Estrecheño Por Álvaro López Franco Desde que nací estuve entre las orillas de la Bahía de Algeciras y las de las tierras tarifeñas, y por eso se empezó a forjar en mí un vínculo muy fuerte con el mar. Uno de mis recuerdos más fuertes en relación a esto fue una jornada de senderismo cuando era un niño en la zona del faro de Algeciras y el Parque Natural del Estrecho. Allí comprobé la facilidad que tenía para pasar horas mirando el mar y hacerme preguntas de todo tipo. Había una vista privilegiada del otro lado del estrecho, de África. Me imaginaba lo que había detrás de aquellas montañas, y viajaba en mi mente a lo largo del desierto, de las selvas y llegaba hasta el otro lado del continente. También recuerdo las vistas maravillosas que había de nuestro lado del estrecho y sus formaciones geológicas. Creo que este tipo de vistas fueron las que motivaron la curiosidad tan propia de los pueblos mediterráneos, que se lanzaban al mar en busca de oportunidades y conocer otros lugares. Quizá ese sí sea uno de los verdaderos valores que se pueden asociar a la cultura mediterránea. Estamos demasiado acostumbrados a que se hable de que el estilo de vida
mediterráneo ha llevado a nuestro desastre económico. No quito razón al trasfondo de esos argumentos, pero sí a que la imagen mediterránea haya quedado en eso. Debemos mucho a este mar y las civilizaciones que lo han poblado. Desde nuestro idioma, que procede del latín traído por los romanos, hasta muchas de nuestras tradiciones que tienen origen árabe. Eso son solo dos ejemplos del inmenso patrimonio inmaterial que tenemos con influjos mediterráneos. En lo material hay también numerosas y grandiosas pruebas, por ejemplo, de una arquitectura enriquecida con influencias de diversa procedencia. Además, hay que decir que muchas de nuestras ciudades fueron fundadas por pueblos que se instalaron en ellas, como los fenicios en Cádiz. Mar Mediterráneo, mar entre tierras. Es un espacio de tránsito, permeable, de unión comercial pero también de enfrentamiento y conquista. Tanto es así que nuestros antepasados tenían más relación con los habitantes del norte de África que con sus compatriotas de la ciudad de Cádiz. Un profesor contaba que en Tánger había jóvenes que decían ser estrecheños, es decir, que se sentían habitantes del Estrecho. Esto demuestra la importancia que tiene en sus vidas un espacio que es, a la vez, angosto, pero gran frontera. Es importante saber quiénes hemos sido y quiénes somos, al margen de ideas políticas o nacionalistas acerca de la identidad. En mi caso, también me siento vinculado al estrecho, a sus orillas y al flujo natural que ha habido desde los inicios de nuestra historia. Desde que alguien pudo navegar de un lado al otro. Como Paco de Lucía, nací entre dos aguas, y como canta Serrat, “si un día para mi mal viene a buscarme la parca, empujad al mar mi barca con un levante otoñal y dejad que el temporal desguace sus alas blancas. Y a mí enterradme sin duelo entre la playa y el cielo”.