Firma Javier Malla 020215

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Firma de la SER. 2 de febrero de 2015. Algeciras, un reloj de arena. Uno se siente indignado y avergonzado cuando se produce un nuevo accidente en el túnel de acceso a Algeciras, fundamentalmente porque vuelve a ponerse de manifiesto el tremendo abandono al que históricamente está sometida la ciudad por parte de Madrid y de Sevilla. Ese túnel de la muerte es la parte estrecha de un reloj de arena al que se llega a 100 km/h por el puente de Celupal y se sale a otros tres carriles para entrar en territorio portuario. Es una madriguera, de un carril sin arcén y muro, hecha en su día para que los provincianos de Algeciras cerrásemos el pico. Pero esta ciudad, la segunda en población de todo Cádiz detrás de Jerez, no sólo tiene este reloj de arena, porque toda ella es un rincón angosto al que se llega con muchísima dificultad. De entrada, el presupuesto del desdoblamiento de la N-340 se acabó en Vejer y, casualidades de la vida, se empezó desde Cádiz para abajo, en vez de Algeciras hacia arriba. Pero, por si fuera poco, el Ibertrén que llega a Algeciras es el peor de toda España. Los vagones son los más antiguos del Reino y la bajada desde el apeadero de Antequera da igual si la haces en tren o en un carro tirado por mulas. Somos la ciudad de los relojes de arena. Yo llevo casi treinta años vinculado a los periódicos del Campo de Gibraltar y, desde que debuté en el Diario Área allá por los ochenta, vengo escribiendo de lo mismo, circunstancia que se hace más sangrante si tenemos en cuenta que el hermético puerto local se vanagloria de apilar contenedores con más poderío que nadie en el Mediterráneo. Ahí sí que no tardan las obras y se nos arrebata a los algecireños nuestro patrimonio natural heredado de nuestros padres y abuelos. Pero en fin, todo esto viene muy a cuento cuando se comprueba, en la capital política de esta provincia, que Cádiz ya tiene prácticamente terminado su segundo y espectacular puente de acceso a la ciudad y que ha conseguido soterrar el tren. De todas formas, qué se puede esperar de una Algeciras que no es capaz de iluminar el cachito de circunvalación que tiene y que las autoridades portuarias son felices con su ciudad de grúas y vendiendo estadísticas al mundo de barcos gigantes que ni nos miran a la cara. Por Javier Malla.


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