Política El péndulo latinoamericano hacia la izquierda
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Nildo Ouriques* Lo más valioso del trabajo intelectual es que puede levantarse por encima de las coyunturas, para ayudar a la gente a entenderlas, a mirar más allá de sus narices y a representarse un mundo y una vida muy superiores a las condiciones en que se vive, y ayudar a la gente a buscar los caminos.
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Fernando Martínez Heredia. En el horno de los 90
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Hace algunos años el papel reservado a una parte de los intelectuales críticos en América Latina se limitaba a denunciar los estragos causados por la modernización capitalista que los liberales de izquierda denominan “neoliberalismo”. Las posibilidades revolucionarias hibernaban como los osos, aunque muchos vaticinaron que el sueño sería eterno. Pero sabemos que los osos, después de un largo sueño tienen que despertar. Y así también ocurre con la historia de manera que el nuevo siglo empezó en América Latina con innúmeras rebeliones. Al principio, representaban apenas una reacción en contra del proceso de empobrecimiento de amplias mayorías que, en el pasado reciente, había prestado su apoyo a gobiernos anti-nacionales y anti-populares. Al principio, es necesario reconocerlo, estas rebeliones fueron espasmos sociales. Luego, ganaron tanta fuerza que ensayaron gobiernos revolucionarios como lo demuestra la junta revolucionaria ecuatoriana que dirigió la rebelión popular de enero del 2001 manteniéndose en el poder por algunas horas. Finalmente, llegaron a los gobiernos personajes populares como Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en el mismo Ecuador que serian impensables sin aquellos espasmos o rebeliones. Ni hablar de Hugo Chávez en Venezuela y las importantes transformaciones que allí ocurren y de la promisoria situación que se presenta en Cuba en función del nuevo escenario de la región que supera el bloqueo
latino-americano al primer territorio libre de América. ¿Bloqueo latinoamericano? Sí, porque además del bloqueo estadounidense, muchos gobiernos de la región apenas mantenían relaciones formales con la isla caribeña y participaron del bloqueo. La causa básica de la rebelión popular que se inició con la crisis en Argentina fue el empobrecimiento de las mayorías. La modernización capitalista moldeó un poderoso bloque de clase que controla el estado en América Latina: capital bancario, capital industrial, agricultura de exportación y fondos de pensión, lo que implica una alianza de clase en que una minoría de trabajadores están contemplados juntamente con la vieja clase dominante. El control y la multiplicación del endeudamiento estatal es el garrote que estas fracciones de clases aplican en contra de las clases subalternas; para mantener el pago religioso de la deuda –especialmente la interna– y garantizar ganancias fantásticas sin producir un cerillo, es absolutamente indispensable la austeridad sobre todo el pueblo por medio de superávit fiscales que ni siquiera en períodos militares fueron conquistados por los dueños del poder. El resultado es obvio: el patrón de vida y trabajo de millones de latinoamericanos es muy semejante en no pocos casos a los del siglo xviii. La aceleración de la modernización capitalista hizo colapsar el sistema político de América Latina. Este sistema de dominación, caricaturalmente iden-
* Presidente del Instituto de Estudios Latino-Americanos (iela) y profesor del Departamento de Economía de la Universidad Federal de Santa Catarina (ufsc). Miembro de la Red Brasileña de Estudios Latino-Americanos (rebela).
Finalmente, la izquierda empezó a actuar suponiendo que un sistema y un país solamente puede ser democrático si logra la soberanía, la plena justicia social y la profunda democratización del estado, es decir, si las grandes decisiones están bajo control popular. Fue así que nació el concepto y la praxis de la democracia participativa, primero en Venezuela y, luego después, en Bolivia, cuando Evo Morales pasó a encabezar la Revolución Democrática y Cultural en curso en el país andino. La reciente victoria de Rafael Correa en Ecuador representa la rearticulación de las energías revolucionarias disipadas por la astucia de Lúcio Gutierrez, pues electo para cambiar el país, decidió seguir la senda de Washington y de la elite criolla. Este eje –Venezuela, Bolivia y Ecuador– ha sido capaz de influenciar a millones en otros países en donde las masas observan tímidos cambios –como en la Argentina de Kirchner– o sencillamente más de lo mismo, en el Brasil de Lula. Pero lo fundamental es que el péndulo latinoamericano se desplaza hacia la izquierda y hay buenas posibilidades de lucha en los próximos años. No obstante estas importantes posibilidades, todavía subsiste en los sectores de izquierda un análisis centrado en los límites de los gobiernos como si la dialéctica latinoamericana pudiera ser resumida de acuerdo con el “buen o mal” manejo de la presidencia da república. Todo funciona, como sabemos, al revés: la presidencia esta sometida a la lucha de clases y a la totalidad de la vida social. Así, los límites que fácilmente observamos en gobiernos como el de Lula en Brasil y Tabaré Vázquez en Uruguay no son más que expresiones de la calidad de la izquierda en estos países. Ha sido un recurso muy común de muchas organizaciones, grupos políticos e intelectuales, la crítica a los gobiernos sin el análisis de la calidad de su propia praxis política. Imposibilitados de profundizar la crítica hasta donde ésta tiene que ir, la limitan al horizonte moral: acusan a los gobiernos de traicionar la causa popular. En el actual escenario este tipo de crítica es comprensible –e incluso puede ser justa– pero es obviamente incompleta, pues el proceso de conversión o sencillamente de adhesión al orden burgués no es una sorpresa para figuras como Lula, Tabaré Vázquez o incluso Alan García, todos con tintura de izquierda en el pasado reciente. No obstante las inmensas posibilidades del presente y en el futuro inmediato, hay dos obstáculos importantes que desafían a la izquierda en el pe-
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tificado con la “democracia sin adjetivos” gozó –es necesario reconocerlo– de cierta simpatía y apoyo de amplios sectores sociales después de la larga noche de dictaduras y terrorismos de estado de décadas pasadas, pero no resistió: actualmente, millones de latinoamericanos se convencieron de que las virtudes de la democracia sólo existen cuando el sistema está bajo control efectivo de la voluntad popular. Fue así que nació en la región la “democracia participativa y protagónica”, concepto y praxis destinados a enviar al museo de la historia la “democracia representativa” que por razones obvias encanta a la clase dominante. En este contexto, poco a poco la izquierda fue ganando en radicalidad y abandonando casi por completo las ilusiones del liberalismo. Por ello, la característica más importante de la nueva situación política en América Latina ya no es la “lucha en contra del neoliberalismo” como si todavía estuviéramos en una fase de “resistencia” al avance de la dominación burguesa. Al contrario, no obstante la fuerza y la agresividad de los Estados Unidos bajo la conducción del presidencialismo imperial de Bush, es obvio que la principal potencia capitalista ya no puede imponer sus soluciones sin alto costo y gran riesgo para su hegemonía global. Este hecho fundamental desorientó también a las clases dominantes criollas que carecen por completo de una solución nacional para la crisis de los países dependientes de América Latina, pues la principal mercancía con la cual negocian en la economía mundial es precisamente la nación. Con la crisis de la hegemonía global de los Estados Unidos y el resultado productivo y social de la modernización capitalista en el continente latinoamericano, la ofensiva nacional-popular que se verifica en muchos de nuestros países es casi un “resultado natural”. Aún en países como Perú y México, en donde la oposición de extracción popular perdió las elecciones o sufrió el fraude, el período es de gran ascenso de la lucha popular y de la configuración de un importante movimiento de masas. Pero el diagnóstico que hace hincapié en la fase de “resistencia” y no en la fase de avance de la lucha social, no es ingenuo, pues ha sido utilizado especialmente por liberales de izquierda para mantener el protesto popular bajo control y, además, para mantenerla fiel a gobiernos que definitivamente ya son obstáculos para su necesario desarrollo.
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ríodo que vivemos. La primera limitación a superar resulta del tradicional desprecio por la teoría que marcó su trayectoria reciente. El Partido dos Trabalhadores (pt) en Brasil, quizás hasta hace poco el más grande partido de izquierda de América Latina es un caso clásico: allí, sus principales dirigentes pretendieron “cambiar el país” sin buscar en el pensamiento crítico de la región el arsenal teórico necesario para enfrentar la tarea. Fue por esta razón que, más allá de la proliferación de un oportunismo inherente a todo proceso de cambio, proliferaron también ilusiones reales sobre las posibilidades de superar la miseria y la explotación en los límites del capitalismo. Por la misma razón, muchos dirigentes todavía creen sinceramente que el subdesarrollo es apenas una fase histórica de los países de la periferia capitalista que luego será superada en la medida que se apliquen tales o cuales políticas económicas consideradas por el pensamiento dominante como “racionales” y que, según los cánones dominantes, no permiten alternativas. Pero el pt en Brasil no fue y no es el único: otras organizaciones y dirigentes populares sueñan con transformaciones profundas sin la eliminación del sistema capitalista. El escritor Fernando Martínez Heredia recordaba en una conferencia dictada en noviembre de 1998 que “alternativa es una manera delicada de llamar a las cosas cuando uno carece de todo poder”. Pues bien, vivimos un tiempo un poco distinto, porque “alternativa” entre nosotros significa “socialismo del siglo xxi”. Es decir, no existen alternativas dentro del sistema capitalista, sino superándolo. La segunda limitación de este movimiento de masas en curso en la región es la necesidad obvia de una nueva praxis política. Las organizaciones políticas y sociales que fueron muy importantes en la fase de la resistencia política a los distintos tipos de terrorismos de estado no revelan la misma eficacia para profundizar la democracia en la dirección de la democracia participativa. Métodos e instrumentos de lucha que vitalizaron la lucha popular y arrinconaron dictaduras, redefiniendo el horizonte de la lucha política, se revelan en la nueva fase claramente limitados, e incluso como obstáculos en el proceso. En un periodo marcado por la erupción de Asambleas Nacionales Constituyentes donde lo que está en cuestión es la redefinición de las repúblicas como pretende el presidente Evo Morales, ¿qué sentido pueden tener las reformas políticas que ocurren en
el viejo marco de los congresos nacionales controlados por mayorías anti-nacionales? Y si hay exigencias de una nueva praxis en los dirigentes, no es posible concebirla sin que existan en los movimientos sociales y organizaciones políticas de todo tipo que proliferan en nuestro continente. Por la misma razón, es necesario observar con sumo cuidado la dialéctica masa-partido. Las rebeliones populares del último período no fueron resultado de la actuación exclusiva de los partidos políticos; al contrario, en un escenario en que las mayorías poseen y manifiestan una gran desconfianza o incluso desprecio por los partidos políticos, la actuación de un variado movimiento popular y sus innumeras organizaciones urbanas y rurales fueron los verdaderos protagonistas del período. En este contexto, fructificó entre las masas un cierto sentimiento de rebeldía al orden burgués que fue instrumentalizado en el primer momento por ciertos sectores anarquistas, pero sin consistencia política, organizativa y sobre todo, sin raíces en el seno del pueblo. No obstante este impulso inicial, las energías populares en curso encontraron su mejor traducción en lo que denomino “nacionalismo revolucionario”. Hay obvias aunque infundadas desconfianzas de amplios sectores de la izquierda sobre el potencial revolucionario del nacionalismo en América Latina, cuyo origen es obviamente el eurocentrismo que los caracteriza, aliado a la dosis natural de colonialismo que aquel implica. El marxista boliviano René Zavaleta elucidó en la década de setenta los límites y las posibilidades de este nacionalismo revolucionario. Dominado por fuerzas burguesas, el nacionalismo revolucionario se tradujo en populismo; dominado por los obreros, devino en poder dual, es decir, en una situación en la cual las clases subalternas mantuvieron la hegemonía del proceso político. Esta es, por lo menos en Venezuela, Bolivia y Ecuador, la situación actual. En otros países el proceso se encuentra en variado nivel de organización y de disputa, pero en todos ellos las clases dominantes tienden a exorcizar al “populismo” porque saben que históricamente la ambigüedad del conocido fenómeno de la política latinoamericana puede ser resuelta a favor de la radicalidad de las clases subalternas. Entonces, se produce una razón popular que supera con creces las ambigüedades del viejo populismo. Sabemos que en la vanguardia del proceso latino-americano se encuentra Venezuela. Allí, el presi-
estar naciendo una experiencia distinta de aquella que observa cualquier intento de organización partidaria de las masas como sinónimo de control de los “de abajo” por los “de arriba”. Es incontestable el liderazgo del presidente Hugo Chávez, pero nadie puede desconocer el potencial de lucha del pueblo, ya demostrado en oportunidades muy críticas en donde escribieron páginas históricas de capacidad de revertir situaciones casi completamente desfavorables. El péndulo latinoamericano se desplazó hacia la izquierda. No sabemos cuanto tiempo las mayorías estarán dispuestas a escuchar propuestas de izquierda, socialistas, revolucionarias. Lo cierto es que en la actualidad tenemos una oportunidad que quizás se asemeje en algo a lo ocurrido en la década de los sesenta. Es necesario recordar que no obstante la generosidad de aquella época, la sucedió un período terrible de terrorismos de estado que nos marcaron profundamente. Trabajar a favor de rápidas y consistentes transformaciones es la tarea intelectual más importante de todos los revolucionarios y una exigencia de los tiempos que corren.
Bibliografía referida Martínez Heredia, Fernando, En el horno de los 90, Habana, Editorial Ciencias Sociales, 2005.
Por un verde amanecer: civiles y militares en un partido bolivariano Omar Núñez Rodríguez
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El Oráculo del guerrero dice muy bien: “Guerrero combatiente, tú cuando obtengas una victoria no envaines la espada, ¿para qué? Si mañana vendrá otra batalla.” Hugo Chávez Frías El 15 diciembre de 2006 el presidente Hugo Chávez Frías remecía a su país al anunciar el nacimiento de un nuevo referente político: el Partido Socialista Unido de Venezuela (psuv). Dicho anuncio se veía venir: desde hacia años el mandatario venezolano había puesto en la agenda política y gubernamen-
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tal la necesidad de construir una orgánica partidista que permitiera avanzar y consolidar al denominado proyecto bolivariano en el país sudamericano. Sin embargo, la novedad estaba en su definición ideológica. A inicios del 2005 Hugo Chávez proclamó que la República Bolivariana de Venezuela se encamina-
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dente Hugo Chávez convocó a las mayorías para la creación de un “partido socialista unido” para enfrentar las tareas de la construcción del “socialismo del siglo veintiuno”. Se trata de una clara señal de que para la próxima fase es necesaria una organización de vanguardia completamente distinta de la que los bolivarianos tenían en la fase anterior, durante la cual todo funcionó casi sin una vanguardia reconocida por millones de ciudadanos. En ausencia de esta organización de masas, la sociología del orden se apresuró a definir el liderazgo del presidente Chávez como una manifestación tardía de “liderazgo carismático de tipo populista”, como si la historia se presentara ahora como farsa, ya que en el pasado se había presentado, según ellos, como tragedia. Pero desgraciadamente para esta sociología, como ella misma se ocupó de señalar, “la realidad es más compleja”. Resulta que el principal líder venezolano propone a la construcción de un partido socialista unido, basado en la experiencia de lucha y de gobierno. Todos aquellos que realmente luchan por el socialismo en América Latina tendrán que observar el proceso venezolano con sumo interés, pues podrá
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