La firma: Rosario Pérez Sé que un artículo de opinión tendría que estar ligado, rabiosamente ligado, a los temas de eso que llamamos actualidad. Sí, ya saben, la política, la economía, los sucesos, los deportes, la cultura, ….. Sin embargo, mañana, 17 de enero, es el cumpleaños de mi hijo, y desde hace días yo no puedo pensar en otra cosa que en la carita que pondrá cuando sople la vela de una tarta que ya está encargada, por supuesto, y en la que pondrá también cuando vea a su madre disfrazada de payasa, y en la luz que seguramente iluminará sus ojitos cuando abra los regalos. Daniel, mi hijo, cumple mañana dos años, y lo hará sin saber que él es el mayor de los regalos, el más grande de todos, el que una tarde fría y lluviosa dio un nuevo sentido a la vida de su padre y a la mía, después de tantos años de incertidumbre. Daniel nada sabe de ecografías, de tratamientos, de histerosalpingografías, de inyecciones a 250 euros la caja, de quirófanos ni de anestesias. Tampoco sabe nada de noches en blanco, de paquetes de kleenex, de rezos y plegarias a todos los dioses conocidos, de litros y litros de latas de acuarius,
de horas y horas de sofá sin mover un músculo, de mañanas de jaqueca sin tomar una aspirina, esperando un milagro. Y por supuesto, como todos los bebés que vienen al mundo, Daniel tampoco sabe nada de contracciones, de amenazas de parto prematuro, de monitores, de salas de dilatación, de oxitocina, de epidurales, de episiotomías, de mujeres en bata chillando, de hombres pálidos agarrando manos, de matronas clavando codos en las barrigas…. Daniel no sabe nada de todo eso, ni falta que le hace, pero mañana hace ya dos años desde la primera vez que su mirada y la mía se encontraron, y yo no puedo evitar pensar en lo deprisa que pasa el tiempo, y en que las mejores cosas de la vida son, a veces, las que más trabajo cuestan. Por eso, yo no puedo escribir hoy de ninguna otra cosa, y no puedo pensar en ninguna otra cosa que no sea en aquel puñado de momentos exactos que cambiaron mi vida, y convirtieron el invierno en primavera. No puedo hacer otra cosa que recordar el momento exacto en el que Tony, mi compañero de viaje, y yo decidimos que, al menos, había que intentarlo. No puedo hacer otra cosa que recordar las palabras de aliento, el trabajo impecable, de Paloma, de Antonio, de Noelia, de Sara, de María del Mar, de Alegría,…. Los momentos de angustia compartidos con Jose Manuel, con María, con Adela, con Lola, con Jose Antonio, con Eli, con Santa, con Mónica, con mi familia, con mis amigos de siempre que estaban lejos y que de repente ya no lo estaban, con el recuerdo de mis abuelos, y, sobre todo, de mis abuelas, que a veces, entre el sueño y la vigilia, parecían estar conmigo, sentadas en el borde de mi cama, sonriéndome y cogiéndome las manos. Mañana, 17 de enero, vuelve a ser otra vez el día más importante de mi vida, como cualquier otro de los 365 días del calendario lo será para todas aquellas mujeres que un día cualquiera decidieron ser madres y emprender el camino más incierto, más difícil y, a la vez, más bonito del mundo. (Rosario Pérez Villanueva)