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Educamos para formar servidores de la humanidad y cuidadores de nuestra casa común

EDITORIAL

Carlos E. Correa, S.J. Provincial

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En este tiempo en que vivimos la Pandemia del COVID 19, vuelve a aparecer con mucha profundidad la pregunta por el sentido de la Educación Jesuítica y la Pedagogía Ignaciana. Y ello ocurre porque hemos tenido la experiencia de sentir muy hondamente que los hombres y las mujeres no somos seres todopoderosos, sino que somos profundamente vulnerables y débiles. Hemos empezado a reconocer que, en muchos aspectos, estamos construyendo unas relaciones sociales y unas relaciones con el resto de la creación afincadas en el egoísmo, la prepotencia, el orgullo, la codicia, el irrespeto por lo diferente y diverso, y que todo ello nos ha llevado a ir cerrando las posibilidades de una vida plena y abundante para todos y para todo.

Muchos hemos vuelto a tomar conciencia de que tenemos que repensar la forma misma de vivir la vida, de relacionarnos, de acercarnos a los demás y a nuestra Tierra. Nos vamos convenciendo de que tenemos que recuperar el silencio, la meditación y la reflexión, para tener una mirada, unos sentimientos y una forma de proceder más integral e integrada, más holística y sinérgica, más sencilla y humilde, menos pretensiosa de dominio y, sobre todo, movida por el amor.

Empezamos también a experimentar un gran deseo de una vida más austera, sin muchas cosas, en la que lo normal sea que todas las personas tengan lo necesario para el desarrollo de sus capacidades. Hemos quedado muy cuestionados porque muchas personas, en este tiempo en que hemos tenido que parar la economía, se quedaron sin posibilidades de alimento; y hemos reconocido que tanta inequidad ha llevado a excluir y a descartar a muchos hombres y mujeres de nuestra sociedad, negándoles las condiciones mínimas de vida digna. Todo ello nos ha sensibilizado y nos ha ayudado a sentir el sufrimiento de los otros, para movernos a la solidaridad generosa en el compartir de lo que tenemos y somos, para pensar en los demás y anhelar una mayor cercanía incluyente y fraterna.

Desde este contexto, y a partir del sinnúmero de experiencias y reflexiones que en este tiempo hemos tenido, vuelve a aparecer la necesidad de ofrecer a nuestros niños, jóvenes y adultos una educación que realmente los forme en humanidad; para que sean guiados por el amor a los demás y a la naturaleza y puedan apostarle sus vidas a establecer relaciones equi tativas, justas, reconciliadas, pacíficas y armónicas.

Entonces, volvemos a tomar conciencia de que la Educación Jesuítica y la Pedagogía Ignaciana surgieron como respuesta a búsquedas tan importantes y fundamentales como las que hoy aparecen en el corazón y en la mente de muchos de nosotros: ¿cómo lograr que todas las personas seamos servidoras de la humanidad y cuidadoras de nuestra casa común? ¿Cómo enfocarnos en el desarrollo de las capacidades y las habilidades de todo ser humano, teniendo siempre presente la necesidad de crecer en todas y cada una de las dimensiones de la persona, desde la perspectiva de formar seres humanos para los demás y con los demás, capaces de amar y de servir a los otros y de cuidar este hermoso ecosistema que se nos ha dado?

Y nos damos cuenta de que la respuesta, dada desde hace más de 450 años por la Compañía de Jesús, surge de la hermosa experiencia de un hombre, Jesús de Nazaret, que nos cautivó por su modo de proceder con los demás; de un hombre que sintió que la felicidad se vive cuando las personas no estamos centradas en nuestros propios intereses egoístas, sino cuando buscamos lo mejor para los demás, a través del servicio incondicional a todas y a cada una de ellas; de un hombre que se dejó mover por Dios desde dentro de su corazón para acercarse a los demás y acompañarlos, cuidarlos, curarlos, levantarlos, perdonarlos y mostrarles que el amor y el servicio son el culmen de la vida de todo ser humano; de un hombre que, con la fuerza del Espíritu, se entregó sin condiciones a los demás hasta dar su vida; de un hombre en el que, a pesar de haber sido asesinado, el amor venció al odio y se hizo compasión, misericordia y perdón; y que, por eso, está vivo hoy en nosotros para animarnos, movernos, guiarnos y educarnos pedagógicamente en el amor.

Revista Jesuitas Colombia MAY-JUN 2020

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