Antonio Coronil
Apenas me acuerdo ya del frío, y ¡mira que ha hecho mucho este año! Hoy la mañana se ha levantado soleada y tibia. El cielo, siempre azul, sólo está moteado por el vuelo blanco de las pavanas. Empieza bien la primavera. Algeciras se hace más amable, más humana. Por eso y porque acabo de salir del ambulatorio, ya con el citrón tomado, voy a bajar a la plaza. Ya hace siete años que la jubilación me permite disfrutar de las pequeñas cosas, quizás sea un corto paseo. Pero con la velocidad justa que dan los años las cosas se ven mejor, se viven mejor. Emboco la calle Ancha y el olor a café y a licores dulces del Piñero llegan hasta la casa del Don Miguel Herrero y llenan mi cabeza de recuerdos. El canario y el verdón, porfían en trinos, desde sus jaulas al sol, en la fachada de la barbería, junto al portón verde de la Comandancia de la Guardia Civil. Enfrente, todavía puedo ver, las encendidas tertulias de la Peña Mondeño, dónde los aficionados reproducen, con imaginarios lances, las gloriosas tardes de La Perseverancia. Y unas puertas más allá, el bar El Sevillano, que hace pared con el Banco de España, hoy con acceso para minusválidos y guardia de puerta. Descanso un poco en el cruce con San Antonio, y en los cristales del Cabsy, me parece ver la puerta del ambulatorio, del primer
ambulatorio y al otro lado, la farmacia de Doña Palma Soto. Farmacia y ambulatorio juntos, el invento parece antiguo. Me saludan desde El Royalti, pero no reconozco quién es, porque el escaparate de Los Pitufos, se ha llenado de máscaras y disfraces. Y don Régino Martínez espera en la puerta de una clínica dental. Ya se huelen los dulces de la Palma Real y el tostado de sus frutos secos. Voy llegando al final de la calle, y frente a la consulta de Don Emilio Burgos, la tienda de Los Espantosos, que con el tiempo creció hasta hacerse unas Galerías, Galerías Villanueva y ahora ha evolucionado a un Organismo… espero que vivo. Bajo por el callejón de Cardona, que digo yo que esta calle tendrá su nombre, pero mejor seguir el sabio dictado del sastre Cardona, que no el de otros dictadores.
Ya estoy en la Plaza Alta. No ha cambiado mucho por este ángulo, pero cuando la cruzo, allí están. En una esquina el Banco Español de Crédito. Y en la otra, las telas de La Africana y en medio, la Mantequería de Maricarmen, dónde se podían adquirir finas delicias gastronómicas. La coqueta y párvula fachada de la capilla de Europa, ahora sin La Taurina adosada, me anuncia la proximidad del mercado. Ya se ven más bolsos y menos maletines. Menos carteras y más monederos. Y pasando el boquiabierto león de Correos… Casa Fillol y lo de Ramírez, que juntos… les cabría un Corte Inglés. Bajo la calle Real con cuidado, que ya voy teniendo una edad y refrenado para combatir la cuesta, miro por el portón del patio de las enormes tinajas, dónde contaban que se escondían hombres durante la guerra. Y enfrente, la cuchillería de los hermanos Jácome. El trajín del mercado, el olor a churros, el ir y venir de cajas y mandiles y una buena pila de melones y sandías regados por el suelo anuncian mí llegada a la Plaza. La Plaza Baja, verdadero corazón latente de las mañanas de Algeciras. ¡Ay la memoria! mi memoria que me acerca todos estos recuerdos a la cabeza, y que no es capaz de acordarse de lo que hice ayer.
Cosas de la edad, que dicen. Pero es igual. Algeciras es la que hoy existe. Y la de ayer, sรณlo vive en el alma de los viejos. Pero yo la paseo igual, la vivo igual, la siento igual. Ya nos faltan muchos, pero la Algeciras de postales viejas, sรณlo sirve para llenar alguna pรกgina web y los รกlbumes de Juan Moya. Algeciras es y serรก su gente, sus vecinos, sea cual sea el decorado, que no es mรกs que un parque temรกtico de emociones. No podemos, sino que queremos seguir siendo la ciudad hospitalaria y tranquila que siempre fue. A la orillita del mar, abierta a lo que el estrecho nos quiera traer. Algeciras, ahora con mรกs velos, con mรกs colores, con nuevos sabores, con mรกs ilusiรณn si cabe, se sueรฑa con los recuerdos, pero se vive de corazรณn. Cosas de viejos. De viejos maravillosos, como mi padre.