LA FIRMA
SER
ENERO
DOMINGO Hace unos días, nos ha dejado un hombre bueno, un niño de 88 años, que se convirtió en mi segundo padre, porque el mío se fue a los 41 años, cuando yo tenía tan sólo 16. Domingo Martín, fue durante muchos años el relojero que cuidó con mimo y daba cuerda con todo su cariño, el Reloj de la Torre de la Plaza Alta. Domingo era un hombre alegre y divertido, siempre con sus bromas, coplillas y risas, adoraba ese Reloj, y también a su Rinconcillo, al que solía ir andando desde su casa de la Bajadilla a diario, hasta el bar de Bernardo con su esposa Luisa. Con ella formaban un equipo increíble, cómplices y amantes que vivieron felices juntos toda su vida hasta que ella nos dejó hace unos años. Adoraba con pasión a sus hijos Domingo y Mª Luisa, y a sus nietos Jose y Paola, su ojito derecho. Vivió feliz y acompañado de sus hijos hasta los últimos días, con los cuidados y mimos que Merchi le dio, como si hubiera sido su propia hija. Esa terrible enfermedad que roba los recuerdos de las personas que lo padecen, se adueñó de él. Pero siempre miraba con ese brillo en los ojos a su familia, en especial a su nieta Paola a la que solía decir incluso en los momentos de olvido, que era lo que más quería en el mundo. Porque nunca, ni en los peores momentos en los que no sabía ni su nombre, se olvidó del amor por su gente. Admiraba Algeciras, a su barrio de La Bajadilla, la Peña de Los Veteranos en la Fuentenueva, donde le gustaba rodearse de sus amigos, le encantaban sus paseos hasta la playa, donde desde la época del chiringuito de Bernardo instalado en la arena, fue fiel, y acudía a diario, mientras se lo permitieron sus piernas. Recuerdo sus bromas haciendo rabiar a su mujer, sólo para escucharla, y riéndose luego con ella, cantándole al oído, y diciéndole a todas horas cuánto la quería. Dijo alguien que las personas que nos dejan, no lo hacen definitivamente, porque siempre vivirán en un rinconcito de nuestros corazones, y Domingo está y estará siempre, en los corazones de todos los que tuvimos la suerte de conocerlo, y de compartir con él nuestras vidas. Siempre me trató y me quiso como a una hija.
Era un hombre creyente, así que estoy segura de que Domingo está ahora con un brazo rodeando el cuello de su mujer, bromeando con ella y mirando desde donde esté, a sus dos hijos, y a sus nietos, cuidando con cariño de ellos desde la distancia. Los escalones de la Torre la Plaza Alta, el engranaje del Reloj, la bruma de la Bahía, las olas de su playa del Rinconcillo, la gente que le conocimos y su familia, lloramos su pérdida, pero le recordaremos siempre por su amor por su gente y por la vida, y por su corazón lleno de inmensa bondad. Es ley de vida, pero nos deja un hueco demasiado grande, que nos encoge el corazón. Hasta siempre Domingo. DEP. Mª del Pilar García Victorio