Cuentos sin Fecha

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Cuentos sin fecha.



HERNÁN DIEGO MOYANO FERRER (Marzo 26, 1972) nacido en Lanús, Buenos Aires - Argentina. Profesional exitoso, escritor apasionado de corazón colomboargentino. Gran padre, gran hombre, gran amigo.

A sus incansables ganas de ser mejor cada día.


Cuentos

Hernรกn Moyano


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Prólogo | 7

Tengo que reconocer que escribir este libro me dá mucho miedo, mucho. Quizás estés pensando que todo emprendimiento trae consigo muchas cosas, algunas imaginables y otras no y que por lo tanto, es natural que sienta miedo. La verdad es que lo inimaginable me preocupa, por ejemplo que no consiga la manera de publicar lo que escribo o escribir y no gustar. Pero me da miedo, en cambio, terminar mi libro, mi primer libro, tal vez el único aunque fuera éxito, me dá mucho miedo. En este libro no vas a desarrollar sensaciones y sentimientos, es que en realidad las sensaciones y sentimientos están en vos. Tu risa, asombro, bronca, mal humor, vanidad, amor, curiosidad, o sea todo lo que casi no controlás, está esperando por salir a invadirte a medida que te capture la lectura. La idea es que imagines, con libertad, con el permiso de sentir lo que se te dé la gana menos preocupación por mi miedo, mi libro y mi vida, eso corre por mi cuenta… … ya vas a entender a que me refiero !!!.


Con el inconsciente mรกs consciente que nunca. O con el consciente mรกs inconsciente que siempre.




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Sin dolor en el Alma

No hace muchos años atrás, salí de casa como salía todos los sábados, con el bolso lleno de alegría porque iba a jugar al futbol. En realidad lo de jugar era relativo porque en muchas oportunidades no lo hacía y cuando lo hacía no brillaba, pero el hecho de saber que los sábados me esperaba la liga me daba mucha alegría. Ese sábado me toco mirar el partido de afuera. Un partido en el cuál consideraba no podía estar sin jugar porque el equipo era una lágrima, como lo fui yo minutos después. Ahora que lo pienso creo que fue la última vez que lloré. Recuerdo que mi grado de calentura no se podía medir con ninguna herramienta terrenal. Pero en unos segundos ya no me acordaba del partido, ni de lo que creí injusto, ni de nada. Me invadió un dolor hasta las lágrimas que no se puede explicar, lo único por lo que no sufría era por mi alma, eso vendría después, el solo recordarlo me pone en guardia, porque aquello fue un nock out. Nunca apreté tanto los dientes como con aquel dolor, solo una vez pero fue por hacer el ridículo, historia que les pienso contar más adelante, el tema es que no lo podía soportar y no lo soporté. Cuando llegamos a la clínica, digo llegamos porque solo no lo hubiera logrado nunca, lo primero que hicieron fue inyectarme buscapina, ni siquiera tomarme los datos de mi carnet, que of course no lo tenía conmigo pero que no fue razón para no atenderme, lo hubieran hecho gratis, o no pero lo hubieran hecho porque realmente mi dolor traspasaba las fron-


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teras de lo contenible y hasta la persona más insensible hubiera cedido por ayudarme de alguna manera, más si eran médicos de alma, como creo que lo son. Les decía que lo primero que hicieron fue inyectarme buscapina, por recomendación de una médica que se veía tan jovencita como segura de lo que decía. No recuerdo si lograron hacerlo antes o después de que me recuesten en la camilla, lo que si recuerdo es un operativo tipo la serie de emergencias médicas, donde viví mi propio capítulo de Lanús Hope, que fue donde sucedió todo esto, capítulo que dejó abierta una historia, la historia de mi libro y el porqué del miedo a terminarlo. Cosa que explico en las próximas hojas y cosa que me marcó para siempre.

Lanús Hope Cuando el dolor corporal comenzó a ceder, la historia dió un giro hacia el dolor del alma, un dolor que es preocupación y no es dolor, va si es dolor, no sé, yo le llamo dolor del alma. Mientras mis lágrimas comenzaban a secarse y mi cuerpo a estirarse, ya que practicaba una posición tipo nudo, retorcijón no cabe en la postura, la doctora que les mencioné leía mi electrocardiograma, rutina que le dicen, y lo hacía en forma repetida, hasta en forma inversa, se ve que había algo que no le cerraba. El movimiento invadió nuevamente la guardia. Mientras me preguntaban cómo me sentía y si me dolía el pecho, trataban de ubicar a alguien en la clínica por teléfono, y antes de que corten el mismo, ya miraban el electro alrededor de cinco personas que no llegaban a discutir por su opinión profesional debido a que to-


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dos estaban de acuerdo cuando leían el maldito papel, pero que al mirarme a mí repetían en coro de niños cantores “no puede ser” “no puede ser”. Llegó el súper héroe que ese día se llamaba Eminencia, encontró a los súper amigos de la forma que se reúne un equipo de futbol americano cuando elige la jugada que está por realizar, se unió al team, y después de repartir las instrucciones de pizarrón, salieron corriendo, solo falto el choque de manos y el manos a la obra. Si no hubiera sido que el ascensor llegó rápido, me hubieran subido por la escalera a cococho, había que llegar a algún lugar que ellos conocían, lo antes posible y me hacían sentir que se nos iba el avión, y que no iba a precisar maletas. Me habían reservado una suite single en terapia intensiva, con televisor y todo, en realidad era un monitor, de esos que hacen pipp pipp mientras salta una pelotita dibujando unas rayas que generalmente son verdes y erráticas pero que de ser una línea uniforme y horizontal hablaría muy mal de tu estado, o muy bien de tu muerte. Mirá, no te asustés, me decía la pobre medica joven que tenía un pánico en la cara que si ese día hubiera sido halloween no necesitaba disfraz. Para completar la frase lo que omitió decir, es que sólo te está por dar un infarto, pero no es nada quién no tuvo varicela alguna vez. Me pusieron chupetes por todo el cuerpo menos en la boca, me los pegaban con un líquido que parecía sopa de plasticola con gelatina, el tema era que los sensores movieran la pelotita. Mientras rebotara sabría que mi vida era eso, mi vida, estaba vivo, aunque quedara resumida a seguir un partido de tenis sin jugadores en un monitor donde el árbitro era José Eminencia y su misión era no permitir que llegue el momento del “Out”.


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Despertares Siempre estuve despierto, pero no caía en la realidad de lo que estaba viviendo. Entendí todo en todo momento, desde aquella cara de confusión de los que leyeron el electro, siempre entendí. Despertar era un deseo, el deseo de que por arte de magia la situación se transformara en una simple pesadilla que termine al abrir mis ojos. Me había tocado sentir que era imposible mi deseo de despertar. Miré a mis costados y los compañeros de sala, porque mi single terminaba en un biombo improvisado con armazones de metal y sábanas de tela, sumaban entre los tres más de doscientos años contra él ni siquiera cuarto de siglo que se me aproximaba. Entonces, sentí lastima por ellos y mucha más por mí. Y ante la imposibilidad de despertar, decidí dormirme. La noche no llegó sola, trajo consigo a los seres queridos. Hubiese deseado que no me vean, ni yo a ellos. El que mejor podía disimular entraba con los ojos cargados de lágrimas suspendidas en el aire por la impotencia. Siempre supe por ejemplo que mis hermanos me querían mucho, pero necesitaban decirlo personalmente porque entendían que podía ser la última vez. Mi padre entendió que el mundo no se arreglaba a los golpes, como solía pensar, mientras le pegaba trompadas a la pared. Mi madre desafiaba a 10 rounds al mismísimo Dios, por el cuál siempre tuvo respeto y devoción. Mi esposa se dedicaba a llorar y a demostrarme que no lo hacía y mi hijito Diego, a extrañar a papá que no entendía que le pasaba pero a la noche no dormía con él. Los electros se repetían cada muy pocos minutos, y el ceño del médico se sorprendía cada vez más. Yo me sentía muy débil, como derrotado, hundido tanto en el desconsuelo como en la


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cama. Volví a mirar a mis alrededores, los visitantes que habían pasado de a uno, no podían permanecer en la sala, ya no estaban, localicé mi bipp bipp, caí vencido y me dormí. El segundo despertar no tuvo nada que ver con imposibles, fue algo natural, después de unas horas de descanso, comencé a volver en mí, lo cual fue completamente anecdótico. Lo primero que vi fue el dedo índice de la enfermera que me estaba señalando, como diciendo “ven, es aquel muchacho de allá”, a su lado una monja, un cura y dos biblias. Me acuerdo que cuando localicé que mi pelotita bipp bipp seguía rebotando, entre en un estado de tranquilidad nerviosa que la canalicé con una sonrisa sarcástica, donde tenía que creer que me estaba divirtiendo de lo que pensaba era la última función… Con Uds. ladies and gentleman “Mí extremaunción”. Lo que no fue tal, se trataba de una recorrida de rutina de la dulce viejita y un sin gracia pero afectuoso cura. Mi core no podía estar tan mal, si había resistido eso, podía con cualquier cosa.

El trato. Vivencia Después de esperar lo que nunca llegó, me refiero a la línea horizontal del monitor, me auto convencí de que no era el momento de morir. Una vez convencido a mí mismo empecé a hacer lo mismo con los médicos, los cuales se cansaban de hacerme los mil y uno análisis que tuve que soportar. Ya no podían contener a mi cuerpo, a mi estado de ánimo, a mí, quienes estábamos totalmente recuperados de cualquier debilidad física-síquica,


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con buen color en el rostro y con un pie en mi casa como ya me sentía alrededor del séptimo día de internación, aunque la batalla y el permiso de irme lo gané cuatro días más tarde, y bajo mi total responsabilidad, donde tuve que dar mi consentimiento de que me iba aún cuando los facultativos de la medicina recomendaban continuar con la víspera. Yo sentía que nunca iba a suceder, que habría habido algún error, y entre el séptimo y el décimo primer día hice boludeces tales como escaparme de mi silla de ruedas con la cual me sacaban de la habitación para que no me canse, para demostrarles que podía con los cinco pisos por escalera aunque mi cuerpo hubiera bajado de peso durante la estadía que me hicieron vivir. A lo cual los doctores no sabían cómo reaccionar, por lo que se dejaron llevar por su naturaleza, y me bautizaron de loco inconsciente y en pocos días me terminaron dejando ir. Esperar el remis con el cuál me fui a casa, lo disfruté más que muchas cosas de la vida que merecían ser disfrutadas, y que pensaba aprender a hacerlo. Mi lema a partir de entonces es “viví el día, por mañana pensá mañana”. Algo parecido al Carpen diem de la sociedad de los poetas muertos. Esa noche, mi pequeño gigante, me abrazó tan fuerte que nunca voy a poder entender de dónde sacó tanta fuerza ese tan minúsculo hombrecito. Me desvanecí de tranquilidad y fulminado por el hecho de recostar mi cuerpo en mi colchón me dormí tan profundamente que tuve lo que muchos aseguran que es imposible… un sueño con mi propia muerte. En realidad no fue un sueño, es el día de hoy que quiero convencer a quién se lo cuente, que no fue un sueño, fue una vivencia, solo otra vez tuve una vivencia de ese estilo pero fue dos años más tarde.


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La muerte se apoderó de mí en la misma posición en la que me dormí. El cuadro de la escena estaba representado por una oscura frazada doblada en dos, sobre la cual yacía solo mi cuerpo, era como verme en un cajón sin laterales; el cuerpo de mi niño que se durmió a mi lado quedaba afuera, totalmente a salvo junto a su madre. La ida al más allá era totalmente lenta, con tiempo, como para poder despedirte sin desesperación. Lo de elevarse no significó un camino en ascenso, era algo muy raro, como caminar por las mismas calles que ya conocés, pero por huecos que nunca habías visto. La caminata parecía guiada por mi instinto, como si supiera donde tenía que ir. Una persona me esperaba para darme explicaciones y tranquilidad. Algo que no necesitaba, por eso si bien es el día de hoy que le temo a la muerte, no le tengo pánico como solía hacerlo. La vivencia que tuve fue tan grande que a veces dudo hasta de mis dudas. Y recuerdo esa vivencia mucho mejor que otros hechos, que más de una vez me los tienen que refrescar. Aceptando totalmente mi destino, una voz que no puedo describir su procedencia, Quizás provenía de mi interior, quizás no, sonó tan desconocida como universal, tan dulce como suprema, tan penetrable que hace eco mientras escribo. La consigna y el significado eran uno solo. Es momento de que vengas a mi lado, pero eso lo tenemos que sentir los dos, ¿te quedó algo por hacer que retrase nuestro encuentro?, a lo cual sencillamente respondí “escribir mi libro”. Y pocos, muy pocos años más tarde de lo sucedido, me decidí a hacerlo; con el inconsciente más consciente que nunca, o con el consciente más inconsciente que siempre.



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Desconsuelo

Querido amigo la experiencia me dice que algunas mezclas hacen mal; alcohol con verdades, por ejemplo, puede caer como la gota más pesada de la nube que estás viviendo; y no sé a vos, pero a mí no me matiza el hecho de que me hagan beber mí nostalgia como si fuera un amargo café. Jamás pensé que Buenos Aires le fuera a quedar tan grande a mi mundo tan pequeño. Un mundo quizás de dos calles, o ni siquiera eso, apenas la tristeza de una miserable esquina, miserable por supuesto por el sencillo hecho de ser escenario de mi desencanto. Si hubiese tratado de reemplazar esa sensación de abandono con algún otro sentimiento; solo hubiera agonizado en la penuria; en cambio, el efecto somnífero de tanta soledad recibida de golpe me hizo sentir tan pero tan débil que me convertí en el más duro de los humanos, me inmovilicé en una larga caminata y me detuve en cada uno de los huecos de mi corazón, algunos recientemente más profundos y otros todavía cerrándose. Sí pudieras entender que muy a pesar mío lo que siento es más que enojo, si entendieras que aunque mi vida te hubiera querido a mi lado en ese momento, seguía estando solo, sí pudieras entender eso y lo que significa desconsuelo, tu razón no podría conmigo, porque pienso volver por ella sin mencionar el tema, simplemente a destruirla, sin razones superiores al amor en desventaja y encontraré un mañana donde la monotonía me ayude a digerir la decisión que implique renunciar a lo que había hallado.



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Autoencuentro

Querido Amigo nunca creí que teniendo tanto, fuera el más pobre de todos los mortales. Mi humanidad fue conquistada por la ira, por deseos tan despreciables que sólo confirman lo irritable de mi ser. En este momento quizás estés dudando de mi fidelidad para con vos. Hacés bien. Mi depresión está en su punto más alto, mejor dicho en el más bajo. Y cuando me invade la pena me doy lástima y lo canalizo con daños a terceros. Querido amigo, permitime decirte simplemente amigo, quisiera me enseñaras a salir de mi angustia, a escapar de mis sombras, a reconstruir mi integridad. Ya no creo ni que puedas, menos en que lo intentes. Por ello tan sólo creo en esa voz interior que pide rescate. Y no existe dinero material que pueda con esto de estar cautivo de uno mismo. Si no, ya hubiera escapado. Estoy mirando mis arrugados pies, recordando tanto camino recorrido. Los miro desde acá, el lugar al que nunca llegue. Y concluyo que no hay sensación que me cause más alivio que el pensar que mi monstruosidad acabe cuando yo lo decida. Y ya decidí, no me soporto, me aborrezco, no me consuelo, y esta será la única vez que hubiera matado con alegría, tratando de rescatarme.


No traigo rosas conmigo, pero si un ramo de vergüenza;

No tengo tesoros para ofrecer, más sí un baúl lleno de disculpas; No puedo inventar una cena a la luz de la vela,

quizás la cera endurezca aún más esta

maldita coraza de museo.

Creo, poco sabemos de nosotros mismos,

una mirada hacia dentro puede enseñarte los defectos,

que pretendemos resaltar en los demás; Mi sangre está embazada en una suma de debilidades,

que se venden al más caro precio de tu amor; Sí supieras cuanto me doy cuenta que me amas, que al pensarlo mi corazón se ataca de insomnio,

ya que no puede dormir en tu descanso; lo cual marchita toda mi ironía, por lo que hoy te ofrezco, un simple ramo de vergüenza y un baúl lleno de disculpas;

quizás sea pretensioso el intentar que lo aceptes, pero es la única fuerza que me empuja dentro de tanta debilidad;

Traigo en mis manos ‘mi corazón’,

el mismo que a veces no supe mostrar;


… mi vida habrá tenido sentido.

que el día que se cierren mis ojos…

con tanto amor, pero con tanto…

y cuando callen los gritos del silencio… y cuando decidas que te sigo mereciendo… voy a vivirte respiro a respiro, día a día,

y al agotarme de llorar por dentro…

esos ojos que quiero me miren siempre;

traigo en mis ojos ‘los tuyos’,


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Un día...


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Un día las estrellas serán muy pocas, no me interesa, mientras reciba el brillo de tu rostro… Un día el sol apagará sus luces, no me interesa, tus ojos estarán encendidos… Un día el viento arrasará con todo, no me interesa, mientras lo único que me mueva seas vos… Un día el mundo callará sus ruidos, no me interesa, mientras pueda escuchar como sopla tu corazón… Un día las flores perderán sus aromas, no me interesa, mientras pueda oler tu cuerpo… Un día el mar secará sus aguas, no me interesa, el sudor de tu entrega humedecerá mis días… Un día mi vida no tendrá más vida, no me interesa, mientras hayas entendido lo que no tuve que explicar.



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Pobre de amor

La noche está desnuda ya sin sed de luz, la luna se atorra de frio, las calles comienzan a esperar un nuevo alba y los árboles se menean al ritmo de otro viento que los hace temblar. Apenas otra noche de invierno. Un amor sin nombre, pero con dueño va, con horizontes, pero sin rumbos va, vagabundo, pero va. Con frio, pero va. Las estrellas reflejan el apagado cuerpo de ese ser, que sólo se mantiene por el calor de su encendido corazón. Un corazón que espera, espera, desespera, y sigue esperando por verla, en un esfuerzo descomunal por poder escapar de sus propios fantasmas. Vagabundo, solo, desesperado, friolento, pero va. De abrazo en beso, de caricia en risa, le llegaba cada sueño, cuando sentía que moría. Entonces bailaba, bailaba y bailaba hasta cansar a la luna, hasta cansar a su suerte, hasta cansar al frio, a la muerte, y por sobre todo a su mente. Y una vez agotado, hasta perder la razón, parecía normal. Volvía a ser normal.


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Perdido, Vagabundo, solo, desesperado, sin rumbo, friolento, pero va. Y cuando llegó, tocó su mano y acarició su rostro; con todo el tiempo que dejaba la noche al darle paso al nuevo día; beso su boca con la misma timidez que traía el sol cuando aún no terminaba de asomar, se pegó a sus labios, se distrajo y el día se le coló por la espalda y cuando aún no terminaba de abrazarla, el calor del amor lo despertó despojado en una plaza. Despojado y más duro que con el peor de los cocteles que ya no tomaba. La gente claro, ya de pie, señalaba a quién sus brazos traicionaban. Sus piernas dejaron sentar su cuerpo, sus manos con tierra lavaron su rostro, sus lágrimas se convirtieron en llanto y el silencio que tanto le pesaba se aliviano en grito… “No estoy loco, apenas soy un enamorado más!!!” Vagabundo, solo, desesperado, friolento, loco de amor, pero va.


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Escrito #7

Hay un lugar hacia atrás de mis sueños, donde se encierra el pasado, pero que es presente; Hay un lugar cruzando mis sueños donde mi ilusión ya no arde, pero se quema; Hay un lugar, cualquier lugar fuera de mis sueños, donde mi corazón se congela, pero no se conserva, donde vivir es respirar, pero no vivir; Había un lugar en el mundo, donde tus ojos eran tuyos, pero también míos, donde mis manos se expresaban, pero mejor en tu cuerpo, donde quería estar solo, pero solo lleno de vos, donde sentir, tenía sentido, pero con vos Había un lugar en mi mundo, al que llamaba “la morada de mis sueños”.




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Tres mini historias

Me despertó el sonido del teléfono. Me levanté a tientas... o creí hacerlo. Levanté el tubo casi temeroso... o creí hacerlo; lo cierto es que la voz se apoderó del espacio. Las paredes se deshojaban al rojo color ladrillo mientras la estruendosa voz se acoplaba al rojo color sangre. El sonido del teléfono volvió a repetirse, pero impropio, desconocido, tibio, ajeno. Me acosté a tientas, estoy seguro que lo hice, y lo hice luego de empujar mis miedos por la venta, luego de darle cuerda a mi imaginación por la cornisa, luego de golpear las paredes y pedirle a mi vecino que por favor conteste el teléfono o le baje el volumen al contestador automático.


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Las dos mujeres hablaban sin cesar; la de más edad... cargaba en su lengua la única agilidad que las matemáticas de sus años le permitían. Amasaba la dentadura postiza en toda dirección sin importar el norte de la brújula de sus dos únicos dientes verdaderos, más lo hacía con la misma naturalidad con la cuál, el niño movía su bolo alimenticio de caramelo exagerado y chocolate, comprado por su abuela materna algunos minutos antes de llegar con el único objeto de no interrumpir a los mayores. Sus babas competían. El niño manchaba su casaca y las de la abuela manchaban su casaca, la de ella, la de su hija y alguna otra gente que curioseaba al pasar.




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La primera vez que vi a María, nos encontrábamos en... desgracia y en el mismo bar. Mi novia que me había anticipado el abandono, faltó a la última cita como muestra de valor a su palabra. Como muestra de mi valor. María estaba ahí, en otra mesa, con su hijo, el cual nunca tuve que preguntarlo, era su clon verdadero y con quién luego me enterara, su mamá. Mi cara de pesadilla era total, a la bronca del desplante se sumaban las pocas horas de sueño que me regalo el teléfono de Sebastián, mi vecino. María estaba aburrida, nadando contra la corriente de los mandatos de su madre y de las babas que expedía con sus mandatos. Ella descubrió en mí, una sonrisa que nada tenía que ver con mi historia personal. Ella me regaló otra para escapar.



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A mis peques

2007/11/16 volando, 21:00 hs. de Houston a Denver. Modificado 2010/7/11 Bogotá.

Cuando pienso en el niño que fui, poco me acuerdo de mí, más vuestro presente infante en mi se renueva. Cuando busco al niño que supe ser, sus espejos me atacan sin daño porque vuestras caras en ellos peino. Cuando pregunto al niño que me encubó, sus voces hacen eco en mi mente, sus gritos buscan mis oídos, y mis oídos solo escuchan sus hermosas voces que llenan y hacen ecos en la casa. Cuando insisto con el niño que llevamos dentro, me pierdo en la sonrisa de sus miradas, en el hueco de sus mejillas y me recuerdo en el espacio que genera un diente de leche que ya no está. Cada vez que veo a mis hijos, no hay búsquedas, dudas, celos o silencios; solo felicidad para mi y para el niño que llevo dentro.



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Cinco años han pasado

Ochenta y cuatro vueltas escondidas alrededor de dientes y molares, es el paseo que esta dando mi cepillo de dientes. No es un Fórmula Uno porque se observa que no hay vuelta que se repita simétrica. Si lo fuera, debería pasar por boxes a cambiar sus cerdas. Me doy cuenta de que no soy el único que pierde el pelo, su mal estado me empieza a dejar cierto sabor a hebra plástica en paladar y lengua. Se traba una precisamente en el hueco que conforma la unión de mis paletas frontales. Mientras sigo cepillando, ahora para sacar sus restos, recuerdo un consejo vencido del profesional que solía visitar cuando vivía en Bogotá… “En cinco años vas a tener apiñamiento”. El sonido del acrílico golpeando el marfil en las últimas vueltas, no solo lo confirma, además genera frío y extrémese la imagen del rostro que proyecta mi espejo. Se acentúan mis arrugas al sufrirlo. Me descubro mayor. Una pata de gallo en los ojos, un canal de panamá en la frente. Enjuago mi boca como todos los días y me notifico que cinco años han pasado.



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El retrato

El día en que alcance los 55 años vividos, desperté con una alegría especial. Me bajé de mi cama unos minutos antes para cortarle a mi barba su intención de mostrarme desprolijo. Abandoné la alfombra adentrándome descalzo a la fría baldosa. La reacción de rechazo me craqueo la rodilla izquierda. Era menos doloroso soportar el frío y avanzar a paso firme que a trasladarme a saltitos, que fue lo que hice. Me enfrente a mi imagen, espejo de por medio, le piqué un ojo y sonriendo le dije: ‘feliz cumpleaños guapo’ y el espejo me respondió –porque no te vas a comer mierda boludo–. Tapé mi boca como si las puteadas las hubiera pronunciado yo. Luego de unos segundos me relajé a la posición inicial para notar que del otro lado se perdía toda obediencia a mis movimientos. Independizándose, el retrato comenzó a proyectar en cuenta descendente mi rostro a los 54, a los 53… a los 40, a los 39… Cuando llegó a los 15 ya no pude ver más, no quería ver por fuera al niño que siento por dentro; cerré mis ojos y mi corazón dejo escapar toda esa alegría que amaneció en mi cuerpo. El vidrio laminado siguió diciendo –¡abre tus ojos mierda!– y mírate envejecer que ahora estoy mostrando tus rostros en sentido contrario.


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Empecé a dudar de mi cordura. Me preguntaba acaso si estaría soñando pero no, el baño olía a baño, los envases conservaban sus colores, estaba preso en un puta y terrible pesadilla de la vida irreal. Desesperé. Me dio tanta rabia que cogí el arma del crimen, y gritándole: ‘detente’ ‘que el que se va a la puta mierda eres tú’, le partí la cabeza en dos con el frasco del perfume. El golpe fue tan contundente que me vi morir primero y caer después. Definitivamente se detuvo. Cuando encontraron el cuerpo del joven muerto en el baño de mi casa, no sólo no me reconocieron sino que además me culparon de haberme dado a la fuga.


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Solía leerle los pensamientos

Solía leerle los pensamientos. Lo puedo hacer desde que tengo conciencia. Me ha dado genuinos resultados más no felicidad. Leer los pensamientos es algo que nadie puede hacer pero yo si. Me ha ayudado para saber si le gustaba, me sirvió para saber cuando fue el momento en el cual ya no pudo manejar sus ganas de hacerme el amor, y saqué ventajas durante el acto porque no tuve que adivinar que placer de su cuerpo debía explorar y explotar a cada segundo, ni como deseaba que le bese, donde y a que ritmo. Me sentí tan bien al saber lo que nunca dijo, ‘que nadie le había generado tanto placer en su pura vida’, que me enamoré de su sinceridad, de ella y mi ego se hincho empachado de tanta masculinidad percibida. Quedé pendiente del segundo acto, quería adueñarme de su corazón como el diablo se adueña de las almas. Seguirle el juego me había ayudado para concentrarme en ella por lo que mi sexo seguía hambriento y urgente, iba por más, pero sucedió que en cuanto recuperó el aire y su pecho dejo de latir agitado, me regalo una sonrisa, salto de la cama, y en un segundo se colgó los únicos testigos de mi hazaña, sus ropas de viernes. Luego me miro, yo concentre mis poderes para anticipar sus próxima movida, pero antes de obtener ni siquiera la primera línea, exclamó con un tono de seguridad total


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y voz inquebrantable – gracias por todo pero no sueñes en que esto se va a repetir algún día, cuando amas a alguien como yo nunca le puedes fallar dos veces. Extrañado de no haber podido detectar en este juego de ajedrez el próximo movimiento de la reina, me senté sorprendido sobre la misma cama en la que jugué mi mejor partido. Me quedé solo con la nariz hundida en las almohadas que aún olían a ella, sin conquista perpetuada y literalmente con la sangre en el ojo del órgano sexual que me miraba como preguntando que hicimos mal. Me disculpé diciéndole ‘que nada’, – es que las mujeres no piensan lo que dicen.


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En sus manos hay cenizas

El expreso Patagónico

En sus manos hay cenizas que deja correr entre sus dedos. Las recoge de un recipiente con su propia mano haciendo cuchara. Las deja ir abriendo la mano como si la cuchara se hiciera tenedor en sus dedos. El polvo aún se conserva caliente. El olor que sube es nuevo pero para él reconoce su piel. Por momentos cierra el puño y la ceniza deja de correr. La mira, la gira, la sigue mirando, la gira hacia el otro lado, la vuelve a mirar. Cuando el puño se cierra, su rostro se compunge hasta las lágrimas. Siente impotente que la quiere retener, y le duele la mano de su propia presión. No aguanta más y vuelve a estallar en llanto. Cuando su mano se abre, la sube hasta la altura del mentón, y sopla como quien sopla un beso. Pero no es la pasión la que provoca el soplido, es la vergüenza, no quiere que sus lágrimas mojen las cenizas. No quiere que su amada lo sienta llorar. Es conciente que ella no volverá, como tampoco lo hará cada ceniza que abandona su mano. Tampoco volverá cada segundo pasado. Los vividos o los olvidados. Nada jamás volverá a ser igual. Tiene una rodilla apoyada en el piso y el cuerpo inclinado hacia ella. Mano y rodilla derecha cerca del recipiente. La mano es protagonista, recoge, cierra y abre el puño. Nunca quita la mirada de su movimiento. Sólo rompe la concentración cuando


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gira sobre su rodilla para mirar hacia atrás. Lo hace desconsoladamente atento para descubrir cuanto tiempo le resta. No es mucho. No es curioso que no hayan relojes de pared a su alrededor... Ni paredes. Se encontraba al aire libre, inmerso en un paisaje natural, que encierra el cuadro de verde prado entre las blancas montañas que miraban estáticas y el ruidoso océano pacífico que golpeaba contra el acantilado. Su salado ruido de espuma contra las rocas hubiera sido un llamado irresistible a la contemplación de la madre naturaleza para cualquier ser humano conciente del espectáculo que le rodeaba. El viento no sopla. Se comporta respetuoso de la privacidad de la pareja. Llora la escena pero es un testigo mudo. Volvería a soplar minutos más tarde. Fernando había manejado mucho más de 300 kilómetros, escapando de su hogar viajando a solas con la urna donde se encontraba reducida su esposa. Kilómetros y kilómetros pidiéndole perdón por los hijos que no le pudo dar, por la noche que le arruinó su fiesta y por todos los domingos que no jugaron cartas por la tarde. Interrogándola sobre el ‘por que’ se había ido sin despedirse, o sin invitarlo, sin extrañarlo como la estaba extrañando él en ese mismísimo momento. Kilómetros de voz partiéndose por el profundo dolor que causa la ausencia, impotentes y repetidos ‘por ques’ que nunca oyeron respuestas. Le había prometido que para su cumpleaños la llevaría a los lagos, al igual que lo habían hecho hacia más de dos décadas atrás. Que tomarían el tren patagónico al mediodía del viernes en la ciudad de Maulé y que harían el amor como dos adolescen-


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tes todo el viaje, como lo venían haciendo desde antes de la luna de miel que les llevara por primera vez a los lagos. Tenía un mes para encargarse de todos los detalles y cumplir la promesa, más faltaban solo tres semanas para que la celosa muerte les negara el deseado momento por eterno. Al morir Victoria, su rostro aún cargaba el gozo y la sonrisa de quién espera el día. No el día de su muerte, sino el día romántico que le habían prometido. Hoy es el cumpleaños número 47 de María Victoria Gálvez de Torbino. Seguramente hubiera estrenado un pantalón ligero para el viaje, con blusa de colores vivos como lo era su alegría; su cuerpo delgado tendría que estar recibiendo el lazo de mis brazos, de este tu fiel amante y orgulloso esposo. Seguramente hubieras recogido tu larga cabellera para que no interfiriera con semejante promesa de pasión. Habrías de dejarte cuello y hombros al descubierto para seducirme y habrías marcado tu labial rojo contra mi pecho como solías hacerlo cada vez que explotabas de satisfacción. Hoy a pesar de tus 47 te hubiera dicho que luces hermosa y que me haces sentir tan joven y lleno de energía como lo eras tú. Hoy te hubiera repetido que jamás se agotará este amor y que ni la muerte nos podría separar. El sonido desesperado y alerta del silbato del tren entra en el paisaje rompiendo la calma que envolvía la escena. Ya no le hace falta girar sobre la rodilla para averiguar cuanto tiempo le queda. Deja caer de su mano, el último puñado de su cuerpo, besa las cenizas que se pegaron a la palma como si le estuviera mimando por primera vez. Saborea el polvo y limpia sus labios


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con los tickets del expreso patagónico del sur, que causalmente comienza a frenar a sus espaldas. No necesita voltear, escucha tranquilo el chillido del metal raspando contra el metal. Escucha las campanas del tren gritar desesperadas para que se haga a un lado, lo siente con la misma indiferencia que le supo tener a la voz del mar gritando contra la roca. Se llena de ruidos que le gritan, pero más grita su corazón que todo lo calla, convirtiendo el golpe de la máquina en contundente silencio, en absoluto silencio, en pacificante silencio. El viento confundido comienza a moverse discretamente como abandonando la escena en dirección a las montañas. Aún sin vuelo, frena, cambia el rumbo y se regresa a soplar las cenizas de Victoria junto al cuerpo de Fernando. Baja el risco y empuja la marea mar adentro haciendo que la furia deje de llorar contra las rocas.


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Salvador

A la luz vacilante de la vela, la escena parecía... una sucesión de fotografías que cuadro a cuadro intercalaban su sincrónica luz con espacios negros. Espacios vacíos de imágenes, oscuros de toda entrega pero llenos de imaginación. Yo sé que la oscuridad provoca a los débiles, miedos y fantasmas, se dejan invadir por ser faltos de carácter. Son tétricos. A otros la noche, y sus sombras, nos encuentra en armonía. La sed de venganza, tiene que ver con esa paz, matar no es para cualquiera, solo los elegidos tenemos ese don sanador. No es un tema de ponernos melancólicos, el odio no es un sentimiento de la luz pero de todos modos, mucho tiene que ver con el amor. Los odiaba a ambos… …A él por adueñarse de algo que no le pertenecía. No debía estar ahí, no lo necesitábamos para ser felices. Su intromisión distraía cualquier recuperación de nuestra pareja. La gente debe aprender a no meterse donde no le llaman… A ella por ser débil, asquerosamente débil de carne y entregarle el cuerpo que bendecía mi lecho.


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Le hice mujer cuando sus pechos no terminaban de asomar, le alimenté por años y le cubrí el cuerpo con ropas de todo tipo. Aunque no dudó en desnudarse de mis regalos. Se salió del camino, pecaminosa. No merecían vivir, no cuando su felicidad se basaba en haber matado en vida el alma de un tercero. Y el alma siempre es más pura que el cuerpo. Que la historia concuerde conmigo es solo coincidencia, lo hubieran merecido de todas maneras por impuros. Acaso quién es más culpable, ¿quién mata para lavar sus culpas? ¿o los degenerados que se unen en pecado? Me dijo que había cambiado la llave y la cerradura. Me lo repetía en cada uno de mis intentos de acercamiento, en cada uno de sus violentos rechazos. Pero era mentira. Me seguía mintiendo, al igual que lo supo hacer mucho antes de que decida dejar de mirarme a los ojos y echarme del apartamento. Claro que me fui, el orgullo es una credencial que ningún ser humano tiene permitido perder. Aunque siempre supe que no había cambiado nada, por eso me aproveche de eso y volvía tantas veces como se me daba la gana, me desplazaba por el piso a oscuras, sigilosamente, con todo bajo control. Los fuertes nos sentimos miedo, estoy seguro que nunca se enteró de que le observaba muy seguido en su intimidad. Quizá alguna vez presintió una presencia en su cuarto pero los débiles nunca enfrentan sus miedos.




Ogro En la coraza de mis miedos hay un ogro que siempre se asusta, al verte venir. Aunque tu armadura y tu caballo le distraen para dejarme salir. El ogro gusta de defenderme de todos y no necesita o no sabe lo que es dormir. Al dormirse el ogro podrías adueñarte de mis sueños o cambiarlos por los tuyos. No puedo culparle, pero nunca perdonarle si te dejara marcharte. Porque en la coraza de mis sueños vive un ogro que siempre se asusta al verte partir.

2007/11/16 - 21:10 - Continental 883 de Houston a Denver. Modificado 2010/7/13, sala de espera vuelo Bogotá - BsAs.



Cuentos sin fecha | 57

Abstracto

Ella tiene un talento. Amar y no estar. O estar y no amar. Él sabe pintar. Ella tiene un don además, le sienta gastar la plata de los demás. Él sabe pintar y apenas el hambre engañar. Él no detectó en sus ojos ninguna forma de curador de mentira, mientras ella lo arrancaba a la cama a sanar sus ganas de una obra de verdad. Él jura con 20 años de hombre definido, que el amor es abstracto, ella sonríe con 40, que el renacimiento subyace en las formas de sus desnudos de mujer. Él pinta lienzos de aura blanca, en el sexo de la naturaleza viva, el gemir de mil colores y la sonrisa de su Mona Lisa tras el performance de su pincel. Él pinta en lienzos de aura blanca, la mezcla de naturaleza muerta con sombras y colores de un corazón que se niega dejar de latir. Él pinta un arte donde ella siempre se queda. Ella nunca arruina su obra con el arte de escapar. Como si el dolor perfeccionara el talento, sus opacas obras brillan por primera vez entre la oferta de depresivas historias en revistas de sociedad.


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Tres páginas detrás, en las sociales, las fotos la captan a ella rodeada de ricos protagonistas que pagan o cambian por millones, el costo de figurar. Mira que el arte es abstracto, él pensó que ella lo amaba, ella juró que también. Él hizo su verano eterno con sus ventas a compradores anónimos y el record de las transacciones se supo publicar. Hoy el artista también camina alfombras rojas, con pasos que aun ruborizan su rostro, pensando que el amor que antes era abstracto ahora todo lo tiene para dar forma. Él interpretó que ella lo amaba, ella juró que también. Y supo ser anónima para transferir a la cuenta del talento millones monedas con cara de ilusiones. Él tiene ahora 22 años confusos para descubrir un futuro cierto. Ella 42 y lo único que tiene definido es que sabe estar sin amar, aunque practique el amar sin estar.


Cuentos sin fecha | 59

Diablos sin cola

Mucho de tus frases… Algunas mías.

Dos personas, dos mundos, dos naturalezas opuestas y un proverbio… aquel que sea frágil ante la magia, la mística y la sensualidad será castigado por la furia de su propia sensibilidad. Lo que sienten no emerge aislado, se pegan además, los miedos cual parásitos a todo aquello a lo que no se hablan y si se temen. El encanto doblega barreras para darle paso redoblado a lo puro, a lo noble; mientras el ángel de cola larga sofríe una jugada para condimentarlos del mal. Los sensibles viajan por la vida con el alma blanca, y ese aura es demasiada paz para quién personifica la envidia. La incredulidad es parte de la sazón, su piel en su piel es tan perfecta que no se lo creen. Les deja un sin sabor que a manera de cadena de eventos desafortunados los obliga a sufrir la desdicha de entregar el aliento ignorantes de cualquier forma de recupero. Se llenan despacio todo el espacio que existe para ellos, se regalan todo de sí y se quitan de un golpe el propio existir hasta volver de instinto a respirar. El encanto doblega sus barreras. Su encanto. Cansados de sufrir buscan aquella luz que brilla a lo lejos, que insiste además intermitente en recordarles que aún más cerca siguen a obscuras.


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Dos mundos, dos naturalezas conectadas en un ecosistema que muta asimétrico y sin balance, pasionales y errados, ciegos y voraces de pasión, anidando recuerdos para que el ego en pleno desarrollo se cobije y se alimente. La huella deja marcas al corazón, al de él y al de ella, al mismo, que late preso de intenciones de las cuales ya no rezan escapar. Ella amando siempre a su manera, maestra en el arte de la de la seducción y en la supremacía de sus besos. El armado con una mirada desconsolada y un deseo perplejo. Aman su tiempo, aman el juego pero más se aman a ellos mismos. El escribe, ella lo lee. Y se encanta a su interior con ánimos para aquella autora dormida, que pelea anónima por salir. Ella no quiere escribir porque en sus letras se le va el alma y se siente desnuda, como si fuera la única sobreviviente de un karma que no alcanza a desterrar. El decide ir por ella y la dibuja sin ropas, nocturna, hallada en un desierto rojo infinito, donde sus negros ojos se funden con apego a su negro pelo. Esta cubierta con una frazada que le olvida el frío y le cubre de su horrorosa desnudez. Sus hombros y sus manos están al aire, el paisaje ya no importa, ella sí. Mira atónita y presencia su despertar, ella es su interior en puro frenesí, un poco perdida, un poco muda, casi asustada, casi sonriente, camina hacia la luz. Toma un lápiz, un papel, escribe un nombre que resuena en su cabeza, dibuja una puerta en el aire, la cruza con letras que nunca soltarán su mano, y con la memoria fresca y el ego hinchado, sale en su búsqueda a liberarlo a él. Las letras merecen ser sentidas. Los diablos pierden sus colas…




Cuentos sin fecha | 63

El vuelo

El vuelo por fin terminó. La señal del cinturón sigue diciendo que aún no podemos abandonar los asientos. Los motores ya no giran, ya no truenan, ni silban, están completamente muertos. Me pregunto porque seguimos todos pacientes y sin movernos, cuando hasta hace unos segundos la desesperación era grupal al igual que el miedo y los gritos. Todo paso tan rápido, el estruendo, seguido por las máscaras y la despresurización, el otro estruendo, y de repente el azul infinito se tiznó con negro humo mezclado de rojo fuego. Me pregunto si ya no le temen al fuego que sigue ahí. No me animo a dar el primer paso, mejor espero. De repente el señor de adelante se eleva abandonado su cuerpo sentado. Flota, le estira la mano a su pequeña hija, quien se coge protegida y le lleva de nuevo a volar. De poco y en orden, todos le seguimos. Finalmente llegamos a nuestro destino.


Salto. Y en los Ăşltimos 10 segundos de este viaje,


reflexiono que ya nada me atrae en esta tierra, excepto su gravedad.

10...

...7...

...2.





Cuentos sin fecha | 69

Mi pedido para Anabel Mi único pedido para Anabel, fue que simplemente llevara una peluca rubia. La ropa la podía elegir a su gusto. A cambio, mi mujer solo exigió que yo debiera estar en el parque de la 93 a partir de las once de la noche. De esa forma, podría buscarme entre los pubs que rodean la plaza y seducirme tan pronto como no la reconozca. Los consejos del profesional estaban funcionando y la pareja recuperando el deseo. Ese octubre cumpliríamos diez años desde la boda y doce años desde que nos conocimos. Llegue en taxi para no correr el riesgo que me pare la policía si regresaba bebido, caminé hasta el centro de la plaza y observé girando sobre mí mismo las cuatro calles que la circundan, buscando el sitio ideal. Entré al Pub que se llama igual que un vino, – Gato Negro –, seguro de que las luces de sus nueve letras eran un mensaje para quien también vestía de negro. Me sentía un James Bond Latino, de hecho imaginé que estaba protagonizando una de sus escenas para mejorar el caminado, la mirada y sobre todo la elegancia. Sastre, camisa, cinturón, medias y zapatos de un solo tono. Gato. Llegué con tiempo, deseaba hacerme de un lugar en lo posible visible. La exposición y la curiosidad de los semejantes, eran parte del juego. El metro ochenta que mide mi cuerpo, irrumpió decidido hacia dentro, deteniéndose solo por un segundo para ser percibido mientras seleccionaba el lugar. Sentí varios ojos apuñalando mi espalda, seguramente sería la mezcla que provoco siempre. Mujeres que reconocen la belleza masculina, y hombres que pretenden marcar el terreno como machos alfas.


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Un hombre de dicha altura, cabellos rubios oscuros y ojos claros no pasa desapercibido a los ojos de ninguna mujer, más si esto sucede en Bogotá donde el hombre promedio luce muy diferente. Nadie sabía porque motivo me encontraba allí, pero no pasé desapercibido. Paseé la mirada dentro del sitio que lucía bastante lleno, me dirigí a una de las mesas localizadas entre la pared de espejos y el escenario. Pedí un whisky en las rocas, me recosté en la silla, sacudí el vaso para chocar los hielos y comencé a mirar nuevamente al rededor. De frente, dos jóvenes intrépidos manejaban el escenario con inexperiencia. Tocaban canciones comerciales, pensaba yo, para no poner en juego su talento. Ambos debían ser menores de veinticinco años. Flacos y cari-bonitos como toda su generación. El guitarrista se veía entusiasmado con su rola, rascaba la viola con la desesperación de quien le pica una mano. Sus pantalones lucían clásicos para una persona que intentaba mostrarse alternativo. El vocalista caminaba las tablas con el estilo de un modelo masculino, o de una reina, no lo hacía muy seguro, utilizaba el pelo corto a diferencia de su compañero. Sus pantalones eran de cuero y a juzgar por como le apretaban, habrán sido de un animal más pequeño que él. En uno de sus pasos se alcanzó a ver como disfrutaba de llevarlos bien metidos en su cola. En ese momento pensé que su voz suave hacían juego con sus uñas pintadas. Me pregunté si era marica o metro sexual. Noté que me miraba disimuladamente haciéndome ojitos, imaginé que si debía apostar perdería mi dinero al considerarlo lo segundo. En la mesa a mis espaldas, divisé la imagen de una pelirroja de treinta y pocos años, me confundía el hecho de que tapaba parcialmente su rostro con su mano derecha al maquillarse.


Cuentos sin fecha | 71

Podía adivinar que se sentía atractiva y que por sus ropas no quería pasar desapercibida. No estaba sola, pero allí estaba seduciendo con su ritual de la pintura. Sus hombros al aire y su escote exagerado, eran la imagen de una mujer a gusto con su sensualidad y segura de si misma. A su lado, el espejo también proyectaba un hombre mayor, de muchas canas, panza prominente, tez oscura y que se comportaba como un adolescente batiendo brazos y manos al ritmo de la música que tocaba la banda. Ninguna de sus coreografías parecía interesarle a la pelirroja. Sus piernas largas se asomaban tímidamente por un costado de la mesa. Su belleza perturbaba. Sus tacones de punta le agregarían al menos diez centímetros al caminar. Olía rico, adiviné que el suave aroma cítrico en el ambiente, era parte de su presentación. Al costado, como sosteniendo la columna, se hallaba mal recostado el camarero del lugar. Pantalones negros y camisa blanca. El rapado estaba un tanto disperso, marcando el ritmo de la canción comercial con su pie derecho, buscando el encuentro de los ojos de la pelirroja cada vez que su acompañante se distraía. Lo llamé para repetir el trago, y tal como lo pensé, dio la vuelta que no necesitaba para pasar bien cerca de la diva y mirarle más de cerca. Cuando el calvo mesero abandonó su columna, dejó al descubierto una figura que me impresionó. Era un moreno gigante, de seguridad, parecía el doble de Mike Tyson pero por su tamaño más no por el parecido. Sus ojos vigías repasaban cada rincón del Pub con la precisión de una cámara de seguridad. Sus manos más gruesas que sus labios cargaban un aparato que emitía un leve ruido de estática. Sacudí mi cabeza cuando me descubrió observándolo. Si algo sabíamos mi instinto y yo, era que no


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necesitábamos problema alguno con el orangután. Aunque el destino y mis celos se encargarían de todo lo contrario. La confusión comenzó cuando unos dedos suaves tocaron mi espalda y una voz melosa me preguntó si tenía fuego. Miré por el espejo y su rostro estaba tan cerca que su cabellera rojiza alcanzó a colarse por mis hombros. Quise girar mi rostro para mirarle a la cara pero su guante de seda detuvo el perfil para que no la viera. Escuché el dulce sonido de las eses – Sssh – en mi oído, seguido por un “no seas tonto” y me pidió que la alcance en el baño. ¿Anabel? – Me pregunté – y su despampanante imagen pasó por un costado confundiéndose entre la gente y sus sombras. Yo no pude contemplarla, quién si la desnudo con la mirada fue el mesero, al pasar por su lado. Sus dientes mordieron sus labios inferiores y su nariz sopló todo el aire que hasta un segundo atrás le llamaba su pecho. Tuve un ataque de celos, se suponía que esa mujer había ido solo a mi encuentro y por nuestra terapia, pero ¿qué hacía de cabellos rojos cuando lo único que le pedí fue que llegue rubia?, ¿qué hacía ese monigote sentado a su lado? y ¿con que derecho ese calvo miraba lo que me pertenecía? Me paré y a los gritos increpé al veterano canoso que compartía su mesa, el camarero se interpuso para separarnos, pero mi furia era tan grande que de un solo empujón el calvo trastabilló dos pasos y arrastró en su caída al panzón que de nada le sirvió agarrarse de la mesa. Conté ocho patas para arriba sumando las cuatro de la silla. La banda dejó de tocar, el guitarrista miraba con ojos de loco como pidiendo más pelea, el vocalista dejó caer sus hombros, puso los brazos en jarra y moviendo su cabeza de lado a lado desaprobó mi descontrol que arruinaba su show, pensé que con-


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tuvo sus ganas de arañarme o de colgarse de mi pelo. El orangután dio la voz de alerta y se abalanzó sobre mí con un salto de pantera, me rodeó con sus brazos, me despegó del piso y sin soltarme me apretujó como una grúa mecánica craqueándome los huesos. Aún en sus garras, aún en el aire y entre sacudidas, vi ingresar a la hermosa Anabel. Su peluca rubia de cortos pelos, remarcaba las hermosas facciones de mi mujer, quién esa noche había elegido para el encuentro, un tapado largo que terminaba apenas por encima de sus rodillas que brillaban al descubierto. Eran las once y diez, lo supe porque fui a dar contra el reloj de pared cuando la bestia ya no sostuvo mi peso. La pena no cabía en mi rostro de mil colores, hubiese querido disculparme con todos pero cuando la pelirroja volvió del baño entendí que asomaba un nuevo peligro. Tomé la mano de Anabel y arrastrándola me dí a la fuga sin pagar ni siquiera mi factura. Le dije vámonos, este lugar no es lo romántico que pensé que era. El guitarrista sonriente retomó su música desde la nota en que la había cortado. Su compañerito anonadado siguió relinchando sin cantar, sus manos ahora tapaban su cara. El monstruo gorila manos de piedra ayudó a levantar al calvo quién seguía en el piso bajo de una silla y nuestro amigo barriga seguía moviendo sus brazos, esta vez pidiéndole explicaciones a una desinteresada pelirroja que alcanzaba a guiñarme un ojo antes de que abandonara el Pub. Poco le importó que fuera del brazo de Anabel. Aún con adrenalina, la pareja festejó la confusión en un motel de la cuadra. En octubre del mismo año celebraron sus primeros diez años juntos, el vestido de negro y ella con tacones altos y peluca roja.



Cuentos sin fecha | 75

Rojo sangre que me deja. Blanca Luz que me recibe

Yo recuerdo un dolor nocturno en mi costado. Seco y punzante. Que estúpido. Fue la primera vez que sentí el frío de un metal rajando mi piel. Desgarrando la piel. La última vez. Me pedías no se que cosa y solo levante las cejas. Recuerdo que no grite. Ni cuando entró la hoja. Ni cuando salió. Ni mientras se apagaba el corazón. Ni mientras te maldije en el último aliento. Si te lloré con infinita rabia, y lo sigo haciendo mientras te veo. Mientras me veo. Que estúpido. Que estática. Insaciablemente inmóvil de muerte. Te quisiera aquí maldita culebra, del otro lado de la existencia y sufriendo mi despedida.


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Aquí y Adueñándote de mi dolor. Pariéndolo. Rencorosamente impotente de vivir un poco más, al menos para decir adiós. Esas lágrimas no son más que puta humedad. No alcanzan para limpiar la navaja. No alcanzan para limpiar las sábanas. Y aún sigues ahí, exaltada como esperando por si me muevo. Recuerdo ese día que preguntaste sonriendo si daría la vida por ti. Y no supe decir no. Lo que no te enteraste eran mis planes de abandonarte. Que Irónico. Que estúpido. Rojo sangre que me deja. Blanco de luz que me recibe. Yo recuerdo, pero sin noción de cuando fue.


Cuentos sin fecha | 77

Despacio

Primera parte Dos personas, que no se distinguen se necesitan encontrar, para amarse para siempre o por siempre poderse olvidar. Dos mundos que no son suyos y una historia sin final, escrita con tintas de bien, borrada con tientes del mal, una historia que transita del más acá al más allá. Los circundaba un proverbio que a presagio supo sonar, “aquel que sea frágil ante la magia y la sensualidad, será castigado por la furia de su propia sensibilidad”. Dos personas de otros mundos se encontraron para amar, que otros juzguen si debieran, si eso está bien o si amar está mal. Más el ángel de cola larga huele la oportunidad, de sofreír una jugada para condimentarlos del mal. No soporta el engaño si carece de maldad. Lo que ellos sienten no emerge aislado además, se pegan cual parásito, todo el miedo a lo que no se pueda controlar. A lo que se siente pero no se quiere hablar. Más como si fuera un escudo contra el animal, los sensibles viajan por la vida con armas blancas, como poniéndole el alma a todo lo que salga mal. Aura entera, semejante cúmulo de paz como apenas para contrarrestar a quién personifica la mismísima envidia o masca la maldad. Y como el bicho no ha de frenar, de cuernos cruzados el diablo la cola habrá de colar.


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Segunda parte La incredulidad es condimento de su sazón. Piel contra piel se vuelve algo tan perfecto que no se lo creen. Un sentimiento superior que ninguno conocía con anterioridad como para manifestárselo al otro. No fue el Satán el creador de tal perfección, acaso su sombra, la dueña y señor de tan planeada destrucción. Cada despedida, les deja un sin sabor, cual antesala de cadena de eventos desafortunados. Cada adiós los obliga a sufrir la desdicha de entregar el aliento. Presintiendo que volverse a encontrar es la única forma de recupero. Como si la vida quedara en pausa. Como si la pausa fuera bajarse acaso de la vida. Como si bajarlos de la vida fuera el método que eligió el malo para matarlos de a poco. Pero muy a pesar del embrujo, ellos llenan despacio todo la cuota de espacio que la vida les da. Más cuando parece que la vida no da más y es el demonio quién se sale con la suya, crean lugar en sus manos, o no se dejan de imaginar. El encanto doblega ciertas barreras. Y enfurece al del mal a descargar mayor mal. Y como todas las dimensiones del mal se han pensado para dañar, se llevó a ella al mundo del allí dejándolo a él acá. Maldiciendo la memoria del hombre para que no la pueda recordar. Y por si acaso fuera poco, les encerró en historias a las cuales nunca jamás se les supo un final. Y él en su mundo no sabe porque escribe, y ella en el suyo si sabe por qué lee.


Cuentos sin fecha | 79

La foto

Aquel día, apenas después de que la pareja inmortalizara su amor en la maldita foto, un niño de buen parecido, se les acerco para darles un consejo. Lo hizo mirándolos con ojos de hijo, con el amor y el desespero con el que una criatura no se anima a increpar a sus padres. Los adultos lo contemplaron tiernamente, aunque sin paciencia y sin dejar de dudar de su cordura. La quebrada voz dijo “Les ruego que sepan amar mucho a su hijo varón y nunca se enojen con él si un día se les pierde”. La escena fue percibida seudo excéntrica, ya que ni juntos ni separados habían procreado ni siquiera un primer retoño. Juntos se marcharon tomando distancia, a paso lento. Volteando para verle cada tanto. Con un sensación rara y de abandono en el estómago. Claro que ella antes de la retirada le regalo un abrazo con dolor en sus entrañas como si lo conociera desde siempre, como si ella misma lo hubiera parido. El infante permaneció estático, con mirada estática. Acaso no movió ni las lágrimas. Su gravedad, la gravedad se encargó de botarlas por él.


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Lo rodeaba una plaza de color verde esperanza y desde la vista en movimiento de la pareja que se marchó en taxi, se veía como un punto incoloro entre tanta gente de ropas policromadas. Tiempo después, se sucedió el matrimonio, más fotos nunca malditas, la noticia de la niña, la alegría del segundo embarazo, el corte del cordón, el paso de mas días, el crecimiento de los cuerpos, el fin de la etapa de párvulo, algo más de tiempo pero nunca se sucedió el recuerdo ni el consejo de aquel desesperado y solitario pequeño de lágrimas. Aquel día, años después de aquel otro día, el mismo día, el cuerpo del pequeño que jugaba en la habitación de sus padres, simplemente desapareció. Lo hizo dejando una sola pista. En esa foto de la pareja de novios, en esa ahora diferente y siempre maldita foto, asoma una imperceptible y pequeña silueta que se ve venir como acercándose a la pareja para hablarles.


Cuentos sin fecha | 81

Su olor

Percibo un olor particular. Más bien es el gusto a algo. Sabe como si fuera un olor, pero es exactamente eso. Las dos cosas. Lo llevo conmigo, lo distingo incisivo, es tan propio que me detengo. Permanezco en silencio, como si la ausencia de ruidos me permitiera anular un sentido para agudizar los demás. Apago la mirada para que no se escape por delante de mis ojos. El intento es asertivo. Lo tengo rodeado. Lo localicé. Es un olor penetrantemente interior como si proviniera del corazón u de otro órgano también vital; más no parece ser mío. Está cómodo, entre el arco trasero del paladar y el vacío de los canales que transmiten desde ahí imágenes que no puedo escribir. Es un olor muy propio. Es como un recuerdo a punto de venir. Arrugo la cara apretando mandíbula y sienes para achicar el espacio, siento que casi lo puedo tocar con la punta de la lengua. Siento que alguna vez ya nos tocamos en el pasado. Siento que nos gustamos. Ahí está. Concentrado detrás de la nariz. De hecho imagino otra nariz invertida, como si fuera la continuación de un órgano superior, otra mitad invisible e incrustada hacia dentro, una segunda mitad de una campana que solo se ve de lado. Retumba en el lugar, imagino las ondas rebotando dentro de la acústica. Es en esencia, una esencia animal. Es muy propia pero definitivamente ajena.


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Quizá si relajo el paladar se anime a reposar en mi lengua. Quizá si presiono mi nariz le quite la mitad de su espacio y se vea obligado a bajar. Tal vez, si estiro los millones de brazos de mis papilas gustativas, lo abrace y lo inmovilice para siempre. Quizá yo le controle a él y no al revés. Es en esencia, una esencia animal. Exóticamente Particular. Es de un mamífero hembra. Siente la presión de los dedos, que casualmente se confunden con el olor, y se concentra acurrucado hacía atrás. Se sabe más denso y sobreviviendo. Dispara aromas a instinto reproductivo. Siento una descarga eléctrica directo al cerebro. Un estímulo que enciende la maquinaria sin permiso oficial de la conciencia. Me está desafiando. Esta tratando de que responda nervioso, o simplemente que mis nervios respondan. ¿Es un olor atrapado? o ¿una señal aromática en plena liberación de mis sentidos? Es un flujo de moléculas perfumadas por igual, que bailan sexy una coreografía perfecta y articulada. Son chorros de perfume cual Bellagio que utilizan la lengua como escenario para la obra. Se confunden en sabor y escapan de escena deslizándose por la saliva. Ahora el olor es estomacal. Es animal. Mamífero. Hembra. Exótico y particular. Instintivo. Es el olor hecho flujo y el flujo hecho olor. Eso es, exactamente las dos cosas. El rostro se relaja en sonrisa, el cerebro proyecta un recuerdo.


Cuentos sin fecha | 83

Tengo ganas de ti

Extraño tus besos en mi pecho, El sentir de tus manos en mi rostro, Tu pelo rozando el miembro, Y tus abrazos colgados en mi cuello. Tal como nos encantaba hacer, descanso mi cabeza en tus piernas mientras busco en tu mirada la morada de la mía. Extraño tus besos en mi pecho, Y se que de tener tu forma, tu voluntad vencería. Extraño el sentir de tus manos en mi rostro y extraño además simplemente tus manos. Hoy rozo tu cuerpo con mi alma, no solo te acaricio piel y corazón, te poseo completa, y por dentro, desde los pies hasta el aura. Existe un cordón que me ata a tu mundo, unas ganas permanentes de recrearme en ti, un cordón entre tu sexo y mi alma, un cordón que no me deja ir. Tengo ganas de ti.





Cuentos sin fecha | 87

Ella luce espectacular. JFK Fashion Airport

Primer borrador

Ella luce espectacular, con un perfil para el fashion que no ilumina a cualquiera; más Milena regala luz por donde pasa. Se que la atracción nace desde la actitud y ¡Milena sí que la tiene!, pero esos zapatos de tacón aguja estaban hechos para ser lucidos únicamente por su modelo. Realzaban juntos la figura fina del acabado, con la silueta también fina de la dueña. Delicado conjunto. El resto del atuendo pasaba a segundo plano al descubrir que la seducción de los pies comenzaba en sus manos. No fueron las joyas ni el sutil reloj, era el juego de guantes en lana tapando desde antebrazos hasta las manos, sin cubrir sus dedos, el que definitivamente amarra la mirada. También habrían sido diseñados para vivir con ella y morir en algún rincón del mundo el mismo día que muera o descarte su calzado. Por la diferencia del material y su estilo, juraría que ellos provienen de distintas casas de diseño. Y ella, su propio diseño, tal vez de otra galaxia o quizá simplemente de su propio mundo. Ella lucía espectacular, llamaron su vuelo y desde mi silla ya no pude seguir alimentando esta historia. Me quedé pensando en su nombre y si tuviera que adivinar le llamaría “Milena”.


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Segundo borrador

Ella luce espectacular, con un perfil para el fashion que no ilumina a cualquiera. Milena regala luz por donde pasa. Sé que la atracción nace desde la actitud, y ¡Milena sí que la tiene!, pero esos zapatos de tacón aguja estaban hechos para ser lucidos únicamente por su modelo. Realzaban juntos la figura fina del acabado, con la silueta también fina de la dueña. Delicado conjunto. El resto del atuendo pasaba a segundo plano al descubrir que la seducción de los pies comenzaba en sus manos. No fueron las joyas ni el sutil reloj, era el juego de guantes en lana tapando desde antebrazos hasta las manos, sin cubrir sus dedos, el que definitivamente amarraba la mirada. También habrían sido diseñados para vivir con ella y morir en algún rincón del mundo el mismo día que muera o descarte su calzado. Por la diferencia del material y su estilo, juraría que ellos provienen de distintas casas de diseño. Y ella, su propio diseño, tal vez de otra galaxia o quizá simplemente de su propio mundo. La descubrí un fin de semana a primera hora del día, el sol enviaba su calor pero aún no colgaba su imagen, lo noté; como también la noté a ella dentro de una sala de espera, donde se esperan muchos vuelos, a veces el mismo. Me analicé en el espejo que abrazaba la columna, para descubrir acaso como me vería, necesitaba asegurarme de que el ego cotizaba alto para avanzar hacia ella, más instantáneamente imagine el siguiente dialogo…


Cuentos sin fecha | 89

Primera conversación: Ella – Me gustan tus zapatos Yo – son de Hugo (ella pensaría que son de ‘Hugo Boss’, y yo de Hugo mi primo) O... Segunda conversación: Ella – Noto un aroma especial en tu loción… Yo – Te gusta… Ella – ¡No! Te está abandonando… Creo que ese fue el motivo por el cuál seguí de largo y no me detuve a hablarle, le busqué la mirada al pasar solo por si acaso y nada de nada. Un segundo después me correspondió clavando sus ojos en mi espalda. Milena creía que era buen momento de mirarme, sin que mis ojos lo percataran. Le sonreí ayudado por el mismo vidrio que me dejara atraparla infraganti pero nunca lo notó. Ahí estábamos los dos, compartiendo el mismo aire. Ella el que respiraba y yo, el que me faltaba. Imagine tres formas diferentes de un buen comienzo, pero la imaginación me traicionaba a un mismo final haciendo el ridículo delante del rechazo de la maja. Mi instinto no me lo permitió y solo moví mi cuerpo para echarme perfume, no sea cosa que la loción me estuviera abandonando. Milena lucía espectacular, el sol ya asomaba su imagen, mi casi nueva novia y amante se veía aún más resplandeciente… hasta que llamaron a su vuelo, que no era el mío y desde mi silla ya no pude seguir alimentando esta historia. Lo que pudo ser mi destino se marchó para Francia. Me quede pensando en su nombre y si tuviera que adivinar le llamaría ‘Milena’.



Cuentos sin fecha | 91

La tuerca y el niño

Hoy me encontré perdido. Realmente ido entre las imágenes que proyectaba el piso, al cual pateaba indiferente al andar. Una imagen atropelló mi memoria. Una simple y vulgar tuerca me sacó del trance y me devolvió en mí. Increíble cómo funcionan los recuerdos, este mes celebro haber vivido treinta y tantos años completos y en alguna parte de mi mente había una diminuta historia esperando por salir, una historia que añejó tres décadas de espera para abrir la puerta que conduce a mi niñez. También iba caminando, la escena es la misma, mirada perdida, pateando mis propios pasos, en trance, casi autista; cuando encontré una pieza metálica. En ese momento me había encontrado simplemente algo, la palabra pieza no formaba parte de mi vocabulario y metálica menos, pero ese algo brilloso me atrajo, y lo hizo tanto, que detuvo mi andar.


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Con los ojos fijos, le clavé la mirada como si pudiera recolectarla con la fuerza de la admiración. Segundos después, la alcé. Se veía grandiosa, la sostuve entre mi índice y el pulgar, la observe girar, la observe brillar, le seguí las líneas interiores tratando de adivinar cuál sería el destino de las mismas y si acaso me dirían el objeto del objeto o el valor que tendría. Era nueva, bonita, curiosa, y en ese momento además decidí que era mía. Se convirtió en un tesoro secreto y pequeño, tan pequeño como lo era yo. Hoy mis manos recogen una nueva tuerca, y mis ojos repiten otra vez el dibujo de sus líneas hasta ajustar una mueca que se instaló en mi cara. Me veo niño a través del objeto cual si fuera un telescopio que apunta al pasado. Mi mente vuela. Mis lágrimas empiezan a engordar. Las gotas pierden sus fuerzas y caen. Las mejillas las reciben para que no golpeen contra el piso o para que no fallezcan secas en las ropas. Vuelvo en mí porque no gusto de llorar en público, vuelvo en mí para darme cuenta que supe ser un tesoro secreto, y sonrió mi tristeza por la pérdida, y miro para los costados buscando al niño que ya no está, me desespero, lo huelo, lo extraño, me acongojo, y muy a pesar de la vergüenza que expresa mi rostro me veo atrapado por los desechos que emanan mis ojos rotos. Me disculpo con ademanes que nadie entiende, apago la mirada y al tiempo, emprendo un viaje hacia dentro de mi ser, lo pregunto atormentado, grito y espero una respuesta, es mi única esperanza de saber dónde estuvo todo este tiempo.




Cuentos sin fecha | 95

Paz en el alma

Amélie seduce porque tiene paz en el alma. Es la misma en esencia, la que el tiempo le enseñó a perfeccionar. Ella es pura, mucho más pura que la anécdota de sus recuerdos. Fresca como sus años. Limpia como sus sueños. Amélie es bella y natural, tiene un distinto en su mirar, “un no sé que, en no sé donde” al que no puedes escapar... Y otro “si se que” en el hablar, en el idioma que a de entonar, en la voz y las melodías de las que te quieres adueñar. Amélie es entusiasmo. Es leal. Amélie aprendió a dar amor y a dar sexo, pero siempre a dar, aunque ahora solo le hace feliz la idea de lograr que ambos se entreguen al tiempo. Ahora es especial. Ella es suave y es sensible, y parece de un frágil que aún vestida, no hay hombre


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en esta tierra que le sea indiferente al deseo que despierta al respirar. Al menos al simple deseo de cuidar a la aparente frágil Amélie, algo de lo que no se aprovecha pero gusta de causar. Amélie tiene un amor que es su estilo, su arte y su obra. Pero es un amor que no puede controlar. El horroroso se llama Frank Le Blanc, quién también seduce con una mirada igual, de ojos venenosos que pican las ganas de querérsele entregar. Amélie nunca pierde, ella solo sabe aprender o solo sabe ganar. Más ¿Qué será del horroroso Frank le Blanc?


Cuentos sin fecha | 97

Me perdí en tu sueño

Me perdí en tu sueño, no sé cómo diablos llegue ahí. No hay logaritmo que explique el acceso más habrá algo de lógica por descubrir, ya que casualmente soñabas con frenesí, viviendo tu sueño que se trataba de mí. Y te vi cuidarme como si me conocieras, mimarme como si fuera tuyo y hacerme el amor desaforadamente como si fuera otro. Y lo viví como se viven esos sueños que parecen la misma vida real. Te toqué, te acaricié, te mimé y te hice el amor como si fueras mía, como nunca lo había hecho ni en mis propios sueños. Y de repente despertaste mojada, dejando tu sueño y a mí colgados en otra dimensión. Luego te seguimos al trabajo. Invadimos tu mente para que pienses en mí. Nos hicimos pensamiento y te contamos ovejas para que te vuelvas a dormir. No, no hagas eso antes de dormir. No te toques despierta aunque pienses en mí. Te dormirás sin deseos y quedaré atrapado aquí.


Pd: No olvides cerrar bien las puertas del armario para que no se salga tu traje o cualquiera de tus ropas a esparcirse por la sala. De igual modo, le das doble llave para que cucos y bragas no se escondan equivocadas o confundidas de ser mías. Te dejé comida en el freezer, cuídate mucho, confío en que te vas a arreglar solito.




Cuentos sin fecha | 101

Tenia una vez más el autista alborotado

Tenía una vez más el autista alborotado. Podía apagarse de este mundo con la facilidad de los de su clase. Mirada fija, esta vez en la hormilla, contando cuantos hilos de fuego latían al tiempo para calentar la ollita. No movía los ojos, ni los párpados, ni el iris. Como un ciego de novela. Más si algo se hubiera atravesado en los 2,2 metros que lo separaba del hervor, habría de haber quedado fulminado por el rayo que emanaban sus miradas, que a la vista de la falta de parpadeo, parecían una sola. Se había sentado, mesón de por medio, a contemplar la nada. Encendió un cigarrillo y se sirvió una taza larga de café negro. Apoyo la taza delante de él, a la misma altura en la que casualmente había apoyado el encendedor. Por delante de ambos objetos quedó el paquete del vicio, que vacío improvisaba la suerte de cenicero. Levemente recostado en diagonal, formando un triángulo casi perfecto que señalaba al fogón. Fue ahí cuando entendió que el universo le hablaba en silencio. Siguió tímidamente la línea que al otro extremo ardía en llamas caseras de gas natural y notó la armonía con que danzaban esas luces etéreas rojo


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azules. Pensó que serían amigas por seguro, ya que seguían unidas al arder en el aire. Las contó una por una y descubrió que cada una de ellas provenía en su génesis de tres más pequeñas e individuales pero que un instante antes de morir, todas se cogían de sus manos. Detrás del curso se repetían los pequeños nacimientos en fogonazos primarios que repetían y repetían el ciclo. Pensaba en su descubrimiento y en como las pequeñas cosas nos hacen creer que todo es más simple a la primer mirada. En este caso, el fuego que siempre parece el mismo, es una sucesión de vida y muerte que nada tiene que ver con la aniquilante perilla. Generalmente también de forma circular, como la hornalla, el culo de la ollita y el ciclo de su teoría. Cuando parecía salir del trance, el aire era testigo de cómo danzaban el vapor con el humo del tabaco. Encontró entonces otro ritual efímero a sus ojos pero no para su alunada mente. Siempre pujante por llevarlo más allá. Aunque sus viajes no implicaban desplazamiento corporal alguno. Aunque quedara nuevamente quieto hasta la pupila y continuara mirando a través del frontal. Esta vez la hipnosis era con el mentón inclinado hacia arriba, en dirección a donde flota el aire más caliente, el de dos elementos que en estado normal, pensaba, jamás podrían fusionarse. Menos bailar. El agua y el tabaco. Calcula que se escapó a su pacífico mundo, por unos minutos, acaso lo que demora en escapar del recipiente un poco de agua, en fallecer el murmullo de las burbujas y en abrirse paso el penetrante olor a metal rancio y quemado. Ahora de regreso e incorporado rodeó El mesón para matar la fogata. Luego volteó para notar que un gusano de cenizas conformaba el esqueleto completo del cigarro que había encendido un autismo atrás. Lo miró sorprendido y como contraprueba le-


Cuentos sin fecha | 103

vantó el índice y el mayor girándolos en la nariz para confirmar la ausencia del aroma a nicotina. Encendió entonces su segundo. Volvió a cargar la olla, y con el agua aún ladeándose de lado a lado, su mente lo hundió en otro viaje, atravesando el agujero negro que delineaba la boca de la ornamenta, para hundirse en las profundidades de las olas distraídas. El cigarro, que al igual que el cuerpo, quedó de este lado del mundo, se apagó entre sus dedos sin despertar conciencia de dolor alguno. Los que son de su clase, sufrimos diferente.



Cuentos sin fecha | 105

Ella es de Venus

– “Ella es de Venus y él es de…” – Lo dijo indignada, con voz quebrada y la sensación de su cuerpo violado. – “…ya basta por favor te lo pido, así no más, no quiero más muerte en mi cama…” – Ella lo dijo pensando en que su idilio hacía tiempo había dejado de ser eterno y menos aún, en el presente su amor carecía de vida. Tampoco respiraban en su sentir aquellos sueños ni las sobras de su romanticismo. Él pensó en “muerte en la cama...” y se le hundió el ego. Al rato lo volvió a recuperar, cuando junto a su miembro se levantaron listos para un segundo orgasmo.




Esta es la copia No. 001 de una serie limitada. Su libre reproducción debe ser autorizada por el autor. Publicado por primera vez en el 2011 Copyright © 2011 Hernán Moyano, Edición Amélie Marie Lemonde Diseño y diagramación Juan Felipe Sierra Díaz

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