Huyendo del hombre perfecto Sophie Weston
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HUYENDO DEL HOMBRE PERFECTO SOPHIE WESTON
ARGUMENTO:
La única manera de conseguir la libertad era luchando por ella por eso cuando aquel guapísimo desconocido se ofreció a la, Christina desconfió de el. Su desconfianza aumentó cuando empezó a trabajar para una princesa y volvió a aparecer el misterioso Luc Henri. Pero Christina no se dejó engañar por su encanto y sus atenciones, era imposible que ella fuera lo que el andaba buscando. Christina no creía en el amor ni en el hombre perfecto, pero por mucho empeño que pusiera en alejarlo de su lado, lo cierto era que no podía quitárselo de la cabeza.
Christina sabía que no había ningún caballero andante esperando para salvarla.
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CAPÍTULO 1 NO PUEDO creerlo. Christina miró impotente al hombre sentado al otro lado de la ventanilla. Era consciente de que, tras ella, la gente que esperaba se estaba impacientando. El hombre la miraba con gesto de aburrimiento. -Es una locura -añadió. -Debería haber pedido cita. Son las normas -le respondió el cajero con tono inflexible y una mueca de desprecio-. Las normas están para su propia seguridad, señorita... Howard. No era necesario que mirara con esa suficiencia el formulario que tenía en las manos. Llevaban discutiendo un cuarto de hora; debería saber ya su nombre de memoria. Pero se trataba de un insignificante cajero que estaba disfrutando de lo lindo con aquello. Era evidente que le agradaba hacerle ver que era una inconsciente, que era él quien tenía el control. Y Christina tenía una opinión muy clara sobre los hombres que siempre querían controlarlo todo. -No tiene ningún interés en ayudar a los clientes, ¿verdad? -dijo Christina con dulzura. Sabía que no tenía nada que hacer, pero no quería salir de allí sin decirle exactamente lo que pensaba de él. Era una cuestión de orgullo. El hombre la miró con desconfianza. En un mundo perfecto, el director del banco saldría y diría algo así como «Christina, mi querida niña, ¿por qué no me lo has dicho?», y se la llevaría de allí con aire triunfante dejando al insignificante cajero avergonzado. Suspiró y sacudió la cabeza. Aquél no era un mundo perfecto y ella no conocía a ningún director de banco. -¿Quiere que pida el dinero o no? -preguntó el cajero con aspereza. Por lo menos, la indignación de Christina lo había impacientado. No era una victoria, pero era algo. -De acuerdo -dijo ella finalmente. -Entonces rellene estos dos formularios.
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-¿Más formularios? Pero si ya he... -Tenemos que comprobar los datos. Lo hacemos en su propio beneficio. Son... comenzó el hombre, dándole a entender que seguía teniendo el control. -No me lo diga. Son las normas -terminó Christina con sequedad-. Está bien, déme los dichosos formularios. El hombre le dio dos papeles que Christina se apresuró a rellenar. El cajero miró impresionado la rapidez con la que Christina realizó su cometido. -Gracias -dijo éste tomando los papeles y llenándolos de sellos. Finalmente, le entregó a Christina una copia con algunos sellos-. Vuelva mañana. -Debe pensar que soy idiota. Con todo este ridículo procedimiento el dinero no estará aquí hasta dentro de una semana. -Nunca se sabe. -Oh, claro que lo sé -dijo Christina con amargura-Conozco la burocracia. A continuación, el hombre le dio más papeles, esta vez información sobre otras sucursales, y Christina los tomó sin prestarles atención. -Siempre puede cambiar la cuenta a otra sucursal -le dijo el hombre con una tímida sonrisa. Christina lo miró con incredulidad y el hombre dejó de sonreír. Sacudió los papeles y trató de mostrarse suficiente. -Bueno, nos pondremos en contacto con usted cuando el dinero esté disponible, señorita Howard. -No lo harán. -Le aseguro que... -No se atreva a asegurarme nada. Si hubiera leído alguno de los múltiples formularios que me ha hecho rellenar por triplicado, habría visto que aún no tengo domicilio en Atenas -señaló ella-. Yo los llamaré. -Esperaremos entonces -contestó él con cinismo. Christina no se dignó a contestar. Se giró y echó a andar. La cola comenzó a moverse de nuevo, pero el cajero se quedó mirando a la guapa joven inglesa de largas piernas y piel bronceada. -Señorita Howard -dijo el cajero en voz alta. Christina se volvió hacia él, pensando que se le habría olvidado darle un nuevo formulario. -Que tenga un buen día -terminó. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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Christina salió del banco como un torbellino y casi le dio con la puerta en las narices al hombre que la seguía. Lo acompañaba un educado empleado que, asombrado, se apresuró a sostenerle la puerta para que saliera. El hombre, sin embargo, contempló a Christina con expresión divertida. Ambos hombres habían presenciado el final del altercado con el cajero. El empleado parecía dispuesto a promover la justificada indignación de tan honorable cliente, pero éste no estaba prestando atención. Seguía mirando la esbelta figura que había salido de estampida del banco. La expresión de su rostro mostraba una curiosa mezcla de agrado y pesar. El empleado, que lo conocía desde hacía tiempo, asintió con simpatía y, haciendo una inclinación de cabeza, sujetó la puerta para que saliera. Christina no se había dado cuenta de nada mientras salía hacia la viva luz del mediodía ateniense. Estaba furiosa. El dinero era suyo, no del banco. Significaban horas de duro trabajo. ¡Y ella estaba orgullosa de ello! Llegó hasta el borde de la acera y observó el atasco de coches que se formaba en Atenas cada mañana. Tuvo que admitir que estaba tan preocupada como enfadada. El honorable cliente salió del banco con paso tranquilo y vio a una dubitativa Christina de pie en la acera. Se disponía a llamar a su coche, pero bajó la mano. No podía dejar de mirar la tensa figura de la joven. Christina seguía sin darse cuenta de nada. Se retiró un mechón de pelo del rostro con dedos ligeramente temblorosos. El hombre lo notó y aguzó la vista. Durante un momento, dudó, y finalmente, se encogió de hombros y se dirigió hacia ella. -¿Se encuentra bien? Christina dio un respingo al oír la voz del hombre. Sus palabras eran amables, pero el tono era impaciente. Finalmente se dio la vuelta, haciendo que su espesa melena oscura se bamboleara. Christina se encontró cara a cara con un hombre alto, pulcramente vestido con un traje de color caramelo. No conocía a nadie que vistiera tan elegantemente o que hablara de forma tan abrupta. -¿Cómo dice? -preguntó ella con sorpresa. -Parece un poco inquieta -respondió el hombre levantando una ceja. Definitivamente era extranjero. A juzgar por su tono impaciente, parecía deseoso de alejarse de ella, y sin embargo... Christina se quitó las gafas de sol para verlo mejor y lo estudió con ingenuidad.
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Más que guapo, tenía unas facciones pronunciadas. Era más alto que ella, que se consideraba una mujer alta, y tenía la piel morena y el cabello oscuro. Tenía una nariz imperiosa, la mandíbula firme y de su boca, perfectamente modelada, escapaba un aire de disciplina y sensualidad. Finalmente, tenía una mirada lánguida y unos ojos ribeteados por unas largas pestañas. Christina pensó que era un hombre muy sexy. La atracción que sintió la golpeó como una bocanada de calor y se sorprendió. Ningún desconocido le había provocado nunca una sensación así con sólo una mirada. La hacía sentirse femenina y vulnerable. Christina abrió sus enormes ojos azules. No le gustaba ese pensamiento. Ser vulnerable significaba ser débil, y no lo era. Había trabajado muy duro para ser independiente y el dinero que tenía en el banco lo demostraba. -¿Inquieta? -preguntó ella. El hombre sonrió. -Bueno, casi se ha cargado mi perfil romano con la puerta hace un momento -le dijo haciendo un gesto hacia la puerta del banco del que ambos acababan de salir. Christina dio un nuevo respingo y se sonrojó. -Lo siento. No me di cuenta. Quiero decir, que no lo vi. La mirada del hombre la amedrentaba. Ya no le parecía impaciente, más bien adormilado y como si la estuviera evaluando. Ella consiguió recuperar la compostura. -Estaba un poco preocupada -admitió la chica tratando de calmarse-. Me han dicho que no puedo disponer de mi propio dinero. Me temo que perdí los nervios. -Ya lo he visto, o, al menos, el final. Pero parece que tenía razón -contestó el hombre riendo suavemente. -Posiblemente, pero estoy segura de que habría sido mejor mantener la calma. Cuando comencé a golpear el mostrador, el empleado del banco perdió cualquier mínimo interés que pudiera tener en ayudarme. -También es comprensible -dijo con una mueca. -Sí, supongo que sí. Pero eso no me sirve. Ahora el banco ahora todo lo posible para que el maldito proceso burocrático se alargue. Me di cuenta al mirar a ese cajero. -Tal vez sólo quería asegurarse de que regresara al banco -sugirió el hombre, sonriendo de nuevo-. Su presencia ilumina el lugar. Christina sacudió la cabeza aturdida. -Oh, no lo creo. Simplemente pensó que no estaba siendo razonable.
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-Y así era -dijo el hombre con franqueza brutal-. El empleado que la atendió no dicta las normas, ya sabe. -Pero tampoco tenía que regodearse con ellas. -¿Cómo sabe que se estaba regodeando? Tal vez sólo se sintiera un tanto avergonzado contestó el hombre con aspecto alegre. -No me parecía avergonzado. -No, tal vez no. Tenía que pensar en su dignidad, pero, créame, lo último que querría hacer un hombre es decir que no a una mujer hermosa. Va contra natura -dijo él con tono irónico, alzando las cejas. Christina abrió los ojos desmesuradamente. ¿Hermosa había dicho? El cumplido era todo un reto. Lo miró a los ojos, desconcertada, y le parecieron alegres. -No tenía que haber gritado, supongo -dijo ella tratando de recuperarse del asombro-. De todos modos, ya he pagado por mi mal genio: gracias a ello sólo tengo veinte dólares para toda la semana. -¡Pero eso no puede ser! -contestó el hombre levantando las cejas exageradamente. Christina se rió de pronto. Tenía una risa cálida y contagiosa. -¿Y puede sobrevivir con eso? -preguntó el hombre. -Pues no lo sé -dijo con franqueza, y en ese momento el hombre pareció tomar una decisión. -Quiero que me cuente más cosas. La invito a un café y así podremos hablar de ello. Christina dudó. A pesar de la invitación, y de su ardiente sonrisa, tenía la sensación de que aquel hombre no solía comportarse así, sino que más bien estaba enfadado consigo mismo. En parte resultaba tranquilizador. El hombre no tenía una belleza atronadora. De haber sido así, no habría perdido ni un momento hablando con él. Aunque las apariencias podían engañar, estaba segura de que podría manejar la situación. Era una chica moderna y podía controlar perfectamente las intenciones de un hombre de ligar con ella. Tenía ganas de tomar un café, pero no le gustaba la sensación de hacerlo porque otro se lo ordenara. Sin embargo, esa vez ganó el café. -Gracias -dijo ella sin poder ocultar su confusión. -¿Aunque no suele aceptar un café de un perfecto extraño? -dijo él, que había notado sus dudas-. Entonces, creo que soy yo quien debería darle las gracias. Y diciendo esto la tomó del brazo con un ligero roce de sus dedos, pero Christina fue perfectamente consciente del contacto. Lo miraba disimuladamente, con asombro. El hombre no parecía darse cuenta del efecto que estaba teniendo en ella. Tal vez fuera Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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idéntico en todas las mujeres y ya estuviera acostumbrado. Pero pensó con acritud que era evidente que la sensación electrizante no era mutua. El hombre la llevó a un lujoso café al que Christina nunca habría ido. Incluso cuando llevaba mucho dinero encima, se limitaba a ir a lugares frecuentados por estudiantes y gente joven, pero aquel hombre parecía haber vivido siempre rodeado de lujo. Christina reparó de nuevo en la elegancia del hombre. El traje claro estaba perfectamente planchado, a pesar del ajetreo de la mañana, lo mismo que la camisa y la corbata de seda. La confirmación final, por si fuera necesaria, la dieron el camarero y la clientela del café: hombres y mujeres vestidos elegantemente. Sin embargo, Christina y su desconocido acompañante se dejaron guiar por el camarero hasta la mejor mesa, bajo un naranjo de perfumadas flores. Al principio, ella pensó que era el trato habitual que se le daba a un hombre rico, pero cuando se dirigió a él como «Monsieur» se dio cuenta de que lo conocía perfectamente. La ayudó a sentarse antes de hacerlo él en la cómoda butaca de mimbre. Miró al camarero y le habló en griego. No lo hablaba como un francés. Christina, que después de cinco estancias veraniegas no dominaba el idioma perfectamente, escuchaba con una mezcla de admiración e indignación. El camarero tomó el pedido y se alejó tras una breve inclinación, a pesar de que los camareros no solían inclinarse ante los clientes, ni siquiera en los magníficos locales del bulevar. Le habría preguntado por qué pero tenían que hablar de otra cosa. -¿Cómo supo que quería café y cruasanes? -preguntó en cuanto se hubo marchado el camarero-. Soy mayorcita para pedir lo que me apetezca. El hombre se recostó en la butaca. Estaba claro que daba por hecho que en su vida hubiera confort y lujo. Parecía divertido ante el tono beligerante de ella. -Ha sido un placer -contestó él con tono meloso-. Ya había aceptado tomar café y pensé que, si está baja de fondos, agradecería el alimento. Pensé que unos cruasanes y unas pastas llenarían el vacío mientras decidimos qué haremos a continuación. Christina tenía que admitir que no podía negar su razonamiento ni soportar el gesto travieso de mal disimulada diversión que la invitaba a compartir con él, así que dejó de luchar. -Si me traen café griego extra dulce, me levantaré y me iré -amenazó. -Trato hecho -contestó él riendo libremente. Al rato, el camarero llegó con el café: era colombiano, con un aroma extremadamente sensual. Christina tomó la taza y, cerrando los ojos, inspiró el aroma. Cuando abrió Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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finalmente los ojos mostrando su apreciación, se encontró con el rostro de él al otro lado de la mesa. Sus ojos marrones chispeaban de alegría. -¿Se va? -preguntó con suavidad. -Creo que el café es mi mayor debilidad -dijo ella tras un suspiro de resignación. -Ojalá yo pudiera abandonarme al deleite de mis debilidades del mismo modo. -Me quedo -dijo ella, bajando la vista sin saber muy bien por qué. Le dio a continuación las gracias al camarero en griego haciendo que el extraño sonriera mientras le servía un vaso de agua helada y dejaba en el centro de la mesa la cesta con los bollos recién horneados. -Así que el café es su mayor debilidad. Es una pena -dijo él acercándole la jarra de leche y el azucarero-. No deja mucho espacio al pecado -observó con suavidad. Christina decidió que no quería explorar las implicaciones de aquel comentario. Se echó el pelo hacia atrás y se pasó los dedos por el hombro de forma abstraída. -Ya es suficiente -dijo ella con cautela, provocando que la sonrisa del extraño aumentara, pero no respondió. Aquello la hacía sentir incómoda. Christina se sirvió leche; él tomó su café solo, muy azucarado, tanto que la hizo alzar una ceja al ver que se servía la tercera cucharada de azúcar. Y él rió. -Una vieja costumbre sudamericana -murmuró él Mí tío brasileño solía decir que el café había que tomarlo solo: negro como la noche, caliente como el infierno y dulce como el amor. -Vaya -dijo Christina sorprendida mientras retiraba el azucarero. Sin saber por qué, sentía que la sangre hirviente le subía a las mejillas. No se sonrojaba con facilidad, y por eso estaba molesta. Tomó un sorbo del agua helada y trató de mostrarse indiferente. -¿Es de allí? ¿De Sudamérica? Pensé que era francés -dijo decidida a cambiar el rumbo peligroso que estaba tomando la conversación. -Oh, tengo tíos franceses también. Mis ancestros forman un auténtico cóctel. Es una larga historia, no quiero aburrirla -contestó él con una leve sonrisa que evidenciaba se había dado cuenta de la táctica de Christina. Parecía que el tema no era objeto de discusión y aquello la hizo sentir aún más incómoda. Se permitió mostrar su descontento. El hombre dudó ligeramente antes de continuar. -Supongo que es hora de presentarme. Soy Luc Henri.
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Una larga e incómoda pausa siguió a la presentación. Él la miraba expectante, incluso desafiante. Christina parecía sorprendida. ¿Acaso se suponía que el nombre tenía que resultarle familiar? No le decía nada, excepto que era un nombre francés. De pronto se preguntó si alguno de los otros clientes en el café lo conocería. Miró en derredor y se encontró con algunas miradas disimuladas hacia ellos. Se dio cuenta de que eran miradas de envidia por parte de aquellas mujeres elegantemente vestidas, por lo que no era ella la única en sufrir el impacto de aquella atracción electrizante. Era un consuelo. Lo miró con ojos nuevos y, para su asombro, floreció en ella la sensación de que el hombre que la acompañaba era el hombre más atractivo que había visto. Era obvio que era el más atractivo del local. -¿Luc Henri? ¿Debería conocerlo? -Espero que no -contestó él con los ojos alegres. -¿Qué? ¿Por qué? El hombre se inclinó hacia atrás en la butaca, mientras la luz de la mañana arrancaba destellos de su pelo negro azulado. También relucía su reloj, probablemente de oro, y los discretos gemelos del mismo material. La miraba con los labios curvados en una sonrisa. -Me resulta extraño hablar con una mujer cuya mayor debilidad es el café -dijo él con suavidad-. Creo que deberíamos conservar este encuentro fuera del espacio y del tiempo. Entonces sí que será único por su rareza. Christina ladeó la cabeza. -¿Quiere decir que no volveremos a vernos y por eso podemos permitirnos ser honestos el uno con el otro? -interpretó ella. -Muy aguda -dijo él desconcertado. Christina dejó escapar su risa chispeante y el hombre curvó de nuevo los labios en respuesta. -Sólo quiero saber por dónde piso -contestó ella entrelazando las manos y apoyando en ellas la barbilla mientras lo miraba a los ojos-. Claro que siempre podría inventarme una historia. -¿Lo hará? -preguntó él con expresión burlona. Christina le devolvió un gesto travieso. -Me tienta -admitió ella mirando al vacío soñadora-. Podría ser... la hija del dueño de una gran plantación de café. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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El hombre echó la cabeza hacia atrás y se rió con libertad. Fue una risa profunda y cálida, que no dejó de resonar en el interior de Christina, haciéndola vibrar. No era desagradable, pero ella se sintió en peligro, como si al dar la vuelta a la esquina se hubiera encontrado al borde de un precipicio. Turbada por el pensamiento se irguió en su butaca, decidida a dejar de jugar a un juego que no comprendía. -Pensándolo mejor, es siempre más aconsejable no dejarse llevar -dijo con sequedad-. Me llamo Christina Howard -dijo tendiéndole la mano, no sin cierta brusquedad, por encima de la mesa. Luc Henri la aceptó y, para asombro de Christina, la giró y comprobó que no llevaba anillos. Sus dedos eran largos y estaban fríos. Christina no pudo evitar dar un respingo ante el contacto. -¿Y qué está haciendo en Grecia, señorita Howard? Aparte de esperar a que llegue su dinero, claro. ¿Turismo tal vez? Christina se sintió insultada. Su dominio del idioma griego no era tan malo. -Por supuesto que no. Trabajo aquí. Se hizo una pausa en la que el hombre no dejó de estudiarla, exhibiendo en todo momento una extraña sonrisa en los labios. -Veo que la he ofendido. Le pido disculpas. Christina pensó que no parecía ser el tipo de hombre que solía pedir disculpas, pero no dijo nada. Luc Henri le dedicó otra de sus suaves sonrisas. -Hay muchas jóvenes hermosas y sin dinero en Atenas. Todas las estudiantes creen que se puede vivir del aire y de los clásicos de la Antigua Grecia. Usted parece, subir el listón de ese grupo. Sus ojos se encontraron entonces. Christina tuvo la repentina sensación de que el precipicio había comenzado a ceder bajo sus pies. ¡Y había vuelto a decir que era hermosa! -No soy tan estúpida -dijo ella casi sin aliento ante la mirada escéptica del hombre-. Tengo poco dinero porque mi banco no ha arreglado las cosas de forma adecuada, nada más. No soy estudiante. Soy una mujer práctica que nunca ha intentado creer que podría vivir del aire o... -Los clásicos -murmuró él. Los ojos del hombre tintineaban de alegría. Parecía que estaba disfrutando realmente. -Mis disculpas. ¿En qué... trabaja? -Soy grumete -dijo ella con una mueca. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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La respuesta tuvo el efecto que Christina había pretendido. Él parpadeó varias veces muy rápidamente. -¿Un...? -el hombre sacudió la cabeza y dio un sorbo a su café-. No he debido escuchar bien. Me ha parecido oír que era grumete. -Eso he dicho. No se quedó con la boca abierta, pero su mirada ausente fue bastante reconfortante. Christina se sirvió un cruasán y empezó a comerlo con fruición. -Pero... ¿por qué? -Bueno, ésa es una historia tan larga como la de sus ancestros -respondió ella. El rostro moreno mostró incredulidad por un instante, como si no estuviera acostumbrado a que se le negaran las cosas que quería saber. Frunció el ceño. -¿Está usted sugiriendo que hagamos un trato, Christina Howard? La chica lo miró con inocencia. No lo había engañado. -¿Mi árbol genealógico a cambio de una explicación sobre su profesión? -añadió. -Bueno, yo no suelo hablar de ello con la gente, y usted no suele hablar de su familia señaló ella. -¿Quiere decir que es un trato justo? -preguntó él profundamente divertido con la situación-. Ya veo su intención, y es cierto que no suelo hablar de mi familia -los hombros le temblaron ligeramente, haciendo que las sospechas de Christina aumentaran. -¿Está seguro de que no debería conocerlo? -volvió a preguntar Christina-. Entonces... -Su profesión -interrumpió con firmeza-. Cuénteme. -Usted primero -dijo ella con decisión. -Mujer de poca fe -murmuró él, aunque sus labios temblaban por la risa-. Muy bien. Mi madre era francesa; mi abuelo fue un loco explorador que arrastró a su familia con él por medio mundo. Mi tía Monique se casó con un tenista brasileño que vivió la mitad de su vida en lo profundo de la jungla con una tribu indígena. Más loco si cabe que mi abuelo. Al menos, eso es lo que mi padre solía decir. -¿Y quién es él... su padre, quiero decir? -Era, me temo -contestó él, con tristeza. -Lo siento -murmuró Christina-. ¿Fue también un explorador? -No -contestó él, que parecía haberse retraído hasta el pasado-. No, era... bueno, podría decirse que era algo así como un administrador, supongo. -Un funcionario -interpretó ella. -Podría decirse así -dijo él volviendo al presente. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-¿Y usted? ¿Explorador o funcionario? ¿Tal vez ninguna de las dos? -Eso no estaba en el trato -protestó él, pero respondió-: Funcionario, definitivamente. Los exploradores llevan una vida terriblemente incómoda. A mí me gusta la comodidad. Pero había algo en la forma en que lo dijo que la llevó a pensar que se estaba burlando de ella de nuevo. Y no estaba segura de que le gustara. -¿Y usted? ¿Cómo se hizo grumete? -Es fácil. Buscaba la libertad. -Por lo que he oído sobre la navegación, me parece que nadie, excepto el dueño del barco, disfruta de libertad -contestó él atónito. -Tiene razón en eso -dijo ella mirándolo con nuevo respeto. -¿Y aun así para usted significaba la libertad? ¿Acaso se fugó de un convento? -Casi -respondió ella riendo y negando con la cabeza-. Una escuela femenina. ¿Ha estado en una alguna vez? -Me temo que no -contestó él con los ojos bailarines una vez más. -No es de lamentar. Es una experiencia que nadie envidiaría. -Si era tan malo, ¿por qué no la sacaron de allí sus padres? -Madre -se apresuró a corregir Christina-. Pensó que era una suerte haber obtenido una beca para una escuela a la que nunca me habría podido enviar de no ser así. Y nunca se lo dije. De todas formas, no es que fuera mala, era aburrida. -¿Más que la vida de grumete? -preguntó él con tono cínico. -Los grumetes viajan. Hasta que llegué aquí, los únicos lugares que había conocido eran los desplazamientos de casa a la escuela. Y de eso hace mucho tiempo. -No tanto -dijo él con sequedad. -No se engañe -dijo ella con calma-. Soy mayor de lo que parezco. -Aun así. No parece que tenga más de veinte en este momento -dijo inclinándose hacia delante y quitándole de la barbilla unas migas de cruasán-. Ahora ya vuelve a parecer adulta. -Gracias -dijo ella sonrojándose de nuevo-. Muy amable -dijo con fiereza no intencionada. -Un placer. Así que se escapó de la escuela hace veinte años. ¿Cómo ha sido su vida desde entonces? -Me la gano decentemente -contestó ella-. Al menos así lo sentiré cuando el banco me permita acceder a mi dinero.
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-¿Quién está tan loco como para contratarla a usted como grumete? -preguntó Luc Henri sacudiendo la cabeza. -Soy perfectamente competente -dijo ella enfadada. Él la miró directamente a los ojos. Tenía unas pestañas extraordinarias, oscuras y espesas, que perfilaban unos brillantes ojos oscuros. -Y perfectamente hermosa -respondió él con suavidad. Christina contuvo el aliento. ¡Había vuelto a decir que era hermosa! Se irguió ligeramente y retiró sus ojos de los de él. -Debería verme con la ropa de trabajo -dijo ella con dificultad. -Me la estoy imaginando -contestó él-. Me asombraría si me dijera que el resto de la tripulación puede concentrarse en su trabajo. -No suelo tener aventuras con mis compañeros -dijo ella llanamente. -¿Entonces con quién las tiene? -preguntó divertido. -Yo no... -comenzó ella soliviantada, pero se detuvo al instante, aunque demasiado tarde. Se había dejado llevar de nuevo. El hombre no intentó ocultar su triunfo. Sus ojos relucían. -¿No? Interesante. Christina trató de ocultar el enrojecimiento de sus mejillas y lo miró exasperada. -Si está diciendo que una chica hermosa como yo debería hacerlo, gritaré -le dijo. -No soy tan poco sutil. -Me sorprende -dijo ella sarcásticamente. -¿Sólo porque le hago cumplidos a los que no está acostumbrada? -dijo él alzando una ceja. -¿Cómo sabe...? -se mordió el labio a mitad de frase, demasiado tarde de nuevo. Esta vez estaba furiosa consigo misma. -Las mujeres que están acostumbradas a recibir cumplidos no los ignoran -explicó él con amabilidad-. Usted no lo está y por eso lo hace, o al menos lo intenta. ¿Cuántos años tienes, Christina? -preguntó, tuteándola. -Veintitrés -respondió ella. -Me sorprendes. Y ahora háblame de esos barcos en los que trabajas. -Yates privados, la mayoría, o también barcos de turistas que van a hacer submarinismo. Soy buena. -¿Y ganas suficiente para vivir?
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-Cuando el banco me lo permita —dijo riendo de nuevo. -Pero parece un trabajo que sólo funciona en ciertas temporadas -dijo él mirándola con curiosidad-. ¿Qué haces en invierno? Christina sonrió para sí. Tenía la oportunidad de guardarse algo para ella. -Eso es asunto mío. Se dio cuenta de que la estaba mirando con el ceño fruncido. No parecía haberse dado cuenta de que había eludido su pregunta. Parecía como si estuviera en un dilema que no iba a compartir con ella. -Eres una chica extraña -dijo él bruscamente. -Mujer -corrigió ella. -Y una mujer todavía más extraña. Me pregunto si... No. Christina no iba a preguntar. No tenía la más mínima intención. Dio otro mordisco a su cruasán. -No tan extraña -dijo ella con calma-. Trabajo, como y duermo como el resto de la gente. -¡Qué equivocada estás! No como nadie que haya conocido. Lo dijo para provocarla, pero Christina se enderezó y lo miró a los ojos. Se estaban desafiando. Luc estaba relajado. -No me conoces -dijo ella tras una pausa. -¿No? -replicó él. -No -respondió ella temblando de pronto-. No, no me conoces. Éste es un encuentro fuera del espacio y del tiempo, ¿recuerdas? -Te doy miedo, Christina. -No seas ridículo. Claro que no me das miedo. Sé cuidar de mí misma. No le tengo miedo a nada ni a nadie. -Si no tienes miedo de mí, ¿qué es lo que te asusta entonces? -Ya te he dicho que no le tengo miedo a nada -replicó ella dando un mordisco al cruasán y evitando mirarlo a los ojos. -Entonces ¿por qué no me miras? -Son imaginaciones tuyas -dijo Christina atragantándose mientras lo miraba a los ojos con fingido candor Mira, no me da miedo estar sola en la ciudad sin un sitio en el que dormir esta noche. ¿Hay alguna cosa que pueda dar más miedo? -Dímelo tú -replicó él con una extraña mirada.
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-Imaginaciones tuyas -volvió a decir Christina demasiado alto, lo que provocó que algunos de los presentes en el local la miraran sorprendidos. El hombre de la mesa contigua estaba tan atónito que dejó caer sobre el periódico el agua que estaba bebiendo. Christina, que se había dado cuenta de la forma en que el hombre los había estado mirando desde hacía un rato, no parecía disgustada. -Ahora tendrá que buscarse otra excusa para disimular mientras escucha nuestra conversación -dijo refiriéndose a él. -¿Escucharnos? Creo que te equivocas -afirmó Christina-. Probablemente esté esperando a alguien. -No, entró poco después que nosotros y eligió esa mesa deliberadamente. Finge estar leyendo el periódico, pero aún no ha pasado ni una sola página. Una sombra de enfado pareció cruzar por el rostro de Luc Henri, pero lo único que dijo fue: -No habrá tenido una mañana muy divertida -y diciendo eso consultó el reloj y levantó un dedo para pedir la cuenta. . -Gracias por el desayuno -se apresuró a decir Christina-. Debería irme ya. -No -dijo él imperativamente. Christina se detuvo y alzó una ceja al oír el tono imperante. Él sonrió levemente. -Déjame, al menos, prestarte algo de dinero para que puedas hospedarte esta noche. -¿Prestarme? Querrás decir, darme, ya que no vamos a volver a vernos. Luc la miró con el ceño fruncido. -Puedo permitírmelo. -¿Y yo no? -Sin compromisos -dijo él con una mirada burlona. Christina sintió que el corazón se le detenía un segundo. Y al momento negó con la cabeza. -Gracias, pero no. Ya encontraré algo. No puedo tardar mucho en encontrar un trabajo. Preguntaré por alguno de los cafés del puerto. -Considérame un hermano. A mí me gustaría que cualquiera hiciera algo así por mi hermana o mi sobrina. -No me siento como tu hermana ni como tu sobrina -dijo ella. Una pequeña llama refulgió en los ojos del hombre y Christina pudo ver que había cometido un error. Dejó la taza y se puso en pie.
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-Te agradezco mucho la oferta, en serio, pero cuando me independicé me prometí que siempre me las arreglaría para pagar mis facturas y hasta ahora lo he hecho. Así que, te lo agradezco, pero no. Ha sido interesante conocerte. Que te vaya muy bien -y diciendo esto le tendió la mano. Luc se puso en pie también con expresión autoritaria. Christina pensó que, de haber trabajado para él, se habría amilanado ante tal expresión. El rostro de Luc se oscureció aún más. Abrió la cartera y sacó un buen montón de billetes. -No seas estúpida -dijo bruscamente-, y acepta el dinero. El hombre de la mesa de al lado no sabía hacia dónde mirar. Christina pudo ver su expresión por el rabillo del ojo, entre avergonzado y fascinado, y de pronto sintió simpatía por él. Luc Henri no se había dado cuenta de la escena que estaba formando, o no le importaba lo que la gente pudiera pensar de él. El pobre hombre, en cambio, no perdía ojo de lo que estaba ocurriendo. Y aquello la puso todavía más furiosa con Luc. -Escúchame -dijo Christina inclinándose hacia él No soy tu hermana. -Si lo fueras ya te habría hecho entrar en razón -contestó él entre dientes. Era evidente que se creía en su derecho a mostrar su rabia y no veía motivo para frenar su impulso temperamental. -No me sorprende nada -dijo Christina con fingida dulzura-. Siempre crees tener la razón, ¿me equivoco? El hombre tomó aliento y Christina pudo ver que luchaba por no decir lo que pensaba. -Mi facilidad para encontrar argumentos parece estar fallándome, señorita Howard. Te ruego que seas sensata... -No me trates con esa condescendencia -dijo ella con tranquilidad. Los dos permanecieron uno frente al otro con la mesa en medio como si estuvieran batiéndose en duelo. Finalmente, Luc sonrió, pero no fue una de sus sonrisas relucientes. Fue algo más parecido a un insulto. -No pienses que quiero que me lo devuelvas en especie. Las mujeres vienen a mí por deseo propio. El hombre de la mesa contigua aguantó la respiración, igual que Christina. Sentía como si le ardiera la cara. La ira recorría su cuerpo como si fuera lava, pero decidió no hacer caso porque, a diferencia de su arrogante oponente, a ella sí le importaba dar el
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espectáculo en público. Se conformó con sonreír con aparente recato. Luc Henri la miraba con los ojos entrecerrados. -No lo hago -dijo Christina amablemente. Él la miró abiertamente entonces y Christina sonrió. A continuación retrocedió, y con un rápido movimiento, lanzó los billetes al aire. Aún caían por el suelo cuando ella salió del local sorteando las mesas.
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CAPÍTULO 2 CHRISTINA salió a la calle con el corazón latiéndole desaforadamente. ¿Cómo se había atrevido a hablarle así? Se había atrevido a darle dinero como si fuera una jovencita inconsciente que no tenía dónde pasar la noche. ¡Cómo si tuviera el derecho a hacerlo! Se detuvo en seco. Luc Henri no tenía ningún derecho a echarle un sermón, pero no había duda de que tenía algo de razón. No tenía a dónde ir esa noche. Christina sonrió de pronto. Acabaría durmiendo en un banco de la estación de autobuses si no empezaba a buscar algo. A pesar del patente escepticismo de aquel hombre, no le resultó difícil. Christina era una chica que se tomaba la amistad en serio y la gente le respondía.
Sue Stanley esperaba con la puerta abierta cuando Christina llegó a su estudio. Se abrazaron. Sue bostezó. -¿Anoche te tocó guardia? preguntó Christina al darse cuenta. Su amiga era enfermera. Ésta asintió y la invitó a pasar. -Lo siento -continuó Christina lamentando la situación-. No era mi intención sacarte de la cama. -Alguien tenía que hacerlo. Mi hombre perfecto aún no ha aparecido -contestó su amiga poniendo la bolsa de Christina sobre una silla y dirigiéndose hacia la cocina-. ¿Y qué me dices de ti? Christina hizo una mueca. Su madre había pasado la mitad de su vida esperando a su hombre perfecto y ella había tenido que ocuparse de poner cierto orden en su desorganizada vida, hasta que finalmente su madre murió. La experiencia hacía que Christina odiase incluso las bromas relativas a tal personaje. -¿Ningún hombre ha conseguido todavía hacer mella en tu armadura? -continuó Sue, que la conocía bien. -Y no hay muchas posibilidades de que ocurra. -Algún día lo encontrarás -vaticinó.
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Sin motivo aparente, la imagen de Luc Henri con su gesto imperativo se coló en la mente de Christina. Recordó la extraña e intensa mirada y un temblor involuntario recorrió su cuerpo. Era una sensación bastante desagradable. Aquello la sorprendió. Luc Henri no tenía nada que ver con ella. No volvería a verlo. Y además, no quería volver a verlo. ¿O sí? -Eso es una tontería y lo sabes -dijo ella con aparente tranquilidad. El balcón lleno de geranios era una explosión de color rojo y coral. Sue salió de la cocina y Christina se dejó caer en el escalón, complacida de estar allí. -¿Quién es él? -preguntó Sue de pronto. -¿Quién es quién? Se habían conocido tres años antes trabajando en un barco que formaba parte de una expedición arqueológica. Durante todo aquel verano compartieron confidencias, crisis y manicuras. Desde entonces eran grandes amigas. -Quien te ha echado esta mañana -respondió Sue mirándola con perspicacia. -Te equivocas, Sue -dijo Christina relajándose de nuevo-. Se terminó el trabajo en ese barco, y cuando fui al banco descubrí que no me dejarán tocar mi dinero hasta el fin de semana.
-¿Te ha pasado eso? Pero siempre has sido muy cuidadosa con el dinero. -El banco parece no serlo tanto -contestó Christina con sequedad-. Tuvieron un percance administrativo. Sue no podía creerlo, aunque todavía se creía menos que no fuera un hombre el motivo del estado de Christina y así se lo dijo. Y muy a su pesar, ésta se sonrojó, aunque trató de no pensar en ello. -Lo sabía -dijo Sue alegremente-. Dime, ¿cómo es? -No eres lo que se dice diplomática -se quejó Christina, lo que terminó de convencer a Sue de que estaba en el buen camino. -Vale, lo que tú quieras. Háblame de ese dios peligroso que has conocido. -¿Por qué habría de ser peligroso? -preguntó Christina riéndose. -Porque si no lo fuera, no te habrías fijado en él -contestó Sue con sinceridad. Christina se quedó asombrada por lo bien que parecía conocerla su amiga. -¿Qué quieres decir? -Chris, lo he visto muchas veces. La mayoría de ellas pareces no darte cuenta de que los hombres suspiran de deseo por ti, y tú los tratas como si fueran hermanos o amigos. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-Eso es una tontería -protestó Christina. -No lo es y lo sabes. Un hombre sólo llamará tu atención si te agarra por el pelo y te arrastra hasta su guarida -suspiró-. Y seguro que lo conseguirás también –añadió con tono de envidia. A Christina no le pareció gracioso. Sue se dio cuenta y, como buena amiga, dejó de meterse con ella. -Pero bueno, no es asunto mío si te gustan los hombres peligrosos. De todas formas, no puedo quedarme aquí todo el día. Tengo que ir al mercado si quiero conseguir buenas verduras. Como si estuvieras en tu casa. Y se fue dejando a Christina nerviosa e incómoda. ¿Y si Sue tenía razón? ¿El breve encuentro con Luc Henri habría despertado en ella algo que no reconocía? Tenía que ser una tontería. Era un hombre rico acostumbrado a mandar. Era un alivio saber que no había muchas probabilidades de que volvieran a encontrarse, y aun así... Había habido algo entre ellos, algo que ella nunca había sentido antes pero que la había hecho vibrar con la mirada, la había hecho cobrar conciencia de su presencia. Se le secó la boca de sólo pensarlo. Tomó un bolígrafo y su libreta y se acercó al teléfono. No consiguió ningún trabajo, pero casi logró olvidarse de la perturbadora imagen de Luc Henri. Cuando Sue regresó de la compra, soplaba una leve brisa en el calor de la tarde. Christina estaba en el balcón. Se había puesto un jersey de algodón y sus largas piernas lucían un hermoso bronceado. Sue se asomó a la ventana y la observó. -Estás preciosa -suspiró subiéndose al alféizar-. Ojalá yo fuera rubia natural. -No, eso no es cierto. No te pegaría con lo que tienes en el armario. ¿Café? -Mataría por uno -respondió Sue. -Hecho -dijo Christina mientras entraba en la cocina. -¿Ha habido suerte con el trabajo? -gritó Sue desde el balcón. -Hay un tour de cuatro días por las ruinas antiguas y necesitan un guía. No es lo que buscaba, pero mientras encuentro algo mejor... -¿Y eso te ha llevado todo el día? -No. También he hecho algunos bocetos. -¿La colección de baño de Christina? La broma era cariñosa. Sue sabía que Christina estaba estudiando diseño y lo serio que era para ella. Se dedicaba a eso en invierno y pagaba la matrícula con lo que ganaba en verano. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-Tal vez -sonrió-. El sol de tu balcón es toda una inspiración. -Mmm. Me encanta este lugar, ¿quién necesita trabajar pudiendo disfrutar de un sol como éste? -Los que quieren comer -dijo Christina prosaicamente-. Y hablando de ello, debería bajar al puerto esta noche. Tengo que conseguir que algún capitán me dé trabajo. Miró a Sue pidiendo disculpas. Ambas sabían que allí era donde podían encontrar patrones que estuvieran reclutando tripulación, pero le parecía una grosería salir y dejar a su amiga sola la primera noche que iba a quedarse con ella. Sue le leyó la mente y sonrió. -Vale, iré contigo. El puerto es divertido cuando no estás sola. No me vendrá mal algo de diversión -dijo Sue estirándose-. Sólo tengo que ducharme y cambiarme de ropa.
No llegaron al puerto hasta las diez. La noche era clara y fresca en aquella época del año. Las estrellas lucían con todo su esplendor haciendo la competencia a los numerosos neones de la calle. El bullicio de voces y música escapaba de los cafés y se mezclaba con el olor a carne asada, ajo, vino y humanidad entre las calles polvorientas. -Mmm -dijo Christina complacida-. Vayamos primero al café de Costa. La mayoría de los capitanes van por allí. Me ha dicho Jackie que puede que Aldo Marino esté buscando gente. Christina era muy conocida en el pequeño café. Los presentes en el bar levantaron la mano en señal de saludo y el propio Costa dejó de hacer lo que estaba haciendo para darle un beso. -¿Aldo? No lo creo -dijo Costa, y siguió dándole vueltas a la ensalada griega que estaba preparando para servirla en cuencos individuales-. Siempre está Demetrius -añadió, mirando a un hombre sentado en un rincón-, si es que estás desesperada -dijo con franqueza. -No lo estás -le dijo Sue con firmeza-. Ese tipo es un tacaño. Escatima con todo. Al fondo del café un hombre tocaba el bouzouki y miraba a Christina con interés mal disimulado. Le sonrió y comenzó a cantar una canción de letra sugerente. Christina se rió ante el atrevimiento pero sacudió la cabeza. No era la forma en que Luc Henri la había mirado, pensó involuntariamente. Con él se había quedado quieta, vigilante, al tiempo que la había hecho sentir una fría excitación. El músico no conseguiría que se ruborizara ni en un millón de años. Luc lo había conseguido con una sola palabra. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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Christina se paró a pensar en ello, sobresaltada. ¿Por qué tenía que pensar en él? -Vamos, probemos en la Taberna Azul -dijo Sue tirándole del brazo. -De acuerdo -dijo Christina volviendo a la realidad. -Buenas noches -dijo una suave voz. Christina se giró en redondo con el corazón en un puño, como si acabara de encontrarla su peor enemigo. Luc Henri la miraba con detenimiento, sonriendo. -Ah, eres tú -dijo ella fingiendo indiferencia. El hombre respondió con una ligera inclinación. Desde el otro extremo de la sala, una alegre voz con acento australiano llamó a Sue. -Sue, ¿dónde has estado metida? Ven aquí, preciosa. -Geoff -dijo Sue, dudando ante la serena elegancia de Luc Henri, pero finalmente decidió que Christina no necesitaba que nadie la cuidara-. Nos vemos en casa murmuró, y desapareció entre la multitud. Christina, que nunca había pensado que pudiera necesitar ayuda frente a un hombre, se sintió sola de pronto. La multitud y el ruido empeoraban las cosas. Le costaba trabajo tragar. Luc Henri la miraba con una expresión cínica que no le gustaba nada. -Parece que hemos quedado atrapados en el espacio y el tiempo -dijo ella con elocuencia-. ¿Qué estás haciendo en el Costa? -Yo también podría preguntarte lo mismo. Pero parece obvio -dijo él con tono amable. No había nada grosero en sus palabras pero, ¿por qué tenía la sensación de que la estaba insultando y de que estaba furioso con ella? ¿Sería por el brillo de sus ojos? Christina miró en derredor. Nadie más parecía darse cuenta. De hecho, nadie les estaba prestando atención. -Lo siento, no comprendo -dijo ella. -Buscar plan, ¿no es así como lo llaman? -¿Qué? -dijo Christina frunciendo el ceño. -Tengo que admitir que no se te da mal. Una sonrisa, unas largas piernas al descubierto y la promesa de un beso. Un juego atractivo, tengo que admitirlo. ¿Es a eso a lo que te referías al decir que sabías cuidar de ti misma? Por un momento Christina quedó tan atónita que creyó no haberlo entendido bien. Cuando se dio cuenta de lo que había querido decir, se puso blanca de ira. -¡Estás insinuando que soy una fulana!
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-Oh, no. Respeto a las fulanas. Son mujeres que trabajan honestamente, en cierto modo -dijo con una fría risa. -¿Qué demonios has querido decir con eso? Luc la miró de arriba abajo por un momento mientras pensaba y después levantó la vista. Ella retrocedió un paso como si la hubiera golpeado. Tenía el rostro inflamado. Luc se dio cuenta y sonrió. -Quiero decir que dan aquello por lo que las «contratan» -dijo él arrastrando las palabras-, o eso me han dicho. Mientras que tú -sacudió la cabeza-, me parece que no. Christina avanzó hacia él y éste sonrió con desprecio. -¿Estás pensando en abofetearme? -preguntó a continuación-. No podrías hacerlo, y lo sabes. Eres demasiado educada. -Tú no sabes nada de mí. -Me parece que ahí te equivocas -dijo él ladeando la cabeza como si pensara en ello-. Reconozco las señales. No sé cómo no me di cuenta esta mañana. -¿Qué señales? -preguntó ella temblando de rabia. -Buenos modales. Escasa moral -dijo él escuetamente. Christina apenas veía u oía a la gente del local. Ninguno de los dos había alzado la voz, pero su discusión era tan intensa que no podía pasar desapercibida. Estaban empezando a atraer miradas, pero Christina no se daba cuenta. No recordaba haber estado tan furiosa en toda su vida. -¿Qué derecho tienes a hablarme de moral? -¿Derecho? -preguntó él encogiéndose de hombros Ninguno. -¿O a juzgarme sólo por haber estado observándome durante diez minutos? ¿Menos tiempo, tal vez? No te vi cuando entramos. Tal vez acabas de llegar. Tal vez me has estado observando diez segundos. -Digamos que han sido cinco minutos -dijo Luc Henri descuidadamente. -Bien, entonces... -Cinco memorables minutos. Te observaba fascinado. Besaste al dueño. Supongo que algo bueno tiene que tener poseer un local al borde del mar. Christina contuvo la respiración, pero Luc no pareció darse cuenta. Continuó detallando con total precisión todas y cada una de las acciones que había realizado. -Caminabas balanceando ese trozo de tela que llevas como falda y te bastó con un batir de pestañas para que el guitarrista cayera rendido a tus pies.
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Christina estaba tan enfadada que ni siquiera pensó en defenderse. De hecho, tras un breve momento de absoluta rabia decidió demostrarle que podía ser tan mala como él creía que era, y peor. Rió desganada y encogió los hombros. Al hacerlo, el tirante de la camiseta resbaló por su brazo moreno. Christina sintió la mirada del hombre en su piel y le pareció una mirada de aprobación. Un pequeño triunfo para ella. Se sentía incómoda, porque ella no solía ser así. Resistió la tentación de subirse el tirante, sacudió la cabeza y alzó la barbilla en gesto desafiante. Entonces lo miró a los ojos con casi el mismo desprecio que él. -¿Y qué te trae por aquí? Por un momento Luc no respondió. Finalmente miró deliberadamente el tirante caído. -¿Te gusta jugar con fuego? ¿Cómo no me di cuenta antes? -Te he preguntado qué te trae por aquí -repitió alzando la voz. -Oh, vamos. Eso no es de buena educación. Christina sabía que estaba a punto de pillarla, pero no quería creerlo. No allí, delante de tanta gente. A ella no le pasaban esas cosas y tampoco era lo que un hombre tan educado como Luc Henri solía hacer. Pero no había educación en la manera en que la estaba azuzando para que peleara con él. Por un momento, el hombre la miró con curiosidad a los ojos desafiantes. -Arde, fuego, arde -dijo él cínicamente. La idea cruzó la mente de Christina fugazmente. No la estaba tratando como si fuera su hermana. Y ése fue el último pensamiento coherente que tuvo. Aquel hombre no estaba jugando. Sintió sus manos fuertes y delgadas ciñéndole el cuerpo, sin piedad. Y su boca estaba hambrienta. El café abarrotado, el olor a carne especiada y pan caliente, el sonido de voces y el vino cayendo de las garrafas de cristal, todo pareció detenerse. Christina echó hacia atrás la cabeza ante la furiosa embestida. Cerró los ojos, mareada, y sintió como si se le derritieran los huesos. No podía hacer nada para repeler el poderoso abrazo. Lo único que sabía era que la sangre corría veloz por sus venas mientras ella se abandonaba. Y que nunca antes había sentido nada igual. Luc la abrazó con más fuerza aún. No le estaba dando cuartel. Estaba tan furioso que ni el hecho de estar en un sitio público ni la sorpresa de Christina lo hicieron detenerse. De hecho, ella sospechaba que en cualquier otra situación, eso lo habría detenido. Saber que estaba dando rienda suelta a su deseo sexual en aquellas condiciones parecía alimentar la furia que sentía. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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Luc continuó hurgando con fuerza en la suave boca de Christina hasta que ésta se quedó sin respiración. Sintió el aliento del hombre en su garganta, y hasta en sus pulmones. Podía oler un ligero y poco familiar olor amaderado que parecía provenir de la elegante chaqueta de él. Pero ni su perfume pudo ocultar el fuerte y varonil olor de su piel morena e inflamada. Le resultaba repelente y fascinante al mismo tiempo. Era una sensación totalmente nueva para ella que la hacía sentir poderosamente viva. El beso implacable pareció relajarse al fin. Christina dejó escapar un leve sonido animal y volvió la cabeza ciegamente para buscar con sus labios el hueco entre la garganta y el hombro de Luc. Éste dejó escapar una exclamación, pero respondió empujándola casi salvajemente, como si le quemara. Ella se balanceó y abrió los ojos, perdida. Luc tenía una expresión feroz y podía notar cómo le temblaban las manos, aún sobre sus hombros, manteniéndola lejos de él. -Creo que esto responde a tu pregunta -dijo él con voz temblorosa. Le costaba respirar, pero seguía siendo dueño de todo el control. -¿Pregunta? -dijo ella sacudiendo la cabeza. Necesitaba algo más de tiempo para volver en sí. -Lo que me ha traído por aquí. -¿Quieres decir que has venido hasta aquí por mí? -Claro. -Estás mal de la cabeza -dijo ella acaloradamente. -Es muy posible -dijo él. -Sólo porque hayas tenido la desfachatez de demostrar tu superioridad sobre mí delante de todo el mundo... -se interrumpió sin saber qué más decir. En su lugar, echó un vistazo al café. Los presentes parecían concentrados en su cena, pero Christina estaba segura de que un minuto antes se habían quedado hechizados mirando la escena entre el extranjero alto y moreno y la jovencita inglesa a la que nunca antes habían visto comportarse de esa manera. Tenía ganas de gritar de rabia. -No te he oído gritar pidiendo socorro. -¿Qué? El hombre repitió sus palabras. Hablaba con calma, pero sus ojos seguían siendo peligrosos. Christina no estaba intimidada. Temblaba de ira justificada ante las palabras de desprecio. Retrocedió un paso y se soltó de las manos de él. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-Entonces escúchame ahora -dijo ella con una mueca y, girando la cabeza, gritó a voz en cuello-. ¡Costa! Luc hizo una mueca, pero el brillo peligroso de sus ojos dio paso a la sorpresa y, después, a una expresión divertida y de admiración. El propietario del café apareció tan rápidamente que cualquiera diría que había estado esperando a oír el grito de ayuda. De todas formas, no tenía el aspecto de un vengador del honor de jóvenes inocentes Miró a Christina divertido y ni siquiera trató de ocultarlo. -Echa a este estúpido de aquí -dijo Christina. -No puedo hacer eso, Christina. -Has visto lo que ha hecho -dijo ella mirando con expresión atónita a Costa. -No soy un policía. Mientras los clientes paguen la cuenta y no rompan la vajilla, pueden hacer lo que quieran. Incluso pueden romperla si la pagan. -¿Y qué pasa si ofenden a otros clientes? -No te preocupes. Lo ha pasado bien -dijo Costa con suavidad. Luc aguantó la risa como pudo. Christina estaba escandalizada. -Pero a mí no me ha gustado. -Lo siento por eso, pero no sé qué esperas que haga. -Que lo eches de aquí. La situación despertó de nuevo la curiosidad de los presentes. Christina tuvo que ceder además de sonrojarse. -Míralo desde mi punto de vista. No puedo echar a un hombre porque pienses que no besa bien -dijo tratando de razonar con ella-. Además... Christina lo miró con frialdad. -¿Además? -preguntó. -Si te digo la verdad, cariño, los he visto peores. Esta vez Luc no trató de disimular la risa. -Pobre Christina. No creo que los marines vayan a venir a rescatarte -dijo cuando la risa cedió un poco-. ¿Por qué no te sientas? Costa nos traerá una botella de su mejor vino y así podremos hablar con tranquilidad. Los dos hombres intercambiaron una mirada de complicidad y Christina reconoció la conspiración contra ella. Creían que la habían vencido, pero ella les demostraría que no era así. -De acuerdo. Tengo que ir al aseo antes -dijo Christina al tiempo que miraba a Sue y le hacía un gesto. Ésta le dijo algo a su acompañante y se dirigió también al cuarto de baño.
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-Vaya -dijo Sue-. Eso sí que es un hombre. Supongo que te referías a él al decir esta mañana que habías tenido un «percance administrativo». -No, a él no. Y no va a ser ningún percance en mi vida -dijo con firmeza-. No voy a dejar que un extraño me diga lo que tengo que hacer. -¿Se lo has dicho? -Varias veces. -Me pareció que no era el tipo de hombre que se rinde fácilmente dijo su amiga riéndose. -Bueno, pues ahora aprenderá a hacerlo -dijo Christina decidida-. No me va a presionar de ninguna manera. -Pues a mí podría presionarme siempre que quisiera -dijo Sue suspirando. -No te gustaría -le dijo Christina. -Pues yo creo que sí. Es guapísimo. Si me mirara a mí de la forma en que te mira a ti, me moriría. -¿Cómo me miraba? -dijo Christina admirada. -Desde que entraste no te ha quitado los ojos de encima. Creí que iba a comerte. Christina recordó el beso devastador y automáticamente se llevó una mano a la garganta. -Yo también -dijo ella en voz baja, y un escalofrío le recorrió el cuerpo. -Lo siento. Soy una estúpida -dijo Sue con remordimiento-. Por muy guapo que sea, si sigue insistiendo a pesar de que no te atrae, es un cretino. Cuenta conmigo. No era que no la atrajera exactamente... Pero era demasiado complicado explicar a Sue algo que ni ella misma comprendía. Y de momento quería escapar de Luc Henri tan rápido como le fuera posible. -Quiero salir de aquí sin que me vea y huir antes de que pueda seguirme. -Hmm. No puedes salir por la cocina, porque Costa está de su parte. Christina se sorprendió ante la perspicacia de Sue. -Maldito machismo. A Costa le encanta -continuó Sue-. Espera, los cubos de la basura dijo de pronto. Sue salió disparada y Christina se quedó mirándola. En menos de un minuto estaba de vuelta. -El patio trasero es un asco -dijo compungida-. Nadie comería aquí si lo hubiera visto. Por lo que nadie buscará muy cuidadosamente. Escabúllete entre las hojas de los
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19/08/2008
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repollos y yo iré a buscar a Geoff. Buscaremos un medio de transporte y volveremos a recogerte. Sólo tendrás que esconderte un ratito. Christina hizo lo que le decía. El patio era tal y como Sue había dicho. Aguantó la respiración y después respiró sólo por la boca. Había mucho escándalo en la cocina, pero no podría decir si era un iracundo Luc Henri dando la vuelta al local en su busca o el jaleo habitual. Alguien salió al patio y soltó una imprecación, pero finalmente la puerta se cerró. Al momento, Sue apareció con Geoff muerto de risa. -Vaya. Ese tipo te asusta de verdad, ¿eh? -dijo Geoff ayudándola a saltar la verja de madera que separaba el patio de la calle-. Yo no habría aguantado tres minutos aquí ni por una apuesta. Te va a salir moho. -Estaré atenta -dijo Christina con seriedad-. Y no me asusta. Simplemente he decidido no seguir discutiendo en público. Gracias por tu ayuda. -Un placer. Cualquier amiga de Sue... ¿Qué vais a hacer ahora? ¿Salir de la ciudad? -No seas ridículo. Es un hombre civilizado -se detuvo-. Además, no sabe dónde estoy dijo con alivio. -Pero podría averiguarlo. Parece el tipo de hombre al que no le costaría nada. Geoff había pedido prestado un coche destartalado. Estaba aparcado en un rincón oscuro. Sue se puso al volante y abrió la puerta del copiloto para dejar que Christina entrase y se acomodase en el asiento trasero. -Será mejor que te agaches -dijo Geoff riéndose. -No va a enviar partidas de búsqueda -comenzó Christina, sentada con toda dignidad. -No estés tan segura. ¿Quién nos está siguiendo? Una larga limusina entró en el campo de visión del retrovisor. Los tres se dieron la vuelta. Rodaba lentamente junto a la acera, como si estuviera buscando algo. -Agáchate -ordenó Geoff. Christina abandonó toda dignidad y se tiró al suelo. Por los pelos. Geoff abrazó a Sue muy cariñosamente para que las luces de la limusina sólo localizaran a una pareja que se besaba totalmente absorta. El coche pasó de largo aparentemente satisfecho. Geoff soltó a Sue. -Chris -dijo Sue con voz temblorosa-. Retiro lo que te dije antes. Tienes razón. No me gustaría. Geoff la abrazó con ternura.
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19/08/2008
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-¿Has cambiado de idea en lo de salir de la ciudad? -preguntó Geoff a Christina-. Ten en cuenta que estás en casa de Sue. -Mientras pueda -dijo Christina. La limusina parecía amenazadora. De pronto, la perspectiva de hacer de guía durante cuatro días en un tour por las ruinas le pareció una idea muy atractiva. -Bien -respondió él. Sue no dijo nada, pero su alivio era evidente. A continuación arrancó y salieron de allí. -Lo que quiero saber es quién demonios es ese hombre -explotó Sue de pronto. -Luc Henri -dijo Christina con un hilo de voz. -Nunca he oído hablar de él. -No... Bueno, yo tampoco. -Ningún hombre de los que conocemos tiene una limusina como esa -dijo Geoff. Christina se mordió el labio. Recordaba la mirada desafiante de Luc cuando se presentó. ¿Debería haberlo reconocido? ¿Sería un falso nombre? El pensamiento le creaba desasosiego. -¿Qué estás pensando? -le preguntó a Geoff. -Bueno, ese coche pertenece a alguien muy poderoso, o a alguien cuyo trabajo está entre los poderosos. Me fijé en él en el café y no lo reconocí. Así que yo diría que es un guardaespaldas o un hombre de negocios. -Sea lo que sea, te quiere. No me sorprendería que hubiera llegado hasta el café de Costa esta noche buscándote -dijo Sue. -No seas exagerada -protestó Christina-. No sabía que iba a ir al café de Costa. Christina pensó de pronto que tal vez por la mañana se le hubiera escapado que iba a acercarse por los cafés del puerto. Y tembló con la idea. -No creo que se rinda -dijo Sue, que parecía asustada. Christina no podía culparla. Esperaba que el tour partiera pronto de Atenas. -Me iré mañana temprano.
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CAPÍTULO 3 Y así lo hizo. Durante una semana, Christina mantuvo la cabeza en dos sitios a la vez. Una parte de su cerebro estaba concentrado en organizar hoteles y describir los restos arqueológicos, mientras la otra no podía olvidar el beso interminable que había compartido con un hombre al que apenas conocía; un hombre que le había hablado de su vida pero había dejado lo esencial fuera, posiblemente hasta su nombre real; un hombre que le había dicho que nunca más volverían a verse y después había cambiado de idea. Aunque en realidad el motivo no era tan desconocido. La respuesta estaba en el beso, en la intensidad, la rabia y el deseo que lo habían rodeado. Christina nunca había deseado a nadie de una forma tan física. Ni se había sentido tan deseada, hasta el punto de que lo único que podía ver, tocar y saborear era él. -Sexo -se dijo-. Eso es todo. Una poderosa atracción, sí, pero sólo algo pasajero. Ignóralo. Pero que no lo conseguía. A veces ni siquiera notaba la presencia de los turistas americanos a los que estaba enseñando las ruinas de Delphi o Micenas. Intentaba compartir su entusiasmo, pero sólo lo conseguía de vez en cuando: el magnetismo de Luc estaba siempre con ella, invadiendo todo su cerebro. -No es real -se decía a sí misma. Pero sentía que sí lo era, abrumadoramente real, más real que cualquier otra cosa que pudiera recordar. Era casi aterrador. Él le había dicho que le tenía miedo. -Es ridículo -dijo en voz alta. De vuelta al hotel Christina fue recordando todas y cada una de las palabras que Luc Henri le había dicho. Era ridículo tener miedo de él. Pero lo cierto era que había algo en aquella presencia misteriosa y exigente que le provocaba escalofríos. Era una sensación incómoda ante la que se sentía indefensa. ¡Y ni siquiera sabía quién era! -Y ése es el problema -le dijo a su reflejo en el espejo-. No me dijo nada. ¡Debo estar volviéndome loca! Se aplicó crema hidratante en la cara enrojecida por el sol y trató de recobrar el sentido común. Tal vez ni siquiera fuera el dueño de aquella limusina ni había salido en su
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busca. Tal vez el encuentro en el café de Costa fue sólo una casualidad. Llamó a Sue desde el hotel. -Ha vuelto al café de Costa -dijo su amiga sin especificar el nombre. -¿Y qué le dijo Costa? -preguntó Christina con el corazón encogido. -Nada. Ya lo conoces. Un cliente es un cliente, pero no le gusta que lo presionen. -¿Qué le dijo él a Costa, entonces? -Le dejó un número de teléfono. ¿Lo quieres? Christina se dio cuenta de que sí lo quería. No era propio de ella. ¿Se estaría enamorando por primera vez en su vida? -No -contestó. -Te gusta -dijo Sue suavemente, sin el tono triunfal con que lo habría dicho una semana antes-. Ha ocurrido por fin. -Tonterías -dijo con firmeza. -Lo vi mientras te besaba -le recordó Sue-, y a ti después del beso. ¿De verdad no sientes nada por él? Christina sintió un escalofrío sensual al recordar la imagen que las palabras de su amiga evocaban en ella. -Un beso es sólo un beso -dijo alegremente. -¿Y qué vas a hacer al respecto? La idea de hacer algo con Luc Henri le hizo perder el equilibrio. Tragó con dificultad y esperó que Sue no se hubiera dado cuenta de la confusión que le creaba. -Nada. No lo conozco y lo que sé de él no me gusta. Tiene que aprender que no puede ir abusando de la gente así y en público. -¿Y en privado qué me dices? -dijo su amiga. Eso era algo en lo que Christina había tratado de no pensar. -Eso no va a pasar -respondió Christina categóricamente.
Regresó a Atenas con los nervios alterados. No había señales de Luc Henri y no estaba segura de si aquello le gustaba o la irritaba. Su siguiente trabajo sería en un crucero para submarinistas. -Te estás haciendo famosa, Christina -le dijo el capitán cuando embarcó. No era la primera vez que trabajaba para él y se llevaban bien. Parecía divertido. -¿Qué? -preguntó aturdida. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-Me han pedido tus referencias al menos tres personas en la última semana. ¿Qué has estado haciendo? -Me quedé sin dinero y tuve que buscar un trabajo antes de éste -dijo ella algo incómoda. -Si los dueños de los barcos se enteran de que tienes problemas de dinero no te darán trabajo en un crucero lleno de joyas y relojes Rolex -dijo con indiferencia-. Nunca dejes ver que necesitas mucho un trabajo. Se rió alegremente y le dio una palmada en la espalda. Christina sonrió absorta. ¿Sería aquello obra de Luc Henri una vez más? Deseó haber aceptado el teléfono que le ofreció Sue para poder llamarlo y decirle que dejara de entrometerse en su vida. Aunque tal vez fuera sólo su imaginación. De vuelta en el puerto fue a cenar con el resto de la tripulación al café de Costa. Tan pronto como éste la vio, se acercó a ella. -No me lo digas -dijo Christina-. Te han preguntado por mí. -¿Y eso es un problema? Pensé que querías trabajo. -Oh, así es -dijo ella-. Tal vez me estoy volviendo paranoica. ¿Qué tienes para mí, Costa? -El trabajo de tu vida -contestó éste con la mayor de sus sonrisas y los brazos abiertos.
Tres semanas más tarde Christina subía las escaleras del puerto cargada con una enorme bolsa de basura y maldijo a Costa. El trabajo de su vida, sin duda. Estaba trabajando para la realeza, o al menos eso se suponía, pero lo único que veía era que el yate estaba mal equipado. Aunque podría soportarlo. Lo que no podía soportar era la atmósfera asfixiante. Nadie ayudaba a nadie y todos amenazaban con decírselo al príncipe, que era quien había fletado el barco. Pero dicho príncipe no había aparecido por allí. En vez de eso, había hecho que su hermana y los hijos de ésta se instalaran en el yate con la promesa de que él se uniría a ellas en la siguiente escala. Ese día todo el mundo esperaba que apareciera, aunque ni los niños ni Christina tenían muchas esperanzas. El príncipe de Kholkhastan pasó a engrosar su lista negra de nombres junto a Costa y el tacaño del capitán Demetrius. Christina descansó un poco apoyando la pesada bolsa de basura en el escalón. -No dejaré que se llene tanto la próxima vez -se dijo al tiempo que se erguía jadeando y se limpiaba la frente antes de volver a cargar con la bolsa. -¿Qué demonios estás haciendo? -dijo una voz.
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Christina se paró en seco sin poder creer lo que estaba oyendo. Tenían que ser imaginaciones suyas causadas por el calor, el cansancio y un humor de perros. Conocía aquella voz, con la que había estado soñando durante semanas, a pesar de su esfuerzo por no hacerlo. Con cuidado, alzó la vista. -¡Tú! -exclamó sin poder evitarlo-. ¿Qué estás haciendo aquí? Christina se quedó mirándolo. Semanas de estudiada pose para olvidarlo parecían evaporarse ante la presencia aplastante de Luc Henri. Había tratado de convencerse de que no era diferente de los demás; que era un hombre corriente, fácil de manejar, y no una presencia abrumadora. Y que la llama que había sentido devorándola por dentro había sido sólo una imaginación suya. El le sonrió. Sus ojos eran casi negros. Su aspecto era el de un hombre fuerte, poderoso y profundamente irónico. Christina se dio cuenta de que no era nada fácil de manejar, y que no le era indiferente. -¿Qué estás haciendo aquí? -volvió a preguntar, aunque esta vez parecía más una acusación. Luc se agachó y cerró sus dedos sobre los de ella, que no ofreció resistencia alguna. -En este momento, parece que cargando con la basura dijo con sequedad. Seguía siendo la voz suave que recordaba, sólo que esta vez parecía estar mofándose. En cualquier caso, era la voz que siempre la acompañaba en sus sueños. -Puedo hacerlo sola -murmuró ella. No era momento de recordar sueños que la hacían ruborizarse aun cuando estaba despierta. Luc no parecía darse cuenta de su azoramiento. -No seas ridícula. Esta cosa pesa más que tú. ¿En qué demonios estabas pensando para cargarla tú sola? Christina no se movió. Al momento pareció como si toda la fuerza de sus pequeñas manos se hubiera evaporado. Sorprendida, se miró las manos envueltas en las poderosas garras de Luc. Nadie la había hecho sentir así nunca: era como si no fuera dueña de sus actos, como si no pudiera hacer otra cosa que amoldarse a él con pasión. -Vaya, ahora soy ridícula -dijo horrorizada, y le dio la bolsa de basura. -Para mí también es un placer volver a verte -dijo él divertido. Para él la pesada bolsa parecía ligera como una pluma. Se la cargó al hombro y echó a andar. Christina se quedó mirándolo y tratando de recomponer su compostura. No iba vestido con ropa sofisticada, sino informal, con vaqueros y una camiseta que ponía de Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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manifiesto su torso y brazos musculosos. Christina recordó esa fuerza cuando la abrazó en Atenas y se estremeció. Sólo esperaba que él no se diera cuenta de su desconcierto. Le ardía la cara y la mano le tembló cuando se colocó las gafas. No le gustaba perder la compostura de esa forma. Luc echó la bolsa de basura en el contenedor y regresó. Parecía satisfecho, como si hubiera planeado algo y le hubiera salido mejor de lo que esperaba. -Ya está. No se te ocurra volver a intentarlo -le ordenó. Seguía mostrándose igual de autoritario. Christina se armó de valor y buscó las palabras adecuadas para decirle lo que podía hacer con sus órdenes, pero había algo en los intensos ojos oscuros que no la dejaban articular palabra. -Tal vez tendrías que hablar con el hombre para el que trabajo -dijo ella tratando de aparentar calma. Pero por alguna razón aquello pareció divertirlo. -Buena idea. Lo haré ahora mismo. Christina miró por encima del hombro. Había tenido una fuerte discusión con el primer oficial después de comer y como consecuencia el capitán Demetrius le había ordenado sacar la basura y volver de inmediato. Al salir ella, el capitán y el primer oficial, que era su sobrino, se habían apoyado en la barandilla a observarla. Estaba segura de que ése había sido el motivo de ordenarle sacar la basura. Consciente de los ojos de los hombres en sus largas y bronceadas piernas, deseó llevar unos pantalones largos. Luc siguió los ojos de ella. No había nadie en la barandilla en ese momento pero pareció leerle la mente. -Mirándote, ¿eh? ¿No te ofrecieron ayuda? -Es mi trabajo -dijo ella encogiéndose de hombros-. La cocinera se encarga de tirar todos los desperdicios. -Pero no por toneladas. -No hemos podido sacar la basura en un par de días. Aquello era quedarse corto. El capitán Demetrius tenía serios problemas para dirigir un barco por sí solo y no había reservado amarre para su primera escala. La temporada ya había comenzado y las autoridades portuarias no habían dejado atracar al Lady Elaine. Y la actitud arrogante del capitán, supuestamente debida al hecho de obedecer órdenes de un miembro de la realeza, no había sido de ayuda. Como consecuencia, habían tenido que atracar en un pueblo pesquero maloliente primero, después en un puerto mercante y finalmente en aquel puerto de mala muerte. -Explícate -le ordenó Luc. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-Digamos que no es el viaje mejor organizado en el que he trabajado -dijo ella dando un suspiro. -Pero... -Luc se interrumpió e hizo una mueca. -De hecho es bastante desastroso -dijo Christina-. Falta organización. Los pasajeros echan la culpa a la tripulación; la tripulación se la echa al primer oficial y por eso lo odian. El primer oficial a su vez odia a los niños y todos los pasajeros menos uno son niños; y el único pasajero adulto odia al capitán. Finalmente el capitán odia a todos. -Pero esto es un escándalo. Cuando llevaban tres horas de camino, el capitán había cometido su primer error de navegación, y a la vista quedó que hasta la princesa sabía leer una carta de navegación mejor que el propio Demetrius. De hecho, hasta Christina podía hacerlo mejor. A partir de ese momento, la atmósfera se había vuelto tensa. Christina debía dejar traslucir esa tensión pero, a pesar del tono irónico, Luc la miró con curiosidad. -¿Vas a abandonar el barco? -Resulta tentador. -Deja que te saque de aquí dijo él entonces con los ojos relucientes. -No puedo -dijo ella asombrada. -¿Por qué no? No te gusta. -No es tan fácil. -Sí lo es para una chica con las ideas tan claras como tú -dijo él haciendo una pausa-. A menos que lo que no quieras sea venir conmigo. ¿Te doy miedo, Christina? -No te tengo miedo, ni a ti ni a nadie. -Entonces déjame ser tu vía de escape. Christina estaba confusa y bastante indignada. Miró a Luc y éste le sonrió. Podía ver en su cara que algo que sólo él sabía le hacía reír. -Resulta tentador -dijo ella con educación-, especialmente porque tengo que decirle a ese niño, Simon Aston, que no podrá tomar el maldito pastel que ha pedido. Pero, a pesar de todo, creo que me quedaré. Luc no respondió de inmediato. En vez de ello, se quedó mirándola con una expresión extraña. -Rechazado por culpa de un niño -dijo finalmente dando un suspiro dramático. -Por una discusión con un niño. Seamos precisos. -Un golpe para mi ego.
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Pero Christina estaba segura de que su ego seguía en perfecto estado. Decidió cambiar de tema. -Aún no me has contestado ¿Qué estás haciendo aquí? -volvió a preguntar Christina. -Tenía apuntado en mi agenda del día visitar este sitio -contestó él desconcertado por un momento. Aquello no era una respuesta. Christina estaba segura de que lo hacía a propósito. Luc Henri seguía mostrándose evasivo. Pero eran necesarios dos para jugar. Christina le dedicó una dulce sonrisa. -Espero que disfrutes de tus vacaciones -dijo en tono de despedida y se dio la vuelta para marcharse, pero Luc la detuvo tomándola por el brazo como si tuviera todo el derecho. Christina se detuvo en seco, consciente de que la cara le ardía y el corazón le latía desaforadamente. -Hablo en serio -dijo-. Tengo el coche en el hotel. Ven conmigo. No es necesario que sigas aquí con toda esta gente. -No puedo. Firmé un contrato. -Los contratos pueden incumplirse, especialmente si a uno lo tratan mal. -No es por el contrato. -Bueno, entonces... -se interrumpió. Una pequeña llama iluminaba sus ojos oscuros. -Me comprometí cuando acepté el trabajo. -¿Y eso qué más da? No te importa lo que le pase a esta gente. -Pero me importa cumplir mis promesas -contestó ella sin poder dar crédito a su vez. -Bueno, eso es algo muy... loable. Christina notaba que el rubor iba cediendo, pero seguía sintiéndose incómoda. Le costó sonreír. Y, de pronto, ante el gesto contrariado de ella, los ojos oscuros de Luc recobraron la alegría una vez más. -Así que la dama en apuros no va a dejar que la rescate -dijo suavemente-. ¿Qué puedo hacer entonces? Lucharé contra los dragones. Christina no pudo evitar reírse mientras miraba la enorme bolsa negra de basura. -Eso era todo lo que tenías que hacer de momento. -¿No hay dragones? -preguntó fingiendo decepción. Christina se quedó mirándolo. Pensó en el capitán Demetrius y en el primer oficial, su sobrino. Incluso pensó en el hombre que había hecho que aquel desatino de viaje tuviera lugar. -No queda ninguno al que matar. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-¿Quieres decir que hay dragones y que temes que no pueda con ellos? -preguntó él fingiendo sentirse insultado. -No, no. Estoy segura de que podrías con ellos. Pero si los matas me dejarás sin trabajo. No creo que el hombre que me ha contratado se tome las promesas de la misma manera que yo. -¿Tienes problemas con él? -preguntó Luc entrecerrando los ojos. -No ha aparecido por aquí aún. No es fácil discutir con alguien a quien no has visto nunca -dijo Christina con firmeza. -Creo que no te sigo -dijo él lentamente. -Bueno, técnicamente obedezco las órdenes del capitán, pero el que manda realmente es un playboy que se dedica a jugar al tenis y que tiene un nombre impronunciable -dijo Christina escogiendo las palabras que definían al príncipe-. Él fue quien eligió al capitán. Tras esas palabras sobrevino un curioso silencio. Entonces Luc alzó las cejas inquisitivamente. -No se respira felicidad aquí, ¿eh? -Lo he pasado mejor en otros viajes. -Esto es inaudito -dijo él en voz apenas audible. Christina no comprendía. Se le ocurrió de pronto que Luc no se había mostrado sorprendido de verla y que, aunque era posible que aquella visita estuviera en su agenda, no podía comprender por qué. Por un momento pensó si no la habría estado siguiendo, pero no había nada que apoyara tal teoría. -¿Qué estás haciendo aquí? -volvió a preguntar ella. Luc la miró a los ojos y sonrió. -Reconsiderando mi estrategia -dijo de nuevo con esa actitud tan suya que parecía decir que sabía algo que los demás ignoraban. Para asombro de Christina, se inclinó hacia ella y le quitó las gafas de sol para poder mirarla a los ojos. -No hay motivo de alarma, Christina Howard. No lo olvides, no me tienes miedo. Y sin más, inclinó la cabeza y depositó un ligero pero abrasador beso en el centro de su boca.
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Sólo duró un segundo y, a continuación, desapareció. Christina se quedó mirándolo. El beso había sido muy breve, tanto que no estaba segura de si lo había soñado. Se llevó la mino a los labios latentes y se dio cuenta de que no había sido su imaginación. Era una imprudencia, era irracional, pero su corazón cantaba de puta alegría.
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CAPÍTULO 4 CHRISTINA se miró al espejo de su camarote aquella noche y apenas se reconoció. Los enormes ojos azules relucían, la boca parecía más suave y los labios más llenos, dispuestos a besar a Luc. Se sintió un poco alarmada, pero también intrigada. -Para que veas hasta dónde llega tu fantasía -se dijo con satisfacción. Nunca se le ocurrió que Luc saldría a buscarla de nuevo. Probablemente no sería fácil que aquel hombre renunciara a algo... igual que ella. Y dejó escapar una risa suave y excitada. -Arde, fuego, arde -le dijo a su reflejo. Pero Luc Henri no tuvo que buscarla más. Lo vio en el mejor hotel del pueblo al día siguiente. Llevó a los niños al complejo deportivo mientras su madre paseaba en busca de unos amigos. Christina se entretuvo un poco con Karl, el director de la zona de actividades infantiles, que era amigo suyo. -Cuida de Simon Aston -le dijo Christina a Karl-. No es tan mayor como cree. -Lo vigilaré -prometió. Aliviada, Christina subió al vestíbulo. Se mona por tomar algo frío. Y entonces lo vio: una figura alta, inconfundible, al otro lado del vestíbulo. Christina se paró en seco. Estaba sentado en un escritorio bajo un cartel que decía «Prensa y servicio de oficina». Él no la había visto. Tenía el ceño fruncido delante de su ordenador portátil. Ella siguió observándolo mientras él se inclinaba para tomar un papel de la impresora y lo leía. Christina dudó. Por primera vez se le ocurrió que podía ser un periodista pero, ¿de qué clase? Tal vez un corresponsal internacional, uno de esos soldados de fortuna que patrullaban las calles de los puntos más conflictivos del planeta buscando exclusivas, aunque en ese caso Atenas le estaría pareciendo un sitio mortalmente aburrido. De pronto, se le ocurrió una posibilidad bastante más desagradable. Tal vez fuera un tipo de periodista totalmente distinto. El puerto en el que estaban era aún más aburrido que Atenas. Además, no era un pueblo famoso, a no ser por la presencia de la estrella de cine, Stuart Define, y su equipo. Karl se había mostrado seco cuando le contó que el actor y sus amigos habían estado de fiesta toda la noche en la piscina y habían dejado todo lleno de vasos y basura. El personal de mantenimiento había tenido el tiempo justo para recogerlo todo antes de que
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llegaran los primeros clientes del hotel a darse su baño de la mañana. Christina pensó entonces si la aburrida princesa se habría unido a aquella gente y si Luc Henri estaría allí buscando una exclusiva para la prensa del corazón. En ese momento, Luc se volvió hacia el fax, introdujo unos documentos y marcó el número. El rostro de Simon Aston cruzó por la mente de Christina. El corazón le dio un vuelco. Bien. Si eso era lo que quería, tendría que pensárselo dos veces. Luc Henri no iba a obtener ninguna exclusiva mientras Christina estuviera a bordo del Lady Elaine. Inspiró profundamente, se aseguró de que la camisa estaba bien anudada alrededor de su bronceada cintura y echó a andar. Al momento, como si de un poderoso imán se tratase, Luc alzó los ojos y la vio. La miró sin expresión alguna. A pesar de su rostro impasible, Christina creyó ver que lo había sorprendido... y que no era una sorpresa desagradable. Si hubiera tenido dudas sobre su hipótesis, la reacción de Luc las habría disipado. Se incorporó levemente, con los ojos entrecerrados. No parecía culpable exactamente, pero parecía como si deseara estar lejos de allí. «Finge que no lo sabes. Finge ser tan ingenua como cree que eres y sácalo de aquí antes de que vea cómo Stuart Define le da crema en la espalda a la princesa». -Hola -dijo tratando de que su voz sonara con el suficiente entusiasmo. -Hola. ¿Debo creer que me estás haciendo el honor de seguirme o es que has decidido abandonar el barco? -dijo él, que no se había dejado engañar por el falso tono. -Ninguna de las dos cosas, de momento. He traído a los niños del patrón a clase de natación. Una expresión de curiosidad cubrió el rostro del hombre. -Me pareció ver que no tenía hijos. Y no estaba casado -añadió tras una leve pausa. -La princesa, su hermana, está casada con un inglés llamado Richard Aston. -Ah -dijo él, y Christina percibió el brillo en sus ojos-. Pero tu patrón -dijo con suavidad-, es el príncipe de Kholkhastan y, según creo, está todavía de viaje. -Bueno, si quieres ser tan pedante... -Preciso -la corrigió-. Me gusta ser preciso. Christina deseó creerlo, y que sus artículos fueran honestos, pero no podía saberlo. Aún no le había dicho quién era y qué estaba haciendo allí. -¿Con todo? -preguntó ella. -Por supuesto -dijo él aparentemente sorprendido. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-¿Te incluye eso a ti? -preguntó con dulzura. Él se puso rígido, pero su voz seguía sonado alegre, incluso un poco indiferente al preguntar: -¿Y me puedes decir a qué te refieres con eso? Era la oportunidad ideal para enfrentarse a él y su aparente duplicidad. Christina no sabía por qué dudaba, a menos que fuera porque si Luc admitía lo que era, pondría punto final a sus futuros encuentros cuando no estuviera al servicio de la princesa. Y se dio cuenta de que no quería que ocurriera. Se castigó severamente por pensarlo, pero no pareció importarle. Era un tipo autoritario, demasiado seguro de sí mismo y en el que no se podía confiar, y aun así deseaba volver a verlo. Pero no se iba a rendir sin luchar. -¿Estás diciendo que me has contado la verdad sobre ti? -preguntó acaloradamente. -No te he dicho nada impreciso -contestó él suavemente y sin dudar. Los ojos azules de Christina echaban chispas y apenas podía controlarse. -Eso no es exactamente lo mismo -dijo ella. -Bueno, depende de tu punto de vista. Nunca pensé que fueras el tipo de chica que quisiera conocer el extracto de mi cuenta o la naturaleza de mis negocios. -Por supuesto que no -dijo ella vivamente indignada. Luc le dedicó una sonrisa reluciente y Christina empezó a sentirse mareada. -Entonces, sabes todo lo necesario para tener una opinión sobre mí-dijo él con suavidad. Christina tragó con dificultad. Era como si la hipnotizara. No podía desviar la mirada. Se humedeció los labios secos. -¿De veras? -dijo con un hilo de voz. -Claro que sí. Luc no la tocó, pero su voz la envolvía igualmente. Christina comenzó a sentir el intenso estremecimiento que la había alterado antes. Pero esta vez no era alarmante, sino exultante. -¿Quieres que te lo demuestre? -la desafió alegremente. -No sé cómo podrías hacerlo -dijo ella en un tono que trataba de aparentar sensatez. -Eso es asunto mío. ¿Me darás la oportunidad de intentarlo? Christina pensó que era un locura, que debería decirle que sabía lo que pretendía; debería salir de allí a toda prisa, pero en vez de hacerlo se quedó quieta, expectante, y le dio permiso para intentarlo. -Sí. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-Entonces ven conmigo -dijo él con los ojos llameantes, y le tendió una mano imperiosa. Christina sintió que estaba en un sueño y que no podía evitar que las cosas ocurrieran. Introdujo su mano lentamente en la de él. Luc se rió. Para Christina sonó como una risa triunfante, y no le importó. La miró mientras balanceaban sus manos entrelazadas con alegría. -Busquemos un sitio a la sombra y más íntimo -murmuró Luc. Christina sintió un escalofrío involuntario. Los dedos de Luc se hicieron más firmes sobre los suyos. Hizo que lo mirara. Luc cerró los ojos y, en medio del turbador encuentro, Christina sólo podía pensar una cosa: que él también lo sentía. Era algo realmente alarmante. Nunca antes había sido tan consciente de la presencia de otro ser humano, nunca había creído poder leer los pensamientos de alguien con absoluta claridad, ni que otra persona pudiera leer los suyos. No era una sensación cómoda, pero la idea la excitaba. ¡Él sabía la agitación que provocaba en ella y al mismo tiempo la compartía! En ese momento él volvió a reírse y la ilusión de la intensidad compartida se evaporó. -Me preguntaba si podría sustituir al café -dijo él con suavidad-. ¿Sabes que creo que podría? -¿Café? -dijo ella desconcertada. -Tu mayor debilidad -le recordó él. -Oh. Christina se puso roja al momento. Podía sentir los ojos de él sobre su cuerpo, traviesos, cálidos como el sol. Parecía alegre y absolutamente seguro de sí mismo. Pero Christina sintió de pronto un frío aterrador. Era un consumado adulador. ¿Cómo no se habría dado cuenta antes? Si tanta confianza tenía en sí mismo era porque se la había ganado. Las mujeres no le dirían que no a un hombre que podía excitarlas con sólo una palabra, una caricia. Se sintió furiosa consigo misma. Luc no pareció darse cuenta. Estaba demasiado satisfecho, pensó Christina con amargura. La escoltó hasta la salida del hotel y ya fuera, le hizo una señal a un hombre uniformado que estaba apoyado sobre un coche. El hombre le sonrió al ver que se acercaban y, en respuesta a un gesto de Luc, le lanzó unas llaves. Luc las cazó con una mano, sin soltar a Christina ni un momento. Ésta observó la forma en que el chofer se alejaba al ver el gesto que Luc hizo a continuación. No eran sólo las mujeres las que siempre hacían lo que Luc quería, pensó sin sorpresa. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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Las llaves pertenecían a una larga y reluciente limusina con los cristales tintados. Era el coche más elegante del aparcamiento. Christina frunció el ceño al preguntarse si sería el mismo que la había perseguido en el café de Costa. No lo creía, pero no podía estar segura. ¿Podría un columnista de prensa del corazón permitirse un coche así y un chofer? No parecía probable, y aun así... -¿Cuenta de gastos? -preguntó intentando que su tono no sonara totalmente suspicaz. -No exactamente. Luc abrió la puerta del copiloto para que ella entrara, pero ésta no se movió. -No suelo subir en coches robados -dijo firmemente-. ¿Te pareció que se lo estaba robando a Michael? -¿Michael? -El chofer. Yo... lo conozco. -Oh -dijo ella todavía indecisa. -No me mires así -le dijo tomándola por la barbilla-. Me deja conducirlo a veces, eso es todo. Nunca he conocido a una chica que se preocupe tanto. -Debes de conocerlo muy bien si te deja un coche así -contestó secamente. , -Lo conozco muy bien -dijo él con calma. Entonces Christina se dio cuenta. Los periodistas de cotilleos necesitaban informadores. Tal vez el chofer fuera el informador de Luc. Tal vez Luc pensara que ella también podría darle alguna información. -Christina, hace calor aquí fuera -dijo él pacientemente-. Quiero nadar y tú también. Entra en el coche. El enfado aparentemente dormido bajo el hechizo de Luc pareció despertar ante una nueva muestra de la autoridad del hombre. Era un alivio. -No puedes aprovecharte de él así -dijo ella acaloradamente-. ¿Qué ocurriría si tú... si te lo llevaras demasiado tiempo o le hicieras algo? -¿Tienes dudas sobre mi forma de conducir? -preguntó él con una expresión curiosa. -No es eso. Pero algunas carreteras de aquí son muy estrechas y no sería difícil rayarlo. -No importaría -dijo él con indiferencia. -Puede que a Michael sí le importe -dijo Christina indignada-. Si te lo deja y tú le haces algo, se meterá en problemas. Luc la miró con una extraña sonrisa en los labios, casi de ternura. -No se meterá en problemas.
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-¿Cómo puedes estar tan seguro? -dijo ella, pero se quedó sin palabras al notar el contacto de las manos de él en su cintura desnuda. -Christina. -¿Sí? -dijo ella sin querer mirarlo a los ojos. -Deja que yo me preocupe por Michael. Entra. Y lo hizo. Luc cerró la puerta con un golpe sordo y rodeó el coche para llegar al asiento del conductor. Se sentó frente al volante y echó el asiento hacia atrás para adaptarlo a sus largas piernas. -Antes de que vayamos a ningún sitio, quiero dejar claro que no voy a decirte nada de la princesa o de su familia -dijo Christina. Se dio cuenta de que las manos de Luc sobre el volante lucían una manicura perfecta y notó sus ojos sobre ella, acariciándola. Se hizo un silencio hasta que él lo rompió con gravedad. -Lo último que deseo es perder el tiempo hablando de la señora Aston. -¿Otro encuentro fuera del tiempo y del espacio? -preguntó ella con sequedad mirándolo fugazmente. -Me temo que no estaba pensando en eso tampoco, lo admito. Esta vez, haré las cosas bien. Christina no sabía de qué hablaba, pero no estaba segura de querer saberlo. Se sentó muy rígida en el asiento. -Siempre y cuando te des cuenta de que no voy a decirte nada de las personas para quienes trabajo... -Están fuera de mi agenda para todo el día -la interrumpió Luc. Christina tuvo la impresión de que estaba volviendo a reírse de algo íntimo que sólo él conocía-. Para serte sincero, será un alivio. -No sé de qué me hablas -dijo ella enfadada. -No, no lo sabes, pero pronto lo sabrás. Christina se mordió el labio. Cuando Luc dijo que sería un alivio, ¿se habría referido a un descanso del trabajo, ya que pasaba la mayoría del tiempo siguiendo a la princesa? Deseaba que le dijera la verdad. Suspiró y guardó silencio. Luc conocía la zona mejor que ella. La llevó a la playa más alejada y allí aparcó el coche al borde de la arena. Estaba vacía. Christina abrió la puerta del coche con gran esfuerzo. -Pesa mucho -dijo mientras él rodeaba el coche para ayudarla. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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Pero al salir olvidó rápidamente el coche. La escena era espectacular. Estaban en una pequeña ensenada llena de montículos cubiertos de castaños y olivos plateados en las zonas más bajas, cerca del agua. Delante de ellos, más allá del agua resplandeciente, se alzaba hasta tocar el cielo un acantilado grisáceo. Las abejas zumbaban, las rosas florecían y el aroma del tomillo invadía el aire. -Es precioso -dijo Christina respirando. -Sí. ¿Habré descubierto una nueva debilidad? -El mar está maravilloso -afirmó para ocultar el rubor que subió a sus mejillas. -No tienes por qué excusarte. Me gustan las mujeres que saborean sus debilidades como tú. Sabía que aquello era un cumplido, pero no pudo evitar sonrojarse. Christina lo miró con creciente indignación. No confiaba en él. Existía la posibilidad real de que bajo la poderosa atracción que aquel hombre ejercía sobre ella, le disgustara de verdad. Desde luego, aquel hombre estaba acostumbrado a hacer las cosas a su manera. Sin embargo, era educado y tremendamente atractivo. Había algo entre ellos que Christina nunca había experimentado. Y la hacía sentir incómoda. No iba a involucrarse demasiado, claro, pero... también se merecía darse el placer de explorar un poco, así conocería algo más al hombre al que se enfrentaba y le sería más fácil manejarlo. Ahí el hilo de pensamiento se rompió. Christina era demasiado honrada para mentirse a sí misma. Debió de hacer algún gesto, porque Luc alzó la ceja interrogativamente. -Nada -le dijo Christina riéndose para sí-. Tal vez sea mejor que controle mis debilidades. -Sería una pena -dijo él mirándola con una sonrisa. -Creo que en eso estoy de acuerdo contigo. Especialmente cuando el mar parece un espejo mágico -dijo ella riéndose y extendió los brazos para abarcar el panorama-. Venga, nademos un poco. -¿En un espejo mágico? -se burló mientras la miraba complacido. -Apuesto a que todo el que se bañe en él dirá la verdad -dijo ella intentando aprovechar la oportunidad. -Entonces estaré preparado. Pero Christina estaba demasiado ocupada sujetándose el pelo con unas horquillas como para dejarse intimidar. Después se desató la camisa, bajo la que llevaba un bikini. Luc la miraba burlón. -Parece que no hubieras nadado en semanas. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-No, pero sí en varios días -contestó Christina quitándose los zapatos y metiendo los pies en la arena entusiasmada-. Ayer fue la primera vez desde que salimos de Atenas. -¿Trabajando en un barco no sueles nadar a menudo? -preguntó Luc asombrado. Christina no iba a decirle que si no lo hacía era por no ver la mirada del capitán clavada en ella. Parecería una queja infantil. -¿Has visto cómo está el agua del puerto? -se limitó a decir. -No pasareis todo el tiempo en el puerto, ¿no? -dijo él. -Casi -respondió ella-. Deberías ver los arañazos que tiene el casco del Lady Elaine. Y se quitó también los pantalones. Lo dobló todo cuidadosamente, lo dejó encima de los zapatos sobre una roca y salió corriendo hacia el agua. Cubierta hasta la cintura, se giró y vio que Luc permanecía en el sitio, con las manos en las caderas, observándola. -Vamos -animó ella-. Esta debilidad merece la pena -y empezó a chapotear con el agua. Luc permaneció inmóvil. -Vamos. ¿A qué esperas? Está muy buena -gritó Christina agitando los brazos por encima de su cabeza-. Esto es el paraíso. Luc sonrió. Christina vio que era una de esas sonrisas relucientes, irresistibles. Y por una vez no iba a luchar. Le devolvió la sonrisa. -Puede que tengas razón -dijo él. Luc se quitó la ropa hasta quedarse sólo con unos calzoncillos de color oscuro y se metió en el agua. Christina no perdió detalle de las piernas musculosas y bronceadas, ni de los poderosos hombros justo antes de que se lanzara a nadar hacia el horizonte. Riendo, se metió bajo el agua y salió tras él. Pero era demasiado rápido para ella. Era una gran nadadora y estaba en forma, pero Luc parecía pertenecer a una clase superior. Cualquiera habría dicho que era un atleta. Se detuvo y jugó con el agua mientras recobraba el aliento. Al poco, Luc regresó. Lo vio nadar hacia ella con brazadas largas y fluidas, como si no le costara nada; su cuerpo formaba una curva totalmente aerodinámica sobre el agua, y sintió una extraña sensación de frío en la boca del estómago. Nunca antes un hombre le había parecido tan hermoso. Christina se preguntó qué le estaba pasando. El hombre se detuvo a poca distancia. -Había olvidado lo bien que se siente uno -dijo-. Tenías razón. Es el paraíso. -¿Olvidado? -preguntó ella después de la exhibición-. Pero si eres un verdadero atleta. -Lo fui, pero ahora no tengo tiempo -dijo él-. Mejor dicho, no encuentro tiempo para ello. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-En cualquier caso, no me gustaría tener que enfrentarme a ti. -Es una pena. -En una carrera, quiero decir -dijo ella a modo de ligera reprimenda. -Por supuesto -accedió con expresión solemne, aunque ella sabía que estaba riendo para sí. Entonces expresó en voz alta su risa y resultó tremendamente contagiosa-. Pero seguro que tú haces más ejercicio que yo. ¿Quieres probar? Te echo una carrera hasta la orilla. Dio la salida y Christina tuvo la seguridad de que estaba nadando más lentamente a propósito. Ella, sin embargo, puso todo su esfuerzo y llegaron empatados. -Eres demasiado bueno para mí, tengo que admitirlo -dijo ella saliendo del agua. Se tambaleó un poco con la fuerza de una ola y él la sostuvo. -Yo no diría tanto. Creo que hemos empatado. -Porque tú quisiste que empatáramos contestó ella con sequedad. -Entonces hemos empatado -dijo él riendo. -No me gusta hacer trampas. Ganar pierde toda su gracia si te dejan. -No he dicho que ganaras, sino que hemos empatado. -No estamos empatados en nada y lo sabes. La clase a la que tú perteneces está muy lejos de la mía. No soy una niña. No me gusta fingir. -Eres muy austera -dijo él con un tono amenazante. -Sólo soy precisa -se defendió repitiendo las palabras de él. -Peligrosamente aguda. Christina se dirigió hacia la zona en sombra en la que había dejado la ropa. Se dejó caer sobre la arena suave boca arriba, con las piernas extendidas. Se quitó las horquillas y se sacudió el pelo, que se extendió como una cascada de agua salada sobre su espalda. Luc permaneció en pie delante de ella. -Así que nunca finges -dijo burlón-. ¿Ni siquiera dices alguna mentirijilla? Christina se incorporó de golpe. -Nunca. Demasiado complicado. -En eso tienes razón -y se dejó caer a su lado con el ceño fruncido. Christina se pasó las manos por el pelo. No miraba a Luc, pero era perfectamente consciente de todos y cada uno de sus movimientos « ¿Qué me está pasando?» Se preguntó si también él podría sentirlo, pero una rápida mirada de reojo le dejó claro que él estaba demasiado preocupado por algo. -Así que nunca mientes. Eso hará de ti una amante difícil -dijo Luc de repente. -¿Qué? -ella no podía creer lo que acababa de oír. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-¿Cuánta verdad puede soportar una relación normal? -No podría decirlo. -¿No tienes aventuras? Christina se dio cuenta de que había sido manipulada por un verdadero maestro. Se mordió el labio mientras pensaba qué respuesta darle... sin decir tampoco una mentira. -Las suficientes -dijo con cuidado-. Pero ninguna de ellas fue lo que se dice normal. Luc alzó las cejas y Christina sonrió, complacida por haberlo dejado desconcertado. Demostraba que no había sucumbido por completo a los encantos del seductor. -Touché -dijo él tras una pausa-. Y dime, ¿cuándo tienen lugar tus aventuras que no son normales? ¿En invierno, quizás? ¿Por eso te muestras tan reticente a hablar de ello? ¿Vives con alguien? -hizo todas esas preguntas con tono amenazante. Christina estuvo tentada de decir que así era, que había un hombre en su vida en ese momento, pero se había prometido no mentir. Suspiró. -No. -Entonces, ¿hubo alguien en el pasado? -insistió Luc impaciente. -Y en el futuro -dijo ella encogiéndose de hombros. -¿Estás en esa etapa ahora? ¿Una aventura en cualquier momento, en cualquier lugar? -Por supuesto que no. Christina estaba molesta. Se giró dándole la espalda pero Luc la obligó a mirarlo. -¿Por qué no? ¿Un espíritu libre como tú? Nunca hasta ese momento lo había visto así. La estaba mirando sin sonreír, con la mandíbula tensa. Los ojos negros ocultaban una emoción que rozaba la ira. -Dímelo continuó presionándola. -No tengo por qué decirte nada -dijo Christina tratando de evadirse, sin éxito, de la garra de él. Consiguió más bien lo contrario-. Deja que me vaya. Por toda respuesta, tiró de ella para que se sentara de nuevo y se inclinó sobre ella. Christina quiso empujarlo pero él tomó sus dos manos con una suya y las extendió sobre la arena por encima de su cabeza mientras se inclinaba más buscándole el rostro, los ojos relucientes. -Está bien. No me lo digas. Enséñamelo -dijo Luc salvajemente. A Christina se le aceleró la respiración y sintió que todo su cuerpo vibraba. Dejó de luchar por mantener los ojos abiertos cuando los labios de Luc tocaron los suyos con un leve roce. Christina dejó escapar un pequeño gemido, arqueó la garganta y se rindió a la dulce invasión. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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En realidad era más que una invasión. Era un torbellino. Cuando Luc alzó la cabeza, Christina estaba temblorosa y deseosa. Abri4 los ojos y finalmente lo vio. Parecía atormentado. Una sacudida la sorprendió. -¿Quién eres? -preguntó él con voz áspera. -¿No debería ser yo quien preguntara eso? -respondió tratando de recobrar la compostura. Pero Luc no escuchaba. Volvió a inclinarse para besarla en la garganta, en la clavícula, en la cara interna del codo. Bajó una mano buscando el broche del bikini. Perdida, Christina arqueó la espalda. El tejido húmedo cayó y un segundo después la lengua de Luc recorría el contorno de su pecho. Christina jadeaba. La mano de Luc exploraba la parte baja de su espalda, empujándola hacia sí para amoldarla a su cuerpo. Christina lo rodeó con sus brazos y buscó su boca. Tenía una pierna enroscada alrededor de la de él. Luc se rió entre jadeos y ambos rodaron sobre la arena hasta que Christina quedó sobre el cálido y duro cuerpo masculino. Luc la sujetó por las caderas y se rió al ver el asombro en sus ojos azules. -Arde, fuego -dijo él con suavidad. Christina se dio cuenta de que la mano posesiva estaba despojándola del único trozo de tela que la cubría y se puso rígida. Luc la apremiaba. Por un momento, cedió a sus exigencias como si se tratara de un gigantesco imán, pero al momento se retiró. Se dio cuenta de que la había interrogado sutilmente, pero él seguía sin decir nada sobre su identidad. Recordó lo que había dicho antes de salir del hotel: «Algún sitio a la sombra y más íntimo». Empezó a pensar desde cuándo habría estado planeando seducirla, si habría rechazado hablar de la princesa porque su principal objetivo era seducirla primero para sonsacarle después todo tipo de información. Christina nunca se había dejado chantajear por los hombres. Tenía muchos amigos, pero nada serio. Su madre había tenido demasiadas relaciones y siempre había acabado llorando. -Vuelve -dijo Luc con los brazos tensos. Pero Christina ya se había liberado de su abrazo. Rodó hacia un lado. Tras un instante de instintiva resistencia, Luc no intentó detenerla. Se quedó tumbado en la arena durante un momento, observándola. Al cabo, se hizo sombra con las manos. El pecho bronceado seguía subiendo y bajando a un fuerte ritmo. No trató de disimular su excitación. Christina miró hacia otro lado, avergonzada. -Lo... siento -dijo ella con dificultad-. No debería...
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-Navegas en aguas peligrosas, señorita. No me mires así. Ambos nos dejamos llevar. Los dos. ¿Lo entiendes? Fue algo mutuo y no dice nada en tu favor que lo hayas detenido. Christina se sonrojó violentamente. Miró en derredor buscando su bikini en medio de la confusión. Luc se incorporó y lo agarró, tendiéndoselo. Christina tomó el bikini y se dio la vuelta. De espaldas a él se lo puso en silencio. -Ya era respetable de nuevo -añadió él cuando Christina hubo terminado. Pero ella no se sentía respetable, sólo notaba un enorme escalofrío en su interior. -Deja de temblar. No ha ocurrido nada -volvió a hablar Luc a su espalda. Christina se mordió el labio. ¿Nada? Ella no pensaba lo mismo. Sentía como si hubiera entrado en el espejo mágico y hubiera salido como otra persona. ¿Podría ser amor? No, definitivamente no. No podía amar a un hombre al que no conocía, un hombre en quien no confiaba. -Dios mío -dijo Christina con un hilo de voz. Luc se puso en pie y se acercó al borde del agua mientras ella se ponía los pantalones cortos y la camisa. -Empiezo a ver por qué no estás acostumbrada a los cumplidos -dijo él. Christina se sintió aliviada al comprobar que Luc volvía a sus bromas. Hizo todo lo posible por sacudirse la arena de la ropa, e incluso volvió a reír. -Eso no es caballeroso. No me encuentro en mi mejor momento -dijo ella. -No me refiero a tu ropa. Me refiero a tus sentimientos y cómo reaccionas ante ellos. -Ya te he dicho que lo siento -dijo ella con seriedad. -¿Hay alguien, Christina, o sólo yo? -Ya te lo he dicho. He tenido bastantes... -Relaciones raras. Sí, ya lo has dicho -dijo con sequedad-. Suena perfecto, todo bajo control. ¿Se te ha ocurrido que un día podrías perder ese control? -No -dijo Christina con brusquedad, aunque temía que eso exactamente fuera lo que le estaba ocurriendo. Y le daba miedo. Lo miró. Incluso en calzoncillos, y con el pelo revuelto, Luc Henri irradiaba arrogancia por todos sus poros. Nunca había conocido a un hombre como él. Era increíble. De pronto Christina se dio cuenta de que esa arrogancia tenía que haberse desarrollado después de muchos años consiguiendo que los demás hicieran exactamente lo que él quería. Irguió los hombros. No estaba dispuesta a ceder ante él. ¡Nunca!
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-Tengo que volver. Al menos, si quiero conservar mi trabajo... -dijo con fingida normalidad mientras se pasaba los dedos por el pelo. Luc la miró. Sus ojos eran totalmente negros. Parecía estar controlando su temperamento. -¿Y eso es todo? -Sé que es el trabajo más desagradable que he tenido en mucho tiempo, pero es todo lo que tengo. Sólo faltan tres semanas para que termine. -Pueden pasar muchas cosas en tres semanas -dijo él mirando hacia el mar. -Lo sé -contestó con sinceridad-. Sólo espero que hundirnos no esté entre las posibilidades. -Incluso que conozcas al tipo que ha fletado el barco -dijo él al fin después de dudar brevemente. Christina se sorprendió al oírlo. Había olvidado al odioso y ausente príncipe. -Puede que no aparezca. A mí me da igual: con tal de que me pague me da igual como sea. No tengo que enamorarme de él. Hubo un largo y espeso silencio roto al fin por el suave tono de Luc. -No, eso es cierto.
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CAPÍTULO 5 EL HUMOR de Luc pareció cambiar tras aquello. Seguía sonriendo, pero parecía ausente. Christina no podía imaginar qué podía haber dicho para hacerle callar de esa forma. A menos que hablar del príncipe de Kholkhastan le hubiera recordado que tenía un trabajo que hacer. Decidió que lo mejor sería dejar claro que sabía muy poco del tipo que había organizado el viaje antes de que Luc empezara el interrogatorio. -¿Dónde está Kholkhastan? -preguntó. -¿No lo sabes? -Nunca había oído hablar de ese lugar hasta que conseguí el trabajo. -No eres la única. Es un pequeño principado en los Himalayas. -¿Un principado? ¿No eso un poco inusual? -Más bien único -contestó él con actitud remota, casi aburrida, aunque Christina detectó algo: tenía la sensación de que le estaba ocultando algo. -¿Entonces cuál es la historia? -¿Quién sabe? Una combinación de azar, mucho poder, diplomacia y una inclinación natural a ello. -No comprendo. Luc miró hacia el mar con los ojos entrecerrados. -En el siglo diecinueve, el Imperio Británico se enfrentó con el Imperio Ruso en los Himalayas. Cuando ambos ejércitos hubieron perdido bastantes batallas, decidieron dejar intactos el resto de los países para que sirvieran como barrera entre ambos. Durante el siglo veinte, algunos de esos países fueron ocupados y otros sufrieron revueltas. Kholkhasatan sobrevivió. Era demasiado pequeño y remoto para que nadie se molestara en invadirlo. ¿Tampoco sufrió revueltas internas? -preguntó fascinada. -La familia que reinaba se lo tomó muy en serio. No hubo motivo para revueltas porque la gente vivía contenta. -Eso no se corresponde con el playboy del que he oído hablar -dijo Christina secamente.
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-No tienes que creer todo lo que oigas -contestó con cara de extrañeza-. Cumple con sus obligaciones. -¿Estás seguro de que no lo conoces? -dijo ella llena de sospechas. -Puedes leer lo que acabo de contarte en cualquier periódico en la hemeroteca, si te interesa. -No me interesa -dijo ella sacudiendo la cabeza-. Sólo quiero que se termine este trabajo. Después me marcharé. Demasiadas tensiones. Se arrepintió de haberlo dicho nada más abrir la boca. La manera en que Luc la miró le recordó que bien podía ser un periodista. Lo último que necesitaban la princesa y sus hijos era que ella le fuera contando a la prensa el fiasco que era el viaje a bordo del Lady Elaine. -Se está haciendo tarde. Debería regresar -se apresuró a añadir antes de que Luc pudiera hacerle cualquier pregunta. Se puso en pie. Luc parecía irritado, pero no trató de disuadirla. Condujo de vuelta al barco en silencio. Cuando llegaron detuvo la limusina al final del muelle. Apagó el motor y se volvió hacia ella. -Gracias -dijo Christina sin dejarle hablar mientras intentaba abrir la pesada puerta. -Christina... -Ha sido un baño muy agradable -lo interrumpió maniobrando con el pomo-. Yo... ¿pero qué le pasa a esta puerta? -Cierre centralizado desde el mando del conductor -dijo él fríamente-. ¿Cuándo volveré a verte? -¿Qué? -Christina dejó de atacar a la puerta y se quedó mirándolo-. ¿Me estás diciendo que me has encerrado? Luc parecía divertirse con aquella situación. -Sólo por tu seguridad dijo él con suavidad-. Podrías caerte con el peso de tantas horquillas. ¿Cuándo? Christina se echó el pelo hacia atrás con manos temblorosas. -No acostumbro a salir con hombres que me encierran en el coche. -Vale, ya estás libre. ¿Cuándo? -dijo él desactivando el cierre. La miró a los ojos. La diversión era superficial. Bajo ella, Christina pudo ver que estaba decidido. La asustaba aquella expresión y la intensidad de su propio deseo de volver a verlo. -Aguas peligrosas -recordó ella con la boca seca. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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Todavía no le había dado una explicación convincente de su presencia en aquel pequeño pueblo portuario. Por su parte, estaba casi segura de que estaba acechando a la familia del príncipe para dar cuenta a la prensa del corazón. Dos buenas razones para no volver a verlo. Y la forma en que su corazón latía le decía que ahí tenía una tercera razón. No era momento de ceder. Tenía que tomar una posición y mantenerse firme. Inspiró con fuerza antes de hablar. -No creo que sea una buena idea. Él curvó la boca con expresión cínica. -Tienes razón... casi. ¿Cuándo? -No entiendo. Quiero decir que... -Christina sacudió la cabeza. -Sé lo que quieres decir -dijo Luc con dureza-. Casi estoy de acuerdo contigo. No sabemos nada el uno del otro y es evidente que no tenemos mucho en común. Y hay más razones por las que sería mejor que no volviéramos a vemos. -Entonces... Luc extendió el brazo y la tomó por la cintura. Lo que Christina fuera a decir no llegó a salir de su garganta. -Hay cosas que no tienen que ver con la razón -contestó Luc. De cerca, los ojos negros tenían un toque ambarino. Eran totalmente ilegibles. Christina observaba hipnotizada cómo la hermosa cabeza de Luc descendía sobre la suya. Pensó llena de confusión que un hombre adulto y sofisticado no iría por ahí besando a una chica en el coche como si fueran adolescentes en su primera cita. Y ella tampoco iba por ahí besando a los hombres en un coche. Pero no era como las otras veces. En la playa él se había dedicado a la seducción. En el café de Costa se había mostrado enfadado con ella y, habría jurado que también consigo mismo. Ahora ya no estaba enfadado, pero tampoco parecía tener el control. Y la besó lentamente, sensualmente, con consumada habilidad. Los labios del hombre eran suaves, apenas presionaron los suyos, pero todo su cuerpo estaba atento al contacto. No pudo evitar un escalofrío al notar cómo los labios masculinos abandonaban su boca y recorrían su garganta. Sintió la caricia de su lengua, una caricia muy dulce, pero no por ello menos devastadora. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás con un gemido. Luc la abrazó y ella se dejó llevar. El hombre murmuró algo en voz apenas audible, pero a Christina le pareció un idioma desconocido. En su estado apenas se sorprendió. Los encuentros que había mantenido con aquel hombre no se parecían en nada a ningún otro. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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Christina se arqueó para recibir un contacto más profundo y, por un momento, Luc se quedó inmóvil, como si lo hubiera sorprendido. Christina abrió los ojos. La estaba mirando a los labios con unos ojos impenetrables, negros como el carbón. Era una mirada ciega y llena de deseo. Bajo otras circunstancias aquella mirada la habría alarmado, pero en aquel momento la hizo sentir triunfal. Luc la miró a los ojos. Era evidente que entre los dos había pasión. Pero tras ella había una gran carga de cinismo, incluso frialdad. Christina lo miraba a los ojos y Luc torció el gesto burlonamente, como si aquello fuera una broma y sólo él estuviera al corriente. Christina lo miró fijamente, helada en el sitio, a pesar de que su cuerpo seguía hirviendo tras el contacto. Se preguntaba si se estaría riendo de ella o de sí mismo. -Creo que olvidé lo que era la razón en el momento en que te vi -murmuró Luc. De pronto lo sintió muy cerca, tanto que su rostro era una mancha borrosa, y sus sospechas le parecieron totalmente irrelevantes. Cerró los ojos. Luc introdujo sus dedos en el pelo de Christina y le sujetó la cabeza en el ángulo perfecto para poder besarla mejor. Definitivamente no era el beso de un hombre que se estuviera riendo de ella. Christina olvidó que era un extraño, que aún no le había contado nada sobre él, que la había seguido y no había dejado de darle órdenes de una forma que no le había consentido a nadie. Olvidó incluso que probablemente sólo estuviera allí espiando a la princesa. De hecho, olvidó su política de no involucrarse con nadie en sus estancias veraniegas. Olvidó sus principios, la prudencia y el sentido común. Lo único que sabía era que muy dentro de ella reconocía el beso de Luc y se entregaba a él. Durante unos segundos de locura le respondió con el mismo deseo. Las manos de Luc recorrían el cuerpo femenino con suprema maestría. Apenas consciente de lo que hacía, Christina se arqueó todavía más para ir a su encuentro. El beso de Luc se hizo más salvaje y ella no protestó. Al contrario, lo rodeó con sus brazos tan deseosa como él. Cuando en ese momento la mano de él descendió por las caderas de Christina hasta llegar a la cara interna de los muslos, ella notó que toda la precaución que la había mantenido en guardia en la playa había desaparecido. No se le pasaba por la cabeza negarse a él. Entonces, Luc dijo algo indescifrable y se retiró de ella. Le costaba respirar. No quedaba ni rastro de la habitual ironía en su rostro, sólo una llama ardiente. Christina se
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dio cuenta porque también ella la sentía. Se llevó una mano temblorosa a los labios. Estaban hinchados. La llama que ardía en los ojos de Luc estaba comenzando a ceder. La miró a la cara. Parecía atónito. -Lo había olvidado -dijo en voz muy baja, casi para sí. Christina sintió una chispa de rabia. La había besado hasta llevarla al éxtasis y de pronto se ponía a hablar para sí. -Yo no -dijo ella con acidez-. Lo mismo que en el café de Costa. Piensas que puedes hacer todo lo que se te antoje, ¿verdad? Sin importarte el lugar ni la persona. -¿yo? Me parece que no ha sido sólo cosa mía. -Deja que me vaya -dijo Christina intentando liberarse de su abrazo. Él la miraba como si tuviera todo el control de nuevo, lo que hacía aumentar la rabia de Christina. -He dicho que me dejes -repitió. -En cuanto me digas cuándo volveré a verte. -No lo harás. Fue puro instinto. Sentía la necesidad de desafiar aquella exhibición de arrogancia. Intentó deshacerse de las manos de él, pero sin éxito. -Sabes que eso es poco realista. -No -Christina casi gritó. Luc se rió en silencio. Ella se retorcía violentamente en sus brazos. Las muñecas le dolían del forcejeo, pero no parecía que a él le costara mantenerla así. El único movimiento que hizo Luc fue llevarse las muñecas de ella a los labios, sin dejar de mirarla ni un instante. Christina reconocía un desafío en cuanto lo veía. Abandonó todo intento de liberarse y trató de recuperar la cama. No le gustaba la mirada jocosa del hombre. -He dicho que no -repitió la chica con tranquilidad pero con firmeza. Se hizo un breve silencio. Nerviosa y furiosa a la vez, Christina se echó el pelo hacia atrás. -He dicho... -comenzó de nuevo, pero se detuvo al ver que los ojos de Luc echaban llamas. -No hagas eso -dijo él con suavidad. Por un momento el estupor la dejó inmóvil. -¿Hacer qué? -Eso -murmuró él. Al fin la soltó. Christina dio un suspiro de alivio, pero Luc extendió la mano y la introdujo en la mata de pelo de ella. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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Christina se quedó sin aliento. El contacto de sus dedos, cálidos y hábiles, contra su cuello la excitaba. Se humedeció los labios secos y tragó saliva. Veía cómo la miraba y deseó no albergar tantas sospechas de él. -Ni eso -dijo mirándola de pronto a los labios. Christina se sonrojó violentamente. No podía seguir soportándolo. -¿Quién eres, Luc Henri? Un velo cubrió los ojos de Luc volviéndolos inescrutables. Se quedó callado y su mano dejó de acariciar el cuello de Christina. Entonces la miró con cautela. -Te ha llevado mucho tiempo preguntármelo -dijo lentamente. -¿Entonces admites que es necesario preguntarlo? -Yo no admito nada. -¿Ni siquiera que no has sido honesto conmigo? -Depende de lo que entendamos por honestidad. -No juegues conmigo -dijo Christina. Notó el dolor en su propia voz y se calló. Pero era demasiado tarde. El daño estaba hecho, no sabía cómo disfrazarlo y era muy fácil para alguien inteligente detectarlo. Tomar conciencia de aquello significaba que Luc Henri era, muy a su pesar, algo más que un extraño, lo que significaba que se estaba involucrando en lo que fuera que hubiera entre ellos, y que se volvía vulnerable. Luc Henri también lo reconoció. -Bien -dijo con lentitud. Christina se encogió interiormente. La satisfacción de aquel hombre era evidente. Habría dado todo por no haber dejado escapar el grito de dolor, pero era demasiado tarde. -No me importa quién seas ni lo que hagas. Lo que no quiero es que me presiones -dijo tratando de recobrar su posición. -¿De verdad no te importa? Christina lo miraba sin comprender. -Pasa la noche conmigo -continuó él con voz firme. Christina se quedó helada al oír la proposición. -Los dos somos adulto y sabemos lo que ocurrirá -siguió impaciente-. ¿Por qué evitarlo? No vuelvas al maldito barco. Olvida al capitán. Yo puedo hacer que lo pases mejor. -Estoy segura de que puedes -dijo ella, pero no era su voz la que hablaba-. Quiero decir que seguro que podrías. -No, quisiste decir lo primero. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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Christina sacudió la cabeza, apretando los labios para que no le temblaran. Por un momento pensó en irse con él, alejarse de la princesa y de todos los demás; alejarse del barco, ir a un lugar remoto y privado donde Luc pudiera tomarla en sus brazos y... Se detuvo pero le costó un esfuerzo casi físico conseguirlo. -No -dijo finalmente. -¿Me quieres decir que no eres ese tipo de chica? Aquello también le dolió, pero Christina aprendía rápido. Alzó la cabeza y lo miró a los ojos. -No tengo que inventarme ninguna excusa, Luc -le dijo con tranquilidad-. Me has pedido que pase la noche contigo y te digo que no. Fin de la historia. -¿Por qué no? -Tampoco tengo por qué darte explicaciones. -Lo haces cuando me besas de esa manera -le dijo él mirándola desafiante, y esa vez no había ningún brillo alegre en su mirada. -Está bien. Entonces dime: ¿Luc Henri es tu verdadero nombre? El hombre dudó y Christina siguió presionando. -¿Y no estás tan interesado en la princesa Marie Anne como lo estás en mí? -Tanto es decir mucho -contestó él con cautela, pero también con diversión. -Pero si ella no estuviera aquí tú tampoco lo estarías, ¿verdad? -Tal vez. -No me mientas, Luc. La estás siguiendo, ¿verdad? -¿A qué te refieres? Christina miró la expresión de extrañeza en su rostro y decidió que prefería estar del lado de la princesa. -No estabas en el hotel por casualidad. Te vi junto al fax. -¿De veras? -Sí -dijo con firmeza-. Y lo que es más, no pasaría la noche contigo ni aunque fueras... aunque fueras... -¿El último hombre sobre la tierra? -Iba a decir el emperador de China, pero es como decir lo mismo. Luc se quedó mirándola como si le hubiera dado un golpe. Se hizo un silencio incómodo. Christina llevó la mano al pomo. La boca de Luc se endureció. -No es justo dijo él al fin. -Adiós. -¿Vas a decir no a...? -¿A qué, Luc? ¿A unos cuantos besos? ¿A un hombre que me persigue por los oscuros callejones de Atenas en una limusina como un mafioso? ¿A alguien que no puede Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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decirme nada de él porque no quiere que sepa a qué se dedica? -dijo Christina subiendo el tono de voz. Tuvo la impresión de que lo había tomado totalmente por sorpresa-. No sé qué tipo de chica crees que soy, pero puedo decirte lo que no soy: no soy la clase de chica que pasaría la noche con un hombre en el que no confía. Y diciendo eso salió disparada del coche sin esperar respuesta. Bajó las escaleras para que no pudiera seguirla con el coche y finalmente se apoyó contra la pared. No supo cuánto tiempo estuvo allí, con los ojos cerrados mientras le daba la luz del sol. Luc no la siguió. Al cabo, se dejó caer hasta sentarse en las escaleras. La cabeza le daba vueltas. ¿Cómo podría afectarla tanto aquel hombre? Se le ocurrían montones de excusas para haberse lanzado a sus brazos, pero tenía que admitir que no eran más que eso. Había salido del hotel con él porque la atraía, tal vez estuviera un poco enamorada. A pesar del calor, sentía escalofríos, y no era una sensación agradable. No sabía qué hacer, ni lo que quería. Lo único que sabía era que no quería pensar en la invitación que había rechazado para no lamentarlo. -¿A quién quieres engañar? -se dijo de pronto en voz alta-. No quieres pensar en ello por si cambias de opinión. Se levantó decidida. Tenía un trabajo que hacer y debía recoger a los niños. Cuando llegó al hotel evitó la recepción para no encontrarse con él. Se fue directamente al gimnasio. A lo lejos, vio a una pareja de la mano. Christina pensó en lo idílico de la imagen. Luc había bromeado con ella, la había halagado y besado hasta dejarla sin sentido, pero no la había cogido de la mano. Deseaba que lo hubiera hecho. Se dio la vuelta pensando que era una tontería. Luc no le había ofrecido amor, sólo pasar un buen rato. Los niños estaban esperándola en el bar, sentados en unos taburetes que eran demasiado altos para Pru, bebiendo algo de fuerte colorido. El camarero la miró con una sonrisa al ver la expresión de horror en su rostro. -Sangre de dinosaurio -dijo señalando el batido de Pru-. Especialidad de la casa. Zumo de cereza. -Oh -dijo Christina aliviada. -Tenemos un secreto -dijo Pru mientras bebía de su pajita. -No, no es verdad -se apresuró a decir Simon. -Dijiste que podíamos decírselo a ella -protestó Pru. Simon frunció el ceño. A continuación miró hacia el jardín de forma apreciativa. Pru seguía mirándolo, pero Christina siguió la mirada del niño. Y se puso rígida. Los Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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amantes que vio minutos antes se habían girado, aún de la mano. Ya no estaban solos. Un ruidoso grupo de cuerpos bronceados los rodeaba. Entre ellos estaba la princesa. Christina miró a Simon. Por primera vez desde que llegara al Lady Elaine, la princesa no se mostraba malhumorada ni aburrida. Al contrario, se reía de algo que le estaba diciendo otra chica. Estaba realmente hermosa cuando reía. Estaba claro que la estrella de cine pensaba lo mismo. A Christina le dio un vuelco al corazón al ver la manera en que Stuart Define miraba a la madre del niño. El pobre sabía que su madre se encontraba sola y tenía la suficiente edad como para darse cuenta de lo que pasaba. Aquello despertó sus instintos protectores. ¡Cómo odiaba a Luc Henri! -Si es vuestro secreto y queréis contármelo, me parece bien, pero no creo que debierais ir contando los secretos de los demás. Podríais cometer un error. Simon pareció muy aliviado y a Christina se le partió el corazón. Le revolvió el pelo y el niño pareció sorprendido, tanto que perdió el equilibrio en lo alto del taburete. -Vamos -dijo el niño con su acostumbrado tono señorial. Pero Christina estaba segura de que se sentía halagado, aunque su orgullo le impidiese admitirlo. Regresaron al barco. El primer oficial los recibió con un torrente de quejas: Christina debía haber regresado al barco después de dejar a los niños en el hotel, no debería haber estado en tierra tanto tiempo; un oficial de las autoridades portuarias había subido a bordo acusándolos de haber infringido los procedimientos burocráticos necesarios y ella debía haber estado allí para hacer de intérprete. Como consecuencia, el capitán estaba muy enfadado. El primer oficial le espetó todo en griego, por lo que supuso que los niños no lo entenderían, pero Simon era muy listo. -Te han vuelto a meter en un lío -dedujo. -No, es sólo que... -comenzó Christina, pero de pronto recordó que no merecía la pena intentar mentir a aquel niño-. Vale, ¿y qué si lo han hecho? No está bien alegrarse de ello. -El tío Kay vendrá y lo arreglará todo -respondió el niño tras recuperarse de la acusación. Cuando el capitán la llamó, no paró de gritarle durante diez minutos, y finalmente le ordenó que sirviera a la tripulación una cena decente. -Sí, señor -dijo Christina con el gesto serio.
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Ya en la cocina, Christina cambió de humor. De pronto, sonó el intercomunicador y escuchó la voz de la princesa. -Christina, podrías subir a mi camarote, ¿por favor? Christina se sintió aliviada. De camino, temió encontrarse con Stuart Define y sus amigos, pero no fue así. En vez de ello, la princesa estaba sentada en un banco bajo una especie de mirador rodeando con un brazo a Pru mientras le leía un cuento. Simon estaba tumbado en la alfombra leyendo un libro. -Quiero dar una cena a bordo -dijo la princesa. -¿Para cuántas personas? -preguntó Christina sacando un cuaderno. Suponía que sería para la gente del cine. -Depende. Ocho o así, supongo. Mi marido no estará, claro -parecía inquieta. Simon no miró a su madre, pero comenzó a dar furiosas patadas a la alfombra. Christina no dijo nada, pero se solidarizó con él. Su madre no pareció darse cuenta. -Ni mi hermano, por lo que parece. -El tío Kay va a venir -dijo Pru mirando a su madre. Simon giró la cabeza hacia la niña. Su madre la abrazó. -Sí, tesoro, por supuesto. Lo que no sabemos es cuándo -miró a Christina por encima de la cabeza de la pequeña-. Hombres. No me importa cómo se comporten conmigo, pero sí que decepcionen a los niños. Christina no hizo ningún comentario. No era necesario. Ella y la princesa estaban de acuerdo en aquello. Ella tenía la misma opinión del príncipe ausente. De hecho, pensó que sólo había un hombre que cayera aún más bajo en su escala de valores, y ése era Luc Henri. Mientras hablaban, oyeron ruido de pasos en la cubierta superior y voces violentas. Christina entendió un par de palabras. -Creo que acabo de comprender qué es lo que querían las autoridades portuarias. Discúlpeme señora dijo Christina subiendo a cubierta. La princesa la siguió, alarmada. El capitán no aparecía por ningún lado. Los dos miembros de la tripulación presentes parecían preocupados. Una pequeña lancha se dirigía hacia ellos. En ella estaba el encargado del puerto y llevaba un altavoz en las manos que amplificaba las acusaciones lanzadas en italiano. -Se supone que tendríamos que habernos ido -dijo Christina a la tripulación-. Quieren dejar el atraque libre para aquel enorme yate de allí. Debíamos habernos ido hace diez minutos.
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Se dio cuenta de que la gente de su barco replicaba en griego y del mismo mal humor. En vez de retirar el Lady Elaine, el capitán y su primer oficial estaban asomados a la barandilla y parecían disfrutar con el intercambio de insultos en diferentes idiomas. Uno de los marineros de la lancha vio a Christina y dijo algo a su capitán. El capitán Demetrius se dio cuenta de que la estaban señalando. -Ven aquí -le gritó-. Di a ese idiota que no entiendo una sola palabra de lo que está diciendo. Delante de los niños y de la princesa, que miraban incrédulos, el capitán comenzó a realizar complicadas maniobras, pero lo hizo tan mal que el barco apenas se movió de su posición original. Mientras tanto, el enorme yate se acercaba cada vez más. El jefe del las autoridades portuarias se mostraba furioso ante el patetismo de la situación. -¿Estos idiotas han metido alguna vez un patito de goma en la bañera? -rugió a Christina-. ¿Tienen la más mínima idea de cómo dirigir un barco? Christina no tradujo y entonces el capitán hizo un exagerado viraje con el timón. Lentamente, el Lady Elaine enfiló hacia mar abierto y pasó junto al lujoso yate. La princesa dio un grito. El capitán lanzó una maldición. El jefe del puerto soltó el altavoz dando un grito. Los niños lo observaban todo con los ojos relucientes. Y Christina se sentó en el último escalón de la escalera que unía las dos cubiertas, enterró el rostro entre las manos y se puso a reír histéricamente hasta que se dio cuenta de que Simon estaba delante de ella con los ojos brillantes. -Ahora -dijo con enorme satisfacción-, el tío Kay tendrá que venir y hacerse cargo.
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CAPÍTULO 6 CREO QUE podemos arreglárnoslas sin. Su Alteza -dijo Christina poniéndose en pie de mala gana. Se arregló el pelo y prosiguió con las negociaciones-. ¿Dónde quieren que nos pongamos? -preguntó al jefe del puerto, en vez de transmitirle las groseras palabras del capitán Demetrius. Estaba claro que el jefe de las autoridades portuarias se dio cuenta. Y miró al capitán. -Lo que me gustaría es ver este barco en otro puerto =espetó, pero no pudo resistirse a los ojos azules de Christina-. Es usted muy persuasiva, signorina. No quiero que recaiga sobre mi conciencia dejar al capitán Barba Azul de nuevo en alta mar. Pero dígale al príncipe que o busca un nuevo capitán o este barco no saldrá del puerto. -Gracias -dijo ella asintiendo con la cabeza. Cuando la lancha se hubo marchado surcando las olas a toda velocidad, miró a Simon seriamente. Desde hacía algunas horas tenía la sospecha de que Simon sabía algo, y en ese momento estuvo segura. -Simon, tú sabes dónde encontrar a tu tío, ¿verdad? -No sé a qué te refieres -dijo el niño, cuya expresión complacida pasó a mostrar la más absoluta consternación-. Mamá siempre lo llama a la oficina... -añadió tratando de evadir la pregunta. -No estoy hablando de tu madre. Me refiero a ti. Creo que podrías hablar con él ahora mismo si quisieras. De hecho, creo que tu tío Kay está más cerca de lo que pensamos. Y lo sabes, aunque tu madre no lo sepa. Simon se puso colorado. -El tío Kay dice que mamá lo molesta -dijo Pru inocentemente-. ¿Crees que pensará lo mismo del capitán? -Creo que pensará lo mismo de todos -dijo Christina, sintiendo que su odio hacia el príncipe aumentaba tras la confesión ingenua de la niña. ¿Con qué derecho le diría a Pru esas cosas sobre su madre? Especialmente si ni siquiera tenía la desfachatez de unirse en aquel viaje que él les había organizado-. Simon... -Oh, no. Tú sí le gustas -dijo Pru convencida. Pero Christina estaba más interesada en Simon.
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-Tu tío Kay ni siquiera sabe que existo. -El tío Kay conoce a todo el mundo -dijo Pru con orgullo-. El señor Goraev dice que eso es lo que hace de él un gran hombre. -¿Quién es el señor Goraev? -preguntó Christina. -Se ocupa de cosas. También lo hacía con mi abuelo. Es un señor muy mayor y no le gusta la gente, pero sí le gusta el tío Kay -dijo la niña repitiendo seguramente palabras que había escuchado-. El tío Kay nunca olvida a sus subu... -Subordinados -dijo Simon, cuyas mejillas habían recuperado su tono habitual. Sonrió a Christina sin expresividad. -Yo no soy una subordinada suya -dijo Christina, olvidando que estaba hablando con una niña-. Simon, te crees muy superior. Me gustaría que te devorara una medusa gigante. Simon sonrió despreocupado. Pru seguía pensando en la conversación anterior. -El tío Kay lo sabe todo sobre ti. Dijo que... -¡Pru! -exclamó Simon con una expresión repentinamente seria. Pru le hizo burla, pero no dijo más. Christina se preguntaba qué habría podido decirles su tío, pero a juzgar por sus miradas, era algo para les preocupaba. Como todo había sido un verdadero desastre ese día, la cena se sirvió tarde. Todo el mundo estaba de mal humor. Demetrius se entretuvo en beber whisky mientras Christina preparaba y servía la cena. -Esto es horrible -dijo la princesa golpeando impaciente el escritorio después de conseguir meter en la cama a Pru, que no dejaba de lloriquear-. Se supone que esto son unas vacaciones y me pasó el día presenciando berrinches, y no todos son infantiles. Christina asintió con simpatía. Ordenó las tazas en la bandeja. -Me gustaría bajar a tierra -continuó la princesa mirando el puerto anhelante-. No es tan tarde. Podría quedar con algunos amigos. Tal vez ir a bailar. ¿Me... cubrirías? -Vigilaré a los niños -dijo Christina discretamente. -En realidad, sólo es Pru. Simon no te dejará. Está metido en el estudio de su tío rodeado de videojuegos. No sé qué le pasa a mi hijo, Christina. Está siendo muy grosero últimamente. -Tal vez sólo eche de menos a su padre -sugirió. -Debería estar acostumbrado -dijo con dureza la princesa-. Mi marido es como mi hermano. Separan sus intereses. Las mujeres y los niños ocupan un espacio muy pequeño en su escala de valores. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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Christina se sorprendió mirándola. El rostro de la princesa estaba tenso, como si estuviera tratando de no llorar. -¿Tienes novio, Christina? -continuó. -Bueno... -El chico del que me han hablado los niños, el que les enseña a nadar. -No -respondió Christina. -Déjame darte un consejo: no dejes que ningún hombre te manipule. Los hombres son como los niños: en cuanto se dan cuenta de que te gustan, creen que pueden hacer contigo lo que quieran. Christina pensó inmediatamente en Luc. Lo había acusado de pensar que podía hacer todo lo que se le antojara y parecía que no era la única. -La creo -dijo con sinceridad. -Eres una buena chica, Christina -dijo la princesa inesperadamente-. No les dejes que te hagan algo así -dijo mirando el reloj-. Cielos, qué tarde es. -Me voy a ir. ¿Qué puedo perder? Intenta que Simon se vaya a la cama hacia la media noche. Te veré mañana. Y se fue. Christina fregó los cacharros, dejó preparadas las bandejas para el desayuno y salió a cubierta. La mayoría de la tripulación había bajado a tierra. El capitán y su primo iban por la segunda botella de whisky y no salieron. La única luz que se veía era la del estudio, donde Simon estaba jugando con el ordenador portátil o viendo algún vídeo inapropiado para su edad. Decidió que sería mejor bajar a investigar. Pero Simon no estaba viendo ningún vídeo, sino que estaba hablando por el móvil de su madre. Estaba de espaldas a la puerta y parecía enfadado. -Ya lo sé, pero no podemos esperar -se detuvo y a continuación dijo algo más en respuesta a una pregunta de su interlocutor-. ¿Qué? Nadie -pausa de nuevo-. ¿Cuándo? Genial. Hasta luego. Le darás una gran sorpresa. Y colgó el teléfono. Christina cerró la puerta con sumo cuidado y Simon dio un salto al oírla. -¡Christina! -dijo con tono de sorpresa. Parecía sentirse culpable-. No te he oído. Pensé que te habías ido con mamá. -¿Hablabas con tu padre? -¿Mi padre? -¿No era tu padre? -Oh, no. Era mi tío. -¿Hablas con él todos los días para darle el parte? Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-El tío Kay me dijo que no tenía que decir nada -comenzó a decir de mala gana. -Está bien. No es culpa tuya. Tu tío te dijo que lo llamaras y sólo haces lo que crees que está bien. -Va a venir dijo el niño, que no parecía muy aliviado. -¿De veras? -respondió Christina con tono amable-. Estarás contento, entonces. -Se supone que no tenía que decírtelo. -No pasa nada. No se lo diré a nadie. ¿Y cuándo llegará? ¿Mañana? ¿Pasado tal vez? No tendremos que guardar el secreto mucho tiempo. -Bueno... no -Simon se mordió el labio dubitativo .Creo que me iré a la cama. Tengo mucho sueño. Buenas noches, Christina. -Buenas noches -dijo ella contrariada. Cuando Simon se marchó, Christina recogió el cuarto y subió a la cubierta. Era una noche preciosa. Las estrellas relucían en el cielo. Caminó por la cubierta nerviosa. No podía dejar de pensar en Luc Henri y en la forma en que la hacía sentir. -Te mintió -se dijo en voz alta-. Tuviste el valor de rechazarlo. No puedes mostrarte débil ahora. ¿Por qué dejas que invada tu mente ahora que estás a solas? Por todos los santos, recupera el control o la próxima vez que venga te quedarás petrificada en el sitio... Tragó con dificultad. No volvería; no, después de haberlo rechazado. Además, él tampoco había insistido en que volvería, sin olvidar que aún tenía un trabajo que hacer. Si seguía persiguiéndola, Christina no sabía si no acabaría contándoselo a la princesa. Se apoyó contra la barandilla y miró hacia la pequeña ciudad, preguntándose si todavía seguiría allí, a la espera de una ansiada exclusiva sobre la princesa y el actor. Pero no podía evitar preguntarse también si no estaría pensando en ella o si ya estaría dedicado a su sucio trabajo de caza exclusivas. Estaba casi segura de lo último. Odiaba pensar que se había olvidado de ella tan rápidamente, sobre todo porque ella no lo había conseguido. -Vanidad -se dijo-. Eso es todo: has ofendido su vanidad. Olvídalo. Todavía seguía tratando de convencerse de que era cuestión de fuerza de voluntad cuando oyó un crujido. Alarmada, aguzó la vista en la oscuridad. No podía ser nadie de la tripulación: harían mucho más ruido después de unas horas bebiendo en el pueblo. ¿Sería la princesa?
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Se quedó inmóvil escuchando. El ruido había pasado a ser una serie de pisadas firmes sobre la madera quejumbrosa. No, definitivamente tampoco era la princesa. ¿Un ladrón? Se le encogió el corazón al pensarlo. Christina corrió en silencio hacia el piso inferior. Quien quiera que fuese, no parecía preocupado por que pudieran detenerlo. Ni siquiera trataba de ocultar su presencia. Era la figura de un hombre alto, vestido con una camisa de color claro y pantalones oscuros. Le dio la impresión de que era esbelto y atlético. -¿Busca algo? -preguntó ella en la oscuridad. -A ti -dijo una voz. A Christina le llevó un momento reconocer la sensación de puro sobresalto. -Debería haberlo imaginado. El intruso era Luc Henri, y estaba claro que no había ido hasta allí en su busca, por lo que se mostraba irritado. -¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó Christina retrocediendo. -Pensé que todos habían ido a tierra. -Yo creía lo mismo -dijo Christina-. ¿Qué buscas? ¿Cartas de amor? ¿Fotos incriminatorias? ¿O pensaste que, tal vez, podrías interrogar a los niños? -preguntó casi llorando de la indignación. -¿De qué estás hablando? -Esperaste deliberadamente hasta que la princesa se hubo ido, ¿verdad? -¿Esperar? -Luc sacudió la cabeza lentamente. -Otra vez con tus intrigas. Sé que la has estado siguiendo. Te vi salir del servicio de oficina del hotel. -No veo la relación -dijo él desconcertado. -¿Cuánto te pagan? ¿O acaso es un encargo que venderás al mejor postor? -¿Vender...? -preguntó Luc desconcertado. -Me gustaría pegarte -dijo dando un paso hacia él-. ¿Por qué no me dices la verdad? Luc la miró sin entender nada. Un leve golpe de brisa liberó algunos mechones del cabello de Christina. Parecía no estar escuchándola. De pronto extendió la mano y le acarició el cabello. La sensación de aquellos dedos en su cuello la dejó momentáneamente sin aliento. Entonces la abrazó con tanta fuerza que Christina perdió ligeramente el equilibrio. Notó en la frescura de la noche que sus labios ardían y la buscaban con violencia.
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Christina respondió incendiándose como un bosque. No tenía defensa ante él. En las manos de aquel hombre perdía toda posibilidad de pensamiento racional. Lo sabía y se despreciaba por ello. Cuando Luc finalmente la dejó ir, ambos tenían la respiración entrecortada. -¿Qué vas a hacer, Christina, preciosa mía? -No soy tu preciosa -dijo tratando de recuperarse. -Sigues sin saber aceptar cumplidos. Pero lo eres. Sólo tienes que mirarte al espejo para ver que es así. Luc le acarició el labio inferior con total naturalidad. Aquel gesto era más elocuente que las palabras. Christina se quedó muda. -Y para ver que eres mía. Tal vez una cosa dependa de la otra -dijo provocativamente. -No -contestó ella casi sin voz. Pero Luc volvió a tomarla entre sus brazos y empezó a deshacer la lazada del top que llevaba. Con hábiles movimientos le acarició el pecho con una mano mientras que con la otra la sostenía. Christina gimió. Era demasiado horrible, pero no podía hacer nada por evitarlo. -¿No? -incitó Luc. Sus caricias eran pura delicia y tormento a la vez. Christina se abandonó a la sensación. -Por favor... no me hagas esto -dijo turbada. Luc se inclinó hacia ella con los ojos relucientes, y la estrechó con fuerza mientras acariciaba su cuerpo excitado. Christina comenzó a entrar en un torbellino de sensaciones y se aferró al cuerpo masculino, temblorosa. Luc recorrió con la lengua su cuello y notó que su piel respondía al contacto. -Eres mía, ¿verdad? Aquello resultaba incitante. No podía negarlo, pero tampoco le daría la satisfacción de admitirlo. Se limitó a negar con la cabeza en silencio. Aquello no le gustó a Luc. -Dime que eres mía -dijo con un tono gutural mientras sus manos descendían impacientes, acariciándola. Era un tormento rechazarlo, pero tenía que hacerlo si quería seguir teniéndose algo de respeto a sí misma. -No... Puedo -dijo Christina casi sin aliento. Ambos sabían que estaba diciendo que no a algo más que a una orden. Luc la estrechó con más fuerza.
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-No -continuó Christina en un esfuerzo agónico-. Escúchame, Luc. Sé prudente. No deberías estar aquí. -Sé exactamente dónde debería estar, dónde deberíamos estar los dos -contestó él con tono travieso al tiempo que le acariciaba la garganta. -No estoy bromeando -dijo ella, aunque le temblaba la voz y sentía en llamas todo el cuerpo. Aquello pareció divertirle todavía más. -Yo tampoco -dijo sin dejar de acariciarle el rostro con los labios-. Hueles muy bien. ¿Qué perfume llevas? -Aliño de ensalada -contestó Christina de mal talante tratando de liberarse del abrazo. -Pues es el aliño más sexy del mundo. -Me gustaría que dejaras de reírte de todo lo que digo. -Y a mí me gustaría que dejaras de hablar –contestó él dándole un beso para ilustrar sus palabras. Christina dejó de luchar contra el poderoso influjo y trató de recuperar la sensatez, pero no era fácil. En ese momento, Luc alzó la cabeza. -No estás concentrada -dijo con tono de reproche. -Claro que lo estoy. -No, no lo estás. Tengo mucha experiencia en esto y puedo asegurar que... -se detuvo y alzó la cabeza. -¿Qué pasa? -No estoy seguro. -¿Has oído a alguien? -Tal vez. Luc la apartó de sí y se giró para mirar hacia la cubierta superior. Christina aprovechó para adecentar su aspecto. -Se supone que el capitán está de guardia. Tal vez haya bajado a buscar otra botella dijo ella con tono alterado. -Es posible. Luc seguía alerta oteando ambas cubiertas. Parecía no prestarle atención a ella. Christina estaba demasiado nerviosa para sentir recelo. -Será mejor que te vayas. Tiene muy mal genio, especialmente después de un día como el de hoy. -¿Qué ha pasado? -preguntó él con gesto serio. -Luc, ¿podrías olvidar por un momento que eres un periodista y salir del barco? ¿Por favor? -¿Un periodista? -preguntó él confundido. -Ya te lo he dicho. Te vi. Ahora no importa. Lo que importa es que no te encuentren aquí. No creo que el príncipe sea muy amable con los periodistas. Seguro que lo considera allanamiento. Y no parece que sea un hombre que perdone y olvide. -¿Un periodista? -volvió a preguntar. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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El ruido de pisadas en el piso superior se hizo más evidente. Christina estaba cada vez más nerviosa. Le tiró del brazo con impaciencia indicándole la pasarela iluminada por la luna. -Vamos. -Pero si soy un periodista, ¿no deberías denunciarme? -Bueno, sí, en teoría, supongo que sí, pero... -¿Entonces por qué no lo haces? -¿Y por qué no dejas de interrogarme y aprovechas para marcharte antes de que cambie de opinión? -respondió Christina al límite de su paciencia. -¿Por qué no lo hago? -dijo él deslizando la mano por la cintura de Christina. Los dedos vagaron por debajo de la tela. -Por todos los santos, vete -dijo Christina impaciente. -Haz que me echen -invitó él. -No seas ridículo. -¿Y ahora por qué soy ridículo? -Porque... -pero no estaba segura del motivo. Sólo sabía que lo era. -Después de todo, no confías en mí. Me lo has dicho al menos tres veces hoy -dijo él con una dureza repentina-. Me besas como una mujer enamorada pero no quieres pasar la noche conmigo. Insistes en que me vaya. ¿Por qué no avisas a las autoridades y acabas con esto? -No quiero crear problemas si se pueden evitar -dijo ella distraída. ¿Como una mujer enamorada? -¿Por qué no, si realmente quieres deshacerte de mí? No tenía una respuesta. Él mismo había averiguado lo que ella había intentado ocultarse. En realidad, no quería deshacerse de él, a pesar de no confiar en sus motivos ni en sus palabras; a pesar de saber que era un tipo despiadado, pero capaz de llevarla a otra dimensión cuando la tomaba en sus brazos. Olvidó a la princesa, a quien debía lealtad, y a los niños, con los que se había encariñado. Pero sobre todo, olvidó su autoestima, que tenía que protegerse contra las agresiones y defender su dignidad. Lo único en lo que podía pensar era en él. -Oh, Dios mío -dijo Christina con un gemido. -Querida mía -dijo él con un tono inesperadamente urgente. Los pasos estaban cada vez más cerca, descendiendo por la escalera que unía las dos cubiertas, rápidos y decididos. El foco de una potente linterna los enfocó de pronto, iluminándolos de pies a cabeza.
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Luc se interpuso entre la luz y Christina, pero no lo suficientemente rápido como para evitar que la luz la deslumbrara. Christina se protegió los ojos con una mano. -Apague eso. Para su asombro, el desconocido obedeció. Entonces, Christina reconoció la voz de Simon. ¿Tío Kay? -preguntó dubitativo. Después, con gran alivio y placer repitió-: Tío Kay
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CAPÍTULO 7 CHRISTINA abrió mucho los ojos y, mientras se acostumbraban a la oscuridad, vio a Simon Aston abrazando el enorme cuerpo de Luc Henri como si lo conociera de toda la vida. La terrible sospecha de que no fuera un periodista después de todo comenzaba a tomar cuerpo. Retrocedió hasta quedar pegada a la barandilla. Luc rodeaba al niño de forma instintiva y le acarició la cabeza en un gesto que parecía muy familiar. Christina se puso lívida al pensar en lo que aquello implicaba. -No dijiste cuándo ibas a venir -dijo el niño. -No pasa nada. Ya estoy aquí. La noche se había vuelto repentinamente fría. Christina se rodeó con los brazos sintiendo la carne de gallina. Dios sabía por qué Luc había decidido ocultarse. No había duda de que tendría sus razones, probablemente seguridad internacional. Saber la verdad la llenó de furia, pero también de dolor y humillación. Por más que lo intentaba no podía quitarse de la cabeza las últimas palabras de Luc: «Me besas como una mujer enamorada». No podía ser cierto. En ese momento más que nunca no debía ser cierto. Si hasta le había dicho que no pasaría la noche con él aunque fuera el emperador de China. Luc hablaba en voz baja con Simon, como si ella no estuviera allí. De todas formas, no sabría qué decir. Nunca antes se había sentido tan perdida. -Mamá no ha vuelto aún -dijo Simon en voz alta y algo agitada. Entonces pareció recuperar las formas y se separó de su tío-. Papá llamó y salí a ver si ella estaba. Luc le revolvió el pelo. Christina lo vio y el corazón le dio un brinco. Le hacía ver a aquel hombre todavía más lejano. -Bueno, si vuelve a llamar puedes decirle que estoy aquí -dijo Luc-. De todas formas, no estabas solo teniendo a la señorita Howard a bordo, ¿verdad? En eso se había convertido para Luc: la señorita Howard. Pero él no era Luc Henri. Era el autocrático e insensible príncipe de Kholkhastan y le había mentido desde el principio. Había hecho que se comportara como una idiota. La había perseguido, acosado incluso seducido sin el más mínimo remordimiento.
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Estaba claro que, si ella le hubiera importado algo, no la habría tratado de esa forma. Le habría dicho al menos quién era, habría confiado en ella, sin importarle que tuviera que ocultar su identidad. Christina sacudió la cabeza en la oscuridad. -No sabía que Christina estaba aquí -dijo Simon. -¿Y por eso me llamaste? -preguntó su tío-. ¿Tenías miedo de estar solo en el barco? -Quería que trajeras a mamá de vuelta -dijo el niño después de pensarlo un rato. -Simon, eres demasiado mayor para esto. Ya te lo dije la última vez... -Pero a ti te escucha -interrumpió su sobrino. -Entonces es la única en este barco que lo hace -dijo Luc con acritud-. Venga aquí, señorita Howard -añadió dirigiéndose a ella-. Mi sobrino parece haber estado llorando sin razón -dijo con voz absolutamente indiferente. Christina comprendió que quería rebajar la tensión que aquella situación le había causado al niño. -No me di cuenta de que estabas preocupado, Simon -dijo llena de remordimiento sin mirar a Luc. Era evidente que el príncipe de Kholkhastan tenía unas normas establecidas en cuanto a sus aventuras amorosas, a quienes no debía tomarlas de la mano delante de los niños, ni de nadie que pudiera saber quién era en realidad y lo que estaba haciendo. -Lo siento, Christina -dijo en voz baja. Christina no sabía por qué le pedía disculpas, pero su tío sí. -No se hable más -dijo Luc severamente antes de que Christina pudiera decir nada-. Pero esto tiene que terminar, Simon, ¿me oyes? No puedo venir corriendo cada vez que tu madre salga por la noche. Y ya eres mayor para saberlo. Ahora, vete a la cama. Es tarde. -¿Estarás aquí por la mañana? -preguntó el niño sin moverse del sitio. Christina creyó que Luc la miraba en la oscuridad, pero no pudo asegurarlo. -Estaré aquí -dijo-. Vete a la cama. -¿Y el secreto...? -Ya no hay secreto -dijo Luc con el ceño fruncido-. Vamos. Aliviado, Simon se dio la vuelta y subió las escaleras. A medio camino recordó sus buenos modales y, dándose la vuelta, los miró en la oscuridad. -Buenas noches, Christina. Buenas noches, tío Kay.
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19/08/2008
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-Buenas noches -dijo Christina preguntándose si aquello sería una táctica para retrasar la hora de irse a la cama. -A la cama -dijo Luc acercándose a la escalera. Simon se rió y finalmente desapareció. El silencio que quedó era espeso como la niebla. -Si me disculpa, yo también me voy -Christina hizo una pausa antes de añadir-: Alteza. Luc la tomó por el hombro y la hizo girarse para mirarla a la cara. -No juegues conmigo -dijo él con brusquedad. Christina estaba rígida de rabia y dolor, pero decidió que no quería ocuparse de eso último de momento. -¿Jugar contigo? ¿Cómo te atreves a acusarme de jugar? Nunca te he mentido. No se puede decir lo mismo de ti. Se te da bien, ¿verdad? ¿Grabaste nuestras conversaciones para asegurarte de que me decías sólo lo apropiado? Lo apropiado y la mentira, porque nunca me dijiste lo más importante. -¿Mi título es tan importante? -dijo él con frialdad. -Es importante saber quién eres, y lo sabes, o no te habrías tomado tantas molestias en ocultarlo. ¡Pero tienes la desfachatez de acusarme de jugar contigo! -No era un juego -respondió él con suavidad, aunque su respiración parecía agitada. Tras ello la besó con furia. Por un momento Christina sintió que perdía el control y respondió en cuerpo y alma. Entonces recordó que no era un periodista, sino algo peor. Era un hombre poderoso que había jugado con ella como si fuera una muñeca desde el día que la invitó a café. Y se sintió tan avergonzada que lo empujó lejos de ella. -¿Cómo te atreves? ¿Es así como tratas a tus empleados? -Está bien. Debería habértelo dicho. Admito que me equivoqué. Lo siento, ¿de acuerdo? -dijo Luc, aunque su tono no parecía de disculpa. Christina dejó escapar una risa llena de desprecio. -No lo entiendes. Un hombre de mi posición debe tomar sus precauciones -continuó él. -Estoy segura de que estás acostumbrado a defenderte de mujeres que son verdaderos depredadores -dijo ella humillada. -No... -Pero, si recuerdas bien, no era yo la que te perseguía. Tú fuiste detrás de mí en tu maldita limusina por los callejones oscuros de Atenas. De hecho, fuiste tú quién me cazó en aquel café. Nunca tuve oportunidad de escapar, ¿verdad? Te veías capaz de todo, un hombre de tu posición... -dijo esto último imitando el tono de voz de Luc con Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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amargura-. Fuiste tú quien recorrió Atenas pidiendo referencias sobre mí. Me contrataste tú, ¿verdad? -Por supuesto. -Dios, te odio -dijo Christina. Sentía los ojos de Luc sobre ella como si fueran capaces de hundirse en su carne. -¿No te parece que estás exagerando, querida? -No exagero-dijo Christina con furia helada-. Y si vuelves a llamarme querida te tiraré por la borda. -Inténtalo -invitó él con su habitual voz traviesa. -Me voy a la cama con o sin tu permiso. -¿Estás huyendo? -Sólo de la irresistible necesidad de darte una patada. No me gusta que me mientan. -Entonces déjame que te lo explique -dijo él tratando de razonar. Christina temía aquella actitud, porque podía convencerla para hacer cualquier cosa. -No hay explicación que pueda disculpar mentiras de ese calibre. -¡Muy dramático! -dijo con sequedad-. Christina, no seas ridícula. -No lo era hasta que tú me hiciste quedar como tal -dijo ella con amargura-. ¿Disfrutaste? Se te dan bien las mentiras. Oh, lo siento. No son mentiras, sino evasiones. Supongo que tienes mucha práctica. -No, no la tengo -dijo él con furia-. Nunca antes me había encontrado en una situación como ésta. -Pobre Luc. ¿O debería llamarte Alteza? No me gustaría ser irrespetuosa. -Si vuelves a llamarme Alteza no respondo de las consecuencias. Christina lo creyó, pero decidió que aquello no tenía que amedrentarla. -¿Entonces tu verdadero nombre es Luc? Luc dudó. -¿Ves? Los títulos resultan más seguros, ¿verdad? Luc avanzó hacia ella con paso furioso. Christina retrocedió hasta llegar a la pared, pero él siguió avanzando hacia ella. Finalmente apoyó contra la pared una mano a cada lado de Christina para que no escapara. -Tengo varios nombres. Luc es uno, Henri es otro y también Alexander por mis abuelos y otros ancestros. Algún día te enseñaré todo mi árbol genealógico. Pero ahora sólo quiero que me escuches dos minutos. Christina decidió que era lo más prudente, pero aun así levantó la barbilla orgullosa. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-Te estoy escuchando -dijo con tono poco conciliador. -No me lo pones fácil -respondió dando un suspiro. -Me alegro. -Era necesario. Era el responsable de la seguridad de mi familia. Un hombre como yo siempre corre el riesgo de ser objetivo terrorista, lo que hace que cualquiera que esté a mi lado corra peligro. Tenía que asegurarme de que eras quien decías ser antes de dejar que formaras parte del Lady Elaine. -¿Y por eso preguntaste a todas las personas para las que he trabajado? -dijo ella sin bajar la barbilla. -No pude averiguarlo todo. -Me sorprende que me dejaras subir a bordo en ese caso -dijo con tono de burla. -En contra de la opinión de mis consejeros. -¿Se supone que eso es un cumplido? -Muy graciosa. -No lo soy. Me tomo esto totalmente en serio -Christina adoptó un tono frío como el acero-. Nunca nadie me había espiado antes de contratarme. -Yo no te... espiaba. -Pues yo creo que sí. Me espiaste y me pusiste a prueba para ver cuánto conseguías que te dijera sobre mí. -No sabes lo que estás diciendo. -Claro que sí. Estaba allí, no lo olvides. Y dime, sólo por curiosidad, ¿seducirme estaba dentro del plan de investigación o fue un aliciente extra? -Si crees que estaba seduciéndote es que tienes menos experiencia de la que pensaba contestó él riéndose de una forma muy desagradable. -¿Qué estabas tratando de hacer entonces? ¿Demostrar que podías llevarte a una chica a la cama sin tener que decirle que eras un príncipe? El ego necesita algún que otro empujón, ¿verdad, Alteza? Se hizo un pesaroso silencio. Christina podía notar la expresión de Luc en la oscuridad, pero no le parecía que estuviera escandalizado. Era de suponer que no estaría acostumbrado a que la gente le hablara de aquella manera. Bien. Si le hubiera dicho desde el principio quién era, se habría comportado como era debido. Aquello era lo que se merecía. Al engañarla había perdido todo derecho a esperar cortesía. -Piensas que es así de fácil, ¿verdad? ¿Se te ha ocurrido pensar que podía estar tratando de protegerte? -Christina dejó escapar una risa-. Esto es ridículo. No tienes la menor Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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idea de cómo es mi vida. Hasta que aceptaste este trabajo no habías oído hablar de mí, ¿verdad? -continuó. -¿Debería? -preguntó ella con todo el desprecio del que fue capaz-. Admito que no leo las revistas de cotilleos. -No estoy hablando de eso -Luc dio un puñetazo contra la pared de madera. Parecía a punto de explotar-. Me refiero a disidentes y a terroristas internacionales; hombres con todo tipo de armas que piensan que les vendría bien contar conmigo como moneda de cambio. -¿Qué? -Christina no salía de su asombro. -Soy un blanco para ellos -dijo, y de pronto pareció cansado-. Lo he sido desde hace años, desde que me convertí en negociador de las Naciones Unidas. Cuando conozco a una chica que me... gusta, tengo que asegurarme de que es lo que realmente parece. Que no es peligrosa, para mí ni para mi familia. Cuando voy a pasar tiempo con los niños, bueno, todo se vuelve doblemente importante. -Eso puedo comprenderlo -dijo Christina. -Entonces... -Y comprendo también, a pesar de mi limitada experiencia, que me viste y decidiste que me tendrías, y no tiene nada que ver con esa tontería que has dicho sobre lo de conocer a una chica que te gusta. Me convertí en una adquisición desde el principio. Me compraste junto con este barco y todo lo que hay dentro. Luc no dijo nada. En la oscuridad, Christina podía sentir sus ojos sobre la piel como si fuera un rayo láser capaz de penetrarla. Podía sentir la ira que irradiaba. -Me seguiste, colgaste el cartel de «vendida» y esperaste los resultados de tu investigación. Eficiente. No muy humano, pero eficiente. Estoy impresionada -añadió Christina. -No, no lo estás. Estás furiosa -dijo él con su habitual voz burlona-. Pero puedo... -Y entonces llegó el informe sobre mí que esperabas. El resultado: que no era una terrorista internacional. Un alivio. Ya no tenías que preocuparte si averiguaba que eras el príncipe del País de Nunca Jamás. -Kholkhastan -dijo él con calma. Ya no parecía reírse. -¿Y qué es lo que hace entonces nuestro preocupado y responsable héroe? ¿Se decide a bajar del trono y hablar con esa chica que dice que le gusta, como un hombre normal? ¿Le dice quién es? ¿Le explica por qué se ha comportado de esa manera? ¡No! -Christina... -empezó Luc secamente. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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Pero ella no estaba para aceptar advertencias. Avanzó hacia él en la oscuridad. -No. Siguió haciéndose pasar por otro. ¿Por qué? -se burló-. ¿Quieres escuchar mi teoría? -Estoy seguro de que vas a contármela de todos modos -dijo él con tranquilidad. -Lo haré. Creo que era más fácil para ti. Eres un hombre rico y poderoso, y no querías que la cocinera de tu barco se hiciese una idea equivocada del interés que mostrabas en ella. Luc echó la cabeza hacia atrás como si acabara de recibir un puñetazo. Se oyeron unos pasos acercándose, pero no les prestaron ninguna atención. -Acepto que tuvieras que investigarme. Puede que no me guste, pero soy razonable. Había que tener en cuenta a los niños. -¿Pero? -Luc estaba totalmente tranquilo. -Lo que no acepto es que me mintieras -dijo Christina sin más-. La mentira personal, cada vez que me mirabas a los ojos. -¿Qué crees que habría pasado si hubieras sabido quién era yo cuando nos hemos encontrado aquí? -Algo más honesto. -Eso depende de lo que entiendas por honesto. -Mi definición es de lo más normal. Luc avanzó e inclinó la cabeza sobre la de ella en la oscuridad. El espacio entre sus cuerpos era mínimo, y Christina estaba atrapada entre la pared y él. Lo único que pudo hacer fue girar la cabeza violentamente. -Cuando mi padre murió, descubrí algo que la mayoría de la gente ignoraba: un príncipe es una especie de actor. Nunca puedo olvidarlo. Todos están siempre pendientes de mí, de alguna señal: si voy a tomar la decisión equivocada porque estoy cansado o enfadado; si no voy a tomar ninguna decisión porque no estoy concentrado; señales de que no comprendo lo que ocurre en mi país o en el resto del mundo; cualquier señal de debilidad, en fin, que puedan explotar para lograr algún beneficio. Por eso un príncipe no puede permitirse mostrar nunca enfado, cansancio ni asombro -se detuvo-. Ni por supuesto, debilidad. Christina sintió que la rabia disminuía en su interior. Parecía sincero, pero no olvidaba que no lo había sido al principio. -No lo planeé, pero cuando llegué... estabas muy enfadada con el príncipe. Pensé que si descubrías que era yo nunca volverías a verme como a un hombre -añadió. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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Quitó una mano de la pared y le levantó la barbilla para que ella lo mirara. Christina podía ver el brillo de sus ojos entre las sombras. -El príncipe es una actuación -dijo Luc con calma-. No quería que me vieras representando. Quería que me conocieras. Ya casi no sentía rabia, sólo quedaba el dolor. Luc le había pedido que se fuera a la cama con él y se preguntaba cuándo le habría dicho la verdad, si por la mañana, al final de la semana o tal vez nunca. -Pero no te conocí, ¿verdad? -preguntó ella con un hilo de voz-. Tuviste mucho cuidado de que no lo hiciera. Luc la miró como si pudiera leerle la mente. Ella cerró los ojos bajo el peso de aquel penetrante escrutinio. Los pasos se hicieron más firmes. -Alguien viene -dijo Christina agitada. -Todo lo que te dije era verdad -dijo él en voz baja, pero urgente. -Has estado jugando a la diplomacia tanto tiempo que has olvidado lo que la gente normal considera que es la verdad. Todo lo que me dijiste fue para protegerte en caso de que empezara a exigirte demasiado -dijo ella cerrando los ojos. Por un momento Luc se quedó tan quieto que Christina pensó que había dejado de respirar. Hizo un gesto vago, repudiándolo. Un silencio sepulcral lo cubrió todo. Y por último, Luc dejó caer los brazos frustrado y retrocedió. -Si eso es lo que piensas, no hay más que decir. . Christina abrió los ojos. Aquello no era lo que había esperado. De pronto, aquel hombre no era Luc. En su fuero interno lo que quería era que le dijera algo, y después la tomara en sus brazos y la besara hasta hacerla entrar en razón. Aquella exhibición gélida de dignidad era espantosa. -Tú... -comenzó Christina. Pero los pasos bajaban ya por la escalera y de pronto se detuvieron. -¿Quién anda ahí? -gritó el capitán Demetrius. Luc se volvió y se dirigió hacia el hombre sin ni siquiera darse la vuelta. -Buenas noches, capitán -dijo en fluido griego. -¿Alteza? -contestó con incredulidad sumido en los vapores del alcohol. -Ya lo ve -dijo Luc con tono agradable-. He podido venir después de todo. Hablaba como si Christina no existiera. No podía soportarlo. Sin que Luc o el capitán la vieran se deslizó en la oscuridad hasta su camarote y cerró la puerta con llave.
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Tardó bastante en acostarse y mucho más en dormirse. Oyó a la princesa, que regresó al amanecer. La tripulación había vuelto y estaba en sus camarotes, pero aun así se encontró con alguien. Oyó voces ahogadas y una aguda protesta por parte de la princesa seguida de un portazo. A la mañana siguiente Christina se levantó tarde. El capitán y la tripulación apenas dijeron nada durante el desayuno. El de la familia tampoco fue mejor. Los niños estaban revoltosos y Luc parecía ausente, absorto en sus papeles. La princesa se ocultaba tras unas gafas de sol que se quitó para untar mantequilla en las tostadas. Los ojos enrojecidos lo decían todo. -La fiesta, Christina. ¿Lo tienes todo? Christina vio por el rabillo del ojo que Luc frunció el ceño, pero parecía seguir absorto en su lectura. -Sí, señora. ¿Sabe cuántos invitados serán? -No. Ahora que mi hermano está aquí para hacer de anfitrión, puede que haya que cambiar un poco la lista -dijo la princesa con voz aguda. -Bien. Luc alzó la vista entonces. Christina sintió su mirada, aunque intentó no prestarle atención. Sabía que no debía de tener muy buen aspecto. Se había hecho un moño para que no le molestara el cabello mientras cocinaba. El peinado le hacía una cara demasiado delgada, la barbilla demasiado afilada y, después de una noche como la que había pasado, sus enormes ojos azules estaban muy ojerosos. -Dentro de una hora iré al mercado. ¿Quiere que me lleve a los niños, señora? -¿Queréis ir con Christina, niños? -Pasarán el día conmigo -intervino Luc antes de que Simón o Pru pudieran decir nada-. Tú también deberías venir, Marie Anne. Podemos ir a la costa a nadar. Tal vez Christina quiera acompañarnos. -No -dijo ella sin pensar. Sonó algo maleducada. La princesa la miró sorprendida y Luc entornó los ojos. -Quiero decir que hay mucho que hacer para la fiesta -dijo Christina tratando de arreglarlo, y sonrió a los presentes evitando mirar a Luc a los ojos. Afortunadamente tendría un día muy ocupado. Después de ir de compras, trabajó en la pequeña cocina hasta que creyó que iba a desmayarse. Salió cuando la princesa la llamó a la cubierta principal. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-Vaya día -dijo la mujer, que estaba recostada sobre una tumbona-. No sé que le pasa a Kay. Nunca lo había visto así antes. -No sabía que el príncipe hubiera vuelto. -Bueno, sí y está de muy mal humor -la princesa se puso seria-. ¿Cómo iba a saber yo que no quería ver a Juliette Legrain? No podía invitar al resto y dejarla a ella fuera. Además, lo último que había oído es que seguían siendo pareja. Iba con ella a todas partes. -Vaya -dijo Christina con voz sepulcral. Trató de convencerse de que no le importaba con quién saliera el príncipe. -Pero parece que han roto y Kay se ha puesto como una fiera conmigo por invitarla. -¿Quiere algo, señora? -¿Qué? Oh, sí, por eso te he llamado. ¿Hay limonada de la que has preparado para los niños? Estoy seca. -Iré a por ella. Pero cuando regresó el corazón se le cayó a los pies. El príncipe había regresado y estaba de pie delante de la tumbona de su hermana. Se quedó mirándolo con el cuerpo tembloroso. -Mi barco. Mis vacaciones. Mi familia. Mis asuntos -estaba diciendo Luc con voz helada-. Mi guardaespaldas tiene mejores cosas que hacer que andar detrás de ti en tus escapadas con extraños. La princesa dejó escapar una risa nerviosa al darse cuenta de la presencia de Christina. -Oh, te refieres al chico de la piscina del hotel. No es un extraño. Es el profesor de natación. Les da clases a los niños y además, es el novio de Christina. -¿Qué? -preguntó Luc con una mueca. Christina iba a negarlo pero de pronto no supo cómo. Sería mejor que Luc pensara que Karl era más que un amigo. La princesa la miró pidiéndole disculpas. -De hecho, quería que le diera un mensaje. Lo siento, Christina, lo olvidé. Quería saber si irás a la discoteca del hotel esta noche. Llámalo si quieres ir. Eh... ¿cómo se llamaba? -Karl -dijo Christina. -Sí, claro, Karl. Lo había olvidado. Parece muy agradable. -Lo es -dijo Christina mirando a Luc sin pestañear. Éste no hizo ningún movimiento. Su expresión era indescifrable. -Entonces debes irte -dijo Luc fríamente.
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Más frío se mostró esa noche cuando Christina subió a la cubierta antes de salir a encontrarse con Karl. Llevaba un simple vestido negro y una cadena dorada en el cuello. Luc la miró de arriba abajo dejándole una sensación de hielo por todo el cuerpo. -Que lo pases bien -dijo la princesa cariñosamente. -No te dejes llevar, Cenicienta -dijo Luc con sonrisa irónica. -¿Me estás diciendo que vuelva antes de las doce? -Si así es como quieres interpretarlo... -respondió él. -Kay -protestó la princesa mirándolo sorprendida. Pero Christina lo miró con una sonrisa reluciente y juntó los tacones fingiendo hacerle un saludo marcial. -¡Sí, señor! Luc la tocó en el codo. Fue sólo un roce, pero hizo que su cuerpo vibrara con su presencia. Christina bajó la pasarela con paso airoso. Esperaba que Luc no detectara que su salida no era más que una huída. Si había pensado que la velada le quitaría a Luc de la cabeza se equivocó. Karl se alegró de verla, pero durante toda la noche pareció más interesado en escuchar lo que tenía que decirle sobre su glamuroso «jefe» que en ella. El problema era que le resultaba demasiado fácil hablar de Luc. A Christina le gustaba Karl, le encantaba bailar y la discoteca era muy buena. Pero sentía como si tuviera a Luc a su lado todo el tiempo. Al final dejó de intentarlo y le pidió a Karl que la llevara de vuelta. Era un chico atento y agradable que no puso ningún impedimento a terminar la noche antes de las doce. -¿Volveré a verte? -No sé cuánto estaremos en el puerto -dijo Christina-. Hay una fiesta mañana pero no sé lo que pasará después. -Si la fiesta termina pronto, llámame. Podemos salir a bailar otra vez -dijo-. O puedo ir y ayudarte a servir las mesas, poner los discos... Christina se sorprendió y Karl la miró sonriendo -Si con ello puedo conocer al príncipe -dijo con franqueza-. Negoció el Tratado de Paz de Trakai. Si te digo la verdad, es uno de mis héroes. Estoy haciendo la tesis sobre las guerras del siglo veinte. Podría serme de gran ayuda. -Me alegra que le sirva de ayuda a alguien -murmuró Christina, pero estaba realmente impresionada-. De acuerdo, veré lo que puedo hacer. Te llamaré. -Gracias -le dijo agarrándola cariñosamente de la cintura.
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Esperó hasta que ella subió al barco y después se fue. Christina sonrió con lástima al verlo marchar. Al estar tan interesado en el príncipe, Karl no se había dado cuenta de que se ponía rígida cada vez que escuchaba su nombre. Pero era sólo cuestión de tiempo que alguien lo hiciera. «No puedes ir por ahí sintiendo que flotas cada vez que escuchas su nombre, maldita sea». Miró alrededor dubitativamente. Había luz en algunas habitaciones al otro lado de la cubierta aunque no había ninguna en el lado que estaba ella. Al menos no estaba Luc. -Por todos los dioses, ¿eres una mujer o un trapo que Luc puede tirar cuando se le antoja? Aquello estaba mejor. Tenía que olvidar la manera en que ese hombre hacía que su corazón latiera de deseo. Tenía que recordar que era una mujer independiente y que había jurado que nunca dejaría su vida en espera mientras llegaba el hombre perfecto. Tenía que recordar que aquel hombre le había mentido una y otra vez y le había pedido que se fuera a la cama con él. Desafortunadamente, también tenía que recordar que casi lo había hecho. -Maldito sea -dijo en voz alta. Alguien apareció de repente. El corazón se le quedó en un puño. Se detuvo y se irguió todo lo posible. Pero resultó que no era el príncipe. Tan pronto como olió a whisky supo quién era, pero no dejó que se notara su aprensión. -Buenas noches -le saludó Christina. -Buenas noches, capitán -corrigió Demetrius. -Buenas noches, capitán -dijo ella en voz alta. -Por fin has vuelto -dijo con tono insultante-. ¿Estuviste con un hombre en el hotel? -Varios en realidad. Estuvimos bailando. -¿Qué te pasa? ¿No te gustan los hombres? -preguntó inclinándose hacia ella para verla en la casi total oscuridad. Los olores del alcohol casi se podían palpar. No la asustaba, pero el olor era muy desagradable. Se alejó un poco de él. -Algunos de mis mejores amigos son hombres -dijo ella en tono neutral. -¡Amigos! -dijo el capitán intentando agarrarla, pero le resultó imposible por el efecto del alcohol y la oscuridad-. ¿Estás casada? Por alguna razón aquello la sorprendió. Mucha gente se lo había preguntado en los últimos seis años. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-No. -Yo sí, pero no importa. Me casé en el mar, hace semanas. Hago lo que quiero. ¿Sabes lo que quiero decir? -Sí. -Te dije desde el principio... -Y yo le dije cuando llegué que sólo iba a cocinar. Nada más. El hombre pareció no haberla escuchado. Intentó agarrarla de nuevo y ella se escapó con facilidad, aunque esa vez le rozó el brazo. No pudo evitar una exclamación de disgusto. -Sé buena conmigo. Podemos sacar algo bueno de este viaje. -Esto es todo lo buena que puedo ser -dijo Christina. El hombre hizo el tercer intento por agarrarla. Christina se había manejado sola durante seis años. Sabía cómo cuidar de sí misma. El capitán Demetrius era fuerte pero no tenía ningún equilibrio después de todo lo que había bebido. Ella lo eludió por tercera vez y lo empujó contra la pared. -Tócame otra vez y te tiro por la borda -dijo con voz firme-. Puedo hacerlo, lo sabes. Estoy en el tercer año de judo. Christina se mordió el labio. No había sido un buen viaje para el Capitán Demetrius, acumulando accidente tras accidente, una humillación pública delante de la hermana del hombre que lo había empleado y ahora un rechazo en privado de manos del último miembro de la tripulación. Para un hombre de su temperamento, aquello era demasiado vergonzoso. Christina tendría que ser mucho más cuidadosa a partir de ese momento. Estaba pensando en ello cuando se dio cuenta de que era demasiado tarde. La tomó en un torpe pero fuerte abrazo y no consiguió evadirse. El hombre tenía la respiración entrecortada y trataba de subirle la falda. Christina sintió sus garras entre los muslos y abandonó los principios que siempre había mantenido. Echó la cabeza hacia atrás y gritó pidiendo ayuda.
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CAPÍTULO 8 EL ACOSADOR lanzó violentos insultos y le tapó la boca con la mano. Ella lo mordió y Demetrius la soltó involuntariamente. Christina le hizo la zancadilla, pero a pesar de todo el alcohol ingerido, el capitán consiguió mantenerse en pie. Christina luchaba denodadamente y, de pronto la dejó ir. Ella no lo esperaba y casi se cayó sobre la cubierta. Quedó de rodillas. Su pecho subía y bajaba angustiosamente por el esfuerzo que le costaba respirar. No sabía lo que había pasado. Sacudió la cabeza y finalmente la levantó. El capitán estaba apoyado contra la barandilla. Tenía una expresión de disgusto en la cara que parecía cómica. Frente a él se alzaba su oponente, una mole alta y delgada. -Al... Alteza... puedo explicarlo... -comenzó. Luc lo interrumpió con un gesto abrupto, como si fuera una cuchilla cortando el aire. Demetrius se acobardó. -Es suficiente. Christina se puso en pie. El capitán miró a su oponente y después a ella. -Esta pequeña golfa ha venido tarde -dijo el capitán fingiendo decencia-. No es buena. Nada buena. Por su culpa chocamos con el otro barco. -Algo he oído -dijo Luc. Christina pensó que si ella hubiera sido el capitán la voz helada de Luc la habría dejado clavada en el sitio. Demetrius, en cambio, no pareció darse cuenta. -Es responsabilidad mía aleccionar a la tripulación. Soy el capitán. -No será en mi barco -dijo Luc observándolo con una expresión que amilanaba a cualquiera. El capitán lo miraba sin comprender. -Ya basta -dijo Luc con repentina dureza-. El barco está dañado. El crucero es vergonzoso. El director del puerto lo habría demandado de no ser por Christina. El capitán la miró de reojo con frialdad. Su presencia no debía de agradarle mucho. -Como capitán usted es el responsable, y no me importan los métodos que emplee para aleccionar a los miembros femeninos de su tripulación. Se irá mañana. El capitán trataba de recuperarse del efecto del whisky. Sacudió la cabeza. -Firmé un contrato... -amenazó.
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-Se le pagará -dijo Luc-. Venga a mi oficina a las ocho. Le entregaré todo el dinero que se especifica en el contrato y quiero que abandone el barco antes de las nueve. ¿Está claro? -No puede hacer eso... -Le aseguro que sí que puedo -dijo Luc implacable. -¿Es por esta golfa? -preguntó el capitán incrédulo. Luc le dio un puñetazo que hizo que el capitán perdiera definitivamente el equilibrio. Quedó en el suelo con una expresión de absoluta estupefacción en la cara. Se llevó la mano al labio y descubrió que estaba sangrando. -Lo demandaré -dijo triunfalmente. Luc ni siquiera tenía la respiración agitada. Extendió un brazo y, agarrando al hombre por la camiseta, lo levantó de un tirón. -A ver si puede entenderlo, Capitán Demetrius. Recoja su dinero y márchese mañana por la mañana o haré que lo echen. -No llamará a la policía. -¿Quién ha dicho nada de llamar a la policía? Hasta el momento no se puede decir que haya disfrutado mucho de mis vacaciones, capitán, y considero que quitarlo de mi vista hará que eso cambie totalmente. -¿Me dará toda la paga? -Tiene mi palabra. -De acuerdo. Usted se lo pierde. Luc le soltó la camiseta y, tras estirarse la prenda, Demetrius se marchó de allí con toda la dignidad de que fue capaz considerando las circunstancias. Luc miró cómo se marchaba. -¿Te hizo daño? -preguntó mirando finalmente a Christina, pero ésta no lo miró a él. Estaba completamente sofocada por la escena que había tenido lugar. -No. El... me asustó, eso es todo. -Creo que más bien te amedrentó. Oí tu grito. Tuviste miedo, ¿verdad? -No. Puedo cuidar de mí misma -dijo ella negándose a que su dignidad se cuestionara. Luc extendió la mano y señaló el tirante rasgado del vestido. -Ya lo veo -dijo irónicamente. Christina se sonrojó y se llevó una mano al tirante roto, que dejaba a la vista parte de su pecho. Luc la observaba y ella lo miró desafiante. De pronto, Luc se dio la vuelta. -Esto no puede seguir así, pero no es el momento de discutirlo. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-¿Quieres decir que mañana también voy a tener que ir a verte a tu despacho? -Es una idea, desde luego -dijo él. Christina lo rodeó y se colocó frente a él con la barbilla alzada en actitud desafiante. -¿Va a echarme, Alteza? -se burló, aunque le dolió el corazón al hacerlo. Pudo ver que Luc apretaba con fuerza el puño y se creyó triunfal. Al menos significaba que mantener la fría fachada principesca le estaba costando un esfuerzo. -Echarte puede resultar atractivo en cierta medida, pero éste no es el momento. Te veré por la mañana -y se marchó apresuradamente antes de que Christina pudiera decir nada más. Ésta se quedó mirándolo sin poder creerlo. No podía dejarla así. Odiaba a Luc, príncipe de Kholkhastan, como nunca antes había odiado a nadie. No fue una buena noche. Se despertó temprano y se puso a hacer tortitas para tratar de olvidar que tenía que ver a Luc en su despacho. Los niños estaban encantados, pero la princesa parecía estar del mismo humor que Christina. -No creí que pudiera ocurrir, pero el humor de Kay ha empeorado. Tal vez se deba al incidente con el barco. Nos pidió que se lo contáramos anoche cuando te marchaste. Era como un policía tomando declaración. Estaba furioso. ¡Ahora dice que no podemos seguir en el barco! Por eso, cuando subió al despacho, Christina pensó que iba a ser despedida igual que el capitán. Luc estaba estudiando unos papeles y escribiendo algo. Se fijó en el brillo dorado del bolígrafo. Él alzó la vista y cerró la carpeta en cuanto Christina entró. Volvía a llevar uno de sus elegantes trajes de corte perfecto y una preciosa corbata de seda. Tenía todo el aspecto de un frío negociador. -Buenos días. Espero que hayas dormido bien. -¿Por qué no habría de hacerlo? -respondió ella a la defensiva. -Has sido muy madrugadora -señaló irónicamente-, igual que yo. Christina entornó los ojos. Miró a un lado y le pareció oír que Luc suspiraba ligeramente para hablar a continuación con tono firme. -He decidido que seguiremos con nuestras vacaciones en tierra. La tripulación es incompetente y no tengo tiempo para reclutar otra. Además, el barco necesita reparaciones. Lo arreglaré hoy. Mi hermana tendrá su fiesta esta noche y después nos marcharemos a una villa que poseo en la costa. -Ya veo.
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Era lo que había esperado, pero aun así le dolía, especialmente porque no la había excluido de la tripulación, a la que había tildado de «incompetente». -Supongo que me pagarás mi salario y me darás un pasaje de vuelta a Atenas. -Preferiría que vinieras con nosotros. -¿Es que no hay cocinera en la villa? -preguntó con incredulidad. -Está perfectamente equipada con todo el personal de servicio necesario, pero quiero que te ocupes de los niños. Necesitarán a alguien que vigile sus juegos. -No soy una niñera. -¿No quieres hacerlo? Christina lo miró a los ojos, pero no pudo leer nada en su hermoso rostro. -He comprobado el contrato que firmaste y sé que podemos disponer de tus servicios durante otros diez días más, pero no especifica las tareas que realizarías. Preferiría que continuaras con tu trabajo en Villa San Bernardino. Eso es todo. -Pero... -Christina, ¿cuándo empieza tu próximo trabajo? -Dos días después de regresar de éste -dijo ella. -Ahí lo tienes. Si no vienes con nosotros, tendrás que dormir en el suelo de tu amiga dijo con una sonrisa. Tenía que admitir que había algo de verdad en sus palabras, aunque no fueran exactas. -Los niños no te molestarán mucho. Sé que Simon no ha sido fácil, pero no es sólo culpa suya -hizo una pausa antes de continuar-. Estoy seguro de que te habrás dado cuenta de que las cosas no van del todo bien entre sus padres. Le he dicho a mi cuñado que su matrimonio y su familia son su problema y que es él quien tiene que resolverlo. Estará aquí esta noche o mañana, por eso sé que el comportamiento de Simon mejorará notablemente. ¿Qué me dices? Christina se mordió el labio. Lo único que quería hacer era huir de la presencia real y alienante de Luc Henri, pero entonces ¿por qué estaba buscando razones, o mejor, excusas para seguir a su servicio? -Sé sensata, Christina. Aunque la idea te disguste mucho, no va a durar para siempre. ¿Qué son diez días de tu vida, después de todo? Pero resultaba que a ella no le disgustaba la idea. Ése era el problema. Christina decidió que no había razón para seguir fingiendo, así que lo miró a los ojos y dijo: -¿Y qué pasa entre nosotros?
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Luc sé quedó sorprendido. Por un momento la fría máscara tembló, pero en seguida se recompuso. -Eso es otro asunto. -¿Vas a fingir que no ha pasado nada? -No ha pasado gran cosa -señaló él-. Un par de besos y muchos malentendidos. Eso es todo. ¿Eso era lo que había significado para él? Sin embargo, a ella le había cambiado la vida por completo. Christina odiaba a aquel hombre. -No tienes que preocuparte. No te perseguiré en contra de tu deseo -añadió. Lo dijo con un tono de aburrimiento, como si se tratara de algún acto de poca importancia dentro de su agenda. -Bien -dijo ella. -Trato hecho, entonces. Christina se dio cuenta de que había sido manipulada por un maestro. Había conseguido que asintiera a hacer algo de lo que no estaba plenamente convencida aunque en realidad, en el fondo de su corazón, sabía que sí quería. -Te ruego que estés lista para abandonar el barco hacia el mediodía de mañana. Me alegra que vengas con nosotros a la villa. Espero que disfrutes de tu estancia -le dijo con tono muy formal. Los modales de Christina no eran tan distinguidos como los de él, o tal vez sólo fuera que no llevaba años de entrenamiento para ocultar sus sentimientos. Lo observó y finalmente se dio la vuelta y salió del despacho sin decir una palabra. Incluso dio un ligero portazo. Si esperaba que Luc fuera tras ella buscando la reconciliación quedó totalmente decepcionada. Tan pronto como terminó su charla con ella salió del yate. -¿Estará el príncipe de vuelta para la fiesta? -preguntó a la princesa a la hora de la comida. -Sí -dijo la princesa con una mueca-. ¿Cómo podría vigilarme si no? Christina fue prudente y no dijo nada, aunque se solidarizaba con la princesa. En vez de ello, y sin olvidar la promesa que le había hecho a Karl, le dijo: -La lista de invitados ha aumentado bastante. ¿Cree que sería adecuado contratar a alguien para que ayudara a servir las bebidas? -Adelante -dijo la princesa sin mostrar interés.
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19/08/2008
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Christina no tenía tiempo para ir a tierra, así que llamó al hotel desde el móvil. Karl no tenía palabras para demostrarle su gratitud. -Te recordaré en mi testamento -prometió. -Ocúpate sólo de parecer un camarero y no un surfista -le rogó Christina. -Hecho. Karl apareció muy bien vestido con unos pantalones oscuros y chaqueta blanca hasta la cadera que había pedido prestada a un camarero del hotel. Hacía resaltar su tono bronceado. Llevaba el pelo recogido en una coleta y estaba realmente atractivo. Numerosas invitadas le prestaron algo más que una atención pasajera. El problema fue que Luc también se dio cuenta. Había regresado tarde y se marchó directamente a cambiarse de ropa. La primera vez que Christina lo vio notó que no dejaba de observar a Karl con una expresión severa. Christina pensó que tal vez fuera porque su propia acompañante era una de las mujeres que miraban complacidas al guapo camarero. Stuart Define había llegado acompañado por su compañera de reparto. Pero tan pronto como vio a Luc, Juliette Legrain soltó el brazo del actor y se puso al lado de Luc. Christina oía sus gritos de delicia a pesar de no poder verla. Cuando los vio, Luc estaba mirando con cariño manifiesto el hermoso rostro de la mujer. Christina pensó que a ella nunca la había mirado así y sintió un pinchazo en el corazón. Ver a Luc del brazo de Juliette Legrain había tenido en ella el efecto de un golpe en la cabeza. Christina se miró en el espejo de la cocina. A pesar de la noche cálida y de las luces y las voces que se oían en la cubierta superior, sintió frío y soledad. Nunca antes se había sentido sola. La princesa bajó entonces a la cocina. Karl se inclinó ante ella educadamente. A pesar de su sentimiento de soledad, Christina se mostró solícita. -¿Desean cenar? -preguntó con profesionalidad. -Oh, no. Ya has hecho bastante Kay y yo invitaremos a la gente a cenar. Voy a reservar una mesa. Luc apareció tras ella. Parecía tenerlo todo bajo control, frío y distante, como había estado toda la noche. -Espero que nos acompañes -le dijo a Christina con distante cortesía. No parecía una invitación, sino más bien una orden. Christina no sabía qué decir. El silencio era embarazoso. La princesa parecía aturdida y salió rápidamente en defensa de Christina. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-La pobre estará exhausta... -No lo suficiente para comer -sentenció Luc. Definitivamente, aquello era una orden. Christina lo miró llena de indignación. -Hay mucho que recoger... Pero Karl había visto allí la oportunidad para hablar con su héroe. -Yo la ayudaré. No tardaremos mucho, estaremos listos en quince minutos. Se hizo un incómodo silencio. Los ojos de Luc llamearon. Si Karl no hubiera sido un estudiante obsesionado por conocer a su héroe, se habría dado cuenta de que él no estaba incluido en la invitación. Sin más, salió de la cocina hacia la cubierta superior para recoger los vasos sucios. La princesa le echó a su hermano una mirada interrogativa. -Es realmente solícito, ¿verdad? Debes traerlo contigo, Christina. Luc no dijo nada. Se hizo un segundo silencio igual de desagradable. Entonces la princesa anunció que iba a llamar por teléfono al restaurante y salió detrás del muchacho, dejando a su hermano y a Christina a solas. -Mi hermana me ha dicho que ese chico es un amigo tuyo muy especial. ¿Es cierto? Christina se enderezó y dejó de amontonar vasos para mirarlo. -Hace mucho que lo conozco. -Supongo que te refieres a varias de tus estancias veraniegas. Jugáis bajo el sol del verano y después seguís con vuestras vidas, ¿no es así? -parecía enfadado. -En invierno no hay demanda para nuestros servicios -se limitó a decir Christina. -¿Sabe él dónde vives en invierno? -le preguntó. -¿Qué? -Nadie parece saberlo. -¿Tu investigador sigue con el caso? -preguntó ella indignada. Luc sonrió peligrosamente. Cuando se decidió a hablar lo hizo con su tono oficial, enumerando hechos sin emoción alguna. -Llegó hasta Milán. Dice que a partir de ahí no hay nada: ni dirección, ni empleo, ni conocidos. Sólo un apartado de correos. -Frustrante -observó ella con tono educado. -¿Y bien? -inquirió él. Christina se apoyó contra el fregadero y lo miró a los ojos. -Tengo que trabajar para ti otros diez días y después me habré ido. -No me sirve. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-Pues tendrá que servirte. Has hecho todo lo posible para volver mi vida del revés desde el momento en que te conocí. No has tenido escrúpulos. Es sólo una casualidad que... Se interrumpió. Iba a decir que había sido una casualidad que no le hubiera hecho el amor después de la forma en que la había seducido, pero se dio cuenta de que eso era lo que él esperaba que dijera, así que no lo dijo. -Que no me hayas hecho un profundo daño con todas tus mentiras. Quiero asegurarme de que cuando deje de trabajar para ti no puedas encontrarme nunca más. Los ojos de Luc se ensombrecieron. Se mantuvo quieto un momento, en silencio, y de pronto dio la vuelta y salió de la cocina con una mueca de enfado. Cuando la puerta se cerró Christina dejó escapar el aire que había estado reteniendo inconscientemente. Tenía la sensación de haber ganado una oscura batalla, pero la guerra no había terminado. Durante el resto de la noche, Luc no se acercó. No la miró ni habló con ella, pero sí lo hizo con Karl. Christina pensó que se sentiría halagado por la adoración que el muchacho mostraba hacia él. Karl estaba sencillamente encantado. -Gracias por haberme ayudado en la fiesta -le dijo Christina a Karl dándole un beso de buenas noches-. Espero que el príncipe haya cubierto tus expectativas. -Lo ha hecho. Además, me ha prometido más información. Exclusiva. Esta tesis va a convertirse en un libro. Mi carrera como escritor está a punto de comenzar, gracias a ti. -Me alegro. -Será mejor que me digas dónde quieres que te envíe una copia, dedicada por supuesto, cuando lo termine. -Claro -respondió ella riendo. Le dio el apartado de Milán y el chico pareció desilusionado. -Pero esto es sólo un apartado de correos. -Viajo mucho. Es más seguro esperar a que te avisen de la oficina de correos. -Dame al menos un número de teléfono. Iré a Milán para promocionar el libro cuando se publique en todas las universidades del mundo -dijo Karl complacido. Christina sacudió la cabeza ante la vanidad de su amigo, pero le dio el número de su piso de Milán. Cuando estaba fuera llamaba todos los días para escuchar los mensajes del contestador. El tomó nota en un cuaderno. -Gracias. Te llamaré aunque no esté en la lista de los más vendidos -dijo Karl dándole un cariñoso abrazo-. Cuídate. Kay es un gran tipo. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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Se marchó antes de que Christina pudiera preguntarle qué había querido decir con eso. Finalmente llegó a la conclusión de que haber obtenido la entrevista que tanto deseaba con el príncipe lo había puesto de buen humor y por eso estaba tan charlatán. Conocía a Karl desde hacía el tiempo suficiente para saber que nada le interesaba más que su carrera. No pudo sacarse de la cabeza el último comentario. Estuvo tentada al día siguiente de preguntarle varias veces a Luc si sólo habían hablado de su experiencia como negociador de las Naciones Unidas. Pero al final prefirió mantenerse alejada de él, que siempre estaba ocupado con el teléfono y el fax. Parecía estar refrenándose, como si le faltara muy poco para explotar. Christina pensó que sería mejor evitarlo y vio que, tanto la princesa como los niños, hacían lo mismo. Llegaron a la villa sin contratiempos. No era una villa en realidad, sino más bien un castillo medieval con anexos palaciegos. Había incluso un mayordomo vestido con el traje típico de Kholkhastan presidiendo la entrada. Tal como esperaba, el servicio era completo y altamente eficaz. Su presencia allí iba a ser totalmente innecesaria. Aprovechó para acercarse a Luc en ese momento. -No me necesitas aquí, y lo sabes. ¿Por qué no dejas que regrese a Atenas? Él se quedó mirándola con fijeza. -Está claro que no sabes lo que necesito -contestó él con calma, aunque sus ojos brillaron peligrosamente. Estaban en el despacho de Luc rodeados de libros encuadernados en piel y complejos ordenadores último modelo. Lo había interrumpido en su trabajo. Aunque hacía sólo tres días que lo conocía en su faceta de príncipe, Christina estaba alucinada por la enorme cantidad de trabajo que parecía tener que hacer siempre. Seguía pensando que era un seductor, pero estaba reconsiderando otras opiniones. Desde luego, no era un playboy. -Sólo estoy aquí porque aparezco en la nómina y tengo que trabajar hasta el último minuto que estipula mi contrato. -Sigues sin tener un buen concepto de mí, ¿verdad, Christina? -dijo él fríamente. -Sólo digo lo que veo. -Que no dice mucho a favor tuyo, ni mío tampoco. -Eso no es cierto. Soy feliz con lo que soy. Lo único que no me gusta es que un extraño con modales dictatoriales me diga lo que soy o dejo de ser. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-Me encantaría explorar el tema en profundidad... pero me temo que ahora no. En este momento hay cosas que requieren mi atención. -Será un pérdida de tiempo para mí estar aquí, y lo sabes -dijo ya en la puerta antes de salir. -Eso dependerá de lo que consideres como una pérdida de tiempo. Podría ser muy productivo si pusieras un poco de tu parte -dijo él con una suave risa. -No estoy dispuesta a darte nada -respondió Christina levantando la cabeza. -Dime una cosa -dijo él aparentemente serio de nuevo. El teléfono de su escritorio sonó y él lo descolgó en seguida. -Ah, Richard, eres tú. Ya era hora -dijo al auricular, y le hizo una señal a Christina para que se marchara. Christina salió sintiéndose aliviada y frustrada al mismo tiempo, y aún tuvo tiempo de escuchar las siguientes palabras de Luc: -Aprecio tus intenciones, pero tengo mi propia vida. Es algo a lo que debo prestar toda mi atención en este momento. Christina salió a buscar a la princesa. Hablaría con ella para demostrarle que cuidar de los niños no era un trabajo para ella. La princesa estaba en el porche, examinando el jardín lleno de fuentes. Hablaba con el mayordomo. Era un hombre de aspecto sereno con sus pantalones blancos y su casaca de cuello alto, pero también tenía un aire distinguido. La princesa parecía preocupada. -Oh, estás ahí, Christina. El hombre hizo una reverencia cortés, pero Christina tuvo la sensación de que no le agradaba. -Simon parece haber desaparecido -dijo la princesa sin más-. No lo habrás visto, ¿verdad? -No, desde que llegamos. Dijo que iba a nadar -contestó Christina confusa. -Eso era lo que pensaba yo, pero Goraev -la princesa señaló hacia el anciano-, dice que no hay nadie en la piscina. Y he mirado en su habitación y tampoco está. -Tal vez haya ido a dar un paseo. La princesa parecía a punto de llorar. -Sabe que no está permitido -dijo el señor Goraev-. Las montañas son peligrosas. Es cierto que no hemos recibido amenazas, gracias a Dios, pero éste es un país dado al secuestro por razones políticas.
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-No sea tan pesimista, Goraev -intervino la princesa-. Los secuestradores no encontrarían interés en un niño inglés. -No debemos olvidar que también es el sobrino de Su Alteza -dijo el anciano con una inclinación de cabeza, no muy convencido de las palabras de la princesa. -Tampoco debemos olvidar que no hemos recibido amenazas y que es un niño desobediente sin sentido común. Lo más probable es que haya metido el pie en una madriguera de conejos. Lo primero que hay que hacer es ordenar a los jardineros que salgan a buscar por el bosque y decírselo también a mi hermano. -No se puede molestar a Su Alteza en este momento. Le informaré cuando haya terminado. -Pero... -Está hablando con Kholkhastan -dijo con tono imperativo. -Muy bien. Organice dos partidas de búsqueda y manténgame informada -dijo ella en tono cortante. El hombre volvió a hacerle una reverencia y salió del porche con porte distinguido. La princesa se quedó mirándolo con el ceño fruncido. -Ese hombre es cada vez más insufrible -murmuró-. Si yo fuera Kay, lo despediría. -¿Quién es? Recuerdo que un día Pru me dijo que se ocupaba de las cosas. Pensé que era una especie de mayordomo -confesó Christina. La princesa dejó escapar una risa de amargura. -Si sólo fuera eso... No, es más bien un consejero personal de mi hermano. Cuando mi abuelo se puso enfermo, Goraev obtuvo mucho poder en Kholkhastan y ahora trata de mantenerlo. En cuanto Kay llegó a casa, Goraev se convirtió en su sombra diciéndole lo que tenía que hacer, a quién tenía que ver, qué tenía que decir. No puedo soportarlo. Kay lleva siendo negociador internacional desde hace años. Sabe más de asuntos diplomáticos de lo que Goraev sabrá nunca. Podría haberlo jubilado, pero es demasiado bueno. Así que el anciano viene con nosotros incluso de vacaciones para recordarle que tiene que trabajar. Nunca tiene tiempo para divertirse. Siempre tiene que trabajar, trabajar, trabajar. Me pone enferma. -Su Alteza parece tener siempre mucho que hacer -dijo Christina con tono neutral. -Demasiado. Lo que tiene que hacer es olvidarse de tanto ceremonial, buscarse una esposa y tener hijos. Eso le devolvería la perspectiva normal de la vida -la princesa se apoyó contra una columna y observó el valle-. ¿Dónde estará Simon?
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-Parece conocer el sitio muy bien -dijo Christina, a quien el niño le había contado historias de otras vacaciones-. ¿Está segura de que se ha podido perder? -No de forma accidental. Últimamente ha estado de un humor raro. -¿Quiere decir que podría haber huido? -No lo sé, no lo sé -respondió la princesa retorciéndose las manos-. Si tan sólo pudiera hablar con Kay... -Si los jardineros lo están buscando, conocerán el terreno mejor que Su Alteza, ¿no cree? -El terreno -dijo la princesa con gesto de desprecio-. Simon escucha a Kay -dudó antes de continuar, pero finalmente explotó como si no pudiera aguantarlo más-. Estoy segura de que no te sorprenderá si te digo que su padre y yo estamos teniendo dificultades. Los últimos dos años, Richard ha estado obsesionado con el trabajo. Nunca lo veíamos, así que le di un ultimátum. Desafortunadamente, Simon lo escuchó y pensó que yo tenía una aventura. Empezó a comportarse muy mal. Me alivió mucho cuando Kay sugirió el crucero, pero todo fue mal desde el principio. -¿Cree que su hermano sabe dónde ha ido Simon? -Tampoco lo sé. Lo único que... Kay parece estar mucho más unido a Simon que yo en este momento. La princesa parecía tan angustiada que la determinación de Christina de no verse involucrada en los asuntos de la familia real pareció venirse abajo. -Entonces preguntémosle -dijo Christina con decisión. -Goraev no me dejará acercarme. -Pero somos dos -señaló Christina-. No podrá tenernos bajo control a las dos al mismo tiempo. -Lo dices en serio, ¿verdad? -dijo la princesa mirando a Christina. -Por supuesto. -Kay se pondrá furioso -dijo la princesa con un escalofrío-. ¿No te importa que se enfade contigo? -Sobreviviré -dijo Christina, pero omitió que ya lo había hecho hasta el momento. En su lugar tomó a la mujer por el brazo-. Vamos. Cuanto antes se lo contemos, antes se tranquilizará. Cuando llegaron al despacho de Luc, éste estaba de pie junto al escritorio delante de la ventana, hablando por teléfono con una expresión de exasperación en el rostro. No cambió de postura cuando las dos mujeres abrieron la puerta. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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Goraev también estaba junto al escritorio, ordenando papeles. Cuando las vio pareció tan exasperado como Luc, pero no tenía el mismo autocontrol. Se acercó a la puerta y se colocó entre ellas y Luc. -Lo siento pero... -comenzó el señor Goraev. -Por favor... -suplicó la princesa. La expresión del anciano era inflexible. Christina rebosaba ira. Se echó hacia atrás y pasó junto al hombre, que quedó muy sorprendido al ver que la joven no le hacía caso. Intentó detenerla, pero era demasiado tarde. Christina apoyó las dos manos en el escritorio e, inclinándose hacia delante, miró a Luc a los ojos sin hacer caso a la conversación telefónica. -Simon ha desaparecido. Los ojos de Luc llamearon. -Entonces preséntalo ante el consejo -dijo a su interlocutor en el teléfono-. Ahora tengo otros asuntos que atender -y cortó la llamada. -Explícate -dijo Luc mientras su hermana contenía el aliento. Todos empezaron a hablar al mismo tiempo y él los cortó a todos. -Christina, ¿qué le ha pasado a mi sobrino? Christina pensó que la estaba culpando a ella, porque había dicho que no hacía falta que nadie cuidara de los niños, pero no se defendió. -No está en la casa. Dijo que iba a nadar pero no está en la piscina. -¿Ha huido? -Los jardineros lo están buscando. Ahora, es necesario que estudie la propuesta de los franceses antes de esta noche... -intervino el señor Goraev. -¿Dónde está Pru? -preguntó Luc. -Fue a ver cómo ordeñaban a las cabras. -No, no es cierto -dijo Luc mirándola con ironía. -Pero.... -Las cabras no se ordeñan a mediodía. Los niños te han engañado. Christina se ruborizó sintiéndose culpable. Luc miró a su hermana. -Yo diría que se han ido juntos al bosque -continuó diciendo Luc-. Conociendo a Simon, habrá dejado algún ultimátum. -Entonces aparecerá en el día -dijo el señor Goraev-. Ahora, Su Alteza, el presupuesto francés... -Pero no puedes dejarlo así -se quejó Christina-. El bosque es un sitio peligroso para los niños. Podrían caerse por algún pozo o podría haber algún desprendimiento de tierra o Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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cualquier otra cosa. No puedes olvidar el asunto sin más y no tratar de ir a buscarlos. ¡Son niños, por todos los santos! -Como he dicho, los jardineros ya los están buscando. Su Alteza tiene otras responsabilidades más importantes que atender -el anciano se volvió hacia Luc-. Su responsabilidad, señor... Luc estaba mirando a Christina. -¿Responsabilidad? -dijo-. ¿No es mi familia responsabilidad mía también, Goraev? ¿Mis sentimientos? -Por supuesto -dijo Christina sin aliento. -Goraev, amigo mío, por una vez voy a escuchar a mis sentimientos. -Alteza... -Reúne al servicio en la cocina -dijo Luc a Christina-, incluidos los jardineros que no hayan salido a buscarlo. Encontraré a mi sobrino. Tenía los ojos brillantes y no dejaba de mirar a Christina. -Y después me ocuparé de otros asuntos igualmente importantes -dijo con suavidad-. Asuntos que he desatendido demasiado tiempo.
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CAPÍTULO 9 LUC TENÍA razón: Simon había dejado un ultimátum. Christina lo encontró en su habitación, encima de la maleta cerrada. Lo tomó y salió al pasillo llamando a Luc. -¿Lo has encontrado? -respondió él al momento, subiendo las escaleras de dos en dos. Le mostró la nota en silencio. Él la abrió y la leyó rápidamente. Después miró a Christina. -Podía ser peor. Dice que él y Pru no volverán a la villa hasta que regrese su padre -dijo Luc. -¿Y cómo lo sabrá? ¿Alguien en la casa se lo dirá? -No es probable. Imagino que se subirán a los acantilados y vigilarán la carretera desde allí. -¿El acantilado? Pero seguro que... -Allí es donde ocurren los desprendimientos de tierra. Son peligrosos. Tenemos que encontrarlos antes de que se hagan daño -dijo Luc terminando por ella la frase. , -Es culpa mía -dijo angustiada-. Creía que sólo me habías traído porque no soportas que te lleven la contraria. Nunca pensé que tendría que cuidar de los niños. Sabía que Simon no era feliz, pero no pensé que hicieran algo así. A pesar de su preocupación, Luc le puso una mano en el hombro para reconfortarla. -Todos sabíamos que Simon no era feliz. Ninguno de nosotros pensó en algo así. No debes culparte. -Pero:.. -Christina. Se calló, pero sus ojos estaban inundados de lágrimas. Luc se las secó con dulzura y le dedicó una sonrisa. Por primera vez desde que sabía que era el príncipe de Kholkhastan, Luc se parecía al hombre que conoció en Atenas. -No te derrumbes -le dijo con dulzura-. Te equivocas respecto a mis razones para traerte aquí, pero tienes razón, no era para que cuidaras de mis sobrinos. -¿Qué...? -estaba tan preocupada que no podía enfadarse por el nuevo engaño. -No es el momento para hablar de ello -dijo Luc acariciándole los ojos húmedos-. Cuando regresemos... esta vez prometo contarte toda la verdad. Sin adornos, toda la
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verdad. Y será mejor que tú hagas lo mismo, o no responderé de las consecuencias añadió. Antes de que pudiera pensar en una respuesta, Luc se había dado la vuelta y había regresado con su nerviosa hermana. Christina lo siguió escaleras abajo más lentamente, con la mente llena de tumultuosos pensamientos. Abajo, Luc intentaba calmar a su hermana. Christina lo ayudó en los preparativos para la búsqueda y se dio cuenta de que Luc había incluido una fuerte cuerda de escalada y una ligera manta que casi no ocupaba nada. -¿Piensas que los niños habrán tenido un accidente? -le preguntó con un hilo de voz ayudándole a empaquetar las cosas. Luc dudó un momento antes de contestarle en voz baja para que nadie lo escuchara: -Es posible. Salieron en cuanto llegamos, y Simon no tuvo oportunidad de hacer un reconocimiento del terreno. Puede que se hayan producido cambios desde la última vez que estuvo aquí. -¿Es muy peligroso? -Christina se mordió el labio.-Quiero decir para ti. -Aprendí las técnicas de escalada en los Himalayas -respondió él mirándola con sorpresa. -Oh -dijo ella sintiéndose estúpida. -Pero es muy gentil por tu parte preocuparte -le dijo acariciándole levemente la mejilla. -No estoy preocupada. No me importa si corres riesgos -dijo ella recuperando la posición. -Qué equivocada estás -contestó él riéndose suavemente. -No sé de qué hablas. -Haremos un trato. Espérame y te lo explicaré. -¿Esperar...? -Puede que me lleve algún tiempo encontrar a los niños. No te vayas antes de que regrese. -Claro que no -dijo Christina escandalizada ante la idea de que pudiera considerarla tan desalmada-. No podría dejar a la princesa en este estado. -Bien. Quédate y tómala de la mano. Mi cuñado agradecerá no tener a una histérica en sus brazos cuando llegue. Estoy seguro. -¿Va a venir al final? -dijo Christina sorprendida. -Estaba de camino antes de que Simon pusiera en marcha su dramático intento de chantaje -dijo débilmente-. Así que será mejor que te acostumbres a llamar a mi Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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hermana señora Aston -dijo torciendo la boca en un gesto travieso-. Pensándolo mejor, no te preocupes -se puso la mochila a la espalda y se dirigió a la puerta-. Y no te vayas. Al anochecer aún no había regresado nadie. La princesa había insistido en que Christina fuera a nadar un poco, pero ella no la acompañó. Goraev se unió a ellas mostrando en todo momento su desaprobación. -Su Alteza no debería distraerse de esta manera -dijo-. Tiene que tomar decisiones importantes. Debería poder concentrarse en ellas -añadió mirando con disgusto el cuerpo bronceado de Christina saliendo de la piscina. La princesa se rió de buena gana. -Christina no ha estado distrayéndolo. Si no le gusta que se comporte como un ser humano, debería dirigir sus quejas a Juliette Legrain. Christina ocultó sus sentimientos mientras se secaba con la toalla. Ella también había visto lo unidos que seguían estando la noche de la fiesta, pero odiaba que la princesa confirmara los hechos. Trató de convencerse de que no le importaba lo que hiciera mientras se dirigía a su habitación a cambiarse de ropa. Era una atracción pasajera de la que se repondría. Lo haría. Recordó que le iba a contar la verdad a su vuelta, pero decidió que no iba a pensar en ello. Más conforme caía la noche le resultaba más difícil pensar en otra cosa. Uno a upo fueron regresando los miembros de las otras partidas, pero ni los niños ni su tío aparecían. Ni la princesa ni Christina pudieron probar la deliciosa cena. El marido de la primera llegó cuando estaban tomando el café y la princesa le dio una bienvenida silenciosa. Al principio, Richard Aston pareció sorprendido, pero cuando su mujer le contó lo de los niños, se angustió. -¿Kay ha ido a buscarlos y aún no ha regresado? Me voy a buscarlo. ¿No se le ocurrió a nadie que podría estar herido? No sólo los niños se rompen los tobillos al quedar atrapados en madrigueras -dijo con desprecio. -Pero Kay tiene una gran forma física -dijo su mujer. -Cuando no trabajaba dieciséis horas al día, pero ahora... Christina recordó la poderosa brazada de Luc la tarde que habían ido a la playa. -No se preocupe. Está en forma. Marido y mujer se quedaron mirándola y ella se ruborizó y empezó a tartamudear. -Qui... quiero decir que... creo que lo está. Fuimos a nadar hace unos días y me ganó con toda facilidad a pesar de que soy una buena nadadora. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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Un silencio embarazoso se cernió sobre ellos y el señor Aston frunció el ceño. Su mujer parecía deshecha. -Creo que he oído a alguien -dijo de pronto Goraev. Todos aguzaron el oído. Desde el pasillo de la cocina se oía la voz inconfundible de Simon Aston diciendo que estaba perfectamente. -Simon -dijo la princesa entre sollozos, y salió corriendo. Los dos hombres salieron tras ella y Christina se levantó de la mesa más lentamente. Aún sentía el calor en la cara. Se maldijo por ser tan idiota. Subió sin ganas la escalera y entonces oyó la voz de Luc y su inconfundible tono autoritario. El alivio y la alegría la invadieron. Estaba sano y salvo. Empezó a bajar las escaleras hacia el lugar de donde provenía la voz. De pronto se detuvo. ¿Qué estaba haciendo? No tenía ningún derecho a correr a saludarlo. No era un miembro de la familia. Tampoco era un asesor personal, como Goraev. Luc le había dicho que no huyera, pero no le había dado licencia para correr a sus brazos a su llegada, que era lo que había estado a punto de hacer. Entonces se llevó la mano a los labios. «Me besas como una mujer enamorada» le había dicho, y ella lo había negado rotundamente. No lo había creído, pero ahora tenía que enfrentarse a la verdad: estaba enamorada del inteligente y absolutamente inalcanzable príncipe de Kholkhastan. Se dio la vuelta y corrió escaleras arriba hacia su habitación, dispuesta a pasar de nuevo la noche sin dormir. Se sentó en el alféizar de la ventana abierta y miró hacia fuera. La luz de la luna hacía que el paisaje se recortara entre las sombras. No podía dejar de temblar. ¿Cuándo se había enamorado? ¿Aquel primer día, cuando se había dado cuenta de que necesitaba guardar en secreto algo de su vida privada, aunque fueran sus estudios de diseño? ¿O en la playa cuando casi habían hecho el amor? ¿O peor, se habría enamorado de él en sus sueños? Convertirlo en el héroe de sus fantasías era mucho más ridículo que lo que había hecho su madre. Pero ahora la entendía un poco mejor. -No soy mejor que ella -dijo en voz alta, golpeando con el puño los cristales-. Soy patética. Luc no la había animado a nada. Al menos, no a que se enamorara de él. Sólo quería llevarla a la cama. Estaba tan inmersa en sus pensamientos que no oyó la puerta abrirse
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ni giró la cabeza para ver al hombre alto cuya silueta se recortaba en el marco. Se quedó quieto un instante, mirándola, y finalmente habló. -¿Esperándome despierta, Christina? -dijo arrastrando las palabras, y Christina casi se cayó por la ventana. Se levantó del alfeizar y se giró para mirarlo. Él entró en la habitación y cerró la puerta. El cuarto quedó iluminado sólo por la luna y no se oía más sonido que el de sus respiraciones. -¿Qué...? -comenzó Christina en un susurro contenido. -¿Estoy haciendo aquí? Adivínalo -respondió él riéndose. El corazón de Christina empezó a latir desbocado. Trató desesperadamente de pensar en algo que decir para mantenerlo a raya, pero tenía la mente en blanco. -La última vez que te pedí que pasaras la noche conmigo me dijiste que no eras ese tipo de chica. -No lo hice. Te dije... que no lo haría aunque fueras el emperador de China... lo cual casi eres -respondió Christina. La brisa nocturna era cálida, pero ella no dejaba de temblar. -Esta vez no te lo voy a pedir -Luc caminó hasta ella, la tomó en sus brazos y la llevó a la cama. -Esto es puro melodrama -dijo ella con resolución-. Bájame. -Será un placer. La tumbó sobre la colcha de seda y, antes de que pudiera decir o hacer nada, Luc se tumbó a su lado. -Has estado luchando contra esto desde el momento en que nos conocimos -murmuró él-. Desde el principio. No hay nada que temer. Pero Christina no pensaba lo mismo. No, cuando se había enamorado de un hombre que sólo quería sexo con ella. Pero sabía que no iba a huir. Su propio cuerpo se rebelaba contra su cerebro, por no hablar de su corazón. Luc la besó hasta dejarla sin sentido. Lo hizo con una maestría sin igual que contrastaba con la excitación de ella, apenas controlada. En algún momento Luc se desnudó, y cuando Christina se estiró ciegamente deseosa de tocarlo, él estaba a su lado, esperándola. -Cuidado -dijo Luc riendo, pero su respiración también era entrecortada-. Se supone que somos adultos responsables. Tenemos que pensar en el sexo seguro. -¿Qué hay de seguro en todo esto? -dijo ella sin aliento, y lo decía con el corazón. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-Tal vez no mucho. Por eso, más razón para cuidarte... Y lo hizo. Fue muy cuidadoso con ella. Unida a Luc, Christina ascendió a cotas de placer que nunca había imaginado. Era lo más peligroso que había hecho en su vida y al mismo tiempo nunca antes se había sentido tan mimada. Gimió su nombre y finalmente se fundió en un cálido abrazo con él, pronunciándolo una y otra vez, en voz baja, casi para sí misma, envuelta en las deliciosas caricias.
A la mañana siguiente, se encontró sola en la cama. Luc debía de haberla tapado antes de marcharse, pero su piel desnuda temblaba con la brisa fresca de la mañana que entraba por la ventana. Christina se tapó hasta la barbilla y se hizo un ovillo tratando de entrar en calor. Era imposible, y lo sabía. Luc no le había dejado ni siquiera una nota. Se había ido tal y como ella sabía que haría, y pensó que nunca volvería a entrar en calor. Finalmente se levantó con los ojos ojerosos. La gente en la cocina parecía muy ocupada, pero la princesa y su familia aún estaban durmiendo tras las aventuras del día anterior. El príncipe había salido, según le dijo alguien del servicio. La chica también le anunció que Goraev estaba trabajando y había pedido que Christina le llevara una tisana cuando estuviera lista. Dijo esto último con cierta reserva, pero Christina no se percató en su nuevo estado de soledad. Se encogió de hombros y tomó la bandeja. El anciano estaba sentado en el despacho de Luc. Tenía una carpeta abierta y el ceño fruncido. Christina cruzó la habitación y, al acercarse, vio que la carpeta contenía recortes de prensa. Goraev le dedicó una sonrisa amable, pero ella vio que estaba preocupado. -Su tisana -dijo Christina. -Gracias -respondió en tono ausente. Se levantó y tomó la taza que le ofrecía-. ¿Quiere hacer el favor de sentarse, señorita Howard? -¿Qué ocurre? -preguntó con calma. El hombre inclinó la cabeza y tomó un abrecartas con la forma de una daga. No levantó la vista mientras hablaba. -Querida, no me gusta hablar de sus... sentimientos privados -dijo al fin. Christina se quedó quieta. El hombre parecía esperar una respuesta. -Preferiría no hacerlo. Apenas nos conocemos. Pensará que es una impertinencia, pero... Entonces alzó la vista y su rostro le heló la sangre. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-¿Qué ocurre? ¿Es Luc? -Su Alteza está perfectamente -se apresuró a decir Goraev-. Pobrecilla, no me mire así. He hablado con él hace sólo una hora, en el desayuno. Tal vez me haya explicado mal. Quiero decir que creo que se ha enamorado de él. Christina parpadeó rápidamente y giró la cabeza sin responder. El hombre suspiró impaciente. -¿Resultaría más fácil si le dijera que sé que pasó la noche con él? -preguntó con aspereza. Christina dio un salto. La sangre cubrió sus mejillas al tiempo que una oleada de rabia la inundaba. ¿Es que no se podía tener intimidad entre aquellas personas? -¿Es parte de su trabajo llevar la cuenta de todas las mujeres que el príncipe se lleva a la cama? -preguntó Christina con amargura. -Sé que puede parecer una intromisión. -Lo es. -¿Pero... no ve que sólo servirá para demostrar lo poco adecuada que es usted para ser la compañera de Su Alteza? -¡Compañera! ¿Por qué no llama las cosas por su nombre? -dijo Christina en un tono burlón que a ella misma le hizo daño-. ¿No querrá decir amante? -Espero que no. -¿Por qué no? -Querida... -Y deje de llamarme así. ¿Por qué no? -Es usted joven. Se le pasará. Sé que ahora se siente atraída por Su Alteza, pero es mayor que usted. Vive en un mundo totalmente diferente, y usted lo sabe -tomó aire antes de seguir con insoportable precisión-: Una noche con un hombre atractivo no lo convierte en una relación, sobre todo cuando ambos vienen de mundos tan distintos. -Supongo que todo esto se lo ha dicho él -dijo-ella tomando aire. -Mi... -se detuvo-. Por supuesto que no. Su Alteza no discutiría ese asunto con nadie. Pero Christina estaba tan dolida que no podía creerlo. No se lo dijo, pero supo que él se había dado cuenta y que eso lo ofendía. -Sus asuntos personales con Su Alteza no son de mi incumbencia. Esas cosas son privadas, incluso para un hombre público. -¿Entonces por qué estamos teniendo esta conversación?
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-Mi querida señorita Howard, usted no es tonta. Su Alteza guarda sus sentimientos para sí. -¿No estamos hablando de ellos? -No -dijo el anciano seriamente, y le echó una mirada dura como el acero. Bajo el velo de cortesía tenía un trabajo que hacer y estaba decidido a hacerlo. -Entonces... -Estamos hablando de sus responsabilidades y sus compromisos. Sus sentimientos amenazan esos compromisos. -¿Compromisos? -preguntó con un hilo de voz. -Su Alteza tendrá que casarse, por supuesto. Hasta ahora no ha sido una prioridad, ha tenido otras responsabilidades que atender. Ha tenido algunas relaciones, por supuesto, llevadas discretamente, como la actriz, pero ahora ha terminado. A su padre no le preocupaba porque sabía que, llegado el momento, Su Alteza haría lo debido. Tras la muerte de su padre, Su Alteza estuvo muy ocupado. Era un trabajo enorme negociar la paz para las Naciones Unidas. Ha tenido que adaptarse, pero ahora es hora de que se case. -¿Con quién va a casarse? Goraev se movió inquieto, como si lo hubiera tomado por sorpresa. -No se preocupe por esas cosas. No es bueno. Sólo se hará más daño. -Pero... -Su Alteza es un hombre de honor. No se casaría y le pediría a usted que aceptara un lugar menos seguro en su vida. No sería justo. Por eso no tiene alternativa. Este pequeño juego entre los dos se ha terminado. -¿Le pidió que me dijera eso? Negó con la cabeza, con más tristeza que indignación. -¿Cómo puede preguntarme algo así? Su Alteza no me ha mencionado el tema. Pero... por su propio bien, y por el de él, le aconsejo que se marche antes de que regrese. Las despedidas son dolorosas, incluso para alguien que no está enamorado. Y usted lo está. A juzgar por su comportamiento se diría que es usted moderna e independiente. Pero en realidad no podría llevar una relación irregular con Su Alteza, y eso es lo único que puede ofrecerle. Le rompería el corazón. Christina se fijó en que no había dicho que a él también le rompería el corazón.
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-Si fuera como la actriz, él le regalaría un diamante y se verían de vez en cuando. Pero usted no es como ella. Usted piensa que es independiente y capaz, pero en lo que respecta a una relación entre un hombre y una mujer no es más que una niña. -Si eso fuera cierto no estaríamos teniendo esta conversación. -¿Creyó que se casaría con usted? -preguntó el anciano con tono despectivo. Christina se levantó y se dirigió hacia la puerta. El hombre quedó desconcertado y su voz sonó como una hoja afilada. -¿Adónde cree que va? No he terminado. Pero su tono cortante no la detuvo. -Yo sí -dijo ella girándose para mirarlo mientras tomaba el pomo de la puerta-. No me había dado cuenta de que estaba haciendo el amor con todo el servicio del palacio -dijo con calma-. Tiene razón, éste no es mi sitio. Me gusta el respeto hacia los sentimientos personales, y los compromisos del príncipe no le permiten tenerlo. Pero me alegra saber cuál es mi sitio. Supongo que debería darle a usted las gracias. -Señorita Howard... -comenzó el hombre con tono de urgencia. -Adiós -dijo ella.
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CAPÍTULO 10 C HRISTINA volvió a Atenas con Sue. Ésta, al ver la expresión vacía en el rostro de su amiga, la metió en la cama con una tisana. -Estás enferma. -Estoy enamorada -dijo Christina en voz alta por primera vez-. Prometí que te lo diría cuando ocurriera. Bueno, pues ha ocurrido y no quiero hablar de ello. -Pero... Está bien -contestó Sue-. Es el tipo del Costa, ¿verdad? ¿Te está siguiendo otra vez? ¿Quieres que monte guardia? -No será necesario. Estoy bien, sólo necesito llorar un poco y después mi vida volverá a la normalidad. Christina estaba en lo cierto. Como faltaban días hasta que comenzara su siguiente trabajo, encontró uno temporal como camarera y continuó viviendo con Sue. Cada día, Christina iba a recoger su correo y cada día regresaba sin noticias de Luc. La desolación amenazaba con instalarse de nuevo en su alma, pero ella se esforzaba por convencerse de que conseguiría superarlo. A finales de la primera semana apenas había gastado cinco libras y había ganado en propinas el doble de su salario. -Ingrésalo en el banco -le dijo Sue rechazando la intención de Christina de pagarle por su estancia-. Los amigos no pagan alquiler. Necesitarás el dinero en invierno. Así que el viernes fue al banco y vio al mismo cajero una vez más. El hombre se encogió tras el mostrador al verla y Christina no pudo evitar reír a pesar de tener la sensación de que la vida había terminado para ella. -Vengo a ingresar dinero. No haré ninguna escena. Pero en eso se equivocaba, aunque no rechistó ante la lentitud para llevar a cabo una transacción tan sencilla. -¿Señorita Howard? -dijo una voz cuando se disponía a salir por la puerta giratoria. -¿Sí? -contestó ella sorprendida. -¿Podría usted acompañarme? -dijo el guardia de seguridad. Miró al hombre sorprendida, preguntándose qué habría hecho. La condujo a la sala de reuniones del banco y la dejó allí sola sin darle más explicaciones. Cuando la puerta se abrió estaba preparada para estallar. -¿Qué demonios es...? Pero se detuvo. En la entrada estaba Luc.
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-Gracias, Vassili -dijo éste al director del banco. Christina cerró los ojos. ¡Y pensar que en algún momento creyó que conocer al director del banco podría serle de utilidad! -¿Nos vamos? -le preguntó Luc. -No voy a ir a ninguna parte contigo -dijo Christina negándose a sentirse intimidada. -Me temo que tendrás que hacerlo -contestó con calma mirándola seriamente-. No tengo intención de hacerte el amor en una sala de juntas, aunque tenga una bonita mesa como ésta. -¿Hacerme...? ¿Cómo te atreves? -dijo ella con un hilo de voz. Luc sonrió sin alegría. Sus ojos lo delataban. -Cuando un hombre está desesperado se atreve a hacer cualquier cosa, Christina. No me has dejado otra alternativa. Christina lo miró sorprendida. ¿Desesperado? -No ibas a ponerte en contacto conmigo, ¿verdad? Le dejé mi número privado al dueño del café en el que trabajas, pero nunca lo tomaste. -¿Cómo sabes que no lo apunté? -preguntó ella con voz ronca. -Era la prioridad en la agenda de mi investigador, seguida de cerca por averiguar tu dirección en Italia. Como te dije, se encontró en un callejón sin salida. Christina no podía creer lo que estaba oyendo. Luc avanzó hacia ella con impaciencia. -¿Sabes cuántas normas he roto por ti, Christina? ¿Tienes la menor idea? La chica sacudió la cabeza en silencio. Él también la sacudió con una expresión exhausta. -No, no lo sabes, ¿verdad? -hizo una pausa durante la que pareció debatirse en su interior-. Toda la gente que trabaja para mí ha estado enviándome mensajes al respecto: los consejeros, jefes de protocolo, negociadores, guardaespaldas... ¿Te diste cuenta de que teníamos compañía en el café, el día que nos conocimos? -¿El hombre de la mesa contigua? -preguntó Christina con lentitud-. ¿El que fingía leer el periódico? Sabía que nos estaba mirando. Pensé que era porque eras famoso. ¿Era del servicio secreto o algo así? -Algo así -contestó Luc con sequedad-. Se suponía que nadie debía notar lo que hacía. Pusiste en jaque su profesionalidad, me temo. Especialmente cuando tiraste el dinero que yo te ofrecí. Por primera vez en muchos días, Christina sonrió. Era un recuerdo agradable. -No me digas que se puso a recogerlo por todo el café -dijo Christina. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-No sabía qué hacer. Se suponía que iba de incógnito, así que no podía dirigirse a mí. Por otro lado, se suponía que tenía que asegurarse de que nadie me hiciera daño, o intentara robarme o insultarme o tener algún tipo de enfrentamiento violento conmigo su humor seco hizo que en ese momento le brillaran los ojos-. Pero tú lo hiciste, y le pusiste en un dilema. -Yo no tuve ningún enfrentamiento violento contigo -protestó Christina. -¿De veras? -preguntó él considerando sus palabras. -No fueron más que unos billetes... -No estoy hablando de los billetes -dijo con calma. De pronto ninguno de los dos siguió riéndose de la broma. -No debería haberte reclutado como miembro de la tripulación, ¿lo sabías? -continuó Luc-. Tu identidad no estaba clara y ninguna de las agencias que normalmente utilizo tenía una pista segura sobre ti. Nunca debí hacer que te siguieran y te ofrecieran el trabajo. Todos pensaron que estaba loco. -¿Los consejeros y los guardaespaldas? -Especialmente los consejeros. Goraev estaba tan preocupado que canceló el resto de sus obligaciones. Por eso vino a la villa con nosotros. Christina hizo una mueca de dolor al recordar la desagradable entrevista con Goraev. -Me lo puedo imaginar. -Sí -dijo Luc mirándola a los ojos-. No me daba cuenta, fui un estúpido. Mira, Goraev tiene una hija y esperaba arreglar un matrimonio de conveniencia. Casi no la conozco y nunca pensé en hacer algo así -de pronto pareció angustiado-. Por eso nunca pensé que se le ocurriría deshacerse de ti de esa manera. ¿Qué puedo decir? -No pienses más en ello. Aunque no me explico por qué se molestó en decirte nada. Debería estar acostumbrado -dijo Christina tratando de ocultar el dolor. -¿Qué quieres decir? -preguntó con el ceño fruncido. -¿No irás a decirme que no se ha deshecho de otras mujeres por ti antes? -dijo ella pensando en Juliette. Luc se puso lívido y un silencio espeso cubrió el ambiente. -Me dio la impresión de que se deshizo de la actriz -continuó ella tragando saliva con dificultad sin atreverse a mirarlo. -Entonces te confundió -dijo él ecuánime. Aquello la sorprendió y levantó la vista rápidamente. La expresión de Luc era totalmente indescifrable.
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-Sé a quién te refieres, por supuesto. Es... una amiga. Puede que durante algún tiempo fuéramos algo más. Es preciosa, lista y... bueno, ya la has visto. Christina pensó que era todo eso y mucho más, alguien con quien una simple estudiante que trabajaba como cocinera en la época estival no podía competir. La verdad le dolió. No se movió, pero algo incitó a Luc a hablar con cierta premura. -Te juro que no fue más que eso. Para ninguno de los dos -continuó. Christina se encogió de hombros fingiendo que no le importaba, pero Luc no se dejó engañar-. Créeme. No sé lo que te dijo Goraev, o lo que creíste ver en la fiesta, pero todo ha terminado. Christina, por favor, no puedes rechazarme por una tontería así. Escúchame. ¿Rechazarlo? ¿Pero de qué estaba hablando? -Si me rechazas, te seguiré -le dijo con fiereza, hablando sin darle tiempo a decir nada-. No te dejaré hasta que me hayas escuchado. -Te estoy escuchando -temblaba y tuvo que juntar las manos para que él no lo viera. -Juliette y yo, bueno, congeniamos bien. Los dos éramos famosos y sufríamos el acoso de los paparazzi. Ella tenía su vida y yo la mía y a ambos nos preocupaban nuestras carreras profesionales, pero estábamos solos. Hicimos más llevadera nuestra soledad durante un tiempo. Pero ninguno pensó que fuera para siempre. Sabe lo que siento por ti. Se lo dije en la maldita fiesta y nos desea lo mejor. Un día tal vez ella encuentre lo mismo. Christina retiró la vista y aguantó el impulso de preguntar qué era lo que deseaba que Juliette encontrara algún día. -Y si Goraev te dijo que había sido él quien la había alejado, te mintió. No tiene derecho a hablar por mí de mi vida privada. Nunca he hablado de Juliette con él ni con nadie hizo una pausa-. ¿Cómo puedes pensar que lo haría? Ni siquiera te he hablado a ti de ella. -¿Ni siquiera a mí? -Si alguien tenía derecho a saber, eras tú. Christina no dijo nada. -Mi hermana me ha dicho que te contó que Juliette y yo éramos amantes. ¿Es cierto? -Me lo dijo, sí. -¿Y no me preguntaste? -¿Qué posibilidades tenía? -explotó Christina-. La única noche que pasamos juntos no recuerdo que nos contáramos nuestras vidas. -Tienes derecho a estar enfadada. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-No estoy enfadada. ¿Por qué habría de estarlo? Fue un trabajo estupendo y una experiencia enriquecedora. -Déjalo ya -Luc dio un golpe sobre la superficie impoluta de la mesa y Christina se sobresaltó-. Tienes razón para estar dolida. Lo acepto. Pero no soporto que ironices sobre ello. No me lo merezco y no es propio de ti. -¿De veras? -dijo Christina, que por fin había salido su letargo-. ¿No es a lo que Su Alteza está acostumbrado? ¿Se supone que tengo que hacerte una reverencia y agradecerte que hayas convertido mi vida en un caos? -¿Eso he hecho? -preguntó él con los ojos relucientes. -Sí, tú... -se detuvo para reflexionar-. Tú lo habrías hecho si no... -lo miró a los ojos, pero desvió la mirada rápidamente-. Quiero decir que lo habrías hecho si Goraev no me hubiera explicado antes la situación. -Como te he dicho, él no comprendía la situación, así que difícilmente te habrá podido explicar nada. -Oh, creo que tenía una idea bastante clara -dijo Christina con ironía, aunque no consiguió ocultar su dolor. -Es un anciano. No vive en el presente. Su mundo de fantasía se quedó anclado en los años veinte. Casi arruinó las posibilidades de mi hermana de solucionar su matrimonio con sus tonterías. No puedes dejar que haga lo mismo con nosotros. Christina lo miró con asombro y su corazón comenzó a latir descontrolado. -¿Cómo pudo tener ese efecto en la vida matrimonial de tu hermana? Luc parecía irritado, pero le contestó con toda la paciencia de que fue capaz. -Mi cuñado es adicto al trabajo. Cuando está ocupado se olvida de ella y de los niños, y mi hermana se quejó. Goraev le dijo a Richard que no se lo tomara en cuenta, que ella siempre había sido así, que ya se le pasaría. El resultado fue que Richard no sabía que tenía un problema y mi pobre hermana ha estado jugando con fuego. -No comprendo. -Creo que lo comprendes muy bien -dijo Luc con perspicacia-. Según Simon, la viste flirteando con Stuart Define. Nunca me lo dijiste, fuiste muy discreta. -Pensé que eras un asqueroso periodista del corazón. -¿Un asqueroso periodista? -preguntó él atónito. -Muy asqueroso -dijo ella complacida-. Intentaba protegerlos de ti -su mirada se oscureció-. Cuando me di cuenta de que la única que tenía que protegerse era yo, no quise decírtelo. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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-Lo recuerdo -dijo él elevando los labios en una especie de sonrisa. -De todos modos, no te habría hablado de los asuntos de la princesa. -Muy correcto y propio -dijo Luc con sequedad-. El problema es que, si nadie lo hubiera hecho, mi cuñado no se habría enterado de que su matrimonio pendía de un hilo, porque no estaba para verlo por sí mismo y yo estaba demasiado abstraído en mis asuntos. -Supongo que han arreglado sus diferencias. -Están haciéndolo. Básicamente gracias a Simon. Han hablado del tema y se han dado cuenta de que ninguno de los dos quiere un matrimonio a medias, como Goraev piensa que la gente como nosotros debe vivir. -Oh -Christina no pudo decir más, pero se sintió esperanzada-. Parece que es un tipo entrometido. -Lo es. -Pero... pensé que tomabas en cuenta su consejo. Pensé que siempre lo sabía todo. -Así era. -Pero le dijiste que te informara sobre mí. -Seguridad. Todos los que trabajan para mí han sido investigados. -Ya veo -dijo ella asintiendo. -Cuando llegamos a la villa, fue la primera vez que tuve oportunidad de hablar con Goraev en un mes. Le dije que ya sabía todo lo que necesitaba saber sobre ti. Christina comenzó a sentir que le faltaba la respiración. Bajó la vista. -¿Quieres decir que Goraev no estaba de acuerdo? -Parece que no. Nosotros... tuvimos una discusión al respecto, cuando te marchaste. Fue bastante desagradable. Al final Goraev convino en que los informes sobre ti eran satisfactorios, que no eras una secuestradora ni una terrorista -se detuvo un momento sin dejar de mirarla-. El problema es que no fue eso lo que lo preocupó cuando te vio a ti extendió la mano para tocarle la cara y hacer que lo mirara-, y cuando me vio a mí. De pronto Christina comenzó a temblar y toda su aparente indiferencia se deshizo. -No sé a qué te refieres -dijo sin apenas voz. -Sabía que estaba enamorado de ti y que quería casarme contigo. Christina no supo qué decir. No podía creerlo, y aunque sus ojos le parecían inescrutables, notaba que la mejilla le temblaba ligeramente. -Y ahora, ¿podemos irnos? -preguntó Luc con tono ecuánime. Ella se quedó petrificada. Christina se dirigió a la puerta sin decir una palabra. Sólo podía pensar en las palabras de Luc: «Sabía que quería casarme contigo». Lo miró de reojo. Tenía el ceño fruncido, Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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sin el aspecto alegre que tendría un hombre que está a punto de pedir en matrimonio a la mujer que ama. Parecía que la odiaba. La llevó a un patio que nunca antes había visto y un chofer salió de una limusina oscura. Era Michael. Esa vez Christina reconoció el coche. -¡Fuiste tú quien me siguió aquella noche! -Te pido disculpas -dijo cortante. Era evidente que no estaba acostumbrado a hacerlo-. No se me ocurrió ninguna otra forma de obtener información sobre ti. -Oh -dijo ella. -Al hotel, Michael. El chofer sostuvo la puerta abierta para que pasara Christina y Luc entró tras ella. Ésta dijo lo primero que le vino a la cabeza: -Las puertas de este coche son las más pesadas que he visto nunca. -Son a prueba de balas -dijo él con una sonrisa. Christina se quedó estupefacta. Nunca se le había ocurrido. Eso ponía de relieve la diferencia entre ellos. No dijo nada más hasta que llegaron al hotel más lujoso de Atenas. Todavía estaba atónita cuando Luc la condujo a la suite de lujo y despidió al consejero que estaba allí. En cuanto estuvieron solos, Luc se acercó a ella incapaz de soportarlo más. -La primera vez que te vi... -dijo-¿Lo recuerdas? -Te golpeé con una puerta giratoria -dijo Christina. -Me golpeaste con algo más. Nunca antes me había comportado así, créeme. Nunca me había sentido así. Sé que piensas que soy un déspota, pero nunca antes había sentido la necesidad de conseguir algo con tanta premura. No podía dejarte escapar. ¿Lo entiendes? -No. -¿Recuerdas que me dijiste que podíamos ser honestos el uno con el otro porque no volveríamos a vernos? Christina asintió notando que, por alguna razón inexplicable, los ojos se le llenaban de lágrimas. -Eso pensé yo. Una chica preciosa que no sabía quién era yo. Un desayuno en un café, sin pensar en todas mis responsabilidades. Sólo era un hombre normal hablando de cosas normales con una chica. Flirteando un poco. El tipo de conversación ligera que no había tenido en veinte años. Me estaba comportando como un hombre normal, y me
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gustó. Sólo que... -se detuvo un momento y Christina aguantó la respiración—. No era así -terminó abruptamente. Christina se humedeció los labios secos. -¿Qué lo hizo diferente? -dijo ella con voz ronca. -No lo sé. Tal vez fuera que dijiste que eras grumete porque eso te daba libertad. Hacía mucho que yo no me sentía libre. Aquellas palabras despertaron mi curiosidad. Nunca antes había conocido a nadie como tú -entonces se quedó en silencio, con expresión atormentada. Christina quería acariciarlo, pero no se atrevió. -¿No estás acostumbrado a que las mujeres no caigan rendidas a tus pies? -dijo al fin ella, tratando de que su voz sonara normal. -No estoy acostumbrado a las mujeres que se toman sus prejuicios como una religión dijo con dureza-. Aquel día en el muelle no podías esperar para decirme lo desastre que era el príncipe de Kholkhastan. Ni siquiera sabías que lo habías conocido, pero ya habías decidido que era un tirano y nada te haría cambiar de idea. -Así que te propusiste hacerme cambiar de idea, ¿no? -dijo Christina alzando la barbilla desafiante-. ¿Cómo ibas a conseguirlo? ¿Mintiéndome o seduciéndome? -Ya te lo he dicho. ¡Quería que me vieras como era, maldita sea! -gritó frustrado-. ¿Era pedir demasiado? Christina nunca antes lo había oído alzar la voz, ni siquiera cuando despidió a Demetrius. Siempre tenía aquella expresión fría y tranquila, y de pronto estaba gritando como un hombre mortal. Entonces, súbitamente se dio cuenta: era un hombre al límite. -¿Desesperado? -dijo Christina creyendo de pronto todo lo que le había dicho. -Absolutamente -Luc dejó escapar una risa dura. -Entonces, cuando me sedujiste... -Hicimos el amor, Christina, por favor -la interrumpió Luc furioso-. Tú y yo, mutuamente. Pensé que allí éramos iguales, que no importaban los prejuicios ni lo que supieras de mí. En la cama no fingimos, sólo nos amamos. Christina guardó silencio. Luc se acercó a ella y la miró a los ojos. -¿O me equivoqué? -añadió con calma-. ¿Fingiste, después de todo? Ella lo miró. Parecía un ser atormentado. Christina extendió la mano esperanzada y Luc se la tomó con presteza, asiéndola con fuerza. -¿Desesperado por mí? -Creo que no podría vivir sin ti -dijo simplemente, con los ojos cerrados-. Tenía miedo de que salieras huyendo si sabías lo que sentía. Por eso te dije que me esperaras cuando Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
19/08/2008
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fui a buscar a Simon. Cuando regresé y vi que seguías allí... bueno, creí volverme loco de alegría. Nada propio de mí -soltó una risa de amargura-. Tengo fama por mi autocontrol, pero contigo... -se encogió de hombros-. Bueno, ya lo has visto. -No puedo fingir ser lo que no soy -dijo Christina con un escalofrío. Luc la miraba como si lo hubiera apuñalado. -Quiero decir que no pertenezco a tu clase -continuó-. Todos esos invitados de la fiesta, las estrellas de cine... Yo no soy así -luchaba por encontrar las palabras adecuadas-. Como cuando salimos a nadar: podrías haberme ganado, pero decidiste no hacerlo. No puedo vivir así. Todos tendrían que ser indulgentes conmigo siempre. Yo... Luc le acarició la mejilla con el dorso de la mano. Christina calló al instante y lágrimas de pánico inundaron sus bellos ojos. -Mi amor, escúchame. Te dije una vez que ser un príncipe era como hacer una representación. Bueno, la representación me había superado. Todas esas estrellas de cine, sin duda -sonrió con amargura. -No te comprendo. -Deberías. Fuiste tú quien hizo que me diera cuenta cuando entraste en mi despacho como una furia y me hiciste ver lo que Goraev estaba haciendo con mi parte humana. Tenías razón. Simon era más importante que todo el protocolo -torció el gesto de pronto-. ¿Sabes?, cuando lo encontré me dijo que no me había dicho nada de sus padres porque pensaba que estaba más ocupado haciendo cosas importantes. Me dijo que los príncipes tienen que hacer cosas que no quieren hacer y que nunca tienen tiempo para divertirse. Se dio cuenta antes que yo de lo que me estaba pasando. Se lo debo a mi sobrino... y a ti. Pensabas que te ocultaba mi identidad porque sólo quería tener una aventura contigo. Estabas muy equivocada. Mi identidad se había convertido en una cárcel. Tú habías escapado de la tuya y yo no quería que entraras en la mía. -Me dijiste que no adornarías los hechos -dijo atragantándose-. Si lo que quieres es llevarme a la cama, ¿por qué no me lo dices? Luc la levantó en volandas. -Christina -dijo con calma. -Sí... -dijo ella humedeciéndose los labios. -Mírame. -Yo... -Mírame.
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Ella obedeció. Los ojos de Luc relucían con una luz que no había visto antes. Entonces él tomó aire antes de preguntarle con sumo cuidado: -¿Me amas? -Sí -dijo ella sin más. No había motivos para fingir. -Entonces te casarás conmigo -dijo Luc soltando el aire aliviado. -Pero... -O te perseguiré hasta que lo hagas. -No puedes. No sabes dónde vivo. -Tengo tu apartado de correos en Milán -dijo con los ojos bailando de alegría-. Acamparé allí hasta que decidas ir a recoger tu correo. Christina se quedó mirándolo con sorpresa. -Me costará un montón de entrevistas con ese amigo tuyo tan estudioso. -¿Karl? ¿Qué...? ¿Por qué...? -levantó las manos en actitud de rendición. -Al principio tenía sus dudas. Me juró que no sabía cómo contactar contigo fuera de la temporada estival. Sólo cuando le dije lo que sentía por ti, y que sería para siempre, accedió a averiguarlo. El problema era que tenía un precio -suspiró dramáticamente-. Nunca concedo entrevistas personales, en principio. Si mis colegas de las Naciones Unidas se enterasen, no lo creerían. No lo olvides, preciosa mía, he hecho más por ti que por nadie en este mundo. Pero merecerá la pena. Nunca volverás a separarte de mí. -No puedo casarme contigo -dijo ella conmovida. -Si me amas, te desafío a decirme que no. Christina vio que, a pesar de su tono alegre, Luc hablaba muy en serio. Incapaz de soportarlo por más tiempo extendió la mano y le retiró un mechón de cabello de la cara. -Hablas en serio, ¿verdad? -susurró Christina. -Mi amor -dijo él abrazándola. -Pero no apruebas lo que hago. Digo siempre lo que pienso, trabajo en un barco todos los veranos y pierdo los nervios con los cajeros del banco -dijo en voz baja, pero él ya le estaba besando la sensible piel tras la oreja. -Interesante -contestó él alegre. -Además, también estudio -le advirtió-. Diseño. La escuela está en Milán, pero tengo una beca de visitante con una casa de modas de París. -Lo incluiremos en la agenda oficial -prometió Luc alcanzando al fin la boca de ella. Christina dejó de pensar y se rindió al placer. -Pensé que no me querías -le dijo con el aliento entrecortado, y Luc la miró sorprendido. -¿Que no te quería? Dime qué tengo que hacer para que me creas. Digitalizado y corregido por Sptg y Pmg
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Christina ya no tenía dudas. Todo iba a salir bien. Él la amaba. -Hazme el amor. Luc la miró fascinado. -Harán falta unos zafiros que hagan juego con esos ojos tuyos. Tendré que arreglarlo dijo Luc, y Christina le respondió fingiendo fruncir el ceño. -Hazme el amor -repitió. -Sólo si accedes a casarte conmigo tan pronto como sea posible. -Es una elección difícil. -Técnicas de negociación internacional -dijo él modestamente-. Muchos años de entrenamiento. -Oh, en ese caso supongo que sería más rápido acceder a tus exigencias y terminar con ello. -Podría convencerte -murmuró él a su oído entre suaves risas. Christina suspiró complacida entre sus brazos. Lo miró a los ojos y vio la ternura que había en ellos. -Ya me has convencido. Me casaré contigo, pero sólo si me haces el amor. -Trato hecho -dijo él, y la levantó del suelo para llevarla al dormitorio. Christina no apreció la lujosa decoración, sólo se fijó en la cama con dosel. Luc la posó encima y después perdió conocimiento de todo excepto de él. Ella extendió los brazos para atraerlo hacia sí y supo que Luc tenía razón: en el amor eran iguales. Le puso las manos sobre los hombros y dijo: -Arde, fuego, arde.
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19/08/2008