El primer recuerdo de mi hijo es el día cuando me fui de su casa, mi casa. Sus recuerdos son duros como gemas dentro de un reloj que desde entonces no ha parado. Algún día, cuando una mujer le pregunte en su primera noche de amor, mientras están despiertos recostados, él le dirá a ella: “Cuando mi padre se fue por primera vez.” Yehuda Amihai
Para Mayra, Jesús, Ana Cris y Joaquín
–Ya soporté tus mil ofensas –dice Olga–: te largas ahorita mismo de la casa y nunca vas a volver a ver a la niña. René sale de su casa, cierra la puerta de aluminio blanco y cristal. Ve que Sara, su niña de dos años, se recarga en el vidrio de la puerta, llora y grita “papá”. René camina por el pasillo hacia la cochera, observa que en la pared hay una lagartija albina con dos manchas negras en el lomo. Con su mano izquierda, René toma una tina y la acerca a la pared para atrapar al bicho. La lagartija corre y desprende su cola serpenteante. Él se dirige a su auto, entra y cierra la puerta. Escucha el llanto de su hija que aún grita “papá”. Seis meses después, tras la firma del divorcio, Olga y la niña se mudan a la ciudad de Laredo. Él pierde contacto con ambas.
René va a su antigua casa a recuperar algunos objetos. Al entrar por el pasillo, encuentra la misma lagartija albina con manchas. La cola ahora luce más pequeña y su punta es de color gris. Se acuerda de su hija. Cinco años después, René se entera de que Olga se ha casado de nuevo. Hace una cita con ella y con Carlos, el nuevo marido. A sus treinta y cinco años, Olga luce un cuerpo delgado y atractivo. Su cabello ahora es rubio y corto. Al salir de la reunión, René alcanza a Carlos y le pide ayuda para ver a su hija. Intercambian números telefónicos y Carlos dice que lo llamará. René regresa de Laredo en autobús. En el trayecto duerme y sueña con una lagartija que cae en una tina de agua.
Carlos contacta a René unas semanas después; afirma que intenta ayudarlo. Al principio el contacto entre ambos hombres es frecuente: una llamada cada quince días; luego una vez al mes. Al cabo de un año, ya sólo se reúnen cada seis u ocho meses. Carlos parece haber perdido interés en apoyar a René, quien sin embargo no deja de insistir. En ocasiones especiales, por ejemplo los cumpleaños, Carlos envía fotos de Sara. Primero llegan en sobres y después por celular. René guarda las más antiguas en un álbum familiar de hojas amarillentas. Después abre un archivo digital. René va solo a las reuniones familiares. Observa cómo sus sobrinos piden a sus padres que les compartan comida de sus platos. Cada vez que esto pasa, escucha una voz en su interior que le dice: “Jamás te sucederá a ti”.
***
Sara cumplió dieciocho años y estudia preparatoria. Un día, mientras está recostada en su cama y enreda su pelo con el índice izquierdo, sorprende a Olga con una pregunta: –Mamá, ¿Por qué desde niña tengo este sueño? –¿Cuál sueño, hija? –dice Olga mientras ordena la ropa en los cajones. –Que soy una bebé y mi papá me arrulla pero, cuando le veo la cara, no es la de él.
***
Un día René recibe una llamada: es Carlos. Le dice que Sara ha preguntado por él. –Hay que vernos. René siente una mezcla de felicidad y angustia. –¿Cuándo? Quedan de reunirse el 14 de octubre a las dos de la tarde en el restaurant favorito de Sara: un Luby’s del Mall del Norte. René está ansioso por que llegue la cita y, como suele hacer, imagina con una intensidad casi real cada detalle del día siguiente. Años después, todavía recordará esa emoción. La noche anterior al encuentro, vuelve su sueño recurrente: su lagartija está desesperada por salir de la tina. René llega al centro comercial al diez para las dos de la tarde. Ve una tienda y se para a comprar un ramo de rosas rojas y blancas. Mientras hace una larga fila para pagar, lee el encabezado del diario El Mañana: “Trágica muerte de una adolescente en el lago Casa Blanca.” A las dos quince ingresa al Luby’s, recorre las mesas y busca sin encontrar. Han pasado más de diez minutos; se angustia. A punto de telefonear a Carlos, se percata de que en la esquina hay una mesa que no había visto. Se dirige hacia ella y mira a Carlos agitar su mano en el aire. Camina unos pasos más. Sara está frente a su otro padre y de espaldas a él. Su cabello es largo y rizado. Sara voltea y René se reconoce en el rostro de su hija: los mismos ojos grandes, nariz aguileña y barbilla afilada. René nota que sus manos sudan y el corazón le late deprisa. Sara se pone de pie. Es alta y delgada. Recibe las rosas de manos de su padre, las pone en la mesa, lo
abraza y le da un beso. Él percibe el olor de un perfume dulce sobre la piel tersa. Se sientan. Al principio, no saben qué decir. Antes de retirarse de la mesa, Carlos revisa que no se quede nada. –¿Quieres estar un rato a solas con nuestra hija? –pregunta. René dice que sí. Carlos se aleja y ellos ordenan de comer. Él pide unas enchiladas con queso y la joven un pastel de carne. Ella parece cada vez más en confianza, como si conociera a su papá de mucho tiempo atrás. Se le antojan las enchiladas y le pide a René que le comparta una. Él se la da y ella le sonríe con la boca llena. Él recuerda la voz que le insistía: “Esto jamás te sucederá a ti”. Ve sobre su plato una servilleta compactada hasta quedar hecha bolita. En el lugar de Sara, hay otra servilleta igual. –¿Quieres dar un paseo?
Salen al estacionamiento. El padre abre la portezuela del copiloto y Sara sube al auto. –Hay un lugar bonito al que me encanta ir –dice ella. –Tú guíame –responde él. Después de unos minutos, llegan a un estacionamiento con un letrero que dice Parque Estatal Casa Blanca. A lo lejos se observan cientos de árboles cubiertos de hojas amarillentas como las de un álbum de fotos familiar. Bajan del auto y caminan un tramo por un sendero estrecho entre robles y encinos. Escuchan el crujir de las hojas al pisarlas. Llegan a la orilla de un extenso lago color turquesa. Hay
unas palapas y un letrero que dice “Prohibido bañarse”. Una pasarela de madera con barandal se adentra treinta metros sobre el lago. –¿Quieres recorrerla?
René sigue a Sara, llegan al final y se recargan en la baranda. Sara está a la derecha de su padre. Desde ahí observan, a lo lejos, un pequeño islote. Hay un largo silencio.
–¿Por qué me abandonaste?
René voltea a su derecha y Sara no está. En el barandal sólo hay una lagartija albina con manchas. La tarde cae y el sol rojizo se hunde en el lago.