ISSN 1853-8827
CUADERNOS del Ciesal
Revista de estudios multidisciplinarios sobre la cuestión social Año 12 / N° 14 / enero-diciembre 2015
A la memoria de Eduardo Hourcade.
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Revista de estudios multidisciplinarios sobre la cuestión social Año 12 / N° 14 / enero-diciembre 2015
DOSSIER HISTORIA DE LA CLASE OBRERA EN LA ARGENTINA: INVESTIGACIONES RECIENTES Y NUEVAS PERSPECTIVAS
ISSN 1853-8827 CUADERNOS del Ciesal es una revista de periodicidad anual editada por el Centro Interdisciplinario de Estudios Sociales Argentinos y Latinoamericanos con sede en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario (ISSN 18538827). Indexada en las bases bibliográficas de Latindex y Clase (Unam). Tiene como objetivo principal la difusión de la producción académica en Ciencias Sociales y Humanidades, promoviendo la reflexión crítica e interdisciplinar sobre temas convergentes a través de la publicación de producciones académicas inéditas, seleccionadas por un Comité Editorial con la colaboración de árbitros externos convocados especialmente para tal fin.
Cuadernos del CIESAL is a yearly published journal, edited by the Interdisciplinary Center for Argentine and Latin American Social Studies based in the Faculty of Political Science and International Relations at Rosario National University (ISSN 1853-8827). Its main objective is the dissemination of academic production in Social Sciences and Humanities, promoting interdisciplinary and critical thinking on converging issues through the edition of unpublished academic studies, selected by an Editorial Committee in collaboration with external referees. DIRECTOR Ricardo Falcón (1990 - 2010) Gabriela Benetti (UNR - UNER)
CONSEJO EDITORIAL Mario Glück (UNER - UNR) Alicia Megías (UNR) Alejandra Monserrat (UNR) María Luisa Múgica (UNR) Agustina Prieto (UNR) María Pía Martín (UNR) Oscar Videla (UNR) Luciano Andrenacci (UNSAM) Daniel Lvovich (UNGS)
CONSEJO ASESOR Diego Armus (Swarthmore College) Dora Barrancos (UBA) Marcelo Cavarozzi (UBA) Fernando Falappa (UNGS) Arturo Fernández (UBA) Hugo Quiroga (UNR) Enrique Masés (UNCOMA) María Celia Bravo (UNT) Ana María Rigotti (UNR)
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DISEÑO GRAFICO MudBix Studios (mudbix@gmail.com) Enviar correspondencia a: Gabriela Benetti Universidad Nacional de Rosario CIESAL (Facultad de Ciencia Política y RR. II.) Riobamba y Berutti / Monoblock 1 / Ciudad universitaria 2000 Rosario E-mail: ciesalunr@gmail.com
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INDICE INTRODUCCIÓN AL DOSSIER DOSSIER Repensar la organización obrera desde la experiencia gremial a bordo: las Sociedades de Resistencia de Marineros y Foguistas en Buenos Aires (1895-1907) Laura Caruso
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La CGT en disputa. Prescindencia apolítica de la dirección sindicalista y frentepopulismo comunista, 1935-1939 Hernán Camarero
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Lucha y organización: repensar en la Argentina la historia de la clase obrera y el primer peronismo Omar Acha
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Género, sociedad e historiografía Dora Barrancos
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JÓVENES INVESTIGADORES Avatares de un periodo: la revista Primera Plana entre 1966 y 1970. Del apoyo al golpe de Estado a la clausura Ezequiel R. Berlochi
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RESEÑAS Horowitz, Joel; El radicalismo y el movimiento popular (1916 – 1930), Buenos Aires, Edhasa, 2015 Paulo Menotti
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Milanesio, Natalia: Cuando los trabajadores salieron de compras. Nuevos consumidores, publicidad y cambio cultural durante el primer peronismo. Siglo XXI, Buenos Aires, 2014 Martina Mangiaterra
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INTRODUCCIÓN AL DOSSIER
En esta oportunidad la Revista del CIESAL reúne un conjunto de artículos que anclados en distintos períodos históricos, abordan una serie de problemáticas vinculadas con la historia del movimiento obrero argentino y su relación con el espacio de la política. Como complemento, se incluye una sección en la cual se agrupan reseñas de texto que han sido publicados en los últimos años y que nos acercan a algunos debates y reflexiones sobre los trabajadores y la política en nuestro país. En primer lugar, ubicamos el artículo de Laura Caruso, ya que el mismo centra su análisis en los años correspondientes a la aparición de las primeras organizaciones obreras. La autora investiga las particularidades de las prácticas gremiales y políticas de los trabajadores portuarios en la ciudad de Buenos Aires entre 1897 y 1907, entendiendo a este proceso en términos de experiencia histórica. Desde esta perspectiva, Caruso busca aquellos elementos que le permiten hablar de la existencia de un mundo de los trabajadores portuarios. La conformación de este colectivo está dado por un conjunto de experiencias laborales, político-ideológicas y culturales compartidas por estos obreros que trasciende el ámbito del trabajo para extenderse al barrio circundante al puerto. En consecuencia, este trabajo nos plantea la existencia de un entramado complejo que caracteriza a este sector de trabajadores, los cuales se transformaran en un elemento clave de la historia obrera argentina. A continuación incorporamos un artículo de Hernán Camarero que se focaliza en el estudio de la CGT en la década del treinta, a partir de las luchas y debates político – ideológicos que se dieron en su interior. En su análisis prioriza el accionar del Partido Comunista, en tanto actor político clave en las disputas por liderar y orientar la central obrera. El autor se centra en el período que se extiende entre 1935 y 1943, momento en el cual el PC toma la decisión de participar en la CGT y disputará su conducción con el sindicalismo y el partido Socialista.De este modo, Camarero señala que a mediados de la década del treinta, si bien el PC abandona la estrategia de clase contra clase, por una postura afín a la formación de frentes populares, esto no implicó un retraimiento en su relación con las luchas y gremios obreros. Todo lo contrario, significó un crecimiento importante de la presencia del PC en el movimiento obrero de los años treinta. A su vez, esta estrategia frentista definió la propuesta programática a través de la cual el comunismo interpeló a los trabajadores. El artículo realizado por Omar Acha propone un abordaje teórico, partiendo de una revisión historiográfica sobre los estudios históricos y sociológicos orientados a comprender la relación entre Peronismo y clase obrera, en el periodo 1945-1955. Esta relación se presenta como problemática desde su inicio, pues considera que, en cierta forma, la clase obrera interfirió con la “fantasía de nación unánime” presente en los postulados de
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de armonía social que sostuvo el propio Perón. Sin embargo, el Peronismo como fenómeno resulta inescindible de la clase trabajadora y ha sido una preocupación central para los estudiosos del movimiento obrero argentino: no se puede discutir el Peronismo sin considerar su vínculo con la clase trabajadora. Tras hacer un recorrido por la historiografía más clásica, Acha recurre a un dossier de publicación reciente coordinado por José Marcilese y Gustavo Contreras -www.historiapolítica.com- como excusa para analizar sus presupuestos teóricos.1 El dossier en cuestión resulta significativo para presentar la perspectiva conflictivista que podría resumirse en los ejes implícitos de “lucha y organización”. La hipótesis central de Acha es que la pretendida renovación historiográfica de los últimos años revela limitaciones que derivan de este enfoque el cual expresa, más que una ruptura con tendencias historiográficas previas, una continuidad de ciertos tópicos y líneas de análisis preexistentes. Afirma que abundan trabajos realizados con solvencia, de tipo monográfico, que diversifican el campo de lo producido en el mundo académico, agregando información fáctica y especificidad en el recorte de objetos y escalas, los cuales suelen recurrir en lo teórico a un “sentido común historiográfico” de laxas resonancias marxistas. En este marco, Acha considera que valdría la pena recuperar la concepción integral que planteara Gino Germani desde fines de los años 50 -aunque no lo desarrollara- al preguntarse por la relación entre el Peronismo y la clase obrera. A su juicio, el debate teórico sobre “clase obrera” y “sectores populares” abierto en los años 80, ha perdido interés académico, a la vez que cree que el paradigma conflictivista de “lucha y organización” oscurece el debate sobre el tema que le preocupa. Por el contrario, un abordaje fundado en una concepción integral a nivel teórico contribuiría a replantear hoy el sentido de la historia social en la Argentina. Propone así rescatar otros aspectos y otros momentos de la experiencia de la clase obrera; hacerse nuevas preguntas sobre el problema (y el impacto) de la organización en un sentido amplio y diverso; y llama a no desdeñar el estudio de las prácticas discursivas, rescatando la cuestión de las identidades a fin de volver a pensar la noción de interés y su pretendida objetividad. Por último, el artículo que aquí presentamos de Dora Barrancos corresponde a una conferencia inaugural pronunciada ante la Asociación Latinoamericana e Ibérica de Historial social (ALIHS) a comienzos de 2015. Aunque este trabajo se corre de la problemática orientada al movimiento obrero, se sitúa –al igual que el de Acha- en un plano teórico e historiográfico y nos permite introducir algunas cuestiones que hacen al desarrollo de la presencia femenina en la historiografía, a la vez que nos plantea una aguda reflexión sobre la modernidad, la historia científica y el problema de la desigualdad hombre/mujer. Para Barrancos la modernidad sustituyó el discurso providencialista dominante en las explicaciones de la Historia y lo reemplazó por una inteligibilidad racional. A la vez, la Historia científica surgió en pleno proceso de afirmación de la desigualdad entre hombres y mujeres en Europa, cuando se delimitaron como nunca antes las funciones productivas y reproductivas en el ámbito de la sociedad. Por tanto, las condiciones de posibilidad del surgimiento de lo moderno coincidieron con las condiciones ofrecidas a los varones. El dominio de los hombres en el mundo académico y en el campo de la Historia científica se expresó de varias formas: los claustros estuvieron cerrados a las mujeres; la política y la guerra fueron foco de interés para los historiadores profesionales; una mirada misógina trasvasó el medio universitario y el de la enseñanzala enseñanza secundaria, el Archivo y el Seminario; todos ellos estuvieron vedados a las mujeres.
1
G. Contreras y J. Marcilese, “Los trabajadores durante los años del primer gobierno peronista. Nuevas miradas sobre sus organizaciones, sus prácticas y sus ideas (1946-1955)”, en http://www.historiapolitica.com/dossiers/trabajadores-peronismo/, último acceso: 04-06-2014.
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La sensibilidad masculina se afirmó dentro de la disciplina, excluyendo la referencia al cuerpo y sesgando la pura inteligibilidad racional. Y la masculinidad se universalizó por fuera de las contingencias del género. Aunque la historiografía romántica elevó la figura femenina por encima del varón, aquélla siguió recluida en la esfera de lo doméstico. A partir de este planteo teórico, la autora traza el recorrido que concretaron algunas mujeres desde el siglo XVIII, haciendo uso de un lugar social de privilegio y con acceso a una educación más cuidada. Analiza así el paulatino ingreso de la mujer y lo femenino desde la narración histórica, en los márgenes de la profesión, hasta las primeras profesionales que descollaron sin ser vistas en el campo de la Historia científica durante el tránsito del siglo XIX al XX.
Dra. Ma. Del Carmen Pía Martín Lic. Ma. Alejandra Monserrat
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Repensar la organizaci贸n obrera desde la experiencia gremial a bordo: las Sociedades de Resistencia de Marineros y Foguistas en Buenos Aires (1895-1907) Laura Caruso* (UBA/CONICET/IDAES-UNSAM, )
lauracaruso@gmail.com
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Laura Caruso
Resumen: La historia de los trabajadores marítimos y su experiencia sindical, objeto de diversos estudios en los últimos años, aún permite repensar las formas y dinámica de la organización obrera y sus prácticas en el mundo del trabajo a bordo en particular, y en la conformación del movimiento obrero argentino finisecular en general. En esa dirección, este trabajo se propone indagar la experiencia histórica de diversas Sociedades de Resistencia de Marineros y Foguistas del Puerto de la Ciudad de Buenos Aires, su desarrollo organizativo y movimientos huelguísticos. Se apunta a reconstruir las formas primeras de su estructuración, inestables y atravesadas por tensiones propias del mundo laboral, así como también iluminar el despliegue cotidiano y epidérmico de acciones en la lucha por sus reivindicaciones, que hicieron posible la protesta y que dieron vida a la organización obrera. Para ello, fueron relevados diversos documentos que incluyen, entre otras, periódicos gremiales, políticos y de circulación comercial, así como algunos registros internos de las Sociedades estudiadas. Palabras clave: Trabajadores marítimos - organización obrera - experiencia gremial Abstract: The history of maritime workers and their trade union experience, the subject of several studies in recent years, still allows rethink forms and dynamics of the working organization and their practices in the world of work on board in particular, and in the formation of the Argentine workers movement turn in general. In this direction, this work intends to investigate the historical experience of different resistance societies of sailors and Foguistas of the port of the city of Buenos Aires, organisational development and strike movements. It aims to rebuild forms first of its structure, unstable and by tensions inherent to the world of work, as well as to also illuminate the epidermal and daily deployment of actions in the fight for their demands, which made possible the protest and who gave life to the working organization. To do so, were relieved several documents that include, among others, periodic Trade Union, political and commercial circulation, as well as some internal records of the societies studied. Keywords: Maritime workers - labor organization - union experience
Laura Caruso. “Repensar la organización obrera desde la experiencia gremial a bordo: las Sociedades de Resistencia de Marineros y Foguistas en Buenos Aires (1895-1907)”. Cuadernos del Ciesal. Año 12, numero 14, enero-diciembre 2015, pp 11-34.
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Repensar la organización obrera desde la experiencia gremial a bordo: las Sociedades de Resistencia de Marineros y Foguistas en Buenos Aires (1895-1907)
Introducción La experiencia histórica obrera de comienzos del siglo XX en la Ciudad de Buenos Aires estuvo fuertemente vinculada al mundo portuario y a sus hacedores, aquellos trabajadores que con sus faenas diarias concretaban el transporte marítimo. Estos constituyeron un grupo destacado en la formación y desarrollo del movimiento obrero argentino, a través de sus prácticas, luchas y organizaciones. Conformado por un nutrido número de trabajadores cuyas labores se desarrollaban a bordo de las embarcaciones de la navegación de cabotaje, este particular grupo contaba con una situación privilegiada para plantear sus demandas, teniendo a su cargo la circulación de los productos para la exportación, actividad vital en la economía del país. En los últimos años se han desarrollado diversos trabajos que abordaron, en un arco temporal extenso, el análisis de sus organizaciones sindicales, particularmente enfocados en la que fue su organización emblemática, la Federación Obrera Marítima.1 Tales estudios han encarado diferentes periodos y temas vinculados al sindicalismo marítimo desde una perspectiva historiográfica que atendió a sus gremios y acciones de protesta, su vinculación con los gobiernos y con el resto del movimiento obrero, para mencionar solo algunos. Dentro de esta línea analítica que ha generado un conocimiento histórico más acabado sobre este sujeto particular, nuestra investigación se ha centrado en la experiencia laboral, sindical y política de los trabajadores embarcados en las primeras décadas del siglo XX, profundizando en las formas de su trabajo organización, características y ritmos-, así como la vinculación de estos elementos con la construcción sindical particular. También hemos atendido a la relación con un fuerte y heterogéneo grupo patronal, monopolizado sin embargo por una empresa de las proporciones de Mihanovich, y a la vinculación temprana de este grupo obrero con diversas dependencias estatales y con distintos gobiernos. Nuevas preguntas para el estudio de la experiencia obrera abordo indagan sus prácticas de sociabilidad y su experiencia barrial junto a otros trabajadores del puerto, todos estos parte de un proyecto de investigación de más largo aliento. Surgido de los meandros de tal investigación, el presente trabajo apunta a conocer las organizaciones del mundo obrero marítimo finisecular del puerto de Buenos Aires: la Sociedad de Resistencia de Marineros, la de Foguistas, y la sociedad conjunta, así como otras que surgieron al calor de divergencias internas. Desde la primera organización creada por estos trabajadores al calor de su propia acción huelguística de 1895, tales sociedades constituyeron aún un espacio no visitado por los estudios sobre temas obreros, lo cual propone como objetivo historiarlas e incorporarlas a un relato histórico de más largo aliento sobre la organización y las
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Laura Caruso
prácticas obreras en la ciudad de fines de siglo XIX y principios del siguiente, así como a la comprensión global de la historia del mundo del trabajo a bordo. De esta manera, el objetivo del presente artículo es conocer y repensar las prácticas y la organización sindical marítima en sus comienzos, focalizando en su experiencia vinculada al trabajo y a la organización sindical, cuya dimensión político-gremial se vinculó también a la militancia socialista, anarquista y sindicalista revolucionaria en el puerto. Las coyunturas de agitación y conflicto son especialmente propicias para conocer algunas de tales prácticas y procesos organizativos. Como veremos, para el caso de la Sociedad de Marineros y Foguistas, la unidad de la tripulación de cubierta y de sala de máquinas, marineros y foguistas respectivamente, no fue un presupuesto ni un logro sencillo, sino más bien el objetivo de su construcción gremial, con enormes dificultades. Precisamente la hipótesis que guía esta indagación apunta a la relación existente entre las formas de organización del trabajo a bordo y la creación de los sindicatos marítimos. Entendemos que el desarrollo de la organización obrera en el sector marítimo reprodujo en sus orígenes la estructura de su trabajo, sus divisiones y clasificaciones, como en muchas otras actividades, siendo el horizonte de la acción gremial superarlas. En resumen, la presente indagación de la experiencia histórica marítima busca conocer las formas primeras e inestables de su estructura sindical, atravesadas por tensiones propias del mundo laboral, así como también iluminar el despliegue cotidiano y epidérmico de prácticas y acciones de lucha por sus reivindicaciones, que hicieron posible la protesta y que dieron vida a la organización obrera.
Agitación entre muelles, dársenas y calles Como ha demostrado el reciente libro de Lucas Poy, en la última década del siglo XIX, tal vez un poco antes, se produjo una gran transformación en el seno de la clase trabajadora, siendo años marcados por la crisis económica y la movilización de los trabajadores, las que definieron la aparición en escena de este nuevo sujeto y la preocupación de las elites por la emergente “cuestión obrera”.2 Tal como señala el autor, en la historiografía general sobre el movimiento obrero en Argentina tales años fueron ubicados como los antecedentes de su historia, y solo en los últimos años con la revitalización de ese campo de estudios histórico logró constituirse en objeto de análisis. Fue en este periodo cuando se realizó la primera movilización obrera en el puerto, que incluyó a los marineros del Rio de la Plata. ¿Qué hacían estos tripulantes a bordo? ¿Cuál era su lugar en ese mundo desarrollado en el interior de lanchas, buques a vapor, veleros, pontones y remolcadores? Ese universo laboral particular solo puede entenderse refiriendo al conjunto de sus trabajadores, posiciones y estructura. Un rasgo sobresaliente y
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Repensar la organización obrera desde la experiencia gremial a bordo: las Sociedades de Resistencia de Marineros y Foguistas en Buenos Aires (1895-1907)
característico de su organización y proceso de trabajo fue la estructuración segmentada de las labores a bordo, donde miles de trabajadores se sumaban a las diversas secciones y categorías. Tanto la tripulación como los oficiales se dividían entre las secciones de cubierta, sala de máquinas y la cocina. Al interior de cada una de estas se desplegaba un estricto escalafón: desde contramaestres, marineros con diferentes funciones y escalafón - bodegueros, timoneles y faroleros o guincheros, quienes manejaban grúas de carga y descarga- en cubierta, maquinistas, foguistas y carboneros en sala de máquinas, mayordomos, cocineros y mozos en la cocina, por mencionar algunos. Los oficiales, en particular el capitán, constituían la voz de mando, la máxima autoridad, y por ende, el vértice de una estructura piramidal jerárquica que fue y es un rasgo distintivo de este tipo de trabajo. El componente distintivo de este conjunto laboral fue una disciplina de corte militar y el respeto a todo el escalafón jerárquico, lo cual lo distinguía de cualquier otra labor en tierra, como el trabajo en una fábrica o taller, o en el empleo público. La realidad laboral a bordo se pensaba y vivía en compartimentos y categorías de trabajadores que se vinculaban entre sí en términos jerárquicos, lo cual dificultaba seguramente un reconocimiento mutuo y solidario. Sin embargo, la propia intensidad de la vida a bordo, pero sobre todo la acción gremial, lograrían motorizar una acción mancomunada y la constitución de una organización común años más tarde. Los marineros fueron entonces los primeros en movilizarse a finales del año 1888, en plena época estival, para reclamar un aumento salarial. La huelga sin embargo se evitó con la pronta y satisfactoria respuesta de las empresas navieras. Impulsados por la experiencia diaria en las faenas laborales y la vivencia de tan exhaustivo régimen de trabajo, estos mismos trabajadores fueron a la huelga meses después, en agosto de 1889, constituyendo parte de un movimiento general de agitación obrera en la zona del portuaria porteña, en el que se involucraron también peones de las obras del puerto, barranqueros, y otros sectores. La participación de unos 1500 trabajadores de abordo muestra la amplia adhesión, lograda “recorriendo fondas y almacenes, e incitando a sus colegas a un levantamiento en masa, como único medio de traer a los patrones a un arreglo”.3 Cuando la huelga desbordó el puerto y se expandió a otros sectores, el sub-prefecto se reunió con los huelguistas, quienes lograron la aceptación de sus reclamos, al menos el sector marítimo. No fue así en todos los casos.4 El año 1895 fue un año fecundo en huelgas, en parte vinculado a la recuperación económica y el nuevo impulso de los trabajadores por sus demandas, en el centro de las cuales se ubicó el reclamo por la limitación de la jornada laboral.5 En ese camino, buscando transformar sus condiciones de trabajo al interior de las embarcaciones mercantes, entendidas como perjudiciales e injustas, los marineros del puerto porteño reimpulsaron la agitación y se declararon en huelga. Esta acción, a diferencia de las anteriores, tendría un saldo decisivo para la organización obrera del sector. En la movilización de esos días se constituiría la Sociedad de
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Laura Caruso
Resistencia y Protección Mutua de Marineros, primer órgano sindical marítimo que logró perdurar durante años y que cambiaría su nombre tiempo después. La huelga, sostenida en los primeros 15 días del mes de enero, movilizó a unos 4.000 marineros, a los que se sumarían foguistas y trabajadores de los talleres de la ribera.6 En esos momentos, más de 8 mil trabajadores (8.540) estaban vinculados al trabajo embarcado en el Puerto de Buenos Aires, la mitad de los que existían en todo el país, trabajando en los diversas secciones y categorías a bordo, evidenciando el peso de las tripulaciones del puerto porteño sobre el conjunto nacional. 7 Más allá de los pormenores del conflicto, interesan aquí los reclamos y las formas de plantearlos que los marineros sostuvieron entonces. En una nota enviada a Nicolás Mihanovich, presidente del Centro Marítimo Nacional y referente patronal, estos reclamaban un salario mensual de $50m/n y un adicional por trabajo nocturno y días festivos, junto a comida en buenas condiciones, o que las empresas cedieran la manutención a las tripulaciones.8 Mediante la conformación de una comisión de huelga, de piquetes en los muelles y la realización de recorridas por el puerto, diques y calles del barrio, la confección y circulación de manifiestos, el ejercicio diario de la práctica asamblearia en teatros y salones de La Boca, estos trabajadores intentaron potenciar su acción, extender la adhesión de más tripulantes y construir solidaridad y consenso con su lucha. El barrio todo se veía convulsionado por la huelga: “La Boca actualmente es una romería, presenta un aspecto nunca visto, pues por sus calles se ve hormiguear numerosos grupos de huelguistas que tratan de someter por la fuerza a aquellos que no quieren secundarlos […] no solamente han buscado prosélitos en los grandes buques, sino también en las embarcaciones pequeñas, donde los patrones y peones han sido obligados a tomar parte”. Resaltaba el periódico citado la violencia existente en algunos actos, como los desembarcos forzosos provocados por grupos de una treintena de tripulantes en el vapor Onix o la lancha Jovellana, en la cual no se permitió que permanezca a bordo “ni el cocinero”.9 A partir de estas descripciones de la prensa, la cual prestaba particular atención a la movilización obra, puede apreciarse las formas efectivas en que los trabajadores llevaron adelante el conflicto, cuya particularidad residía en el control físico del puerto y de las embarcaciones para sostenerlo, pero también para ampliarlo a otros sectores y fortalecerlo. La preocupación generada por estos hechos también se expresó en la inmediata intervención del gobierno conservador, el cual por un lado buscó un acuerdo con los huelguistas, y por otro dispuso la intervención represiva que reclamaban los armadores en los muelles y esquinas ribereñas. La patronal marítima no se quedó de brazos cruzados: contrato a aquellos dispuestos a trabajar, declarando un lockout y enfrentándose a los pequeños lancheros y empresas como Lambruschini que habían aceptado un acuerdo con los trabajadores en huelga.10 El día 6 de enero, sin permiso policial para reunirse en el Teatro Ateneo Iris, los marineros en huelga se convocaron en el local de la Asociación Anticlerical de La Boca. En dicha sede, repleto de huelguistas y con más de 500 trabajadores afuera, se realizó la asamblea que dio origen a la Sociedad de Resistencia y
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Protección Mutua de Marineros.11 Allí se leyeron notas de apoyo y solidaridad de las sociedades de pintores, albañiles, tipógrafos, sastres, carpinteros y del Centro Socialista.12 La comisión directiva que se votó asambleariamente estuvo conformada por Antonio Sciascia, Víctor Marchi, Francisco Bonocore, Rofin Lanza y Rafael Demarchi. Esta constituía la dirección de la nueva sociedad, la que con unos 2 mil miembros, inició sus actividades con la apertura de una suscripción a favor de los huelguistas necesitados y el nombramiento de una comisión de propaganda, que junto a la comisión directiva estaban reunidas en forma permanente en aquel centro de La Boca. Para administrar el Fondo de Huelga, constituido por la colaboraron del resto de las sociedades, los huelguistas, los comerciantes y vecinos, se conformó una comisión que daría a cada marinero sin familia un peso diario, y 1,50 a aquellos que tuvieran esposa, hijos o familiares a cargo, poniendo en primer plano que la capacidad de resistir de las familias y huelguistas estaba en el centro del conflicto y su posible éxito.13 Dentro del núcleo de militantes socialistas vinculados por su actividad al puerto se encontraba Adrián Patroni, el cual, sin ser marinero, fue uno de los tres miembros de la comisión votada en la asamblea del día siguiente, que se reuniría con el centro patronal.14 Proclives a la negociación, la recientemente creada Sociedad le propuso a los armadores, sin éxito, la mediación arbitral de dos capitanes.15 Sumados los foguistas de los remolcadores a vapor, la expansión del movimiento huelguístico hizo que para el 10 de enero la huelga alcanzara enormes proporciones, con la participación de más de cinco mil huelguistas, extendiéndose incluso a los puertos de La Plata, Campana, Zárate, Colastiné, Goya, San Nicolás, Rosario y Diamante.16 Levantado el lockout patronal, la huelga se prolongó por varios días, al igual que la militarización de la zona portuaria, lo cual derivó en la pérdida de fuerza y adhesión.17 A los pocos días ya comenzaban a circulaban algunas embarcaciones, y se esperaba la llegada de marineros desde Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes, a donde había sido enviada una comisión patronal para su reclutamiento.18 El caso de la tripulación correntina de la empresa de vapores y lanchas Gotuzzo, que no se había plegado a la huelga, ya había sido discutido en asamblea, generando preocupación al mismo tiempo que instalaba nuevas tensiones y divisiones entre los trabajadores marítimos.19 La importancia de la solidaridad de los puertos del Litoral pasará a ser un dato clave en cada protesta marítima de aquí en adelante, y la sindicalización de los marítimos litoraleños será ya desde este momento un objetivo particular de la construcción gremial marítima y sus diversas experiencias. En tales circunstancias, con el agotamiento de sus recursos y la incapacidad de imponer sus condiciones, los trabajadores aceptaron un exiguo aumento salarial, a las dos semanas de iniciada la huelga. 20 Es más, el acuerdo, que ya resultaba precario ante las demandas originales, no fue respetado por los armadores, quienes al poco tiempo lograron revertir la situación. Sin embargo, la Sociedad que surgió de esta movilización continuó su labor, incluso en periodos de alta desocupación, logrando sumar también a otros trabajadores de a bordo como los foguistas. Su presencia
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vuelve al escenario nacional en la huelga de comienzos de 1901. La ahora llamada Sociedad de Resistencia de Marineros se declaró en huelga frente a la empresa Mihanovich, ante múltiples condiciones acordadas incumplidas por ese armador.21 En dicha oportunidad, la comisión directiva de la Sociedad de Resistencia realizó asambleas diarias, constituyó un nuevo fondo de huelga y un comedor en el propio local gremial, prácticas que quedarían fijadas en el repertorio común la lucha obrera en general, y de los trabajadores embarcados en particular. También se formaron varios grupos de vigilancia para los buques parados. Para evitar incidentes o enfrentamientos entre estos grupos y otros trabajadores no adheridos al paro, el presidente de la Sociedad secuestró las armas “a todos los individuos a quienes se les dio esa comisión”.22 Con el apoyo de los carpinteros de los talleres Mihanovich y de organizaciones afines de Ramallo, San Nicolás y Bahía Blanca, así como de los trabajadores de los puertos de Montevideo, Paysandú y Concordia, los obreros embarcados de Buenos Aires lograron la firma de un nuevo acuerdo que incluyó a todas las empresas navieras. Tras dos semanas de huelga, el éxito de la medida no evitó la manifestación de conflictos al interior de la Sociedad, los que resultaron en el recambio en su presidencia bajo serias acusaciones de amarillismo y connivencia con los intereses patronales. Al partir su presidente, Antonio Fianaca, asumieron Antonio Garibaldi y Ángel Capurro como presidente y socio honorario respectivamente. Este último fue denunciado luego por su participación en la Comisión Directiva de la Sociedad Católica de La Boca, director y fundador del pasquín clerical La Libertad, a la vez que se sospechaba de su colaboración con la policía, motivos suficientes para que, con tono iracundo, la prensa anarquista acusara de conjunto a los miembros directivos de la Sociedad de ser aliados a la patronal.23 Llama la atención a su vez los comentarios favorables del periódico La Prensa, que celebraba la tranquilidad y el buen comportamiento de los obreros marítimos, personas extranjeras y argentinas que realizaban sus trabajos a bordo de las flotas mercantes. Dicha comisión incluso impidió actividades de propaganda que impulsaban militantes anarquistas nucleados en el periódico libertario La
Protesta Humana, el cual denunció dicha situación. Tales acusaciones y vinculaciones de los miembros de la sociedad marítima dejan muchas dudas, y pocos datos, acerca de la pertenencia obrera real de sus dirigentes.
El desembarco de nuevas secciones, actores y organizaciones En el nuevo siglo un nuevo actor dentro del conjunto obrero embarcado tomó la escena portuaria y su escenario: los foguistas. Sin haber estado ausentes, estos constituyeron su propia organización al calor de la intensa movilización obrera de 1902. La Sociedad de Resistencia de Foguistas contaba, para 1904, con 2.147
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miembros.24 Ambas Sociedades habían adherido a la huelga general de fines de 1902, la primera en su tipo en el país, convocada en protesta por el allanamiento del local de la Federación Obrera Argentina. Dicha huelga provocó la paralización del transporte marítimo y ferroviario, así como el cese de todas las actividades en el puerto, en las fábricas y otros núcleos laborales, de la Capital y de otros puertos, como Rosario, La Plata, Campana, y Zárate.25 A los pocos meses, tras salvar una serie de problemas institucionales, marineros y foguistas dieron vida a la primera representación sindical conjunta, en un organismo que los reunió formalmente, sorteando de manera momentáneamente exitosa la fragmentación propia del mundo del trabajo marítimo. Surgió entonces la Sociedad de Resistencia de Marineros y Foguistas (SRMF), la cual a partir del 28 de junio de 1903, unificó las sociedades de marineros y foguistas, e incluyó a otros trabajadores de cubierta.26 Los cientos de miembros del nuevo gremio, entre los que se contabilizaba una amplia mayoría de marineros, seguidos por foguistas, patrones27, carboneros, cocineros, mozos y peones de cocina, según el registro de dicha sociedad, no constituían el horizonte real al cual la organización tenía llegada, es decir, la cantidad de asociados no daba cuenta real de la adhesión de los trabajadores del sector, los cuales en momentos de conflicto se contaban por miles.28 Como ha señalado Mirta Lobato, las afiliaciones o cotizaciones de los gremios en esta época, no eran reflejo de su real injerencia entre la clase obrera, al menos no en forma directa, ya que ante la ausencia de afiliación obligatoria, la adhesión a una organización determinada y sus acciones difería cualitativamente de lo que podemos pensar en la actualidad.29 Precisamente un año después de creada, la Sociedad contó con su propio periódico, La Aurora del Marino, el cual aparecía semanalmente primero, luego mensualmente, en un formato que se fue modificando con el tiempo, y que pregonaba en su portada: “Proletario, en la lucha encontraras tus derechos”. Muchas veces se demoraba la salida de la publicación ante el apremio de las tareas urgentes, como las reuniones con el Centro de Cabotaje, la acción directa o problemas con miembros de la comisión detenidos o deportados, que hacían problemática la confección del periódico.30 Incluso, en un dialogo ficticio, el periódico se dirigía al lectortrabajador, solicitándole paciencia y disculpas por la demorada salida.31 En tanto publicación dirigida a los trabajadores embarcados con una búsqueda específica, la de consolidar los lazos de solidaridad basados en la situación común, en su mutuo conocimiento, y en la difusión de sus reclamos, padecimientos y derechos, este periódico gremial constituyó, como parte de un conjunto extenso de periódicos obreros editados en esos años una herramienta fundamental para la constitución de una identidad obrera y con un fuerte sentido pedagógico, tal como afirma Mirta Lobato.32 Esta no fue la única publicación; de manera irregular la Sociedad publicó la revista El Trabajo, con aproximadamente 3.000 ejemplares, en la cual difundía ideas y hechos de la organización. La Sociedad se fijó como objetivo no solo la mejora de las condiciones salariales y laborales, sino también, tal
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como afirma en su Estatuto, “alcanzar de los patrones y armadores el respeto y consideración a que son acreedores todos los hombres, sin distinción de raza”.33 Los 43 artículos que constituían dicho estatuto hacían clara mención de los medios para logarlo: la participación gremial, la difusión entre los socios de la instrucción, la abstinencia a las bebidas alcohólicas, la abolición de toda distinción por nacionalidad y raza, y por último, la solidaridad con otras sociedades gremiales, del país y del mundo. Los deberes de sus socios, las acciones de solidaridad, de propaganda y otras cuestiones, como los días en que debía izarse la bandera roja con letras negras de la Sociedad, entre muchas otras cuestiones, quedaban fijadas a partir de la carta orgánica que la SRMF había confeccionado, dotándose así de una nueva herramienta para el funcionamiento de su organización.34 La Sociedad funcionaba en base a un grupo permanente de inspectores, cuyo nombramiento y salario estaba a cargo de la asamblea general. Estos tenían a su cargo la tarea engorrosa de cobrar la cuota a los socios que no hubieran abonado en secretaría, tanto en tierra como a bordo, y también exigir, tanto a armadores como a capitanes y patrones, el debido respeto y buenos modales para con los trabajadores asociados. Incluso debían intervenir si no se llegaba a un acuerdo, retirando al socio de esa embarcación. Como si fuera poco, estos inspectores tenían como tareas auxiliares poner orden en las asambleas y colaborar en los asuntos de tipo administrativo requeridos por la secretaría. A fines de 1903, pocos meses después de constituida, la SRMF impulsó su primer campaña de agitación. Superada la crisis de comienzos de siglo, y en momentos de recolección y cosecha, la Sociedad envió una circular al centro de armadores exigiendo, entre otras cosas, aumento salarial y reducción de la jornada de trabajo. Dicho pliego de condiciones, que listaba múltiples demandas y reivindicaciones, planteaba a la vez una agenda común de problemas e intereses que se iría modificando a lo largo del tiempo y con cada conquista obtenida. Ante la negativa empresarial, unos aproximadamente 4500 marineros y foguistas declararon la huelga, reunidos aquella mañana del 16 de diciembre en el Teatro Iris en Almirante Brown al 1400, el cual funcionaba allí desde la década de 1880.35 En el centro de las demandas obreras se hallaba la exigencia gremial de convenir el número de tripulantes a bordo, cuya cantidad fijada por la autoridad marítima en relación al tonelaje y potencia del motor era permanentemente incumplida por los armadores. En cierta forma la Sociedad estaba reclamando para si cierta injerencia en las condiciones de trabajo, lo cual resultaba innegociable para las empresas y sus centros.36 Como en oportunidades anteriores, se fueron sumando a la huelga otros embarcados, como los maquinistas y patrones, así como también grupos obreros diversos, como los estibadores, caldereros, pintores y carpinteros de los talleres de la ribera de Mihanovich y La Platense. “En el puerto la paralización es completa. Ha tenido que suspenderse hasta el servicio de correspondencia a Montevideo y a los puertos del Litoral. A no dormirse”, celebraba un periódico anarquista.37 En efecto, la huelga se dejaba sentir fuertemente en Barracas y La Boca y
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a lo largo del Riachuelo, donde el amarre era total. Los periódicos daban cuenta de esta situación: “Los huelguistas no se dejan ver por la ribera, pero vigilan de cerca para impedir que ningún buque se mueva. La propaganda activa está en las calles y en los negocios de La Boca, llenos todo el día de gente perteneciente a la huelga”.38 El relato patente y pintoresco de la situación de la huelga en los barrios del sur de la ciudad estuvo presente en diversos periódicos, tomando una alta visibilidad en la opinión pública. Ninguna de estas crónicas puede superar a la nota que dos cronistas del diario El Tiempo dedicaron al reemplazo de la febril actividad laboral boquense por la desolación y tranquilidad de sus calles en tiempos de huelga, y la ebullición de la multitud reunida en el salón Verdi, aquel que en 1878 había sido el local de la Sociedad Cosmopolita, Filarmónica y de Socorros Mutuos José Verdi, ubicado en Almirante Brown al 700. A pesar de la extensión de la cita, su poder y riqueza descriptiva bien vale su reproducción.
“Esta mañana, a la hora en que las calles de La Boca se hallan siempre en plena actividad, a las horas en que el trabajo del puerto se encuentra en su apogeo, con esa actividad febril en que todo es confusión, y un ruido ensordecedor, y un martilleo incesante prueba la actividad de la labor, mientras las idas y venidas en todas direcciones de los obreros incansables en su noble tarea, de vida y animación a ese barrio populoso de Buenos Aires, lo visitamos. Todo esto ha desaparecido hoy, las calles de La Boca, su arteria principal, la calle almirante Brown y la de Necochea, la orilla de la rivera, donde todo en los demás días es movimiento y trabajo, permanecen ahora desiertas por completo, silenciosas y tranquilas, y los obreros detenidos en uno que otro grupo comenta los sucesos y pregona sus ideales… Seguimos la calle Brown. En todo el trayecto notamos la presencia de algunos grupos de obreros observados de soslayo por algún policeman que ginete en su cabalgadura, empuñaba su carabina como para imponer su autoridad. Llegamos al fin de nuestra jira a la sociedad José Verdi, allí el aspecto cambiaba por completo. La cuadra llena de obreros que pugnaban por acercarse al local social donde sus compañeros discutían asuntos relacionados con movimiento huelguista. Tratamos de penetrar al salón. Imposible! Aquello era una verdadera avalancha humana. Había más de 2000 mil hombres apeñuscados, apretados, todos querían oír… todos querían ser los primeros…todos entusiasmados y decididos, nuestro intento resultó vano. Volvimos atrás y llegamos a la Sociedad de resistencia de los marineros y foguistas… Allí departía un numeroso grupo de compañeros, con los sucesos del día y la conferencia con el Ministro del Interior Dr. González”.39
La mención al Ministro alude a la reunión que horas antes habían mantenido con Joaquín V. González, único árbitro al cual habían aceptado los trabajadores de la Sociedad. A pesar de estas gestiones la huelga continuo,
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apoyada en la extensa solidaridad de sectores cercanos, como los conductores de carros y otros gremios del puerto, y de los trabajadores marítimos de otros puertos como los de San Nicolás, Zárate, Ensenada. Montevideo, Barcelona y Génova. Los fondos enviados ayudaban a centenares de tripulantes sin recursos, entre 500 y 600, a través de tarjetas que repartía la Sociedad para acceder a un almuerzo en las fondas de la calle Necochea o circundantes, donde se ubicaban la Fonda Veneta, la Española, Checa o Tres Hermanos, o los cafés Ligure, Greco, Dálmata, Del Russo o el Café de Bartolo, frecuentemente visitados por los trabajadores marítimos para alimentarse, reunirse, dormir y/o habitar en alguna pieza compartida, en tiempos de huelga pero también en otros momentos.40 El periódico de la Sociedad informaba meses después que se habían pagado 936,65 pesos a las fondas, así lo señalaba un ítem de la Caja Social, cuyo balance entre salidas y entradas que daba cero, mostrando lo ajustado, cuando no escaso, de los fondos con los que contaba la Sociedad.41 Los comerciantes de Barracas y La Boca también enviaron a las comisiones de resistencia víveres y demás productos para las familias involucradas en la huelga.42 De esta manera, el sostenimiento de la huelga dependió de los recursos y redes de solidaridad tejidas por el gremio, vecinos y familias, e involucró a toda la sociedad barrial, sin la cual la huelga y su perduración en el tiempo no puede ser entendida. Por otro lado, las consecuencias para la actividad portuaria y la exportación ya eran intolerables para las empresas. Vapores que zarpaban a escondidas, embarcaciones que viajaban con bodegas vacías tras dejar toneladas de cereales y cueros en las lanchas del puerto que no pudieron ser embarcados por la huelga, marineros de los transatlánticos teniendo que tripular ellos mismos los remolcadores que sacaran al buque ultramarino del puerto son algunas de las situaciones extremas que se sucedieron en esos días.43 La reiterada demanda de colaboración al Estado por parte de las empresas encontró eco cuando el gobierno puso a disposición de las navieras algunos buques a vapor traídos de Montevideo, otros pertenecientes a la Armada y Prefectura, a la vez que militarizaba la zona portuaria desplegando el 4to. y el 8vo. Regimiento de Caballería de Campo de Mayo, junto al 9no. Regimiento y al Regimiento de Granaderos.44 Con este apoyo las empresas, en particular Mihanovch, lograron ingresar nuevos tripulantes traídos de los puertos del Río Paraná y el Uruguay. Con el tiempo y la ayuda ministerial, las empresas resistieron y la huelga terminó en la una lenta vuelta al trabajo, que se prolongó por varias semanas.45 Recién a comienzos del mes de febrero se retiraron las fuerzas de caballería y los granaderos de la zona del puerto.46 Para la SRMF la huelga no fue una acción univoca y homogénea. A fines de 1904 la Sociedad presentó un pliego de condiciones por mejoras salariales y condiciones de trabajo sin acompañarlo con una medida de acción directa. Por el contrario, marineros y foguistas, “más prudentes que otros gremios en sus resoluciones, han creído oportuno acordar nuevo plazo con los armadores para que respondan a sus pretensiones”. 47 Los trabajadores de la Sociedad, aún con opiniones divididas manifestadas en la asamblea del día 13 de diciembre,
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votaron allí la continuación del trabajo y las gestiones de mediación del Jefe de Policía. Sea por su temperamento pacifico, como sostenía el periódico El Tiempo, o por considerar la situación real de la Sociedad, el desgaste de la movilización anterior y las diferencias al interior del conjunto obrero, marineros y foguistas se acercaron a la autoridad policial de la ciudad, Rosendo Fraga como interlocutor frente a las empresas navieras.48 Tal vinculación es comprensible dentro del marco más general de la política conservadora hacia el conflicto obrero de doble carácter, tanto represivo como también de cierto dialogo selectivo. 49 La actuación del jefe policía no fue intrascendente: tras sus gestiones, las empresas concedieron un aumento.50 La continuada presencia del abogado Ángel Capurro al frente de la Sociedad complejiza la situación que atravesaba por entonces dicha organización, ya que el mismo era objeto de sospechas y denuncias por su pertenecía institucional católica y su cercanía a algunos armadores más chicos, lo cual lo ubicaba de todas maneras en el camino de combatir el cuasi monopolio establecido por Mihanovich. El complejo panorama interno de la Sociedad no impidió que en 1905 la misma incorporara una nueva sección, la de patrones de lanchas. En una asamblea extraordinaria realizada el 12 de enero en su local de la calle Olavarría al 300 acordó la existencia de estas tres secciones (marineros, foguistas y patrones) así como si funcionamiento autónomo, salvo cuestiones que requirieran la decisión conjunta de todos los gremios. 51 Así, cada sección se abocaría a consolidar su existencia material e institucional, mediante el nombramiento de revisores de cuentas, el establecimiento de un local propio y la adquisición del mobiliario necesario para su funcionamiento. Sin perder tiempo los foguistas nombraron una comisión encargada de solicitar presupuestos a carpinteros de la zona. A la Sección Foguistas de la SRMF acudió una comisión de delegados del Centro de Maquinistas para solicitar su apoyo ante la huelga que este centro llevaba en el invierno de 1905 ante las reiteradas violaciones al reglamento vigente. Incluso a pesar de que en esos momentos la Sociedad y el Centro de Maquinistas se hallaban en competencia directa por ver quien se haría cargo de la sindicalización de foguistas y carboneros, la Sociedad apoyó la huelga de maquinistas y resolvió realizar recorridas en forma conjunta, maquinistas y foguistas, por las embarcaciones que aún no habían parado, exhortando a sus tripulantes de Sala de Máquina a sumarse a la medida y denunciando la actitud de los armadores. También se resolvió conjuntamente realizar un cómputo de las deficiencias del personal de máquinas de los vapores de todas las categorías que estén fondeados en el puerto de la Capital, ya que sospechaban que había cerca de 200 vacantes sin cubrir, por negligencia de la patronal.52 La sección foguistas se declaró entonces en asamblea permanente, yendo diariamente al local gremial de los maquinistas a informar las novedades del día. En reciprocidad, y dadas las carencias materiales de la sección, el Centro de Maquinistas donó la suma de $68,10 m/n, $20 provenientes de sus fondos y el resto de una lista de suscripción. Con el pasar de los días, ante la normalidad del tráfico y el
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decaimiento del paro, el Centro de Maquinistas prescindió, no sin antes agradecer, del apoyo de los foguistas, quienes retornaron al trabajo a mediados de julio. La SRMF funcionó tempranamente de manera federativa, los gremios o secciones conservaron en su seno una autonomía extendida, tal como el caso de solidaridad con los maquinistas nos muestra. A la vez, dicha autonomía de las secciones de la SRMF no solo no careció de conflictos; cuando éstos se presentaron, no logró minimizar los daños.
Disonancias y confluencias, elementos de una experiencia sindical Si la solidaridad derivaba en una acción unitaria en determinada coyuntura, como ocurrió con foguistas y maquinistas, las diferencias ideológicas y políticas podían ser disruptivas al punto de disolver la organización conjunta. La existencia de diversas estrategias de construcción gremial y política en estos primeros años fueron decisivas, así como los resultados de sus diputas y competencias al interior de un gremio particular, como el marítimo. Más allá de la fragmentación laboral que marineros y foguistas habían logrado superar, constituyendo una organización obrera única, las diversas afinidades políticas y los debates ideológicos presentaran nuevas divisiones, que se expresaran también a través de la división por secciones.53 Así lo muestra el año 1906 y la huelga general declarada por la SRMF en el mes de enero, en cuyos primeros momentos ya se manifiestan tensiones contenidas. A las pocas horas de haberse declarado el paro, este fue levantado por la dirección de la Sociedad, sin mediar asamblea alguna, y tras haber negociado con los representantes patronales.54 Según el diario El País, parecía que “no habrá huelga de marinero y foguistas. El presidente del gremio declaró que es inexacta la declaración de la huelga, pues acordaron las mejoras con los armadores”.55 Si bien el pliego había sido confeccionado asambleariamente el día 20, la noche del 25 de enero y ante la respuesta negativa del centro patronal, la huelga fue votada por los trabajadores reunidos nuevamente en el salón Verdi. Sin embargo, de forma contraria, al día siguiente se supo que la huelga había sido levantada por la Comisión Directiva ante un arreglo realizado a primera hora con el los armadores. Este acuerdo, que implicaba diversas condiciones de a bordo, debía entrar en plena vigencia el primer día de febrero, lo cual no sucedió, y ante un nuevo reclamo de la Sociedad se había fijado como nuevo plazo el primer día de marzo. Estos manejos provocaron las críticas de un grupo de foguistas. Tal como percibía el periódico anarquista, “En cuanto al gremio de marineros y foguistas debe de asumir la actitud resuelta que cuadra en un caso de gravedad del presente dando una severa lección”, haciendo visible si no dos lecturas y dos estrategias diferentes, al menos un desacuerdo en cuanto a las medidas a tomar ante la poca respuesta patronal”.56 Las críticas dirigidas a la SRMF de este grupo de foguistas provocaron su distanciamiento, ante la
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postura más intransigente que caracterizaba a estos trabajadores, al parecer, cercanos al anarquismo. Ellos impugnaron reiteradamente las acciones y decisiones de la dirección gremial marítima, acusándola de mala administración y desvíos, a la vez que exigían la realización de una asamblea para nombrar nuevos representantes. Tras su partida, la Sociedad continuaba agrupando a los foguistas que apoyaron su conducción, si bien entre éstos había quienes estaban a favor de la separación de “los malos pastores” o “anarquistas peligrosos”, el grupo radicalizado, por ser “una fracción mal aleccionada” cuyas críticas quedaban invalidadas por la realización de una asamblea para el cambio de la administración. Tal reunión obrera había resuelto mantener a sus representantes actuales, “por moción de los pocos consientes que habían acudido”. Esta asamblea del 10 de marzo junto a otras del 20 de enero y el 17 de febrero, por poco habían reunido el número suficiente de asistentes para dar quorum, lo cual retrata el momento de relativa desmovilización o desmotivación gremial en estas cuestiones al menos.57 La asamblea extraordinaria de la SRMF denunciaba la tentativa del gremio de foguistas de constituirse en Sociedad independiente, la cual ya había solicitado su incorporación a la Federación Obrera Regional Argentina, de claro corte ácrata. Reprocharon al grupo disidente que “en todas partes, por buques, cafés y tabernas, calumniaban a la actual Administración, tachándola de defraudadora de los fondos sociales”; tales rumores acusatorios circulaban por ámbitos laborales y sociales del puerto. La defensa de la herramienta gremial y la apelación a la unidad como única forma de construcción obrera fueron los argumentos centrales de lo foguista pro-SRMF, junto con la denuncia de la condición de “arribistas” al gremio de los disidentes, su impericia y falta de formación, afirmando que la mayoría de ellos eran “recién conocidos y nuevos y que si se han inclinado a la separación es porque ignoran los beneficios recibidos por esta sociedad desde hace tres años”.58 El procesamiento de estas diferencias llevó a la constitución de la Sociedad de Foguistas Marítimos Unidos a fines de mayo de 1906. Sea por “insensatos”, por “desconocimiento” o por reales divergencia políticas, este grupo se escindió de la SRMF, y durante varios meses ambas organizaciones funcionaron en paralelo. El sindicato, su preservación y su unidad, fueron los argumentos prioritarios de la conducción de la Sociedad, notoriamente cercanos a la retórica del sindicalismo revolucionario, frente a la crítica de corte anarquista del grupo de foguistas. Despejando toda duda, el secretario general de la FOM, Francisco García, años más tarde afirmaba que tales acontecimientos se habían producido “por la influencia de grupo dogmáticos que mantenían en él [el movimiento obrero en general] su predominio, orientando la acción de los sindicatos que les respondían, en un sentido antiestatal, dejando relegada a segundo término la lucha económica, que sólo se utilizaba como pretexto para llevar a las masas productoras a la lucha contra el régimen capitalista, cuyo ocaso muchos ilusos creían había llegado”.59
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A fines de ese convulsionado año, la SRMF voto por unanimidad reunida en el Teatro Iris ir a la huelga al día siguiente, el 27 de diciembre. Al mismo tiempo lo hizo la Sociedad de Foguistas Unidos, expandiéndose el movimiento hasta generar las condiciones de una virtual huelga general marítima, que involucraba a unos 8 mil trabajadores. Según el periódico anarquista La Protesta: “tratándose de una lucha contra el capitalismo, todas las pequeñeces se hacen a un lado. Así lo han entendido de común acuerdo las sociedades de Marineros y Foguistas y Foguistas Unidos, mancomunando sus fuerzas”.60 De hecho, ambas organizaciones estuvieron en diálogo desde el día 24 para confeccionar el pliego y accionar en forma conjunta, tanto en Buenos Aires como en el puerto de Rosario.61 Marineros y foguistas enviaron así delegados a recorrer el Litoral y buscar adhesiones, tal como le describió el secretario Corvetto al delegado Jocharde de la Federación Internacional del Transporte, entonces ubicada en la ciudad de Hamburgo. No estuvieron ausentes del conflicto los enfrentamientos violentos: al menos en dos oportunidades varios huelguistas se retaron con marineros de la Prefectura y miembros de la Sociedad patronal Unión por el Trabajo Libre, con un saldo trágico de un muerto y varios heridos.62 Mientras los armadores se negaban a todo reclamo, amarraban sus embarcaciones, suspendían pagos de jornales, prohibían retirar las ropas de los huelguistas a bordo de sus embarcaciones y solicitaban custodia militar para sus flotas, la SRMF enviaba delegados por todo el Litoral con las noticias de la huelga intentando sumar solidaridad y cooperación, en otros tiempos tan difícil, y ahora más cercana ante la mayor capacidad sindical para construirla.63 En paralelo con estos sucesos se desarrollaban las gestiones del Prefecto General de Puertos, Blanco, quien actuó como árbitro de facto desde los inicios de la huelga. Este envió un representante a la asamblea obrera realizada en la noche al día siguiente de iniciado el conflicto. Allí se eligieron 10 delegados, 5 marineros y 5 foguistas, quienes se reunirían con el prefecto, comunicando sus quejas por la mala calidad de la comida y las pésimas condiciones de higiene a bordo, incluidas alimañas, víboras y otras especies. A pesar de las sucesivas reuniones entre los delegados obreros y el Prefecto, e inclusive negando pedidos de empresas menores que querían negociar individualmente, la SRMF continuó con la huelga sin parcializar el conflicto.64 El secretario de la SRMF Corvetto –quien había sido detenido por unas horas días atrás junto a 40 huelguistas- se juntó con el vocero patronal Carlos Lavarello, reuniones en las que a pedido de la SRMF estuvo presente un representante del prefecto.65 Sin embargo no se llegó a un arreglo, ya que demandas obreras centrales como el trato a bordo y la manutención, a la que las tripulaciones consideraban mala y exigua, eran desestimadas por los representantes patronales.66 Si bien la demanda por una jornada de ocho horas, para “participar de los placeres de la familia y la vida” y tener “un poco de bienestar y libertad” era una demanda de larga data y de gran convocatoria, no estaba en el corazón de la protesta.67 En cambio, circunstancias como las ocurridas a bordo del vapor Júpiter, donde su capitán “trata de indios salvajes a los correntinos y paraguayos” y dice
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Repensar la organización obrera desde la experiencia gremial a bordo: las Sociedades de Resistencia de Marineros y Foguistas en Buenos Aires (1895-1907)
preferir “por incivilizados” a los europeos, que parecerían tener menos pretensiones, dejaban claramente planteado para los trabajadores en huelga que el maltrato y el abuso de poder por la jerarquía que regía su labor eran vitales. La parcialización de la huelga cobraba cada vez más adeptos entre los huelguistas, aunque la multitudinaria asamblea del 10 de enero, cuya realización había sido impedida por la policía el día anterior, ratificó la huelga general y reimpulsó el desembarco forzoso de tripulaciones no adheridas a la protesta.68 Al finalizar la reunión, aproximadamente 400 de los 2000 presentes se dirigieron a los muelles a cumplir con tal mandato. Fueron desembarcados entones las tripulaciones de los vapores Vulcano y Quebracho Argentino. En este último buque un disparo hacia la cabina del capitán propició el despliegue represivo de la policía y la subprefectura. Los huelguistas se reagruparon en torno al vapor Indio, donde su capitán había amenazado con arrojar al agua al huelguista que osara subir a bordo. Los que lo hicieron, “destrozaron por completo el salón y las cabinas, rompieron persianas, vidrios, mesas y espejos”, y no lograron tirar al agua al capitán porque este se encerró en su camarote hasta mucho después de que se hayan retirado.69 El escenario se repitió en la Dársena Sur, donde estaban fondeados buques tripulados por trabajadores no adheridos a la huelga. Tal reacción intentaba paliar la creciente desmoralización producto de la prolongación del conflicto, la falta de medios de subsistencia y la instigación patronal de tripular furtivamente algunas embarcaciones.70 De la acción en Dársena Sur “resultaron heridos los huelguistas Miguel Miranda, argentino 24 años soltero, Vicente Canals, español, llevados ambos al hospital barrial de La Boca”,71 y muertos un marinero de prefectura y dos rompehuelgas.72 La policía detuvo también a dos marineros, Aguirre y Aragón, con contusiones por padreadas y golpes, que estaban embarcados en buques no adheridos a la huelga. La policía marítima entonces ocupó las calles del puerto y sus alrededores, y encarceló a más de 300 trabajadores, quienes intentaban reunirse en el Teatro Iris o en el local de la Sociedad, ubicados en la misma cuadra. Entre el despliegue policial, las asambleas y recorridas la huelga se prolongó por dos semanas, debilitada por la represión antes mencionada. Apresados los más activos militantes gremiales, éstos solicitaron se les permitiera al gremio en pleno realizar una asamblea al día siguiente en el teatro Iris, para considerar un acuerdo. Tras obtener permiso, los trabajadores en asamblea votaron la vuelta al trabajo, aceptando el aumento salarial propuesto y las promesas de mejor trato y alimentación. Era evidente que la huelga finalizaba bajo el signo de la persecución policial, pero sus resultados y consecuencias fueron más lejos. La nueva experiencia de marineros y foguistas de ambas Sociedades, de acción unitaria y solidaria, y su debilidad frente a la poderosa patronal y la acción de las dependencias estatales fue procesada en clave institucional. Una nueva organización obrera se formaría al día siguiente. En la misma asamblea de la mañana del 11 de enero los trabajadores votaron levantar la huelga, así como la formación de un Comité de Relaciones que, integrado
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por dos delegados de cada sección (marineros, foguistas cocineros y anexos), trataría temas comunes generales y encaminaría la tarea de una nueva organización conjunta. Allí mismo se resolvió la constitución del nuevo gremio que incluiría a todos los tripulantes: la Liga Obrera Naval Argentina (LONA). Los más de mil quinientos trabajadores que colmaban el teatro Iris aprobaron la reunificación de las sociedades en un único y nuevo sindicato. Las comisiones de ambas sociedades renunciaron a sus puestos y allí mismo se conformó y aprobó una nueva comisión, que incluyó por votación mayoritaria a muchos de los militantes y dirigentes de la huelga.73 El balance de la acción conjunta desarrollada en aquel fin de año de 1906 plantó un resultado ambiguo. Si por un lado se obtuvo un mejor salario, la situación en la que quedaron los trabajadores tras el conflicto mostraba una difícil correlación de fuerzas. Habían ganado con su acción, pero ésta los había debilitado. Por otro lado, la reorganización gremial era sin duda un dato altamente positivo en términos gremiales. Ésta constituyó un nuevo viraje en el proceso de desarrollo de la organización sindical marítima, un punto de inflexión. La recomposición gremial conjunta y colectiva de marineros y foguistas también incluyó en el seno de la Liga a contramaestres, faroleros, patrones de lanchas y de remolcadores, caldereros, guincheros y otros trabajadores de a bordo. La LONA fue el resultado de esta reunificación y de una experiencia común, que abría paso a su vez a nuevo desafíos, pero cuya existencia y denominación daban cuenta del camino recorrido. Sin adentrarnos en la historia de esta organización obrera surgida al calor de la movilización previa, es posible vislumbrar una convivencia disruptiva, y perdurable, de grupos de trabajadores fragmentados en base a la segmentación por sección o categoría laboral propia del mundo laboral marítimo, que servía por momentos para expresar disidencias políticas profundas, convivencia que marcará la primera década del siglo XX. En esa experiencia se delinea la tendencia a confluir en una organización única, conjunta, producto de la acción gremial, constituyéndose una dinámica opuesta de unidad y fragmentación que caracterizó el itinerario gremial-institucional del sector marítimo en esos primeros años y constituyó un elemento clave en la experiencia colectiva de estos trabajadores. Así como asomaba la línea divisoria entre foguistas y marineros, también la acción obrera llevó la confluencia en una organización única para toda la tripulación, la cual constituyó una preocupación y una construcción permanente para una mayoría de militantes gremiales marítimos.
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Repensar la organización obrera desde la experiencia gremial a bordo: las Sociedades de Resistencia de Marineros y Foguistas en Buenos Aires (1895-1907)
Consideraciones finales Los trabajadores marítimos se movilizaron en busca de mejores condiciones de trabajo y de vida ya desde los últimos años del siglo XIX. En esa agitación por sus reclamos particulares constituyeron organizaciones propias para mejorar las condiciones en las cuales desarrollar su ser trabajador. Fue así que, al calor de los procesos huelguísticos, surgieron diferentes sociedades en las que estos trabajadores confluyeron, organizados en torno a ciertas categorías laborales. Muchas de las formas de movilización y organización de los trabajadores embarcados que hemos abordado formaron parte de un repertorio construido y compartido colectivamente por el conjunto de los trabajadores y las fuerzas político-ideológicas obreras de la ciudad. Lo mismo puede decirse de sus prácticas y formas de organización sindical, propias y a la vez compartidas, en un universo común que constituyó una tradición. Las huelgas generales y parciales, boicots, ediciones de periódicos y boletines, recaudación de fondos para causas diversas, realización de conferencias, reuniones, meetings, manifestaciones callejeras, concentraciones, por mencionar algunas, y las maneras de agremiarse y consolidar un organismo colectivo que los represente (por oficio, categoría o profesión, o por sector a nivel nacional años más tarde) constituyeron una matriz compartida, constituida en su propia experiencia, en parte heredada y al mismo tiempo resignificada y reinventada. Tanto las prácticas asociativas, las acciones de lucha, las ideas en torno a sí mismos, a sus intereses y objetivos, así como la retórica fundada sobre estas cuestiones, formaban parte de un común terreno político de los trabajadores. En el mismo sentido, como podría observarse en otros gremios, los de oficio por ejemplo, algunos de los múltiples fraccionamientos que caracterizaban al conjunto de los obreros de cada actividad fueron la base sobre la cual se constituyeron los primeros colectivos. De manera general, la acción de los trabajadores buscó, en toda actividad en la que se lo propusieron, superar esas fronteras laborales para consolidar formas asociativas más abarcadoras, y con mayor fuerza para ponderar frente a sus patrones sus demandas y reivindicaciones. Tal recorrido no difiere con lo acontecido entre los trabajadores marítimos. Sin embargo, y como se analizó, este mundo laboral contaba con una estructura jerárquica y un principio disciplinador muy fuerte, el cual aparece como un elemento poderoso en contra de la superación de las fronteras citadas. Como muestra este trabajo, la construcción gremial logró vencer tales divisiones, y consolidar así una unidad en diferentes dimensiones. Marineros de diversas categorías se agruparon a fines del siglo XIX. En los primeros años del siglo XX lo hicieron los foguistas, mostrando como la organización laboral se expresaba en una representación sindical atomizada. La propia acción gremial de marineros y foguistas lo largo de todo el periodo trabajado lograron superarla. No de una vez y para siempre, sino de manera recurrente, estos trabajadores intentaron saltar las fronteras de las secciones y categorías en las que se circunscribían sus trabajos. Los problemas comunes, las similares condiciones laborales y una experiencia de confrontación ante una poderosa patronal, entre otros factores, estimularon la formación conjunta de organismos de
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representación gremial entre las tripulaciones mercantes, e incluso planteará vínculos de tensión pero también de encuentro con los centros de la oficialidad en la siguiente década. Repesar la construcción histórica de la organización obrera a bordo permite abordar sus elementos, matices, sus ritmos. Tal construcción gremial, ni lineal ni homogénea, estuvo proyectada sobre la común experiencia laboral, a partir de la cual se desarrolló, desde la última década del siglo XIX, un conjunto de huelgas marítimas con epicentro en el puerto de Buenos Aires. El análisis de esos tiempos de huelga, momentos agitados y de fuerte movilización en el puerto y el barrio circundante, permite entramar una reconstrucción epidérmica de los modos en que se constituyó la acción y la organización obrera, algunos de sus aspectos que la hicieron posible y llenaron de sentidos la experiencia gremial de miles de trabajadores de a bordo. Dicha trama cotidiana del conflicto estuvo plagada de matices, discordancias y confluencias en distintos niveles, así como de acciones grandilocuentes, y de pequeñas presencias que la mirada del investigador/a vuelve a poner en una dimensión visible para la construcción de un conocimiento cabal de la experiencia obrera. Retomando algunos ejemplos, la colaboración de los vecinos y comerciantes puede tornarse vital a la hora del sostén material de una huelga, así como la decisión de un trabajador de adherirse o no puede estar condicionada fuertemente por la composición de su familia y la ayuda brindada por la sociedad obrera, entre muchas otras opciones74. Así, la acción de las sociedades de resistencia de constituir un comedor, de dar alimentos, asilo y manutención a sus miembros, toma real relevancia en la construcción gremial finisecular vinculada al puerto. A lo largo del texto también aparecen las direcciones de ciertos locales, teatros, calles y espacios portuarios, todos ubicados en el barrio de La Boca. Tales diversos detalles de ubicación, referencias espaciales y cercanías permiten imaginar una geografía de dicha experiencia gremial y laboral, situada territorialmente en unas pocas manzanas, en el corazón mismo de uno de los barrios netamente obreros de principios del silgo XX. Dentro de este espacio las diversas fuerzas políticas que apuntaban a dirigir a los trabajadores y que impulsaron su organización se diferenciaron por sus tácticas y estrategias, y desarrollaron en el debate y la confrontación diferencias políticas muchas veces irreconciliables. Sin embargo, con sus acciones y sus disputas, dieron existencia a un campo particular de construcción político-gremial, esencial en esta historia. Si se presta atención, la presencia de socialistas es constatada para los últimos años del siglo XIX, quienes incluso formaron parte vital de la formación de la Sociedad de Marineros de 1895. Las disputas con el anarquismo y sus efectos han sido analizados, así como también se ha dado cuenta de un creciente discurso y práctica gremial de la dirección de la SRMF vinculado al sindicalismo revolucionario. De esta forma, la conformación de estos gremios marítimos y los movimientos huelguísticos de los cuales surgieron o se transformaron, tuvieron como elemento capital la militancia y la competencia política entre las diferentes corrientes ideológicas que disputaban la dirección del movimiento gremial. Estas compitieron por espacios en los sindicatos al tiempo
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Repensar la organización obrera desde la experiencia gremial a bordo: las Sociedades de Resistencia de Marineros y Foguistas en Buenos Aires (1895-1907)
que participaban de su construcción mediante prácticas y debates. Si las diferencias se vieron reflejadas en la estructura de sus organizaciones, su fragmentación y el surgimiento de nuevos centros, esto no impidió, en coyunturas concretas como en 1906, generar una acción conjunta, en concreto, una huelga por mutuas reivindicaciones, que no necesariamente derivaría en la unificación de sus organismos representativos, aunque así ocurrió en este caso. En definitiva, esta historia de los trabajadores marítimos y su experiencia sindical aún permite nuevos acercamientos, desde los cuales repensar las formas y dinámicas de la organización obrera y sus prácticas en el mundo del trabajo a bordo en particular, y en la conformación del movimiento obrero argentino finisecular en general.
1
Alejandra Monserrat, “La conflictividad obrera y el partido radical. Los trabajadores marítimos entre 1916 y 1930” en Victoria
Cañete, Florencia Rispoli, Laura Ruocco y Gonzalo Yurkievich (comps.) Los puertos y su gente, pasado presente y porvenir. La
problemática portuaria desde las ciencias sociales, Ediciones Gesmar-UNMdP-Conicet Mar del Plata, 2011. Dossier temático Revista de Estudios Marítimos y Sociales Nº 5/6, Mar del Plata, 2012/2013, “La organización sindical del sector marítimo: trabajadores de ríos y mares, sus luchas y asociaciones”; Laura Caruso, Los trabajadores marítimos del Puerto de Buenos Aires:
condiciones laborales, organización sindical y cultura política, 1890-1920, Tesis de Doctorado, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 2012 (mimeo); Gustaco Contreras, “La huelga marítima de 1950 y sus pormenores. Una aproximación al estudio de la estrategia de la clase obrera durante el gobierno peronista”, en Revista PIMSA, Documento de Trabajo Nº 71, Buenos Aires, 2009; “En río revuelto ganancia de Pescador. El gremio marítimo y el peronismo. Un estudio de la huelga de 1950”, en Revista de Estudios Marítimos y Sociales Nº 1, Mar del Plata, 2008; Maria Damilakau, “Estrategias de supervivencia en un mundo laboral conflictivo: los prácticos del puerto de Buenos Aires, 1856-1924”, en Revista de Estudios
Marítimos y Sociales Nº 5/6, Mar del Plata, 2012/2013; Vitor Wagner Neto de Oliveira, Nas aguas do Prata, os trabalhadores da rota fluvial entre Buenos Aires e Corumbá (1910-1930), UNICAMP, Sao Paulo, 2009; Geoffroy de Laforcade A laboratory of Argentina labor movements: dockworkers, mariners and the contours of class identity in the Port of Buenos Aires, 1900-1950, Tesis doctoral, Yale University, 2001; Alberto Lucerna y Cesar Villena, “La primera burocracia sindical. La Federación Obrera Marítima y la gran huelga de 1920-21”, Anuario CEICS, Año 2, Nº 2, Buenos Aires, 2008. 2
Lucas Poy, Los orígenes de la clase obrera argentina. Huelgas, sociedades de resistencia y militancia política, Buenos Aires,
1888-1896, Imago Mundo, Buenos Aires, 2014, p. XXIV. 3
Sud América, 3 de agosto 1889.
4
Para un análisis pormenorizado de las dos primeras huelgas portuarias que tuvieron lugar en el país ver Lucas Poy y Laura
Caruso, “Las primeras huelgas portuarias en Buenos Aires, 1889-1895. Estudios del Trabajo; Lugar: Buenos Aires; 2014. 5
Lucas Poy, op. cit., p. 135.
6
La Nación, 6 de enero 1895.
7
Segundo Censo Nacional (1895).
8
La Nación, 8 de enero 1895. La manutención es la suma mensual que el armador daba al capitán o patrón para la alimentación
de cada tripulante.
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31
Laura Caruso
9
El Tiempo, 3 de enero 1895.
10
El Tiempo, 9 de enero 1895, “Huelga contra huelga. Los armadores también. El movimiento del puerto paralizado. Se armó la gorda”. 11
La Nación, 6 de enero 1895.
12
El Tiempo, 15 de enero 1895.
13
La Nación, 13 de enero 1895.
14
Víctor García Costa, Adrián Patroni y “Los trabajadores en la Argentina” tomos 1 y 2, Buenos Aires, CEAL, 1990; p. 19.
15
El Tiempo, 7 de enero 1895.
16
El Tiempo, 10 de enero 1895.
17
La Nación, 11 de enero 1895.
18
El Tiempo, 10 de enero 1895.
19
La Nación, 6 de enero 1895.
20
La Nación, 17 de enero 1895.
21
Iaacov Oved, El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 1978; p. 131.
22
La Nación, 19 de enero de 1901.
23
La Protesta Humana, 2 de febrero de 1901.
24
Segundo Censo General de Población, Edificación, Comercio e Industrias de la Ciudad de Buenos Aires, 1904.
25
Sebastián Marotta El movimiento sindical argentino. Su génesis y desarrollo, tomo II, 1907-1920, Buenos Aires, Editorial Lacio,
1961; p. 103. 26
Boletín DNT Nº 40, febrero 1919.
27
Un patrón era el piloto responsable de una lancha, chata u otro barco de menor dimensión, quienes a veces eran propietarios
de la embarcación, y muchas otras eran empleados n una naviera. Constituían un grupo particular dentro de la estructura sindical marítima, ya que, aunque pilotos de menor rango, muchos se organizaron junto a la tripulación. 28
Registro de la Sociedad de Resistencia de Marineros y Foguistas, 1905-1906.
29
Mirta Lobato, “Estado, gobierno y política en el régimen conservador” en Mirta Lobato (dir.), El Progreso. La modernización y
sus límites (1880-1916), Nueva Historia Argentina, tomo V, Buenos Aires, Sudamericana, 2000; p. 495. 30
La Aurora del Marino, Año 2, Nº 15, abril 1906.
31
Ídem, Año 2, N 17, noviembre 1906
32
Mirta Lobato, La Prensa obrera, Edhasa, Buenos Aires, 2009.
33
Boletín DNT Nº 6, septiembre 1908, p. 395.
34
Según el DNT, los días domingo y los 1º de mayo de cada año, “día de protesta de los trabajadores del Universo”, podía verse
flamear la bandera al frente del local gremial. Boletín DNT Nº 6, septiembre 1908, p. 396. 35
La Nación, 15 de diciembre 1903.
36
La Nación, 25 de diciembre 1903.
37
La Protesta, 26 de diciembre 1903.
38
La Nación, 25 de diciembre 1903.
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Repensar la organización obrera desde la experiencia gremial a bordo: las Sociedades de Resistencia de Marineros y Foguistas en Buenos Aires (1895-1907)
39
El Tiempo, viernes 8 de enero 1904.
40
Registro de la Sociedad de Resistencia de Marineros y Foguistas, año 1905.
41
La Aurora del Marino, Nº 14, enero 1906, p. 4
42
El Tiempo, 12 de enero 1904.
43
La Nación, 21 y 23 de diciembre 1903.
44
La Nación, 24 de diciembre 1903; El Tiempo, 8 de enero 1904.
45
El Tiempo, 13 y 14 de enero 1904.
46
El Tiempo, 3 de febrero 1904.
47
El Tiempo, 13 de diciembre 1904.
48
El Tiempo, 14 de diciembre 1904.
49
Juan Suriano, “El Estado argentino frente a los trabajadores urbanos: política social y represión, 1880-1916” en Anuario 14,
2da. época, Rosario, 1989-1990. 50
Boletín DNT Nº 40, febrero 1919. Para un estudio general de la intervención estatal en las huelgas marítimas ver Laura Caruso,
“El Estado y las huelgas marítimas entre 1890 y 1920”, en Juan Suriano y Mirta Lobato (comps), La sociedad del trabajo. Las
instituciones laborales en Argentina, 1907-1955, Edhasa, Buenos Aires, 2014. 51
Libro de Actas Sociedad de Resistencia de Marineros y Foguistas, Sección Foguistas, Nº 36, 12 enero 1905.
52
Libro de Actas, Nº 1, 22 junio 1905.
53
Para un análisis de la organización laboral marítima, su escalafón y categorías, ver Laura Caruso, “Onde manda capitão, não
governa marinheiro”? O trabalho marítimo no rio da Prata, 1890-1920”, en Revista Mundos do Trabalho, ANPUH, volumen 3, 2010. 54
Oscar Troncoso, Fundadores del gremialismo obrero, tomo 1, Buenos Aires, CEAL, 1983; pp. 77-100.
55
El País, 26 de enero 1906 y 27 de enero 1906.
56
La Protesta, 17 de marzo 1906.
57
La Aurora del Marino N15, abril 1906, p.1.
58
Libro de actas Sociedad de Resistencia de Marineros y Foguistas, sección Foguistas, 1905-1906, pp. 10 a 25.
59
Boletín DNT Nº 40, febrero 1919; p. 23.
60
La Protesta, 28 de diciembre 1906.
61
La Unión del Marino, agosto 1925, p.4.
62
Esta sociedad fue creada en 1905 por las grandes casas navieras e importadoras y exportadoras, junto con las compañías
ferrocarrileras como un sindicato afín. Laura Caruso, “Del lockout al apoyo estatal: la patronal marítima argentina, sus centros y prácticas, 1890-1920”, Travesía Nº 16, Tucumán, 2014, pp. 79-102. 63
La Protesta y La Nación 29 de diciembre, 1906.
64
La Nación, 30 y 31 de diciembre 1906.
65
La Protesta, 30 de diciembre 1906.
66
La Nación, 7 de enero 1907.
67
La Aurora del Marino Nº 15, abril 1906, p.1.
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Laura Caruso
68
La Protesta, 11 de enero 1907.
69
La Unión del Marino, Agosto 1925, p.4
70
La Unión del Marino, ídem.
71
La Nación, 10 de enero 1907.
72
La Unión del Marino, ídem.
73
La Protesta, 12 de enero 1907.
74
Un análisis en este sentido sobre la huelga general ferroviaria de 1917, destacando el rol de las familias, fue realizado por
Silvana Palermo, “De las organizaciones sindicales a las familias trabajadoras: nuevas miradas sobre los protagonistas de la gran huelga ferroviaria de 1917 en Argentina”, V Congreso de Historia Ferroviaria, 2009.
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La CGT en disputa. Prescindencia apolítica de la dirección sindicalista y frentepopulismo comunista, 1935-1939 Hernán Camarero (UBA/CONICET)
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Resumen: La Confederación General del Trabajo (CGT) experimentó un importante crecimiento durante los años 1930. En su primer lustro desplegó un comportamiento moderado frente a los gobiernos de la “década infame”. Debido al predominio de los dirigentes sindicalistas, tuvo un perfil apolítico, neutralista y hostil a cualquier acción conjunta tanto con el Partido Socialista (PS) como con el Partido Comunista (PC). Ello pareció superarse con la ruptura de la CGT en 1935, cuando el grueso del elenco sindicalista quedó fuera de la dirección y de la propia central, la cual cayó en manos de los militantes del PS y algunos otros sindicalistas, a los que se agregó el PC. Con el paso de los años, sin embargo, la relación de la CGT con los partidos de izquierda volvió a resquebrajarse. La conducción cegetista, incluso, buena parte de los cuadros gremiales del propio socialismo (autonomizados de la tutela partidaria), volvieron a reafirmar las concepciones antipolíticas y prescindentes. Ello fue crecientemente impugnado desde el PC y el PS. En este artículo se examinan los análisis y posiciones de la izquierda partidaria frente a este nuevo curso apolítico de la CGT. Se prioriza la posición del PC, pues fue la fuerza partidaria que más claramente enfrentó ese planteo neutralista. El ciclo 1935-1939 permite comprender los conflictos que condujeron a la ruptura cegetista previa al golpe militar del 4 de junio de 1943. Palabras clave: CGT, movimiento obrero, sindicalismo, comunismo, izquierdas Abstract: The Argentinean General Confederation of Labour (in Spanish, Confederación General del Trabajo, CGT) grew considerably over the 1930s. During its first five years, the organization had a temperate attitude towards the administrations of the so-called “Infamous Decade”. Due to the predominance of union leaders, the CGT had a non-political profile, a neutralist and even hostile approach towards any joint action with the local Socialist Party (SP) and Communist Party (CP). This was apparently outgrown with the breach of the CGT in 1935, when most of the union’s main characters were left out of the direction and the CGT itself, which fell into the hands of SP’s militants, some other unionists and later, also the CP. Over the years, however, the CGT relationship with left-wing parties was deteriorated once again. The CGT direction and a significant amount of Socialist union leaders who had become independent from partisan influence, once more felt the need to renew the independentist and non-political approach. This was increasingly challenged by the CP and the SP. Our work examines the analysis and positions of the left-wing parties regarding this last non-political turn of the CGT. The position of the CP is given pre-eminence, as it was the political power more clearly against the neutralist approach. Reviewing the period between 1935 and 1939 allows us to understand the conflicts that led to the CGT breach before the military coup of June 4, 1943. Keywords: CGT, labour movement, unionism, communism, left-wing
Hernán Camarero. “La CGT en disputa. Prescindencia apolítica de la dirección sindicalista y frentepopulismo comunista, 1935-1939”. Cuadernos del Ciesal. Año 12, numero 14, enero-diciembre 2015, pp 35-58.
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La Confederación General del Trabajo (CGT) fue la organización gremial más importante impulsada por el movimiento obrero argentino en su largo proceso de desarrollo hasta la aparición del peronismo. Conformada en septiembre de 1930, como producto de la unificación de dos centrales obreras preexistentes, la Unión Sindical Argentina (USA, de tendencia sindicalista) y la Confederación Obrera Argentina (COA, que agrupaba a los militantes obreros del Partido Socialista y a otros cuadros sindicalistas), la CGT tuvo un importante crecimiento durante los años de la “Década Infame” (1930-1943). La relación de la izquierda política con esta central obrera no fue lineal ni apacible. En su primer lustro de vida, la CGT desplegó un comportamiento moderado y escasamente combativo frente a los desafíos que se le presentaban a los trabajadores bajo la dictadura de José F. Uriburu y el gobierno conservador de Agustín P. Justo. Además, debido al claro predominio que en ella ejercían los dirigentes de origen sindicalista, tuvo un perfil apolítico, neutralista, prescindente y hostil a cualquier acercamiento o acción conjunta con los partidos obreros, tanto el Partido Socialista (PS) como el Partido Comunista (PC). Ello pareció superarse con la ruptura de la confederación en diciembre de 1935, cuando el grueso del elenco sindicalista acabó fuera de la dirección (constituyendo otra muy debilitada CGT, llamada “Catamarca”, por la sede el gremio telefónico donde se asentó, que pocos años después adoptó el nombre de USA). Desde ese momento, la CGT, por un tiempo conocida como “Independencia”, por la calle en la que se ubicaba el gremio ferroviario y el local de la propia central, quedó en manos de los militantes que orbitaban en torno al PS y a algunos otros sindicalistas, a los que se agregaron las fuerzas sindicales del PC. Con el paso de los años, sin embargo, la relación de la CGT con los partidos de izquierda volvió a resquebrajarse. La conducción cegetista, incluso, la mayoría de los cuadros gremiales del propio socialismo (autonomizados de la tutela partidaria), volvieron a reafirmar las concepciones posiciones antipolíticas y prescindentes, lo cual fue crecientemente impugnado desde las filas del PC y el PS. En perspectiva, todo ello condujo a una nueva escisión de la CGT, en 1943, cuando dicha confederación nuevamente quedó dividida en dos, cada una identificada como N° 1 y N° 2: la primera, reclamando completa independencia de los partidos; la segunda, propiciando acuerdos con el PS y el PC, en pos de una coalición socio-política democrática antifascista. La trayectoria de la CGT durante el ciclo 1930-1943 no ha sido desatendida por la historiografía dedicada al movimiento obrero. La fundación y desarrollo de la década y media inicial de la central obrera fue referida, en primer lugar, en los tradicionales textos provenientes de los “historiadores militantes”. Entre ellos, se destacaron
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el del socialista Jacinto Oddone, el del sindicalista Sebastián Marotta y el del comunista Rubens Iscaro.1 Esos textos estuvierion impregnados de un tono apologético hacia las respectivas corrientes políticas actuantes en el proceso en cuestión. Aportaron información empírica, de la cual se abastecieron estudios posteriores, pero nunca pudieron superar el plano descriptivo. Desde los años cincuenta y sesenta, una serie de obras enmarcadas ideológicamente en el heterogéneo campo del nacional-populismo de izquierda o de “izquierda nacional”, hicieron alusiones a las disputas y encrucijadas que sacudieron a la CGT en los ’30, pero lo hicieron con escaso aporte documental, como una suerte de insumo para sus argumentaciones acerca del carácter nocivo, regresivo y antinacional de la izquierdas vernáculas. Las elaboraciones de Rodolfo Puiggrós, Jorge A. Ramos y Alberto Belloni fueron algunas de las paradigmáticas.2 Sorteando los límites de esta producción ensayística, desde fines de los años sesenta y, especialmente, durante los años setenta y ochenta, se desplegó una producción sociológica e historiográfica que, sobre todo en polémica y revisión con las clásicas hipótesis de Gino Germani acerca de los orígenes del peronismo y el papel de la nueva clase obrera formada al calor de la industrialización sustitutiva, contribuyeron a un notable salto en el conocimiento del movimiento obrero en el período de la “Decada Infame”. El primero de ellos fue el ya clásico estudio de Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero, a los que luego siguieron, entre otros, los trabajos de Hugo del Campo y Juan Carlos Torre.3 En esas obras, la CGT fue examinada, especialmente, como teatro de operaciones de una emergente vieja guardia sindical, en donse se hicieron sentir las antiguas tradiciones sindicalistas, que acabó por poner distancia definitiva con los partidos de izquierda y por abrazar las causas del naciente laborismo. Bajo el telón de fondo de estas nuevas interpretaciones y debates historiográficos aparecieron una serie de investigaciones, que echaron una luz más específicamente direccionada a los conflictos internos de la CGT (entre sindicalistas, socialistas y comunistas) y a sus posturas frente a los conflictos obreros, contribuyendo a la reconstrucción empírica y análisis de dichos acontecimientos. Pueden destacarse, en este sentido, los textos de Isidoro Cheresky, David Tamarin, Hiroshi Matsushita, Julio Godio, Roberto Korzeniewicz y Joel Horowitz.4 En la última
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Jacinto Oddone, Gremialismo proletario argentino, Buenos Aires, La Vanguardia, 1949; Sebastián Marotta, El movimiento sindical argentino. Su génesis y desarrollo. Tomo III. Período 1920-1935, Buenos Aires, Calomino, 1970; Rubens Iscaro, Historia del movimiento sindical, Buenos Aires, Fundamentos, tomo II, 1973. 2 Roldolfo Puiggrós, Las izquierdas y el problema nacional, Buenos Aires, Cepe, 1973; ídem, El peronismo: sus causas, Buenos Aires, Cepe, 1974; Alberto Belloni, Del anarquismo al peronismo. Historia del movimiento obrero argentino, Buenos Aires, A. Peña Lillo, 1960; Jorge A. Ramos, El partido comunista en la política argentina, Buenos Aires, Coyoacán, 1962. 3 Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero, Estudios sobre los orígenes del peronismo. [Edición definitiva], Buenos Aires, Siglo XXI Editores Argentina, 1971 y 2004; Hugo del Campo, Sindicalismo y peronismo. Los comienzos de un vínculo perdurable, Buenos Aires, CLACSO, 1983; Juan Carlos Torre, La vieja guardia sindical y Perón. Sobre los orígenes del peronismo, Buenos Aires, Sudamericana, 1990. Isidoro Cheresky, “Sindicatos y fuerzas políticas en la Argentina preperonista (1930-1943)”, en P. González Casanova (coord.): Historia del movimiento obrero en América latina, vol. 4. México, Siglo XXI, 1984, pp. 147-199; David Tamarin, The Argentine
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década y media, los avances acerca de la historia de la CGT en los ’30 se ubicaron, con abordajes más indirectos al tema, por ejemplo, en las relaciones que la central tejió con los diversos gremios (como el voluminoso libro de Torcuato S. Di Tella, que recupera viejas tesis germanianas) o en los modos como intervino en algunas de las huelgas del período (el trabajo de Nicolás Iñigo Carrera).5 Un balance general de los estudios sobre la CGT de esta etapa indica que los análisis priorizaron dos grandes ciclos: los años iniciales de su recorrido, desde la conformación de la organización hasta su primera ruptura, en 1935; y el período final de la fase preperonista, los años 1942-1943 (que en algunos casos, se anticipan desde 1939). Son los años 1935-1939, en donde se procesa el fuerte enfrentamiento entre la nueva dirección de la CGT-Independencia y los partidos de izquierda, en especial, el PC, los que aún fueron insuficientemente examinados. El objetivo de este artículo, precisamente, pretende contribuir al conocimiento de este ciclo. En particular, se busca indagar en el modo en el que la izquierda partidaria analizó y se posicionó frente al nuevo curso prescindente y apolítico que adoptó la CGT en esos años. Para ganar profundidad en esta exploración, se privilegia la posición del PC, en tanto ésta fue la fuerza política que más claramente se enfrentó a ese planteo neutralista de la dirección de la central. Ningunas de las posiciones y las caracterizaciones del PC frente a la CGT durante el ciclo 1935-1939 puede considerarse sin tener en cuenta el cambio de línea general que experimentó este partido.6 En efecto, en 1935, bajo impulso de la Internacional Comunista, el PC abandonó la política sectaria y ultraizquierdista de “clase contra clase”, propia del denominado “tercer período”, que alejaba a los militantes comunistas de todo compromiso y acción común con las corrientes y organizaciones reformistas del movimiento obrero. Desde aquel año, en cambio, el partido se ordenó conforme a la estrategia del “frente popular” antifascista y antiimperialista, que fomentaba acuerdos no sólo con aquellas expresiones moderadas del campo proletario sino, incluso, con las representaciones “liberales, progresistas y democráticas” de la burguesía.
Labor Movement, 1930-1945. A Study in the Origins of Peronism, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1985; Hiroshi Matsushita, Movimiento obrero argentino, 1930-1945. Sus proyecciones en los orígenes del peronismo, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986; Julio Godio, El movimiento obrero argentino (1930-1943). Socialismo,comunismo y nacionalismo obrero, Buenos Aires, Legasa, 1989; Roberto Korzeniewicz, “Las vísperas del peronismo. Los conflictos laborales entre 1930 y 1943”, Desarrollo Económico, vol. XXXIII, n° 131, octubre-diciembre 1993 ; Joel Horowitz, Los sindicatos, el Estado y el
surgimiento de Perón, 1930-1946, Buenos Aires, Eduntref, 2004. 5
Torcuato S. Di Tella, Perón y los sindicatos. El inicio de una relación conflictiva, Buenos Aires, Ariel, 2003; Nicolás Iñigo Carrera, La estrategia de la clase obrera, 1936. Buenos Aires: La Rosa Blindada-PIMSA, 2000. 6 Una exploración global sobre el PC y sus vínculos con el movimiento obrero y la CGT previos a 1935 en: Hernán Camarero, A la conquista de la clase obrera. Los comunistas y el mundo del trabajo en la Argentina, 1920-1935, Buenos Aires, Siglo XXI Editora Iberoamericana, 2007.
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En la Argentina, el período comprendido entre 1935 y 1939 estuvo caracterizado por elementos de continuidad en lo político y de cambio en lo económico y social. Por un lado, la coalición gobernante (la Concordancia), durante la presidencia de Agustín P. Justo, elaboró una compleja pero finalmente eficaz operación político-electoral, que le aseguró el triunfo de sus candidatos en las elecciones de septiembre de 1937, viciadas por el fraude y la manipulación. En esa ocasión, se impuso la fórmula encabezada por el radical antipersonalista Roberto M. Ortiz y secundada por el conservador Ramón S. Castillo. Ortiz, un año después de asumir su cargo, intentó aplicar lo que fiunalmente resultó un frustrado proyecto “transformista” de apertura del régimen, que pretendía clausurar el ciclo de fraude electoral e ilegitimidad abierto en los primeros años treinta. Por otra parte, durantes esos años se hicieron más evidentes el mantenimiento y la consolidación de la recuperación económica del país, iniciada unos años antes. Sus efectos fueron claros: se potenció el desarrollo industrial y se multiplicó la envergadura de la clase obrera industrial, lo cual hizo descender aún más los niveles de desocupación. Sin embargo, persistió el estancamiento de los salarios reales y la ausencia de avances en la legislación laboral y de mejoramiento de las condiciones de trabajo en las fábricas. En un contexto de grandes demandas insatisfechas y mayores márgenes para encarar la protesta, ante la atenuación en el temor a perder el empleo, fue inevitable el incremento de los conflictos obreros y una recuperación de la iniciativa sindical, sobre todo en los dos primeros años de este ciclo analizado. En la Capital Federal, según los datos del DNT, tras el aumento ocurrido en 1935, en 1936 se alcanzó un record de 87 huelgas, con 291.000 participantes. Pero un año después, las huelgas bajaron a 66, con 170.000 y la disminución fue mayor en 1938 ; en 1939 hubo 40 huelgas con 67.000 huelguistas.7 En este marco, los comunistas encontraron cada vez más oportunidades para incidir en el mundo del trabajo. Eso quedó claramente reflejado en su rol como dirección en la huelga de la construcción de fines de 1935 y la huelga general de enero de 1936 en la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores. Además, a partir de esos años se empezó a hacer muy visible el aumento de la influencia del PC en la conducción de las organizaciones sindicales, sobre todo, en las que se extendían en el sector industrial (entre los trabajadores de la carne, metalúrgicos, madereros, textiles y del vestido) y de la construcción. Este crecimiento de los comunistas en el movimiento sindical, como se observará, hizo crujir las estructuras de la CGT.
7
Ministerio del Interior, Departamento Nacional del Trabajo, División de Estadística: Investigaciones sociales, Buenos Aires, 1939; Ministerio del Interior, Departamento Nacional del Trabajo, Estadística de las huelgas, Buenos Aires, 1940.
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1935: crisis de la CGT, cambio de orientación de la central e ingreso de los comunistas A partir de 1935, con la progresiva adopción de la estrategia del frente popular, los comunistas decidieron encarar la dirección de los conflictos y la creación o consolidación de los sindicatos únicos por rama desde nuevos moldes organizativos. Ahora querían abandonar el anterior sectarismo y la tendencia a la existencia de organismos propios e independientes de las otras corrientes del movimiento obrero. De este modo, procedieron a fusionar los sindicatos que dirigían con los existentes en la CGT o a ingresar en ellos. Por ejemplo, el Sindicato Obrero de la Industria Metalúrgica (SOIM) y el Sindicato Único de Obreros de la Madera (SUOM), conducidos por el PC, se incorporaron a la central, mientras que las estructuras sindicales comunistas se anexaron a la Unión Obrera Textil (UOT) y a la Federación Obrera del Vestido (FOV), de inciales mayorías socialistas. Con el pedido comunista de ingreso a la CGT, se estaba reconociendo que ésta era la central sindical más poderosa del país, en verdad, la única realmente existente, pues fuera de ella sólo operaban sindicatos autónomos, una FORA anarquista apenas superviviente y el Comité de Unidad Sindical Clasista (CUSC), orientado por el propio PC. Inevitablemente, la solicitud de entrada a la CGT de los sindicatos controlados por los comunistas conducía a poner fin a la vida del CUSC, un organismo que nunca había logrado convertirse en una entidad de peso en la dirección global del movimiento obrero. Esta decisión se adoptó en agosto. Se trataba de una línea que excedía el marco nacional: la Internacional Comunista la estaba impulsando en todo el mundo, y en el continente eso condujo a la autodisolución de la Confederación Sindical Latino Americana. El PC presentó la disolución del CUSC como un hecho que facilitaría “la tarea urgente de reforzar la unidad sindical” y eliminaría “los obstáculos que levanta el estrecho núcleo dirigente de la derecha en la CGT, empeñado en mantenerla dentro de una orientación política mezquina, pasiva, envuelta en fórmulas enmohecidas de ‘prescindencia’ y ‘apoliticismo’, fórmulas que la vida ha comprobado sólo sirven para facilitar –conciente e inconcientemente- el avance reaccionario sin resistencia por parte de las masas”.8 Obviamente, la “derecha” de la CGT, aludida por el PC, era el viejo sector sindicalista que ejercía el control de la dirección y de la prensa de dicha central. Ese sector hizo que el paso de disolver el CUSC y disponer que sus sindicatos ingresen a la CGT no fuera fácil de cumplimentar. La dirección cegetista lo juzgó “... un acontecimiento de indudable trascendencia y llamado a tener extraordinaria repercusión en el futuro de la organización sindical
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“La tarea urgente del movimiento obrero es apresurar la unidad sindical”, La Internacional (órgano del PC), adelante, LI), XVIII, 3456, 17/8/35, p. 2.
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del país”.9 Con ello, admitía el peso que el CUSC había alcanzado en el sector industrial, al tiempo que alertaba que dicho Comité estaba reconociendo su fracaso en rivalizar con la CGT. Pero, dado que la conducción sindicalista estaba convencida de que el PC no acataría los principios de independencia de la CGT de cualquier partido o ideología política, obstaculizó o ralentizó el ingreso de los gremios comunistas durante ese año. En tanto, hacia fines de 1935, la crisis que se vivía en el seno de la CGT era incontrastable. Un amplio sector, integrado mayoritariamente por los miembros de la Comisión Socialista de Información Gremial (CSIG) y, en menor medida, por algunos cuadros que provenían de la tradición sindicalista, impugnaron duramente a la conducción de la central por la desigual representación que ella arrastraba. Afirmaban que los gremios de mayor número de adherentes, a los que ellos pertenecían, en especial, la poderosa Unión Ferroviaria (UF), pero también La Fraternidad, tranviarios, empleados de comercio y municipales, no estaban adecuadamente reflejados en la estructura dirigente de la CGT, articulada por el Comité Nacional Sindical y la Junta Ejecutiva. Quienes controlaban ambos organismos pertenecían a una serie de pequeños gremios, muchos de ellos provenientes de la ex USA, que reunían apenas unos 5.000 trabajadores, sobre 200.000 afiliados que en total poseía la CGT hacia 1935.10 No todos, pero sí una buena parte de los que componían este bloque crítico a la dirección cegetista, encontró un argumento de peso en la condena a la “prescindencia política” y en la negativa a hacer cualquier acuerdo con los partidos obreros o de izquierda (en especial, el PS y el PC) de la que hacía gala dicha conducción. Decían que la dirección de la CGT, entre otras cosas, ocultaba la acción del PS en el Congreso Nacional (aún cuando el grueso de esa labor tenía que ver con asuntos directamente vinculados a demandas del movimiento obrero), se negaba a invitar a sus representantes a dictar conferencias en los locales sindicales y realizaba ataques abiertos al partido, no distinguiéndolo del resto de los partidos burgueses o tradicionales. En suma, que profesaba un auténtica “fobia antisocialista”. Para el mes de diciembre el clima de crispación interna dentro de la CGT era total. La Junta Ejecutiva había rechazado el intento de José Domenech y sus aliados socialistas, ahora mayoritarios en la dirección de la UF, por cambiar los representantes que este sindicato tenía hasta ese momento en la conducción cegetista. Esto produjo una ruptura total entre la UF dominada por los socialistas y la CGT controlada por los sindicalistas. Pero existían otras fuentes de conflicto. El bloque opositor a la dirección de la CGT venía sosteniendo que la tardanza en convocar al Congreso Constituyente de la central se debía a que aquella estaba segura de perder la mayoría y ser desalojada. Cuando la convocatoria llegó para marzo de 1936, el sector opositor denunció 9
“La organización sindical debe ser regida por los trabajadores”, CGT, II, 70, 16/8/35, pp. 1-2. CGT, Memoria y balance, 1930-1935, Buenos Aires, 1936, p. 33.
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que la dirección, previendo su derrota, estaba preparando un congreso adicto con un ilegítimo envío de delegados por todo el país para intentar ganarse la opinión de los gremios. Adelantándose a estos hechos, el 12 de diciembre ocurrió algo imprevisto: una treintena de dirigentes de los gremios opositores a la dirección de la CGT, acompañados por decenas de militantes, realizaron una ocupación del edificio de la central (en la avenida Independencia, donde tenía su sede la UF), se hicieron del control efectivo del local, declararon la caducidad de las autoridades cegetistas, designaron una Junta Ejecutiva provisoria para convocar de manera inmediata a un verdadero Congreso Constituyente y lanzaron un manifiesto a los trabajadores para explicar las razones de estos procedimientos, en el que reafirmaban la vigencia del programa mínimo y el plan de emergencia antes enunciado por la CGT. Para ellos, se estaba deponiendo a un grupo minoritario, sectario, disolvente y perturbador, que gobernaba como una dictadura y estaba produciendo daño al movimiento obrero. En cambio, para el grupo apartado de la dirección de la CGT, según su propio manifiesto, se trataba de un brutal atropello, de un “golpe de mano hitlerista”, de un “asalto realizado al amparo de las sombras de la noche”, que intentaba reducir a la organización a un simple apéndice de “fuerzas externas a su medio”: el PS y su “funesta” CSIG.11 Consumados estos hechos, la CGT quedó partida en dos. El sector más debilitado fue el desplazado, es decir, el que antes dirigía la organización, que pasó a ser conocido como CGT-Catamarca (pues fue en la sede del gremio telefónico ubicado en esa calle, donde fijó su domicilio). El ferroviario Antonio Tramonti fue elegido como secretario general de la misma, acompañado por otros cuadros de la UF. Allí recalaron un puñado de organizaciones, entre las cuales sólo tenían importancia la de los telefónicos, la FOM (el viejo bastión de los
sindicalistas) e inicialmente, parte de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE). Algunos antiguos cuadros del sindicalismo, como Sebastián Marotta, Alejandro Silvetti y Andrés Cabona, eran parte del proyecto, así como algunos ferroviarios afiliados al PS. Pero fue la otra CGT, que durante dos años mantuvo el aditamento Independencia, la verdaderamente mayoritaria y representativa. Allí quedaron alineados la mayor cantidad de gremios, y los más numerosos en afiliados: entre otros, La Fraternidad, tranviarios, municipales, empleados de Comercio, del Vestido, textiles, panaderos, del Calzado y marroquineros. Varias de esas organizaciones eran las que estaban dirigidas por socialistas y que habían participado de la experiencia de la COA entre 1926-1930. Además, entre 1936 y 1938 se fueron incorporando otros sindicatos que permanecían autónomos, como la antigua Federación Gráfica Bonaerense y ATE. En su primera Junta Ejecutiva, de carácter provisoria, Luis Cerutti (UF) quedó como secretario general. 11
Los manifiestos y las declaraciones contrapuestas, así como la visión socialista y sindicalista sobre el proceso de ruptura de la CGT, en: Jacinto Oddone, op. cit., pp. 332-351; Sebastián Marotta, op. cit, pp. 411-433.
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Los comunistas no se pronunciaron de manera inmediata respecto al “golpe del 12 de diciembre”. En buena medida, el PC estaba casi completamente ocupado en otro proceso: el gran conflicto obrero en la rama de la construcción, desarrollado durante tres meses, entre octubre de 1935 y enero de 1936, que fue la huelga más masiva, enérgica y exitosa protagonizado por la clase obrera argentina desde hacía una década y media, y la más importante dirigida por militantes de ese partido en toda su historia.12 Fue organizada desde la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción, con ámbito en la ciudad de Buenos Aires, compuesta por los sindicatos de todos los oficios de la rama. El 15 de noviembre una gigantesca asamblea votó sumarse al paro, que pasó a contar con la adhesión de unas 60.000 voluntades, lo que representaba algo más de un 90% del total de empleados en el sector en la Capital. La lucha estuvo respaldada por la realización de frecuentes y multitudinarios mítines y reuniones obreras en la Plaza Once y el estadio Luna Park. En apoyo al conflicto se conformó un Comité de Defensa y Solidaridad, que agrupó a 68 sindicatos (tanto autónomos como pertenecientes a la CGT), en donde se agruparon los sindicatos orientados por el PC y algunos otros de dirección anarquista y sindicalista. Fue ese Comité el que convocó a una huelga general en solidaridad con la lucha de los obreros de la construcción. La convocatoria se producía en medio del conflicto interno que envolvía a la CGT. En los meses anteriores la dirección de la central obrera no había fijado una línea de apoyo firme a este conflicto, actitud que comenzó a cambiar hacia diciembre.13 Finalmente, las dos juntas ejecutivas que pasó a tener la CGT dieron un sostén explícito a la huelga general, que se desenvolvió el 7 y 8 de enero de 1936, y tuvo un carácter masivo y muy violento, con miles de personas en las calles, muertos en diversos enfrentamientos y centenares de detenidos. Luego de 90 días de iniciada, el 23 de enero, ante la aceptación de una gran parte de los reclamos que le habían dado origen, la huelga fue levantada. Como producto de ese triunfo, en los meses siguientes se fue poniendo en marcha la Federación Obrera Nacional de la Construcción (FONC), dirigida y controlada por cuadros del PC, que pronto se convirtió en la segunda entidad laboral más numerosa del país y en el modelo de un nuevo tipo de sindicalismo industrial. Una vez definida la huelga de la construcción y con el paso de las semanas, los comunistas no pudieron observar más que con simpatía el nuevo realineamiento que ocurría en la CGT. En marzo, uno de los dirigentes sindicales del PC expresaba: “El Comité Confederal, hasta el 12 de diciembre, no era responsable ante nadie porque no representaba la voluntad de la clase trabajadora. Por eso todo el proletariado tiene que
12
Sobre el tema, remitimos a Hernán Camarero, A la conquista de la clase obrera... op. cit., pp. 211-215 ; y Nicolás Iñigo Carrera, op. cit., pp. 123 y ss. 13 “La Junta Provisoria exhorta a los compañeros y organizaciones confederadas a prestarles su más vigoroso apoyo”, CGT (Independencia), II, 88, 20/12/36, p. 1; “Con regocijo se recibió la solidaridad de la CGT”, LI, XIX, 3463, 1ª quincena de diciembre de 1935, p. 3.
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saludar la actitud de los hombres de la nueva Junta y de los dirigentes de los distintos sindicatos que han tomado activas decisiones después del 12 de diciembre para realizar el verdadero Congreso Constituyente de la CGT”.14 El PC tenía cifrada sus expectativas sobre la central mayoritaria de Independencia por razones bien fundadas. Allí, las posibilidades de ingreso de los sindicatos comunistas se hicieron evidentes. Ellos podían congeniar con los cuadros más cercanos al PS que incidían en la dirección de la central a partir de la línea frentepopulista, antiimperialista, antifascista y contraria a la neutralidad ideológica y a las concepciones más marcadamente “economicistas”. Además, los dirigentes de la CGT Independencia tenían interés por el ingreso de las organizaciones creadas por los comunistas, porque le permitía competir más ventajosamente con la otra central y extenderse a las actividades industriales claves del país, que crecían aceleradamente y multiplicaban el número de obreros. De este modo, a partir de enero de 1936, se produjeron las aceptaciones al ingreso a la CGT Independencia de las organizaciones obreras dirigidas por el PC. Las más relevantes fueron las de los cuatro grandes sindicatos únicos por rama que operaban en el ámbito industrial: la Federación Obrera de la Industria de la Carne (FOIC), los ya mencionados SOIM y SUOM y el sindicato de albañiles; junto a ellos, varios gremios de Rosario, Córdoba y Mendoza. La UF no fue oficialmente miembro fundador de ninguna de estas dos CGT debido a la profunda división que la aquejaba, pero en su congreso de agosto finalmente decidió la adhesión a la CGT Independencia. Los dirigentes ferroviarios que ocupaban cargos en la CGT Catamarca debieron abandonarlos (como el propio secretario general, Tramonti) ; así, dicha central quedó reducida a una expresión mínima. Cuando se completó el ingreso y la definitiva inserción de la UF, de los sindicatos comunistas y de algunos otros autónomos a la CGT Independencia, quedó bien definido el mapa de la estructura sindical argentina. Según datos del DNT hacia mediados de 1936 había 296 organizaciones obreras y 370.000 trabajadores sindicalizados en el país. En la CGT Independencia había encuadrados 113 sindicatos, que poseían unos 263.000 afiliados. En la CGT Catamarca quedaron 116 entidades pero con sólo 25.000 afiliados. Por otro lado, 67 sindicatos, con unos 74.000 adherentes, se declaraban como indefinidos o autónomos de las centrales. Finalmente, la Federación de Asociaciones Católicas de Empleadas, que no tenían nexos con el movimiento obrero, agrupaba 28 seccionales con 8.000 miembros.15 Comparada con la realidad de las otras centrales obreras que se habían sucedido en el país desde la década de 1910, la CGT Independencia era la más numerosa en cantidad de afiliados, ofreciendo una cifra realmente considerable. Sin embargo, poseía una menor cantidad de organizaciones. Esto ocurría por dos factores: por un lado, por la emigración de los 14 15
“Formula declaraciones Mauricio Ribak”, LI, XIX, 3470, 2ª quincena de marzo de 1936, p. 2. Ministerio del Interior, DNT, Boletín Informativo, XVIII, 200-201, Buenos Aires, septiembre/octubre 1936.
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gremios más puramente sindicalistas que constituyeron la CGT Catamarca, los cuales estaban definidos por una estructura más disgregada, y por lo tanto eran muy numerosos y diminutos; por otro lado, porque la CGT Independencia pasó a reunir fundamentalmente sindicatos por rama antes que por oficio, los cuales eran pocos pero grandes en cantidad de asociados. Sólo la FONC dirigida por los comunistas agruparía el doble de todos los afiliados que tenía la CGT Catamarca, dispersos en un centenar de organizaciones.
Frente al Congreso Constituyente de la CGT Independencia y al acto del 1° de mayo de 1936 La CGT Independencia consolidó su poderío, y lo institucionalizó, cuando, finalmente, realizó su Congreso Constituyente, que venía siendo postergado desde 1930. El evento se desarrolló del 31 de marzo al 2 de abril de 1936, en el amplio salón porteño de la Unión Tranviarios. Por primera vez, los comunistas asistían a un evento de la CGT. En una declaración pública, dieron cuenta de la gran expectativa que el encuentro les provocaba. Pero no lo hicieron sin beneficio de inventario. Según ellos, la central debía autocriticarse de sus anteriores posiciones e imponer un fuerte viraje en sus conductas. ¿Por qué era necesario un balance crítico de la CGT? Los comunistas respondían: “Basta enunciar simplemente las cuestiones candentes que afectaron a las masas durante el último quinquenio, para verificar el papel negativo jugado por la CGT en su solución por la orientación desacertada que le imprimió la vieja junta. Apenas surgida, la CGT, en lugar de impulsar la acción obrera en defensa de sus conquistas y de su libertad, se sometió sin la más leve resistencia al gobierno de ‘facto’, facilitando así la ofensiva patronal so pretexto de que era imposible luchar y defenderse en tiempos de reacción y de crisis. Ninguna lucha por las libertades obreras, contra los encarcelamientos y procesos a militantes, contra las torturas, las deportaciones y el ignominioso control policial sobre los sindicatos. Ninguna lucha contra el fascismo. En cambio, los famosos manifiestos de complacencia con la dictadura uriburiana primero y con el gobierno de Justo luego. Esta fue la consecuencia de la nefasta política de la ‘prescindencia’ sostenida por la vieja junta”.16 Los comunistas también acusaban a la anterior dirección de haber intentado sembrar la discordia y la división en algunos gremios, como el metalúrgico, el del vestido y el gráfico. Las “victoriosas” huelgas de la madera, de la construcción y general, realizadas en los meses precedentes, casi sin apoyo de la CGT, mostraban para ellos, el “camino a adoptar”. Por último, el PC proponía el curso a seguir: “Impregnándose de este espíritu combativo de las masas, el Congreso debe darse ante todo un programa definido de lucha por las 16
“Ante el Congreso de la CGT”, LI, XIX, 3470, 2ª quincena de marzo de 1936, p. 2.
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reivindicaciones obreras (salarios, legislación social, desocupación, etc.). Vale decir, un programa que se acompañe de una seria preparación y organización de las luchas del proletariado y no sólo que se reduzca a un simple papel como hizo la vieja junta con el Plan de Emergencia. Indisolublemente ligado a esta primordial tarea está el problema de la defensa de los derechos y libertades obreras –sin cuya existencia aquellas no podrán efectivizarse- para lo cual, enterrando para siempre el castrador criterio ‘prescindente’ y ‘apolítico’, habrá que recoger la experiencia propia del movimiento de la construcción así como las enseñanzas históricas de la unidad sindical sellada en Francia y en España y del impetuoso Frente Popular que en los mencionados países acaba de obtener las más resonantes victorias sobre las fuerzas retrógradas del fascismo”.17 En ese congreso, de acuerdo con la representación que se les adjudicó a los sindicatos donde el PC tenía el control o una influencia considerable, la delegación comunista estuvo restringida a una decena de integrantes, entre los que se encontraban Guido Fioravanti y Ángel Ortelli (del Sindicato de Obreros Albañiles, Cemento Armado y Anexos de la Capital), José Peter (de la FOIC), Mauricio Rybak (de la FOV), Pedro Eber (del SUOM) y Juan Pavignano (del SOIM). A pesar de promover y saludar el ingreso de los comunistas, los dirigentes cegetistas no dejaron de manifestar prevenciones contra ellos. No estaban dispuestos a concederles ninguna ventaja a los nuevos integrantes. En cierta contradicción con la idea de un acto “constituyente”, se fijó el requisito de tener un año de antigüedad en la central para poder votar y ser elegido en el cónclave para los cuerpos directivos. Por eso, los representantes comunistas y de algunos otros sindicatos que habían sido autónomos, y que ahora entraban a la CGT, sólo pudieron participar como miembros “fraternales”, con voz pero sin voto. Ningún militante del PC formó parte ni de la Comisión de Poderes ni de la Mesa del Congreso (esta última, presida por Domenech), pero dos (Guido Fioravanti y Mauricio Rybak) fueron incorporados entre los seis integrantes de la comisión que estuvo encargada de redactar el nuevo estatuto de la CGT.18 Entre los cuadros obreros firmemente enrolados en el PS (los municipales Pérez Leirós y Brennan, el empleado de comercio Borlenghi, Aló y Cianciardo de La Fraternidad, Enrique Porto de los tranviarios, Ceferino López y Roberto Testa de la UF, entre muchos otros), imperaba un clima de euforia. Ellos evaluaban que, cuarenta años después de que Juan B. Justo hubiese fundado el partido, ahora sí habían logrado hacerse del control de la más grande organización sindical hasta ese momento existente en el país. Era una lectura que, como luego veremos, resultó ser demasiado optimista. Con el aval de los ferroviarios, colocaron como preámbulo del nuevo estatuto de la CGT, exactamente el mismo que habían redactado en 1926 para la COA, la anterior
17 18
Ídem, p. 2. CGT, Actas del Congreso General Constituyente, 1936 , Buenos Aires, 1940.
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central sobre la que los socialistas habían tenido fuerte influencia. El contenido se conjugaba con el programa de fundación del PS de 1896. Para satisfacción de los comunistas, el clima imperante en esta nueva CGT parecía inclinado a dejar atrás la “prescindencia política” (reivindicada por la anterior conducción), a ligarse más estrechamente a los “partidos obreros” y a aceptar la convivencia de las distintas ideologías en su seno.19 Y algo de eso se reflejó en los nuevos estatutos de la central, que fueron aprobados durante las deliberaciones. El artículo 5º establecía: “La CGT intervendrá constantemente en todos los problemas nacionales que afecten a los trabajadores; defenderá las libertades individuales; recabará de quienes corresponda leyes que favorezcan a la clase trabajadora para el acceso a la dirección de la producción”. Además, se eliminó una cláusula del anterior anteproyecto de estatuto (impulsado por los sindicalistas más exacerbados), en donde se pautaba la incompatibilidad entre los cargos gremiales y los políticos. En el Congreso Constituyente de la CGT de 1936, si bien las diferencias y los matices fueron más bien sobrepasados por el entusiasmo reinante y por el espíritu de acuerdo interno frente al sector que quedó escindido de la central (agrupado en la CGT-Catamarca), ya quedaron tibiamente esbozados dos grandes bandos. El que gozaba de una leve mayoría, liderado por Domenech, representaba a una serie de militantes socialistas, algunos cuadros provenientes del sindicalismo (que, recordamos, no estaban ausentes de la CGT Independencia) y los dirigentes de la Unión Ferroviaria. En especial, los sindicalistas y los ferroviarios, querían aventar cualquier sospecha de que la central apareciera con una imagen de subordinación a los caprichos del PS (y su brazo específico, la CSIG), o, ahora, del PC. Frente a todos ellos: los cuadros socialistas más comprometidos con el partido y la CSIG, y todos los militantes del PC. De alguna manera, los dos sectores quedaron en cierta situación de equilibrio en el congreso, porque se aprobaron disposiciones que agradaban a ambos bandos. El empate también se graficó en la dirección pues el congreso decidió confirmar a la Junta Ejecutiva Provisoria surgida del “golpe” de diciembre de 1935, en la que Luis Cerutti quedaba como secretario general. Debido a las pautas establecidas en el Congreso, por el momento, los comunistas no formaron parte de ningún organismo de dirección de la CGT. Los militantes del PC comenzaron a invitar a la dirección de la CGT a que asumiera posiciones “políticas” activas, en contra del nazifascismo, la “reacción capitalista”, por la libertad de los presos gremiales y políticas, a favor de las distintas reivindicaciones sindicales y por la defensa de las libertades democráticas. Un mes después del congreso constituyente de la central obrera, aquella orientación pudo plasmarse en el acto del 1º de mayo de 1936. Para ese día, la CGT se lanzó a una convocatoria inédita: organizar un evento unitario en 19
“Impresiones de Guido Fioravanti sobre el Congreso Constituyente de la CGT”, LI, XIX, 3472, 2ª quincena de abril de 1936, p. 11.
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Buenos Aires junto a la UCR, el PS, el PC, el PDP, las asociaciones estudiantiles y los gremios autónomos. El contenido programático del encuentro se basaba en una defensa general de la democracia, el pueblo y la justicia social, en contra de la “reacción, el fascismo, la dictadura y la oligarquía”. El PC saludó entusiastamente la convocatoria.20 El acto tuvo dimensiones muy considerables: en diez puntos de la ciudad se organizaron concentraciones previas, desde donde salieron las columnas que finalmente convergieron a lo largo de diez cuadras de la Avenida Rivadavia entre plaza Once y plaza Congreso. La marcha luego continuó, cantando La Marsellesa y La Internacional, por Avenida de Mayo, Florida, Diagonal Norte hasta Carlos Pellegrini, en donde se levantó la tribuna del acto. En ese mitin hablaron, entre otros, José Domenech (por la CGT), Mario Bravo (por el PS), el joven abogado Arturo Frondizi (por la UCR), Lisandro de la Torre (por el PDP) y Paulino González Alberdi (por el PC). Para los comunistas, ese 1º de mayo resultó histórico, la plena confirmación de la “justeza” y el “éxito” de su política frentepopulista asumida hacía menos de un año; era la primera vez que en el país una central obrera se transformaba en el corazón de una convocatoria unitaria, a la que todos los partidos “democráticos, populares y antifascistas” acudían, y en la que al PC se le reservaba un lugar en primera fila. La línea sostenida por el partido en el acto recogió todos los tópicos de la convocatoria oficial y le agregó la necesidad de luchar por la formación de un “frente nacional antifascista”, en consonancia con las resoluciones dimitrovianas del VII Congreso de la Comintern. En verdad, las expectativas se demostraron en buena medida infundadas, pues, en los años siguientes, ni los partidos consolidaron el camino unitario, ni la CGT se convirtió en un actor comprometido con esa causa “política”, pues volvió a refugiarse en una posición neutralista y prescindente. El acto del 1º de mayo sirvió para revelar que en la CGT Independencia empezaban a aflorar las diferencias internas. El origen central de las mismas no se radicaba en una disputa entre el PS y el PC. Era evidente que existía una competencia entre ambos partidos por ganar posiciones en la central, pero, en definitiva, los militantes de esas dos organizaciones podían congeniar en torno a un proyecto: el de enrolar a la central obrera en una línea antigubernamental, antifascista y a favor de las libertades democráticas, en estrecha asociación con esos partidos de izquierda. En realidad, como una reedición de la dinámica que había conducido a la ruptura de 1935, la mayor discordia comenzaba a producirse entre los cuadros sindicales cegetistas plenamente enrolados en el PS (liderados por el municipal Pérez Leirós) y todos los del PC, por un lado, y los dirigentes de origen sindicalista o de afiliación formalmente socialista pero que se hallaban más autónomos de su partido, por el otro.
20
“1º de Mayo de Frente Popular”, LI, XIX, 3472, 2º quincena de 1936.
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Los del primer grupo querían ubicar a la CGT Independencia en la misma lucha política que levantaban el PS y el PC por la democracia, el antifascismo y el antiimperialismo, porque sostenían que ésa era la manera de alcanzar las reivindicaciones obreras. Los del segundo campo, en cambio, pretendían acotar la acción de la central al plano más estrictamente sindical y de la lucha económica. Eso no significaba que compartieran los mismos discursos y comportamientos del arco sindicalista puro que había emigrado hacia la CGT Catamarca, pues ellos aceptaban la necesidad de que la central realizara algunos pronunciamientos políticos generales (sin ser su prioridad), no rechazaban el acuerdo y la convivencia con los partidos obreros, y entendían la importancia de las leyes y de la acción parlamentaria para lograr las conquistas obreras. El propio Domenech (a pesar de sus simpatías socialistas) y la mayor parte de los dirigentes de la UF expresaban estas concepciones. Ellas se reforzaron a lo largo de ese año, cuando se efectivizó el encuadramiento pleno de la UF en las filas de la CGT Independencia, y, por lo tanto, se hizo aún más fuerte la presencia ferroviaria y
sindicalista en la central. Una corroboración de esta tendencia fue el discurso de Domenech en el acto del 1º de mayo, que se manifestó muy distinto al del otro afiliado socialista de la central, Pérez Leirós.21 La guerra civil española también motivó otro encontronazo en el interior de la CGT. Pérez Leirós se puso al frente de la Comisión General pro Ayuda a los Trabajadores de España, impulsada por la CGT y el sector socialista que él expresaba bregó porque la central enviara un delegado a la península ibérica. Esta última propuesta fue lanzada por el propio secretario general de la central Luis Cerutti, pero la facción de Domenech, siempre atenta a no inmiscuir demasiado a la CGT en cuestiones políticas e ideológicas, logró impedir que el proyecto avanzara. Por otro lado, decenas de organizaciones obreras, sociales y políticas vinculadas al PS, PC, anarquismo, radicalismo y otras fuerzas se comprometieron en campañas sistemáticas de ayuda a la “España leal”. Para el PC, este tema fue uno de los ejes de su actividad durante los años 1936-1939, que en gran medida se centró en la Federación de Organismos de Ayuda a la República Española. Pero la CGT aparecía, en general, alejada de toda iniciativa concreta de apoyo.
Las críticas del PC a las posiciones cada vez más prescindentes y apolíticas de la conducción cegetista El crecimiento de la FONC y de los demás sindicatos únicos por rama impulsados por los comunistas, especialmente en el ámbito industrial, fenómeno ostensible a partir de 1936-1937, no hizo más que atizar el fuego de las disensiones internas en la CGT. Dentro de ella, el sector de los ferroviarios y de los cuadros más 21
Ambos discursos en CGT (Independencia), III, 108-109, 15/5/36, pp. 1-2.
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afines a las concepciones sindicalistas del apoliticismo y la prescindencia (a pesar de que muchos de ellos eran afiliados al PS), siguieron ganando terreno y continuaron abroquelándose, frente al campo de los militantes claramente adheridos al PS y al PC. Desde marzo de 1937, los comunistas comenzaron a cuestionar a esos sectores “prescindentes” y al curso que le imprimían a la central obrera. Uno de los principales dirigentes sindicales del PC, Rubens Iscaro, sostenía, en ese entonces, que la CGT había sido completamente pasiva frente al curso reaccionario del gobierno de Justo, expresado en el fraude cometido en las elecciones de Santa Fe y en el intento por imponer un candidato en los próximos comicios presidenciales.22 Reconocía avances sustanciales desde los hechos de diciembre de 1935, “que acabaron con una camarilla al servicio de los peores intereses, entronizada en la dirección de la CGT, trabando el camino hacia la unidad y el desarrollo de la central”. También elogiaba la realización del Congreso Constituyente y el acto unitario del 1º de mayo. “Pero, en cambio, y especialmente en estos últimos meses, se puede apreciar en la dirección de la CGT una seria desviación, tanto en los aspectos internos como en la línea de lucha”. Denunciaba que la central se había alejado de los pronunciamientos políticos y de las luchas populares por las libertades. Finalmente, sentenciaba: “que la CGT no ha luchado consecuentemente por la unidad obrera. Que no ha dado ningún paso para asegurar el ingreso de nuevos sectores. Que la consigna unitaria, bajo la cual se realizó el Congreso Constituyente, ha sido dejada totalmente de lado y que las nuevas fuerzas que han ingresado lo han hecho espontáneamente o por la presión y el trabajo de nuestros sectores”. Para disgusto de los comunistas, la CGT ratificó el camino de la prescindencia en ocasión del 1º de mayo de 1937. El PC se apresuró a lanzar una serie de consignas para lo que entendía que debía ser una gran manifestación proletaria: “Por el triunfo del Frente Popular español, contra la reacción fascista. Por la paz en el mundo, contra sus saboteadores. Por el radicalismo al poder, con Alvear presidente. Contra la carestía de la vida, por la rebaja del alquiler y el aumento de los salarios. Por el Frente Popular argentino, en defensa de la libertad democrática, contra las 50 familias vacunas. Por la libertad de Prestes, Ghioldi, Agosti y todas las víctimas de la reacción continental”.23 Sin embargo, a diferencia del año anterior, la CGT se negó a organizar un acto o marcha en conjunto con los partidos políticos, mostrando que quería mantener la equidistancia con ellos. Era lo opuesto a lo que pretendían los comunistas: “El proletariado se apresta con fervor para celebrar su 1° de mayo. En 1937, como en 1936, marchará por todo el país, conjuntamente con todas las fuerzas populares, partidos políticos democráticos, para expresar su solidaridad con la gran España republicana, su rechazo del fascismo 22 23
Rubens Iscaro, “La CGT se ha desviado de su camino”, Orientación (órgano del PC), II, 13, 3/3/37, p. 2. “¡1° de Mayo!”, Orientación, II, 15, 10/4/37, p. 1.
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internacional, su ardorosa voluntad de no permitir que se le arrebaten sus libertades democráticas (…) El 1° de mayo de 1937 será contra los sembradores de odio, contra la minúscula camarilla opresora, contra los perturbadores del orden. Será por la unión y la reconciliación de nuestro pueblo sobre la base del frente popular, del respeto de la constitución nacional, del mantenimiento de las garantías democráticas”.24 Frente a la realidad de que no existiera un acto unitario, los comunistas, si bien descargaban las culpas sobre el resto de los partidos, que habían rechazado la idea del encuentro unitario, hacían responsable a la dirección de la CGT: “Parece ser que el 1° de mayo de 1936 le asustó en vez de tonificarla, de entusiasmarla. Parece ser que consejos ‘amistosos’ otorgados generosamente desde las esferas oficiales la han hecho virar en redondo. En vísperas de la fecha proletaria, el Consejo Confederal no tomó ninguna decisión; fracasaron repetidamente sus reuniones. Y cuando logró el quórum necesario fue para decir que era imposible organizar una demostración, puesto que lo impedían los sindicatos que por su cuenta constituyeron el comité organizador de una demostración única; y para amenazar a esos sindicatos con medidas disciplinarias si no se retiraban de ese comité organizador. Argumento ridículo, falso, insincero. Si la CGT hubiera hecho punta cuando correspondía, tal comité no se hubiera constituido. Si la CGT hubiera aceptado el ofrecimiento de ese comité de hacer cargo de la organización del mitin, el dicho comité se hubiera disuelto. Y si, en fin, la CGT hubiera resuelto hacer su mitin, sus sindicatos y todo el mundo se hubieran adherido sin reticencias al mitin de la CGT”.25 Finalmente, una parte de los sindicatos enrolados en la CGT, especialmente los dirigidos por el PC, sin la participación de la dirección de la central ni la adhesión oficial de ésta, organizaron una marcha en la Capital, que confluyó en un acto en la Plaza San Martín. En junio de 1937, completados los trámites estatutarios de la CGT, el sector más apolítico y prescindente logró un éxito importante: la elección de José Domenech como nuevo secretario general (cargo que ocupó durante los siguientes seis años), respaldado en una sólida presencia en el Comité Central Confederal (CCC) y en la Comisión Administrativa (CA), las flamantes denominaciones que adquirían los máximos organismos de conducción colegiada de la central. En el nuevo CCC de junio, formado por 45 integrantes, la UF poseía 18 de ellos, es decir, el 40%. De este modo, era el sector ferroviario el que continuaba teniendo la llave del control de la central obrera y el que la forzaba para que ésta definiera con más claridad el camino de la prescindencia política. Fue en ese momento en que el PC, por primera vez, pudo acceder a ocupar espacios en la conducción de la CGT. Dentro del CCC pasó a ocupar el 16% de sus cargos, expresados por los tres representantes del Sindicato de Obreros Albañiles, Cemento Armado y Anexos de la Capital (que ya se había convertido en FONC) y otros cuatro provenientes del SOIM, el SUOM, la FOIC y la FOV. Pedro Chiarante se 24 25
“¡Unidad contra el fascismo!”, Orientación, II, 16, 26/4/37, p. 1. Ídem, p. 1.
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convirtió en miembro de la Comisión Administrativa, y Mauricio Rybak y José Peter empezaron a actuar como vocales. La dirección de la CGT Independencia se tornaba cada vez más autónoma y fuerte para rechazar las tutelas partidarias. La central obrera no sólo se estaba convirtiendo en una entidad de masas, sino que estaba consolidando un control casi total sobre la estructura sindical del país. La FORA anarquista había quedado prácticamente extinguida. Varios de los sindicatos que habían quedado autónomos o fuera de la CGT tras el “golpe” del 12 de diciembre de 1935 habían terminado por ingresar a sus filas. Finalmente, quedaba la competencia de la CGT Catamarca. Pero su desarticulación y debilidad fue tan grande que acabó disolviéndose como tal y, luego de unirse con algunos gremios autónomos, decidió formar una nueva central, que adoptó un nombre familiar al sindicalismo, el de Unión Sindical Argentina (USA). Su Congreso Constituyente, al que asistieron unos cuarenta sindicatos, casi todos de existencia más bien nominal, se efectuó el 15 de mayo de 1937. Mientras tanto, la posición de los comunistas dentro de la CGT se tornaba bifronte. Por un lado, criticaban de manera crecientemente dura a los dirigentes que sostenían las posiciones apolíticas y prescindentes. Por otro, intentaban mostrarse como fieles soldados de la causa cegetista y como favorables a un acuerdo con aquel sector, cada vez que éste se viera dispuesto a convocar a la lucha reivindicativa. En este sentido, el PC, desde fines de 1937 y durante los primeros meses de 1938, apoyó calurosamente la campaña lanzada por la conducción de la CGT, con actos públicos en todo el país, por un Plan de Emergencia (que incluía la defensa de la jornada máxima de 40 horas semanales, el seguro nacional a la desocupación, ancianidad e invalidez, las vacaciones pagas y la instauración de comisiones de estudio de salarios, entre otras).26 Como expresión de ese intento de “modus vivendi”, aún pudo ser posible que el 1º de mayo de 1938 se realizara un acto unitario en la Capital Federal (sobre la Diagonal Norte) en el que participaron la CGT, el PS, el PSO y el PC, pero no la UCR y el PDP, dos fuerzas que sí lo habían hecho en el acto de 1936. Los oradores pautados fueron Domenech y Almarza como secretarios general y adjunto de la CGT, Sommi por el PC, Pérez Leirós como secretario de la Comisión Organizadora, y Américo Ghioldi, Repetto y Bravo por el PS. 27 Los comunistas llegaron al acto con un discurso en donde se hacía una suerte de apología de la unidad: “La unidad es la fuerza y la victoria de la clase obrera. La división es su debilidad y su ruina. Ideologías extrañas a ella, producto de la sociedad que la oprime y la explota, se introducen en sus filas con el propósito de dividirla, de crear artificiales barreras entre los obreros que no pueden dejar de tener intereses comunes, 26
“La Confederación General del Trabajo iniciará una campaña nacional por el Plan de Emergencia”, Orientación, II, 23, 18/9/37, p. 3; “¡Apoyemos entusiastamente la campaña de la CGT por el plan de emergencia!”, Orientación, II, 33, 10/2/38, p. 3. 27 “La manifestación unitaria del 1° de mayo será grandiosa”, Orientación, II, 43, 22/4/38, p. 1.
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aspiraciones comunes y un común camino de lucha. La unidad es el antídoto contra el veneno que vuelcan los enemigos de la clase obrera. La unidad como necesidad, como meta y como tarea inmediata ha inspirado siempre a los verdaderos hijos del proletariado y les ha hecho olvidar los resquemores y malentendidos, cuando no las mezquinas intrigas, recogidos en la lucha”.28 La concentración fue multitudinaria, con casi cien mil participantes, según los organizadores. Dos meses después de ese acto, este momentáneo clima de concordia se consolidó, con la realización de una reunión del Comité Central Confederal, que decidió convocar, para junio de 1939, al postergado I Congreso Ordinario de la CGT. Los comunistas saludaron este paso, que permitiría la definitiva normalización de la central obrera y su propio reforzamiento como corriente, pues estarían en condiciones estatutarias de ingresar en la conducción de la misma.29 Pero la dinámica general era evidente: las concepciones de prescindencia no hicieron más que ganar terreno en la CGT, entidad que creyó que debía autonomizarse más de los partidos y ceñir su actividad al campo esencialmente sindical. Y todo ello, obviamente, alimentaba los disensos internos con los cuadros obreros de los partidos. En parte esto fue ayudado por la pérdida de la fortaleza parlamentaria del PS. Hasta 1936, el PS contaba con un bloque de 43 diputados en el Parlamento y en los cuatro años anteriores había logrado impulsar una veintena de leyes de carácter laboral y social. Pero en 1936, levantada la abstención electoral de la UCR, el número de diputados socialistas cayó a 25 y para 1939 sólo eran 5. No casualmente, en esos años se redujo drásticamente el interés del Congreso Nacional por la cuestión laboral y casi no hubo sanción de leyes sobre el tema. Por otra parte, el PC se hallaba virtualmente imposibilitado de obtener presencia legislativa y, de hecho, de presentarse legalmente a elecciones. Todo ello hizo perder atractivo, dentro de la CGT, al intento de colaboración con los partidos de izquierda e hizo crecer la alternativa de los sectores más volcados a las concepciones sindicalistas. La presión por imponer estas posturas no sólo condicionaba cada vez más la propia acción de Domenech como secretario general sino que también convulsionaba al gremio ferroviario. En junio de 1938, el Congreso de la UF expresó claros pronunciamientos a favor de la nacionalización de los ferrocarriles y la suspensión de las retenciones sobre el salario, que fueron apoyados por los comunistas. Pero allí sobrevino una grave crisis de la organización: el sector más sindicalista de la UF, liderado por Luis M. Rodríguez, cuestionó el pedido que hizo la dirección del sindicato para que el Parlamento interviniera en sus reclamos sobre las empresas ferroviarias. Finalmente, la facción de Rodríguez se escindió de la UF y constituyó otra, la efímera Federación de Obreros y Empleados Ferroviarios, que si bien no representaba más de un 25% de los afiliados del sector, 28 29
“Por España y por nuestras libertades. Todos unidos en este 1° de mayo”, Orientación, II, 44, 29/4/38, p. 1. “Dirigentes de la CGT opinan sobre el último C. Confederal”, Orientación, II, 54, 07/07/38, p. 2.
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consiguió por parte del gobierno de Ortiz, en forma expeditiva, la personería jurídica. El PC repudió estos movimientos “divisionistas” por parte de los dirigentes “apolíticos y prescindentes”, que definía como “serviles” al gobierno; en especial, acusaba a Tramonti, Marotta y Silvetti.30 Cada vez más incidían las nuevas políticas del presidente Ortiz. El gobierno emitió un decreto a fines de octubre de 1938 por el cual se impedía de allí en más que los sindicatos tuvieran incumbencia en asuntos religiosos o políticos y se pudieran adherir a entidades que no estuviesen reconocidas como personas jurídicas. Era un claro intento por ejercer un control del movimiento obrero y por intentar aislar a los comunistas. Pero también afectaba la interna ferroviaria: intentaba aumentar las posibilidades de desarrollo de la “despolitizada” Federación de Obreros y Empleados Ferroviarios (lo cual resultó vano, pues ésta se reincorporó a la UF en marzo de 1940) y buscaba disciplinar a la UF, con la amenaza de quitarle su personería jurídica si se inmiscuía en cuestiones políticas. Al mismo tiempo, Ortiz nombró a Tramonti en la presidencia de la Caja de Jubilaciones Ferroviarias, iniciativa gubernamental condenada por el PC como una confirmación del intento por dividir y destruir la principal organización obrera del país.31
El I Congreso de la central obrera (1939) Hacia junio de 1939, cumplida la gestión de dos años de Domenech como secretario general de la CGT, el balance mostraba a una central orientada cada vez más a atender casi exclusivamente las reivindicaciones económicas y sociales del movimiento obrero, sin mayores preocupaciones por los planteos políticos. 32 La CGT se preparaba para desarrollar su I Congreso ordinario, que debía completar su definitiva normalización. Los dos partidos de izquierda con fuerza en la central, el PS y el PC, definieron una línea de conciliación para dicho evento. Como hemos visto, si bien tenían fuertes diferencias con el sector de Domenech, éste aún se mostraba consciente de necesitar el aporte de las fuerzas sindicales plenamente enroladas en ambos partidos. Este nuevo clima de “modus vivendi”, que irrumpía y se agotaba una y otra vez, fue el que, finalmente, exhibió el congreso, realizado entre el 14 y el 16 de julio de 1939, en el local de la Unión Ferroviaria de la avenida Independencia. En los meses previos, el PC expresó las grandes expectativas que les despertaba la realización del encuentro. Los comunistas aparecían como defensores acérrimos de la causa de la CGT, pugnando para que ésta se expandiera y se hiciera más potente.
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“Fracasó la división de la Unión Ferroviaria”, Orientación, II, 56, 21/07/38, p. 2. S. Pozzebón, “Los divisionistas al servicio de las empresas y la reacción”, Orientación, II, 76, 8/12/38, p. 8. 32 Ver: CGT, Memoria y balance, 1937-1939, Buenos Aires, 1939. 31
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Las declaraciones públicas del partido ahora excluían las críticas a la dirección cegetista y se dirigían todas a ratificar el acendrado espíritu unitario y componedor que acompañaba el evento, al que pretendía convertir en una caja de resonancia de sus políticas favorables a un frente democrático antifascista y antiimperialista. 33 A punto de abrirse las deliberaciones, señalaba: “Inaugurase mañana el primer Congreso Ordinario de la CGT. La organización que agrupa a la mayoría del proletariado organizado realiza su asamblea máxima cuando el país debe defender sus libertades y su soberanía de la conspiración fascista, en momentos de peligro monopolista que amenaza asfixiar a la economía nacional”.34 Los comunistas se preparaban para ocupar un lugar importante en la dirección de la central obrera y no querían malquistar ese paso con ninguna acción o declaración inconveniente. En buena medida, este acontecimiento se debía a que en este congreso, a diferencia del de 1936, los gremios orientados por el PC pudieron participar con todas las condiciones y gozar de todos los derechos. El albañil comunista Pedro Chiarante fue elegido como uno de los siete dirigentes (en su caso, como secretario), para integrar la mesa de dirección del cónclave, que tuvo a Domenech como presidente y a Peréz Leirós como vicepresidente 1º. La constitución de esta mesa ya puede entenderse como la expresión del equilibrio de fuerza existente entre las tres tendencias que actuaron durante las deliberaciones: ferroviarios y sus aliados; socialistas; y comunistas. ¿Cuál fue el peso cuantitativo que los comunistas pudieron exhibir en el Congreso y cómo la hicieron valer en el momento de definir las representaciones? La CGT usaba los datos de 1938 para establecer esta cuestión. Para ese entonces, la central poseía unos 280.000 afiliados, pero los cotizantes regulares eran unos 166.000. Los gremios que tenían sus representantes en el Comité Central Confederal eran los que tenían un piso mínimo de unos 1500 cotizantes y ellos eran sólo doce, que agrupaban a 161.000 cotizantes. De éstos, según nuestros cálculos, ocho estaban bajo control de militantes socialistas y sindicalistas (Unión Ferroviaria, empleados de comercio, La Fraternidad, tranviarios, municipales, estatales, gráficos y cerveceros), uno que venía de tener una situación de paridad entre comunistas y socialistas, quedó en 1939 bajo mayoría del PC (la UOT, con 3.700 cotizantes) y tres estaban bajo pleno dominio de los comunistas. En este último caso, se trataba de la FONC (con 30.000 cotizantes, algo menos de la mitad de los de la poderosa UF pero ubicado como el segundo sindicato del país en estos índices), la Federación Obrera de la Alimentación/FOA (con 2.500 cotizantes) y el SOIM (con unos 1.800 cotizantes).35 De este modo, a los comunistas se les reconocía un
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José Peter, “El congreso de la CGT: nuevo impulso hacia la unificación de todos los trabajadores”, Orientación, III, 96, 27/4/39, pp. 7-11; y “Se inicia el 14 el congreso de la Confederación General del Trabajo”, Orientación, III, 106, 6/7/39, p. 7. 34 “Se inicia un gran congreso obrero”, Orientación, III, 107, 13/7/39, p. 3. 35 Los datos son los que figuran en el “Libro de Actas del Comité Central Confederal de la CGT”, reunión del 18 de diciembre de 1939, citado en Hiroshi Matsushita, op. cit., p. 162.
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control sobre algo menos de 40.000 de los cotizantes que tenían representación en el Comité Central Confederal, es decir, cerca de un 25% de esta fuerza. Realizada la elección de las máximas autoridades, los ferroviarios y sus aliados, más propensos a la línea prescindente, lograron hacer reelegir a Domenech como secretario general y a Camilo Almarza como secretario adjunto, dominando, también, el resto del secretariado. Los socialistas pudieron colocar a varios de sus hombres en la dirección, por ejemplo, a sus dos figuras centrales, Pérez Leirós y Borlenghi, en la Comisión Administrativa y la Comisión Arbitral. Los comunistas, en tanto, consiguieron mantener a Chiarante como uno de los once integrantes de la Comisión Administrativa y a varios de sus cuadros obreros en el CCC como vocales: entre otros, José Peter (FOA), Rubens Iscaro, Andrés Roca, Pedro Tadioli y Carlos Pérez (FONC), Juan Pavignano (SOIM) y Gelindo Pellichero (UOT).36 Obtenidos estos resultados favorables, los comunistas elaboraron un balance muy positivo del I Congreso de la CGT, destacando el clima “respetuoso” y “de concordia” que habría reinado en las deliberaciones, y el valor de algunas de definiciones y resoluciones aprobadas.37 Se comprometieron a un apoyo firme al plan de la CGT de alcanzar, en el período siguiente, el millón de afiliados, y que propiciara gestiones ante la USA y organizaciones gremiales autónomas para lograr la unidad en una sola central nacional. Pero las principales resoluciones por las que pugnaron los comunistas en ese congreso tenían que ver con cuestiones de política nacional e internacional: enfrentar lo que el PC definía como un peligroso curso de avance de la guerra y la reacción nazi-fascista. Así, los comunistas plantearon que la central obrera debía pronunciarse por: la defensa de las instituciones democráticas, la libertad de prensa, de palabra, de reunión y de asociación, la independencia de los pueblos, y la libertad de cultos; el combate contra el odio de raza o de nacionalidad, y por el triunfo de las ideas de paz, concordia mundial, democracia y justicia social. Algunas de estas demandas, que eran compartidas por las delegaciones socialistas, fueron aprobadas en el congreso. Pero la mayoría de la dirección, en manos del sector de Doménech y Almarza, se encargaron de que muchas de estas resoluciones no tuvieran aplicación efectiva y que la central siguiese en una línea proclive a la prescindencia y el apoliticismo.
Conclusión Entre 1935 y 1939 el PC protagonizó un salto en su inserción en la clase obrera y la estructura sindical de la Argentina. Todo este proceso se desarrolló mientras el partido experimentaba un viraje en su línea política, 36
37
“Quedó constituido el nuevo CCC de la CGT para el período 1939-1941, Orientación, III, 131, 28/12/39, p. 5. “Solución a dilemas argentinos señaló el congreso de la CGT”, Orientación, III, 108, 20/7/39, p. 3.
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con la aplicación del frente popular, que lo condujo a una creciente moderación de sus posiciones políticas, en la que se despertó una vocación por abandonar las anteriores posiciones combativas y sectarias (propias de la política de clase contra clase). La adopción de esta estrategia no significó, en un comienzo, un declive de la influencia obrera del partido, ni en el plano de la organización ni en el de la lucha. En este período, los comunistas dirigieron varios conflictos laborales, entre ellos, la mayor huelga realizada en el país en más de una década, que se inició como un paro de los trabajadores de la construcción y derivó en una huelga general entre fines de 1935 y principios de 1936. Al mismo tiempo, extendieron a la construcción y a varias de las principales actividades industriales un sindicalismo único por rama más moderno, complejo y pragmático. Allí, los comunistas mantuvieron todas las artes de la actividad clandestina, combativa y antipatronal, como parte de la resistencia obrera a los procesos de acumulación industrial que se incentivaban notablemente desde mediados de los años treinta. Fue en este contexto que las fuerzas sindicales del PC se reinsertaron en la CGT, intentando orientarla hacia un perfil más comprometido con la estrategia de la lucha democrática, antifascista y antiimperialista, propia del frente popular. Dentro de la central obrera, esta línea colisionó con la mayoría de la conducción, conformada por una alianza de antiguos cuadros sindicalistas, dirigentes ferroviarios y, sobre todo, varios de los cuadros gremiales del propio socialismo (renuentes a acatar las directivas partidarias). Dicha coalición dirigente tendió a reafirmar las viejas concepciones antipolíticas, prescindentes y “sindicalistas” que habían sido características de la “primera CGT” (1930-1935). Aunque el PC impugnara estas concepciones, no podía dar curso a una propuesta realmente alternativa, debido a la naturaleza de la propia estrategia frentepopulista que postulaba el partido. Si bien es cierto que la estrategia frentepopulista no implicó de modo automático que el PC renunciara a las confrontaciones de clase y dejase de promover la organización y las luchas obreras, en los hechos, implicaba una orientación de conciliación de clases con fracciones de la burguesía, en una variante distinta pero a la vez común con los viejos planteamientos colaboracionistas propios del sindicalismo. Lo que desde este último espacio se propiciaba desde el sindicato e interpelando directamente al aparato ejecutivo del estado, los comunistas lo propiciaban desde un proyecto de unidad política programática entre central gremial y partidos obreros junto a expresiones de la burguesía democrática. La clave de este artículo fue examinar el inicial despliegue de esta disputa y coincidencia objetiva de concepciones y proyectos, cuyo desenlace se produjo entre 1939 y 1943.
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Lucha y organizaci贸n: repensar en la Argentina la historia de la clase obrera y el primer peronismo Omar Acha1 (UBA/CONICET/CIF)
omaracha@gmail.com
CUADERNOS del Ciesal Revista de estudios multidisciplinarios sobre la cuesti贸n social A帽o 12 / N掳 14 / enero-diciembre 2015
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Omar Acha
Resumen: Los estudios históricos y sociales en la Argentina relativos al vínculo entre peronismo y clase obrera han experimentado un renacimiento durante la última década. Nuevos objetos de indagación, nuevas escalas de análisis, nuevos sujetos de la acción, han complejizado la descripción de esa relación que fue fundamental en las primeras investigaciones dedicadas a explicar la emergencia del peronismo y su perdurable influencia en la clase obrera argentina. La hipótesis de esta revisión bibliográfica sostiene que las nuevas investigaciones descansan en un paradigma implícito que hace la “lucha” y la “organización” los pilares de un enfoque conflictivista. Ese enfoque, paradójicamente, disminuye el alcance de las nuevas investigaciones. A propósito de un dossier destinado a presentar un panorama de las pesquisas recientes se llama la atención sobre las limitaciones del enfoque de “lucha y organización” y los desafíos conducentes hacia una renovación real en la investigación sobre un tema crucial para entender la realidad histórica argentina. Palabras clave: Historia obrera; Historiografía; Sindicatos; Clase obrera; Peronismo. Abstract: Historical and social studies in Argentina on the relation between Peronism and working-class have shown a revival during the last decade. Newly identified areas of research, new scales of analysis, new subjects in relation to collective action, have turned more complex the description of the relation between Peronism and the working-class, which was such a decisive one for the earliest research on this subject. The hypothesis of this bibliographical review is that current research involves an implicit paradigm that makes the “struggle” and “organization” the pillars of a conflictual approach. This approach paradoxically decreases the scope of the research. A recently published dossier intended to offer a panoramic view of recent studies on this subject. Yet, the debates therein are surprisingly limited to firstly, the shortcomings of the “struggle and organization” approach, and secondly, identifying the challenges for a real research innovation regarding this key theme for understanding the Argentinian historical reality. Keywords: Labor history; Historiography; Trade-unions; Working-Class; Peronism.
Omar Acha. “Lucha y organización: repensar en la Argentina la historia de la clase obrera y el primer peronismo”. Cuadernos del Ciesal. Año 12, numero 14, enero-diciembre 2015, pp 59-81.
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Lucha y organización: repensar en la Argentina la historia de la clase obrera y el primer peronismo
1. Introducción La relación entre clase obrera y política perdura como un nudo problemático en la investigación de ese parteaguas mayor en la Argentina del siglo veinte: el nexo singular entre democracia de masas, lucha de clases, cultura popular y modulación capitalista del vínculo Estado/mercado que conocemos con el nombre de
peronismo. Con el peronismo, la clase obrera fue partícipe de la construcción de la “nación”, y ella misma se vio transformada en un proceso histórico del que fue protagonista. Tal anudamiento de fenómenos en que la clase obrera vio alterado su lugar en el escenario social y político acarreó una dimensión conflictiva diferencial en la versión nacional del fenómeno occidental del Estado benefactor; lo mismo puede decirse si se prefiere emplear la noción de populismo. El peronismo, imaginado por su líder originario como un cuerpo orgánico en la armonía social, sobrellevó así una espina de clase solo mellada –aunque no completamente– desde 1976: la presencia obrera interfirió, incluso adhiriendo a ella, en la fantasía de una nación unánime. La centralidad de tal presencia –y más precisamente el reconocimiento de esa centralidad por parte de los investigadores interesados en el proletariado como agente histórico– determinó hasta aquel año los enfoques de la pesquisa en clave histórica y social. Así las cosas, si entre 1945 y 1976 discutir la Argentina supuso hacerlo respecto al peronismo, discutir el peronismo involucró hacerlo respecto de su relación con la clase trabajadora en la Argentina. Luego de un momentáneo eclipse del tema obrero como cuestión clave para estudiar la historia de la inmediata postguerra, el renacimiento de la investigación sobre el nexo entre clase trabajadora y peronismo brinda una oportunidad para reflexionar sobre nuestras prácticas teóricas y metodológicas. Propongo este trabajo como una contribución a la política de la historia. Aunque me concentraré en la producción relativa al periodo 1945-1955, el alcance del relevamiento bibliográfico concierne a otros segmentos de los estudios sobre la clase trabajadora. No es mi objetivo evaluar una producción en curso sino, más bien, es un intento de pensarla. Por otra parte, el análisis propuesto identifica un recorte de las publicaciones y no aspira a dar cuenta de todos los estudios relevantes. Un dossier difundido en el sitio académico www.historiapolitica.com en 2013 traza un panorama parcial pero
significativo de las recientes investigaciones relativas a la historiografía de la clase obrera durante el primer peronismo. Se recopila allí un conjunto de estudios orientados a reconstruir la historia de la actuación sindical y los conflictos obreros durante el periodo 1945-1955.1 En el ensayo introductorio al dossier sus coordinadores, Gustavo Contreras y José Marcilese, se preguntan si la serie reunida permite vislumbrar una
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Ver el índice de textos en el Apéndice.
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“renovación” de la historiografía de la “participación de los trabajadores” en la Argentina peronista. La interrogación no es respondida con certeza, a la espera de nuevos estudios. Este trabajo explica por qué una renovación historiográfica es poco viable si consideramos los pre-supuestos teóricos vigentes en los “nuevos” estudios que componen el mencionado dossier. Más allá de las adhesiones conceptuales en sus plurales autorías, los escritos allí incluidos descansan en un entablado de convicciones sobre qué fue y cómo debe ser investigada la experiencia histórica de la clase obrera durante el primer peronismo. “Lucha” y “organización” constituyen las palabras clave de esas convicciones, términos que empleados en un alcance empirista son, trataré de mostrarlo, empobrecedores de la complejidad de la experiencia obrera. Luego del análisis de las premisas vigentes en los estudios del dossier discutiré algunas orientaciones para abordar de otra manera la interrogación formulada por Contreras y Marcilese. El argumento está organizado en dos partes. En la primera se contextualiza la emergencia de los nuevos estudios sobre el vínculo entre peronismo y clase obrera. Allí se muestra que los rasgos de las investigaciones recientes, antes que desviarse de una tendencia historiográfica, siguen sus pautas consolidadas durante las últimas décadas. En la segunda parte, más extensa, se discuten las características de los enfoques prevalecientes en el mencionado dossier y se plantea una discusión al respecto. En las conclusiones se proponen algunas tareas orientadas hacia una renovación prometida pero obstaculizada por la ausencia de una discusión detallada sobre los estudios históricos y sociales.
2. Contextos de una “renovación” historiográfica en debate Es bien conocido en la investigación social argentina el protagonismo fundacional de los estudios de Gino Germani sobre la relación entre clase obrera y peronismo, o más exactamente sobre qué se revela en ello de la precipitada y heterogénea “modernización” argentina.2 Se sabe también que el análisis germaniano estaba inscripto en un contexto político sobre cómo llevar adelante la llamada “desperonización” de la sociedad, y especialmente del sostén obrero evidenciado durante la década que se venía de clausurar. El enfoque sociológico de Germani fue pronto cuestionado desde un doble análisis que, en verdad, era uno y el mismo: una idea del desarrollo de la organización sindical obrera y de la dinámica conflictiva que precedió y acompañó al primer peronismo. Como veremos, la investigación documental sobre la historia social de los dos gobiernos peronistas de Perón fue parcialmente acometida. 2
G. Germani, “La integración de las masas en la vida política y el totalitarismo (1956)”, en Política y sociedad en una época de
transición: De la sociedad tradicional a la sociedad de masas, Buenos Aires, Paidós, 1962.
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Lucha y organización: repensar en la Argentina la historia de la clase obrera y el primer peronismo
Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero argumentaron sobre la emergencia de una alianza de clases a lo largo de los años precedentes al peronismo (una idea desarrollada en el centro de investigaciones sociológicas CICSO y en sede historiográfica, más tarde, por Nicolás Iñigo Carrera). Desde esa concepción, la adhesión obrera al peronismo aparecía como una actitud racional, no solo porque la oferta estatal de Juan D. Perón convergía con las demandas largamente postergadas de los trabajadores, sino también porque descansaba en un razonamiento sostenido en una noción de sujeto consciente y calculador de costos/beneficios.3 Hugo del Campo y Juan Carlos Torre avanzaron en una vía distinta pero comunicable: el primero destacó la tradición ideológica de un sindicalismo cada vez más avisado de los contornos estatales de su acción y de la necesidad de mediaciones institucionales;
el segundo mostró la contingencia de la
estrategia de las dirigencias sindicales (la “vieja guardia”) en su apuesta por Perón en un marco de incertidumbre, pero sobre todo destacó la dimensión simbólico-política del discurso de Perón.4 Los autores “revisionistas” argumentaron que había comprensibles razones para dar cuenta del pasaje de fidelidades políticas hacia el peronismo, al menos entre las filas de las dirigencias sindicales. Lo que esas investigaciones sobre el primer tramo del vínculo entre clase obrera y peronismo –circa 1944-1947– dejaban entender es que a partir de la clausura de la experiencia laborista en mayo de 1946 por “orden” de Perón, el movimiento obrero fue sometido al proyecto hegemónico peronista. Otro cuerpo de investigación avanzó en este mismo sentido revisionista pero atravesó el umbral del primer año del gobierno peronista. En relevamientos encarados durante la década de 1970, investigadores extranjeros realizaron aportes significativos al estudiar las pugnas sindicales ocurridas durante la década peronista, cuestión ensombrecida en el pensamiento local por la divisoria peronismo/antiperonismo. En efecto, tal como sucedió con la disolución del Partido Laborista por orden de Perón, también las facetas de independencia obrera y sindical fueron coartadas tras el desplazamiento de Luis Gay de la cúpula de la CGT en enero de 1947. Una percepción escéptica respecto del peronismo como cultura política invisibilizó un tema que desde entonces parecía no requerir de investigaciones. En contraste con la ceguera argentina fueron reveladores los descubrimientos sobre la conflictividad laboral y sindical que acompañó al periodo 1946-1955. Louise Doyon, Walter Little, Daniel James y Scott Mainwaring delinearon así un primer recorrido de las huelgas y diferendos que en plena “hegemonía peronista”
3
M. Murmis y J. C. Portantiero, Estudios sobre los orígenes del peronismo, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 1971; N. Iñigo Carrera, La estrategia de la clase obrera: 1936, Buenos Aires, Ediciones Madres de Plaza de Mayo, 2000. 4 H. del Campo, Sindicalismo y peronismo: Los comienzos de un vínculo perdurable, Buenos Aires, CLACSO, 1983; J. C. Torre, La vieja guardia sindical y Perón: Sobre los orígenes del peronismo, Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
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atravesaron la historia social argentina.5 Como todos partían de un cuestionamiento de la distinción germaniana entre antigua y nueva clase obrera, contribuyeron a socavar la solidez de las tesis del sociólogo ítalo-argentino. Pero la significación no se agotaba allí: proveyeron ejemplos de una manera de encarar el estudio del lazo entre clase obrera y peronismo. Este lazo se consolidaba en la historia del sindicalismo y de los conflictos obrero-patronales, no sin algún matiz hacia la tensión entre la clase obrera y las direcciones gremiales e incluso el gobierno peronista. Las investigaciones posteriores sobre los “límites” de la adhesión obrera al peronismo –pienso en los trabajos sobre el Congreso de la Productividad– no se separaron conceptualmente del sesgo de Doyon, Little, James y Mainwaring.6 La especialización temática de esos importantes trabajos sugiere meditar qué suponía la notoria reducción del foco de la investigación en comparación con un enfoque germaniano aparentemente obsoleto. El análisis de Germani prosperó en el plano conjetural y teórico; sobre todo en sus formulaciones iniciales, las más influyentes, apeló a recopilaciones estadísticas. Raramente fue más allá de anotaciones relativas a sus conocimientos generales sobre la experiencia histórica. No obstante esas restricciones documentales, el alcance de su concepción involucraba varios aspectos dentro del tema general de la “modernización”: (a) las condiciones socioeconómicas y demográficas del cambio histórico; (b) las formas de integración de los diversos contingentes rurales y urbanos, en el mediano plazo (asociacionismo civil, partidos políticos); (c) las modalidades de relación entre Estado y sociedad civil; (d) las actitudes y tradiciones de las élites sociales y políticas; (e) las creencias específicas de las clases en sus diversas instancias (vida familiar, juventud, etc.); f) las características psicosociales y de mentalidad de las clases sociales. Así las cosas, si bien en su análisis “fundacional” de la mayoritaria adhesión obrera al peronismo solo desarrolló elementos de uno de los aspectos de su concepción (f), ese fragmento consagró una imagen restringida de los temas involucrados en una perspectiva germaniana analíticamente más compleja. Esto no significa que su base teórica –la teoría de la modernización– careciera de obstáculos significativos. Revela más bien el empobrecimiento derivado de su refutación por el revisionismo posterior. (Vale la aclaración: no sostengo que los argumentos revisionistas fueran insostenibles; más bien intento subrayar qué se dejó de lado en esas argumentaciones, esto es, una concepción integral de la mutación de la clase obrera en el acontecimiento peronista.) Años después, Silvia Sigal recordó que el enfoque germaniano en el artículo original de 1956 sobre “La 5
L. Doyon, Perón y los trabajadores: Los orígenes del sindicalismo peronista, 1943-1955, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2006; W. Little, “La organización obrera y el estado peronista, 1943-1955”, en Desarrollo Económico, vol. 19, nº 75, 1979; D. James, “Racionalización y respuesta de la clase obrera: contexto y limitaciones de la actitud gremial en la Argentina”, en Desarrollo Económico, vol. 21, nº 83, 1981; S. Mainwaring, “El movimiento obrero y el peronismo, 1952-1955”, en Desarrollo Económico, vol. 21, nº 84, 1982. 6 D. James, “Racionalización y respuesta de la clase obrera”, ob. cit.; Rafael Bitrán, El Congreso de la Productividad, Buenos Aires, El Bloque, 1994.
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integración de las masas a la vida política y el totalitarismo” había sido menos simplificador que lo supuesto por sus críticos, y que el mismo había anticipado nociones sobre la identidad vigentes en estudios posteriores.7 Es que si bien Germani postuló una asincronía entre la modernización socio-económica y la político-cultural donde el peronismo sufría el menoscabo tanto de una “pseudo-transformación de estructuras” como de una “pseudo-participación”, a la vez destacó sus innovaciones simbólico-psicológicas: cada individuo de la clase obrera sintió reivindicada su dignidad, percibió que su clase era un protagonista principal en la vida nacional y creyó sinceramente estar en el poder, no solo en el plano estatal sino también haber modificado la más palmaria relación con el patrón en el lugar de trabajo. El interés primordial de Germani descansó en una indagación de la mutación psicosocial que el peronismo había producido en la clase trabajadora.8 La reconstitución de la investigación histórica y social en la Argentina tras el fin de la dictadura militar en 1983 relegó el análisis de Germani y lo archivó como un tema de la historia de la ideas; al menos respecto del estudio del peronismo, dejó de participar en los programas de investigación vigentes. Un impulso adicional en esta dirección fue originada, aunque ello no se percibió inmediatamente, por la retracción de la clase obrera como actor histórico crucial de los estudios sobre el siglo veinte. El libro de Daniel James, Resistencia e
integración (1988), fue uno de los pocos que remozó –desde el exterior– la pregunta sobre el vínculo entre peronismo y clase obrera; no obstante, en el contexto de una devaluación de la historia social, el volumen de James fue leído desde los tonos muelles de unos ascendentes “estudios culturales”.9 Asomémonos ahora a las investigaciones actuales, no sin antes señalar que las dos décadas que separan los estudios realizados entre principios de los años ochenta y principios del nuevo siglo registran algunos estudios que, empero, no logran constituir una serie con atributos compartidos.10 Dos historiadores argentinos de nueva hornada, Gustavo Contreras y José Marcilese, organizaron recientemente un dossier sobre el tema “Los trabajadores durante los años del primer gobierno peronista. Nuevas miradas sobre sus organizaciones, sus prácticas y sus ideas (1946-1955)”.11 En ese dossier los organizadores intentaron, según sus propias palabras, recuperar estudios sobre “la dinámica de las organizaciones obreras durante el primer
7
S. Sigal, “El peronismo como promesa”, en Desarrollo Económico, vol. 48, nº 190-191, 2008. G. Germani, “La integración de las masas”, ob. cit., p. 243. 9 D. James, Resistencia e integración: El peronismo y la clase trabajadora argentina (1946-1976), Buenos Aires, Sudamericana, 1990. 10 Por ejemplo: Daniel Dicósimo, “El sindicalismo en los primeros gobiernos peronistas. Burocratización y representación en la seccional Tandil de la Unión Obrera Metalúrgica, 1946-1955”, en Anuario del IEHS, nº 8, 1993. Este artículo es interesante porque introduce el tema de la “burocratización”, excediendo el enfoque que se analizará en el presente escrito. 11 G. Contreras y J. Marcilese, “Los trabajadores durante los años del primer gobierno peronista. Nuevas miradas sobre sus organizaciones, sus prácticas y sus ideas (1946-1955)”, en http://www.historiapolitica.com/dossiers/trabajadores-peronismo/, último acceso: 04-06-2014. 8
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peronismo”. ¿Cuál es la novedad de los textos congregados en el dossier? Marcilese y Contreras destacan al respecto: “si las primeras miradas mostraban una preocupación central por el peronismo y la regimentación institucional y política plasmada durante su década de gobierno (1946-1955), las últimas pesquisas parten de la observación del movimiento obrero y de los momentos conflictivos en los que se desenvolvió”. Respecto de los textos contenidos en el dossier, que desde luego no son sintetizados en la introducción de Contreras y Marcilese, es preciso realizar dos puntualizaciones. En primer término, cada uno de los y las autores del trabajo incluido en el dossier posee otros textos sobre la misma cuestión, por lo que no se trata de escritos aislados. Efectivamente, varias tesis doctorales fueron elaboradas por quienes contribuyeron en el
dossier y numerosos artículos en revistas académicas están estrechamente ligados con los trabajos seleccionados.12 Por otra parte, según pronto veremos, otros autores siguen el mismo patrón de lectura. Los estudios del dossier prolongan así el andarivel de la investigación sobre los sindicatos roturado por las exploraciones de Doyon, James, Little y Mainwaring, trabajos que con sus matices revelaron la conflictividad de un vínculo que no por “perdurable” fue pacífico y compacto. Los “nuevos” estudios continúan esas huellas con modificaciones de escala y diversificación de actores. Antes que ofrecer panoramas de mediana duración y alcance nacional, los trabajos recientes exploran gremios particulares, analizan realidades locales, indagan conflictos antes mal advertidos o en algunos casos totalmente ignorados. Además distinguen entre las comisiones internas y las estructuras institucionales mayores, recuperando la presencia de las primeras como agentes fundamentales en la beligerancia obrera; también visibilizan a las mujeres como partícipes de la clase trabajadora organizada. Tales son las características de las investigaciones del “campo de estudio” ligado al sindicalismo obrero, una especialidad que, escriben Contreras y Marcilese, “se encuentra en proceso de renovación”. Con las inevitables disparidades que matizan todas las especialidades en la investigación social, los “nuevos estudios” son tan solventes y documentados como los perceptibles en cualquier otro sector de las pesquisas en ciencias sociales. Seguramente gracias a aquellos conocemos más y mejor de la historia obrera durante el primer peronismo. No es el valor científico de esa bibliografía lo que me interesa meditar. Se trata más bien de pensar los supuestos que organizan una rama de la investigación que importa no porque exprese un fracaso sino, por el contrario porque su éxito y multiplicación bibliográfica tienden a invisibilizar las decisiones analíticas que involucran. Por añadidura, mis reflexiones no ingresan desde el exterior, forzando una interrogación ausente en el 12
Además de los estudios citados en la nota 14, 18 y 20 del presente artículo, ver Roberto Elisalde, “El mundo del trabajo en la Argentina: control de la producción y resistencia obrera. Estudios sobre el archivo de la empresa Siam-Di Tella (1935-1955)”, en Realidad Económica, nº 201, 2004; Gustavo Rubinstein, Los sindicatos azucareros en los orígenes del peronismo tucumano, San Miguel de Tucumán, Universidad Nacional de Tucumán, 2006.
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horizonte discursivo del dossier. En efecto, los organizadores del dossier se preguntan por el alcance de la mentada “renovación” de los estudios sobre peronismo y clase obrera. No se restringen entonces a constatar los “aportes” de las monografías recopiladas, sino que con mayor ambición intelectual intentan pensar su significado historiográfico e implícitamente generacional. Sobre el asunto aseveran que “queda por verse si a través de esta acumulación de conocimientos es factible la reescritura general de aquel capítulo histórico referido a la participación de los trabajadores en las dos primeras presidencias peronistas. Sólo en esta última
acción, la renovación del campo mostrará su vitalidad. Mientras tanto seguimos con atención sus pulsaciones” (las cursivas son mías). En mi opinión el deseo implícito en la cuestión –esto es, un auténtico relevo interpretativo– será infructuoso de persistir en la huella historiográfica que las pesquisas del dossier trajinan. Para contribuir a la tarea sugerida por Marcilese y Contreras en lo que resta de esta discusión analizaré las concepciones fundamentales de los nuevos estudios sobre peronismo, sindicatos y clase obrera, mostrando que la manera de situar sus problemas entraña bloqueos inmanentes para el alcance de sus descubrimientos; además propongo distinguir los supuestos conceptuales de la historia social de la clase obrera, y qué restricciones generan en su previsible decreciente productividad. En las conclusiones esbozaré algunas líneas tentativas y provisionales para encarar el desafío identificado por los organizadores del dossier.
3. Lucha y organización como conceptos para la investigación En su presentación al dossier sobre “Los trabajadores”, Marcilese y Contreras alegan que se ha producido un “notable incremento” de las “indagaciones académicas” sobre “la dinámica de las organizaciones obreras durante el primer peronismo”. Una peculiaridad de ese incremento reside en que ha avanzado sobre toda la década del primer peronismo, y por ende no se restringe a los años “fundacionales” (1943-1946). Por otra parte, esos estudios también amplían lo señalado de manera genérica en los trabajos de Doyon, Little, Mainwaring y James, es decir, suponen que no hubo una mera subordinación del movimiento obrero a la tutela de Perón, ni después de la “caída” de Luis Gay la CGT devino una mera correa de transmisión de las decisiones gubernamentales. Y como en aquellos, el índice de la importancia de las voluntades obreras se verifica en los conflictos de clase y los desacuerdos institucionales –esto es, sindicales y políticos– de un movimiento obrero complejo. Ambos autores reconocen que los estudios recientes “sin necesariamente discutir las conclusiones obtenidas por sus predecesores sobre los orígenes del peronismo”, cubren vacíos empíricos, multiplican las escalas y
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espacios de análisis e introducen nuevos actores: la justicia laboral, la CGT y las federaciones, las comisiones internas, las mujeres trabajadoras, el trabajo menos formalizado, entre muchos otros. Así se lograron “nuevos resultados que, por supuesto, afirman, complementan y/o discuten los conocimientos que teníamos sobre la materia”. Y lo hacen desde un punto de vista “fuertemente conflictivista” (expresivos de una “confrontación constante” y de una “constante conflictividad al interior del sindicalismo peronista”) pues generaron conocimientos “poniendo de relieve las contradicciones, tensiones y disputas producidas durante el periodo en cuestión”. Quisiera aquí hacer justicia a la preocupación de Contreras y Marcilese pues su interrogación decisiva (¿qué es una “renovación” en la investigación sobre la cuestión del dossier?) es ambivalente. Por un lado comprueban un “proceso de renovación” que se ha desarrollado “monográficamente”, con avances documentales de variada índole, los que sin embargo se integran en, o enriquecen, los análisis precedentes (Doyon, James, Little). Pero inmediatamente vacilan sobre el alcance de esa mentada “renovación” de tranco acumulativo; sostienen que solo si proporcionan una “reescritura general” del asunto tratado dicha renovación revelará su “vitalidad” (la misma oscilación puede ser descubierta en el reciente libro de Marcos Schiavi, donde por un lado se postula una “nueva interpretación general” respecto de los aportes de Doyon, y por otro lado reconoce que los nuevos estudios –entre los que cabe incluir el suyo– “reafirmaron” y “profundizaron” las perspectivas abiertas por la investigadora canadiense).13 El dossier concierta dos horizontes interpretativos. En primer término, una secuencia de descubrimientos historiográficos, relativamente independientes de los debates ideológicos. La “autonomía del campo” se ha impuesto y se produce también en el tema de la relación clase obrera-peronismo esa dinámica que Tulio Halperin Donghi describió como una secuencia historiográfica “que crece como una formación coralina, por agregación”, pues los diferendos perceptibles en otros momentos históricos (como en el surgimiento del revisionismo de los años 1930) se han apagado.14 Por cierto, Halperin no evaluaba negativamente esa eficiencia; solo no reprimía su ironía sobre la idea del progreso historiográfico que sin embargo, amor fati, no dejaba de valorar. Y es difícil estar en desacuerdo respecto a la importancia de continuar acrecentando los conocimientos fácticos. El segundo término interpretativo tiene una naturaleza diversa e interfiere en la normalización de los estudios del peronismo para el tema decisivo que nos ocupa. Es lo que denominaré el bastidor conflictivista de una historiografía de la clase obrera, un bastidor de genéricas resonancias marxistas. La idea de un marxismo
13 14
M. Schiavi, El poder sindical en la Argentina peronista (1946-1955), Buenos Aires, Imago Mundi, 2014, pp. IX-X. Entrevista a T. Halperin Donghi en Roy Hora y Javier Trímboli, Pensar la Argentina: Los historiadores hablan de historia y política, Buenos Aires, El cielo por asalto, 1994, p. 47.
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genérico en la historiografía sobre la relación entre clase obrera y peronismo tal vez esté presente en la intuición de Daniel James, en un artículo donde menciona una “lingua franca” sobre los estudios del peronismo.15 Así las cosas, el contexto argentino de la historiografía reciente sobre clase obrera y peronismo preserva, con un retraso de cuatro décadas respecto de lo ocurrido en el norte global, una conexión ambigua (por eso mismo extendida) entre “historia social” y “marxismo”.16 No se trata de una concepción estrictamente político-ideológica, pues no es sostenida solo por investigadores marxistas, ni de orientación socialista; tampoco es teóricamente marxista si por ello se entiende un diálogo sólido con la crítica de Marx al capitalismo y sus derivaciones historiográficas. Es en realidad un sentido común historiográfico más marxistoide que marxista, producto de la primacía de unas inclinaciones genéricas “de izquierda” o “progresistas” en la mayoría de los investigadores que adoptan a la clase obrera como tema. Cabe señalar que esa característica político-cultural fue casi universalmente compartida por el elenco involucrado en el debate entre las explicaciones “ortodoxas” y “revisionistas” del peronismo. Con las comprensibles modificaciones generadas por la crisis del marxismo, del socialismo y de la historia social en las últimas décadas, ese sigue siendo malgré tout el contorno ideológico de los investigadores del vínculo clase obrera-peronismo (al menos en la fracción convocada para el dossier). Vale la pena subrayar que el paradigma discutido no se adecua dócilmente a la antinomia peronismo/antiperonismo. Si bien algunos ejemplos podrían avalar que el esquema aquí cuestionado alimenta una imaginación histórica antiperonista, en realidad la mayoría de los estudios defienden una posición distinta –en general benevolente hacia el peronismo en su faz de reivindicación obrero-popular. En efecto, el laxo paradigma puede ser empleado, entre otros fines disímiles, 1) para justificar la exterioridad esencial del proletariado respecto de un peronismo como opción o momento precario de la conciencia obrera, 2) para establecer que la dirigencia sindical fue legítima y lidió con una autonomía de los trabajadores, o 3) para mostrar el pluralismo entre ideas, prácticas, proyectos y representaciones en temporalidades y espacialidades contingentes. Diversos trabajos comparten en algunos de sus segmentos ciertos usos recién señalados, generalmente en combinatorias difusas. El sentido común de la historia social operante en el dossier es “politético”, es decir, se reconoce por una serie inestable de rasgos y no por una característica definitoria y suficiente.17 Entre esos rasgos se pueden mencionar los siguientes:
15
D. James, “Los orígenes del peronismo y las tareas del historiador”, en Archivos de Historia del Movimiento Obrero y la Izquierda, año 2, n° 3, p. 144, 2013. 16 Geoff Eley y Keith Nield, The Future of Class in History: What’s Left of the Social? Ann Arbor, University of Michigan, 2007. 17 Rodney Needham, “Polythetic Classification: Convergence and Consequences”, en Man, pp. 349-369, vol. 10, 1975.
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a)
La historia de la clase trabajadora tiene antecedentes organizativos y culturales previos al peronismo,
pero desde 1945 aquella adoptó mayoritariamente una nueva identidad política (es decir, hay continuidad con las transformaciones de la cultura obrera previa, incluida la organizacional, mas hay también una novedad política peronista). b)
El peronismo halló en la clase trabajadora su más activo sostén movilizador y su base electoral primordial.
No obstante, tanto respecto de la actuación del sindicalismo en el peronismo político –el Partido Peronista–, como en el marco estrictamente corporativo, esa relación estuvo plagada de disensos. Por otra parte, a lo largo de la década persistieron núcleos del activismo obrero no peronista. c)
La adhesión obrera y sindical al peronismo involucró una agenda de reivindicaciones que no sometieron
a la clase a una voluntad arbitraria, la de Perón, sino que concertó un apoyo activo y condicionado. Aunque jamás alcanzó el rango de una impugnación política de Perón y su gobierno, las demandas de “justicia social” fueron utilizadas para tensionar una fidelidad siempre proclamada. La identidad política nunca colonizó plenamente los intereses de clase. d)
Las relaciones laborales durante el primer peronismo fueron conflictivas en las diversas escalas y espacios
de análisis (no solo respecto de la relación trabajo-capital, sino también respecto de la política estatal/cegetista de un conflictivismo controlado). El enfoque de clase puede complejizarse con estudios de género y raza/etnicidad, biografías y memorias, los convergen con el análisis conflictivista. e)
La conflictividad inherente se expresó en las formas institucionales (la organización) y las prácticas de
demanda y contestación (la lucha). El conflicto fue “constante”, a veces velado, a veces abierto.
Es preciso insistir en que las cinco premisas componen una doxa más ambigua y flexible que las convicciones usualmente compartidas por las generaciones de investigadores precedentes. La noción de “conflicto” suele ser más utilizada que la de “lucha de clases”, aunque este término encuentra en la bibliografía del dossier una presencia mayor que en otros rubros de la historiografía argentina. El bastidor conflictivista supone consecuencias para la noción de organización obrera. Los sindicatos y otras figuras institucionales emergen como las agencias representativas del interés del sector de clase al que prestan forma organizativa. Este bastidor es laxamente “marxista” en un sentido bien preciso: el que entiende al marxismo como una teoría del conflicto de clases. La experiencia histórica sigue los pasos de una tensión inerradicable entre las clases: la trayectoria de la clase se constituye en esa lucha, de la que participan instituciones, y ante todo los sindicatos. Como ya dije, el bastidor conflictivista no ostenta una discursividad teórica marxista, salvo en algunos
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estudios que dialogan con las hipótesis de Nicolás Iñigo Carrera,18 y en otros escritos de voluntaria lexicalidad marxista.19 Vale la pena preguntarse por qué esta noción simplificadora de la crítica marxista y esa defensa de la historia de la clase obrera es tan parecida en sus presupuestos conceptuales a las reconstrucciones de José Panettieri y Julio Godio pensadas hace medio siglo, y no sé si tan diferentes a las premisas de los ensayos propuestos por historiadores activistas como Sebastián Marotta y Rubens Iscaro.20 De todos modos debería eludirse una polémica inútil sobre una premisa ya no compartida e incluso impugnada en clave thompsoniana: justamente porque la consistencia y orientación de la clase obrera se define en la lucha de clases, no es una concepción esencialista, y se abstiene de predicar una conciencia de clase intrínseca en pugna por manifestarse. Una de las razones probables de esta situación historiográfica es que después de 1983 no se entabló seriamente, en la Argentina, una discusión sobre qué hacer con la crisis de la historia social, y en particular con la historia de la clase trabajadora. Pero las evaluaciones revelan que la discusión articulada en torno a “clase obrera o sectores populares” nunca fue adecuadamente planteada ni condujo a resultados nítidos.21 Las respuestas al paradigma ochentista de los “sectores populares” conllevaron a afirmaciones de la historia de la clase obrera cuyos resultados, creo yo, fueron reactivos y redundaron en la mencionada ortodoxia de una historia social insuficientemente deconstruida. No es que aquél paradigma pluralista fuera inexpugnable (más bien pienso lo contrario: el enfoque de los “sectores populares” rindió menos frutos que los augurados en la década de 1980), sino que generó antinomias empobrecedoras: una actitud de “defensa del marxismo” y reivindicación abstracta de la existencia de la “clase obrera”. Como si eso no fuera suficiente, el saldo de la “crisis del marxismo” en sede local desembocó en un cul-de-sac luego del breve debate entre José Sazbón y 18
Fabián Fernández, La huelga metalúrgica de 1954, Buenos Aires, Centro Cultural de la Cooperación, 2005; G. N. Contreras, “El peronismo obrero. La estrategia laborista de la clase obrera durante el gobierno peronista. Un análisis de la huelga de los trabajadores frigoríficos de 1950”, en PIMSA. Documentos y Comunicaciones 2006, 2007, y “El personal de la administración pública nacional y sus proyecciones político-sindicales durante el primer gobierno peronista (1946-1955)”, en Daniel Dicósimo y Silvia Simonassi, comps. Trabajadores y empresarios en la Argentina del siglo XX: Indagaciones desde la historia social, Rosario, Prohistoria, 2011; R. Izquierdo, Tiempo de trabajadores: Los obreros del tabaco, Buenos Aires, Imago Mundi, 2008; M. Schiavi, La resistencia antes de la resistencia: La huelga metalúrgica y las luchas obreras de 1954 . Buenos Aires: El Colectivo, 2008; A. Nieto, “Conflictividad obrera en el puerto de Mar del Plata: del anarquismo al peronismo. El Sindicato Obrero de la Industria del Pescado, 1942-1948”, en Revista de Estudios Marítimos y Sociales, año 1, nº 1, 2008. 19 Ver los trabajos citados en la nota anterior; O. Acha, Las huelgas bancarias, de Perón a Frondizi (1945-1962): Contribución a la historia de las clases sociales en la Argentina, Buenos Aires, Ediciones del CCC, 2008. 20 R. Iscaro, Origen y desarrollo del movimiento sindical argentino, Buenos Aires, Anteo, 1958; S. Marotta, El movimiento sindical argentino: Su génesis y desarrollo, Buenos Aires, Lacio, 1970; J. Panettieri, Los trabajadores, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1967; J. Godio, El movimiento obrero y la cuestión nacional: Argentina: inmigrantes, asalariados y lucha de clases, 1880-1910, Buenos Aires, Erasmo, 1972. 21 Juan Suriano, “Los dilemas actuales de la historia de los trabajadores”, en Jorge Gelman, comp., La historia económica argentina en la encrucijada. Balances y perspectivas, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2006; Hernán Camarero, “Consideraciones sobre la historia social de la Argentina urbana en las décadas de 1920 y 1930: clase obrera y sectores populares”, en Nuevo Topo. Revista de Historia y Pensamiento Crítico, n° 4, 2007.
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Oscar Terán en 1983-1984.22 Un resultado de la confluencia entre la normalización académica y una historia social de la clase trabajadora centrada en la lucha (el conflicto) de clases y en las organizaciones sindicales lo hallamos en la “renovación” que Marcilese y Contreras nos explican. Los trabajos incorporados al dossier anuncian desde sus títulos la preocupación por narrar huelgas y construcciones sindicales como fragmentos de un tema general al que contribuyen. Se trata de una serie de textos de competente factura universitaria –tal vez con la excepción del primer estudio del dossier– con una perspectiva inductivista de la labor de investigación. En otras palabras, involucran una dinámica “contributiva” donde el saber avanza por acumulación. Es incierto que la “historia social” aquí analizada sea sencillamente afectada por la impugnación del “reduccionismo de clase”. Pues tolera sin grandes dificultades la lógica de complementos sucesivos: puede asumir aportes de los estudios subalternos, de los estudios de género, de las preocupaciones por las cuestiones de la raza y la etnicidad, de las investigaciones sobre las creencias religiosas, de los análisis de dinámicas comunitarias, entre otras. La adición de otros aspectos o dimensiones de la experiencia a la cuestión de clase no perturba el privilegio de los términos decisivos, “lucha” y “organización”, dado que no se discute el tamiz teórico que filtra una experiencia de clase institucionalizada y combatiente. No sostengo que la clase trabajadora durante el peronismo no se haya organizado en rangos institucionales hasta entonces desconocidos, con novedades como el alcance nacional de los sindicatos, la multiplicación de filiales, el reconocimiento estatal y la disponibilidad de recursos, etc. Tampoco defiendo que no haya reclamado correlatos menos simbólicos que la prometida “justicia social” peronista, incluso contra las restricciones que en momentos de escasez el propio Estado justicialista implementó; en efecto, la hegemonía peronista convivió con una multiplicación de los conflictos de clase. Me interesa destacar que la primacía otorgada a una historiografía de la clase obrera que impone un esquema donde las organizaciones sindicales y los hechos de conflicto socio-económico constituyen el escenario fundamental tiene a desactivar, incorporándolas en un plano descriptivo pero conceptualmente inofensivo, los nuevos temas mencionados. Por ende, renuncia a proporcionar perspectivas para encarar de otra manera la vieja y buena pregunta por el vínculo entre peronismo y clase obrera. Ese es el problema enunciado por Contreras y Marcilese, quienes no se refugiaron en el asunto especializado de la historia del gremialismo obrero. En efecto, como se habrá advertido en mi propia argumentación, puede detectarse en la investigación actual una fluencia semántica que conecta la historia sindical con la historia del más amplio movimiento 22
Oscar Terán, “¿Adiós a la última instancia?”, en Punto de Vista, nº 17, 1983; José Sazbón, “Una invitación al postmarxismo”, en Punto de Vista, nº 19, 1983; Terán, “Una polémica postergada: la crisis del marxismo”, en Punto de Vista, nº 20, 1984.
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obrero y el mundo del trabajo, como también con la aún más abarcadora historia de la clase obrera. Aunque, naturalmente, ello puede generar algunos desfasajes en los razonamientos, la misma fluencia induce a superar los alcances monográficos hasta concernir a la clase obrera y su vínculo con el peronismo. Y habilita la pregunta por las consecuencias interpretativas más generales implicadas en la cuestión del carácter “renovador” (o no) de los trabajos recientes. Como he dicho, los nuevos estudios proporcionan un rico arsenal de conocimientos. Con el afán de averiguar sus alcances contributivos, constato los rebordes del paradigma de “lucha y organización”. Respecto de la “lucha”:
a)
Invisibiliza los lapsos donde la clase obrera no ingresa al terreno del conflicto. El relieve asignado a las
tensiones clasistas cercena la experiencia de clase para privilegiar esos momentos sinecdóquicos donde la parte representa al todo: la huelga que representa a la historia de la clase. Pero: ¿acaso la ausencia de lucha no es un problema de la investigación tanto o más relevante que las ambivalencias del consenso revelado por el conflicto? ¿No dicen los periodos de consenso o quietud tanto o más que las raras instancias de trabajo a desgano o las huelgas? ¿Cuáles fueron los tiempos de la experiencia de clase? La lucha de clases implica la noción de clases en lucha, esto es, que la existencia histórica de la clase trabajadora es antagónica; y ese antagonismo constitutivo se extiende a su entera existencia. Pero: ¿siempre lucha? ¿No es propiamente clase
obrera cuando “no lucha”, cuando “colabora” con otra clase o con el Estado que asume la dirección del buen capitalismo (“justo”, “nacional”, “distribuidor”) que exalta el Justicialismo? b)
La eminencia asignada a la lucha construye una ontología histórica de la clase que secundariza otras
dimensiones de la experiencia obrera; o más exactamente, luego de la pluralización académica de aspectos a investigar –clase, género, raza, edad, cultura y religión–, las subordina a la explicación “más compleja” del conflicto. El permanentismo del conflicto es observable en todo momento y adopta la más estrafalaria vestimenta: en el desprecio racial, en la violencia de género, etc. c)
La noción de lucha de clases supone que la posición de la clase trabajadora en el modo de producción la
condiciona a vivir en tensión permanente: su carácter de oprimida entraña un “interés” en el combate, que no debe ser necesariamente revolucionario; por el contrario, la omnipresencia de la opresión –lo he dicho– puede adoptar numerosas figuras. Ahora bien, la idea de que existe un interés objetivo de la clase en lucha por disminuir su explotación o cuestionarla revolucionariamente es bien problemática. Supone una dudosa noción de sujeto racional y calculador, en última instancia más propio del concepto liberal del individuo. El interés no es mellado cuando se lo aquilata como cultural, emocional o simbólico.
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Y respecto de la “organización” planteo algunas preguntas:
a)
¿Qué alcance posee la forma corporativa e institucionalizada para la configuración histórica de la clase?
¿Es el sindicato una expresión funcional o constituye una instancia específica que debe ser analizada entonces en su eficacia singular, sin reducirla a un mero órgano de una clase que se preserva siempre igual a sí misma? b)
¿Cuáles son los límites entre el sindicalismo y el mundo obrero, el Estado, el peronismo como
movimiento y partido? ¿Qué espacialidades son traccionadas en la acción sindical? ¿Cómo se relacionan los organismos sindicales con las asociaciones políticas? c)
¿Cuáles son los tiempos y los espacios de las prácticas sindicales? ¿Cómo vincular los segmentos de
“lucha” con los de “gestión”?
El difuso enfoque de lucha y organización confluye en la idea del “interés” obrero, el que se convalidaría en la acción sindical, por definición colectiva, tal vez con la adición de las prácticas de los activismos politizados, en persecución de las demandas económico-sociales (relativas a la propia organización sindical, las exigencias salariales, el proceso de trabajo, etc.). Una consecuencia metodológica de la conexión entre lucha e interés reside en la baja relevancia concedida a la constitución político-cultural de los sujetos sociales, y particularmente de la clase obrera como agente histórico. Desde el enfoque conflictivista, por ejemplo, el análisis del discurso suele ser empleado como demostración de los fines de la acción, esto es, como instrumento en la lucha, pero no reconoce a las prácticas discursivas como un territorio específico donde también se dirime el sujeto. Pienso que la creencia en un sujeto derivado de un fundamento socio-económico impide un diálogo con las investigaciones sobre la formación discursiva de las “identidades”. Tal diálogo –que posee a la vez un obstáculo simétrico en la negación postestructuralista de una lógica capitalista– ofrecería recursos útiles para repensar la noción de interés y su presunta objetividad. El rechazo frontal a su pertenencia al momento “postmoderno” de las humanidades condujo a varios autores marxistas a negar relevancia a sus planteos. Por caso, Bryan Palmer denunció un “descenso al discurso” desde una materialidad social, como si las prácticas discursivas no fueran ellas históricas y materiales; se condenó de tal manera a dualismos insostenibles como el que opone experiencia y lenguaje.23 La actitud teórico-historiográfica de Palmer respondía a un contexto específico, en el cual un postmodernismo lingüístico negaba la lógica social y la dominación capitalista. La respuesta “marxista” entonces supo atrincherarse en un “materialismo” que reclamaba las determinaciones históricas a 23
Bryan D. Palmer, Descent into Discourse: The Reification of Language and the Writing of Social History, Filadelfia, Temple University Press, 1990.
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costa de empobrecer una mucho más sofisticada teoría social legada por Marx. No es imprescindible asumir la ontología social de Gareth Stedman Jones, ni las de Ernesto Laclau o Patrick Joyce, para destacar la trama discursiva de la forja de las representaciones sociales. Pero al hacerlo es necesario abandonar la relación
expresiva entre estructuralidad del sujeto (sus determinaciones objetivas) y la actividad práctica (incluido el quehacer discursivo), sin empero caer en el contingencialismo postestructural que supone una heterogeneidad constitutiva. Algo similar a lo que acabo de señalar sobre la exploración de la forja de identidades podría decirse sobre la historia de la vida cotidiana: su apertura como objeto de investigación añadiría mayor enjundia descriptiva pero no necesariamente conduciría a una percepción más realista de la experiencia histórica obrera. En suma, incluso reduciendo el alcance de estas reflexiones a las organizaciones y las prácticas relacionadas, el paradigma de “lucha y organización” solo nos informa de una franja parcial de su realidad histórica. Respecto de la investigación sobre las organizaciones sindicales, la agenda historiográfica argentina es arcaica en comparación, por ejemplo, con los estudios realizados para el mismo periodo en Brasil. No puede exagerarse la utilidad que poseen trabajos de Adriano Duarte, Alexandre Fortes y Paulo Fontes, entre otros, para pensar el vínculo entre clase obrera y populismo.24 Esas pesquisas estudian la formación de la clase trabajadora, sus procesos migratorios, la implantación barrial, el asociacionismo civil y político, las tradiciones culturales y sus mutaciones, la vida laboral y sindical, en fin, se emplea una noción de experiencia de clase más rica que la prevaleciente en los estudios recientes sobre clase obrera y (primer) peronismo. En cambio, nuestras investigaciones “renovadas” continúan reconstruyendo elencos y pugnas sindicales, persisten atareándose sobre huelgas, sin avanzar sobre la complejidad de la experiencia histórica de la clase. Tal vez, si este panorama es convincente, no se hayan extraído las adecuadas consecuencias del estudio de Mirta Lobato sobre los y las trabajadores frigoríficos en Berisso, en el que se conectan múltiples dimensiones de la experiencia, laboral y local, además de la clase y el género.25 Debido a los señalados déficits del enfoque de lucha y organización, las investigaciones sobre clase obrera y peronismo rinden frutos relativamente magros en comparación con los ingentes esfuerzos de archivo que las cimientan. Sin duda los nuevos trabajos enriquecen lo que sabemos sobre las formaciones sindicales y las
24
A. Fortes, Nós do quarto distrito: A classe trabalhadora porto-alegrense e a era Vargas, Río de Janeiro, Garamond, 2004; P. Fontes, Um nordeste em São Paulo: Trabalhadores migrantes em São Miguel Paulista, 1945/1966, Río de Janeiro, Fundação Getúlio Vargas, 2008; A. Duarte, “Neighborhood Associations, Social Movements, and Populism in Brazil, 1945-1953”, en Hispanic American Historical Review, vol. 89, nº 1, 2009; A. Duarte y P. Fontes, “Asociativismo barrial y cultura política en la ciudad de San Pablo, 1947-1953”, en Mundo Nuevo Nuevos Mundos, 2013 (disponible en: <http://nuevomundo.revues.org/64846>. Consultado: 17 ene. 2014). 25 M. Lobato, La vida en las fábricas: Trabajo, protesta y política en una comunidad obrera, Berisso (1904-1970), Buenos Aires, Prometeo, 2001.
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instancias de conflicto laboral. Pero neutralizan el enigma germaniano del vínculo clase obrera/peronismo: aquél no iluminaba solo un segmento de la experiencia histórica sino que revelaba un tema crucial para pensar el acontecimiento peronista como tal. Creo que en parte la pregunta de Contreras y Marcilese, estimulante de estas reflexiones, podría responderse positivamente desde la inminencia de una renovación historiográfica sugerida por las fuentes descubiertas y el detalle de los acontecimientos hasta hace poco mal conocidos. En los textos del dossier, pero más claramente en otra producción sobre el tema, se vislumbran trazos vigorosos hacia una renovación.26 Sin embargo, la efectividad de que desde una sedimentación generacional se produzca una innovación real requiere un debate teórico-metodológico que no ha sido entablado. Los cambios intelectuales (como cualquier otra auténtica mutación) no advienen por acumulación sino por ruptura paradigmática, o como diría Thomas Kuhn, “revolucionaria”. Para impulsarla y realizarla la añadidura de monografías jamás hará otra cosa que multiplicar lo ya sabido.
4. Conclusiones En este trabajo he partido del escrutinio de un dossier reciente que congregó algunos resultados contemporáneos de la investigación sobre la relación entre sindicalismo obrero y primer peronismo, pero fue más allá y se interrogó también sobre la clase trabajadora como tal: “sus prácticas” y “sus ideas”. He destacado que en la introducción a la recopilación de estudios los coordinadores, Marcilese y Contreras, formularon una pregunta importante sobre hasta qué punto se puede considerar que la “renovación” perceptible en los trabajos incluidos en el dossier ha generado una nueva imagen del tema. Esa pregunta carece de respuesta por parte de los dos historiadores y el asunto es remitido a la perseverancia en la tarea investigadora. Al respecto he señalado que el acopio de monografías nos brinda y continuará brindando una
26
Por ejemplo: Mariana Garzón Rogé, “Auténticos, mesurados, confiables. Prácticas y sentidos de la experiencia obrera en los inicios del peronismo mendocino”, en Travesía. Revista de Historia Económica y Social, nº 14-15, 2012-2013; G. N. Contreras, “¿Apéndice estatal? La CGT durante el primer gobierno peronista: asociacionismo, funcionamiento institucional y proyecciones políticas (1946-1955)”, en O. Acha y N. Quiroga, eds., Asociaciones y política en la Argentina del siglo veinte: Entre prácticas y expectativas, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2014. A. Nieto, “Asociacionismo obrero y popular en la aldea, Mar del Plata (19401960)”, en Asociaciones y política en la Argentina del siglo veinte, ob. cit. Andrés Stagnaro, “El juicio laboral entre el conflicto individual y el conflicto de clases. Aportes desde la justicia laboral platense”, en Revista Mundos do Trabalho, v. 6, nº 4, 2014. Florencia Gutiérrez y Leandro Lichtmajer, “Apuntes para una microhistoria de mundo azucarero durante el primer peronismo. El sindicato de obreros del ingenio Bella Vista (Tucumán, 1944-1949)”, en IV Congreso de Estudios sobre el Peronismo (1943-2014), Universidad Nacional de Tucumán, septiembre de 2014.
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cantera invaluable de datos y matices, pero no se puede esperar de ella una mutación interpretativa. ¿Por qué? Por el límite auto-impuesto en la problemática que entreteje las monografías corrientes y habituales en la producción académica. Propuse ligar esa restricción teórica a un cierto marxismo de lucha de clases vigente en la historia social del peronismo, y especialmente en la preocupación por el vínculo entre clase obrera y peronismo.27 Mi argumentación sostiene que ese marxismo menguado acarrea una visión simplificada de la experiencia histórica, según la cual los sujetos actúan persiguiendo sus intereses (simbólicos, políticos, afectivos o económicos) y se organizan para alcanzarlos. De tal concepción de sujetos del interés se deriva una noción del carácter inherentemente conflictivo de la existencia social. Sugerí que en tal interpretación persiste una noción “liberal” del sujeto. Y como los sindicatos en sus diversos niveles (de las comisiones internas a la CGT) aparecen como órganos del interés de clase, las sofisticadas reconstrucciones en escalas y espacios diferenciados no alteran el fundamento teórico ligado a dicha teoría del interés objetivo. Por eso es irrelevante toda performatividad materialista de los usos del lenguaje. Al mismo tiempo reducen el problema de los tiempos de la experiencia de clase, la diversidad de sus aspectos incluso si, como creo conveniente hacer, la dominación social de clase es una dimensión históricamente constitutiva. Con esto no sugiero que la producción más numerosa sea infecunda (por el contrario, he intentado subrayar sus novedades fácticas y documentales) ni que carezcamos de aportes relevantes para estimular un cambio de perspectivas. He mencionado algunas contribuciones recientes. Existen numerosos barruntos de novedades, las que empero no prosperaran sin una puesta en discurso que dirima otro debate postergado: ¿qué hacer con la historia social? Mi tesis al respecto es que el debate es hoy contemporáneo. Es inútil continuar lidiando con el paradigma de los “sectores populares” como si cimentara una historiografía vigente. Para concluir, insisto sobre la pregunta de Contreras y Marcilese para sugerir que una renovación historiográfica capaz de repensar las grandes preguntas de la investigación clásica (de Germani a James) requiere discusiones en torno a estos temas de la historia de la clase obrera y el peronismo:
a)
Las formas de sociabilidad de la clase obrera, la relación entre Estado y sociedad civil (vínculos barriales,
experiencia migratoria, vida cotidiana, asociaciones no sindicales, etc.). b)
La condición material de clase en las circunstancias específicas del primer peronismo (trabajo y
explotación, organización sindical, etc.). 27
He dejado de lado una vertiente práctica que facilita las indagaciones de organización-y-lucha: la relativa sencillez del objeto (un sindicato o un conjunto de gremios, una huelga o una serie de medidas de fuerza) y la factibilidad de las reconstrucciones en base a publicaciones periódicas, actas de reuniones sindicales y eventualmente alguna entrevista, un conjunto de datos formateables en “ponencias” y “artículos” de secuencia cronológica.
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c)
Las sedimentaciones culturales de una historia de mayor duración en la experiencia proletaria (tradiciones
políticas, formaciones de “lo público”, nacionalismos, etc.). d)
Las figuras de la construcción discursiva de las identidades sociales y políticas (lenguajes en vigencia,
interpelación peronista, etc.). e)
Vida privada y consumo (sexualidad, alimentación, recreación, etc.).
f)
Las formas múltiples de la lucha de clases.
Una estrategia de investigación que conciba estos temas desde una perspectiva integral –pienso que la crítica marxista del valor es decisiva para proveer una mediación entre las apariencias de multiplicidad tan propia de la dominación social en el capitalismo– excedería el quehacer monográfico avalado por la historia social. Por cierto que no sugiero que un marxismo más sofisticado sea suficiente. No sería superfluo extender el abanico de lecturas para dialogar con otras historiografías, particularmente la latinoamericana. En lo mejor de ésta los interrogantes emergentes no se reprimen a la organización y lucha; más bien entrelazan estos temas sin duda
decisivos con asuntos como los tiempos y espacios de la experiencia obrera, las performatividades discursivas de las identidades populares, las marcaciones de género, de edad, de cultura y las atribuciones étnicas, entre otras. Entiéndase bien: no se trata de suprimir la historia social de la lucha de clases, ni de proveer imágenes conciliadoras de una integración ciudadana, mercantil o público-estatal; se trata de repensar la experiencia de clase –incluyendo desde luego la conflictividad– con un enfoque que habilite repensar la relación entre clase obrera y peronismo. Sería viable entonces leer e incorporar cum grano salis estudios recientes que aun tematizando las desavenencias socioculturales, pues la noción de conflicto no es exclusiva del marxismo, parecen licuar las dimensiones institucionalizadas de la lucha de clases y, sobre todo, la relevancia de las prácticas organizacionales sobre la existencia misma de la clase como tal. En efecto, si en las perspectivas que he analizado en este texto la historia de la clase obrera pareciera librarse del análisis de aspectos centrales de la experiencia en la Argentina capitalista, en los estudios consagrados a una historia cultural del conflicto de clases se eliden las vertientes cruciales que para esa historia, incluso en sus dimensiones más simbólicas y discursivas, poseen las prácticas organizativas y los episodios de la lucha de clases más próximas a la confrontación entre capital y trabajo. Pienso en los estudios recientes de Matthew Karush y Natalia Milanesio, dos buenas muestras de las
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composiciones historiográficas de la academia norteamericana.28 Es interesante observar cuán lejos se encuentran sus libros del paradigma de lucha y organización, y por cierto del marxismo de lucha de clases. No necesariamente (al menos en el caso de Karush) en una entera exterioridad con la teoría crítica, apelan a las concepciones postestructuralistas de la formación de “identidades”. El modo en que se vierte la tensión clasista se tramita en moldes culturales y de consumo (de mercancías, incluidas las del cine y la música), habilita la indagación de otros aspectos de la experiencia obrera y popular. Sin embargo, sorprende la exterioridad de tales análisis respecto de la organización sindical y los conflictos ligados al “mundo del trabajo”. Por ejemplo, el estudio del “conflicto de clase” en los años veinte y treinta emprendido por Karush permanece ajeno a las elaboraciones propuestas por Hernán Camarero alrededor de la acción de la izquierda en el mundo del trabajo y solo utiliza la investigación de Iñigo Carrera en lo concerniente a la vida barrial.29 Lo que quiero subrayar no es la desconexión bibliográfica sino la ajenidad de problemas. ¿Acaso los enfrentamientos “clasistas” en el ámbito cotidiano de la fábrica o el taller, la huelga o las conversaciones en el almuerzo compartido no son momentos de la “esfera pública” obrera donde se consolidan identidades colectivas? Todo conduce a meditar sobre una divergencia artificiosa entre el estudio cultural y el conflictivismo que ha sido detalladamente examinado en este trabajo. A la vez, una integración analítica no parece responder tanto a una agregación de concepciones discordantes como a la reflexión sobre paradigmas insuficientes. En verdad, puesto que el estudio cultural ha surgido como una reacción a la historia social esencialista de una clase ya dada, no siempre ha resistido bien a la tentación de reproducir una oposición entre cultura y materialidad social que es a todas luces inadecuada. Es innecesario resignar la historia de la clase trabajadora (en beneficio de un pluralismo sociológico como el de los “sectores populares”), la crítica marxista (en dirección al postmarxismo o al postestructuralismo) o la sensibilidad hacia las dimensiones conflictivas de la existencia social (privilegiando el consenso o la adaptación), para replantear un paradigma que revela su incapacidad para estimular nuevas preguntas. Necesitamos pensar una investigación que asuma los desafíos de otra manera de conocer. Y lo que creíamos saber sobre la clase trabajadora, la crítica radical del capitalismo y la conflictividad, no escapan a esa circunstancia. Se dirime en ello, además, una ética del saber en la cual los ideales intelectuales no se impongan sobre la experiencia real de la clase trabajadora, que no es solo de lucha y organización. Es muchas otras y contradictorias cosas, que sin desanudarse de sus condiciones estructurales se van haciendo en la
28
M. Karush, Culturas de clase: Radio y cine en la creación de una Argentina dividida (1920-1946), Buenos Aires, Ariel, 2013; y N. Milanesio, Cuando los trabajadores salieron de compras: Nuevos consumidores, publicidad y cambio cultural durante el peronismo, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2014. 29 H. Camarero, A la conquista de la clase obrera: Los comunistas y el mundo del trabajo en la Argentina, 1920-1935, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2007; N. Iñigo Carrera, ob. cit.
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práctica temporal. Cierro con una advertencia que concierne solo a una fracción de quienes investigan el tema peronismo y clase
obrera. Para ir al hueso del asunto que en su momento tanto preocupó con entonaciones distintas a Germani, Murmis, Portantiero, del Campo, Torre y James, pero también a una parte de quienes hoy se dedican con indiscutible empeño a estudiar la historia obrera: si la intelectualidad de izquierda no asume el reto de comprenderla mejor difícilmente podrá colaborar con una clase que solo se emancipará organizándose ella misma, con sus propios pensamientos, con sus propios sentimientos, con sus propios actos. Sin recalar en visiones espontaneístas o populistas de la clase trabajadora, se requiere una historiografía más realista que la hilvanada con las agujas de la lucha y la organización.
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Apéndice: artículos del dossier (con mención de sus publicaciones originales) Acha, Omar, “Trabajo y delito en las empleadas domésticas durante el primer peronismo: repensar las nociones de lucha y conciencia de clase”. Inédito. Badaloni, Laura, “Control, memoria y olvido. ‘Marcha de la Paz’ y huelga ferroviaria durante el primer gobierno peronista”. Versión corregida del trabajo presentado en las II° Jornadas Inter-Institutos de Formación Docente
en Historia I.E.S. “Olga Cossettini”, Rosario, 2003. Contreras, Gustavo N., “Desarrollo de la marina mercante nacional e internacionalismo obrero, ¿frentes gremiales compatibles? Dilemas y convicciones del sindicalismo marítimo durante el primer gobierno peronista (1946-1951)”, en Revista de Estudios Marítimos y Sociales, N° 5, 2012. Fernández,
Fabián,
“El
movimiento
huelguístico
de
1954
en
la
Argentina”,
en
XI° Jornadas
Interescuelas/Departamentos de Historia, Tucumán, 2007. Gutiérrez, Florencia, “La dirigencia de FOTIA y los sindicatos de base: tensiones y conflictos en el proceso de sindicalización azucarera. Tucumán, 1944-1955”, en F. Gutiérrez y Gustavo Rubinstein, comps., El primer
peronismo en Tucumán: Avances y nuevas perspectivas, Tucumán, EdUNT, 2012. Izquierdo, Roberto, “La clase obrera y el primer peronismo. Las huelgas de 1954: el caso de los obreros del tabaco”. Versión corregida de la ponencia presentada en el Segundo Congreso de Estudios sobre el
Peronismo (1943-1976), 2010. Marcilese, José, “La ‘patria metalúrgica’ en los años del primer peronismo. Una mirada desde la seccional Bahía Blanca de la UOM”, en Mabel Cernadas y J. Marcilese, comps. Mundo del trabajo, organizaciones
sindicales y conflictividad. Bahía Blanca, Universidad Nacional del Sur, 2012. Nieto, Agustín, “Sindicalismo peronista y conflictividad obrera en la industria del pescado, 1950-1955”. Versión resumida y revisada de un capítulo de la tesis doctoral, Entre anarquistas y peronistas. Los/as obreros/as del
pescado en Mar del Plata, 1942-1966. Universidad Nacional de Mar del Plata, 2012. Schiavi, Marcos. “Aproximaciones a la huelga metalúrgica de 1947”, en Victoria Basualdo, coord., La clase
trabajadora en la Argentina del siglo XX: Experiencias de lucha y organización, Buenos Aires, Cara o ceca, 2011.
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Género, sociedad
e historiografía* Dora Barrancos (UBA/UNQ-CONICET)
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Dora Barrancos
Dora Barranco. “Género, sociedad e historiografía”. Cuadernos del Ciesal. Año 12, numero 14, enero-diciembre 2015, pp 82-100.
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Género, sociedad e historiografía
Deseo, antes que nada, agradecer profundamente el haberme invitado a abrir este congreso inaugural de la Asociación Latinoamericana e Ibérica de Historia Social – ALIHS - a la que espera una promisoria tarea, una intervención decidida para el mejor desempeño de nuestras pasiones por la investigación. Muchísimas gracias a las y los colegas mexicanos por el reconocimiento y muy especialmente por el afecto. Y toda mi gratitud y conmovido homenaje a la gran Maestra Clara Lida, a su inteligencia y sensibilidad, a sus interrogaciones de la Historia que la han puesto entre las más empinadas oficiantes de la disciplina. Dividiré esta conferencia en dos segmentos, a saber: en primer lugar me referiré a las condiciones del surgimiento de la Historia como disciplina y a la marginación de las oficiantes femeninas, y luego al inicio de la “historia social” con su cuota de anticipación de la historia de las mujeres y de las relaciones de género, en el ejemplo de la destacada historiadora inglesa Eileen Power
La Historia y sus profesionales en el siglo XIX Entre las urgencias por otorgar atributos racionales a los saberes, en el ciclo que va desde mediados del XVIII e inicios del XIX se situó, como es bien conocido, el surgimiento de las ciencias sociales y muy particularmente de la Historia, que se independizó de las subordinaciones teológicas. Las explicaciones de los fenómenos históricos debieron argumentarse en el suelo de la plausibilidad racional abandonando las apelaciones providencialistas, tan típicas de los análisis históricos “premodernos”, por ejemplo, los del Obispo de Bossuet en su Discours sur l'Histoire universelle de fines de 1680. Para nuestro Obispo, la voluntad divina ordenaba los acontecimientos de la Historia y no vacilaba en corroborar este origen en la monarquía francesa, consagrando así la potestad de Luis XIV por encima de la eclesia. No caben dudas del papel político del Obispo encargado de la tutoría intelectual del Delfin para cuya instrucción, se ha sostenido, escribió el famoso tratado. En el repertorio de las demoliciones que produjo el vasto fenómeno de la modernidad se encuentra la sustitución explicativa providencial por la inteligibilidad racional. Desde luego, se manifestaron fisuras y no faltaron los puntos de fuga – hubo escisiones “mentales” en los nuevos científicos, entre lo que “creían en el más allá” de modo privado y los límites a la religiosidad que impusieron a sus labores, y basta pensar en los sentimientos encontrados que acompañaron a la figura que más revolucionó el conocimiento con sus tesis sobre el evolucionismo, Charles Darwin Pero más allá de las circunstancias individuales acerca del crédito en lo sobrenatural, el movimiento científico siguió una orientación desacralizada. Para Max Weber, la “división de esferas” – la separación de la moral de la filosofía, del conocimiento científico de la religión -fue uno de los acontecimientos clave de las nuevas 1 circunstancias de racionalidad producidas por el flujo de la modernidad. Gastón Bachelard – el reconocido epistemólogo de mediados del XX – sostenía que el estatuto científico del conocimiento era inhallable antes del siglo XVIII, y subrayaba que lo que ahora llamamos ciencia encontraba su verdadero nacimiento en ese siglo 2 debido a la liberación de los conceptos de ataduras irracionales. No redundaré en señalamientos bien conocidos acerca del encantamiento que produjo la física, a quien en buena medida copió la biología, y concomitantemente, las nuevas ciencias sociales. Cuando Augusto Compte desarrolló sus tesis acerca de la “mecánica social”, conjunto al que impuso el nombre de Sociología,3 se basó en el sistema epistemológico de la física que se presentaba como regente en materia de evidencia empírica, *Conferencia realizada el 23/03/2015 en la apertura del Primer Congreso de la Asociación Latinoamericana e Ibérica de Historia Social – ALIHS – en el Colegio de México
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conmensurabilidad y objetividad. Tal vez de manera anticipada al nuevo saber sociológico, la disciplina histórica debía espejar estos atributos, de modo tal que sus problemas se constituyeron en torno de hechos, con la misma sustancialidad -cuasi material- de los fenómenos que podían ser experimentados, con la singular diferencia de que era imposible probar en laboratorios la relación entre fenómenos suscitados por la interacción humana del pasado. Resulta moneda corriente reconocer a Leopoldo Von Ranke como el protagonista principal de la transformación de la Historia en disciplina, aunque es necesario reconocer al menos tres acontecimientos de gran significado en su vida. En primer lugar, el impacto que le produjo (y también ocurrió con su generación) la narrativa novelística de Walter Scott – el contagio irreprimible con una saga épica que empleaba fuentes documentales-, en segundo lugar, el influjo de las lecciones que absorbió del conspicuo político e historiador Barthold George Neibhur – tal vez el verdadero propulsor de la historia “cientifizada”-, y en tercer lugar, su casamiento a los 48 años (una edad considerada muy madura en la época) con la rica y noble irlandesa Clarissa Graves Perceval. Este casamiento le posibilitó un ascenso económico notable y años más tarde la adquisición de un título nobiliario. Como ha sostenido Gisela Bock: “(Rank) ha pasado a la historia no sólo como uno de los historiadores más importantes, sino como uno de los más ricos”1. En la vida de Rank y de la naciente historia “científica” de la que fue protagonista principal, contaron los acontecimientos “del lado de afuera” mucho más que los atributos personales. En efecto, el contexto social y político fue decisivo en el surgimiento de la Historia. Resultan centrales las nuevas relaciones de clase a raíz de la primacía obtenida por el capitalismo y los efectos de la revolución industrial, cauces de las nuevas orientaciones civilistas burguesas como de la relativa independencia que ganó el estatuto victorioso de la “ciencia normal”2. Estas transformaciones ocurrieron junto con un fenómeno estructural que se ligó fuertemente a los pertrechos de clase, y me refiero al fortalecimiento del orden patriarcal que exhibió en el siglo XIX un vigor y una extensión como no había ocurrido antes. Demorémonos un tanto en auscultarlo. Los abordajes feministas han empinado la hipótesis del nacimiento del patriarcado coincidiendo con el proceso de complejización de las sociedades primitivas en el largo ciclo de la “revolución agrícola”, ocurrida en el neolítico, y que condujo a una lenta adaptación de las mujeres para cubrir la retaguardia doméstica, atendiendo cultivos y prole. El sistema patriarcal, como es bien sabido, significó una densa configuración material y simbólica de subordinación de las mujeres que encontró mayor articulación con el régimen de propiedad privada. Pero el dominio masculino no se hizo sentir ineluctablemente de la misma manera en todos los rincones de nuestro planeta y, menos aún, permaneció inalterable a lo largo de los tiempos. El siglo XIX representa una época crucial en el que el triunfo de la materialidad, las sensibilidades y los sentimientos
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burgueses produjeron un refuerzo de las formas patriarcales de la interacción humana, con tal eficacia que terminaron invadiendo las relaciones entre los sexos de todos los segmentos sociales3. La “ciencia normal” que avanzó, tal como he señalado, extraordinariamente durante aquel siglo, si por un lado absorbió el imaginario patriarcal, por otro contribuyó de manera terminante a ampliar su significado, confiriéndole autoridad y legitimidad. He aquí la urdimbre que presidió el naciente estatuto de la ciencia de la Historia. Voy a tomar en préstamo de Bonnie Smith4 consideraciones sobre ese surgimiento y evolución que a menudo escapan a los programas focalizados en Historiografía o Teoría de la Historia impartidos en nuestros ciclos de formación. En su notable libro The Gender of History: Men, Women, and Historical Practice, Smith sitúa el nacimiento convergente de la historia científica y profesional con el fortalecimiento de las desigualdades entre varones y mujeres en una Europa en que se asignaban atributos categóricamente diferentes. Se delimitaron como nunca antes las funciones reproductivas de las productivas, y los ordenamientos codificados atinentes a lo privado (por caso, el Código francés de 1804, que impactó fuertemente en nuestra América, aunque fue antecedido por las reformas prusianas de fines del XVIII). Estos plexos reflejaron los nuevos sentimientos e inteligibilidades sobre la “naturaleza” de la mujer. Durante el Antiguo Régimen, la moral aristocrática había sido mucho más permisiva con la conducta femenina, y una debo citar a Norbert Elias en su conocida obra El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas5 Las condiciones de posibilidad del nacimiento moderno de la Historia se correspondieron con las condiciones de posibilidad ofrecidas a los varones. Recordemos que las mujeres no tenían acceso a las universidades y que la “modernización” de los claustros significó la clausura de su participación. La enseñanza de la Historia – tal como lo revela Smith – pasó a significar una determinada selección de las vocaciones masculinas entre ciertos estratos sociales, inclinaciones que se tornaron aun más misóginas en los ciclos de preparación, y es necesario recordar que la escuela media también les estaba vedada a las jóvenes. La autora revela la densidad del imaginario que subordinaba a las mujeres, las formas despectivas con que se desautorizaba su raciocinio y las burlas de que eran objeto cuando se ponía en consideración su inteligencia. Las atmósferas de hostilidad de género eran corrientes e inundaban los ambientes escolásticos, pero lo que revela Smith es que a menudo también se expresaban fuertes rivalidades entre bandos de muchachos, de modo que los internados solían convertirse en violentos campos de batalla. La autora señala que la violencia de las relaciones masculinas pudo ser un fuerte ingrediente para aproximarles sentidos a la historia profesional que se entusiasmó con los escenarios épicos del pasado. Política y guerra fueron dimensiones de espeso andamiaje en los primeros ciclos de interés de los historiadores.
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Pero hay dos aspectos que fortalecieron la trama misógina de la disciplina. En primer lugar, la necesidad incuestionable de recurrir a un nuevo medio, el archivo, y en segundo lugar, la habilitación de un instituto primordial de la enseñanza de la Historia durante el transcurso del XIX (y bien entrado el XX): el seminario. Smith desarrolla con especial lucidez la sinergia de ambos fenómenos que contribuyeron a la tajante división jerarquizada de los géneros en el oficio. El archivo, decisivo para nutrir de datos a la Historia, era un reducto relativamente nuevo – una construcción de los estados modernos, aunque bien antecedidos por archivos eclesiásticos-, al que sólo podía accederse viajando, alejándose de la casa paterna, lo que representaba una multiplicación de las amenazas tratándose de mujeres. Para los varones, el archivo tenía mucho de encantamiento y sortilegio, aunque también de tensión. Smith refiere diversos testimonios que rinden una manifiesta “fetichización” del archivo – con perdurables efectos según su perspectiva -, donde no faltaban imágenes de inquietud y hasta de zozobra por sus vericuetos intrincados, casi inescrutables. “Archives were dusty and dark; light was the enemy of old documents. Fading the ink, and extremes of temperature were also damaging”6 (Smith, 2000:119). Se trataba de sentimientos a menudo animados por la necesidad de “liberar los datos”, como se libera a una princesa del castillo donde está encerrada… Para nuestra autora, la “fetichización” del locus archivístico suscitaba también imágenes inescindibles de la sexualidad:
“As novelists were adding a richly sexual component to fetishistic themes in their work (…), so historians sheltered their commitment to documents in the lush safe-haven of sexuality fetishistic or amorous metaphors (…) Ranke´s characterization of his archival research as driven by “desire” and “lust” invoked the fundamental truth of sex, while his metaphors of princesses and virgins sheltered him in pure love”7 (Smith, 2000: 124)
Más allá de las fantasías que los archivos promovieron entre los consultantes profesionales de la Historia en el XIX, se empinaba la certeza de que no era un lugar apropiado para la concurrencia de mujeres. Impedidas de asistir a cursos universitarios, como ya he señalado, menos aun se podía consentir los largos estacionamientos en los archivos. Debe recordarse que las primeras universidades que se abrieron a las mujeres fueron los de la costa-este norteamericana, y que la Universidad de Londres8 las admitió antes que Oxford y Cambridge, centros estos que sólo lo hicieron al finalizar la década de 1860. El archivo se erguía como un impedimento más para que las mujeres pudieran consagrarse a la Historia. El otro instrumento fundamental empleado en la enseñanza de la disciplina, fue el seminario. Para Smith, se trataba de un medio selectivo por parte de los profesores que reunían a un grupo de estudiantes para
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enrique1cer la información, acentuar el punto de vista del regente de cátedra, estimular vocaciones, y – circunstancia nada menor – afianzar lazos de “capilla” y corporativos. La membresía de un seminario era sin duda deliberadamente escogida, lo que pudo significar que no pocas veces el catedrático observara la riqueza y, sobre todo, el poder de familiares y benefactores. Seguramente, como en el caso de Rank, era fundamental en un joven la sensibilidad por el conocimiento, la inteligencia y la astucia en la aplicación y el apego disciplinario. En el ambiente prusiano contó la idiosincrasia meritocrática por encima de los antecedentes de linaje y posición. Jóvenes lúcidos y esforzados fueron decisivos en la elección de las candidaturas al círculo áureo del seminario, y una vez que se ingresaba, el catedrático establecía las reglas de funcionamiento. La tradición del seminario fue central en la formación profesional, y no deja de sorprender que el instituto tuviera manifestaciones diferentes en el área prusiana, y en otros estados germánicos, a las de los medios académicos anglosajones. En los primeros, el profesor se reunía con los estudiantes en su domicilio particular, mientras que en Inglaterra y en los EEUU, la práctica “privada” de la discusión en seminario fue llevada a una esfera sin duda más pública, a un ambiente perteneciente a las propias universidades. Smith narra el estilo rankiano de conducción del seminario que producía encantamiento y reverencia. No faltaban al maestro las actitudes histriónicas y las expresiones actuadas para revelar, como un surtidor, las explicaciones, suscitando intervenciones de los muchachos que tenían el privilegio de su seminario - muchos de los cuales hicieron célebres carreras como historiadores. Desde luego, se trataba de invocaciones apasionadas para elucidar “los hechos tal como realmente fueron”, uno de los principios de su concepción. Sin embargo, y a pesar de la cientificidad y objetividad con que Rank pretendía tratar los acontecimientos del pasado, retirándoles la antigua sacramentalidad y despojándolos de cualquier servidumbre partidaria, el padre de la Historia moderna mantenía fidelidad a la idea de la trascendencia divina – al final, era Dios el hilo conductor- y hacía reserva de la Política, aunque finalmente resultaba inescindible del filo de los acontecimientos. Las prácticas masculinas de la Historia fueron hegemónicas y la disciplina tuvo las características que sus oficiantes varones dispusieron. Sus concepciones y sus tópicos se configuraron en torno de sensibilidades e intelecciones. patriarcales – asegura Smith –, basados en el temor a las sensorialidades y al cuerpo, que era lo femenino, y se situaban lejos de la “vida real”. Vale la pena demorarnos en esta cita de la autora: “ The Historical methodology articulated the femininity of the physical evidence that one looked at, in ways completely in accord with the general tendency of the modern period to sex the scientifically observed body as female. The methodology gendered history as well, since traits of the male historians recapitulated the general ideals of
nineteenth -century manhood: self regulation, transparency, authenticity, and
representation of universality; the need to accomplish hard work by following detailes procedures; and the
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priority of de calm, lucid, and disembodied mind beyond the realm of contingencies such as class, religion, race or nationality. Historical language duplicated the language of universalized masculinity - this is, masculinity functioning beyond the realm of such contingencies as gender itself” 9 (Smith 2000: 141) Aunque Smith no incursiona sobre el conjunto de la historiografía romántica ejercida por diversos autores, tal vez podría matizarse esta irrefutable consideración en figuras como Jules Michelet, quien se detuvo en el umbral mismo del “abismo de los sexos”. Sus alusiones a ciertas formas de la sexualidad que caracterizaban el flujo de la Historia (en todo caso empleando metáforas femeninas), sus preocupaciones con la condición de las mujeres, su recuperación de las figuras femeninas de la Revolución10, su trabajo todavía notable sobre la bruja11, podrían haber significado una alteración de la historiografía dominante. Pero como bien sabemos, si Michelet se percató de las mujeres en el torrente de la Historia, y hasta las reverenció al punto de hacerlas sujetos superiores – sí,
por completo superiores a los varones!-,
justamente por eso no podían ser
contaminadas con las máculas de lo público. Su lugar no podía ser otro que el sagrado y recóndito hogar…12
Historiadoras en las márgenes Aunque impedidas en gran medida de educación formal, no pocas jóvenes pertenecientes a grupos sociales mejor situados obtuvieron destrezas en lectoescritura. Por lo general, las clases medias europeas y americanas prodigaban cierto tipo de educación, no siempre casera, a las hijas. Desde luego, la carencia educativa era extendida entre las niñas y jóvenes de las clases populares, y ni hablar de las de extracción campesina. Con habilidad para la escritura y con subjetividades movilizadas, las mujeres de las familias más holgadas en recursos encontraron en la narración del pasado una vía expresiva, pero no tuvieron más remedio que ocupar las márgenes del camino de los profesionales de la Historia. Ong13 ha señalado que la narrativa, preservando la forma manuscita – pues era muy difícil llegar a la imprenta-, pudo estar en las manos de mujeres, aunque menguaran las posibilidades de disponer de amplios públicos. Debemos reparar en que, paradójicamente, las condiciones tal vez más represoras de Inglaterra fueron un acicate para jóvenes que no se amoldaban por completo a las convenciones o que necesitaran ganarse la vida, de ahí que brotara una novelística femenina excepcional en aquel país14. La aptitud narradora llevó a muchas mujeres, en diversas latitudes, a construir tramas históricas “amateur” de acuerdo con la singular investigación de Smith quien nos propone pensar en cierta circunstancia propiciatoria de esa inclinación. Nuestra autora se refiere al impacto de lo traumático en la vida de la mayoría de esas mujeres, pero no sólo a circunstancias a veces devastadoras – como la muerte de
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un hijo, del marido o de otro ser íntimo y muy querido -, sino a los contextos personales hostiles y humillantes, cuando no abusivos, a las crisis económicas, a las guerras, que se revelaron seguramente como un desafío a la resiliencia (en términos que hoy empleamos), sorteando el drama existencial. Podría discutirse el “hecho traumático” como desencadenante “amateur”
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para la condición femenina y para estimular la historia
- aunque en general sólo se piensa en los traumatismos sociales que impactan a los varones - ,
pero Smith nos ofrece una amplio repertorio de historiadoras “silenciosas” para los moldes profesionales de la disciplina, que hicieron un camino, en la mayoría de los casos con escaso o nulo reconocimiento de sus habilidades para construir historias. Vale la pena rememorar algunos nombres de las cerca de treinta mujeres cuyas contribuciones recoge Smith en The gender of History. Resulta imprescindible, como lo hace Smith, comenzar por Germaine de Stäel16, una de las mujeres más controvertidas, y también de las más inteligentes y osadas que testimonió acerca del fin de ciclo del Antiguo Régimen y la expansión iluminista. Para Smith – que ha analizado también Corinne, emblemática novela que pone de relieve a la heroína que tanto popularidad alcanzaría al punto de ser modelo de conductas femeninas-,
hay que volver la mirada sobre su obra historiográfica, Considérations sur les principaux
événements de la Révolution française, en la que historió los acontecimientos entre 1780 y 1815. Para de Stäel había un principio metodológico que se resumía en abandonar el “espíritu de partido”, pues cualquier narración sometida a este espíritu devendría en posiciones alejadas de la verdad. Véase esta frase:
«Or, quand la pensée est une fois saisie de 1'esprit de parti, ce n'est pas des objets á soi, mais de soi vers les objets que partent les pressions . [ . . . ] et 1'oeil donne la forme au lieu de recevoir 1'image»17
Sin embargo, y tal como ha puesto de manifiesto Smith, la perspectiva de nuestra autora para narrar los acontecimientos de la Revolución – y no sólo estos - adquiere un notable significado político aunque reposa sobre sentimientos dolorosos, que dan lugar a fantasmas y espectros, convirtiéndose casi en un programa historiográfico. Aunque con certeza menos abonada por la documentación rigurosa, su interpretación sobre los actores y sus móviles fortalece la idea de la agencia política, de la naturaleza política de los hechos, pero con un envolvimiento personal que parece corpóreo y al servicio de sus íntimos convencimientos. Stäel participa del género amateur en una fase que es inmediatamente anterior a la profesionalización de la Historia, en un momento en que todavía los historiadores están próximos a la teología y la filología, y que la atmósfera transida de subjetividad romántica se traduce como un limbo, como “opium dreamer” – opio soñador o narcótico. Este aspecto es especialmente considerado por Smith quien elabora la tesis de que la
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resonancia subjetiva para determinado grupo femenino, más cerca de lo letrado y por lo tanto más alejado de las delimitaciones generizadas, se cifra en la idea del “genio”. En efecto, el talante genial se condensa en la figura de Corinne, y resultan notables los propósitos “históricos” de la novela, la emanación de sentidos de la heroica muchacha cuya saga no es contingente. La historia de Corinne se constituye como una trama trágica que da transparencia a la Historia. Para Smith hay un recorrido de Staël, como evocadora del pasado, que permite sostener el concepto de “erótica narcótica” debido la incandescencia sensorial de lo relacional, al juego de los contrastes dramáticos, o en sus palabras: “Thus, a deep sense the difference drove the genius historical sensibility – the sense of difference between the humbly and the mighty, the vanquished and the victors, the dead and the living. This irreconcilable disparity was not tamed by knowledge or made “real” by de convincing narrative, but was manifested in the presence of ghosts, specters, and other haunting apparitions”18 (Smith, 2000: 25)
Se trata, en todo caso, de vínculos entre “cuerpos sensibles”, de ahí que haya una regencia de lo erótico en la escritura de de Stäel y de muchas otras narradoras de su época: “History as rhetoric, as performance, as embodied immanence fills the interstices among individuals, gluing them into a sensible unity. Bodies replace an imagines readership, a transparent citizenry, and a disappearing narrator in this still-unexamined and unique depiction of the republic”19 (Smith, 2000: 27)
Es esta interpretación de Smith acerca del trazado erótico de la narrativa de Stäel, lo que permite la hipótesis de que el encuentro con el pasado es “corporal, posado sobre la cuasi imposible representación que se permiten las mujeres fuera de las sensaciones y emociones. Son los propios cuerpos los que se juegan en la narrativa de aquella desafiante amateur, al final una exiliada – recuérdese la expulsión de Mme. de Stäel por largo tiempo de Francia - como en alguna medida, lo son todas las mujeres en la sociedad decimonónica y mucho más acá. Otra figura singular entre las historiadoras no profesionales que corresponden a ese primer periodo del XIX, es Mercy Otis Warren (1728-1814), a quien se debe “History of the Rise, Progress, and Termination of the
American Revolution”. Esta obra de más de mil trescientas páginas tuvo defensores y detractores, y luego fue olvidada por la historiografía norteamericana. Mercy había escrito una suerte de libelo en 1788, a propósito del debate constitucional, Observations on the new Constitution, and on the Federal and State Conventions que firmó como "A Columbian Patriot” y cuya identidad reveló Catherine Macauly un poco más tarde. Mercy
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escribió prolíficamente – y durante bastante tiempo con seudónimos -, pero su historia sobre la revolución norteamericana resulta especialmente focalizada por Smith, quien analiza a esta sagaz norteamericana – cuyos marido y hermanos fueron líderes de la contienda de la Independencia–, en el contexto de los horrores producidos por la guerra, un escenario de continuidades sangrientas que escapaba a la consideración masculina de los oficiantes formales de la historia y que llevaba a que amigos- como John Adams- pusiera en tela de juicio sus agudos punto de vista. El ambiente traumático de la guerra fue decisivo para la exhibición de una forma de narrar transida de subjetividad pero que pudo reparar en ciertas insensateces de la conducta humana, más allá de su propia adhesión a los principios del proceso independentista. ·
Entre las más destacadas historiadoras amateur de la Europa de mediados del XIX, se distingue Cristina Trivulzio (1808-1871)20 – Cristina fue uno de sus tantos nombres -, hija de un holgado burgués que murió cuando era pequeña pero que muy joven obtuvo título nobiliario al casarse con el príncipe Emilio Barbiano de Belgiojoso. Todo indica que este matrimonio tuvo de hecho corta duración pero no se planteó el divorcio, ya que el príncipe -que no tenía ninguna vocación de fidelidad– comprendía que no podía cercenarse a la decidida Cristina, tal vez una punta de ruptura del modelo de masculinidad patrimonial, a la que todo indica acompañó en su particular bizarría política. En efecto Cristina ocupó un lugar destacado junto a las fuerzas liberales “carbonarias”, fue una aliada activa del mazzinismo y se distinguió por el empeño no sólo político sino también militar para expulsar de los austríacos. De modo retaliativo le fue incautada buena parte de la fortuna que disponía en Milán. Exiliada en Paris, adquirió reconocimiento por su militancia, mientras debía ganarse la vida haciendo costuras. En suma, Cristina Belgiojoso ocupa un lugar destacado en la escena política de ese proceso que se conoce como Il Resurgimiento, a mediados del XIX.
La escritura no la
abandonó nunca – debió vivir por un largo tiempo en Turquía, país del que hizo agudas observaciones- y no deja de sorprender la prolífica producción de textos, su participación como articulista en la Revue de Deux
Mondes, y hasta como “teórica” de la historia según lo evidencia la introducción que dedicó al notable humanista Giambatista Vico, poniendo en circulación “La Science Nouvelle, Vico et ses ouvres” en 1844. Otro de sus trabajos fue “Etude sur l´histoire de la Lombardie dans les trente dernières années, ou les causes du défault d´energie chez les Lombards, de 1846. Se ocupó de “La vie intime et la vie nomade en Orient” en la ya citada revista francesa, en 1855, donde pudo exhibir especialmente la condición sometida de las mujeres como ocurre también en “Les montagnes du Giaour, le Harem de Mustuk-bey et les femmes turques”, texto de 1855. Belgiojoso se dedicó a indagar la vida de las mujeres también en “Della presente condizione delle donne e del loro avvenire”, en “Nuova Antologia”, que vio la luz en 1866. Belgiojoso es una de las precursoras más analizadas en la actualidad, y no caben dudas sobre su capacidad intelectual, los trazos singulares de su
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inteligencia y muy especialmente su coraje. Ella condujo un grupo de cerca de trescientos soldados desde Nápoles a Milán para enfrentar a los austríacos – todo indica que no fue un acontecimiento “mitológico”-, y se ha sostenido que era su empecinada decisión y su manifiesta fuerza de carácter lo que hicieron posible ese acto militar. También sus biógrafos encuentran que no pocos varones le rendían enorme respecto, pero que difícilmente pudo sostenerse en esa función de comandante de tropa que azoraba a muchos contemporáneos. Finalmente, en esta sucinta presentación de apenas algunos casos de historiadoras sin títulos, que escribieron narrativas sensibles donde se subrayan perspectivas subjetivas – pero no antojadizas -, motivadas por contextos convulsivos y por experiencias personales traumáticas, introduzco a Lydia Maria Child (1802-1880)21 – su apellido paterno era Francis. Su biografía permite también asociar los cambios de época, la acentuación del camino hacia el feminismo que va desde nuestra primer narradora, de Stäel, pasando por cierta inclinación a los derechos de las mujeres exhibido por Belgiojoso, a la franca adhesión feminista de Child. Fue una de las escasas historiadoras que consiguió mayor formalidad educativa – asistió a un instituto para niñas y luego pudo asistir a cursos regulares, proceso en lo que tuvo que ver la decisión familiar y el contexto de Massachusets, en donde se manifestaba una atmósfera propicia a la elevación de las mujeres, y Lydia pudo dar lecciones en su ciudad Medford. Junto con su marido adhirieron a la causa abolicionista desarrollando una amplia labor difusora de apoyo a la dignificación de la población negra, a la que había que liberar sin dilaciones, y sin compensación a los propietarios. Esta radicalidad sin embargo no coincidía con el punto de vista de propiciar la lucha armada contra los esclavistas, por lo que abandonó la American Anti-Slavery Society. Sus posiciones por la libertad y la dignidad de quienes eran considerados inferiores – imprescindible recordar que el racialismo científico22 era moneda corriente- la había conducido a escribir una notable novela,
Hobomok: A Tale of Early Times en 1824, y lo peculiar de esta narrativa se cifraba en que hacía foco en un matrimonio interracial, entre un hombre que pertenecía a una etnia americana originaria y una blanca, circunstancia casi inadmisible en su sociedad y su tiempo, aun entre los espíritus más progresistas. Una de las narraciones vinculados a procesos históricos fue The Rebels, or Boston before the Revolution en 1828. En 1833 apareció su célebre An Appeal in Favor of That Class of Americans Called Africans una vibrante apelación por la libertad de los esclavos africanos. Child fue compañera de luchas de Lucretia y Mary Weston Chapman, feministas y abolicionistas como ella misma. Para Smith estas mujeres no pudieron ocupar la escena de la disciplina histórica. Por su condición de mujeres, y por lo tanto por un cierto horizonte de preocupaciones, percepciones y sensibilidades quedaron relegadas a
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las márgenes, mientras la disciplina fortaleció las reglas y procedimientos propuestos por varones ilustrados, a menudo muy eruditos, y cuyos puntos de vista resultaron dominantes.
De las narradoras amateur a las profesionales de la historia social y de las mujeres: la antecesora Eileen Power. Entre las tesis sostenidas por Bonnie Smith en The Gender of History, surge que hubo una transición de gran significado entre la primera leva de las narradoras amateur – algunas de las que acabo de ocuparme – y un ciclo de “alta producción amateur” en la fase final del XIX, momento en el que surgieron también ensayistas sociólogas y antropólogas con tópicos renovadores, como dar cuenta de la situación de determinados grupos femeninos.
Pero a inicios del siglo pasado toman cierto lugar las mujeres con formación y oficio de
historiadoras, como ocurrió con las norteamericanas Lucy Maynard Salmon, Violet Barbour, y Nellie Neilson para citar apenas algunas. Eileen Power (1889-1940)23 fue una de las primeras profesionales destacadas de la disciplina en Inglaterra. A pesar de las graves circunstancias familiares -su padre, bastante rico, fue condenado por fraudes, y su madre murió de tuberculosis cuando era una niña -, con una de sus hermanas tuvieron el privilegio de formarse en el Girton College de Oxford (gracias a los auxilios de una tía) y debe recordarse cuánto y cómo dominaban las costumbres segregacionistas misóginas en aquella prestigiosa Universidad24. Era una estudiante muy vivaz y de excelentes notas, y su graduación fue seguida de una formación adicional en Francia, donde confirmó su preferencia por los estudios medievales. En 1920 – recién graduada - se incorporó a la London School of Economics - fue la segunda mujer que ingresaba a esa notable casa como docente -, y en 1931 allí obtuvo el cargo de catedrática en el área de Historia. Desde 1938 y hasta su temprana muerte en 1940, fue profesora de Historia Económica en Cambridge. Fue una mujer decididamente libre en la elección de vínculos y afectos, y adhirió al feminismo que había abierto un surco singular en la sociedad inglesa, aspectos estos que concitaban especial suspicacia (y no sólo entonces). Se casó “grande” – como se decía en la época - con Michel M. Postan, quien era su ayudante en la cátedra, y que se tornaría muy reconocido –mucho más que la propia Eileen – por sus investigaciones en economía medieval. A pesar de las contribuciones renovadas de Eileen, de los cuadros singulares
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ción de las relaciones entre las clases y entre los sexos en diversos escenarios medievales, de la agudeza de las elucubraciones pioneras en torno de la condición de las religiosas, de la pericia en el manejo de fuentes documentales, el ambiente académico de la Historia – y los exégetas de de los varones regentes de la historiografía -, le retacearon reconocimiento. Berg revela que Donald Coleman – el distinguido historiador inglés en economía – sostenía que la obra de Power era “a cosy sort of social history, short on the analytical
and strong on the picturesque"25. Natalie Zamon Davies26 se ha interrogado acerca de las disimilitudes entre la recepción de Marc Bloch y la de esta medievalista con especial a los marcos fundamentales para comprender la “historia social”. Tórnase evidente que, como sostiene Smith en la obra que he focalizado, que las historiadoras como Power tributaron con la mengua de consideración – ubicadas en el segundo escalón del estatuto profesional - su condición de género. Smith va más lejos y sostiene que el imaginario de buena parte de la historiografía siglo XX – tal vez hasta mediados – también acomodó un sentido de “tercer sexo” para identificar a las profesionales de nuestro oficio. Me detengo en su notable Gente de la Edad Media27. Power había revelado el entrañable aspecto de la historiografía dominante por “las clases gobernantes”, y se dispuso a incorporar a campesinos – como Bodo y su mujer Ermentrude – con densidad descriptiva, desmenuzando su cotidianidad. Revela de Ermentrude:
“También ella está atareada pues es el día de pagar el tributo en aves de corral que consiste en una polla grande y cinco huevos. Deja a su hijita Hildegard al cuidado de su segundo hijo, de nueve años de edad y se encamina a la morada de una vecina que también tiene que ir a la casa grande. La vecina es una sierva y debe entregar al administrador una pieza de paño de lana que será enviada a Saint-Germain para hacer un hábito monacal. Su marido ha trabajado todo el día en los viñedos del amo, pues en este fundo por lo general los siervos cuidan de las viñas, mientras los hombres libres se ocupan de la labranza. Ermentrude y la mujer del siervo van a la casa señorial. Allí reina gran actividad, en el taller de los hombres se hayan varios diestros operarios…” (Power: 1994 :20
La ironía del relato sobre la famosa priora de Canterbury, Mme. Eglentyne – a quien Chaucer en sus famosos “Cuentos de Canterbury” había identificado mediante “una pintura encantadora y comprensiva de la gentileza femenina” – aunque cabían las interpretaciones mordaces sobre las licencias de la vida religiosa -, se convierte en una trama formidable de las relaciones entre la religión, las mujeres y la vida social. Véase este párrafo:
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Género, sociedad e historiografía
“Los conventos eran un espacio bastante propicio para el snobismo, si bien en ellos ingresaban damas de la nobleza e hijas de burgueses ricos, nunca podían hacerlo, en cambio, las muchachas pobres y de humilde cuna. En consecuencia quizás las monjas se dijeran que, si tenían en cuenta sus agradables maneras, su carácter apacible y sus amistades aristocráticas, sería muy acertado elegir a Eglentyne para suceder a la anciana superiora cuando ella muriera. Así lo hicieron…” (Power, 1994:107) Las monjas no eran santas, ni habían ingresado a la vida monástica por santidad sino por determinadas condiciones familiares y sociales que excluían su voluntad. Lo mismo ocurría con los varones. Power iluminó con toda suerte de trazos la trivialidad de la vida en los conventos, la familiaridad con el lenguaje procaz, la mundanalidad y hasta el autogobierno que daba lugar a toda suerte de conductas. Nuestra historiadora afirma con lucidez e ironía: “En el siglo XIV el mundo estaba lleno de peces fuera del agua”. De ese siglo es justamente es la “esposa del ménagier”, el ama de casa ideal a la que el “ménagier de Paris” (el dueño, el señor de Paris) dedicó un tratado de comportamiento. El autor era un burgués sesentón que había desposado a una quinceañera a quien se dirigió coloquialmente recordándole los mandatos fundamentales: “salvar a tu alma y confortar a tu marido”. Y aunque está plagado de indicaciones sobre la conducta recta, desde las formas domésticas a cómo salir a la calle acompañada siempre de damas sin focalizar la mirada antes circunstantes y mucho menos extraños, pasando sobre recomendaciones sobre atavíos -que no pueden ser exuberantes sino medidos-, y recomendaciones gastronómicas, el “menagier de Paris” es bastante gentil en sus admoniciones. Recuerda a su mujer que debe ser amable con él y confortarlo, y que hay tres situaciones insoportables para el marido, a saber: “las goteras en el techo, el humo de la chimenea, y una mujer regañona “(Power, 1994: 139) Es especialmente interesante el pasaje analizado por Power respeto de las relaciones con la servidumbre femenina. La historiadora pone en evidencia datos sobre el servicio doméstico parisino del siglo XIV que muestran cierta regulación y hasta estipulación de las retribuciones. Pero al parecer, los burgueses recelaban que se tornaran las verdaderas amas de casa… El análisis historiográfico de Power exhibe lo que era propio de las concepciones reinantes en la época: “Durante mucho tiempo los historiadores supusieron neciamente que sólo eran material histórico los reyes, las guerras, los parlamentos y el sistema jurídico; se contentaban con las crónicas y con las leyes del Parlamento, y ni siquiera les pasaba por la imaginación ir a buscar en los polvorientos archivos episcopales los grandes libros en donde los obispos del Medioevo asentaban todas las cartas(…)Pero cuando a los historiadores se les ocurrió acudir a esas fuentes, encontraron una mina de valiosa información sobre todos los aspectos de la vida social y eclesiástica(…) Casi todo lo que vale la pena debe ser extraído como se
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arrancan de la roca los metales preciosos(…) y cuando ha extraído debe ahondar su corazón porque de lo contrario no lo comprendería” (Power, 1994: 92)
Desde luego, los años 1920 fueron una transición entre la historiografía imputada por Power y el empinamiento de la Historia Social, pero a menudo se nos escapa que ella fue una avanzada en las nuevas concepciones, y hasta avizoró las relaciones de género, lo que se advierte en el texto analizado además de haber dedicado análisis a la cuestión de “muchachas y muchachos”. Creo que ese suelo fue el fermento, en la segunda mitad del siglo pasado, de una historiografía con nombre propio, la de las mujeres y las relaciones de género, tal como se constata en el área anglosajona y en Francia, España y Alemania, por citar influencias que han impactado en América Latina. He sostenido28 que sin una historiografía “social” antecedente ha sido difícil en nuestros países abrir el camino a los nuevos sujetos – mujeres, sujetos de sexualidad disidentes y otros excluidos-, pero ese giro ha significado también transformaciones sustantivas de la “historia social”. Pero más allá del camino andado, creo que estamos en deuda con la “historiografía” oficiada en las márgenes por las narradoras amateur, y aún por la que produjeron nuestras primeras historiadoras profesionales. No se trata sólo de un gesto reparador, podría ser un acto de singular aprendizaje.
1
Gisela Bock, ”La Historia de las mujeres y la Historia del género: aspectos de un debate internacional”, en Historia Social, nª9 ,
1991 – pp 55-77.P. 75 2
El término “ciencia normal” se utiliza para dar cuenta de las formas estandarizadas de la ciencia, y se refiere a sus
conformaciones “usuales y repetitivas”. Ver especialmente Thomas Khun, La estructura de las revoluciones científicas. México: FCE, 1971; Sandra Harding, Ciencia y feminismo. Madrid: Morata, 1996 3
Debemos a Norbert Elias intepretaciones sociológicas singulares respecto del movimiento que a menudo han seguido los
grupos subalternos imitando las pautas de las clases dominantes Norbert elias, El proceso de la civilización. Investigaciones
sociogenéticas y psicogenéticas”. México: FCE, 1978. 4
Historiadora norteamericana, profesora en la Rutgers University, autora de una vasta obra entre las que se cuentan además de
The Gender of History: Men, Women, and Historical Practice, Harvard UP, 1998, The Making of the West Concise, con Lynn Hunt, Thomas Martin, y Barbara Rosenwein, Bedford St Martins’s, 2013; Women’s Studies: The Basics , Routledge, 2013; Sources of
Crossroads and Cultures con Marc Van de Mieroop, Richard von Glahn, y Kris Lane , Bedford St. Martins, 2012; “Europe and Russia” con Donald R. Kelley in Jerry Bentley, ed. Oxford Companion to World History, Oxford University Press, 2011; “Historians” con Donald R. Kelley for Ulinka Rublak, ed., Oxford Companion to Historical Writing, Oxford University Press, 2011; “Women in the Twentieth Century World” en Michael Adas, ed. Twentieth Century World History, Temple University Press, 2010; “W Women’s History: A Retrospective from the United States,” SIGNS, 2010omen’s History: A Retrospective from the United States,” SIGNS, 25.
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Género, sociedad e historiografía
Nº 3 Spring 2010. pp 723-747 ; “Gender and History,” en Angelika Epple and Angelika Schaser, eds. Gendering Historiography , Berlin: 2009. 5
Norbert Elias, op.cit.
6
Trad. de la autora: “Los archivos estaban llenos de polvo y de oscuridad, la luz era el enemigo de documentos antiguos
desvanecidos por la tinta, y las temperaturas extremas eran perjudiciales " 7
Trad.de la autora: “ A medida que los novelistas agregaban un componente ricamente sexual a temas fetichistas en su trabajo
(...), los historiadores preservaban su compromiso con los documentos en el exuberante refugio seguro de la sexualidad fetichista o de las metáforas amorosas (...) Ranke caracterizaba su investigación en los archivos como impulsado por el "deseo" y "lujuria", e invocaba la verdad fundamental de las relaciones sexuales, mientras que sus metáforas de princesas y vírgenes lo resguardaban en el amor puro " 8
La London University fue creada con el objetivo de garantizar mayor equidad a los varones que procedían de grupos sociales y
creencias no admitidos en el sistema Oxford-Cambridge. 9
Trad. de la autora: “La metodología histórica articuló la feminidad de la evidencia física completamente de acuerdo con la
tendencia general de la época moderna, el sexo del cuerpo era observado científicamente como femenino. La metodología histórica, en manos masculinas, recapitulaba los ideales generales de hombría del siglo XIX: autorregulación, transparencia, autenticidad, y representación de la universalidad; la necesidad de lograr un trabajo duro siguiendo procedimientos detallados; y la prioridad de calma, la lucidez, y la mente sin cuerpo más allá del reino de contingencias tales como la clase, la religión, la raza o la nacionalidad. El lenguaje histórico duplicó el idioma de la masculinidad universalizada; esto es, la masculinidad de funcionar más allá del reino de contingencias tales como el género mismo” 10
Jules Michelet, Mujeres de la Revolución. Madrid: Trifaldi, 2010
11
Jules Michelet, La bruja: Un estudio de las supersticiones en la Edad Media. Madrid: Akal, 2004
12
Jules Michelet, La mujer. México: FCE, 2004; El amor. Barcelona: Imprenta Ramirez, 1861
13
Walter Ong, Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. México: FCE, 1987
14
Basta pensar en las figuras de Jane Austen, las hermanas Anne, Charolte y Emily Brontë, Mary Shelley, Mary Ann Evans (George
Eliot), Elizabeth Gaskell, Mary Elizabeth Braddon, Matilda Betham-Edwards, Letitia Elizabeth Landon, entre las que se destacaron por la escritura. La tradición iunglesa es remarcable en materia de plumas de mujeres, al punto que se ha consagrado a Virginia Woolf, la notable crítica de la cultura patriarcal, como la figura más importante de la Literatura de ese país 15
Dominik LaCapra, emplea la noción de traumático para dar cuenta de la historiografía contemporánea, y justamente Smith
encara críticamente esa perspectiva vinculada a los oficiantes masculino. Historia y Memoria después de Auschwitz. Buenos Aires: Prometeo, 2009,. 16
Nacida Anne Louise Germaine Necker (1766-1817), fue hija del notable banquero Jacques Necker – de origen suizo, y ministro
de Luis XVI – y de Suzane Curchod, quien se empeño en darle una educación cuidada, lo que facilitó la continuidad de uno de los más famosos salones literarios de fines del XVIII. Se casó con el embajador sueco Barón de Stäel y tuvo tres hijos. Durante la Revolución estuvo al lado de Telleyrand, y aunque acompañó muy de cerca el ascenso de Napoleón Bonaparte, surgió una profunda enemistad. Se ha sostenido que fue a raíz de la tentativa por parte de este de ayudar a los revolucionarios suizos y que
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Mme. De Stäel recelaba de la pérdida de sus bienes en ese país si aquellos triunfaban, lo que orientaron sus posiciones. También se ha sindicado el motivo de la ruptura – que obligó a nuestra mujer a salir de Francia - a las desaveniencias entre Napoleón y Benjamin Constant, a la sazón, su amante. Mme. De Stäel fue notablemente independiente y no reparó en vivir experiencias amorosas erráticas, lo que le significó condenas sociales implacables. Pero no fue tanto la “moral sexual” lo que buena parte de sus contemporáneos reclamaban, sino su intrepidez, su capacidad de decisión y la libertad de pensamiento lo que resultaba condenable. 17
Mme. De Staël, "De 1'influence des passions sur le bonheur des individus et des nations”, en Oeuvres Complétes, vol. I, pág. 145
Cit. por Wolfgang Bader “El pensamiento político de Mme de Stäel. Contribución a una historia de la literatura comparada”, p. 10. Trad. de la autora: “Cuando el pensamiento está inundado del espíritu de partido, no es más objetivo, sino una manifestación subjetiva hacia los objetos, y el ojo da la forma en lugar de recibir la imagen”. 18
Trad.de la autora: “Por lo tanto, un sentido profundo de la diferencia condujo al genio de la sensibilidad histórica - el sentido
de la diferencia entre la humilde y lo poderoso,
los vencidos y los vencedores, los muertos y los vivos. Esta disparidad
irreconciliable no fue domesticada por el conocimiento, que se hace "real" en la narrativa para convencer, pero que se manifiesta como presencia de fantasmas, espectros y otras apariciones inquietantes” 19
Trad. de la autora: “La historia como retórica, como producción, como inmanencia encarnada, llena los intersticios entre los
individuos, dándoles una unidad sensible. Los cuerpos reemplazan a un público lector imaginado, a una ciudadanía transparente, y al narrador que desaparece en esta representación aún no examinada y única de la República”. 20
Ver especialmente Ludovico Incisa e Alberica Trivulzio, Cristina di Belgioioso. Milano: Rusconi,1984; Arrigo Petacco, La
principessa del Nord. Milano: Rizzoli 1992. 21
Ver especialmente, Helene Gilbert Baer The Heart is Like Heaven: the life of Lydia Maria Child. University of Pennsylvania Press,
1964; Carolyn L. Karcher, The First Woman in the Republic: A Cultural Biography of Lydia Maria Child. Durham: Duke UP, 1994. Shirley Samuels, The Culture of Sentiment: Race, Gender and Sentimentality in Nineteenth-Century America. New York: Oxford UP, 1992. 22
23
Tzvetan Todorov, Nosotros y los otros. Reflexión sobre la diversidad humana. México: Siglo XXI, 1991. En su prolífica obra se encuentran: The Paycockes of Coggeshall (1919); The Unconquered Knight. A Chronicle of the Deeds of
Don Pero Nino, Count of Buelna de Gamez (1920); Medieval English Nunneries (1922); Medieval People (1924) – traducido como “Gente de la Edad Media”-, Don Juan of Persia: A Shiah Catholic (1926) editado con E. Denison Ross;Boys & Girls of History (1926) con Rhoda Power; Cities and Their Stories, an Introduction to the Study Of European History (1927) con Rhoda Power; Hans
Staden. The True History of His Captivity - 1557 (1928) editado con E. Denison Ross; Hernando Cortes - Five Letters 15191526 (1928) editado con E. Denison Ross;Huc & Gabet. Travels in Tartary, Thibet and China 1844-46, George Routledge (1928, 2 volumes) ed. Eileen Power and E. Denison Ross; More Boys & Girls of History (1928) con Rhoda Power; Memoirs of Lorenzo Da
Ponte : Mozart's Librettist (1929) editado con Elizabeth Drew. 02 Travels New York: Hill & Wang, 2006.
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Género, sociedad e historiografía
24
Ver especialmente Maxine Berg, A Woman in History: Eileen Power, 1889-1940.
Cambridge: Cambridge University Press, 1996 25 26
Trad. de la autora: “Una acogedora especie de historia social, corta en la analítica y fuerte en lo pintoresco” Natalie Zamon Davies, “History's two bodies”, en American Historical Review, 93 (1988).pp. 572-603.
27
Eileen Power, Gente de la Edad Media. Buenos Aires: EUDEBA, 1994
28
Dora Barrancos, “Mujeres y Género en la historiografía latinoamericana. Balance y perspectivas”, en Pilar Pérez-Fuentes
Hernández (ed), Entre dos orillas: Las mujeres en la historia de España y América Latina. Barcelona:AEIHM/Icaria, 2012
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Avatares de un periodo: la revista Primera Plana entre 1966 y 1970. Del apoyo al golpe de Estado a la clausura Ezequiel R. Berlochi (UNR)
eze_berlochi@hotmail.com
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Ezequiel Berlochi
Resumen: El presente artículo aborda la relación entre la revista Primera Plana y el gobierno de facto del general Juan Carlos Onganía. Parte del interés por estudiar ésta cuestión, está dada por el escaso tratamiento que se le ha dado al rol del semanario durante el periodo 1966-1970, ya que la mayoría de los trabajos se orientan a analizar el papel que ocupó la revista en la desestabilización del gobierno de Arturo Illia y en la formación de la imagen de Onganía como la del líder que necesitaba el país. De este modo, hemos podido establecer que durante el mencionado periodo, Primera Plana atravesó por tres etapas en su relación con el gobierno de facto. En la primera, se preocupó por brindar cierta legitimidad al gobierno militar, como así también a orientar sus políticas y en criticar aquellas que lo alejaban de su objetivo principal. En una segunda etapa, la relación se recompone, en gran medida gracias a la instauración del programa económico de Krieger Vasena, el cual era apoyado por la publicación. En la última etapa, nos encontramos con la ruptura definitiva de la revista con el gobierno, que llevará a la clausura de la misma. Palabras clave: Semanario, política económica, nota editorial, medios de comunicación, Onganiato Abstract: This article addresses the relationship between the magazine Primera Plana and the de facto government of General Juan Carlos Onganía. Part of the interest in studying this question is given by the limited treatment that has been given to the role of the weekly during the period 1966-1970, as most of the work is aimed at analyzing the role he held the magazine in destabilizing Arturo Illia government and the formation of the image of Onganía as leader the country needed. Thus, we could establish that during that period, Primera Plana went through three stages in its relation to the de facto government. In the first, worried for providing some legitimacy to the military government, as well as to guide policy and criticize those that kept him away from his main objective. In a second step, the relationship is recomposed, largely due to the implementation of Krieger Vasena`s economic program, which was supported by the publication. In the last step, we find the final break of the magazine with the government, leading to the closure of the same. Keywords: Weekly, economic policy, editorial, media, Onganiato
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Avatares de un periodo: la revista Primera Plana entre 1966 y 1970. Del apoyo al golpe de Estado a la clausura
Introducción La década de los `60 representó en nuestro país una compleja variedad de cambios, especialmente desde lo cultural, pero también desde lo político y social. Es un lapso marcado por la proscripción del peronismo y el inicio de la intervención de la juventud en política. De igual manera, es una época en donde la política local se subordina al conflicto Este-Oeste, en el marco de la Doctrina de Seguridad Nacional, donde todo movimiento social y contestatario al orden establecido, fue visto como un avance de la “amenaza roja”. También fue la década en la que aparecen los grandes semanarios y con ellos, una nueva manera de percibir la realidad. En 1962 nace Primera Plana, una de las publicaciones más importantes e influyentes de la Argentina, cuyo destacado papel en la desestabilización y posterior derrocamiento al gobierno de Arturo Illia, es bien conocido. Ahora bien, lo que nos proponemos llevar a cabo en el presente trabajo es analizar la revista
Primera Plana, durante el período de gobierno del general Juan Carlos Onganía (1966-1970)1. Creemos importante estudiar la función que ocupó Primera Plana durante el onganiato, ya que si bien durante el periodo anterior la revista habría brindado un incondicional apoyo a Onganía, perfilándolo como el líder que necesitaba el país para salir de la profunda crisis en que se hallaba, una vez en el poder, la relación entre el semanario y el gobierno de facto no habría sido tan “estrecha” como era de esperarse. En este sentido, creemos importante relevar los posicionamientos del semanario sobre las políticas desplegadas por el onganiato, en lo referente a los cambios que se proponía realizar el mismo en cuanto al sistema de gobierno y régimen político, como así también sobre la economía. Para ello, trataremos de poner en comparación los objetivos y conceptos centrales del gobierno y los de la revista en torno a los objetivos de orden y modernización. De este modo, consideramos que, si bien en un primer momento la revista apoyó la figura de Onganía, dicho apoyo se diluyó con el tiempo, a medida que el gobierno de facto fue incapaz de mantener sus dos objetivos básicos, en gran medida ocasionado por la postura mesiánica y cerrada del gobierno de facto, que le es reprochada por Primera Plana. Paralelamente, es posible apreciar una postura por parte del semanario ligada
1
El presente artículo, es un resumen de mi tesina de grado, presentada en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones
Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario, en el marco de la Licenciatura en Ciencia Política. La misma, fue defendida en el mes de octubre de 2013 y contó con la dirección de la profesora Alicia Megías. Fundamentalmente, se resume el tercer capítulo de la misma donde se analiza en detalle la relación entre Primera Plana y el gobierno de Onganía. Una versión preliminar de este trabajo, fue presentado en las II Jornadas de Ciencia Política del Litoral, en mayo de 2014.
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Laura Caruso Ezequiel Berlochi
a la facción liberal del régimen, provocando una fuerte tensión con la corriente paternalista, a la que respondía Onganía. Ello era un claro indicio de las discrepancias sobre el régimen político y el modelo económico a instaurar por parte del gobierno de facto, en contraposición a la postura sostenida por el semanario. Nuestra investigación, nos ha llevado a poder distinguir tres etapas en la relación entre el semanario y el gobierno de facto. En la primera, se hace patente un apoyo explícito a la gestión militar, haciendo énfasis en la legitimación del gobierno y en la orientación del camino a seguir, aunque ello no implicara que la revista critique algunas medidas como la intervención en las universidades y la política económica de Néstor Salimei. En el segundo ciclo, podemos observar una recomposición de la relación entre la revista y el gobierno, fundamentalmente dado por la política económica de corte liberal, que era defendida por el semanario. Finalmente, en la tercera etapa, advertimos un quiebre definitivo con el régimen de facto, marcado por la oposición explicita de Primera Plana al gobierno de Onganía, lo que ocasionó la clausura de la publicación en agosto de 1969. Sin embargo, la clausura no impidió que la revista continuara saliendo bajo otro nombre. A continuación, realizaremos una breve caracterización de la revista, para luego pasar a analizar los posicionamientos de la publicación en torno a los objetivos de la Revolución Argentina y a las corrientes internas de la misma. Finalmente, examinaremos en detalle las etapas por las que atravesó Primera Plana, en relación al régimen del general Onganía.
La revista Primera Plana. Una nueva forma de hacer periodismo El primer número de Primera Plana, vio la luz el 7 de noviembre de 1962 de la mano del reconocido periodista y empresario Jacobo Timerman2, quien tuvo a su cargo la tarea de fundar y dirigir una revista para la difusión del proyecto político promovido por la facción azul del Ejército argentino. Inicialmente, el semanario
2
Timerman, fue director de Primera Plana hasta 1964, cuando vende su parte de las acciones de la revista a su socio, Victorio
dalle Nogare, quien pasó a ser su nuevo director. En cuanto al equipo con que contó Timerman para la primera etapa de la revista, se destacaron jóvenes y talentosos escritores y periodistas entre los que figuraron Tomas Eloy Martínez, Ramiro de Casasbellas, Ernesto Schoó, Hugo Gambini, entre otros. A su vez, en 1964, se incorporó Mariano Grondona, quizás el más importante editorialista político con que contó el semanario. Además del staff regular, la revista contó con la participación de columnistas especiales tanto nacionales como extranjeros, como así también con la reproducción de artículos periodísticos que eran originalmente publicados en revistas extranjeras como Time o Newsweek, generalmente vinculados a analizar la política internacional. Finalmente, entre las principales características de Primera Plana, debe mencionarse el uso de las caricaturas, especialmente las de Flax (Lino Palacios), que terminaban operando como un editorial grafico paralelo.
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Avatares de un periodo: la revista Primera Plana entre 1966 y 1970. Del apoyo al golpe de Estado a la clausura
pretendió presentarse como una publicación independiente e imparcial del acontecer político nacional, rasgo que pronto quedó en el olvido, cuando la revista se puso al frente del lobby golpista contra el gobierno de Arturo Illia. A pesar de ello, Primera Plana no dejó nunca de esgrimir su papel como semanario de información general, orientado a un segmento específico de la sociedad argentina. Es así como la revista anhelaba ser la lectura de cabecera de aquellas personas fuertemente vinculadas con la toma de decisiones, tanto políticas como empresariales. Pero antes de profundizar estos aspectos, creemos necesario hacer referencia a dos cuestiones. Por un lado, la importancia política y social que tuvieron las revistas de actualidad; y por otro, la llegada al país de una nueva forma de hacer periodismo y de (re)construir la realidad, que se vio reflejada en las páginas de esta revista. Respecto a la primera cuestión, cobra especial relevancia la amplia influencia y la masividad del acceso a fuentes de información escritas, en una sociedad como la argentina de los años `60, donde todavía no había predominio de medios audiovisuales. De este modo, las revistas de actualidad o de información general desempeñaron “un rol central como actores políticos, formadores de opinión; como factores de presión, representantes de los intereses de factores de poder; como portadoras de argumentos para incidir e interactuar en la realidad de su tiempo al sugerir propuestas a los diferentes instancias del poder y la comunidad”3. Estas revistas estaban orientadas a satisfacer las inquietudes de un determinado público, de alto nivel económico y cultural que buscaba no sólo estar bien informado, sino que las publicaciones trataran los temas políticos y económicos con la mayor seriedad posible y de un modo “neutral”. Además, este selecto target buscaba informarse sobre las últimas tendencias artísticas, ya sea en literatura como en cine, música y arte. Es por ello que las revistas de los `60, les dedicaran una especial atención a la difusión de las expresiones artísticas de vanguardia; como así también, difundirán aquellos productos para el consumo de masas. En la mayoría de los casos, estas revistas promovían el desarrollo y la modernización económica ligada al capital extranjero y al libre mercado, por lo cual, su matiz ideológico se orientaba a defender la libertad de mercado contra el intervencionismo estatal. De este modo, no es extraño que las distintas publicaciones hicieran causa común contra el gobierno de Illia y su impronta intervencionista, teniendo especialmente en cuenta los aportes que realizaban las distintas empresas de capital extranjero a las revistas, en concepto de publicidad.
3
Taroncher, Miguel Ángel. La caída de Illia. La trama oculta del poder mediático, Buenos Aires, Vergara, 2009, p. 20.
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Ahora bien, ¿cuáles eran las principales características de Primera Plana? Al diseñar su revista, Timerman se basó en los éxitos editoriales extranjeros de la época como Newsweek, Der Spiegel, L`Express y Time haciendo hincapié en lo referente al modo en que estos magazines daban cuenta de la realidad. Y si Primera Plana fue pionera en algo, fue en la incursión de una nueva corriente periodística que bordeaba los límites de la literatura: el nuevo periodismo. El nuevo periodismo tiene su origen en los Estados Unidos de los años de posguerra, considerándose su iniciador el escritor estadounidense Truman Capote con su célebre A sangre fría, un relato que fue definido por su autor como de “no ficción”, donde se desarrolla una profunda investigación sobre el asesinato de una familia en Kansas, entremezclando la crónica periodística con el relato ficcional. Pronto, la nueva forma de escribir y de contar la realidad inventada por Capote, fue adoptada por las principales publicaciones estadounidenses de los años `604. Esta corriente periodística, se caracteriza por presentar hechos reales desde una perspectiva más intimista, ficcionalizando el relato mediante la introducción de diálogos, descripciones detalladas, caracterizaciones y uso del lenguaje coloquial. Con el nuevo periodismo, se acentúa la percepción del periodista sobre los hechos que cubre, es decir, que prima la percepción subjetiva del hecho, aunque se tiende a presentarlo de manera objetiva. Esto último se origina, en gran medida, por una serie de cambios
en los receptores de la
información, que rechazan “las formas narrativas «asépticas» de la experiencia y las explicaciones sin fisuras de una supuesta verdad”5. Otro aspecto relevante de la nueva corriente periodística, es el acento que ponen en la investigación exhaustiva de los acontecimientos, en “salir a la calle” y estar en los lugares de los hechos, manteniendo exigencias de precisión y verificación sobre los mismos. De hecho, el propio Timerman exigía a sus periodistas que nunca publicaran una noticia, sin verificar antes las fuentes o hablar con los protagonistas. Ahora bien, centrándonos en Primera Plana, Timerman había escogido para su revista el mismo modelo utilizado por Henry Luce y Briton Hadden en Time, por considerar el estilo de la revista estadounidense, como moderno y novedoso. Y es que para Timerman, había un “viejo” y un “nuevo” periodismo, pasando a encarnar
Primera Plana el segundo tipo. En palabras del propio Timerman: “antiguamente se creía que el periodismo cumplía con su misión si se limitaba a informar qué pasó, cuándo, cómo, dónde y quién lo hizo. Nosotros hemos insistido en la idea de que, a esas cinco preguntas básicas, es ahora necesario agregar otras dos: por
qué sucedió, y para qué sirve. A estas dos preguntas no es posible, ya, responder de una manera aislada, 4
En la Argentina, el relato de “no ficción” tiene su temprana aparición, incluso antes de la obra de Capote, con la publicación de
Operación masacre del escritor argentino Rodolfo Walsh, donde se narran los fusilamientos en José León Suarez. 5
Taroncher, op. Cit., p. 26.
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tomando los hechos uno por uno; para contestarlas hay que vincular un suceso con otro, armar un esquema coherente de la realidad y, en fin explicar, llegar al trasfondo, que es lo que procuramos hacer en todas nuestras secciones”6. De acuerdo con lo descripto anteriormente, Primera Plana introdujo toda una serie de novedosos elementos, que rápidamente la hicieron destacar de entre el creciente mercado editorial local. Una característica del
nuevo periodismo, que la revista argentina supo aprovechar, fue el proceso de ficcionalización de la realidad mediante el uso de la narrativa literaria, la descripción de personajes y lugares, la trascripción de diálogos, chismes y anécdotas, y la adjetivación “con una fuerte carga irónica”, sumado a la inclusión de metá oras en “una sutil red connotativa”7. El estilo implementado por Primera Plana parece ser indicio, no sólo de la influencia del periodismo estadounidense en la misma, sino también del sector social al que estaba dirigida la publicación. De esto ya algo hemos mencionado al principio del presente apartado, cuando vimos que las revistas de interés general de los años `60 apuntaban a un selecto segmento de la sociedad argentina. Tanto Maite Alvarado y Renata Rocco-Cuzzi como Daniel Mazzei, no dudan en afirmar que el público a la que apuntaba Primera Plana estaba conformado por miembros de la clase media alta, lo que nos da la pauta de la intencionalidad política que la revista reproducía en sus páginas. De este modo, se operaba un proceso de exclusión de otros sectores, mediante el elevado precio de una revista que debía adquirirse semanalmente8, y la utilización de un modo de escritura, que hacía constantes referencias a selectos textos literarios o citas en lenguas extranjeras, que muy difícilmente podían ser entendidos por miembros de la clase popular. Asimismo, los autores aluden a otros tópicos que hacen referencia a la orientación social de la revista, tales como la publicidad y los segmentos de cultura y arte, que apuntaban hacia un sector de alto nivel adquisitivo y cultural. En relación a la publicidad, lo que se buscaba con la misma era introducir al mercado local toda una serie de productos que tendían a la modernización, no solo económica, sino también cultural. En las páginas de Primera Plana se anunciaban todo tipo de productos para el consumo del sector medio alto, tales como autos, electrodomésticos, viajes y determinados productos como relojes, vestimenta, perfumes y bebidas, que dejaban entrever que consumirlas era sinónimo de ser modernos, además de otorgar un status social elevado.
6
Primera Plana, Nº 84, 16 /06/64. p. 3
7
Alvarado, Maite y Rocco-Cuzzi, Renata. “Primera Plana: el nuevo discurso periodístico de la década del `60” en Punto de vista
Nº 22, diciembre, 1984, p. 29. 8
Entre 1962 y 1969, el valor de Primera Plana registró un aumento del 500%; mientras que el precio era entre un 80% y un 100%
mayor que la del resto de las publicaciones de la época. Véase: Mazzei, Daniel. Los medios de comunicación y el golpismo. La
caída de Illia 1966, Buenos Aires, Grupo Editor Universitario, 1997, p. 95.
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Lo anterior se relaciona directamente, con el tipo de público al que el semanario buscaba llegar. ¿Quiénes eran estos miembros de la clase media alta? En su mayoría, eran ejecutivos ligados a empresas trasnacionales, lo que puede apreciarse en la importancia que la revista le dedicaba a los temas de negocios y economía, a los que luego agregó informes y columnas especializadas sobre administración de empresas y macroeconomía. Tampoco era de extrañar, que la revista orientara su contenido al público masculino, quedando las mujeres reducidas a un suplemento mensual de una carilla, que más tarde fue aumentando hasta llegar a algunas pocas páginas, denominado Primera Dama. El mismo, si bien resaltaba el carácter moderno de la mujer argentina, hacía referencia a las últimas tendencias de la moda y presentaba reportajes a actores o actrices famosos. De más está decir, que el suplemento femenino de Primera Plana, sólo presentaba banalidades, aunque años más tarde cambiará su postura y el suplemento Primera Dama ofrecería otros temas, como literatura o el nuevo papel de la mujer en la sociedad moderna, en consonancia con los tiempos que corrían. Otro sector al que apuntaba el semanario, era la clase media fuertemente ligada a las corrientes culturales de los años `60. Como plantea Mazzei, la revista “acompañó todas las formas de renovación cultural, todas las “aventuras estéticas” desarrolladas en los Sesenta. Primera Plana privilegiaba a la vanguardia del cine europeo, a la literatura norteamericana y al “boom” de la literatura latinoamericana, al teatro independiente, y a las nuevas formas culturales expresadas por el Instituto Di Tella”9. Tanto la difusión de una agenda cultural vanguardista, como la publicidad de productos ligados a la industria pesada y a la ampliación del mercado de consumo local, apuntaban a la modernización económica de la Argentina. Modernización que, para la revista, no podía ser encarada por un gobierno “anacrónico”, que parecía repetir los errores del pasado. La fuerte intencionalidad política de Primera Plana, por difundir un programa económico ligado al libre mercado y al capital extranjero, no se condecía con el programa de gobierno de la UCRP. Empezaba, por lo tanto, una campaña mediática cuyo fin último era generar un clima favorable para el asentamiento de dicho programa económico, sostenido por un gobierno fuerte que impusiera el orden. El camino hacia la modernización autoritaria estaba en marcha.
Institucionalizar para ordenar y modernizar. Diferencias programáticas Al analizar Primera Plana, surgen algunos interrogantes relativos a los proyectos políticos y económicos que se motorizaban desde el semanario y desde el gobierno. Fundamentalmente, debemos preguntarnos por los alineamientos de la revista con los objetivos básicos de la Revolución Argentina: ordenar y modernizar y cómo
9
Mazzei, Daniel, op. Cit., p. 94.
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estos eran entendidos por las distintas facciones que compusieron lo que Guillermo O`Donnell denomina como Estado burocrático autoritario (BA)10. A su vez, es importante que acentuemos la posición que adoptó
Primera Plana en torno a las facciones que compusieron el BA y sus objetivos, a los que debemos agregar una cuestión sumamente significativa. Para el semanario, lo importante era que el gobierno de facto se institucionalizara, es decir, se legitimara ante la sociedad como paso previo al cumplimiento de sus objetivos. Seguidamente, realizaremos una breve caracterización de dichas facciones y los alineamientos del semanario en torno a ellas, así como de la cuestión de la institucionalización. Inicialmente podemos convenir que la revista sostuvo, una posición hacia el onganiato que estuvo caracterizada por orientar al gobierno de facto por el camino a seguir para cumplir sus objetivos. Esto puede ser apreciado en los editoriales de Mariano Grondona quien desempeñó una función que hemos dado en denominar como de “consejero del príncipe”, precisamente porque en sus escritos semanales, trató de encaminar al gobierno de facto, especialmente a Onganía, aconsejando sobre las medidas y políticas a adoptar, como así también sobre el modo en que debía reaccionar (o haber reaccionado) ante determinadas situaciones, como por ejemplo con la cuestión universitaria. Este último punto es importante, pues puede ser tomado como disparador para delinear los posicionamientos de la revista sobre los proyectos políticos-económicos y las facciones del BA. De este modo, el semanario entendía que el modo en que el gobierno había manejado la cuestión de la intervención en las Universidades, además del clima de persecución y censura que había instalado, tendía a alejar a Onganía del objetivo de ganarse el apoyo de la población. ¿Por qué era importante para la revista que el gobierno se ganase la voluntad popular? Como deja entrever Grondona, el objetivo central de Onganía debía ser la institucionalización del régimen en un futuro inmediato. Este punto generó fuertes controversias en el interior del elenco gobernante, provocando una serie de enfrentamientos entre las dos facciones político-militares lo que componían11. De ese modo, la facción paternalista, encabezada por el propio presidente de facto, poseía una fuerte impronta corporativista, que puede verse con toda claridad en su intento de organizar a la sociedad mediante la formación de Consejos Asesores. Esta facción, era hostil a toda movilización política, acentuando su fuerte sesgo tradicionalista de patriarcado. Para O`Donnell, éstos eran “partidarios del orden, la autoridad y la 10
O`Donnell, Guillermo. El estado burocrático autoritario, Buenos Aires, Prometeo, 2009.
11
Es importante que tengamos en cuenta que para O`Donnell, son cuatro las corrientes ideológicas que hay al interior de las
Fuerzas Armadas: la paternalista, la nacionalista, la liberal y la profesional. De ellas, las más fuertes durante el periodo estudiado, se corresponden a la paternalista y la liberal.
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despolitización, tienen una veta moderna en su fascinación con los técnicos”12. Quizás su rasgo más relevante sea precisamente este último, al considerar a los técnicos como la máxima expresión de la eficiencia y la racionalidad apolítica en el desempeño de la administración estatal. La segunda facción, denominada como liberal, se caracterizó por estar orientada hacia la gran burguesía aliada al capital trasnacional. Si bien defendió la idea de un régimen democrático, consideró que “la imposición de un sistema autoritario es una lamentable necesidad que, aunque deba durar largo tiempo, no obsta para que en su punto de terminación quieran hallar nuevamente una democracia política”13. Sus principales interlocutores civiles fueron los empresarios vinculados al big business, a quienes pondrán a cargo de la economía en cuanto se les presente la ocasión14. Ahora, ¿qué posición adoptó la revista en torno a estas facciones? Primeramente, es posible identificar un claro posicionamiento en lo económico de matriz liberal y, por lo tanto, cercana a este sector del BA. Éste, estuvo dado en el sentido de que desde Primera Plana se promovió el libre mercado y la modernización -del país mediante la inversión extranjera directa, con una participación mínima del Estado en la economía. De esta manera, desde las páginas de la revista se promovió la racionalización del Estado y el incentivo para la inversión de capitales extranjeros, objetivos éstos compartidos con los liberales y que, a su vez, era la posición contraria a la sostenida por los paternalistas15. El propósito de modernizar la estructura productiva y la sociedad argentina, fue en gran medida lo que motivó en un primer momento el apoyo del semanario al gobierno de facto. Ahora bien, en relación al sistema de gobierno que la Revolución Argentina se proponía
modificar, la
posición sostenida por el semanario parecía no definirse por ninguna de las dos facciones del BA. Por un lado, renegaba de la democracia de partidos de corte liberal, aunque realizaba una explicita defensa de las libertades individuales (especialmente la libertad de expresión y las vinculadas a la propiedad). Por otro lado, tampoco comulgaba con la propuesta paternalista de la comunidad organizada en corporaciones, ni con la 12
Ibíd. p. 84.
13
Ibíd. p. 85.
14
A principios de 1967, la facción liberal del Estado burocrático autoritario (BA), tiene su primer “éxito” al lograr instalar a uno de
sus hombres frente a la cartera de Economía. La designación de Adalbert Krieger Vasena, será la puesta en marcha del proyecto económico anhelado por la gran burguesía, que si bien demostró ser, en un primer momento exitoso, los estallidos sociales de 1969 lograron hacer caer dicho proyecto, a la vez que mostró sus debilidades. 15
En contraposición a los liberales, los paternalistas buscaban “el bien común” y la instauración de una sociedad cohesionada,
sin lugar para el conflicto (y el disenso). Para ellos, la política económica liberal era entendía como disociadora y rupturista del orden y del bien común, al perseguir el lucro desmedido y al anteponer los beneficios individuales antes que los de la comunidad.
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presunta democracia participativa que promovía dicha corriente. Esta cuestión puede observarse en uno de los editoriales de Mariano Grondona16, donde pone en consideración las distintas posiciones del BA, en torno al modelo político a instaurar. Grondona pasaba a explicar que el hombre, como “animal político”, posee dos dimensiones. Una corporativa, que se relaciona con los denominados “grupos intermedios” como las empresas, la familia, entre otras; y otra
partidaria que es el medio por el cual el hombre se conecta con el poder mediante la “lucha política”. Y aquí entran en contraposición los proyectos políticos de las dos corrientes mayoritarias del BA, dado que para el editorialista “el pecado de la democracia liberal fue poner el acento exclusivamente en esta última dimensión [la partidaria], creando un régimen de partidos que no «contenía» en su seno a los grupos intermedios y que, por lo tanto, fue languideciendo como una impotente ficción. El pecado de los corporativistas es, a su vez, ignorar la dimensión partidaria y confiarlo todo a las cámaras o asambleas profesionales. El error corporativo es, entonces, creer que se pueden soslayar las relaciones de apoyo y de oposición, de crítica y aplauso, que un Gobierno necesariamente promueve”17. El llamado de atención era doble. Por un lado, lanzaba una fuerte crítica al sistema liberal, por considerar que la “lucha política” tendía a opacar los intereses de los sectores sociales, al apuntar al individuo como un mero votante separado de los “grupos sociales”, a los que sin lugar a dudas pertenece. Por otro lado, resaltaba al gobierno de facto el error de dejar todo en manos de las corporaciones, sin organizar a la opinión pública, para que brinde su apoyo al proyecto político desplegado por el onganiato. ¿Cuál sería entonces el sistema más idóneo para el país? Primero, debemos destacar la idea que tenía Grondona sobre la democracia, porque sin lugar a dudas, más allá de lo que puede hacernos pensar en sus primeros editoriales post-golpe, la meta de la Revolución Argentina era convergir en una “democracia verdadera”18. Ahora, ¿qué sería una democracia verdadera? De acuerdo a lo mencionado anteriormente, el sistema liberal reducía toda la idea de democracia a la contienda electoral, y los corporativistas, reducían todo a la participación mediante la vía corporativa. Entonces, ¿cuál era la verdadera democracia? Grondona no la define en ningún momento. Por lo pronto, estamos en condiciones de afirmar que, para Grondona, el periodo que se abrió en 1955 no pudo reflejar la verdadera
16
“Las dos vías”, Primera Plana, Nº 187, 26/07/66, p. 11.
17
Primera Plana, Nº 191, 23/08/66, p. 11.
18
“…el 28 de junio no cayó la democracia, vale decir, el gobierno de las mayorías según la ley, sino una forma híbrida e insincera
de «democracia de las minorías». Quizás estemos, entonces, en la tarea de siempre: construir una democracia verdadera”,
Primera Plana, Nº 191, 23/08/66, p. 11.
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“esencia” de la democracia y terminó cayendo en los viejos vicios de la democracia de masas19. Esto es importante porque, en los escritos del editorialista, la Revolución Argentina no debería cometer los mismos errores que la Libertadora. En segundo lugar, correspondía al nuevo régimen elaborar las bases para la “verdadera democracia”. Y dichas bases se asentarían una vez que el régimen se institucionalizara20. Pero aún sigue sin definirse cuál sería la verdadera democracia que debería instituir el régimen de la Revolución Argentina. Una primera pista que nos deja entrever Grondona, es que la misma no debía caer en las tendencias electoralistas, tal como ocurrió con la Revolución Libertadora. Por lo tanto, la variante liberal del BA quedaba descalificada. De igual manera, la corriente paternalista también quedaba eliminada para la tarea, por su tendencia hacia la representación de tipo corporativa y, aunque no lo dice pero puede intuirse, hacia los liderazgos personalistas. Aun así, Grondona no cejó en su esfuerzo por orientar al gobierno hacia un rumbo que permitiera su institución. Siguiendo esta línea, comienza a definir su idea sobre la democracia y los tipos de regímenes políticos. Haciendo una comparación con el resto de Latinoamérica, el editorialista identifica cinco modelos políticos: las democracias limitadas, como hubo en la Argentina entre 1955-1966 en donde el partido mayoritario estaba prohibido, aunque su electorado se encontraba habilitado para sufragar; las democracias
plenarias, que “extienden la participación política a vastos sectores y admiten la competencia con el partido de la clase humilde”21; la autocracia militares, definidas como dictaduras a la romana; los sistemas con partido
dominante y finalmente, el comunismo castrista. De estos modelos, sólo el de las democracias plenarias y del comunismo castrista son modelos permanentes y por lo tanto deseables para un país, claro que el primero es considerado como el punto de llegada, al que deben dirigirse los otros tres modelos “transitorios”. Con ello, se nos abre una primera aproximación hacia lo que Grondona considera como la “verdadera democracia”, es decir, un régimen de participación mayoritaria, sin proscripción alguna de partidos o movimientos políticos.
19
“Libre del mecanismo electoral, un Gobierno revolucionario cometería un gran error si actuara con mentalidad electoralista,
atento no tanto a conservar un apoyo básico en las minorías como a «ganar» las elecciones que determinara su sucesión. Fue la falta del Gobierno Provisional de 1955-1958, al menos desde su «apertura radical»: manejar una revolución con criterio de comité”, Primera Plana, Nº 191, 23/08/66, p. 11. 20
“En el plano del consentimiento se plantea a la revolución, pues, dos objetivos. Uno, de corto plazo, es el de mantenerse como
una dictadura consentida, esto es, como un tiempo y un mando de excepción sometido a las reglas de su propia energía y admitido por el pueblo como remedio necesario. El otro, de largo plazo, es prever su propia institucionalización, su propia muerte y resurrección en formas constitucionales claras y permanentes”, Primera Plana, Nº 191, 23/08/66, p.11. 21
Primera Plana, Nº 193, 06/09/6, p. 11.
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Resulta un tanto contradictorio el planteo del autor ya que, como habíamos visto anteriormente, el sistema liberal de partidos quedaba eliminado como mecanismo apto para la reforma política. Claro que habría que ver en qué forma de ejercicio del poder está pensando Grondona. Lo importante era que el gobierno revolucionario creara bases para
institucionalizarse en un futuro cercano. De ese modo, se evitaría la
politización- de las Fuerzas Armadas y el retorno de la vieja política “con sus antiguos líderes y vetustos procedimientos”22. Entonces, ¿cómo hacerlo? Para el editorialista, existían tres caminos posibles a seguir: los de Francisco Franco en España, Charles De Gualle en Francia y Humberto Castelo Branco en Brasil; los cuales son definidos por el autor como “victoria e incertidumbre”, “victoria y continuidad” y “derrota y restauración” respectivamente. De ello se desprende que el modelo deseado por Gron ona, para que sea replicado por Onganía en nuestro país, correspondía al segundo. El modelo francés era considerado el mejor debido a que De Gualle, “del «instante autoritario» inicial no saltó a una democracia plena. Pasó por una etapa intermedia en que el pueblo, sin «elegir» todavía a sus representantes, pudo «consentir» explícita y libremente con la obre del nuevo líder a través de plebiscitos (…). Cumplida la etapa intermedia, por fin, De Gaulle estuvo en condiciones de ensanchar las bases democráticas del plebiscito hasta llevarlas a una «elección» entre su propio liderazgo y la oposición, reunida en torno de Mitterrand. De una dictadura inicial, el líder francés condujo a su pueblo a una nueva democracia, sin sacrificar en el camino ninguno de los valores de la tradición política occidental”23. Más adelante, Grondona planteará que para lograr dicho objetivo, se necesitaba ineludiblemente del apoyo popular. Y para ello, era necesario dejar de lado las aptitudes demagógicas, identificadas con el liberalismo, y las paternalistas, identificada, valga la redundancia, con los paternalistas. Ambas tendían a plantear una presunta “minoría de edad” del pueblo, por lo que era necesario que el gobierno presentara un “proyecto atractivo y realista de vida en común”24, que fuera apoyado por el pueblo. Y dicho proyecto, dentro del planteamiento ideal esgrimido por Grondona, encontrará asidero en el proceso de modernización que debía producir la Revolución Argentina. Habiendo identificado los posicionamientos del semanario en torno a los objetivos que perseguía la Revolución Argentina, y habiendo contrapuesto la visión del semanario con la del gobierno, podemos pasar a analizar las posturas adoptadas por Primera Plana a lo largo del periodo estudiado.
22
Primera Plana, Nº 200, 25/10/66, p. 11.
23
Primera Plana, Nº 201; 01/11/66, p. 11
24
Primera Plana, Nº 201; 01/11/66, p. 11
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Una relación turbulenta. Primera Plana y el onganiato, 1966-1970 De la atenta lectura de Primera Plana, hemos podido establecer tres etapas distintas por la cual atravesó la relación con el onganiato. La primera, cubre el periodo de julio de 1966 hasta enero de 1967, la cual hemos dado en llamar como “Primeras fricciones”, debido a las tensiones que se registraron en relación a la política económica llevada a cabo por Néstor Salimei, la intervención en las universidades y el incipiente autoritarismo del régimen. Una segunda etapa de la relación revista-gobierno, que denominamos como “Tensiones y
recomposición de la relación”, se extiende desde febrero de 1967 hasta junio de 1968, en coincidencia con el éxito del plan Krieger Vasena. Finalmente, la tercera etapa “Crisis y ruptura final”, cubre desde julio de 1968 hasta junio de 1970, periodo en el que la relación entre Primera Plana y el onganiato termina por romperse, cuando el 5 de agosto de 1969 Onganía clausura la revista que lo había llevado al poder, culminando con la dimisión del presidente de facto en junio de 1970. Para ello, hemos tomado como principales fuentes los editoriales políticos de Mariano Grondona primero y de Ramiro de Casasbellas luego, quien reemplaza a Grondona como editorialista político a finales de 1968; como así también los editoriales económicos de Carlos García Martínez y Julián Delgado. Por último, también hemos considerado algunas notas centrales sobre diversos acontecimientos tanto políticos como económicos. De la lectura de esos artículos, hemos logrado establecer la mencionada periodización de la relación entre el semanario y el gobierno, al mismo tiempo que nos ha permitido ir definiendo la posición editorial de Primera
Plana sobre los diversos acontecimientos del período.
Primera Etapa: Primeras fricciones (julio 1966-enero 1967) El primer momento de la relación entre el semanario y el régimen de Juan Carlos Onganía, está marcada por dos grandes cuestiones. Primeramente, se hace patente el intento de legitimar al gobierno surgido del golpe de Estado y de orientar al mismo para su institucionalización y posterior legitimación, como ya hemos visto más arriba. En segundo lugar, la revista criticó con dureza algunas acciones llevadas a cabo por el gobierno, especialmente lo relacionado con la política económica y con el clima de censura, persecuciones y más específicamente el tema de la intervención en las Universidades. En cuanto al intento de legitimar el gobierno de facto ante la opinión pública, semanas antes del golpe Grondona comenzaba a esbozar las características del futuro régimen. Con ese fin, para el editorialista, una dictadura no debía ser algo necesariamente malo. Todo lo contrario, existía una clara diferencia entre tirano y dictador: “actualmente se utilizan los términos “dictadura” y “dictador” como sinónimos de “tiranía” y “tirano”.
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Es un grave error de perspectiva histórica. “Tirano” llamaron los griegos a quien, usurpando el gobierno o abusando de él, concentraba todos los poderes en su mano por encima de la ley y oprimía al pueblo en su propio beneficio. “Dictador” llamaron los romanos, en cambio, a quien era designado legalmente para enfrentar una situación de excepción, por un término preciso y con amplios poderes. El tirano es un monstruo, una deformación política. El dictador es un funcionario para tiempos difíciles”25. Así, para Grondona, la dictadura era una forma buena de gobierno, mientras que la tiranía era una deformación de ésta. De igual manera, la dictadura era una respuesta a un estado de excepción, como el estado de sitio o la intervención federal, cuya función era la de indicar “que un orden político enfrenta a veces situaciones que exigen una extraordinaria acumulación de energía en algunos puntos decisivos”26. De este modo, existía toda una serie de elementos que lo hacía pensar que en la Argentina había un estado de excepción, originado por la ineficiencia del gobierno nacional para imponer el orden. Debido a ello, era imperiosa la necesidad de un dictador a la romana, que impusiera el orden necesario y restaurara la grandeza de la Nación. Pero no solamente se destacaba la necesidad del golpe de Estado, sino también la importancia de la figura del dictador como una figura desprovista de connotaciones negativas, que operaría dentro de un marco legal y por un tiempo acotado. Ahora bien, ¿cuáles eran las características del “nuevo orden”, que hacían del onganiato una experiencia completamente nueva y diferente a las anteriores experiencias autoritarias? Para Grondona, los anteriores golpes de Estado fueron “revoluciones hacia atrás”, dado que se tendió a restablecer la “estructura anterior” a los cambios efectuados por el peronismo. En este sentido, la Revolución Argentina no era una “revolución hacia atrás”, sino una auténtica revolución, en el sentido de que produjo un “cambio de los gobernantes y reemplazo de la estructura institucional «hacia adelante» por otra radicalmente nueva, imaginada, inexistente hasta el día de la revolución”27. ¿A qué hacía referencia Grondona cuando hablaba de algo “radicalmente” nuevo? Con el golpe, había surgido un “nuevo Estado” caracterizado por encarnar las dos potestades de la soberanía: la potestad constituyente, capacidad de sancionar las normas; y la electoral, poder designar a los gobernantes. Ambas potestades, dice Grondona, se encontraban en la Junta de los Comandantes en Jefe que haciendo uso de ellas, dictó un Estatuto de la Revolución y designó presidente de la Nación. ¿Cuál fue la importancia de la Junta de Comandantes? La Junta era presentada como un órgano asesor y/o controlador del presidente de facto, que limitaría el poder de éste último, previniendo abusos de poder. El único objetivo de esto era 25
Primera Plana, Nº 179, 31/05/66, p. 11.
26
Primera Plana, Nº 179, 31/05/66, p. 11
27
Primera Plana, Nº184, 05/07/66, p. 11.
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presentar a Onganía como un líder legítimo y no como un tirano que había usurpado el poder. De lo anterior surge una pregunta importante, ¿cuál era el concepto de orden del onganiato? Y más aún, ¿compartían la revista y el gobierno la misma visión de orden? Creemos que en primer lugar, el orden era necesario para poder lograr la tan mentada modernización económica. En este punto, hay coincidencia entre el semanario y el gobierno, cuestión que puede observarse en el apoyo que brindó Primera Plana a éste último en su enfrentamiento con los sindicatos28. Pero, ¿coincidían en el cómo imponer el orden? Aquí surge una primera tensión, ya que el orden para el semanario debía ser implantado por consenso, mediante la sanción de leyes29 y no mediante la utilización de la fuerza, la censura y las persecuciones, como efectivamente se llevó a cabo. En relación a la intervención de las Universidades, -se cuestionó que la misma se hubiera realizado mediante la utilización de la fuerza y no por la sanción de una ley30. A su vez, la revista mantuvo una fuerte postura contraria al gobierno en este tema, especialmente luego del asesinato de Santiago Pampillón, denunciando los intentos por parte de las Fuerzas Armadas de “ensuciar” a Pampillón, haciéndolo pasar por un “comunista infiltrado” y de ese modo justificar la intervención en las Universidades, mediante la excusa del “complot comunista”31. Por otra parte, y en el marco del proyecto de modernización, el semanario observó con preocupación la “fuga de cerebros” que produjo la intervención e instó al gobierno a moderar sus posiciones, buscando conciliar los intereses de la institución educativa con los sectores productivos. Es que la Universidad era una pieza clave para el progreso industrial del país, por ser los universitarios quienes poseían el know how tan necesario para el desarrollo económico. Paralelamente, Primera Plana advierte sobre el clima represivo que se había empezado a desplegar por las casas de altos estudios, y como ello era perjudicial para el desempeño de la labor universitaria32. 28
Éste tema es trabajado en la Segunda Etapa.
29
Cosa difícil, pues la Revolución Argentina había clausurado el Congreso y la política misma.
30
“…lo que ocurrió el 29 de julio contradijo el curso natural de las cosas: se comenzó, en efecto, por la ejecución pura, sin el
marco de la ley y sin la definición previa de los objetivos. La intervención dejó así de ser instrumental para convertirse en represiva y, por lo tanto, “adelantó” el juicio de los contemporáneos: juicio negativo que está provocando una interminable secuela de renuncias en la Universidad de Buenos Aires”, Primera Plana, Nº 189, 09/08/66, p. 11. 31
Véase Primera Plana, Nº 195, 20/09/66.
32
Ejemplo de ello, es la cobertura que realiza sobre la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, donde el Decano Federico
Frischknecht “decidió ser más papista que el Papa (o más botista que el Rector Luis Botet) y ha trasformado la casa de estudios a su cargo en una suerte de prisión donde cada paso, cada mirada, cada suspiro, son vigilados por tropas policiales”, Primera
Plana, Nº 193, 06/09/66, p. 20.
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La segunda cuestión critica que puede ser relevada, es la referente a la política económica. En relación a ello, las principales críticas estuvieron dirigidas en torno a las indefiniciones por parte del Ministro Salimei para planificar la economía y los constantes fracasos que generaron las pocas medidas adoptadas, entre las que se destacan el aumento de la inflación, la devaluación monetaria y la crisis azucarera en Tucumán. Estos conflictos, llevaron a que el semanario apoyara el desplazamiento de los ministros de Economía e Interior33, y que dichos cambios sean observados como indicio de que el gobierno había aceptado la necesidad del cambio, para reorientarse hacia sus objetivos primigenios. Los cambios de gabinete fueron celebrados por el semanario y por sus editorialistas, aunque con reservas, ya que aún observaban cierta vaguedad en los planteos del gobierno en torno a cuestiones estratégicas34.
Segunda Etapa: Tensiones y recomposición de la relación (febrero 1967-junio 1968) En la presente etapa, el semanario dio cuenta de la conflictividad entre el gobierno y los gremios, condenando al Plan de Acción declarado por la CGT, y apoyando al gobierno en su accionar contra los sindicatos. Esta cuestión y el cambio de rumbo en la política económica, sumado a los éxitos iniciales de Krieger Vasena, hicieron que el semanario brindara un voto de confianza al régimen, al acercarse el gobierno a la postura sostenida, desde lo económico, por Primera Plana. El conflicto que enfrentó al movimiento obrero con el gobierno de facto, tuvo como principal detonante la política económica adversa hacia los trabajadores. Como explica Primera Plana, luego de un periodo de relativa calma, en el que la CGT apoyó al golpe militar y la instauración del gobierno de Onganía, las políticas desplegadas por Salimei hicieron mella en la relación. Frente al desmantelamiento de varios ingenios azucareros en Tucumán, la aplicación del reglamento de trabajo en los puertos y la reestructuración ferroviaria, los trabajadores decretaron un paro de veinticuatro horas para el 14 de diciembre de 1966. A ello había que sumar los avances del peronismo en los sindicatos, algo que preocupaba a los cronistas del semanario: “en Tucumán, la política se cuece sobre almíbar, un almíbar muy amargo que, sin embargo, ha servido para que Atilio Santillán, el quieto jefe de los obreros de la FOTIA, cobre prestigio nacional: el jueves, el cetrino Santillán libró una lucha comicial en su ingenio –el Bella
33
Siendo reemplazados por Adalbert Krieger Vasena y Guillermo Borda, respectivamente.
34
El cambio de gabinete, era interpretado por la revista, como un cambio a nivel ideológico-político, cuyo fin era redefinir los
objetivos del gobierno y corregir los errores de los primeros meses de gestión. Así, lo que se trataba de hacer con la incorporación de Krieger Vasena en Economía, era avanzar en el proyecto encarnado por la facción liberal del BA, es decir, modernizar a la Argentina, y como menciona el artículo principal de la sección dedicada a la política nacional, ese era el camino que parecía haber tomado Onganía. Véase “Entre la revolución y el gobierno”, Primera Plana, Nº 211, 10/01/67, pp. 12-13.
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Vista- y ganó por un margen arrasador. Con esa victoria y con la ayuda del peronista de izquierda Raúl Sánchez, que predica la agitación para el futuro, Santillán confía en mantenerse a la cabeza del Consejo Directivo de la FOTIA, que se renovará en abril de 1967. Sin dudas, las elecciones del sindicato azucarero han reforzado la línea de lucha impuesta por Sánchez”35 Como podemos apreciar en la cita anterior, para la revista había significativas cuestiones en juego. La más importante, además del futuro del gobierno nacional, era la posible aparición de un foco “izquierdista” destinado a trastocar el sistema económico y social del país, claramente ligado a un sector del peronismo que iría cobrando cada vez más importancia y fuerza con el pasar de los años, favorecido sin lugar a dudas por un continuo clima represivo. Al mismo tiempo, la revista observaba con preocupación los avances del peronismo en los sindicatos, y cómo esto podía generar intentos de desestabilización, orquestados por Juan Domingo Perón desde el exilio. Cabe destacar que durante todo el período estudiado, Primera Plana mantuvo una postura abiertamente anti-peronista, al considerar a su líder como un demagogo, manipulador, corrupto y autoritario36. Volviendo a la cuestión sindical, para la revista el Plan de Acción aprobado por la CGT adoptaba “armas de lucha verdaderamente subversivas, conmocionales: un periodo de agitación a partir del 8 y hasta el 17 de este mes; luego, un lapso de movilización (que incluye paros parciales en todo el país ente las 11 y las 14 horas) desde el lunes 20 al viernes 24. Finalmente, dos huelgas generales: una de ellas –por un día- se cumplirá el 1º de marzo; la segunda –por dos días- se realizará el 21 de ese mes”37. En cuanto a la respuesta del gobierno al desafío sindical, la revista pone al descubierto las tensiones y posiciones contradictorias dentro de la cúpula del Ejecutivo. La falta de acuerdo entre los ministros y colaboradores de Onganía, era otro síntoma de que el gobierno no tenía un idea clara de hacia donde se dirigía. Pero, a pesar de ello, para Primera Plana los más perjudicados fueron los sindicalistas, quienes esperaban con esas medidas forzar al gobierno para sentarse a negociar. Por el contrario, el gobierno y el Consejo Nacional de Seguridad (CONASE), salieron rápidamente a decretar las medidas a tomar, que incluían desde represalias escalonadas y proporcionales, hasta la interrupción del dialogo con la central obrera. Como consecuencia de la postura intransigente del gobierno, Primera Plana observa profundas divisiones al
35
Primera Plana, Nº 206, o6/12/66, p. 25.
36
En este sentido, Hugo Gambini escribió en la revista una historia del peronismo del periodo 1945-1955, en donde resaltaba
estas cuestiones. Además, en distintas notas publicadas sobre la actuación de Perón en la política nacional desde el exilio, puede rastrearse el fuerte sesgo anti-peronista, al considerar al líder exiliado como una especie de titiritero que manejaba desde Madrid los hilos de la política nacional, utilizando a los sindicatos para presionar al gobierno nacional. 37
Primera Plana, Nº 215, 07/02/67, p. 12.
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interior del movimiento obrero. Por un lado, aquellos sectores combativos que respondían a las 62 Organizaciones de Pie Junto a Perón y por otro, los aliados a Augusto Vandor, tendientes a la negociación y, en su momento, importantes aliados del gobierno de facto38. En definitiva, el periplo entre los sindicatos y el gobierno culmina con la disolución del Plan de Acción por parte de la CGT, ante el temor de las represalias gubernamentales, algunas de las cuales llegaron a cumplirse como en el caso del retiro de la personería jurídica de la Unión Ferroviaria y de otros cinco sindicatos más. Esto llevó a que los líderes gremiales decidieran abortar las medidas más duras, los paros generales, y trataran de entablar el diálogo con el Ejecutivo. Diálogo que para Primera Plana estaba condicionado a la puesta en marcha del nuevo plan económico impulsado por Krieger Vasena39. En cuanto a las medidas adoptadas por el nuevo equipo económico, las mismas fueron celebradas por el semanario, especialmente porque desde el gobierno se buscaba la estabilidad monetaria, para de ese modo arribar a la -eficiencia industrial y al desarrollo comercial, restableciendo una economía abierta. Era este modelo el que permitiría el desarrollo industrial del país y su correspondiente modernización. Pero, a pesar de ello, la política económica encarada por Krieger Vasena, estuvo lejos de ser aceptada sin objeción algua. De hecho, a lo largo del periodo puede observarse una constante crítica a la misma, principalmente debido al hecho de que la política económica liberal aplicada buscaba soluciones a corto plazo, en lugar de consolidar el proceso de modernización y desarrollo industrial tal como reclamaba el semanario. Entre los aspectos negativos de la política económica que fueron criticados por Primera Plana, podemos hacer mención a: la devaluación del peso, que provocó el aumento del costo de vida en un clima de congelamiento de salarios; la aplicación de retenciones al agro para obtener financiación para obras, como la represa hidroeléctrica del Chocón y obras de vialidad; la activa participación del Estado en la financiación y desarrollo de estos trabajos; así como la imposibilidad por parte de éste de obtener financiación privada (fundamentalmente capitales extranjeros) para el desarrollo económico e industrial del país. De igual manera, se resaltaba con bastante
38
En relación a este último, Vandor, ante el temor de verse desplazado de su posición de poder, prefirió acercarse a las
posiciones más intransigentes del sindicalismo. Para el semanario, el dirigente “se asimiló a sus teorías; en vez de provocar una nueva ruptura de la CGT trató de evitarla, aunque el precio fuera dar la espalda a sus amigos del Gobierno”, Primera Plana, Nº 215, 07/02/67, p. 12. 39
De este modo, para la revista “la derrota de la CGT viene de perillas al Gobierno. En Economía, se aguardaban reacciones
gremiales para mayo o junio, cuando la reforma hiciera sentir sus efectos impopulares. Los líderes obreros estallaron antes de que se lanzaran las medidas económicas y cayeron agotados también antes. Por lo tanto, era necesario –en opinión de varios sectores del Gobierno- mantener el dialogo, pero a distancia, evitando cualquier interferencia”, Primera Plana, Nº 221, 21/03/67, p. 14.
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frecuencia los continuos “choques” entre los miembros del gabinete y del equipo económico, relacionados con la política económica a llevar a cabo. Esto constituía para el semanario, un claro signo de que el gobierno no había logrado proponerse un rumbo claro y definido sobre la política económica a implementar40. A pesar de lo anterior, para Primera Plana el panorama que se avecinaba era completamente negro. Por el contrario, la presentación del Ministro de Economía ante las máximas autoridades del gobierno de la exitosa ejecución del Presupuesto en los límites de tiempo previsto, así como el aumento de las reservas monetarias y el alza del Producto Bruto, eran un indicio de que las cosas podían mejorar41, aunque todavía continuaban existiendo graves déficits. Para la revista, la ineficacia de la administración pública y de las empresas del Estado, la inflación y la falta de inversión privada, eran los puntos débiles de un programa económico que poco a poco, comenzaba a mostrar resultados positivos. A pesar de las fuertes críticas con las que se “azotaba” al Ministro de Economía, desde las páginas de Primera
Plana se comenzaba apreciar un cambio de rumbo, en lo referente a la opinión de la revista sobre la política económica de la segunda etapa del gobierno de Onganía. Si bien desde la publicación se remarcaba que la situación distaba mucho de ser la ideal, la breve gestión del nuevo ministro había logrado producir cambios favorables, que acercaban cada vez más a la Argentina a su destino. Destino éste, que ubicaba al país entre la élite de los países desarrollados e industrializados. No obstante, el semanario no dejó de percibir con preocupación algunos altibajos de la economía argentina, especialmente los que hacían referencia a una nueva devaluación y a las posiciones adversas en el interior del gobierno entre aquellos que defendían una postura más heterodoxa en lo económico, contra quienes planteaban que la política esgrimida por el Ministro de Economía, debía adoptar un carácter ortodoxo. A pesar de los traspiés con los que se comenzaba el primer trimestre de 1968, la revista dio la noticia de un leve repunte de la actividad económica, originado por una baja del costo de vida y la aplicación de un paquete de medidas para promover la industria nacional. De hecho, en el número 277 correspondiente al 16 de abril de 1968, el artículo que abre la sección Economía y Negocios, hablaba de un repunte en algunas actividades
40
Véase: Grondona, Mariano “Los indicadores”, Primera Plana, Nº 237, 11/07/67.
41
Para Grondona, en uno de sus editoriales, la situación se resumían del siguiente modo: “el presupuesto en ejecución es, sin
duda, deficitario, pero el simple hecho de que el Gobierno cumpla sus previsiones indica que es capaz de ejercer cierto dominio sobre la realidad al fijarse objetivos de corto plazo y llevarlos a buen término. El aumento de las reservas de divisas anuncia la posibilidad de importar bienes de capital para la industria, protege al peso contra cualquier presión adversa y asegura la confianza del exterior. El crecimiento del producto bruto es básicamente agropecuario y demuestra cierto estancamiento industrial, pero prueba, la menos, que el Gobierno está cumpliendo sus planes de estabilización sin recesión, sin retroceso de la actividad productiva”, Primera Plana, Nº 242, 15/08/67, p. 11.
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industriales como la alimenticia, metalurgia, electrodomésticos y productos químicos. Sin embargo, los pequeños éxitos del ministro, la estabilidad económica y el cumplimiento de los objetivos revolucionarios, distaban mucho de haberse cumplido. Ello hacía peligrar la permanencia de Krieger Vasena al frente de la cartera y de Onganía al frente del país. Es que el año 1968 presentó serias dificultades al elenco gobernante, las cuales estuvieron vinculadas con la fuerte oposición de los partidos políticos proscriptos y de las propias filas de las Fuerzas Armadas. En relación a lo netamente político, el semanario presentó a lo largo de la etapa, una serie de problemas a los que el gobierno de facto debió hacer frente. Dichos problemas, estaban vinculados a los esfuerzos de los partidos proscriptos, especialmente el radicalismo y el peronismo, por hacer frente a la dictadura y al programa económico desplegado por la gran burguesía. De igual manera, las Fuerzas Armadas dejaron en claro que, a pesar de lo planteado por Onganía en donde les asignaba a los militares un rol profesional, las mismas aun conservaban intacta su capacidad de presión. En último lugar, Primera Plana se hizo eco de los avances autoritarios del gobierno en lo referente al uso de la censura y de la militarización de la sociedad 42. Cabe destacar que la posición de la revista en relación a los dos primeros problemas fue de defensa del gobierno, mientras que en relación al último, fue abiertamente critica. Estas tres cuestiones, serán las que provocarán la erosión del onganiato, suscitando no solamente su caída, sino también la franca oposición del semanario.
Tercera Etapa: Crisis y ruptura final (julio 1968-junio1970) La tercera etapa de la relación entre Primera Plana y el onganiato, estuvo marcada por una serie de cuestiones, como la crisis del modelo económico, el incipiente autoritarismo, la desavenencia con las Fuerzas Armadas, las explosiones sociales, como el Rosariazo y el Cordobazo, y la radicalización de la juventud. Al mismo tiempo, se posibilitaba un cambio en la actitud del gobierno, ante el temor de ser desplazado por un golpe de Estado. Es por ese motivo, que Onganía había decidido emprender el “tiempo social” de la Revolución Argentina, con la esperanza de ganar apoyo popular. Apoyo que, como demuestran las jornadas de mayo y junio en numerosas ciudades del país, no fue concretado. La respuesta del gobierno se tradujo en una violenta represión que dejó un tendal de muertos y heridos, al mismo tiempo que se perdía cualquier posibilidad de legitimación popular, mediante el intento por parte del gobierno de instaurar un sistema de “auténtica democracia representativa” con la creación de Consejos Asesores, los cuales fueron fuertemente
42
Ejemplo de ello, son los artículos y editoriales en donde se analiza la cuestión de la clausura de diarios y revistas opuestos al
gobierno; la censura de films y obras de teatro como Blow-up y Bomarzo; la ley de Servicio Civil y sobre la política universitaria.
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criticados por Primera Plana, como así también la violencia con que las Fuerzas Armadas reprimieron los estallidos populares en contra de la dictadura. La posición del semanario, en torno al intento de legitimación mediante la creación de Consejos Asesores, de eminente corte paternalista, fue de franca oposición, debido a que se entendía que nada cambiaría en lo referente al modo en que se tomaban las decisiones. Al no ser vinculantes las decisiones emanadas de los Consejos, lo único que se buscaba era otorgar una fachada de democracia. Por ello, el semanario creía que el gobierno pretendía enquistarse en el poder, al trabar todo intento de pasar el poder hacia sistemas más “dinámicos”. Ahora bien, el fuerte clima represivo que vivía la sociedad argentina terminó provocando los estallidos sociales de mayo y junio de 1969 en distintos puntos del país, teniendo como epicentros las ciudades de Rosario y Córdoba. La violenta represión y la intervención de las Fuerzas Armadas, generó el último cortocircuito entre Primera Plana y el onganiato. En primer lugar, la represión fue denunciada como excesiva, así como los motivos de la misma fueron considerados por el semanario como lícitos y echaban por tierra la teoría del complot comunista, como quería hacer creer el gobierno43. En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, el semanario denunció la actitud de Onganía como soberbia y autista, al ordenar la represión y recostarse más en la fuerza que en el dialogo44. Con ello, la revista no dudaba en afirmar que tras las protestas y la represión, las Fuerzas Armadas se autoproclamaban como las salvadoras del gobierno, lo que se traducía en el ejercicio de un poder tutelar hacia la figura de Onganía, pidiendo la dimisión de aquellos funcionarios “incómodos” para las fuerzas. Por otro lado, desde las páginas de la publicación se desprendía que la autorización para reprimir, había partido del Comandante en Jefe del Ejército, general Agustín Lanusse, sin consultar previamente con el “presidente”, dejándolo en una situación de dependencia en un doble sentido: dependía de las Fuerzas Armadas para que lo “protegieran” de posibles movimientos destituyentes de carácter popular y dependía de ellas para
43
“…el enviado de Primera Plana observó, cerca del mediodía, el cruce de efectivos militares por la calle Colón [ciudad de
Córdoba]: «Disparaban al aire, como cowboys –dice su cable-. Pero no faltaba alguno, de entre la multitud, que desfundase un revolver y contestara el fuego». Abundaron las corridas y las víctimas inocentes, quizá por aquello de que nada hay más certero que una bala perdida. Según el Ejército, ondeaban banderas rojas en manos de los manifestantes; el enviado de Primera Plana no vio ninguna. En cambio, un chico que agitaba una bandera argentina recibió un tiro”, Primera Plana, Nº 336, 03/06/69, p. 13. 44
“Lo que debe hacer un Gobierno así es escuchar esas voces, abandonar el limbo en que se ha enclaustrado, quizá por exceso
de soberbia. Tiene que darse cuenta que es imperioso liberar la energía del pueblo, no para que marche por las calles hacía el látigo y los disparos, sino para que ayude a trasformar un país desalentado en un país con miras, para que reine la paz de la vida y no la de los cementerios. Todavía está a tiempo de producir ese cambio” Primera Plana, Nº 334, 20/05/69, p. 100.
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permanecer en el poder, siempre y cuando acatara los designios de los jefes militares. Justamente, la principal consecuencia de la explosión social antedicha fue la generalización de un proceso de extrema violencia, que Primera Plana a través de su editorialista Ramiro de Casasbellas, no dudaba en adjudicar como originada por el modo en que el gobierno de facto había reaccionado: “sin embargo, esas consideraciones serían injustas si no buscáramos el verdadero origen de una crisis que ya ha provocado 23 muertes. Es la tozudez del Gobierno, que insiste en aislarse de la realidad y ver fantasmas, en no discutir el clamor popular que se levanta de los estallidos y prestarle atención. Su dureza, su incomprensión, sólo consiguen echar leña al fuego: el peor de los sistemas”45. Como puede observarse en el anterior fragmento y en la lectura del artículo central sobre política nacional, para la revista el culpable de la situación de inestabilidad era el propio Onganía, a quien acusan de “miopía”, de no aceptar su parte de responsabilidad en los sucesos y de adjudicar la reacción popular a un complot internacional. Es decir, Onganía introducía la conflictividad social en el conflicto Este-Oeste, algo que el semanario se encargaba de resaltar cuando comentaba el informe del CONASE sobre las revueltas: “en él se endilga ‘el proceder de las organizaciones subversivas que actúan en el país’ a ‘la doctrina que sobre el particular han fijado los ideólogos revolucionarios, en especial los marxistas, pudiendo advertirse una clara injerencia extranacional’. No se aducen pruebas, aunque se declara que ‘el enemigo interno no sólo amenaza al Gobierno sino a toda la sociedad argentina’”46. Con el uso de la retórica propia de la Doctrina de Seguridad Nacional, el gobierno esperaba torcer la opinión pública a su favor, algo que con Primera Plana no pudo conseguir debido a la posición crítica que adoptó la publicación. Es que para el semanario, la situación de “desestabilización y conflicto” comenzaba con la decisión del aumento de precio en los comedores universitarios de la Universidad del Nordeste, que provocó la movilización masiva del estudiantado, con la consecuente represión por parte de la policía que acabó con la vida del estudiante Juan José Cabral, seguida por una ola de protestas y movilizaciones que requirieron la intervención de las Fuerzas Armadas. Y este es otro factor que la revista observaba con inquietud, al señalar que el sector castrense se había erigido como árbitro de la situación.
El final Pero el panorama político distó mucho de normalizarse y, en medio de fuertes tensiones, la situación generada en mayo de 1969 escribió un último capítulo: la clausura de Primera Plana. Luego de la publicación
45
Primera Plana, Nº 340, 01/07/69, p. 9.
46
Primera Plana, Nº 340, 01/07/69, p. 10.
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del número 345, el 5 de agosto de 1969, el gobierno de facto clausuró el reconocido semanario, debido a que la revista había dejado entrever un conflicto entre Onganía y el Comandante del Ejército. “La ofensiva Lanusse”, que por otra parte es el título del citado ejemplar, comienza con el pedido de baja de dos altos oficiales del Ejército a pedido del Comandante en Jefe del Ejército. De este modo, para el semanario, la maniobra de Lanusse “amenaza con descabezar a los mandos desleales del arma: exactamente, busca desplazar a los jefes considerados “nacionalistas”, dispuestos a trasformar la índole del Gobierno, a “rescatar” a Onganía si éste se aviene a ello, o a terminar con él y con Lanusse de lo contrario”47. Por otro lado, la revista daba cuenta de un conflicto en el interior del Ejército, entre la facción “nacionalista” que apoyaba a Onganía y la facción que deseaba “un avance material rápido, capaz de eclipsar las saudades del peronismo en las masas populares, para volver entonces el sistema “democrático”, en el cual los partidos tradicionales jugarían otra vez un rol protagónico. Se considera que este sector “liberal” está acaudillado precisamente por el general Lanusse”48. De igual manera, se planteaba la intención por parte de Lanusse de presentar a Onganía un pliego de condiciones que “en caso de repudio se decretaría la separación del Presidente”. Ante tal posibilidad, el “presidente” se marchó repentinamente de vacaciones a Villa la Angostura, para eludir de ese modo el posible planteo del Comandante del Ejército. En cuanto al planteo, para Primera Plana Lanusse tenía la intención de pedirle a Onganía “la participación obrera en las ganancias, un expediente con sabor a demagogia; las versiones señalaban que tras la propuesta, destinada a ganarse la opinión pública, el Comandante pedirá la defenestración del Ministro del Interior, del Secretario de la SIDE, de numerosos Gobernadores y del equipo de la Secretaría General de la Presidencia. Imposición final: que el Gobierno fije un plazo de gestión, al cabo del cual será necesario convocar a elecciones”49 . Ahora bien, ¿por qué se clausura Primera Plana? Si tenemos en cuenta la aversión del semanario hacia el sistema político liberal y hacia todo tipo de “salida demagógica” como la que presumiblemente planteaba Lanusse; Onganía podía asegurarse, si no la lealtad hacia él de la revista, tampoco el apoyo a Lanusse. Creemos que el miedo a esto último, sumando al hecho de que se insinuaba una ruptura entre los dos generales, provocando de este modo una situación de inestabilidad, posibilitó la decisión de clausurar la revista pocos días después de la publicación del citado ejemplar. Así finalizaba un periodo marcado, en un principio, por un fuerte apoyo y el intento de legitimación de un gobierno claramente ilegitimo, seguido de otro caracterizado por la crítica a las acciones de gobierno. Y 47
Primera Plana, Nº 345, 05/08/69, p. 11.
48
Primera Plana, Nº 345, 05/08/69, p. 11.
49
Primera Plana, Nº 345, 05/08/69, p. 14.
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puede que “la ofensiva Lanusse” haya sido la excusa necesaria, para finalmente sacar de circulación a una publicación de prestigio e influencia, que comenzaba a tornarse incómoda. A pesar de ello, la experiencia Primera Plana, sobreviviría en otra publicación de igual formato y línea editorial, llamada Periscopio50, que si bien en sus primeros números mantuvo una posición de alineamiento con el gobierno, más cercana a la autocensura, con el progresivo aumento de la violencia política, volvería al cause crítico. Los continuos robos y ataques hacia dependencias militares y policiales, marcaban el preludio de lo que vendría. Con el secuestro y posterior muerte, del ex presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu por parte del naciente movimiento Montoneros, la situación había llegado a un punto intolerable. La imposición y mantención del orden, objetivo del cual se jactaba el onganiato de haber logrado con éxito, quedaba desmentido. Y la figura de quien había sido considerado el “hombre fuerte” de la política, también. Onganía fue obligado a presentar su renuncia y abandonó el poder, de un modo muy distinto a como había arribado51. El mencionado e histórico número de Periscopio, cierra la extensa sección dedicada al “cambio” de gobierno, con un racconto sobre la vida privada y pública del depuesto “mandatario”. En ella, se reflejan una serie de elementos que tienden a opacar aún más la imagen de Onganía, considerándolo un militar regular cuando no mediocre, que logró sus asensos gracias al escalafón y no por haberse destacado. De igual manera, se presenta su costado más mesiánico y ególatra, debido a que él mismo se consideraba una especie de Rey omnipotente y omnisapiente52.
50
Victorio dalle Nogare, último director de Primera Plana, se mantuvo en el mismo puesto en la nueva publicación, que era
editada bajo el sello de Editorial Primera Plana SRL, el mismo que el de su antecesora, así como se mantuvo el staff periodístico de Primera Plana. 51
El semanario realizaba la siguiente observación sobre la deposición de Onganía: “pues resulta que el mandato de Juan Carlos
Onganía era limitado, condicionado, como el de un Presidente constitucional, como el de un simple paisano: ¡y él sin saberlo! Concluía su misión, debía hacer elecciones y marcharse. Si a usted lo invitan, y usted se queda indefinidamente, lo echarán”,
Periscopio, Nº 39, 16/06/70, pp. 13-14. 52
En uno de los fragmentos más relevantes de la nota, el cronista dice lo siguiente: “…su esfuerzos por rodearse de tecnócratas
indicaron más de una vez que, en el fondo de su alma, seguía negándose a ver políticamente la realidad. Admirador de Franco, hasta la pompa oficial que él restauró lo asimilaba a un Rey. En mayo de 1969, el incendio de Córdoba agota sus reservas de paciencia y, sin duda, acentúa su religiosidad: poco después consagra el país al Corazón de María y, así tonificado, endurece aún más la vida de sus conciudadanos”. Véase “Ocho años de reinado”, Periscopio, Nº 39, 16/06/70, p. 20.
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Conclusión El presente trabajo procuró examinar los posicionamientos de la revista Primera Plana durante el periodo 1966-1970, en relación a las principales políticas económicas llevadas a cabo por el gobierno de facto del general Onganía, como así también la postura hacia las trasformaciones sociales y políticas que el régimen se proponía realizar. Recuérdese que el interés por realizar esta investigación, radica en el relativamente escaso conocimiento de la problemática durante los primeros años de la Revolución Argentina, teniendo en cuenta el apoyo inicial del semanario a la figura de Onganía y a cómo había terminado dicha relación. En este sentido, hemos podido establecer que la relación entre el semanario y el onganiato atravesó por tres etapas. Una primera, donde la revista se dedicó a legitimar al régimen equiparándolo con una “dictadura a la
romana”; pero a la vez lo encontró opuesto a él, en lo relativo a la intervención en las universidades y en la política económica. En la segunda etapa, la relación se restablece (con fuertes críticas), pero es indudable que
Primera Plana no dejó de apoyar al régimen en ningún momento, al mismo tiempo que se percibe un cambio de postura al considerar que el gobierno estaba encaminándose, especialmente en lo que refería a la política económica. Finalmente, es con la tercera etapa en que la relación termina rompiéndose por los continuos errores del gobierno ante la situación social insostenible, llegando a la clausura de la revista por parte del gobierno que ella misma había ayudado a construir entre 1965 y 1966. A pesar de ello, hemos visto cómo la revista sobrevivió a la clausura bajo otro nombre y cómo se adaptó inicialmente, pasando a tener una postura editorial que rayaba la autocensura, para luego ser abiertamente critica con Onganía y su gestión y celebrar su destitución. Ahora bien, ¿cuál fue la postura que adoptó la revista en torno a los dos objetivos básicos del BA? ¿Y su posición hacia las corrientes paternalista y liberal que componían al régimen de facto? Sin lugar a dudas, en torno a estas cuestiones se encuentra lo más rico del análisis efectuado. De la lectura de Primera Plana durante el período 1966-1970, podemos concluir que en relación al objetivo de la modernización, la revista relacionaba el cumplimiento de esta meta con el desarrollo de una política económica de claro matiz liberal, por lo cual no fue de extrañar que el semanario apoyara a la facción liberal del BA cuando esta se hizo cargo de la economía nacional con la designación de Krieger Vasena al frente del ministerio. De igual manera, debemos destacar que el apoyo brindado a la gestión del segundo Ministro de Economía de Onganía no fue absoluto, sino que encontró varias objeciones no tanto al desempeño del ministro como sí a la actitud del presidente de facto y sus funcionarios ligados a la facción paternalista, como el Ministro del Interior Guillermo Borda y el Secretario de Gobierno Mario Díaz Colodrero, que para el semanario obstaculizaban las políticas desplegadas por el grupo liberal del gobierno. Así, un aspecto negativo para Primera Plana, era la falta de acuerdos básicos entre las facciones político-ideológicas que formaban parte del BA sobre las políticas a desarrollar.
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Entre los puntos que el semanario cuestionaba, se presentaba la cuestión del orden a establecer, vinculada al sistema de gobierno que el régimen de facto debía generar para garantizar la modernización del país53. Aquí la revista presenta serias diferencias con ambas corrientes, pasando a no apoyar a ninguna de las dos en relación a sus propuestas políticas. Este punto puede ser apreciado en la lectura de los editoriales de Mariano Grondona, quien paso a ocupar un rol que hemos dado en denominar como de “consejero del príncipe”. Semana a semana, Grondona
desplegó en su página editorial distintos análisis sobre los principales
acontecimientos políticos del momento, pero principalmente se abocó a delinear el sistema político y de gobierno que Onganía debía adoptar. De esta manera, la institucionalización del régimen era el objetivo central que debía llevar a cabo el presidente de facto, el cual debía desembocar en una nueva democracia. La pregunta sería entonces,
cómo lograr la institucionalización de un gobierno de facto. Pensamos que
Grondona, había creído encontrar una posible respuesta. En este sentido, para el editorialista, Onganía debía presentarse como un líder carismático, que a base de brindar un proyecto social y económico que pudiese promover el bienestar de amplias capas de la sociedad, especialmente en los sectores populares, estos la harían propia, opacando de este modo la imagen de Perón y permitiendo a Onganía postularse en una futura elección. Así, se legitimaba un régimen político de tinte conservador, que garantizaría la modernización y los intereses de la gran burguesía. A nuestro parecer, el planteo del editorialista presentaba algunas falencias. En principio, no tenía en cuenta, o fingía no tener en cuenta, la importancia de la figura de Perón, quien a pesar de estar exiliado, seguía dominando la escena política local. Por otro lado, parecía no tener en cuenta los verdaderos intereses y objetivos de Onganía y los paternalistas, que pretendían consolidar su poder mediante la formación de Consejos Asesores que representaran los intereses de las corporaciones sociales, y que lo único que buscaban era simplemente brindar la ilusión de participación por parte de la ciudadanía. La verdad era, que el Ejecutivo Nacional seguiría monopolizando el poder y la toma de decisiones, algo que el mismo Grondona terminaba aceptando en su último editorial antes de dejar la revista. De este modo, podemos resumir el plan político de Grondona en: 1) la instauración de un líder carismático fuerte, que ordenase la sociedad. Dicho líder, que tomaba como ejemplo la experiencia gaullista, concentraría en torno de sí mismo y por un tiempo determinado “la suma del poder político” y estaría limitado por instituciones que se encargarían de controlar al líder y velar para que no abuse de dicho poder. 2) dicho líder, debería brindar un proyecto político y económico que posibilitara la institucionalización del régimen, para que
53
Recordemos que para el gobierno de Juan Carlos Onganía, había cierto consenso en que la modernización del país no podría
lograrse, sin antes garantizar el orden político y, fundamentalmente, social.
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una vez que éste hubiera finalizado con los objetivos de restaurar el orden, mediante algún procedimiento de tipo democrático, el mismo pudiese perdurar en el tiempo. 3) el objetivo final que debía proponerse el
onganiato, era la conformación de una auténtica democracia, sin exclusión alguna, por lo cual debería permitírsele al peronismo presentarse a elecciones. De esta manera, se esperaba que la población, brindara su apoyo al proyecto esgrimido por las Fuerzas Armadas y la gran burguesía, debilitando al peronismo. En síntesis, podemos afirmar que Primera Plana apoyó e incluso promovió el proyecto económico defendido por la corriente liberal de la Revolución Argentina, en lo que se refería al impulso de la industria pesada mediante el fomento de la inversión de capital extranjero directo a largo plazo. Respecto al objetivo del orden, el semanario sostuvo una posición contraria a ambas facciones. Si bien defendió ciertos elementos del liberalismo político, como la defensa de las libertades civiles frente al embate gubernamental en lo que refería a la censura y al clima de persecución y autoritarismo sobre el arte y la cultura, no coincidió con la propuesta política liberal de la democracia de partidos. De hecho, tanto la democracia como sistema de gobierno como los partidos políticos y los propios políticos civiles, fueron vilipendiados por la revista, al considerarlos como culpables de la situación crítica en la que se encontraba el país, al preferir los votos antes que a tomar las medidas necesarias para garantizar el orden social y político necesario para logar el desarrollo económico. En cuanto a la propuesta paternalista, denominada por la revista como “corporativista” o “nacionalista”, tampoco recibió el visto bueno de Primera Plana al considerar que la idea de crear Consejos Asesores rozaba el fascismo y que al final, sólo se lograba dar una ilusión de participación ciudadana en la toma de decisiones. Por el contrario, el Estado seguiría monopolizando la misma y la sociedad no tendría participación alguna. Para finalizar, consideramos que la imposibilidad de cumplir con los dos objetivos básicos del BA, facilitó el paulatino alejamiento de la revista y el definitivo quiebre del gobierno con una publicación que comenzaba a tornarse molesta para las altas esferas del poder. Y ello fue lo que en definitiva, contribuyó a la decisión de clausurar Primera Plana, más allá de que la clausura no imposibilitó que la misma continuara saliendo bajo otro nombre e intentara un cierto reacomodamiento, que coincidiría con los últimos días de Onganía en el poder, para finalmente sepultarlo en el oprobio.
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Horowitz, Joel; El radicalismo y el movimiento popular (1916 – 1930), Buenos Aires, Edhasa, 2015 Paulo Menotti (UNR/UBA)
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Paulo Menotti
Tras largo tiempo de circular con su versión en lengua inglesa por el ámbito académico, el texto de Joel Horowitz El radicalismo y el movimiento popular (1916 – 1930) fue traducido y editado en Argentina este año por editorial Edhasa. Por esta razón, el libro no es una novedad exclusiva entre aquellos que están interesados en el estudio del radicalismo y la clase trabajadora argentina porque, incluso, ya venía siendo citado. Demás está subrayar que el trabajo del historiador norteamericano formado en la Universidad de Berkeley junto a Tulio Halperín Donghi se inscribe y es un aporte importantísimo a esa historiografía. Dicha producción sobre la historia política y social argentina de la primera experiencia de democracia ampliada, en particular la historia de un partido político como la Unión Cívica Radical (UCR) y su relación con los trabajadores, es extensa aunque consideramos le falta un largo camino para tocar su techo. Tiene mucho por dar aún. El texto se inscribe en la senda elaborada por el trabajo pionero de David Rock, El radicalismo argentino: 1890 – 19301, un estudio sobre la política de la UCR desde su origen hasta el primer golpe de Estado, con una perspectiva anclada en la historia social. El libro de Horowitz se enfoca también en los gobiernos radicales de Hipólito Yrigoyen y de Marcelo T. de Alvear, que se desarrollaron durante el primer periodo de ampliación del sufragio en nuestro país, hasta su primer trágico desenlace, esto es entre 1916 y 1930. Como lo indica el título: “El radicalismo y el movimiento popular”, este texto se ocupa de examinar la relación entre la dirigencia partidaria en el gobierno nacional con el movimiento obrero, definido como movimiento popular. Vale aclarar que este último concepto se acerca por momentos a la idea de “sectores populares” planteado por los historiadores Leandro Gutiérrez y Luis Alberto Romero, en los años ochenta. 2 Estos autores, cuando reflexionan sobre los trabajadores en los años veinte, señalan que una de las características que prevale en el accionar del conjunto del movimiento obrero fue la pérdida de su radicalidad, en donde se desdibuja la identidad de clase. Esto último se produjo en un contexto de ampliación de la participación política y la estructuración de una sociedad menos fragmentada. Horowitz prefiere no involucrarse en este debate, y busca echar luz sobre una cuestión que hace a la práctica de la política (clientelismo y patronazgo) y su relación con las masas... Al mismo tiempo, el texto de Horowitz se ancla en el análisis de prácticas y experiencias de los trabajadores intentando incursionar en aspectos de tipo cultural El libro se divide en siete capítulos que van desde el análisis de la sociedad, la economía y la política en la Buenos Aires de la primera posguerra, hasta las experiencias que marcaron el fin de los gobiernos radicales con el inicio del gobierno de facto de José Félix Uriburu. Desde un comienzo, Horowitz presenta una radiografía social y económica exhaustivas de la Capital Federal de la segunda década del siglo XX, es decir, el escenario en el que se desarrollan los procesos históricos. Luego, el autor se detiene en el análisis de cómo los dirigentes radicales forjaron sus imágenes. Mientras Yrigoyen, con ayuda de su órgano de prensa La Época, se preocupaba por brindar un retrato de un líder interesado por la situación de los obreros argentinos. En Alvear, la problemática obrera no ocupaba el centro de su agenda, pero tampoco la dejó de tener en cuenta totalmente. Horowitz destaca que el círculo cercano a Yrigoyen lo presentó como el “padre de los obreros”, una característica que luego supo capitalizar el líder radical, incluso por encima de las prácticas clientelares. Asimismo, Yrigoyen cultivó una imagen de austeridad, alejado de la exposición pública y con una vida sencilla. En contraposición, el autor señala que Alvear no llevaba una vida recatada y que sus prácticas se encuadraban en la clase social a la que pertenecía, es decir, la aristocracia. De esta manera, se intenta indagar hasta qué punto las características personales de cada líder político influyeron en el modo de vincularse con los problemas de los trabajadores. El autor también se interroga sobre los usos y resultados de las prácticas de “patronazgo” a partir del análisis del incremento de empleados públicos. En una sociedad donde la flexibilidad del trabajo era la característica principal,
1
Rock, David; El radicalismo argentino, 1890-1930, 2° ed., Buenos Aires, Amorrortu, 2010. La mayoría de los textos que se enfocan en el radicalismo lo hacen desde una perspectiva política, mientras que Rock indaga en la perspectiva social. A medio camino, y uno de los últimos textos que cubre toda la historia del centenario partido, se encuentra Historia del radicalismo. Persello, Ana Virginia; Historia del radicalismo, Buenos Aires, Edhasa, 2007. 2
Gutiérrez, Leandro y Luis Alberto Romero; Sectores populares, cultura y política: Buenos Aires en la entreguerra, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2007.
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Horowitz, Joel; El radicalismo y el movimiento popular (1916 – 1930), Buenos Aires, Edhasa, 2015 el acceso a un puesto público era una preciada llave a una mejoría de los trabajadores y eso fue utilizado como una herramienta por el amplio arco de las dirigencias políticas. En este caso, Horowitz advierte que Alvear, que se definía opuesto a relaciones clientelares, fue quien más trabajadores incorporó al Estado. Ese dato le sirve a Horowitz para cuestionar los alcances del “patronazgo” en la popularidad cosechada en las urnas por Yrigoyen. Incluso, el historiador norteamericano aborda la cuestión alrededor del proyecto de ley de jubilaciones fracasado en el gobierno de Alvear. Frente a esta cuestión, Horowitz analiza la esquiva y sorpresiva percepción del movimiento obrero que termina conformando un frente común con la patronal ante un proyecto de seguridad social que supuestamente iba a beneficiarlos. En este punto, el texto no profundiza en las distintas apreciaciones, la obrera y la del gobierno radical, sobre el tema. Y no analiza con mayor detalle por qué los radicales se empeñaron en mantener su plan que ya contaba con una marcada oposición del conjunto de la sociedad. Nuevamente, en este enfoque Horowitz señala los límites del acercamiento entre los radicales y el movimiento popular. Al igual que David Rock, Horowitz plantea que el primer mandatario radical mantenía una relación con los líderes obreros del Sindicalismo Revolucionario, en especial, los marítimos y ferroviarios. El apoyo presidencial se expresó en no reprimir y permitir el desarrollo de algunos movimientos reivindicativos, y ofrecer la mediación estatal en los conflictos. Sin embargo, el soporte presidencial tiene como límite la presión ejercida por la burguesía nacional e internacional, lo que explica las grandes represiones ocurridas durante los sucesos de la Semana trágica, de la Patagonia y La Forestal, entre otras. A pesar de esto, el autor destaca que Yrigoyen logró mantener y aumentar su popularidad situación que se tradujo en un fuerte apoyo electoral a la candidatura del líder radical. Ese mismo análisis, se aplica al gobierno de Alvear. Éste último, también intentó ganarse el apoyo popular que brindaban los obreros a partir de sus instituciones, los sindicatos. El historiador norteamericano reconoce en la gestión de Alvear la existencia de políticas “obreristas”, pero estas estuvieron atravesadas por las tensiones que se generaban en su propio gabinete, ya que algunos estaban a favor de los trabajadores, como Leónidas Anastasi. Y otros estaban comprometidos con instituciones antiobreras (la Asociación del Trabajo), como fue el caso de Manuel Domeq García, entre otros. El autor afirma que Alvear trató de acercarse a las masas populares, estableciendo contactos con el movimiento obrero. Y si bien le atribuye al alvearismo la instrumentación de una “política obrerista”; resalta asimismo la ambigüedad para definirse en ese sentido. No obstante, su perspectiva es una mirada desde el gobierno, no desde abajo. En este contexto, creemos que la expresión “obrerismo” excede a una administración que mantuvo momentos de represión y no suprimió las tensiones que afectaban a la clase trabajadora. Por último, según Horowitz si se centra la atención en el último gobierno de Yrigoyen (1928 – 1930), se notan los límites del “populismo” obrerista de Yrigoyen. En ese periodo se dieron una serie de factores que terminaron con el gobierno democrático y se dio rienda suelta al primer gobierno de facto en la Argentina. No deja de sorprender que el hombre que contara con un apoyo entusiasta y masivo, haya caído casi sin resistencia obrera ni radical. Según Horowitz, Yrigoyen se las arregló para disipar toda su popularidad en ese momento. Colaboraron con él la crisis económica que se avecinaba, la falta de energías del anciano dirigente y el hartazgo de las altas esferas sociales que bajaron el índice a Yrigoyen. Horowitz considera que con estos elementos se explica la caída del gobierno democrático pero quedan variantes para alumbrar. Las expectativas de los trabajadores, por ejemplo, que llevaron a la cumbre a un dirigente que termina enviando a las tropas del Ejército a reprimir, a contener una agitación creciente a la provincia de Santa Fe, tal vez es un punto a desarrollar para analizar la relación entre el líder y las masas. En suma, Horowitz realiza un importante análisis de la primera experiencia democrática radical y del legado hacia el futuro, tanto en su incapacidad para sentar una base sólida para el sistema democrático como para los valores que supieron incentivar a los dirigentes radicales, entre ellos el nacionalismo y la llegada a los sectores populares. Tanto fue así que Juan Domingo Perón contó en su tradición política al yrigoyenismo. Si bien el autor considera que el clientelismo y el patronazgo no alcanzan a explicar la popularidad del radicalismo del periodo, aporta un análisis de interés para quienes pretenden abordar la relación entre el radicalismo y una sociedad de masas en ciernes.
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Milanesio, Natalia: Cuando los trabajadores salieron de compras. Nuevos consumidores, publicidad y cambio cultural durante el primer peronismo. Siglo XXI, Buenos Aires, 2014 Martina Mangiaterra (UNR)
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El libro presenta ya desde su título una articulación de dimensiones de análisis que hacen a la complejidad del objeto, por una parte “Cuando los trabajadores salieron de compras” atiende la novedad de la inserción de las clases trabajadoras en el mercado de consumo a partir de la década del cuarenta, mientras que el subtítulo “nuevos consumidores, publicidad y cambio cultural durante el primer peronismo” señala que el modo de acercarse a problemas en general leídos desde la historia social y económica será a través del campo de análisis de los estudios culturales que va abriéndose paso en nuestro país. Estos temas que el propio subtítulo señala son una clara indicación de los intereses de la autora, dentro de un incipiente campo de análisis de los estudios culturales que va abriéndose paso en nuestro país. El período que en Argentina va desde 1946 y 1955 es el de una significativa transformación de todos los órdenes políticos, sociales, económicos, culturales-. Lo que en el libro de Milanesio vamos a leer es el proceso por el cual vastos sectores de la población se establecieron como actores en ámbitos y prácticas de consumo inéditos hasta ese momento; se trata de los vastos sectores que comprenden al consumidor obrero en tanto protagonista de una mudanza en la cultura comercial, en la trama de las identidades colectivas, en el papel del Estado y las empresas, en las novedosas estrategias publicitarias, en las redefiniciones de pautas de género, en una amplia simbólica que llega hasta poner en cuestión relaciones de clase. ¿Qué fue lo que sucedió a mediados del siglo veinte “cuando los trabajadores salieron de compras”? Primero, estos trabajadores son obreros varones y obreras mujeres, además de mujeres amas de casa, que se encolumnan detrás de la propuesta de bienestar social hecha por Perón posibilitada por una nueva configuración de la industria nacional, de la expansión del mercado interno –que se volvió más vigoroso y democrático- y de un esquema de redistribución del ingreso de fuerte impronta populista. Segundo, se advierte una correlación entre las representaciones subjetivas que los individuos sustentan, según su inserción de clase, y el nuevo mundo de objetos al que acceden, que también es transformado para hacer frente a nuevas demandas como por ejemplo el consumo ligado al tiempo libre que ahora, de manera original, comienza a ser presentado como un derecho y a ser objeto de atención por parte del gobierno. Tercero, el texto presenta un interesante análisis del rol que la publicidad jugó en este proceso, en varios niveles: en la aparición de innovaciones estéticas en los anuncios comerciales gráficos, radiales y callejeros; en la revelación de la figura y el rol de la mujer que comienza a ser apartado de los modelos tradicionales: ahora se trata de una mujer que trabaja fuera o dentro del hogar, responsable en parte del consumo aun cuando todavía no se fomente su independencia, para lo cual se afirma la consideración de que los artefactos domésticos son clave para la realización del papel hogareño que ella debe ocupar. Esto fue acompañado por una imagen femenina que Milanesio caracteriza como “cliché visual”, representación idealizada de una figura especial de belleza que era capaz de captar tanto a varones como a mujeres. Por último -sin que estas referencias agoten la complejidad y riqueza de los temas tratados por Milanesio- indicamos el estudio de las tensiones de clase que generaron estos cambios, afectando identidades fuertemente establecidas tanto sociales como económicas y de género ya que la autora cree que existe una evidente correlación entre clase e identidad política. Esto significa que -en el período estudiado- las clases medias altas y urbanas compartían una importante ideología antiperonista que los volvía temerosos ante la creciente participación obrera en todos los ámbitos, que recelaban de los desplazamientos de espacios de consumo y de esparcimiento antes exclusivos, que advertían un fuerte debilitamiento de su rol de vanguardia social y cultural paralelo a un proceso de masificación y estandarización todo lo cual, en definitiva, tendía a borrar los signos inequívocos de diferenciación social y volvía pertinente la pregunta ¿quién es quién?. Tanto “zapatillas sí, libros no” como el adjetivo calificativo “descamisado” aparecen analizados como paradigmas indiciarios del nuevo escenario que estableció la política peronista en su esfuerzo por incluir. Algunos de estos aspectos son objeto de interesantes entrevistas con personas que mantienen vivo el recuerdo de esos años y son capaces de reconstruir esa trama de experiencias ligadas a su crecimiento social. La autora llama a
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estas conversaciones “memorias del consumo”, afirmando que la valoración del período por parte de los consultados, con su cuota de nostalgia, también les hace posible una conexión con ellos mismos, con su identidad individual y colectiva, con las vicisitudes del paso del tiempo, con las variaciones de la sociedad y, sobre todo, con las conquistas y bienestar de un pasado cuya fuerza permanece. Las herramientas de la historia social y de los estudios culturales están puestas, en la obra, al servicio de una investigación que hurga en numerosas fuentes: los archivos de las agencias de publicidad, colecciones de revistas y de periódicos, gráficos y estadísticas, textos sociológicos y literarios y entrevistas para poner al alcance de los lectores un vívido fresco de un período muy conocido en otros registros historiográficos pero bastante nuevo en lo que se refiere a pautas de consumo que, en definitiva, son pautas culturales.
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CUADERNOS del Ciesal es una publicaci贸n anual del Centro Interdisciplinario de Estudios Sociales Argentinos y Latinoamericanos (CIESAL) de la Universidad de Rosario.