Más de 700 mujeres han sido asesinadas en la última década a manos de hombres que, supuestamente, deberían haberlas amado, cuidado y respetado. Aquí, en nuestra comarca, en el Campo de Gibraltar, 782 han acudido en el último año al Servicio de Atención a Víctimas de Andalucía, 342 de ellas por casos claramente tipificados como violencia de género. La frialdad de los datos, que sólo parecen golpearnos como ciudadanos cuando hay muertas de por medio, esconde una realidad en muchos casos silenciosa, triste, macabra, que debería avergonzarnos como sociedad supuestamente libre, pacífica y democrática, y contra la que, sin embargo, no terminamos de actuar como deberíamos. La violencia de género, de una u otra forma, es un mal globalizado que no entiende de fronteras. Aquí, en nuestro país, en España, después de más de 30 años de democracia, no sólo no hemos sido capaces de derrotarla, sino que, de un tiempo a esta parte, asistimos impotentes a la consolidación de opiniones, ideas y actitudes que deberían hacer que se nos cayeran los palos del sombrajo. Nosotros, los españoles, herederos de una dictadura machista que durante casi 40 años consolidó un sistema patriarcal, en el que la mujer pasaba de estar bajo el manto paterno a convertirse en propiedad de su marido, sin derecho alguno a dar un sólo paso sin el permiso masculino, no terminamos de dar con la tecla que nos permita erradicar la que ya es considerada como una de las mayores lacras del siglo XXI. De un tiempo a esta parte, además, la tecnología parece haberse aliado con las mentes retorcidas de quienes confunden amor con sumisión, y la sociedad del espectáculo, que a través de la televisión, todo lo banaliza, acaba de hacer el resto.
Seamos sinceros: esta sociedad tiene un grave problema, un cáncer que se propaga casi sin que nos demos cuenta, amparado en el anonimato de los libros de familia, al abrigo cómplice de un techo y cuatro paredes que no oyen, aunque las viviendas que se construyen hoy en día tengan los muros de plastilina. Lo sabemos, somos conscientes de que nuestra sociedad está claramente enferma, y lo peor es que no terminamos de encontrar la medicina. Tal y como ha afirmado hoy en Algeciras la directora general de Violencia de Género de la Consejería de Justicia e Interior, Encarnación Aguilar, o empezamos a implicarnos de verdad en la educación en valores de Igualdad o no lo superaremos nunca. Se puede decir más alto, pero no más claro. La violencia de género ya estaría erradicada si todos los niños y niñas que vienen al mundo cada día, absolutamente iguales en su desnudez y su inocencia, fueran educados en Igualdad por padres y madres concienciados de que la Igualdad no sólo es posible, sino absolutamente necesaria e imprescindible. Mientras eso no se nos meta en la cabeza, mientras haya bebés que vayan siendo criados, primero, y educados, después, en la discriminación y la diferencia, en que hay cosas de chicos y cosas de chicas.... mientras haya adolescentes que crezcan pensando que el amor es sinónimo de posesión, que los celos son normales, que quien te quiere te hace llorar, y todas esas mamarrachadas,..... seguiremos teniendo un problema. La violencia machista, como todos los tipos de violencia, no brota de la noche a la mañana. Como saben perfectamente quienes se dedican a combatirla, el ciclo de la violencia de género es muy sutil: suele empezar con la violencia psicológica, que es casi imperceptible, y pasa por varias fases: el afán por controlarlo todo, la violencia económica, el chantaje emocional, la presión sobre los hijos, el insulto y los ataques a la autoestima..... Desde que una mujer comete, sin saberlo, el error de enamorarse de un maltratador, hasta que llega al cementerio, pasan muchas cosas. Muchas de ellas podrían evitarse. Y entre todos, entre todas, podríamos conseguirlo si realmente, de una vez y para siempre, nos lo tomáramos en serio.