porque ya fuera en el asfalto, en la calle con sus piedras o en los campos de arena (sauló) las caídas estaban a la orden del día. De hecho, aún me acuerdo del primer partido que jugué en un campo “de verdad”, en el campo de futbol de Llefià, que tantas veces fui los domingos a ver partidos del equipo amateur del Llefià con mi padre, cuando entonces no había campos de césped sino de sauló. En la foto se puede observar el gol sud y la parte de montaña que aún permanece, característica personal de este campo.
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Me acuerdo de esas primeras botas de fútbol y que estrené ese día, en un partido que organizó la Academia Ramiro de Maeztu (que aún sigue funcionando) y que jugamos dos equipos elegidos por el profesor de turno. Recuerdo también que la escuela entera lo estaba viendo o al menos esa visión del “Estadio lleno” era la visión de un niño pequeño, que pisa por primera vez un campo que está pintado con rayas blancas y con porterías con redes y no como cuando jugaba en la calle.
Academia Ramiro de Maeztu en la que se observa lo cerca que estaba de nuestra casa un poco más arriba
Ese día marqué un gol, mi primer gol “profesional” y que chuté con tanta fuerza que recuerdo que aparte de la alegría, después de abrazarme a mis compañeros, me fijé que la puntera de la bota estaba como descosida. Estaba claro que la mala calidad de la bota hizo más que la fuerza con que chuté. En la foto del año 1971 se puede observar el campo del Llefià y parte de esa montaña y la portería del gol norte, en la que marqué. Foto realizada seguramente desde algún sitio elevado.
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A partir de ese día, que se me ha quedado grabado en la memoria, tenía claro que quería jugar al fútbol “de verdad” y con botas de fútbol y vestido con equipación para la ocasión. En este artículo explicaré el relato que usé para el concurso, aunque me extenderé algo más en las palabras, ya que hay información que creo que en este blog, que son el “alma” de mis memorias familiares. En la barriada de San Antonio de Llefià, aparte del mencionado campo de fútbol, no había más campos con porterías donde practicar el fútbol.
De hecho, la mayoría de veces no sólo jugábamos en la calle, sino también jugábamos en la carretera, que era donde el terreno era más uniforme, vamos en el asfalto que en aquellos años, no era precisamente “fino”. Las rascadas por las caídas eran muy dolorosas . El problema era que donde yo vivía tenía mucha pendiente aquella calle Ramiro de Maeztu y claro, cuando te tocaba defender la portería de abajo, era un verdadero suplicio, ya que la mayoría del tiempo estabas buscando el balón al final de la calle, que se prolongaba mucho más de “nuestra calle”, después de cruzarse con la calle Ntra. Sra. de Lourdes y que terminaba en la Av. Pío XII (casualmente el mismo nombre que la calle donde vivía mi madre en Huelva). Precisamente por esta pendiente tan pronunciada y larga de una distancia de 450 metros, era desde donde nos lanzábamos desde arriba del todo, encima de esos patinetes con cojinetes que anteriormente mencioné. Era una calle ideal para “tirarse a toda leche” en patinete, pero no tan ideal para jugar a fútbol.
vista de la pendiente de la calle Ramiro de Maeztu
Esta calle de Ramiro de Maeztu, era muy larga, como ya indiqué y la distancia que tenía nuestra “trozo de calle”, era de unos 80 m. aproximadamente y de este total de calle, un 80 % lo ocupábamos como campo de fútbol. Así claro, el equipo que jugaba en la mitad inferior de la calle, aparte de ir a buscar ese balón mucho más lejos que nuestra calle, tenía encima que atacar en rampa, era algo así como jugar no solo contra un rival sino también contra las circunstancias. La verdad es que no recuerdo que hubiesen dos partes en la que cual intercambiáramos campos con sus ventajas o desventajas, sí que recuerdo esta circunstancia de este campo de juego. De hecho, este campo, si no fuese por este detalle de la pendiente, se podría considerar que tenía casi las medidas reglamentarias de un campo oficial (entre 90 y 120 m. de largo). En donde ya no se acercaba era en la anchura, que la oficial ronda los 45 metros y nuestra calle de transito reducido y de un único sentido de circulación, era aproximadamente de 6 a 8 metros, contando las aceras, que no formaban parte del terreno de juego. De hecho las aceras era el lugar donde se ubicaban los jugadores reservas y también el público.
Por cierto, recuerdo que más de una vez, al pasarnos de frenada en la banda, nos tropezábamos en el canto de la acera y también recuerdo que cuando algún coche bajaba por nuestra calle, lógicamente el partido se paraba pero medio enfadados hasta le recriminábamos que pasaran por nuestro “campo” e incluso recuerdo de “haber toreado” más de un vehículo (simulando que ellos eran el toro y nosotros los toreros). En fin, historias verídicas y que me vienen a la mente explicando estos juegos de calle. Todos estos pormenores vienen al caso, ya que cuando en la calle Ronda San Antonio (una calle transversal a la nuestra en la parte superior), cuando urbanizaron lo que antes era montaña, hizo que nos trasladáramos a ese terreno de juego.
vista aérea de la distancia entre los dos "campos de fútbol"
No sólo teníamos una distancia a lo largo más que suficiente para poder “correr la banda” sino que también una anchura más que suficiente, ya que esa calle no sólo era de doble sentido de circulación sino que también era de dos carriles. Además podíamos incluso pintar con trozos de yeso, a modo de tiza, las líneas que delimitaban el terreno de juego, con el problema solucionado de las aceras que hacían antes de límites. Para más inri, en esta zona urbanizada, también se construyó un bloque de pisos, que cuando los balcones se ponía gente, recordaba a la tribuna de un campo de fútbol. En fin que un nuevo campo sin pendientes ni rampas (que no es lo mismo), sin aceras y con un palco para el público.
vista de la anchura del "nuevo campo" y bloque de pisos
A modo de imaginario colectivo infantil, para nosotros supuso lo mismo que le ha ido pasando a cualquier equipo que ha ido cambiando con el tiempo de un campo a otro.
Como ejemplo, tomaré a mi Barça, cuando cambió de un campo pequeño y obsoleto a otro mucho más moderno y acorde a las circunstancias. A modo de historia deportiva, empezaré cuando cambió en 1922 del campo Industria al Campo de Les Corts. En 1909, cuando jugaba en un campo de propiedad, el de la calle Industria (actualmente calle París) y que fue bautizado como la Escopidora (traducido sería como La Escupidera por su forma y tamaño).
fuente imagen: https://es.wikipedia.org/wiki/Camp_del_Carrer_Ind%C3%BAstria
Debido a los grandes éxitos de este equipo a partir de 1918, con los grandes fichajes de Samitier y Alcantara, formarían un equipazo que junto a otros jugadores como Gràcia, Piera, Sagi-Barba y Martínez hizo que La Escopidora se quedara pequeña con un aforo de 6.000 aficionados. De hecho, muchos de ellos se tenían que sentar en el borde de la parte alta de la tribuna, durante los partidos, de manera que los transeúntes que paseaban por los alrededores del estadio, veían como sobresalían los culos del público, de forma que se empezó a llamar a estos seguidores del Barça como culés, definición que ha llegado hasta nuestros días.
fuente imagen: http://www.mundodeportivo.com/futbol/fc-barcelona/20160307/40274740243/todas-las-casas-delbarca.html
He de explicar que yo cuando oía hablar de pequeño del campo Industria, pensé que me sonaba ese campo y que puede que ahí mi padre y yo hubiéramos jugado. Tenía ese presentimiento, sólo por el detalle de la palabra Industria. Estaba claro que era el nombre de la calle, que actualmente se llama calle París. Pero aún tenía que averiguar más y cuando ya de adolescente, cuando fui la primera vez al Museu del Barça y vi una maqueta de del Campo Industria, pensé en ese momento, en la Escuela Industrial, donde estudié mi carrera de Ingeniería Técnica porque allí había un campo de fútbol.
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Recordé que mi padre también estudió aquí en Barcelona, con 16 años en 1963, en la Escuela de Trabajo (Escuela de Maestría Industrial), en la especialidad de Delineantes Industriales.
fuente imagen: http://www.escoladeltreball.org/es/escola/aspectes-historics/antics-alumnes
Buscando información, supe que ese campo Industria fue derruido el 20 de mayo de 1922 (casualmente 70 años de la primera copa de Europa del Barça en el mítico campo de Wembley). Por tanto, imposible que mi padre o yo hubiésemos pisado ese campo. Pero en el que sí jugué fue, aunque de forma esporádica, fue en el campo de la Escuela Industrial, que está muy cerquita del campo Industria, como puede observarse.
vista aérea de la distancia entre el campo Industria del Barça y el campo de la Escuela Industrial
Podría ser que mi padre hubiera jugado también en ese campo, que está dentro del recinto de la Escuela Industrial, aunque por transmisión verbal de mi tío Juan, hermano mayor de mi padre que siempre le acompañaba a verlo jugar e incluso que le fotografiaba siempre que podía, debido a su también gran afición futbolera (hasta hizo de directivo de algunos de los clubs a los que perteneció mi padre).
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Aquí se puede ver a mi tío Juan (a la izquierda de la foto) y a mi padre Pepe de guardameta (como se decía entonces).
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Mi padre hizo lo mismo con mi hermano Javi y conmigo, nos venía a ver siempre todos los fines de semana, acompañado muchas veces de nuestro hermano pequeño Jordi, que todos los del club lo trataban con cariño por ser muy pequeño y en las medias partes estar muy pendiente incluso en las charlas del Míster (entrenador) a los jugadores. También aquellos años en los que también íbamos los tres a ver partidos de fútbol en el campo del Matadero (Campo de La Salud), que estaba lleno a rebosar sobre todo cuando jugaban los equipos del Betulo y la Estrella y el Virgen la Salud, equipos amateurs y también el equipo del Racing don Pelayo, aunque sin equipo de los "grandes", haciendo la función de escuela de fútbol base, del cuál formé parte tanto de jugador como de entrenador.
fuente imagen: https://www.facebook.com/BadalonaRecuerdos/
En un futuro artículo, dedicaré este tema de los equipos de fútbol en el que militó mi padre y también en los que jugamos mi hermano Javi y yo (aparte de ser entrenador). Igual de curioso es también, que en el vestíbulo de la entrada al recinto de la Escuela Industrial, hubiese un pequeño templo, al que los estudiantes llamábamos Escopidora, mismo sobrenombre con el que era conocido el primer campo en propiedad mencionado anteriormente y del que seguimos hablando a continuación.
detalle de la "escopidora", del cuadro de la Orla de la carrera
Volviendo al año 1922, el Barça cambia del campo Industria (por el nombre de la calle, curiosamente el Barça nunca adopta nombres en sus Estadios), a su segundo campo de propiedad, con un aforo inicial de 30.000 aficionados, al campo de Les Corts (nombre que recibe por su ubicación en dicho barrio barcelonés). De éste campo de Les Corts pasó al tercero en propiedad, también gracias a los éxitos del Barça de les 5 copes, con los jugadores míticos como Ramallets, Biosca, Basora, Cesar, Moreno, Manchón y sobretodo Kubala se quedó pequeño también Les Corts y se pasó el día de la patrona de Barcelona, la Mercè en 1957 al Nou Camp (como se
decía entonces). Otro campo del Barça sin nombre propio pero que también otros jugadores hicieron que se quedase pequeño. Yo no vi jugar a Kubala. Tampoco le conocí, pero sí, a alguien muy familiar a él. Fue haciendo la mili, de la cual ya expliqué algo en mi anterior artículo cuando hablé de la máquina de escribir, que precisamente tecleé tomándole los datos, a su nieto Laszlo, por cierto con gran parecido físico a su abuelo.
fuente imagen: http://depor.com/futbol-internacional/ladislao-kubala-messi-50-primer-idolo-barcelona-1067167
A sí quién podré decir que vi jugar, es a Messi, el que marcará la transición hacia un Nou Camp Nou y que seguro que tampoco el campo tendrá nombre propio. Ahora, sin más dilación, explicaré el Relato de un partido terrorífico, como así lo titulé: Como dije, jugábamos en la calle a todas horas y el Relato es de un partido para valientes... Jugábamos a fútbol de calle hasta que el Sol se ponía y continuábamos, incluso cuando la Luna ya hacía mucho tiempo que estaba “encendida”. Perdíamos la noción del tiempo y podíamos estar jugando y jugando en la calle, hasta la hora de cenar, aunque antes de ello, siempre nos escapábamos de la calle a casa (no al revés, lo digo bien), subiendo esas escaleras de dos en dos peldaños, a ese ático, a buscar la merienda que era ese bocadillo de mortadela o de pan con chocolate, sin más aviso que nuestra hambre. Otro aviso era cuando nuestra madre nos gritaba desde el balcón si estábamos en nuestra calle o si no era así y estábamos en otra más alejada, con una escoba colocada al revés nos hacía señas, como hacen los operarios Marshalls o señaleros, guiando a los aviones para aparcar en los parkings de la plataforma de los aeropuertos.
fuente imagen: http://cursosteca.es/marshalls-senaleros-agentes-de-movilidad-los-encargados-de-guiar-a-un-avion/
Antes enumeraré las normas del partido que todos sabíamos y que se resumen en estos puntos: - El partido terminaba cuando faltaban ya muchos de un equipo o cuando nos cansábamos. - Aunque el partido fuera 20-0 el juego se decidía con “el último gol gana”. - No había árbitro y no había fuera de juego. - Si el propietario de la pelota se enfadaba, se terminaba el partido. Alguna vez habíamos terminado un partido con botellas de plástico al quedarnos sin balón.
fuente imagen: http://www.diez.hn/futbolcolegial/886954-99/las-30-reglas-oficiales-del-f%C3%BAtbol-callejero
- Los dos jugadores mejores no podían estar en el mismo equipo y ellos son los que eligen los dos equipos. - Cuando ninguno se quería poner de portero o cuando el número de jugadores de un equipo al equipo rival, era inferior por la diferencia de uno o cuando el partido se alargaba tanto que alguno se tenía que marchar o cuando alguno se lesionaba y no podía seguir, entonces aparecía la figura del portero-delantero, que hacía la doble función de jugador y de portero. - Se silbaba falta si la otra del golpe, lloraba o si la caída era muy fuerte. Después si había herida de la rascada, con un poco de agua de la fuente, la herida sanaba y quedaba resuelto con el agua milagrosa. - Los que menos sabían jugar, se colocaban de defensas y el más “gordito” o el más malo de portero.
- Si se apostaba un refresco o un helado, era como jugar una final. Los que no tenían 5 pesetas para la apuesta, eran los fijos que irían a comprar ese helado, los populares polines (hoy en día polos flash aunque entonces no eran estrechos sino más anchos), en verano y en invierno las chuches. - Si en la calle aquel día había coches aparcados y justo en ese momento pasaban un par de coches seguidos (si era uno no), se paraba el partido. A veces también se paraba porque un abuelo despistado pasaba por el medio del terreno de juego. Más de una vez, se había llevado un golpe de pelota, sin intención, claro. - Las porterías eran 2 piedras gordas. Aunque siempre había un equipo que tenía la portería más pequeña, ya que las distancias entre piedra y piedra se medían con los pies. - Si el balón pasaba por encima de las piedras no era gol. - Si había penalti en aquel momento, salía el portero y se colocaba el más bueno. El penalti tenía que ser de libro. En ese momento, salía el portero “gordito” y se ponía el mejor jugador que también era bueno hasta de portero. - El que enviaba lejos el balón, iba por él. Menos cuando la calle tenía pendiente, como ya expliqué anteriormente. Si ese balón se quedaba atrapado debajo de un coche o en alguna jardinera, se paraba el partido y alguno metía medio cuerpo debajo del vehículo para sacarlo con las piernas. Si se colaba en algún balcón o patio de algún vecino, saltábamos si sabíamos que no había nadie o sino, picábamos en la puerta, el que menos vergüenza tenía.
fuente imagen: http://desmotivaciones.es/u/Creativemind
- Si alguna vez jugábamos un partido con niños de otros barrios, era como jugar la Copa de Europa, ya que hacerlo entre los niños del barrio era jugar la Liga. Normalmente si era “Copa de Europa”, se jugaba en el campo donde menos coches aparcados había.
El relato que contaré, fue de un partido de fútbol de calle, una noche que había Luna... Nueva (“no encendida”).
fuente imagen: http://www.mundiario.com/articulo/deportes/beneficios-futbol-ninos/20160223175355054537.html
Jugábamos en una calle que al final daba a un Sanatorio, que estaba en la montaña y que nos daba algo de miedo porque la leyenda urbana decía que dentro estaban ingresados pacientes locos y que de vez en cuando se escapaba alguno.
fuente imagen: http://www.todocoleccion.net/postales-barcelona-provincia/santa-coloma-gramenet-hospital-sanatorilesperit-sant-12-postales-p8735~x49929088
El nombre de Sanatorio lo recibía porque cuando fue construido en 1917 se dedicó a los enfermos pobres tuberculosos y otras enfermedades contagiosas. Está en el municipio de Santa Coloma, límite con Badalona y con Sant Adrià del Besós.
Si a la leyenda urbana, le sumamos la imaginación que tienen los niños, con ese Hospital, en lo alto de esa montaña (con Luna Llena o con Luna nueva) y esa cubierta con esas pendientes no transitables, que nos recordaba la célebre mansión de Psicosis, lo cual hacía que buscar el balón al final de la calle fuera toda una prueba de fuego para los más valientes.
fuente imagen: http://www.vinereport.com/article/bates.motel.season.4.spoilers
El fútbol de calle, marcó a todos los que nos gusta este deporte y también incluso a los grandes futbolistas de la historia, está claro, pero una de las cosas que más me marcó, fue la presencia de este edificio, que nuestra imaginación infantil hizo que fuera más terrorífico del que era y que todavía recordamos los que jugamos a fútbol en aquella calle. Incluso, en los videojuegos más actuales, hace unos años en la consola playstation 2 sacó el juego versión de calle del Fifa, con el Fifa Street, donde los diferentes escenarios simulan ubicaciones de diferentes países con el denominador común de todos ellos: la calle. Como dice el dicho: ''Si nunca jugaste fútbol en la calle, no tuviste infancia''. Un poco exagerada la frase, pero ahí la dejo como reflexión final. En otro artículo hablaré de los juegos de mi infancia pero en el interior, es decir, dentro de un hogar, como en el que yo viví con mi gran familia numerosa de los seis hermanos que éramos y que aunque no hubiéramos tenido juegos de interior, no nos hubiésemos aburrido tampoco.
Y que mejor final de este artículo, que una foto de los "tres hermanos grandes" en la terraza del ático, que como se puede observar, estábamos algo mosqueados porque seguramente mi padre nos diría que nos quería hacer una foto y claro, tuvimos que parar el partidillo que estaríamos haciendo. Por cierto, ya os anticipé al principio de este artículo que no serían 340 palabras y cumplí con mi palabra (nunca mejor dicho), al final fueron 7.118 palabras, ni una más ni una menos.
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