Una tarde cercana, buscando esos rincones de la infancia que uno atesora, me acerqué a un circo que se estableció temporalmente en los descampados de la ciudad. Conversé con algunas personas dentro del circo, preguntando por el director, pero las respuestas fueron siempre evasivas, incluso un perro shar pei me corríó con sus ladridos nada amistosos. Me colé entonces en la carpa donde más tarde se desarrollaría la función, y entonces se hizo el milagro, me fui al encuentro de unos niños que al verme se escaparon por debajo de la lona. Lo demás está contado aquí. Quizá una reflexión se me desliza al estar esa hora de juego con “los niños del circo”, es libertad que respiré por un momento, ese jugar en los territorios de aventuras donde todo es posible, lejos de los juegos enlatados que el sistema nos propone.
Juan C. Gargiulo, Segovia, primavera 2016