Los 18 segundos que le cambiaron la historia a Popayán Se cumplen 30 años de este fatídico momento. Dieciocho segundos fueron suficientes para que uno de los terremotos más devastadores de la historia colombiana, acabara con la vida de 287 personas y destruyera el sector histórico de la ciudad de Popayán. El movimiento, ocurrido en plena Semana Santa, un 31 de marzo de 1983, cuando decenas de fieles presenciaban las celebraciones sacras, le cambió la historia a la ciudad religiosa por excelencia. Silvio Bonilla, recorre las calles del sector histórico de Popayán, mientras recuerda cómo el día del terremoto, que sacudió a la ciudad blanca, tuvo que encargarse de transportar a los heridos en una volqueta. “En esa época sólo había tres ambulancias en Popayán y con tanto herido, yo me puse a manejar una volqueta que me había prestado un vecino para transportar un material de construcción”. Eran las 8:15 de la mañana del Jueves Santo de 1983, cuando decenas de fieles ya se encontraban en los diferentes templos de la ciudad, en la primera misa del día, cuando la ciudad empezó a temblar. Casi 20 segundos después, sobre el centro de Popayán, se observaba una nube de polvo. La mayoría de las víctimas fatales estaban rezando en centros religiosos. Otros murieron en las viejas edificaciones aledañas al sector histórico. Según Josefina Chávez el día del terremoto, mientras se encontraba en su apartamento, la tragedia cubrió a su familia. “Fue una pesadilla, los Bloques de Pubenza eran los edificios mas nuevos de la ciudad, pero la mayoría literalmente se hundieron y solo se veían cuatro pisos de los cinco que cada uno tenía, 16 personas murieron enterradas y otras atrapadas entre los escombros“, recuerda la mujer. Zona de desastre A mediados del siglo XIX, el general Tomás Cipriano de Mosquera, expulsó a la comunidad Jesuita de la ciudad de Popayán. La memoria histórica cuenta que uno de los religiosos maldijo a la ciudad marcando el día en el que cayera la cruz de Belén, una de las iglesias más representativas de la ciudad, la ciudad se destruiría. El día del terremoto, la emblemática cruz de metal se fue al suelo. Sin embargo, muchas personas, entre ellas el padre Otón Avendaño, hoy Vicario de la Arquidiócesis de Popayán y quien ese fatídico Jueves Santo celebraba su primera misa como sacerdote, le restó credibilidad a la supuesta maldición, pues dice que todo se debió a un desastre natural. “Yo recuerdo las palabras de Monseñor Samuel Silverio Buitrago en aquél entonces, que en paz descanse. Decía que lo ocurrido el día del terremoto no fue un castigo de Dios, sino un hecho natural que en cualquier momento iba a ocurrir”. Un total de 6.130 viviendas resultaron afectadas por el terremoto, de ellas 2.558 terminaron completamente destruidas, 32 iglesias, 17 museos, la Torre del Reloj, el Puente del
Humilladero, el Claustro de Santo Domingo, la sede de Villa Marista, entre otras emblemáticas edificaciones, terminaron agrietadas y a punto de venirse al suelo. Pero una de las escenas que más causó conmoción y que hoy forma parte de la memoria de los payaneses, fue la que se vio en el cementerio central. Según el Ingeniero Jorge Humberto Campo, la mayoría de tumbas se abrieron y cientos de cadáveres quedaron expuestos. Otros ataúdes quedaron con la mitad afuera. Andrés Figueroa, quien tenía ocho años el día en que las calles de Popayán se abrieron, dice que también su familia tuvo que enfrentar el drama de verificar que las tumbas de sus muertos, estaban intactas o si por el contrario habían resultado afectadas. “Recuerdo que vi a mi Papá y a mi hermano mayor saliendo con una pala de la casa, pues el mismo día en la tarde pasaron por la calle avisando que todas las personas que tenían familiares en el cementerio debían verificar que las bóvedas no habían sufrido daños, por fortuna, el cadáver de mi abuelo que había muerto tres meses antes, no se había salido“, indicó. La reconstrucción A las 11:30 de la mañana, tres horas después del terremoto, aterrizó un avión de las Fuerzas Armadas en el aeropuerto Machángara de Popayán, con el presidente Belisario Betancur y varios de sus ministros a bordo. El mandatario llegó con un cargamento de ayudas, agua y alimentos no perecederos para afrontar las primeras horas de la crisis. Luis Guillermo Salazar, era el alcalde de esa época y tuvo que enfrentar la emergencia. Asegura que las primeras medidas fueron de Salud Pública. La atención de los heridos, el suministro de alimentos y agua y sobre todo la planeación que se inició de manera inmediata, buscando la remoción de los escombros y la adecuación de las edificaciones que estaban a punto de caerse para evitar más afectaciones, se tuvieron en cuenta como prioridad. “Los muertos y los heridos que se registraron solo ocurrieron en el terremoto, y aunque fue muy doloroso, no hubo más muertos por epidemias, o por violencia. Con la ayuda que llegó desde varias regiones del mundo, logramos montar hasta un hospital con el que logramos atender a quienes lo necesitaban”, puntualizó. Camila Fajardo, estudiante de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad del Cauca y quien participa de un trabajo de investigación que culminó con una exposición fotográfica sobre el terremoto de Popayán, acompañó los eventos organizados para conmemorar los 30 años del trágico hecho. Dice que aunque no vivió el terremoto, pues nació 12 años después, sí ha sentido los efectos que produjo, pues aunque la reconstrucción se vio en las edificaciones, el problema social causado por el crecimiento desmedido de la ciudad aún no ha sido atendido por las autoridades locales. “Popayán, con el 17,8 por ciento de población desocupada, es una de las ciudades con el mayor desempleo. Aquí no hay inversión, ni industria y muy pocas empresas, son condiciones que para quienes vamos a ser profesionales no representa otra realidad, más que irnos de la ciudad”. En 1983 Popayán tenía 90 mil habitantes y un problema de crecimiento en la población que se veía reflejado en los inquilinatos que existían. Han pasado 30 años y la capital caucana cuenta con un censo de 370 mil personas.
El 80 por ciento de los actuales ciudadanos llegaron de otros municipios como Piendamó, Cajibío y Timbío, que también resultaron afectados con el terremoto y ocuparon extensiones de terreno en asentamientos e invasiones. Uno de los barrios de la Ciudad Blanca, tomó el nombre de ‘31 de Marzo’, como una manera de recordar esa fatídica fecha del fenómeno natural que le cambió la historia a la capital caucana.