Historia y región delincuente o disconforme

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Recibido: 27 de junio de 2014 Aceptado: 23 de setiembre de 2014

Historia y Región, Año II, N° 2, Lima (Perú), Nov. 2014: 105-124 ISSN (impreso): 2309-933X

¿DELINCUENTE O DISCONFORME ? CLASIFICACIÓN SOCIAL DEL DELITO EN LAMBAYEQUE , 1780-1821 Delinquent or non-conforming? Social classification of the crime in Lambayeque, 1780-1821 Juan Carlos Chávez Marquina* jcarlos-historia@cienciasocial.net RESUMEN: El presente estudio tiene como objetivo explicar las implicaciones que tuvo la resistencia colonial en el ejercicio de la delincuencia a través de categorías socio-delictivas. Los delitos en el partido de Lambayeque expresaron el descontento del pueblo respecto al sistema colonial; pero los conflictos interétnicos de los dominados opacaron su visión de unidad para contraponerse a sus dominantes. No hubo una conciencia unívoca que les permita mantener una cohesión y cada uno se las arregló como pudo para mejorar su condición, donde sus intereses económicos se antepusieron a los de tipo político hasta la llegada de la Independencia. Los delincuentes cometieron una serie de asaltos y agresiones propiciados por la explotación colonial; aunque su descarga no se orientó a atacar a los agentes opresivos, sino a volver más inestable su administración, creando una atmósfera violenta. PALABRAS CLAVES : Lambayeque, delito, resistencia social, ideología, corrupción. ABSTRACT: This study aims to explain the implications had the colonial resistance in the exercise of crime through social crime categories. The offenses in the district of Lambayeque expressed dissatisfaction of the people regarding the colonial system; but the ethnic conflicts of the dominated overshadowed his vision of unity in contradistinction to their dominant. There wasn’t a unique consciousness that allowed them to maintain cohesion and each managed as he could to improve his condition, where their economic interests took precedence over political ones until the arrival of Independence. Offenders committed a series of robberies and assaults favored by colonial exploitation; although their download does not oriented to attack the oppressive agents but to become more unstable administration, creating a violent atmosphere. K EYWORDS : Lambayeque, crime, social resistance, ideology, corruption.

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Bachiller en Ciencias Sociales en la especialidad de Historia por la Universidad Nacional de Trujillo. Realiza estudios de los conflictos sociales en los siglos XVIII y XIX en el Norte peruano, habiéndose graduado con la investigación: Resistencia y Criminalidad en Lambayeque, 1780-1824, y está realizando una tesis sobre la delincuencia y represión en Trujillo a finales de la Colonia. Es integrante de la Comisión Técnica del Programa de Prevención ENSO 2014-2015.


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INTRODUCCIÓN

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s imposible imaginar una sociedad sin delincuencia. El ser humano, como todos los seres animados, lucha por la supervivencia y encuentra en el delito una alternativa ante las adversidades. Desde los orígenes del Estado, la ley la ha impuesto el más fuerte, imponiendo lo que debió ser lícito y estuvo prohibido, sin consultar a sus subordinados; por ello, es normal que la ley se haya creado para ser transgredida. El discurso hegemónico ha procurado proyectar una imagen perversa y distorsionada de todos los trasgresores de la ley. Sin embargo, sobre todo en el Coloniaje, estos individuos (indios y negros) fueron forzados a pertenecer a una sociedad y legislaciones que no deseaban: son delincuentes desde la visión de los otros, pero no de los suyos. Carlos Aguirre y Charles Walker indican que las razones que explican la atención de la criminalidad es que el delito permite un acercamiento directo a las experiencias de los amplios sectores populares y que constituye un aspecto de la realidad donde se manifiesta en toda su crudeza el ejercicio del poder y la resistencia, de crucial importancia en el ordenamiento de la sociedad.1 Por ello, este artículo tiene como objetivo explicar las implicaciones que tuvo la resistencia social en el ejercicio de la delincuencia mediante el análisis de las diversas manifestaciones, causas, efectos y justificaciones de los delitos cometidos en la provincia o partido de Lambayeque. La importancia radica en establecer hasta qué punto los delitos pueden ser considerados tipos de resistencia social y si se aportó al colapso del régimen colonial. Se ha trabajado con expedientes criminales del Archivo Regional de Lambayeque (ARL) y de La Libertad (ARLL) y se utilizaron los métodos analítico-sintético y estadístico aplicados a la Historia Social y del Delito, teniendo una perspectiva “desde abajo”, cuya óptica se centra en las opiniones de la gente común.2 1.

CLASIFICACIÓN SOCIAL DEL DELITO

Ningún sistema de dominación puede dejar de cosechar entre los dominados insultos y ofensas en contra de los dominantes. James Scott señala que el disimulo es un tipo de relación de poder entre los subordinados y subordinantes, constituyendo dos tipos de discurso: el público y el oculto. El discurso público, es el discurso engañoso que se da entre el débil y el poderoso. Los dominados desarrollan técnicas de supervivencia para crear un ambiente de conformidad con el dominante, pero que realmente se traduce en una relación hipócrita que busca guardar las apariencias mientras la resistencia se mantiene pasiva. Así, cuanto mayor sea el poder ejercido 1

Carlos Aguirre y Charles Walker (eds.). Bandoleros, abigeos y montoneros. Criminalidad y violencia en el Perú, siglos XVIII-XX. Lima: Instituto de Apoyo Agrario, 1990, p. 12. 2 Peter Burke, “Obertura: La Nueva Historia, su pasado y su futuro”, en Peter Burke (ed.), Formas de hacer Historia, Madrid: Alianza Editorial, 1999, p. 16. 106


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por una élite, mayor será la máscara del subordinado, adoptando una forma más estereotipada y ritualizada. Cuando el detentador de poder se ausenta aparece el discurso oculto, que es la conducta “fuera de escena” de los dominados y está constituido por las expresiones lingüísticas, gestuales y prácticas que tergiversan lo que aparece en el discurso público. El individuo o colectivo que es ofendido elabora una fantasía de enfrentamiento y venganza hacia sus opresores, encontrando maneras prudentes y anónimas de expresarlo en público.3 Eric Wolf replantea que la historia ha sido decidida no sólo por los grandes acontecimientos, los movimientos religiosos y políticos y las inclinaciones o necesidades económicas, sino también en cuanto a determinar seres oscuros y aparentemente insignificantes. No sólo se trata de la masa que lleva y es llevada por los impulsos apuntados, sino de esos testigos y víctimas involuntarios que se vieron envueltos en los grandes cambios o evoluciones de la historia humana. 4 La ideología hegemónica española demonizaba toda violencia popular, divinizando la que fue aplicada por el Estado en su propio beneficio. La moral dominante en su intento por establecer sus valoraciones inmutables, estableció que el uso de la violencia, sea cual sea su finalidad, fuera injustificada, negando su desarrollo dialéctico. Las ciencias socio-naturales demuestran que la violencia, inherente a la naturaleza del hombre, está presente en la vida cotidiana, y ya sea por actuación u omisión se puede ser violento, puesto que se manifiesta de múltiples formas y en infinitas interpretaciones. Nuestra investigación solo incluye la violencia considerada como delito por las leyes coloniales. Pero nuestra preocupación no se centra en el delito mismo, sino en la imagen del delincuente símbolo de libertad y las medidas que han seguido las instituciones punitivas para controlarlo, así como las representaciones, discursos jurídicos y las divergencias entre el pensar y actuar en el ejercicio del poder. De esta manera se ha trazado cinco categorías socio-delictivas. El delito como alternativa de vida No todo criminal delinque con el propósito de hacer daño a sus semejantes. Existen personas que incurren en la delincuencia porque consideran que es la única manera de satisfacer sus necesidades básicas. La indiferencia ante el dolor ajeno hace que el hurto sea el delito más frecuente en una sociedad donde exista la propiedad privada. Según el jurista e historiador español Eugenio de Tapia (1831) se considera hurto a aquella sustracción de bienes en ausencia visual de la víctima sin

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James C. Scott, Los dominados y el arte de la resistencia. Discursos ocultos, México: Era, 2004, pp. 23-40. 4 Eric R. Wolf, Europa y la gente sin historia, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1993, pp. 20-35. 107


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emplear violencia y en ausencia de la víctima, y robo es la ejecución de la misma con violencia y en modo presencial.5 Se puede decir que la población que más incurre en el hurto es de condición precaria, que no tiene una mentalidad perversa, sino que necesita efectuarlo para conseguir el sustento propio o el de su familia, que la Psicología Evolutiva la considera una elección natural en la lucha por la supervivencia.6 Este es el caso de un indio tributario del pueblo de Lambayeque, de nombre Josef Machare, quien necesitando llevar el sustento familiar no encontró mejor alternativa que hurtar una tienda, en septiembre de 1789, al comerciante español Juan de Abilés. Al poco tiempo cayó presó el ladrón y soportó las graves penurias de dejar a su familia desprotegida y sin alimentos. Pasaron cinco meses de arresto y, en abril de 1790, Machare suplicó a la: “[…] piadosa justificación Vuestra Merced para que comisorando se de mis grandes atrasos y necesidades pues se ha llegado el dia que no he tomado un vocado de comida porque mi Mujer no lo tiene ni lo alcansa por lo que pido y Suplico sirva de darme Soltura para que yo pueda trabajar y mantener a mi pobre familia y pagar mis tributos y de la fianza que prometo […]”.7 El juez se compadeció ante la súplica del reo y aceptó soltarle bajo fianza, dado que el comerciante acusador, que se encontraba en Guayaquil, “no dejó poder” para continuar el caso y no había pruebas contundentes para su detención. La fianza era un medio muy usado por los presos en la cárcel. Por ello, la parte afectada solicitaba pagar un valor pecuniario al fuero civil para que el proceso sea seguido estando en libertad, poniendo al alguien que garantizara su permanencia dentro del pueblo sin intenciones de escapar. Ante discursos piadosos los reos alegaban pagar una fianza para poder mantenerse o a su familia, velar por sus propiedades o pagar una deuda, como refirió el regidor Juan Romualdo Vidaurre en 1811, a favor de los presos “paisanos y milicianos” de la cárcel de Lambayeque, sustentando que las personas que habitan ahí “no tienen que comer ni con que Cubrir sus desnudeces”.8

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Eugenio De Tapia, Febrero Novísimo, ó librería de jueces, abogados, escribanos y médicos legistas, refundida, ordenada bajo nuevo método y adicionada con un tratado del juicio criminal, y algunos otros, Tomo VI, Valencia: Imprenta de Idelfonso Mompie, 1837, p. 116. 6 Ana María Fernández Tapia. “Aportes del Darwinismo a la Psicología Clínica: El paradigma de la Psicología Evolucionista”, Terapia Psicológica. Santiago de Chile, vol. 22, n° 1, 2004, pp. 34-40. 7 ARL, Judicial, Partido, Criminal, 1790, Caja 4, Auto criminal de Juan de Abiles [f. 14v]. 8 ARL, Judicail, Cabildo, Criminal, 1811, Caja 12, s/t, [f. 1]. La foliación en corchete indica nuestra propia numeración puesto que el documento carece de la suya. 108


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Pero no todos los delitos son impulsados por alguna necesidad básica sino que ante la dificultad de probar un crimen y la facilidad para salir, se convierte esta actividad en una alternativa de vida. Como lo son varios casos de “robos”, perpetrados por bandas de 3 a 4 individuos, ya sea en casas privadas, en el campo (abigeato) o el asalto en caminos (bandolerismo). El bandolerismo, dependiendo de la direccionalidad (vertical), puede ser entendido como un tipo de protesta social. En el archivo de Lambayeque no es común el registro de bandoleros a finales del Coloniaje, más aún si se trata de inferiores contra superiores, como lo ocurrido en 1802, en un paraje que unía Lambayeque y Piura. Este grupo de bandoleros estuvo compuesto por tres indios y dos negros quienes fueron capturados al año siguiente y conducidos a la cárcel de Lambayeque por sustraer varios artículos de españoles quiteños. 9 No hace falta ser un necesitado o vago para convertirse en ladrón, sino también las autoridades en un juego de doble moral se convierten en promotoras de la delincuencia para sus propios intereses. Éste es el caso de tres milicianos (José Rosales, José Carrillo y José Dolores Efio), quienes en marzo de 1817 indujeron a un adolecente (con oficio de sastre) para que hurtase objetos de platería de unas matronas del pueblo de Lambayeque. Tras la confesión del adolecente, el subdelegado destituyó a los milicianos (quienes tenían varias denuncias previas) y los apresó.10 Esto demuestra que cualquier individuo que se ofrece servir al rey puede pertenecer a las milicias, sin que las autoridades se percaten si tienen antecedentes delictivos. Si tenemos en cuenta que el proyecto militar de los Borbones se caracterizó porque las propias colonias deberían mantener sus propios ejércitos, entenderemos que las autoridades coloniales no podían rechazar la oferta de incluir milicianos que se costeaban sus gastos, aunque tengan que recurrir a acciones delictivas para solventarlos. Por los casos mencionados, la ausencia de pruebas contundentes, sumado a la impericia de las autoridades y el deseo percibir ingresos (fianzas), impulsó a ciertos sujetos, ya sea por necesidad, beneficio, venganza o protesta, a hacer de la delincuencia una empresa a seguir. El delito como resolución de problemas La violencia ha sido la manera más rápida en que los actores sociales han querido solucionar sus problemas, pero lo único que han conseguido es complicar más el asunto. La violencia es generada por la ausencia de disciplina emocional, más aún en la sociedad colonial, donde el maltrato y la explotación condicionaban la psicología del individuo para actuar impulsivamente.

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ARL, Judicial, Cabildo, Criminal, 1803, Caja 5, Causa criminal contra Balerio Cruz, Benito Flores, Baltazar Flores… 10 ARL, Judicial, Partido, Criminal, 1817, Caja 21, Causa criminal contra Joaquín de los Santos. 109


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Un típico caso de desborde emocional ocurrió en 1803, en el pueblo de Lambayeque, cuando el zambo Joseph Paredes, indignado por el accidente que sufrió su hijo jugando con otro niño, fue a agredir a la hermana de éste. 11 Un buen contraste entre conducta ofensiva y defensiva se observó en diciembre del mismo año, cuando el mixto Pedro Vásquez, resentido por el “comercio ilícito” (adulterio) que tenía con la india Estefanía Briceño, le propina insultos y golpes. Inmediatamente, el miliciano José Manuel Samudio entra en defensa de su madre, arrojando al agresor a la calle. Frustrado, Vásquez jura vengarse, amenazando que “le bebería la sangre”. Al rato, al encontrase Samudio en la calle, el resentido mixto lo agrede con un sable, a lo que el otro le responde cortándole el vientre, causándole la muerte instantáneamente. 12 Basta una pequeña chispa de provocación para que la parte “animal” del ser humano se apodere de su racionalidad. Un buen ejemplo fue lo ocurrido el 17 de junio de 1803, en el pueblo de Lambayeque, cuando el perro de la india Juana Soberón anunció a gruñidos la presencia de su enemiga Juliana Peralta, quién reaccionó lanzando insultos a la dueña. De inmediato se produjo una gresca y, ante el escándalo, aparece Evarista Peralta para defender a su hija Juliana, derribando a la anfitriona para, luego, suministrarle golpes en el vientre con el propósito de hacerla abortar.13 Como señala Steve Stern, las mujeres y los hombres que no pertenecían a la élite, crearon modelos adversos de la autoridad legítima de cada género, y que estas diferencias desencadenaron enconadas luchas por los derechos y las obligaciones.14 Éste es el caso de la lambayecana Agueda Siancas, de quien se decía era “ladrona pública, por calles y caminos va vestida de hombre y tiene por grandeza vivir de este oficio”. Incluso había aprendido a defenderse contra hombres que intentaban agredirla, como ocurrió el 30 de mayo de 1814, cuando el zambo miliciano Juan Chica convirtió una vieja discusión en una agresión perpetrada con certeros palos en la cabeza de la indómita mujer, quien le respondió cortándole el abdomen con una navaja. Ella era esclava de doña Isidora de Siancas –de quien se dice consentía sus delitos– y a pesar de su minoría de edad (23 años) 15 salió a relucir que “asecinó a un Martín Piurano, con que se arrojó para robarle unos cabritos”; pero faltaron evidencias para increparle más delitos.16 Otro factor que influye en la violencia es el consumo de bebidas alcohólicas. Después de una larga jornada de trabajo es común que los indios o esclavos se reúnan para 11

ARL, Judicial, Cabildo, Criminal, 1803, Caja 5, Causa criminal contra Joseph Paredes. ARLL, Intendencia, Causas Criminales, Leg. 364, Exp. 1598. 13 ARL, Judicial, Partido, Criminal, 1803, Caja 11, Causa criminal contra Evarista Peralta y su hija Juliana. 14 Steve Stern, La historia secreta del género. Mujeres, hombres y poder en México en las postrimerías del periodo colonial. México: Fondo de Cultura Económica, 1999, p. 32. 15 Se considera mayor de edad a partir de los 25 años. 16 ARL, Judicial, Partido, Criminal, 1814, Caja 10, Causa criminal contra Agueda Siancas. 12

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beber chicha y aguardiente usualmente, a las cuales se les agrega sustancias tóxicas para aumentar su potencia. Así lo que empezó como un acto de amistad puede terminar en un intento de homicidio, encendido por una frase mal interpretada, común de verse en las chicherías. Como vimos, la violencia empleada para “arreglar las cosas” suele convertir en delito, más aún en la época colonial, donde primero se “golpea” y después se “dialoga” (en los tribunales). La violencia es reflejo mismo de la presión y sufrimiento de una sociedad, que al no poder vengarse o desquitarse con sus superiores, lo hace con sus inferiores. El delito como imposición de superioridad La violencia, y por ende el delito, es la forma más eficaz en la que los poderosos intentan imponer su superioridad a los débiles. En la sociedad colonial, la imposición de superioridad fue el elemento constructor de los estamentos sociales, agudizados por la discriminación étnica. Este último tiende a exponer, hasta en los sectores más bajos, la relativa superioridad étnica que unos quieren proyectar sobre otros para imponer respeto y obediencia. Maribel Arrelucea expresa que la sociedad colonial parecía un delicado armazón de vidrio a punto de quebrarse; pero, al mismo tiempo, sólido gracias al consenso y la represión. Regulaba las conductas consideradas apropiadas entre hombres y mujeres, blancos y castas, mayores y menores, élite y plebe. Es decir, obedecía un modelo social jerárquico basado en el género, la etnicidad y la estamentalidad, donde la Iglesia se encargada de la instrucción y el Estado de la represión.17 Sin embargo, no siempre los de arriba pueden imponerse a los de abajo, a veces los de abajo ingeniosamente aprovechan esta misma jerarquía para imponerse y respetando las estructuras sociales. Un caso ejemplar se observó en enero de 1816, cuando el subdelegado y juez mayor de Lambayeque, Pablo Manuel de Egaña, había tomado preso arbitrariamente al indio Gregorio Rodrigues en la cárcel de Chiclayo, donde fue sometido a varios azotes que lo llevaron al hospital. Esto resultó ser una provocación para la cacica de Lambayeque, doña Josefa Temoche, puesto que la víctima era su esposo. Inmediatamente, la cacica, aprovechando su gran influencia, entabla una denuncia ante la autoridad más alta de los partidos del norte, el intendente Vicente Gil de Taboada, solicitando que: “[…] se despache el manda de prisión, y embargo que corresponde contra la persona, y bienes del reo, poniendo su individuo en verdadera captura a disposisión de Vuestra Alteza; y formal constancia de nó haber bienes alguno Maribel Arrelucea Barrantes, “De putas, de negros, maricones y perros: anotaciones sobre injurias, género y etnicidad en Lima a finales del siglo XVIII”, Revista Tempus. Trujillo, año 1, n° 1, 2012, pp. 191-192. 17

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que sequestrar por ser Don Pablo Manuel de Egaña pobre de solemnidad, incapaz por la Ley para obtener el oficio de Juez, ni otro empleo público […]”.18 Inteligentemente, para que su demanda tenga más efecto, la cacica denunció al subdelegado por quitar y poner alcaldes a su arbitrio y enviar a prisión a varios indios nobles, dejando en bancarrota a sus familias; así como difamar, perseguir y golpear a otros, al punto de que “no se dá mas este Partido”. Con estas acusaciones Manuel de Egaña fue removido de la subdelegación de Lambayeque.19 Este caso evidencia que, en una sociedad patriarcal y eurocentrista, una mujer indígena logró imponerse ante la máxima autoridad de Lambayeque. Para ejercer su poder, los españoles se aliaban con algunos individuos de la plebe dominada, y a veces de diferente etnia para a enardecer la aversión afro-indígena, como lo ocurrido en 1803, cuando un alcalde de Lambayeque tenía a un zambo bandido como cobrador de impuestos. Su nombre era Miguel Santiesteban, alias “Campo Santo” –apodo que alegorizaba su fama de matón–, quien cobraba las deudas a los vecinos y si éstos no correspondían, eran agredidos y metidos en prisión. La imagen que proyectaba “Campo Santo” en la gente era la de un amedrentador a sueldo del alcalde: “es uno de los bandidos facinerosos que tiene aterrorizados los caminos y poblaciones, sin embargo se halla trabajando como ministro del señor alcalde de primer voto”. No importaba los delitos que cometiera, el zambo tenía como aliado al alcalde. Por ejemplo, en agosto de 1803, al cortarle la oreja a un indio que intentó defender a su esposa de los insultos misóginos que le lanzaba, el alcalde no tomó ninguna represalia contra su socio. Aun cuando la mujer del mutilado pidió a la Real Audiencia de Lima que administrara justicia, las órdenes remitidas al subdelegado para revisar el delito no prosperaron más que el reconocer un valor pecuniario por los agravios cometidos.20 Los conflictos interétnicos son frecuentes en este período, donde cualquier individuo que ascienda un escalón más en la pirámide social, quiere imponer su relativa superioridad a aquellos que no lo hicieron. Así se generan abusos de indios contra esclavos y de esclavos milicianos contra indios. Los negros, especialmente los nacidos en América, eran mal vistos por los indios, quienes tenían un concepto tan perverso como al de los españoles; concepto que venía desde épocas tempranas del virreinato. Para Guamán Poma de Ayala, los negros bozales, al ser neófitos en la corrupción traída por los españoles, estaban exentos de las maldades y vicios; pero no era así con los nacidos en el virreinato, puesto que los consideraba de lo peor:

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ARLL, Intendencia, Causas Criminales, Leg. 370, Exp. 1800 [f. 4]. Ídem, [f. 8]. No se expresa otra sanción por estar inconcluso el expediente. 20 ARL, Judicial, Partido, Criminal, 1810, Caja 17, Causa criminal contra Miguel Santiesteban. 19

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“Como los negros y negras criollos son bachilleres y revoltosos, mentirosos, ladrones y robadores, y salteadores, jugadores, borrachos, tabaqueros, tramposos, de mal vivir, de puro bellaco matan a sus amos y responde de boca, tienen rosario en la mano y lo que piensa es de hurtar, y no le aprovecha sermón ni predicación, ni azotes ni pringarle con tocino, mientras más castigos más bellaco, y no hay remedio siendo negro o negra criolla; y ansí les castiga Dios y ansí se matan entre ellos estando borracho o jugando.” 21 Este enunciado evidencia que la conducta “pícara, rebelde y delictiva” de los negros criollos es reflejo de las conductas negativas de sus patrones españoles, que, si eran contra los indios, era permitido. Por ejemplo, en noviembre de 1780, en Chiclayo, el indio Juan de Dios Silba fue interceptado violentamente de noche por dos esclavos de la hacienda Pomalca, así que aquél los insultó tildándolos de borrachos y ladrones, a lo que uno de estos reaccionó cortándole parte del brazo y luego huyeron. Más tarde el negro fue apresado y ante la intervención de su amo, se llegó a un arreglo con la víctima, quien ya había sanado.22 Este odio entre afrodescendientes e indígenas fue explicado por Flores Galindo, quien enfatizó que el sistema colonial reposaba en la divisa elemental de dividir para reinar, como lo reflejó en una frase del virrey O´Higgins: “la animadversión profesada entre ellos [negros e indios] era más fuerte que el odio a los españoles: “son irreconciliables”.”23 Aquello explica reacciones violentas como lo sucedido en octubre de 1804, cuando el alcalde de indios de Ferreñafe, Jacinto Luli, decidió cobrar tributos de noche a los morosos. De pronto se acerca a su territorio un esclavo miliciano a caballo (Nicolás Saldaña) y –aunque no está claro quién inicio la ofensiva– se produce un altercado entre ambos que terminó con graves lesiones hacia el miliciano, perpetrados por el alcalde y sus ministros, quienes lo dejaron “casi muerto”.24 Al día siguiente, el patrón del esclavo hace la denuncia contra el dicho alcalde. Los testigos presentados no fueron suficientes para probar la culpabilidad del acusado, así que, como es usual, Jacinto solicitó pagar una fianza para salir libre, y ésta fue otorgada. 25 Otro caso, pero de agresión inversa, fue lo acaecido en agosto de 1811, cuando un indio de Ferreñafe, quien adeudaba unas monedas al zambo miliciano de Jayanca, Agustín Cabrejos, por sus quehaceres no pudo salir temprano para saldar su deuda trabajando como peón.

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Felipe Guamán Poma de Ayala, Nueva corónica y buen gobierno, Tomo II, Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1980, p. 129. 22 ARL. Judicial, Corregimiento, Criminal, 1780, Caja 23, s/t. 23 Alberto Flores GalindO, La ciudad sumergida: Aristocracia y Plebe en Lima, 1760-1830, Lima: Horizonte, 1991, p. 133. 24 ARL, Judicial, Partido, Criminal, 1804, Caja 12, Causa criminal para justificar heridas de Nicolás Saldaña. 25 Ídem [11-12v]. 113


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Desesperado porque no llegaba, el miliciano fue hacia la casa del indio y lo castigó dándole de “porrazos” en el cuerpo para exigirle el pago de unos cuantos reales. 26 A pesar de todo ello, no se puede decir que la relación afro-indígena era “irreconciliable”, puesto que, aunque en minoría, se pueden ver delitos en los cuales participan indios, negros y mestizos a la vez. La relativa superioridad expresada en delito es un indicador que expresa la violencia y opresión que imponen los de “arriba” para trasmitirlos a los de “abajo”. En una sociedad muy jerarquizada como la colonial, ninguna etnia de los estratos inferiores, quería estar en el escalón más bajo, y la pugna por demostrar quién avanzó un poco más alto se manifiesta en los múltiples conflictos entre indios, negros y mestizos. Estos conflictos interétnicos explican la longevidad del orden colonial, que en palabras de Flores Galindo: “La imbricación entre situación colonial, explotación económica y segregación étnica edificaron una sociedad, aunque suene paradójico, tan violenta como estable”.27 La libertad como delito La libertad es un derecho que conquistar y una aspiración universal que era legitimado desde la antigüedad. En las sociedades precapitalistas, donde la esclavitud era un “mal necesario”, las leyes no podían negar a nadie el derecho de libertad si se reunían las condiciones para obtenerla. Existían dos formas legales para conseguir la libertad: las manumisiones pagadas por el esclavo y las donadas por el amo. Sin embargo, para muchos esclavos fue muy difícil costear el precio de su libertad y era muy raro que el amo la donara –salvo cuando el esclavo ya era anciano o inservible laboralmente –. Por lo tanto, lo más fácil, pero peligroso, fue fugarse del dominio de su dueño e incurrir en el delito de cimarronaje. John Locke señaló que la esclavitud no es más que el estado de guerra continuado entre un legítimo vencedor y su cautivo, quienes establecen condiciones de convivencia. Amo y esclavo realizan un pacto en que el primero limita su poder a cambio de que el segundo preste obediencia.28 Si es un estado de guerra que ha quedado en tregua y, para que se ejecute una institucionalización de la esclavitud, es decir, esté legalizada por el Estado y la Iglesia, el esclavo debe continuar la relación bilateral que ha heredado de sus padres. Pero si observa que no se cumple, pues lo que

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ARL, Judicial, Partido, Criminal, 1811, Caja 18, Causa criminal contra Agustín Cabrejos. Alberto Flores Galindo, La ciudad sumergida…, pp. 182-183. 28 John Locke, Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil. Un ensayo acerca del verdadero origen, alcance y fin del Gobierno Civil, Madrid: Alianza, 1998, cap. 4, p. 54. 27

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vive no se llama vida y sólo la parte vencedora es la beneficiada, está en su derecho de salir de la tregua y activar la guerra. Pero la guerra era algo impensable para los esclavos, así que optaron por la deserción, como los casos de Vicente Faya y Antonio Videla, esclavos que fugaron de la hacienda Soledad en abril de 1785, cansados de los abusos del mayordomo que “tenia por crueldades darles de golpes con acero calentado y dejarlos de ambre”. Pero su fuga no duró mucho tiempo, porque en julio fueron encontrados cerca del pueblo de Ferreñafe y a pesar de las clemencias el capataz tomó represalias severas, sin que la “justicia” pudiera hacer algo al respecto.29 Algo similar ocurrió con el esclavo Manuel Peralta, quien escapó de la hacienda Tumán en octubre de 1808 por dejar morir accidentalmente una yegua, pronosticando lo peor para él dado que el mayoral “le abandonaba en el cepo dias y noches estando enfermo”.30 Los afroperuanos aceptarían su condición de esclavos hasta cierto punto en que consideraban que el amo había traspasado las fronteras de la dominación y había entrado en el terreno de la tiranía. Es decir, los esclavos no cuestionaban el sistema al que pertenecían, sino a los “excesos” de poder que se infringía hacía ellos. Ante una esperanza exigua de conseguir la manumisión, la fuga fue el camino más rápido de conseguir la ansiada libertad. El cimarronaje ha constituido a lo largo de la historia una de las formas más comunes de resistencia. No se puede concebir la esclavitud sin la presencia constante del cimarronaje. 31 Los cimarrones de la costa norte preferían las zonas montañosas de contacto entre el valle cultivado y las primeras estribaciones de la sierra, para dificultar su búsqueda y controlar los caminos. Pero este apartamiento hace que las condiciones de vida del cimarrón sea extremadamente difícil por la configuración geográfica de su refugio: fragosidad del terreno, total aridez, escasez de agua, etc.32 Algunos esclavos, conscientes de las penurias que significaba sobrevivir como cimarrones, optaron por suprimir al agente opresivo y mantenerse en el anonimato. Prueba de ello resulta relevante el caso de unos esclavos de la hacienda Pomalca, quienes dieron muerte al mayordomo en octubre de 1807. En un acto de venganza contra el mayordomo chileno, porque “tenía como costumbre echar aguardiente en las cicatrices luego de los azotes”, lo acorralaron para hacerle sentir el dolor de sus azotes y ensangrentado lo dejaron morir en el cepo. Es destacable el compromiso que establecieron todos los esclavos para negar el conocimiento de los autores del 29 ARL, Judicial, Partido, Criminal, 1785, Caja 1, Causa criminal contra Vicente Faya y Antonio

Videla. 30 ARL, Judicial, Partido, Criminal, 1808, Caja 16, s/t. Incompleto. 31 Carlos Aguirre, Breve historia de la esclavitud en el Perú. Una herida que no deja de sangrar, Lima: Congreso del Perú, 2005, p. 128. 32 Bernard Lavallé, Amor y opresión en los andes coloniales, Lima: IEP/IFEA/UPRP, 1999, pp. 155-156. 115


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homicidio, y a pesar de que el administrador de la hacienda les presionaba duramente para que confesaran, ellos aludían su ausencia en la escena del crimen. Así tuvieron que pasar cuatro meses para poner en prisión a los culpables del delito, cuya mayoría permaneció en la hacienda.33 La influencia de la rebelión de Túpac Amaru también significó expectativas de libertad para los esclavos de Lambayeque y, a la vez, la aparición de algunos sucesores. Algunos esclavos aprovecharon la oportunidad para hacer planes de fuga, pero para ello tenían que convenir en no delatarse unos a otros si el plan fuese descubierto. Por ello, es sugestivo hasta qué punto los esclavos pueden desviar cualquier sospecha de fuga, haciendo pagar a un inocente que estuvo a punto de anoticiar el plan. Este es el caso de los esclavos de la hacienda La Viña, quienes proyectaron fugarse en 1781. Después de las indagaciones que hizo el intrigado mayordomo, llegó a la conclusión que el incitador era Pedro Jaramillo, por lo que decidió enviarlo al cepo para azotarlo y luego expedirlo a la cárcel de Lambayeque. Las acusaciones imputadas contra el pobre Jaramillo fueron severas, puesto que se le acusaba de quererse coronarse Túpac Amaru y que inculcaba libertad a los esclavos. Sin embargo, estas acusaciones parecen más bien patrañas de frustrados esclavos, quienes, arruinados sus planes de fuga, decidieron “lavarse las manos” dejando que Jaramillo pague los “platos rotos”. Esto parece comprobarse en la defensa del reo al negar todos los cargos, y que, al contrario, su intención era avisar al administrador de la inminente fuga; pero, en venganza, sus compañeros se le adelantaron para acusarlo falsamente de sedicioso y tenerlo un buen tiempo en prisión. 34 El anhelo de libertad era tan fuerte que cuando se llegaba a un grado de frustración por no conseguirla, la vida ya no tenía sentido. Éste es el caso de Manuel Congo, esclavo de la hacienda La Viña, quien, al ser atrapado al poco tiempo de fugarse, fue azotado severamente por su patrón en marzo de 1787. En venganza se rehusó a comer con el objetivo de morir de hambre y, al ser obligado a trabajar, intentó ahogarse en una laguna; pero fue rescatado por sus compañeros. Entonces, el esclavo entró en una profunda depresión y rápidamente enfermó de fiebre y a los pocos días murió, cumpliendo finalmente su meta: liberarse de este mundo. Más tarde el hacendado fue denunciado por sevicia.35 Ante los tratos inhumanos que los amos infringían a sus esclavos, la Corona publicó en 1789 la Real Cédula de su Majestad sobre la educación, trato y ocupaciones de los esclavos, la cual regulaba y suavizaba la relación esclavista en las colonias 33

ARL, Judicial, Partido, Criminal, 1807, Caja 15, Autos criminales contra de Félix, Joaquin, Dorotea Mercedes… por el asesinato de José Pastrana. 34 ARL, Judicial, Corregimiento, Criminal, 1781, Caja 24, Causa criminal contra Pedro Jaramillo. 35 ARLL, Intendencia, Causas Criminales, Leg. 353, Exp. 1332. 116


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americanas. La cédula decretaba que los amos deberían preocuparse por la instrucción en la fe de sus esclavos, así como alimentarlos bien y vestirlos adecuadamente, regulaba la edad (17-60) y horas de trabajo (de sol a sol), otorgaba el derecho de diversiones sanas los domingos y feriados, la instalación de una enfermería, que los delitos cometidos por esclavos sean proporcionales a los de personas libres, entre otros. Asimismo, dejaba la vigilancia de las reglas en poder del procurador síndico y facultaba a las autoridades civiles las visitas periódicas a las haciendas. Pero esta cédula, que ofrecía un trato humanitario para los esclavos, fue tajantemente rechazada en Perú, puesto que exigía invertir más dinero en la manutención de éstos. Las protestas de los propietarios no se hicieron esperar y en 1794 la cédula fue derogada, sin que hubiese llegado a ser aplicada.36 Entonces con estas frustradas esperanzas, a los esclavos no les quedaba otra que fugarse alegando sevicia. La sevicia no fue el único motivo por el cual los esclavos se fugaban. También existían otras causas como el anhelo de reunirse con sus seres queridos prófugos –fugas por amor, seducción o rapto–, por el miedo de recibir un cruento castigo ante una falta cometida, por perder ciertos privilegios laborales, entre otros. 37 Las leyes coloniales consideraban delincuentes a los cimarrones, por el hecho de fugarse del dominio de sus amos; pero no consideraban criminales a sus amos por el maltrato aplicado hacía aquellos. Los esclavos podrán ser delincuentes para la ley colonial, pero no lo eran para la ley natural. El delito como desorden social El delito se convierte en desorden social cuando los oprimidos no pueden hacer respetar sus derechos por la vía legal. Estos actos son motivados por el desprestigio que tienen las autoridades locales, consideradas por la comunidad como corruptas e injustas. Muchas personas han respondido a la injusticia con actos delictivos, pero sus respuestas se han quedado en una fase económica, sin atacar los símbolos de poder. Pocos son los individuos que se han enfrentado directamente a las autoridades, los que les han dicho lo que pensaban y los que han movido masas para trastocar el orden social. En 1780 se produjo la rebelión de Túpac Amaru II y el Norte no fue ajeno a esta coyuntura. En enero de 1781 circularon rumores de que un emisario del cacique rebelde había llegado a Lambayeque y se había contactado con los rebeldes de Otuzco. Con el fin de disipar la confabulación, las autoridades coloniales se desplegaron para

Carlos Aguirre, Breve historia…, pp. 37-40. Carlos Aguirre, “Cimarrones, bandoleros y desintegración esclavista. Lima, 1821-1854”. En Carlos Aguirre y Charles Walker, Bandoleros, abigeos…, p. 147. 36 37

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controlar a los indios y castas de cualquier intento subversivo. 38 Al año siguiente aparecieron pasquines en Lambayeque contra el abuso del corregidor Pedro Muñoz de Arjona.39 René Descartes distinguió tres clases de ideas presentes en el ser humano: las innatas al hombre, las formadas por él mismo y las que ha recibido del mundo exterior. 40 La “plebe” se había generado una idea negativa de las autoridades españolas, a las cuales consideraban corruptas e injustas, y quiso hacérselos saber. La rebelión de Túpac Amaru fue un hecho que caló en la mentalidad de algunos afrodescendientes para rebelarse contra sus autoridades, como lo ocurrido con un zambo libre Juan Manuel, alias “Chana”, quién, al sentir tener una misión mesiánica, junto a su equipo, liberaba a individuos detenidos “injustamente”. Incluso testigos afirman que “Chana” pregonaba, de esquina a esquina, ser el “Túpac Amaru de los zambos”. Cuando fue apresado en junio de 1781 en Chiclayo, en unos cuantos meses logró escapar haciendo forados al muro y siguió libre por mucho tiempo, haciendo lo que ya acostumbraba. 41 La protesta hecha al último corregidor de Lambayeque, Juan Romualdo de Vidaurre, ocurrió 31 de agosto de 1784, quien no pudo reprender en el acto a un solo individuo que se atrevió a decirle lo que todo el pueblo pensaba. El zambo José Patrocinio Faya, alias “Geraldo”, ante varias acusaciones en su contra fue apresado a principios de 1784; pero al poco tiempo logró fugarse con otros reos. Siendo prófugo, permaneció en el pueblo de Lambayeque hasta que fue descubierto por el alguacil Nicolás Villavicencio (zambo) el 31 de agosto. En una casa privada se produjo un enfrentamiento entre ambos, cayendo gravemente ensangrentado el alguacil, y el reo fue forzado a salir del local. Al rato y portando un rejón, salió a la plaza mayor y a gritos expresó su descontento: “Viva el Rey y Muera el mal gobierno, que en Lambayeque no hay justicia”. De pronto sale el corregidor y sus ministros, y el zambo los ofende, pidiendo que “le echaran al sambo Villavicencio para matarlo”. El frenético corregidor empuñó su pistola, pero “no dio fuego”, lo que significó la burla del insolente y de la gente que salió a ver el escándalo. A pesar del llamado de auxilio que pidió el corregidor para que atraparan a “Geraldo”, la gente lo dejó escapar, ¿por qué? Porque los vecinos se identificaron con el discurso del zambo y, reconociendo su valor, consintieron su fuga. El corregidor Vidaurre, solicitó la captura de “Geraldo”, quien se encontraba en Piura, siendo detenido el 6 de septiembre de 1784. Steve Stern, “La era de la insurrección andina, 1742-1782: una reinterpretación”, en Steve Stern (Comp.) Resistencia, rebelión y conciencia campesina en los andes coloniales, siglos XVIII-XX, Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1990, p. 87. 39 AGI, Audiencia de Lima, Leg. 1099, citado por Scarlett O’Phelan, Un siglo de rebeliones anticoloniales. Perú y Bolivia, 1700-1783, Cusco: Centro de Estudios Rurales Andino “Bartolomé de las Casas”, 1988, p. 307. 40 René Descartes. Meditaciones metafísicas. Santiago: Arcis, 2004, pp. 23-24. 41 Guillermo Figueroa Luna y Ninfa Idrogos Cubas, “Esclavos por la libertad (Segunda parte)”, Umbral, Lambayeque, año IV, n° 6, 2004, pp. 30-32. 38

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De inmediato fue procesado en Lambayeque y se pidió la pena máxima. Ante lo controvertido del delito, un grupo de testigos respaldó a “Geraldo” y su defensor Baltasar de Polo consiguió que el reo evitara la muerte y fuera destinado a 6 años de prisión en las islas de Juan Fernández (Chile). 42 Las palabras de “Geraldo” al corregidor reflejan una ideología implícita de protesta contra la autoridad local calificada como corrupta, injusta e incompetente que no representaba los intereses del rey. Otro caso menos controvertido sucedió previamente, el 4 de agosto del mismo año, cuando el mestizo Antonio de Atocha se negó a cumplir las órdenes del alcalde mayor de Saña, Luis Mauro de Lara y Briones. No contento con el desacato el mestizo lo insultó públicamente tratando al alcalde de “mero ladrón estafador incapaz de noticiarle, hombre de baja esfera vil, por naturaleza, de feos procedimientos”. Lacerado su status, el alcalde pide que se reconozca esta injuria como delito de Lesa Majestad, por “ultraje y desobediencia a la Real Justicia que representaba”; mientras que la otra parte alegaba ser una exageración.43 Al parecer seguía el mismo discurso de desacato a la autoridad por no representar la voluntad del rey. Sin embargo, las injurias a las autoridades son infrecuentes en los documentos, quizá debido a ser interpretadas como delitos de Lesa Majestad, cuya pena es la muerte y confiscación de todos los bienes, acarreando secuelas nefastas a la familia; por tanto el camino más fácil fue usar el argumento de disconformidad como justificador de acciones delictivas que aprovecharan la “ceguedad” de la justicia colonial. Respecto a los desórdenes sociales cometidos por grupos numerosos, se puede citar el desconocimiento de autoridad de los esclavos de Tumán en 1800. Después de la expulsión de los jesuitas en 1767, la hacienda Tumán pasó a depender de “temporalidades” por el gobierno estatal. Para 1800, la hacienda fue subastada a José Antonio de las Muñecas, de quien se tenía una mala imagen. Luego de un litigio de tierras con unos indios, el licitador fue a su nueva hacienda pero sorpresa suya fue cuando los esclavos no lo dejaron entrar, puesto que “treinta facinerosos, que han formado su aciento o palenque entre los de la Hacienda Tumán y Pomalca […] han perseguido al dueño de Tuman con ocho hombres más, aparte de los asaltos”. Al parecer al asedio de la hacienda se sumaron esclavos y bandoleros procedentes de otros lugares. Ante la denuncia, el 29 de agosto las autoridades designaron a 50 esclavos armados para combatir a su propia etnia.

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ARL, Judicial, Corregimiento, Criminal, 1784, Caja 27, Causa criminal contra José Patrocinio Faya. 43 ARLL, Intendencia, Causas Criminales, Leg. 353, Exp. 1306, s/f. 119


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Dichos esclavos se negaron a deponer su rebeldía y a entregar a los bandidos alojados, expresando que: “[…] no tenían amos ni le conocían y primero ovedecerían a un indio prestandole la ovediencia que no a los que se nominaban sus amos, que no entregaban la gente que Su Merced solicitaba porque en aquella hacienda no se perdía a nadies y estaban resueltos a defenderse y que primero perderían la vida.”44 En consecuencia, la tropa disparó y mató a tres esclavos. Al instante, la mayoría de esclavos escapó, quedando las mujeres. Ante la falta de recursos para solventar los viáticos de la milicia para atrapar a los fugitivos, las autoridades demoraron medio año para restaurar el orden en la hacienda. 45 Los desórdenes sociales de mayor conglomeración fueron protagonizadas por los indios. En 1784 los hermanos Martínez de Pinillos (miembros de la élite de Trujillo) compraron las haciendas de Pomalca, Collús y Samán y obligaron a los indios a pagarles el derecho a que sus ganados se alimentaran en los pastizales de su propiedad. La respuesta de los campesinos fue negativa y una afluencia de más de 5000 indios armados con piedras, lampas y cuchillos se concentró en la plaza de Chiclayo para protestar que no querían por vecinos a los Pinillos. Al momento, el subdelegado ordenó a los milicianos a poner fin al tumulto y restablecer el orden.46 Los indios eran los más radicales al hacer notar su descontento, pero éstas se limitaron a reivindicaciones momentáneas y de tipo económico. El ascenso del cacique Damasco Temoche el 15 de enero de 1804, representó para los lambayecanos el pacto entre el poder español y el indígena, un convenio a favor de los intereses coloniales con detrimento de la población nativa. En el mismo día de la proclamación cerca de 3000 indios se disponían a tomar el pueblo por la fuerza en protesta de la nueva autoridad. Los caudillos del inesperado motín eran integrantes del cabildo indígena (Clemente Anto, Antonio Melitón Coronado, Manuel Marcelino Fayloc, Gregorio Ñiquén y Bruno Huertas), quienes se atrincheraron en la iglesia principal de San Pedro. Las milicias reales actuaron de inmediato y sofocaron el levantamiento, apresando a los cabecillas para luego remitirlos al Callao para mayor seguridad, asimismo se ejecutó el embargo de todos sus bienes. 47

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ARL, Judicial, Partido, Criminal, 1800, Caja 8, Autos seguidos sobre el Palenque de Tumán, ff. 11-11v. 45 Ídem, ff. 14-36. 46 Susan Ramírez, Patriarcas provinciales. La tenencia de la tierra y la economía del poder en el Perú colonial, Madrid: Alianza, 1991, p. 271. 47 ARL, Judicial, Partido, Criminal, 1804, Caja 12, s/t. 120


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El temor de un ataque a la ciudad no terminó allí, sino que el fantasma de los rebeldes siguió rondando el pueblo de Lambayeque. El 15 de agosto de 1804, el intendente Vicente Gil de Taboada envió una carta al subdelegado de Lambayeque, José Diez del Campo, advirtiéndole de un inminente atentado contra su jurisdicción. Según una fuente anónima, los indios de Lambayeque planeaban hacer explotar con pólvora la ciudad el 14 de septiembre o el 8 de diciembre. Esta noticia atemorizó a los españoles, quienes incluso especulaban que la iglesia matriz de San Pedro (frente al cabildo) “esta minado, y quieren con Pólvora bolar alos Fieles que se congregan”.48 El gran historiador del miedo, Jean Delumeau, nos dice que el rumor marca el momento en que la inquietud social alcanza su paroxismo. Declarada la alerta del instinto de conservación por amenazas contra la seguridad ontológica de un grupo, las frustraciones y ansiedades colectivas acumuladas conducían a proyecciones alucinógenas, donde el temor desborda los límites de lo real y de lo posible. 49 Y la rebelión de Túpac Amaru II había exagerado y mitificado demoniacamente la perversidad de los indios, coludiéndose con los negros y otras castas. Siendo el rumor una atmósfera de desconcierto difundido deliberadamente con el claro propósito de alterar el orden y generar caos, 50 estuvo asechando a los amedrentados españoles durante varios meses. Sin embargo, el patrullaje fue en vano, dado que no existen indicios de un atentado para tal año. En fin, si los indios no pudieron atacar físicamente a los españoles, sí lo hicieron psicológicamente y que, cuando se trata de una venganza, también es una forma de hacer daño y de disfrute para sus propagadores. Las protestas en contra de los símbolos de poder o autoridades en singular carecieron de perspectiva política, y más bien, se restringieron a buscar reivindicaciones o soluciones momentáneas. A diferencia del sur andino, no hubo un gran líder que pudiera unificar y dirigir a todo el pueblo para imponer a los españoles un mejor trato, ni estas insurgencias obedecían a un programa de resistencias –más bien, eran aisladas–. En Lambayeque existieron revueltas, más no rebeliones. 51

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ARL, Judicial, Partido, Criminal, 1804, Caja 12, s/t, f. 5. Jean Delumeau, El miedo en Occidente. (Siglos XIV-XVIII), Madrid: Taurus, 2002, pp. 275276. 50 Scarlett O’Phelan, “La construcción del miedo a la plebe en el siglo XVIII a través de las rebeliones sociales”, en Claudia Rosas Lauro (ed.): El miedo en el Perú. Siglos XVI al XX. Lima: SIDEA/PUCP, 2005, pp. 125-126. 51 Una revuelta es un alzamiento de breve duración, espontáneo sin un plan previo y de carácter local que lucha contra un individuo en particular. Por otro lado, una rebelión es aquella que alcanza una mayor permanencia temporal, de carácter regional y responde a un plan de organización que está dirigido contra las instituciones de poder (O’Phelan 1988: 23-24). 49

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Durante la guerra de independencia, los delitos de hurto y robo aumentan notablemente, como resultado de la carencia económica de la población para contribuir al mantenimiento de la guerra. La élite criolla de Lambayeque, demostró su patriotismo a raíz de conservar sus privilegios en la nueva era independiente. Por otro lado, la población participó activa y voluntariamente, ya sea con bienes o con sangre, para subsidiar los gastos de la guerra, con afán de mejorar sus condiciones económicas (indios) y sociales (esclavos). Recién allí la resistencia social de los oprimidos adopta una perspectiva política, aunque dirigida por sus jefes. Después de la independencia, la élite criolla se adueñó de la victoria de la emancipación y rechazó el factor decisivo de las grandes masas llamadas “plebe” para legitimar su poder y gozar de privilegios en las altas esferas políticas. La independencia del Perú, y especialmente de Lambayeque, se dio a nivel político, puesto que tanto españoles americanos y peninsulares conservaron su posición colonial, con la única diferencia de que los primeros subieron más alto. Mientras tanto, la situación de los indios y negros se mantuvo casi intacta, puesto que se conservaron el tributo y la esclavitud hasta empezar la segunda mitad del siglo XIX. 2.

B ALANCE DELICTIVO

Los expedientes registrados en los archivos nos permiten establecer cuadros estadísticos; pero en la realidad debió haber más delitos, algunos perdidos por el tiempo y otros impunes por el miedo. En base al sondeo archivístico, los índices delictivos aumentaron por decenios de la siguiente manera: Gráfico de barras de los delitos registrados en el Partido de Lambayeque, 1780-1821

Fuente: Causas Criminales del Archivo Regional de Lambayeque y del Archivo Regional de La Libertad 122


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Los delitos de agresión y homicidio ocupan el primer y segundo lugar, respectivamente, en el partido de Lambayeque y lo convierte en una jurisdicción indisciplinada y violenta. La mayoría son cometidos por los negros esclavos y zambos libres, quienes, por lo común, atacan a los indios y éstos en menor medida cobran venganza. De esta manera, el conflicto afro-indígena explica la longevidad del orden colonial, debido a que no existió un proyecto común para contraponerlo al sistema español, porque los dominados estuvieron en constante pugna étnica y estamentalmente. La mayoría de agresiones que provocaron una sucesiva muerte, son ocasionadas por venganzas y deudas. En los pocos delitos de los españoles que se “registran” son, en mayoría, agresiones a indios. El hurto y robo ocupan un tercer lugar. Los registros del primero representan la mitad del segundo. La mayoría de los denominados “robos” son hechos a escondidas pero violentando o destruyendo alguna infraestructura, y realizado entre 2 a 4 individuos, en mayor proporción por afrodescendientes (sobre todo esclavos) y en menor por indios, y raras veces juntos en un mismo atraco. Las injurias ocupan el cuarto lugar y, a menudo, son insultos generados por una discusión privada que, por lo común, terminaron en agresiones físicas. Los afrodescendientes son los más injuriosos y luego los indios. Un dato que llama la atención es el no destacado índice de cimarronaje, siendo Lambayeque el partido con mayor cantidad de esclavos del norte. Una respuesta debió estar en la “justicia por propia mano” de los hacendados, evitando denunciar a sus esclavos, porque éstos a su vez los podían denunciar por sevicia. Los enfrentamientos directos entre el pueblo oprimido y la autoridades son pocos; pero la imagen negativa y desaprobatoria que proyectaban los funcionarios en la gente es muy evidente y recurrente en varios testimonios, al mostrarse compasivos con algunos “delincuentes”. Los desórdenes sociales o revueltas fueron aisladas y protestaron contra individuos particulares, mas no contra el sistema colonial, hasta la coyuntura independentista. CONCLUSIÓN A pesar del descontento de los dominados (indios, negros y mestizos), sus innumerables conflictos internos opacaron su visión de unidad para contraponerse a sus dominantes (españoles). No hubo una conciencia unívoca que les permita mantener una cohesión, a pesar de la coyuntura rebelde difundida desde el exterior; no hubo rebeliones, sino revueltas aisladas. Cada uno se las arregló como pudo para mejorar su condición, donde sus intereses económicos o empresariales se antepusieron a los de tipo político, hasta la llegada de la independencia.

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La disconformidad popular sobre la injusticia de sus autoridades, generó alternativas de vida delictiva por venganza indirecta. Es decir, los delincuentes cometieron una serie de asaltos y agresiones propiciados por la explotación colonial; pero su descarga no se orientó a atacar a los agentes opresivos, sino a volver más inestable su administración, creando un clima violento.

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