Trans Fénix: el renacer de una lucha por la vicivilidad

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Trans Fénix: el renacer de una lucha por la visibilidad

Julián Camilo Guzmán, escrito en III semestre, 2021.

Un póster ubicado en la entrada del salón de belleza de la calle 37 con avenida ferrocarril plasma una realidad social. Es una fotografía de Ginna Mejía, acompañada de la frase “acceder a la justicia es un derecho que tenemos todas las personas, sin embargo, para las mujeres trans parece que solo está en el papel”.

Ginna Katherín Mejía es la madre de la Colectiva Trans Fénix Ibagué. Es una mujer trans y activista social, tiene 38 años, Cabello negro, piel canela, cejas delgadas y nariz aguileña. Tiene una mirada particular, inspira confianza y resulta reconfortante, tal vez por la amabilidad y alegría que la caracteriza, a pesar de que a diario enfrenta una incansable lucha por la comunidad a la que representa.

De acuerdo con información de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, CIDH: “La violencia y la discriminación contra las personas trans inicia a temprana edad, ya que generalmente son expulsadas de sus hogares, colegios, familias y comunidades, como consecuencia de expresar sus identidades de género diversas”.

Por ello, las personas de la comunidad LGBTIQ+, en especial las mujeres trans, se han agrupado en casas. Cada casa tiene una madre quien les acoge, les cuida y se preocupa por compartirles las herramientas necesarias para enfrentarse al mundo.

Fotografía tomada por Julián Guzmán

—Nos unimos porque entre las maricas no nos juzgamos, nos apoyamos— dice Ginna.

En la casa Trans Fénix Ginna tiene su propia peluquería y vive con su familia. Tres mujeres trans, un joven gay y un transformista.

Jessica Martínez tiene 41 años, de cabello rubio a la altura del mentón, hoyuelos en las mejillas y tez clara. Inició su transición a los 13 años y por esa misma razón fue expulsada de su casa.

—Me echaron de la casa cuando tenía 14 años, después conocí a una trans que me enseñó peluquería para que tuviera como sobrevivir. Yo ya estaba en mi transición, entonces también me enseñaba a arreglarme y a maquillarme para no quedar tan payasa —narró Jessica, quien quiso ser profesora, tal vez porque era buena en matemáticas pero no había muchas opciones en esa época.

—Después de que mis papás me echaron de la casa, dejé el colegio porque me hacían mucho bullying. Entonces, seguí con las únicas dos opciones que hay para las trans. Seguí como peluquera y, tiempo después, empecé a trabajar en la calle.

—¿A qué edad empezaste a trabajar en la calle? —pregunté.

—A los 15 años. Me decían La polla, porque era la más joven de todas.

En Colombia el ejercicio de la prostitución no es ilegal. Generalmente, quienes ejercen este trabajo se acogen al principio constitucional del “libre desarrollo de personalidad”. De hecho, para Ginna, también hace parte del derecho al trabajo, y habla sobre la actividad de la prostitución como tal.

A pesar de ello, quienes ejercen prostitución han sido objeto de censura y señalamiento social desde siempre. Esto hace que se den dinámicas y estigmas que promueven la discriminación y exclusión, justificando la violencia contra las mujeres trans.

Converso con las hijas de Ginna, suena una olla a presión. Huele a sopa. Madre está preparando la cena mientras habla con Estiven, uno de sus hijos, de algunos trámites pendientes para los procesos que Trans Fenix está llevando. Desde la colectiva, realizan procesos de orientación y acompañamien-

Fotografía tomada por Julián Guzmán

to en trámites de libreta militar, cedulación de mujeres trans, Sisbén, y denuncias por agresión o violencia basada en género u orientación sexual.

—¿Qué se ha sabido de La Shata? —pregunta Estiven.

—Aún hay que esperar a que le hagan otros exámenes, pero desde ya nos toca ir cuadrando la denuncia para no dejar que pase mucho tiempo —dice Ginna en un tono suave y algo triste.

Lucia Torres es conocida como La Shata, hace parte del grupo de Ginna. Una mujer trans que se dedica al trabajo sexual, quien fue contactada el pasado 5 de febrero de 2022 por un cliente para un servicio, cuando estaba con él llegaron 4 hombres más y fue brutalmente golpeada.

Susanna Dieckmann, también hija de Ginna, estaba sentada frente a mí en la mesa, entonces empezamos a conversar. Es migrante venezolana, llegó a Colombia hace 3 años. Desde que tenía 15 empezó a travestirse y a los 16 empezó su transición.

Mientras hablamos, desliza sus dedos adornados con uñas acrílicas por la pantalla de su celular. Recibe 2 o 3 notificaciones cada minuto. Susanna tiene piel trigueña, cabello negro, usa pestañas postizas y un maquillaje bien elaborado. Trabaja como acompañante a través de páginas web. Intenta no exponerse más a todos los riesgos que conoció en la calle.

— Discúlpame, debo hacer una videollamada. Ya vuelvo, no puedo perder el cliente— me dice Susanna, mientras sonríe y se levanta de la mesa para dirigirse a una de las habitaciones del fondo de la casa.

Un espejo, de luces tipo camerino de dos metros de ancho, hace parte de los muebles que componen el salón de belleza de Ginna. Nos ubicamos ahí rodeados de un poster de Marilyn Monroe, una bandera del orgullo trans, el póster con su fotografía, cosméticos, planchas, secadores y productos para el cabello. Ginna se sienta frente al espejo aplicándose un poco de polvo compacto en el rostro y me habla de sus preocupaciones como activista.

—He tenido que enterrar a muchas trans —dice Ginna.

Las víctimas de agresiones y asesinatos por transfobia son alarmantes. Según La Red Comunitaria Trans y la Defensoría del Pueblo, entre el 2021 y 2022 hasta noviembre 55 mujeres trans fueron asesinadas. Para no ir muy lejos, Ángela María Bernal Ospina, de 39 años, en el municipio de Mariquita recibió un disparo el 27 de noviembre de 2022, por una discusión que sostuvo con un vecino, un hombre que portaba una escopeta.

Para Ginna la lucha por los derechos de la comunidad trans ha tenido buenos resultados. Hay avances, pero como activista social sigue trabajando incansablemente porque las oportunidades laborales aún son limitadas, hay deficiencias en temas de salud y lo que más le preocupa es lo complejo que resulta conseguir vivienda.

—La gente aún tiene muchos estigmas. Piensan que por ser trans, somos las problemáticas, las putas, las escandalosas y las violentas. Por eso mucha gente no nos da en arriendo un apartamento. Cuando conseguimos algo siempre somos muy cuidadosas porque sabemos lo importante y lo complicado que es mantener una vivienda— señala Ginna.

—Casi siempre la gente que nos arrienda es gente que ya nos conoce y se ha dado cuenta del tipo de personas que somos. Se van desprendiendo de los estigmas, conviven con nosotras y nos llevamos bien. Pero siempre es difícil ese primer acercamiento porque la gente no siempre tiene la disposición—agregó Jessica, La polla.

Es por esto que cada acto de violencia contra las personas trans no es una cifra más. La transfobia representa un ataque contra el reconocimiento de la diversidad, el respeto a las identidades y expresiones de género, revelando las deficiencias en materia de protección de los derechos fundamentales de las mujeres trans. Por ello, es tan importante darle visibilidad a estas situaciones como lo plantea Ginna Mejía.

—De lo que no se habla, no existe— Ginna

Fotografía tomada por Julián Guzmán Fotografía tomada por Julián Guzmán

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