Hojitas de Fe 013 - Vida de San Andrés

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Sed imitadores míos

5. Fiestas del Santoral

La fiesta de San Andrés suele coincidir, día más, día menos, con el comienzo del tiempo de Adviento, que se compone de cuatro semanas, cada una de las cuales significa mil años: son los cuatro mil años en que la humanidad esperó al Mesías Hijo de Dios, después de comprobar la terrible miseria en que los había sumido el pecado, y la radical impotencia en que se encontraba para salir de ella por sí misma. Pidamos al Señor que este tiempo nos sea espiritualmente provechoso, avivando nuestro fervor y generosidad en el cumplimiento más perfecto de nuestros deberes, en la huida más vigilante del pecado y en un mayor recogimiento y oración. Para tener delante un ejemplo que a eso nos aliente, consideremos el caso de San Andrés, el apóstol amante de la cruz. En este santo, en relación a la cruz, encontramos tres etapas distintas, que podemos comparar con lo que ha de suceder en cada uno de nosotros.

1º Vida de Andrés antes de la Pasión del Señor. La primera etapa es la vida de Andrés antes de la pasión de Jesús. Por los Evangelios conocemos bastantes datos para hacernos una idea de lo que fue la vida de este Apóstol en esta primera etapa. Nacido en Betsaida, ciudad de Galilea, territorio de la tribu de Neftalí, Andrés era hermano de Simón Pedro, y juntamente con él se había iniciado en el oficio de la pesca. Debió ser Andrés un muchacho generoso y dócil, como lo vemos por la historia del Bautista: cuando el Precursor sale a predicar, su predicación llama la atención de Andrés, que se resuelve a seguirlo. Una vez junto a San Juan Bautista, Andrés saborea la doctrina austera del Bautista, que era una doctrina de penitencia y mortificación, y le pide ser recibido como discípulo suyo. Ciertamente que fue San Juan Bautista quien, por su dirección espiritual, echó en el alma de Andrés la primera semilla que había de conducirlo más tarde a la santidad a que llegó. Fue Andrés, por tanto, un joven generoso, deseoso de mortificarse. Pero también lo distinguió la docilidad, como lo muestra la continuación de la historia. Un día San Juan Bautista señala al Salvador: «Este es el Cordero de Dios, este es el que quita el pecado del mundo». Dos veces da el Precursor este testimonio frente a sus discípulos. Y Andrés, viendo que su Maestro indicaba a alguien más


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grande que él, al Mesías, al punto se levanta con otro compañero, Juan, hermano de Santiago, y lo siguen ambos. «—¿Qué queréis? ¿A quién buscáis? —Maestro, ¿dónde moras? —Venid y ved». Y se quedan con el Señor aquel día, y lo reconocen por Mesías. De allí brota el celo de Andrés: en la primera oportunidad, lleva a su hermano Simón ante Jesús, diciéndole que ha encontrado al Mesías de que habló Moisés. Ambos hermanos van a ser distinguidos por el Señor con el mismo regalo, la misma muerte, la muerte en cruz, a imitación suya. Un tiempo más tarde, Nuestro Señor se digna llamar definitivamente a Pedro y a Andrés, y los incluye en el número de los Doce. En sus instrucciones a los apóstoles, el Señor empieza a hablarles del misterio de la cruz, de la renuncia a sí mismos, de su muerte en Jerusalén, y los apóstoles, entre ellos Andrés, no entienden nada a este lenguaje.

2º Vida de San Andrés desde la pasión del Señor hasta Pentecostés. Segunda etapa de la vida de San Andrés: la cruz que el Señor les había anunciado, que ellos veían como lejana, que no comprendían, el Señor se la impone ahora sin darles explicaciones, pero exhortándolos y preparándolos antes por medio del Sermón de la Cena. El Señor es apresado, los apóstoles se escandalizan de ello, esto es, lo abandonan y se sumen en la mayor de las tristezas, incapaces de comprender el misterio de la cruz. ¡Qué días de sufrimiento para los apóstoles los del triduo sacro! Pero, cumpliendo sus promesas, el Señor resucita y se les aparece, y les muestra el resultado de la cruz. Poco a poco los apóstoles van comprendiendo: por la cruz Nuestro Señor ha redimido al mundo, ha vencido al demonio, ha merecido para las almas todas las gracias necesarias para salvarlas, ha fundado la Iglesia, y a ellos les encarga perpetuar esta obra, continuando la misión redentora a través de los tiempos, ellos y sus sucesores. Puede ser que hasta la venida del Espíritu Santo, Andrés y los demás apóstoles hayan seguido sin comprender el misterio de la cruz, al menos por carecer de la experiencia personal de la cruz; pero no podían dejar de ver sus frutos asombrosos.

3º Vida de San Andrés desde Pentecostés hasta su muerte. En la tercera etapa de su vida, la relación de Andrés con la cruz cambia radicalmente. Ya no es la de la incomprensión de la cruz, ya no es sólo el ver sus frutos, es el amarla ardientemente. La venida del Espíritu Santo sobre todos los discípulos y la Virgen transformó profundamente el alma de Andrés. Empezó a ver la cruz como prueba señaladísima del amor que se tiene al Maestro y a las almas. Comienza a predicar el misterio de Jesús, y de Jesús crucificado, primero


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en Palestina (donde sufre reiteradas veces la prisión y malos tratos por parte del sumo sacerdote, según nos lo cuentan las actas de su vida); luego, en el momento de la dispersión de los apóstoles, le cae en suerte a Andrés la evangelización de la Escitia, del Epiro, de Macedonia y Acaya. Allí, en Acaya, más precisamente en la ciudad de Patrás, es donde el apóstol predica con más fruto, pero también atrayéndose la enemistad del gobernador, Egeas, sumamente celoso del culto de los dioses del imperio, impedido por la predicación de Andrés. El Breviario nos da cuenta del combate que tiene lugar entre estos dos hombres. Andrés se presenta ante Egeas para echarle en cara que impida la predicación del nombre de Jesucristo: «Tú, que has recibido el poder de juzgar a otros hombres, ¿no deberás reconocer a tu Juez que está en el cielo, reconociéndolo y honrándolo? Abandona, pues, el impío y abominable culto de los ídolos, y acepta la fe en Jesucristo».

A lo que contesta Egeas: «¿Eres tú Andrés, que hace profesión de destruir los templos de nuestros dioses, y persuade a todo el mundo a esta nueva religión condenada y proscrita por el edicto de los emperadores?».

Andrés: «Estos edictos los publicaron porque no conocieron el gran misterio de la salvación de las almas, y cómo el Hijo de Dios vino a desarmar a los demonios y sacarnos de su esclavitud».

Egeas: «Semejantes discursos no impidieron que tu Jesús fuera ignominiosamente crucificado por los judíos».

Andrés: «Es cierto que Jesucristo fue clavado en una cruz; pero nada hay más noble y glorioso que esta cruz, en la que El quiso salvarnos de nuestros pecados. Yo mismo escuché de sus labios repetidas veces las predicciones de su muerte, y las garantías que nos daba de que en su inmolación estaba contenida la salvación del mundo».

Egeas: «Deja ya de publicar las glorias insensatas de la cruz, y sacrifica a los dioses del imperio; si no, te haré clavar en la misma cruz que tanto alabas».

Andrés: «Yo inmolo cada día a la majestad de Dios omnipotente, no toros ni machos cabríos, sino el Cordero inmaculado, que después de haber sido comido por cada fiel, sigue estando entero y vivo. Este es el único sacrificio que conozco, por lo que no pienso sacrificar a tus dioses, ni honrar por ellos a los demonios. Y si me amenazas con el suplicio de la cruz, sábete que ella es todo el objeto de mis deseos, y que lejos de inti-


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midarme, nunca estaré más contento que cuando me vea clavado en la cruz, a imitación de mi Maestro».

Egeas, airado por estas palabras, lo hace encerrar en la prisión, de donde el pueblo cristiano, muy numeroso e indignado contra Egeas, lo habría sacado, si el mismo Andrés no lo hubiese frenado y aplacado, rogándole que no le quitaran la gracia del martirio, y recordándole cómo el Salvador había sufrido pacientemente los sufrimientos de su pasión, sin defenderse ni permitir que lo defendieran. Y conjuró así a los cristianos a que su actitud no se transformara en sedición, sino que ellos mismos se prepararan al martirio. Viendo Egeas que Andrés había calmado al pueblo, lo convocó de nuevo a su tribunal, donde de nuevo lo intimó a sacrificar a los dioses. Andrés se niega firmemente, y por ese motivo Egeas lo condena, cumpliendo su amenaza, a morir en la cruz, después de haberlo atormentado largamente en el potro. ¡Con qué acentos de amor recibió Andrés la cruz que le traían!: «Oh, cruz, tanto tiempo deseada, ardientemente amada. ¡Cruz, que de los miembros de Cristo, que en ti fue clavado, has recibido una belleza incomparable! Recíbeme ahora en tus brazos, y devuélveme a mi Maestro, para que por ti me reciba quien en ti por mí quiso morir».

Egeas, para más prolongar el martirio de Andrés, en vez de clavarlo en la cruz, lo hizo atar solamente; por lo que Andrés se quedó dos días colgando de ella, y desde ella predicaba al pueblo, que acudía a él y se indignaba de ver que se hubiera condenado a un hombre tan santo y piadoso. Momentos antes de morir, una luz resplandeciente rodeó a Andrés y la cruz, y poco tiempo después, mientras esta luz se iba haciendo más tenue, rindió su espíritu al Señor, para recibir de El el premio de la inmortalidad.

Conclusión. Pidamos a San Andrés esta gracia, que tal vez solemos pedir poco: el amor de la cruz por amor a Jesús y a María; la ciencia de la cruz; la fortaleza para llevarla cada día, sin quejarnos, sin desalentarnos, con paciencia. También nosotros, poco a poco, iremos avanzando en este arte de los artes. • Al principio seremos como el primer Andrés: sabemos que hemos de sufrir, pero no comprendemos nada a este sufrimiento, y lo vemos como lejano, ya vendrá algún día; • luego, llegará el momento, si no llegó ya, en que el Señor nos imponga esta cruz, como a Andrés, sin comprenderla, pero dejándonos ver poco a poco el fruto enorme que sacamos nosotros y que sacan las almas; • finalmente, Dios lo quiera, aprenderemos a amar la cruz, a Jesús crucificado, y desearemos renunciar a todo, morir a todo, para que esta cruz nos devuelva a nuestro amado Señor. 1

© Seminario Internacional Nuestra Señora Corredentora C. C. 308 – 1744 Moreno, Pcia. de Buenos Aires FOTOCÓPIAME – DIFÚNDEME – PÍDEME a: hojitasdefe@gmail.com


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