Firma de la SER. 29 de junio de 2015. La fauna de Las Palomas. Por Javier Malla. No sé si se han preguntado alguna vez cómo determinada gente suele ir tan arregladita a la plaza de toros de Algeciras, ellos, con sus camisita planchada, chaquetita y gomina; y, ellas, con taconazos, vestido elegante y peinado de peluquería. La verdad es que tiene mucho mérito porque dejar el coche a dos o tres kilómetros y cargar con la merienda, a las siete de la tarde y con treinta y cinco grados, no suele ser compatible con tanta compostura. Pero uno no tarda en descubrir que tanto pijo local como atesora Las Palomas no deja su coche en el Lian Champó o Las Colinas como el resto de los mortales, sino que lo aparca al lado de la puerta de acceso a su tendido de sombra porque tiene a un primo de un sobrino de la autoridad que le pone tarjeta en el parabrisas para entrar by de face. Y son los mismos pescuezos de siempre de Algeciras. Y tú pasas por su lado con la neverita de la merienda y las almohadillas para sentarte en blando, con una calorina de cojones y jurando en arameo, y te acuerdas de toda su ascendencia sólo con una miradita. Y es que en realidad siempre han existido ricos y pobres, pero es que en nuestro pueblo hay una pila de tiesos que se pegan al costillaje del político de turno, sin importarles el color, con tal de mantener un estatus que ni la difunta duquesa de Alba.
Pero no se queda ahí el asunto de Las Palomas. ¿Qué me dicen ustedes de ese poblado callejón en el que hay más gente que en la salida del Medinacelli? Vamos, que los profesionales del toro tienen que ir pidiendo permiso para pasar y hacer su trabajo. Fotitos con el bracito echado por lo alto, saludos a la barrera y meriendas del Guijuelo y el Okay, ese es el paisaje que se contempla cada tarde mientras padecemos los regalos de orejas, un ganado muy justito y la banda tocando una marcha de Semana Santa. Somos especiales también por todo esto, así que voy a estar pendiente un año más para renovar mi abono porque el espectáculode estos energúmenos no me lo pierdo por nada del mundo.
El callejón de las Palomas desde el tendido