Tradición Católica : Abril-junio 2018

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Editorial

Un magisterio de confusión

E

l magisterio eclesiástico, por derecho divino, pertenece al Papa para la Iglesia Universal, y a los Obispos para su propia diócesis. El Papa es el sucesor de San Pedro, y los Obispos son sucesores de los Apóstoles a quienes Nuestro Señor Jesucristo personalmente instituyó como doctores supremos de la fe. Ellos recibieron de Dios la misión de anunciar a sus discípulos la doctrina cristiana, de vigilarla y mantenerla pura. De esta manera, ellos continúan con la obra de Nuestro Señor Jesucristo quien, después de su Ascensión, no está con nosotros de manera visible. De modo que la función de dicho magisterio es la de inculcar en los fieles las convicciones sobrenaturales: recordar, enseñar e imponer las verdades de fe y moral, defenderlas contra sus enemigos. A partir de 1962 apareció una novedad. El Concilio Vaticano II declaraba no querer ser más que un concilio “pastoral”, que no define las cuestiones de fe y costumbres sino que da directivas pastorales para la vida de la Iglesia. El Concilio renunció a la condena de errores y definición de dogmas y así a la infalibilidad de que, no de suyo pero sí precisamente cuando se definen dogmas o se anatemizan errores, gozan los actos de un concilio aprobados por el Papa. Por lo tanto sus documentos no son infalibles, salvo cuando retoman y reafirman previas enseñanzas infalibles. Todos los anteriores concilios de la Iglesia habían sido pastorales, pero lo habían sido definiendo dogmas, desenmascarando errores, defendiendo la doctrina católica y luchando contra los desórdenes disciplinares y de moral. La originalidad del Concilio Vaticano II fue la de querer ser “pastoral” de una manera diferente, rehusando definir dogmas, condenar errores y hasta presentar la doctrina católica de manera defensiva. Una de las características de la actual crisis de la Iglesia es que ha sido alentada por las más altas autoridades de la Iglesia. Los papas han alentado personalmente esta crisis: 1.- Sosteniendo a los teólogos modernistas; 2.- Defendiendo ellos mismos opiniones y realizando actuaciones irreconciliables con la fe católica; 3.- Poniendo obstáculos a los defensores de la fe. Actualmente se siguen las mismas pautas. Hoy el magisterio se ha convertido más bien en la expresión de puntos de vista personales, de unas consideraciones que reflejan un sistema de pensamiento ajeno a la función magisterial. El Papa, que debería guardar y manifestar el depósito de la fe, de la Revelación divina, no lo hace sino de una manera muy débil. Lejos de confirmar la fe, por desgracia, es causa de turbación cuando no de escándalo. La autoridad moral del Papa Francisco parece que crece, pero no en su manifestación religiosa, sino de cara al mundo. Su discurso es puramente humanitario, imbuido de humanitarismo. Cuando se le acoge con entusiasmo no es porque se trate del Romano Pontífice, sino porque se le considera como al principal representante de esta nueva mentalidad general, la que desea un mundo bueno y busca la paz a toda costa, pero dejando a Dios y sus normas de lado. El único conflicto que quedaba con ese mundo, enemigo de nuestra alma, se situaba en los puntos de moral. El ecumenismo tal como hoy se practica se ha ido encargando


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