Santero y Caminante

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INTRODUCCIÓN [Texto de Pablo Macera, tomado del libro Santero y caminante. Santiruraj-Ñampurej de Jesús Urbano Rojas y Pablo Macera, editorial Apoyo, Lima, 1992, pp. 11-14]. Este libro debería aparecer sólo con el nombre de Jesús Urbano porque son sus recuerdos, pro Urbano insiste en que yo figure siquiera en la portada. Para entender la obra, nada mejor qu explicar su origen y de qué modo fue cambiando hasta convertirse por su propia razón en algo tan diferente a lo que en principio se había pensado. A mediados de 1990, Carmen González Olaechea y Alfredo Davies quisieron organizar una exposición e los rarísimos trabajos de Jesús Urbano y me pidieron la presentación de un catálogo, nada más. Quise entonces conversar con el mismo Urbano sólo un día y luego visitar su taller durante un segundo día para entregar esa presentación rápidamente como era la necesidad y el deseo de todos, comenzando por el propio Urbano, ya que la exposición debería efectuarse en setiembre-octubre de 1990. Trabajamos en mi oficina durante parte del otoño y todo el invierno y la primavera de 1990. No teníamos un ambiente adecuado, compartíamos el cuarto de trabajo con otros; pero la voz de Urbano imponía el silencio sin quererlo. Hubo momentos de verdadera tensión y recogimiento; de algún modo todos los que allí estábamos compartimos el milagro de sus memorias y entendimos que estábamos recibiendo de regalo una experiencia casi religiosa. En diciembre de 1990, cuando ya teníamos varios meses de trabajo, Urbano yo tuvimos que interrumpir nuestra tarea común. Cada uno de nosotros tenía obligaciones inmediatas económicas urgentes. Reiniciamos la conversación en marzo de 1991… y todavía no ha terminado. Hemos decidido por eso presentarla tal como está: abierta, sin remaches. El primer día de nuestra conversación Urbano y yo nos limitamos a preguntas y respuestas sobre su relación con don Joaquín López Antay, el más ilustre de los maestros huamanguinos de cajones San Marcos; hasta aquí todo era más o menos convencional. De pronto, lo recuerdo con precisión, Jesús rememoró sus días de chacarero, su primer matrimonio con la señora Domitila Cárdenas y, a una pregunta mía, comenzó de repente a evocar de modo incontenible sus días de caminante bajo la férula del suegro, adusto arriero, dueño de piaras y avezado viajante de toda la brújula ayacuchana. A partir de entonces cambió radicalmente nuestra relación de trabajo; el propósito de los recuerdos, el estilo y el signo del reportaje inicial desaparecieron; quedé yo felizmente atrás, estimulando los recuerdos de Jesús Urbano y convertido en su oreja o escribiente; en el pretexto para alentar su memoria. Sólo fui, como dice Orfo, un “jalador de lengua”. Urbano regresó a todos esos años, a todas sus vidas, a veces sorprendido, a veces temeroso; queriendo y no queriendo salir adelante. En todo momento respeté sus silencios y sus inhibiciones; nunca insistí en fechas, lugares, asuntos, personas. Esto no era un interrogante etnográfico. Así fluyó entonces el recuerdo limpio o turbio según cual fuera la exigencia que su propia alma impusiera a Jesús Urbano.

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Pasaron los meses y las conversaciones continuaban, ramificadas hacia atrás, de costado, multiplicadas. Al cabo de casi un año decidimos suspenderlo todo. Esto se había convertido en una obsesión. Ni Urbano hacía retablos no yo pensaba en otra cosa que en esta biografía involuntaria, que estaba creciendo como un marañón. Nos prohibimos mutuamente cualquier conversación adicional y dejamos para el futuro las complicaciones de cualquier nuevo recuerdo. Comenzó entonces la tarea de organizar la memoria materializada. Nuestro método había consistido en hablar libremente sobre algún tema y luego reproducir el relato oral de Urbano con grabadora y taquigrafía. Esther Gálvez y Yolanda Candia asumieron heroicamente esta tarea. Al final teníamos casi 400 páginas escritas a máquina. De ese total fueron seleccionadas las 2/3 pares; el tercio restante ha sido reservado para un futuro libro. En cuanto al estilo de redacción será posible advertir de qué modo fue disminuyendo mi propia intervención hasta borrarse y dejar que Urbano hablase solo. Una de nuestras dificultades ha sido el orden de presentación impresa para estos recuerdos. No podía yo romper el flujo espontáneo del relato. Un día Urbano podía estar hablando de sus primeros tiempos en Huamanga como jardinero del municipio y al día siguiente recordar los incidentes de su vida en el arrieraje o sus viajes por la selva. En lo posible hemos respetado la secuencia de los recuerdos tal como evidentemente fueron revividos por Urbano. Nos ha parecido mejor que un reordenamiento artificial. Claro que el resultado es aparentemente caótico como la vida misma. Sin embargo, casi espontáneamente, han surgido grupos o bloques temáticos que constituyen los capítulos de este libro. Quizás algunos en su afán por racionalizarlo todo podrían preferir algo más rígido y cuadriculado. Lo entiendo, así estamos hechos y es difícil que cambiemos; hechos, claro está, no por nuestras madres o padres sino por algo más grande e innominado que tiene sus propios intereses, llámese sistemas, cultura, sociedad o lo que fuese. En todo caso, una cierta lectura permite comprobar que el propio Urbano desarrolló una disciplina de la memoria a medida que iba avanzando; aunque al mismo tiempo ocurrían verdaderas erupciones volcánicas. Llegaba alguna mañana conmocionado por sueños que a veces eran pesadillas y los contaba a borbotones. O de repente en el curso de la misma conversación empezaba a memorizar otras cosas que en apariencia nada tenían que ver entre sí, pero que estaban entrañablemente amarradas con el resto de su vida. En ningún momento hubo sensiblería ni autocompasión. Como tantos hombres de su tiempo, de su ubicación social y de su cultura, Urbano es de madera fuerte. Por eso, algunos párrafos decidió él suprimirlos por respeto y cariño a otras personas. No estaba yo necesariamente de acuerdo con esas decisiones pero sólo me tocaba acatarlas y jamás he sugerido su incorporación. Incluso he devuelto al propio Urbano a este propósito las copias mecanografiadas y hasta las hojas en taquigrafía. No quiero hacer misterios donde no hay y por si acaso, puesto que vivimos en un país lleno de sospechas, puedo jurar que ninguno de estos párrafos desaparecidos tiene que ver con la política actual. De hecho nada hemos hablado sobre esto por una suerte de acuerdo tácito que jamás fue verbalizado.

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Jesús Urbano ha leído y corregido la versión final de este libro. Todas las palabras y expresiones en quechua han sido revisadas personalmente por Urbano, quien he preferido escribirlas tal como suenan para él y sin adoptar regla académica alguna. He respetado incluso sus vacilaciones o la adopción de escrituras diferentes para una misma palabra. Además el propio Jesús Urbano introdujo algunos cambios a su primera redacción quechua y ha decidido mantener expresiones quechuas castellanizadas; es el caso, por ejemplo, de los plurales donde raramente utiliza el sufijo cuna. Este no es de ningún modo por lo que vemos un libro sobre el retablo o las artesanías andinas ni tampoco sobre un artista popular peruano. (Hubiese carecido además de valor cualquier análisis que hubiese pretendido yo escribir por ejemplo para diferenciar los retablos de Urbano de las obras de don Joaquín López Antay). Es más que todo eso porque nos lleva por todos los espacios y los tiempos que simultáneamente viven los runacuna cuanto más adentro del Perú, en su centro, nos hallamos.

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LOS CIELOS Y EL CAMINANTE [Narración de Jesús Urbano Rojas, tomada del libro Santero y caminante. Santiruraj-Ñampurej de Jesús Urbano Rojas y Pablo Macera, editorial Apoyo, Lima, 1992, pp. 188-192]. Cuando fui caminante aprendí más del cielo. Nosotros no teníamos reloj ni nada. Durante el día mirábamos el sol y de noche las estrellas y la luna. Usábamos también nuestros brazos, derecho e izquierdo, pero eso es curioso porque los chutoruna que no se equivocan con sus brazos cuando van en sus trajines, en cambio se confundían los llevaban de soldados y el sargento tenía que amarrarles en cada brazo un cuero de oveja blanco para el brazo derecho y un cuero de oveja negra para el brazo izquierdo y les decía en quechua: “Omaykita ojari (levanta la cabeza), Ccasjoyquita momuchi (saca pecho)” y en vez de decir a la derecha o izquierda, decían el cuerito negro o el cuerito blanco: “Yanacc jaracha lauman, yuracjaracha lauman”. Así aprendían. A veces los chutoruna ya habían entendido pero por fastidiar, de puro sabidos, se hacían los opa y el sargento requintaba. Con la luna somos amigos, como familia. Felices estamos nosotros con la luna en el camino y en cambio sufrimos cuando las nubes tapan todo, no nos dejan ver ni las estrellas; ése es el tiempo para los rateros porque se esconden bien; cuántos viajeros millonarios han terminado pobres y arruinados porque les han robado sus mulas y ya sin mula el viajante es nada y queda allá botado en la puna con su carga. Si estaba nublado calculábamos el tiempo por el canto de los animales, en silencio estábamos para escuchar. En las noches canta el pucuy pucuy que es un pajarito muy chico que canta triste, es un pajarito plomo que muy pocas veces se deja ver y se mueve entre los ichus igual que la perdiz. Canta a una hora exacta y canta al momento mismo que sale el suchu en el cielo y también canta en cada uno de los movimientos del suchu y de los ojos de la Llama grande como si de arriba y de abajo estuvieran llamando de arriba la estrella y de abajo el pucuy pucuy que le contesta a la estrella. Y es por eso que en esta conversación de las estrellas y los pájaros uno escucha el canto del pucuy pucuy y se despierta el caminante con el segundo canto del pucuy pucuy también se mira a las estrellas y ellas estarán en su sitio indicando. Este pucuy pucuy canta tres veces en la noche y termina a las cuatro de la mañana; cada canto lo hace de tres a cuatro veces. También canta en las tormentas del día. Mi suegro me daba encargo según las estrellas y así cuando quería salir a una hora y a otra hora me decía que debía mirar el cielo para fijarme dónde estaba la estrella que me había él enseñado. Por ejemplo, hay en el cielo dos calaveras; una grande y una chica; también están los ojos de la llama, Llamapa ñahuin; y él me decía: “Tú levantarás las mulas para el pasteo, después debes regresar para el campamento a tiempo cuando los ojos de la llama están bajando y se están escondiendo”; y a esa hora es al filo del amanecer. Así también las calaveras empiezan a inclinarse cuando ya comienza la media noche y luego se van inclinando más y a las tres están más echados de su costado. Había estrellas que forman un corral de llamas (llamapa puñunan) porque en el cielo hay igual que en la tierra. Anteriormente sólo había llamas en la tierra, no había toros ni ovejas, ni cabras ni nada raro, por eso arriba no había corral de toros ni de ovejas, sólo había corral de llamas. Pero 4


arriba hay también el corral vacío que mira a los corrales de llama que hay en la tierra y es como su espejo. Otras miran un sucho que sale a las tres de la mañana que es un montoncito de estrellas como cañigua. Sucho se retira poco a poco y camina poco a poco hasta desaparecer y va marcando las horas. Hay también una estrella de los abigeos: unos luceros van entrando a un hueco oscuro como si fueran ganado y representando su robo por los abigeos que lo llevan a una cueva en un sitio escondido y según van desapareciendo los luceros es una hora y otra y otra. Cada persona tiene su estrella, tiene su fe. Yo por ejemplo viajaba con los Ojos de la llama y con el sucho, y ésa era mi devoción; otros buscaban otras estrellas. Hay estrellas que salen por la tarde, son las Chinsicuy lucero o chasca. En verano hay un lucero el primero que sale y que aparece rápido y rápido se va; Chinsicuy lucero o chasca es el anuncio del anochecer. Hay otro lucero de igual tamaño que aparece en el mismo sitio. En algunas estrellas se ve la muerte. Varias estrellas forman el cuerpo de una sirena que está agarrando la rutuna (que es la hoz con que se corta el maíz, el trigo; la “segadera”) y eso corta la vida. Y ahí está pasando y hay pongos que saben leer y decir en qué mes va a morir una persona. Hay también el Achiquiacc lucero; lucero que es del amanecer; y el chasca. Así mi suegro nos decía: “Ya está saliendo el chasca lucero, no sean ociosos, levántense que el lucero les está ganando”. Pero este lucero del amanecer sube un poquito nomás, quizás dos metros, luego desaparece y nosotros teníamos que hacerlo todo rápido antes que faltaran estos dos metros que le lleva poco tiempo al lucero hacer ese salto en menos de media hora o algo así; y desaparece al amanecer. Y cuando desaparece empiezan a cantar todos los pajaritos y hasta la perdiz canta. Porque los pájaros de día reemplazan a las estrellas y nos marcan las horas. De noche son las estrellas y de día los pájaros y el sol; todo está arreglado y es cosa e ver nomás. En las noches apostábamos a ver quien encontraba primero en el cielo a la Taclla (arado del buey); se le llama la Cabeza porque la yunta o arado tiene su cabeza para penetrar o abrir la tierra. También se ve la illa del toro dentro del Gran Río y así igual que la illa está en el río del cielo también la illa del toro en la tierra duerme dentro de las lagunas y hay comunicación entre los dos; la illa del toro en el río del cielo y la illa del toro que duerme en la laguna. Los dos están durmiendo y despiertan en agosto, al mismo tiempo que despierta Huatapuño en la selva. Hay una estrella que es el Camino del zorro, camino oscuro, en zig-zag entre las estrellas. Allí está representado el camino de los zorros, que son animales muy astutos y hacen aquí en la tierra igual que en el cielo. El que sabe cuenta las estrellas que están llegando al Camino del zorro y calcula el tiempo. En el cielo veíamos el Mar que es un tremendo río que aparece en el mes de mayo con bastntes estrellitas menudas y que igualito que el río en la tierra va. Además tiene ramales que se unen en el Río grande; y termina en un tremendo pozo iluminado que es el Ramacocha; en el mes de mayo es cuando tiene más estrellas este río.

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Allí con las estrellas están todos los animales del Taita Orcco y se ve al Choje Huaccra que es un pastor que ordena a todos los animales que existen allá arriba menos a la Llamapa ñahuin; porque estos animales de arriba muchas veces se desentienden de los que sufren acá en la tierra. Los animales están sufriendo con caracha o flacos, la gente también y ellos están arriba sin hacer nada. Por eso los Taita Orcco tiene a este Choje Huaccra arriba como un espíritu mandado por ellos; es una sombra oscura que con su chicote pone orden a los animales, los hace despertar arriba. El Choje Huaccra los despierta en el cielo y los hace orinar sobre las nubes y que miren abajo para ver lo que está pasando. Este pobre Choje Huaccra no descansa nunca, como el runa es. Dicen que un día se va a poner a roncar con sus animales que cuida y entonces sí que van a ir mal las cosas en la tierra. Arriba, así como hay un Jatumpunku que es la puerta del cielo también hay Ucupacha punku o sea la puerta del infierno y es más visible en el mes de mayo cuando todas las demás estrellas también son más brillantes y aparecen porque en se mes están reconocidas todas las estrellas y éste es el mes de los pongos y el mes en que se abre el cielo como en agosto se abre la tierra. Durante ese mes estamos observando en el cielo hacia dónde miran la perdiz y la vizcacha; y de acuerdo a ello sabemos si va a ser un buen año, si habrá aguacero o no. Lo mejor para eso es consultar a los pongos. Lo que ellos dicen es cierto porque cuando nos advierten que ese año no habrá aguacero así es porque ellos saben ver en el cielo antes de que pase en la tierra, o sea que la estrella se anticipa. Lo mismo saben hacer los viejos en agosto, cuentan los días del mes como si fueran los meses del año. Primero sacan los tres meses de cosecha y después cada día de agosto es un mes del año y viendo el día ven el mes y te dicen cómo va a ser con agua, sin agua; bueno, malo; y dicen que hay otros muy sabios pero ésos están en sus sitios bien guardados, difícil, que viendo el día de agosto te hablan de lo que va a pasar lejos a la gente, pero esto tampoco nadie debe preguntar y sólo hay gente señalada que sabe hacer la pregunta y le hacen caso, tú vas así nomás ni te miran, sordos se hacen. En esta puerta del infierno parece como que prendiera una candela y trae anuncios para la humanidad y eso saben leer los pongos pero de eso tampoco hablan mucho, sólo con los mayores conversan; uno no puede preguntar si no es el indicado, si alguno de vicioso, de puro curioso pregunta, el pongo pone cara de opa y se queda callado. Todo está en orden arriba. Hay por ejemplo tres cruces. La Taitacha Calvario que es grande, el Chaupi Calvario y después la más chica que es Sullca Calvario. Nosotros en la tierra tenemos igual. Arriba en las alturas, en las apachetas, para los cerros están las cruces grandes; la Yayan Cruz que de lúcumo la hacen durante tres Viernes Santo en tres años seguidos. Está la cruz sola, sin nada, sin ningún adorno. Más abajo los quechuaruna ya tenemos cruces más pequeñas. Cada uno pide su adorno, su devoción. Algunos piden milagro a San Pedro y entonces le dicen al maestro que les ponga un

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gallo. Otros confían en el Espíritu Santo y dibujan el urpi (paloma). Algunos para ciertas siembras piden la cuculí, pero es muy especial. Y por último está la Huasi Sullca Cruz, la más chiquita de todas, con sus adornos y sudarios que guardamos en la casa. Todo eso que hacemos acá abajo, lo vemos allá arriba.

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LOS DOS TOROS [Narración de Jesús Urbano Rojas, tomada del libro Santero y caminante. Santiruraj-Ñampurej de Jesús Urbano Rojas y Pablo Macera, editorial Apoyo, Lima, 1992, p. 129]. Me pasaron muchas cosas, unas tras otras seguidas mejor no hablar, pero la última que me decidió a salir de Huanta fue que había una granja agropecuaria. Tenían unos toros grandazos, de cuernos picados, que los amarraban por la nariz con sus cadenas. Mi papá estaba encargado de cuidarlos pero un día había ido él a trabajar su cerámica y uno de estos toros se había soltado entró al corral de otro toro que estaba amarrado y empezó a cornearlo. El toro amarrado no podía defenderse. Mi mamá estaba lavando y yo le ayudaba, cuando de pronto sentimos un temblor en la tierra y bramaba el toro, se quejaba. “Corre a ver”, dijo mi mamá. Cuando llegué adentro, el toro amarrado estaba casi muerto porque el otro le había metido el cacho por la panza y le habían salido las tripas chunchulín. Yo grité, grité. Agarré piedras y empecé a tirarlas contra el techo que era de calamina y gritaba como un loco hasta que yo no sé porqué el toro suelto ya de cansado se fue. Entré al corral donde estaba el toro herido, medio muerto y al ver su sangre y tripas me desmayé, caí al suelo, no sé cuánto tiempo estuve allí. En la noche cuando mi papá regresó a la casa quería avisarle pero yo estaba como un opa porque no podía ni hablar, sólo tartamudeaba y mi papá ni me entendió. Eso ya fue el final para mí, porque a los dos días me escapé de la casa y me fui a Huamanga. Ahora le diré que si pienso bien hubo algo raro que me asustó en esos dos toros porque cuando vi a toro amarrado que no podía defenderse y al otro grandazo que lo sangraba y le metía cornadas sentía como si yo era el toro amarrado y el otro era mi padre; ése iba a ser mi destino si me quedaba en Huanta. El toro amarrado era como yo, igualito me parecía, allí sin poder hacer nada y el toro suelto era mi padre que en paz descanse. Si me quedaba en la chacra así podía pasarme. Bueno era mi padre pero tenía sus ideas y había sufrido mucho trabajando. Por eso sobre todo me fui, de miedo que eso fuera verdad. A mi mamá algo le conté, ella lloraba, despacio: “Anda nomás hijo, vete, hazte hombre”. En la noche calladito me escondí y antes de la madrugada salí para Huamanga; todo lo demás ya sabe Ud.”

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LOS GRANOS DE MAÍZ [Narración de Jesús Urbano Rojas, tomada del libro Santero y caminante. Santiruraj-Ñampurej de Jesús Urbano Rojas y Pablo Macera, editorial Apoyo, Lima, 1992, pp. 108-110]. En los granos de maíz como en algunos granos de quinua podía verse la forma de la luna. Hay granos de maíz que son como la llullo quilla, que son tiernos como la luna recién nacida. Hay también maíces claros, la llullo papa, el llullo quinua cuando son verdecitos todos. Le voy a explicar bien para que no se confunda. Al primer maíz, el más tiernecito que está recién naciendo, formando su cuerpo, le decimos añaspa kirun sara porque recién está saliendo de la coronta os granos de maíz y son puntiagudos como los dientes del añaz. Cuando ya está tierno le decimos llullo sara. Después cuando madura pero que todavía está jugoso le decimos chaupi sara. Y tiene su cabellera y sus hojas la forma de la chaupi quilla con sus cuernitos hacia arriba y esta chaupi quilla es una buena luna. Cómo será que el maíz tenga sus granos en forma de dientes de todos; de añaz, de zorro, de vicuña. Hasta de gente humana tiene sus dientes el maíz y entonces le decimos sara kirun runa y éste es el maíz que más quieren encontrar porque le han salido dientes de humano por haber sido criado por el mejor sembrador. El maíz tiene sus granos tan parecidos a los dientes porque da de comer a toda la gente, no sólo al quechuaruna sin también a los chutorunas porque hasta ellos buscan el maíz y lo cambian por sus cosas; quesos, sus papas, su quinua. Sin el maíz el hombre no puede pasar. Del maíz hasta se hacían hostias para la iglesia. Las monjas en Santa Teresa hacían las hostias de maíz y sólo después con el tiempo ya se han empezado a hacer las hostias de trigo. A la comunión de antes le tenían mucha devoción y le decían sara taytachata chasquicusan (Dios hecho de maíz vamos a recibir). Los más viejos hablaban de los dientes como si fueran granos de maíz; yo me acuerdo de mi tío Melchor Huamán, hermano mayor de mi mamá, que estaba casado con una señora de San José de Cceje adentro, cerca de Aranguay donde ya termina Huanta, en una esquina donde ya se reparte el camino y puedes ir a la selva, a Huancavelica o a Huancayo; es allí donde se unen todos. Mi tío Huamán decía que antes de las fiestas cuando había pleito, en quechua hacían su amenaza: “Te voy hacer caer uno por uno tus dientes como las calaveras el panteón, igualito que el maíz desgranado”. En esos tiempos los pleitos no terminaban en el juez ni habían demandas. Aunque hubieses roto cabezas o dientes. Al día siguiente en la mañanita nomás había que llevar una gallina o un carnero varayoc o a las autoridades o también al perjudicado y también se le pedía disculpas a la familia del agraviado. No había tinterillos, ni policía ni jueces y todos estábamos tranquilos y la gente se respetaba.

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También el maíz tiene que ver con la muerte; porque desgranar una mazorca de maíz es como ir matando grano por grano. Por eso también jugamos con el maíz para el quinto día en el velorio del muerto con sus vestidos. De cada barrio llegan a la casa de los familiares con un desafío y cada uno traía su maicito pintado. Son tres maíces con su dibujo: el punto que gana, la raya que pierde y un cuadrado con la cruz que mata. Pero no cualquier maíz sino especial, maíz almidón que no sea ni muy blanco ni muy amarillo sino de color viudo, manteca. Los más antiguos en vez o además del maíz jugaban con los huesos de la rodilla de la oveja; o sino de la llama, allá arriba los chutorunas; pero ahora ya no juegan los quechuarunas, ya han desaparecido estos huesos. Estos huesos y este maíz tienen secreto; pueden hacer daño o hacer el bien. Cuando uno siembra maíz y sale un maíz muy grande entonces hay que tener miedo porque se dice: “Este maíz me va a comer”, porque ha dado buenas mazorcas, muy grandes y me va a cobrar (porque en el mundo nada es gratis); y sí sucede que después de recoger la cosecha buena y de guardar en la marca el dueño muere o alguien de su familia en vez suyo, o también puede ser el qe colabora o ayuda a sembrar ese maíz. Pero también cuando muere uno de alguna familia es como un grano de maíz que cae y todos los demás granos quedan flojos y se irán cayendo los parientes como se cae la fruta y la dentadura. Así, como granos de maíz muere el ganado del que no hizo su pagapu y lo castiga el Orcco y al final han caído todas las frutas, todos los granos del maíz y muere también el ganado y el dueño de las cosas. Con el maíz hay que tener cuidado para todo. La papa es dócil, buena, solamente crece por la gracia del cerro y Pachamama, por Dios o aguacero, redondita está en la tierra como un ovillo de lana. El maíz en cambio está lleno de dientes, es un hambriento, necesita del riego, aunque hay maíz que puede nacer en tierras de aguacero (ccochatarpuy). Al maíz tienes que estar viéndole sus caprichos. El maíz es como humano, hasta varón y mujer hay. El maíz macho es delgado y largo, mientras que los maíces hembras son anchas y barrigonas.

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