"Coloso, ayer y hoy"

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2017

COLOSO Ayer y hoy

Autores: Floreal Recabarren

Pamela Ramírez

Floreal Recabarren - Pamela Ramírez




COLOSO Ayer y hoy

Autores:

Floreal Recabarren Pamela RamĂ­rez


1°Edición 2017 Corporacion Pro Antofagasta, PROA. José Santos Ossa #1971 Segundo piso, Antofagasta. ISBN: 978-956-7786-05-3

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Registro de propiedad Intelectual N° 279523

Idea original y dirección editorial Pamela Ramírez Figueroa Prologuistas Andrea Amosson Maluenda Carlos Tarragó Cardonne Autores Pamela Ramírez Figueroa Floreal Recabarren Rojas Fotografías Magaly Visedo Soriano Infografías William Braña Paez Daniel Cancino Toloza Ideavisual SPA Diseño y diagramación Daniel Cancino Toloza Ideavisual SPA Revisión de textos Jonathan Díaz Paez Rafael Mella Hernández


COLOSO Ayer y hoy

Prefacio

C

oloso, ayer y hoy, nace como un proyecto que busca poner en valor la vida de los habitantes de Coloso, ello a través de su propias voces, de esas historias que surgen de las remembranzas individuales y convergen en hitos colectivos, todo ello acompañado de un registro fotográfico que plasma su cotidianidad más intima y complementado por el potente pasado histórico del territorio. Una composición integrada que unifica al hombre, su humanidad y sus anhelos, por sobre los tiempos que escribe la historia.

Así, un texto pensado en dos épocas, conjugando pasado y presente, en distintas voces y géneros, en el relato se amplía hacia el futuro para culminar en un todo que retrata el esfuerzo del hombre en la conquista de su sustento, en la concreción de sus sueños y en la tenacidad de su carácter. Un profundo retrato a la caleta Coloso, un bastión de identidad y patrimonio que debemos mantener vivo y que nos llena de orgullo como nortinos, pampinos y changos.

Pamela Ramírez Figueroa Dirección Editorial

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Ayer

Contenido

06 10 12

Presentación: Carlos Tarragó Cardonne

Prólogo: Andrea Amosson Maluenda Coloso Ayer: Floreal Recabarren Rojas

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Coloso posee una hermosa historia

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El gobierno autoriza la apertura del puerto

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Fracasa la explotación de salitre en Aguas Blancas (1879-1899)

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Mirada de Lastarria El ferrocarril de Aguas Blancas Un viaje en tren desde Coloso hasta Aguas Blancas El terreno donde se emplazó Coloso Complejo portuario-ferroviario Los servicios públicos El cuidado de la salud

38 39 40 42 44 46 47 49 53 55 56

La sociedad e instituciones Educación La sociedad de Coloso Viajes entre Coloso y Antofagasta Coloso en el ojo del huracán La muerte de Coloso Adiós al Ferrocarril Nacional Agonía y muerte de Coloso Creció como hongo en el desierto Epílogo romántico y trágico Palacio de Marivent, prodigio del salitre


Hoy

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58 62 66 70 76 82 84 88 94 98

Coloso Hoy: Pamela Ramírez Figueroa

La soledad Los primeros hombres Nace Coloso

El arribo de la mujeres

De campesino a chango Los rucos La infancia

106 112 116 120 124 128 130 134

Las dificultades El Puerto Viviendo en comunidad El mal de la descomprensión Las cocinerias El Rincón de Coloso Fiesta de San Pedro Los bailes chinos

José Papic

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El futuro

De nómades a colonos

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Agradecimientos

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Presentación

n el libro “Coloso, ayer y hoy”, Floreal Recabarren, con su característico estilo ágil, ameno y documentado, rescata los orígenes, auge y ocaso del puerto de Coloso, el que tuvo una vital importancia en la época de oro salitrera. Por su parte Pamela Ramírez, con una prosa espontánea, directa y apoyándose en su vena poética, se refiere a la odisea y esfuerzo de hombres y mujeres, empecinadas en repoblar la caleta donde se ubicaba dicho establecimiento. Ahora bien, el asentamiento humano en el litoral atacameño siempre fue producto de personajes visionarios, osados y perseverantes. Coloso no escapó a esta característica. Por cierto, que no. Tal como resume Floreal, fue José Victorino Lastarria, quien primero visualizó la necesidad de contar con un puerto al sur de Antofagasta, luego, casi treinta años después, Matías Granja y Baltazar Domínguez, emprenden el desafío de materializar este anhelo. Estos dos empresarios, requerían de un puerto más cercano y económico que el de Antofagasta, para embarcar el salitre que producían en el Cantón de Aguas Blancas. Pero la tarea no fue fácil, ya que hubo que luchar contra intereses que se oponían al proyecto, como la Municipalidad, la Cámara de Comercio y los trabajadores portuarios de Antofagasta entre otros. Sin embargo, en 1902, el presidente Federico Errázuriz firmó el decreto habilitando la caleta como puerto de exportación. A partir de esa fecha, Granja y Domínguez emprenden la titánica tarea de adecuar la topografía del lugar, para dar cabida a todas las instalaciones y servicios requeridos por un establecimiento portuario destinado a embarcar el salitre, incluido una línea férrea y, además, construir y habilitar las edificaciones básicas para funcionar y albergar a todo el personal necesario. Así emerge Coloso, como una flor entre el mar y el desierto. Con iglesia, cuartel de bomberos, teatro, imprenta, posta de primeros auxilios,


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matadero entre otras edificaciones y una plaza donde crecían esbeltos cipreses, entornados con cuidados jardines de flores multicolores, que rompían la monotonía del terroso y agreste paisaje. El pueblo llegó a contar con algo más de 5.000 habitantes en su peack de operación y alcanzó a embarcar más de 3 millones de toneladas. El ocaso del salitre fue consecuencia de una tormenta perfecta. La primera gran ola, fue la aparición del salitre sintético, luego la depresión económica del 29, para terminar con la construcción del puerto artificial de Antofagasta.

Comienza así, una verdadera hazaña contemporánea, digna de exploradores de tiempos pretéritos. Habitan en rucos. Estos son habitáculos precarios construidos con deshechos como maderas, cartones, plásticos y calaminas. Sin ningún tipo de servicios, pero con la vista fija en un horizonte diferente, más amigable y esperanzador. Solos al comienzo. Poco a poco van llevando a sus mujeres. Estas con su ñeque, fuerza de voluntad, espíritu de superación y un profundo impulso fundacional, inician la instalación de conceptos como el arraigo, la pertenencia e identidad.

En la década del 30 del siglo pasado, Coloso devino en un pueblo fantasma. Fue rematado y desmantelado por un ciudadano inglés avecindado en Chile, Mr. Robert Bell. Así el poblado que había albergado las esperanzas y sueños, de miles de hombres, mujeres y niños, desapareció inexorablemente bajo la picota, tal como sucumbieron las oficinas salitreras, perdiéndose parte importante de nuestro patrimonio histórico y transformándose el lugar, en un vasto terreno árido y eriazo, sin siquiera vestigios de lo que otrora había sido un importante puerto salitrero.

El punto de inflexión, de pasar de ser un villorrio, al margen de todos los servicios básicos, a una unidad vecinal humanamente aceptable, se produce con la llegada, a comienzos de la década del noventa, de Minera Escondida a la zona, con el propósito de construir un muelle para embarcar su concentrado.

Fiel a la tradición que las riquezas obtenidas en nuestro desierto emigraban a lejanas latitudes, en Palma de Mallorca, se eleva imponente en medio del Mediterráneo, el Palacio Marivent, cuya propietaria fue la viuda de Matías Granja y hoy es una de las residencias estivales de los reyes de España. En contraposición al opulento palacio, Coloso yacía en los versos de Ivo Serge (Dr. Antonio Rendic) “Nada queda de ti, de tu pasado. Nada que imponga al sentimiento herido de tus glorias ayer”.

A partir de ese instante la minera comienza a desplegar una serie de acciones e iniciativas, tendientes a resolver las carencias que presentaba la comunidad colosina y, a su vez, a facilitar instalaciones comerciales asociadas a los productos que los pescadores y mariscadores extraían del mar.

Por su parte, Pamela Ramírez, nos da cuenta que a comienzos de la década del sesenta, primero son buzos, pescadores y mariscadores y más tarde, personajes de otros oficios quienes comienzan, tímidamente a instalarse y mimetizarse en el paraje colosino. Viviendo las precariedades propias de un ambiente inhóspito, aislado y desamparado, teniendo como única perspectiva hacer del lugar en que lograban su sustento diario, un sitio para vivir dignamente.

Coloso, como un gigante adormecido luego del abandono en lo sumió la debacle del salitre, reabre nuevamente sus ojos al mundo con los embarques de concentrado de cobre.

Esas miradas inocentes y sin una perspectiva clara, de los primeros niños que habitaron la caleta, que vivieron en los rucos y durmieron en cajas de cartón, han tornado hoy, en visiones de un mejor futuro, habiendo en la actualidad una pléyade de colosinos convertidos en flamantes profesionales.

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En Coloso sus habitantes buscan desarrollarse como personas libres, unidas y solidarias. Van creciendo como una comunidad enlazada por un fuerte sentimiento religioso, que se manifiesta en forma permanente en diversas festividades cristianas, como el día de San Pedro, en donde la caleta vibra con una epifanía de danzas, música y colores, como un emotivo y profundo manifiesto de fe. Esta fiesta reúne a cofradías de danzantes de bailes chinos, indios y gitanos. El baile chino colosino, que cumple 22 años, ha sido reconocido por la UNESCO, como patrimonio inmaterial de la humanidad, siendo éste, uno de los tres que existen en Chile. Hoy Coloso cuenta con un centenar de familias, conscientes que han conquistado un territorio que se les presentaba adverso, pero que con esfuerzo, tenacidad y esperanza, han sabido consolidar una unidad vecinal que enfrenta con optimismo el porvenir. Miran con orgullo su pasado y con confianza su futuro. Son propietarios de viviendas dignas, habitan un sector con servicios públicos adecuados y cuentan con organizaciones sociales que satisfacen sus inquietudes. 8

Para finalizar, quisiera destacar los indiscutibles aportes plasmados en el texto, por parte de Floreal y Pamela, los cuales, ciertamente, contribuirán a valorizar parte importante de nuestra historia y contemporaneidad. Al respecto, se me hace justo también reconocer la excelente calidad material del libro, su diagramación y, en especial, las muy acertadas fotografías de Magaly Visedo. Agradecemos a Minera Escondida, que confió en este proyecto contribuyendo en su materialización. “Coloso, ayer y hoy”, se encuadra coherentemente en la línea del rescate patrimonial de las nueve anteriores publicaciones que ha editado Proa, con el propósito es potenciar la identidad local. Muchas gracias Carlos Tarragó Cardonne Presidente Corporación Pro Antofagasta PROA


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Las vidas de Coloso

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Prólogo

l norte de Chile vive casi por completo de espaldas al océano, ensimismado y con los dedos aferrados a la veta fina, la ley del cobre o la calidad del salitre. Sin embargo, también germinan en el desierto excepcionales hombres y mujeres que deciden que en el mar está la clave, la respuesta y el futuro. “Coloso, ayer y hoy” nos permite adentrarnos en las vivencias de esta caleta que desafía el devenir de nuestra zona, reclamando el océano para sí misma. Sin importar la época histórica a la que asistimos, quiénes habitaron Coloso en la alborada del siglo XX o los exploradores que llegaron alrededor de 1970 están unidos por anhelos similares, una mejor vida para sus hijos y el amor por la libertad. Asimismo, esta obra nos presenta en detalle el pasado salitrero de la caleta Coloso, etapa menos conocida para el nortino y podemos atestiguar cómo el gran declive económico de 1920 que causó altísimos niveles de desempleo y provocó una crisis a nivel nacional, golpeó con especial potencia a Coloso, que no pudo enfrentar la baja en la producción y su consencuente disminución portuaria. Con una investigación seria y bien documentada mediante la cita de desaparecidas fuentes bibliográficas, por citar algunas, el libro recrea las vivencias de aquel poblado que dependía del embarque de sacos de salitre, extraídos en el cantón de Aguas Blancas y del cual Coloso actuaba como puerto de salida. También accedemos a sus calles, a la organización administrativa y social, así como a hermosas imágenes, como la de un pueblo plagado de niños que como gatos merodeaban


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las calles ya que la escuela no daba abasto; la limpieza de las avenidas, sus jardines y plaza con cipreses, que tanto orgullo les producía o el milagro de la electricidad, así como problemáticas más serias que debieron resolver. Coloso fue, como se puede constatar en este libro, una “oficina” más, con edificios como el club social, la casa del administrador, la escuela, las viviendas de los trabajadores, un modelo que se repitió en las cientos de saliteras que florecieron en la pampa chilena. Mientras que la historia reciente de Coloso, desplegada en la segunda parte de esta obra, está dada por las voces de sus residentes, obtenidas utilizando precisas técnicas de entrevista y múltiples visitas a terreno efectuadas durante meses de investigación, lo que facilita al lector el acercarse con gran acierto a los desafíos y logros obtenidos por los colosinos de hoy en día. Y si del conocimiento popular se tratase, el Coloso de los años 80 es para la mayoría de los antofagastinos la última playa en un largo y rocoso litoral, de arenas doradas, olas suaves, a la que se podía acceder sólo con vehículo propio, así como las cocinerías un punto obligado para degustar el perol, el pescado frito y las empanadas de mariscos en día domingo. He aquí que esta obra echa luces sobre la relación que existe entre los habitantes de este espacio enclavado al borde de un gran cerro, ya sea con su comunidad -sus vecinos de penas y alegrías-, como con la gran minería del cobre que está presente hace dos décadas con un nuevo puerto de exportación.

Entonces la circularidad del tiempo vuelve a manifestarse en Coloso y el atardecer de ahora es interrumpido por la maquinaria de un puerto monumental, así como hace casi un siglo lo hizo otro, más rústico pero igualmente productivo. Bien dicen que la belleza está en la mirada y para muchos colosinos actuales -como sucedió con los de antes-, el armazón de metal del puerto es una oportunidad de empleo, mientras que sus bien cuidadas y verdes jardineras fueron un maravilloso “bosque” para los chicos de antaño. A lo largo de la obra también constatamos la visión de sus habitantes hoy, que comprenden que el futuro está en el océano y en su más variada explotación, desde faluchos cansados y madrugadores, las recetas novedosas de los restaurantes, a los jóvenes con sus tablas de bodyboard. En el oleaje se han tejido sus historias, junto a redes, mangueras y bombas de expertos buzos mariscadores. Sus temples, en los niños que caminaron cuatro horas al día para poder ir a estudiar a Antofagasta. Su carácter, en las mujeres que levantaron Coloso a la par de los hombres y se echaron al mar con la misma determinación. En suma, “Coloso, ayer y hoy” es una obra que rescata la historia olvidada, un aporte a la comprensión de un lugar geográfico único, un rescate de un modo particular de vivir entre la vastedad del Atacama y del Pacífico y un verdadero homenaje a la vida de tantas personas que por más de cien años han llamado a esta caleta su hogar.

Andrea Amosson Maluenda Escritora

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Floreal Recabarren


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Coloso posee una hermosa historia

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s tan hermosa que sería un pecado no contársela. ¿Qué era Coloso al terminar 1890, esto es hace 126 años? Una amplia bahía unida al cerro del mismo nombre, sin una planicie costera que permitiera levantar una pequeña choza. Al sureste de la caleta se extendía un territorio conocido con el nombre de Aguas Blancas, cuyas tierras estaban cubiertas por caliche con buena ley de sales de salitre. Como ustedes saben el caliche es la materia prima de extracción de nitratos. Antes de 1879, fecha que enfrentamos la guerra con Perú y Bolivia, varios mineros establecieron máquinas para producir salitre. El resultado fue exitoso, pero surgió un problema difícil de resolver: el material producido en Aguas Blancas no tenía otro puerto de exportación sino Antofagasta y el único transporte disponible era la carreta. Así lo hicieron, pero sacando cuentas comprobaron que el traslado era tan caro que no era rentable el negocio. De este modo no hubo otra alternativa que cerrar las oficinas salitreras.

Sucedió que las calicheras de Tarapacá empobrecían. Los industriales salitreros estaban preocupados. Dos de ellos: Matías Granja y Baltazar Domínguez, ambos españoles, propietarios de oficinas en la Provincias de Tarapacá y Antofagasta –dueños del cantón de Aguas Blancas- estudiaron la posibilidad de volver a producir salitre en la oficina antofagastina, siempre y cuando se dieran dos condiciones: 1) establecer un puerto más al sur de Antofagasta y 2) eliminar las carretas para el traslado del salitre y en cambio, construir un ferrocarril de Aguas Blancas a Coloso. Pero, ¿cómo usar Coloso como puerto para embarcar salitre y tender los rieles del ferrocarril? Lo primero que hicieron fue modificar la geografía de la caleta, construyendo una planicie costera, eliminando la caída abrupta del cerro al mar, para lo cual sería necesario remover muchas toneladas de tierra para formar una amplia llanura, como la que existe hoy. Un ingeniero inglés se dedicó a estudiar la topografía y a diseñar el trazado del riel. Sin embargo antes estaba la necesidad de realizar los trámites con el gobierno para la autorización y construir el complejo portuario.


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Representación de Coloso: apertura y vida durante la época de la industria salitrera 1890-1930

Zona montañosa Terreno empleado para la construcción de Coloso

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Planicie costera

Ferrocarril

Instalaciones portuarias


Gobierno autoriza la apertura del puerto

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s fácil comprender que los antofagastinos se opusieron a transformar la caleta en puerto de embarque de salitre. Los trabajadores portuarios de Antofagasta lo consideraban como un factor de disminución del trabajo. Igual peligro percibían los carrilanos del ferrocarril salitrero de los ingleses. Para convencer a las autoridades de Santiago, era fundamental persuadir a las locales.

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El Municipio de Antofagasta estimó que otro puerto cercano reduciría sus ingresos. La Cámara de Comercio vio en la futura construcción un atentatorio a los intereses de sus socios. También opinaron la Gobernación Marítima y la Delegación Provincial Salitrera. Esta etapa fue larga y llena de dificultades. Para el municipio fue más que opinar: convocaron a un gran comicio público y acordaron comunicarse con los parlamentarios y el Presidente de la República, aclarando su oposición al proyecto y exigiendo el rechazo. Pese a todas las dificultades, por fin se logró

la aprobación. El 21 de mayo de 1902 el mandatario, Federico Errázuriz Echaurren, firmó el decreto habilitando la caleta como puerto de exportación. Ese mismo año, pero el 15 de octubre, el intendente provincial, Alejandro Fierro Carrera; con una comitiva formada e integrada por Primitivo Líbano, Guillermo Murray, Julio Fábres, el médico Muñoz García Frendemburg y el administrador de la Casa Granja; se congregaron en el territorio destinado a levantar el puerto. Allí abordaron el tren especialmente adornado y partieron rumbo a Aguas Blancas. Arrastrado por la locomotora bautizada con el nombre de “Laurita”, a las 12:30 horas llegaron a la oficina Pepita, donde los esperaba Moisés Astoreca y el personal de la empresa. Almorzaron. Hizo la presentación de la obra el salitrero Astoreca. El intendente levantó la copa brindando por la prosperidad de la empresa. El 16 de octubre de 1902 el intendente declaró “entregado el puerto de Coloso para el uso del tráfico público”.


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Incertidumbre de los trabajadores portuarios antofagastinos, por considerar que transformar la caleta Coloso como puerto de embarque del salitre significaría una

disminución de empleos.

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El 21 de mayo de 1902 el Presidente de la República, Federico Errázuriz Echaurren, firmó el decreto habilitando la caleta como puerto de exportación.


Fracasa la explotación de salitre en Aguas Blancas

1879-1899

L

a formación de oficinas salitreras en el cantón de Aguas Blancas beneficiaban directamente al país, puesto que eran las únicas estrictamente nacionales por estar ubicadas en el territorio débilmente discutido por Bolivia.

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Los empresarios se atrevieron a vencer las dificultades derivadas del transporte para acarrear el salitre hasta el puerto de Antofagasta. Un número no despreciable de salitreros corrieron el riesgo. La primera oficina fue la Oriente de propiedad de Hernán Puelma y Ruperto Echeverría; dos connotados ciudadanos antofagastinos. Luego, la Santa Rosa de Edmundo Eastman y los hermanos Carrasco. Prontamente se hicieron presentes las dificultades: el traslado de máquinas de grandes dimensiones y peso fabricadas en Valparaíso por la firma Balfour Lyons y Cía., destinadas al armado de las oficinas. Se vencieron los problemas de las maquinarias

para emprender la producción. Según Arce (1930:280) “las carretas de huellas” que son las que se construyen especialmente para hacer largos viajes y soportar fuertes pesos, iniciaron su trabajo en el cantón. “Las empresas (de carretas) establecieron servicios de transporte cuando se iniciaron los trabajos de explotación” (Arce, 1930:282)(1). El industrial minero Emeterio Moreno, señalado como el descubridor de las calicheras de Aguas Blancas, se decidió también a intentar suerte instalando su propia oficina: Esmeralda. “El 19 de febrero de 1879…corrió el primer caldo de salitre” (Arce, 1997)(2). Tres meses después entró en elaboración La Central, propiedad de Julián Alegría. El 21 de mayo de 1879, Alegría envió las primeras toneladas de salitre de Antofagasta con destino a Valparaíso. En el segundo semestre de ese año las oficinas del cantón trabajaron sostenidamente, a

1. Arce, Isaac (1930). “Narraciones históricas de Antofagasta”. Antofagasta, Chile. 2. Arce, Isaac (1997). “Narraciones históricas de Antofagasta”. 2° Edición, Fondo Nacional de Desarrollo Regional e Ilustre Municipalidad de Antofagasta, Antofagasta. P. 393. 3. Bermúdez, Óscar (1984). “Historia del salitre”. Santiago, ediciones Pampa Desnuda, tomo II.

pesar del alto precio del flete carretero, era posible estimarlo como un buen negocio. Al año siguiente se levantaron las oficinas Florencia, Encarnación y María Teresa. Doscientas carretas de huella eran las encargadas de acarrear la producción. El desierto se transformó en una zona muy transitada por “retazos de carretas”. Entre 1879 y 1881 se habían instalado en el cantón 7 oficinas: Esmeralda, Oriente, Florencia, Central, Encarnación, María Teresa y Santa Rosa. Según Bermúdez (1984:129)(3), el costo total invertido fue de $ 1.380.000. Roberto Hernández escribió que “los fracasos en la explotación de Aguas Blancas le dieron una fama bien poco halagadora, de tal manera que aquel lugar parecía a un vasto cementerio… los restos de las maquinarias abandonados recordaban el tremendo esfuerzo de los desafortunados empresarios…”


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Representación del cantón

de Aguas Blancas

7 Oficinas

empleadas en el cantón, Esmeralda, Oriente, Florencia, Central, Encarnación, Maria Teresa y Santo Rosa.

Costo total de

inversión $ 1.380.000 19

Emeterio Moreno, Industrial minero descubridor de las calicheras de Aguas Blancas. En 1879 instaló su propia oficina salitrera "Esmeralda".


La mirada de Lastarria

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osé Victorino Lastarria Santander fue uno de los hombres más cultos del siglo XIX. Un filósofo de conocimientos múltiples: político, geólogo minero, educador y abogado. Un provinciano, sin mirada centralista, sino enfocada en el Norte de Chile -de donde provenían las mayores riquezas del país-. Nació en Rancagua en el matrimonio formado por Francisco de Asís Lastarria y Carmen Santander. Estudió en el Liceo de Chillán -fundado por el español José Joaquín de Moraapoyado por la Beca Presidencial. Fue alumno del propio José de Mora, que le inculcó el pensamiento liberal. En 1831 ingresó al Instituto Nacional a estudiar filosofía. Dos años más tarde se matriculó en el curso de Derecho Natural. Al año siguiente recibió el grado de Bachiller en Sagrados Cánones. Desempeñó la cátedra de geografía en la Universidad de San Felipe. También fue profesor en el recinto formativo fundado por el general José Miguel Carrera.

En 1839, cuando cumplía 22 años, obtuvo el título de abogado. En ese año contrajo matrimonio con doña Jesús Julia Villarroel. Lastarria -junto a 86 personalidadesparticipó en el Claustro que dio origen a la Universidad de Chile, donde llegó ocupar el decanato de la Facultad de Filosofía. Cuando en 1870 se descubrió el mineral de plata de Caracoles, emprendió viaje al norte y se instaló en el yacimiento. Allí se interesó en hacer renacer las actividades salitreras del sector. No es raro que allí haya planificado el proyecto que después expuso al gobierno y en ambas cámaras. En 1876 fue nombrado ministro del Interior por el Presidente Aníbal Pinto. Concretó sus ideas, que se habían discutido cuando, como senador de la República, presentó la moción que en su artículo cuarto proponía la liberación de impuestos a los productos químicos, máquinas y herramientas, acero, fierro y


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maderas para la “explotación y elaboración de productos en las minas salitreras”. Propone, además, construir un puerto al sur de Antofagasta para exportar salitre. Participó en política. Fue diputado en representación del Elqui, luego Parral y Cauquenes. Mandó a una comisión de expertos en El Abtao para encontrar un sitio adecuado para el puerto, recorrido que se extendió por Valparaíso, Caldera y Copiapó. El barco recorrió la costa norte hasta Mejillones, recomendando la caleta

Remiendos. Instalada en esa planicie se observaba hacia el oriente el rico cantón de Aguas Blancas.

contemplando la instalación de una línea férrea entre Aguas Blancas y Coloso y de adecuar los terrenos del puerto.

El proyecto de Lastraría se postergó por años. Sólo después de dos décadas, Matías Granja y Baltazar Domínguez -propietarios de la oficina Pepita en el cantón de Aguas Blancas-, se atrevieron a transformar la caleta Coloso, ubicada 10 kilómetros al sur de Antofagasta; en un puerto exportador del salitre. Lógicamente el proyecto era de gran envergadura

En el fondo, el pensamiento de los industriales era convertir el ferrocarril en un medio de transporte monopólico; de modo que los ingresos tendrían dos fuentes: la explotación de sus propias oficinas y las ganancias derivadas del transporte del mineral de las otras empresas.


El ferrocarril de Aguas Blancas

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n noviembre de 1898 Baltazar Domínguez, representando a la firma Granja y Domínguez, dio poder al abogado Máximo del Campo para que solicitara al gobierno el permiso para construir una línea ferroviaria a vapor entre Aguas Blancas y Antofagasta. En el escrito el profesional fijó en $3.298.000 -en pesos de 18 peniques- el coste de la obra. En seguida, daba cuenta de los beneficios que traería el ferrocarril en el desarrollo de la industria salitrera y en la explotación de otros metales. Se comprometía a entregar la obra en un plazo de tres años. Federico Errázuriz Echaurren, mandatario de la época, le correspondió dar la autorización. El decreto se firmó el 28 de diciembre de 1898, refrendado por su ministro, Arturo Alessandri Palma. Un mes después, el periódico “El Industrial de Antofagasta” informaba que “el ingeniero Roberto J. Manning, comisionado

4. Edición del periódico del 21 de enero de 1898.

particularmente para practicar diversos estudios en Aguas Blancas, se encuentra ahora en esta ciudad y proseguirá en breve los estudios de factibilidad del ferrocarril y la forma económicamente adecuada para unir el importante centro salitrero con el puerto de Antofagasta. El estudio va muy adelantado, pues él durante una larga temporada ha permanecido en esas regiones”.(4)

Coloso. Para asegurar la concesión del terreno se puso en contacto con Emilio Carrasco quien pidió el permiso de ese sector con el pretexto de la instalación de una fábrica de sal. La respuesta del gobierno fue positiva. Sin embargo, la mencionada industria jamás se construyó. Posteriormente en una transacción llevada a cabo con Granja y Cía., Carrasco lo traspasó a los empresarios salitreros.

En febrero de 1898 se iniciaron los trabajos. La construcción de tan importante empresa necesitaba la dirección de un experto en este tipo de obras y nadie mejor que Arnaldo Ried, jefe de tráfico del Ferrocarril de Antofagasta a Bolivia. Ried renunció a su cargo en septiembre de 1900 y asumió la gerencia del Ferrocarril de Aguas Blancas.

Luego vino una segunda jugada. En 1901 se pidió la autorización para establecer en caleta Coloso un embarcadero provisorio, sólo con el fin de desembarcar las maderas para la construcción del ferrocarril. En verdad lo que hacía era construir, con anticipación, los componentes indispensables para las faenas portuarias.

La empresa trazó un inteligente plan de acción para solicitar el cambio del recorrido de la línea férrea, ya no en Antofagasta, sino a 10 kilómetros al sur, o sea, en caleta

En julio de ese mismo año Granja mostró sus cartas, solicitando a la administración de turno la autorización para habilitar Coloso como un puerto menor.


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Paralelamente, el gerente Ried requería ser autorizado para construir un malecón destinado a dar salida al salitre producido en el cantón.

“las desfavorables condiciones del embarcadero (de Antofagasta)…no presentan más que serios inconvenientes” (Recabarren 1981:47).

El gobernador marítimo, experto en asuntos portuarios, explicó en cinco puntos por qué Antofagasta era un mal puerto: fuertes vientos, violentas bravezas de mar en invierno, dificultad para salvar los escollos de la barra existente ya que existía un solo canal de paso que originaba atochamiento impidiendo el tránsito de las lanchas. Terminaba su informe sentenciando:

Los argumentos entregados por estas autoridades pesaron en la decisión del intendente provincial, obligando al gobierno, a dictar el decreto que habilitaba definitivamente la caleta como puerto menor.

Baltazar Domínguez Lasierra

El municipio de Antofagasta hizo una reunión especial para rechazar el proyecto,

Matías Granja Nagel

sin embargo, el senador Enrique Villegas declaró que “no se mostraba directamente contrario a la habilitación de Coloso, advirtiendo que cuando se mejore el puerto de Antofagasta los señores Granja y Domínguez verían también luego la conveniencia que les reportaría trasladar sus instalaciones de Coloso a este puerto” (Recabarren, 1981:57). Como quedó dicho anteriormente, el intendente del Fierro viajó en el tren cuya locomotora se llamaba Laurita en el primer viaje.

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Un viaje en tren desde Coloso hasta Aguas Blancas

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rónica de “El Industrial de Antofagasta” en su edición del 25 de octubre de 1902: “Son nuestros compañeros de viaje una familia española, un caballero inglés administrador de la oficina de Lagunas de Iquique y un joven de este puerto…puesto el tren en movimiento comenzamos a sentir un suave y agradable balanceo…nuestro vecino el español nos dice que ese balanceo se debe a lo nuevo de la línea, cuyos cimientos no se han comprimido bastante”. “Corre el tren a una velocidad que calculamos en 20 kilómetros por hora. Desde ese momento sentimos que caracolea la línea en una no muy pequeña extensión, hasta entrar a una inmensa pampa…un fuerte y prolongado pitazo…nos distrae de nuestra idea, es la estación de Varillas”. “Bajamos del vagón y alguien nos dice que es menester almorzar allí…una cazuela bien abundante y con una buena carne y otros dos platos…es el menú de ese almuerzo en pleno desierto. Volvemos al coche y con él a ponerse en movimiento en tren”. “La familia española comienza a destrozar una apetitosa y bien condimentada ave de corral que lleva en un canasto…lleno de

viandas frías y unas cuantas botellas de vino y la mejor cerveza”. “Un nuevo pitazo de la locomotora nos anuncia la nueva estación…Ratones, en plena pampa calichera…en este punto se ha abierto un pozo del cual se extrae agua en relativa abundancia…veinticinco minutos después el tren se detiene en la elegante estación Pepita, término por hoy de esa línea férrea y nuestro viaje”. El viaje en primera clase tenía un valor de $5,60 y $3,60 la segunda. Aguas Blancas era un cantón salitrero con caliches de buena ley que ya había sido explotado, pero que sucumbió debido a las dificultades de transportarlo hasta el puerto de Antofagasta. En esas pampas poseían terrenos salitrales Matías Granja y Baltazar Domínguez. Allí surgió la idea de construir un puerto y que estuviese unido al cantón por un ferrocarril y que no sólo sirviera para transportar su propia producción, sino la de otros empresarios que ahora se atreverían a levantar oficinas. Un ingreso doble: el negocio del salitre y la venta de servicios de transportes. Era necesario construir bodegas, muelles, casas para el personal de obreros,

empleados, jefaturas superiores, etc. Naturalmente que también se contemplaba una estación de término para los pasajeros que subían y bajaban a las oficinas salitreras. El tren partía en la mañana hacia el interior y bajaba en la tarde. Además de los carros salitreros había otros destinados al traslado de pasajeros. Al ponerse el sol en el horizonte, la estación de Coloso apenas contenía a quienes esperaban la llegada del tren. Algunos, para recibir amigos o parientes y otros, simplemente, para entretenerse o satisfacer la curiosidad de observar a los que llegaban. El tren era parte esencial en la vida de los habitantes. El ferrocarril se inició con una extensión de 92 kilómetros. Luego se estableció la Estación Yungay en Aguas Blancas y las oficinas salitreras acercaron el tren construyendo ramales, de modo que, hacia 1907, eran 153 kilómetros de longitud. El ferrocarril atrajo a empresarios que instalaron nuevas oficinas, activando la economía de la ciudad y la región, con el exponencial aumento del uso del tren. Así, en 1903, se movilizaron 63.734 toneladas de carga y 6.310 pasajeros. Cuatro años después la carga llegó a 308.211 toneladas y los pasajeros a 115.623.


COLOSO Ayer y hoy

La extensión de la línea férrea era de 92 Km hasta 1907, posteriormente fueron 153 Km de longitud. El tren viajaba a unos 20

Km por hora.

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En Viaje en primera clase $5,60 Viaje en segunda clase $3,60

1903 movilizaron 63.734 toneladas y 6310 pasajeros.

En 1907 movilizaron 308.211 toneladas y 115.623 pasajeros.


El terreno donde se emplazó Coloso

E

l sitio donde está situada la actual ruina de Coloso no fue siempre el mismo. Primitivamente el cerro Coloso caía abrupto y directamente al mar, dejando sólo una pequeña franja de planicie costera que no presentaba las condiciones para la conformación de una población y mucho menos para establecer el complejo portuario.

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Desde luego había que facilitar la penetración del ferrocarril, armar la estación de pasajeros y especialmente construir las bodegas que facilitarían el embarque a los diferentes mercados consumidores. Al mismo tiempo edificar la carbonera para mantener el carbón de piedra procedente de Lota e Inglaterra y que posteriormente debía ser trasladado a Aguas Blancas para alimentar las máquinas de las oficinas. De allí la necesidad de la intervención del hombre para transformar el paisaje. El

5. Edición del periódico del 28 de septiembre de 1902.

teniente de la Armada, Luis Cádiz, que fue comisionado por la Dirección General de su institución para estudiar tanto la bahía como su fondo marítimo y el territorio adyacente, es decir, hacer un levantamiento hidrográfico del lugar, escribió: “al principio no existía el terreno para edificar, llegando la gradiente del cerro hasta la playa… (por eso se) iniciaron una serie de trabajos para su engrose… desmembrando el cerro para dejar terreno plano para hacer los galpones, maestranzas, etc” (Caleta Coloso y el Ferrocarril de Aguas Blancas, Grace y Cía., 1908). La invasión realizada en los terrenos cercanos al mar y al rompimiento de las olas, obligó a la empresa a construir un largo muro de protección, cuyos restos aún existen. El mismo teniente Cádiz dejó constancia, mencionando que “para la defensa del puerto se han construido malecones de cal y piedra…de ciento cincuenta metros de largo, rodeando toda la costa…”.

También anunció que estaba “en proyecto la construcción de un rompe-olas que saldría de Punta Coloso para dar abrigo al muelle y esquivar los vientos del oeste que constantemente soplan en el sector” (Caleta Coloso y el Ferrocarril de Aguas Blancas, Grace y Cía., 1908). A Cádiz le impresionó el trabajo realizado por Granja y Cía. En el diario El Ferrocarril de Santiago dejó señalado lo siguiente: “la impresión que recibe el viajero de los asombrosos adelantos (de Coloso) efectuados de un año a esta parte, no pueden ser más favorables…en aquel tiempo no existía ni un mal rancho de totora y en la actualidad cuenta con una docena de edificios, algunos de gran magnitud…entre ellos, un galpón que será destinado a guardar medio millón de quintales de salitre…”(5)


COLOSO Ayer y hoy

8. Hotel

7. Panadería

9. Iglesia 6. Central luz eléctrica

10. Casas empleados superiores, con un gran jardín (Avenida donde se canta el Himno Nacional para el 18 de septiembre, etc.)

5. Casa guarda coches pasajeros

7 8 6 9 5

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4 10 3 2 1

4. Ascensor a vapor para la

1 . Casa oficina bodeguero

mercadería de la pulpería

de la estación y recepción

3. Oficina de empleados sección movilización cargas

2. Estación, oficinas empleados y telégrafo del ferrocarril


El acondicionamiento de la población Para conocer la disposición y el entorno del pueblo de Coloso es necesario recurrir a la información que entrega la imagen a continuación:

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A Avenida España B Calle Miramar C Calle Pepita D Calle Mejillones E Calle Yungay F Calle Antofagasta


COLOSO Ayer y hoy

1. Casa administrador 2. Staff empleados 3. Block obreros 4. Hotel 5. Plaza 6. Pulpería 7. Bomberos 8. Escuela 9. Cuartel 10. Corral 11. Panadería 12. Fonda 13. Estanque de agua 14. Casa de Fuerza 15. Resecadora 16. Almacén 17. Maestranza 18. Fundición 19. Bodega 20. Estación 21. Cochera 22. Bodega Jorgillo 23. Muelle 24. Grúas 25. Rompeolas 26. Varadero 27. Campamento varadero 28. Carbonera 29. Matadero 30. Casa de máquinas 31. Población Matías Granja

E

l pueblo estaba edificado en la falda del cerro Coloso. Para acceder se construyeron escalinatas y caminos y el puente anteriormente señalado. Siguiendo las disposiciones del mundo empresarial de la época las viviendas de los altos jefes y empleados estaban separadas de los trabajadores. Las primeras se ubicaban hacia el suroeste del territorio habitado. La casa del administrador Ried está marcada en el plano con el N°1. Era una amplia casona donde años más tarde se estableció la escuela para solucionar el problema del incendio de esta. Cerca de ella se situaban los staff de los empleados. Hacia el extremo norte las viviendas de los trabajadores. Éste era llamado “Alto de la Luna”. Entre las viviendas de los empleados y el hotel estaba la plaza del pueblo. Los cipreses alzaban al cielo, rompiendo la naturaleza del desierto, la fragancia de las flores mezcladas con la salinidad marina y los vientos salitrales envolvían el sector de un aroma muy especial, quizás para contribuir con un toque romántico a las parejas de enamorados y a los pobladores que la transitaban para atemperarse del calor. La plaza siempre fue muy admirada por las visitas que llegaban a Coloso. Por la casa del administrador, los staff y el rectángulo que correspondía a la plaza, se ubicaba la Avenida España, la vía pública de mayor longitud. En la avenida estaba el hotel de dos pisos y la pulpería.

La calle Miramar circulaba paralela a la mencionada arteria hacia el interior y de unos 70 metros de largo. Seguía, en el mismo sentido, la calle Mejillones, con una longitud de 100 metros. A continuación y siempre hacia el oriente estaba la calle Pepita con una longitud un poco mayor a la de una vía urbana. Se extendía a lo largo de 200 metros. Era el plano formal de la caleta Coloso, pero no todas las construcciones estaban dentro de ese radio, incluso las más importantes como la iglesia y el teatro fueron edificadas hacia el norte. Las vías de comunicación, emplazadas de oriente a poniente eran, de derecha a izquierda la calle Antofagasta que tomaba la dirección de la Quebrada de Jorjillo. Le seguía Yungay con una extensión de 55 metros de largo. Las habitaciones de los trabajadores estaban ubicadas en “El Alto de la Luna” y eran naturalmente de calidad inferior a la de los empleados. En un petitorio entregado a la administración en 1913, se denunciaba que eran inhabitables por su deterioro, principalmente de las techumbres, que en caso de lluvia ocasionaría perjuicios “a nosotros los pobres”(6). Otra de las frecuentes quejas se refería a la imposibilidad de seguir soportando la invasión de tierra roja que se colaba al interior de las viviendas.

6. Recacarren, F; Obilinovic, A; Panadés, J. (1983). “Coloso, una aventura histórica”.

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Complejo portuario - ferroviario

L

as actividades portuarias como ferroviarias se desplazaban sobre la planicie artificial construida por la empresa. Adosada en cerro Coloso se levantaba la estación, con todos los implementos para pasajeros y carga. La defensa de la furia del mar se lograba en base a la construcción de un rompeolas de cal y cemento con un metro y cinco centímetros de espesor y una extensión de 468 metros. Reforzaba la protección un muro de defensa de rieles y piedras de 39 metros.

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Para las faenas de carga y descarga de barcos había un muelle y un malecón. El primero tenía un largo de 130 metros y 11,5 de ancho. Y sobre su superficie, cuatro líneas férreas transportaban las cargas. Ambas infraestructuras disponían de buzones: era una especie de montaña rusa por la cual deslizaban los sacos desde la superficie hasta las lanchas maulinas que los conducían al costado del barco para llenar las bodegas. El malecón se ubicaba al lado izquierdo del muelle, con 145 metros de largo. Cuatro grúas

capaces de levantar 3 toneladas cada una. Semejante al atracadero, seis líneas férreas deslizaban los “carros zorros” cargados con sacos de salitre. Sobre los rieles también se movilizaban las grúas. Dos remolcadores, Mejillones y Kate; se utilizaban para llevar las lanchas cargadas al costado del barco. Un informe técnico del ingeniero Gonzalo Echeñique, sostenía que 450.000 toneladas era la carga máxima de embarque en Coloso. En torno al complejo portuario alternaban diariamente los jefes de ingreso, serenos, serenos de bodegas, personal de resguardo, pesadores, maquinistas, fogoneros y capataces.

Malecón y muelle los salarios Respecto a los sueldos, se calculaban por el movimiento de la carga. Así, por ejemplo, descargar carros del ferrocarril y su arrumaje hasta 14 sacos, tenían un costo de $0,812 por tonelada. Cuando la ruma se elevaba

entre 15 y 21, el pago era de $1,625. Los valores señalados correspondían al proceso de descarga. Para el carguío se estipulaba que: descargar rumas de sacos a carros zorros y vaciarlos en los buzones del muelle, se remuneraba en $1,125 la tonelada. Cuando se trataba del trasbordo del carro del ferrocarril a carros chicos subía a $ 1,315 la tonelada. En los casos de embarque directo, había una tarifa única de $0.50 por tonelada. El personal que conducía los lanchones recibía un pago de $0,872 por tonelada. En las faenas portuarias, el carbón de piedra desempeñaba un rol especial. En 1909 este rubro alcanzó las 84 mil toneladas. El puerto de Cardiff en Inglaterra y la empresa carbonífera de Lota eran los proveedores del combustible. El primero se exportaba en panes y era desembarcada por lanchas a través una especie de resbalín.


COLOSO Ayer y hoy

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Servicios públicos

C 32

Coloso contó con una infraestructura bastante mejor y técnicamente más desarrollada que otros pueblos que surgieron durante el ciclo salitrero. El agua, tan escasa en el desierto, también lo fue en la caleta. La obtención del vital elemento para el funcionamiento de la locomotora y para el abastecimiento de la población fue una de las más serias dificultades que debió solucionar la empresa. En cuanto al racionamiento de la población, Coloso tuvo mejor sistema que en Antofagasta, donde se vendía agua en toneles arrastrados por mulas. Para abastecer a Coloso existían 2 resacadoras de agua de moderna tecnología. La empresa adquirió 2 máquinas desaladoras tipo Mivilees Watsson y Cía. Ltda., una de ellas producía 150 y la otra 300 metros cúbicos de agua. Como dato interesante nos referiremos a una información que El Mercurio de Antofagasta publicó el 9 de noviembre de 1950 en primera página. Se trataba de una carta enviada por el ingeniero jefe de la municipalidad de Luderitz, de Alemania. El profesional preguntaba al alcalde acerca del funcionamiento de la planta resacadora de agua de mar que había sido construida por la firma anteriormente mencionada en Glasgow, Escocia. La pregunta formulada se refería al estado en que se encontraban las dos plantas.

Para la distribución del agua se construyeron estanques. Hasta allí llegaba el agua producida por la desalinizadora, elevada mediante bombas. Una red de cañerías se extendía por todo el territorio poblado. La red tenía más de 5 mil metros lineales, lo que permitía que casi todas las viviendas tuvieran acceso al agua potable, situación que no ocurría en Antofagasta. Otra cañería desde la desaladora se extendía hasta La Negra para abastecer a las locomotoras que subían a Aguas Blancas.

luces incandescentes distribuidas por toda la población. Para esto hubo que extender 15 mil metros de cable.

También hubo preocupación de establecer una red de cañerías con agua contra siniestros. Para mantenerla, se construyó un estanque de 65 metros de altura. Podía acumular 465 metros cúbicos de agua de mar. Mediante una red de tuberías se alimentaban los grifos dispuestos en puntos estratégicos en la población.

Los motores se instalaron en una saliente rocosa cerca del mar que fue reforzada para enfrentar y resistir los embates de las olas. Respecto a la evacuación de las aguas servidas, hay que dejar establecido que no existió un sistema de alcantarillado. Tampoco había en Antofagasta. El Abecé del 17 de marzo de 1923 detallaba esta situación: “según costumbre - explica - (las aguas servidas) se echan en unos barriles que hay junto a la puerta de cada casa…pasan algunos días sin que se les eche al mar. Las aguas se pudren y producen un olor que asfixia a toda la ciudad”. El matutino termina diciendo que el mismo sistema se usaba en Coloso.

Asumida la realidad que la mayor parte de la construcción era de madera, hubo un cuidado muy especial para evitar los incendios. Por eso también se formó el Cuerpo de Bomberos de Coloso que veremos más adelante. Referente a la energía eléctrica, la empresa no solo realizó las instalaciones para el uso de su maquinaria, sino también para las viviendas y el alumbrado público. En Coloso estaban instaladas 2 lámparas de 8A y 780

Dos motores del tipo Siemens y Schuckert de 280A y 120V producían la energía eléctrica suficiente para todos los requerimientos de la industria y la población. Para magnificar el adelanto urbano de Coloso hay que compararla con la iluminación de Antofagasta que, en esos mismos años, aún usaba el gas de cañerías.


COLOSO Ayer y hoy

r Estanque de 65 metros de altura, podía acumular hasta

465 m3 de agua.

El telégrafo mantenía aparatos de emisión y recepción, unido por una red alámbrica de 91 mil metros.

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E

n cuanto a los servicios higiénicos, los altos jefes disponían de ellos en el interior de sus casas. En el campamento de los trabajadores, un servicio higiénico común se ubicaba hacia el norte de la población y servía a todo ese sector. Las aguas servidas de dichos servicios descargaban en pozos negros.

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Otras modernizaciones que distinguieron al pueblo de Coloso fue su equipamiento: el servicio telefónico con una doble línea que permitía conectarse a la vez con Antofagasta y el pueblo de Yungay. Hacia el interior la red telefónica alcanzaba las oficinas salitreras Bonasort, Americana y Pepita. En total 50 aparatos eran utilizados entre la caleta y Aguas Blancas que finalmente prestaron servicios a todos los campamentos. El telégrafo mantenía aparatos de emisión y recepción y estaba unido por una red alámbrica de 91 mil metros de longitud. Para el abastecimiento de carnes contaba con un camal (matadero) emplazado al norte de las habitaciones de los trabajadores. Era un terreno con una superficie de 3 mil metros cuadrados. Tanto en Coloso como en Aguas Blancas, la población era gran consumidora de carnes. Una máquina para fabricar hielo con una capacidad de 180 kilos en 12 horas abastecía los requerimientos de la empresa y de los habitantes. Completaba el equipamiento de

7. Edición de “El Industrial de Antofagasta” del 3 de junio de 1918.

la caleta una imprenta para producir todo lo que necesitaba la compañía. Naturalmente, fue necesario establecer los medios para aprovisionar las necesidades de la vida diaria de los habitantes. Una panadería instalada en el centro de la población producía este indispensable alimento para la comunidad. No era la única que proveía del alimento básico, puesto que la pulpería también lo hacía. La mercería estaba apegada al hotel en el centro de la población. Como todos estos establecimientos que eran típicos del ciclo salitrero, cumplía la tarea de abastecer a la población pero también era una fuente de negocio para la empresa. Esto último explica por qué se perseguía al comercio ambulante y la existencia de la puerta de entrada.

ocurrían. La acusación también iba contra la adulteración de vinos y licores. Para terminar con esta situación solicitaban permiso para permitir la entrada del vendedor ambulante, estableciendo la libertad de comercio en la caleta. El problema subsistió después del conflicto. La posibilidad de adquirir mercadería a precios más justos, se lograba sólo viajando a comprar en Antofagasta. Con el fin de ofrecer a sus trabajadores y sus familias posibilidades de entretención, se construyó un teatro que exhibía películas mudas. Ocupaba una superficie de 200 metros cuadrados. La empresa entregaba el teatro a concesionarios para administrarlo. Como siempre, el intermediario era un funcionario de la empresa. El delegado municipal informó al municipio: “es un local amplio, ventilado; sus puertas de acceso se abren hacia fuera y tiene una puerta de escape al fondo del edificio. La cámara donde funciona el proyector es de material ligero pero está forrada en zinc y tiene llaves de emergencia para cortar la luz eléctrica en cualquier momento”(7).

Así en 1913 en un petitorio de los trabajadores, se establecía la queja de tener precios excesivos: “desde el momento que el señor Otto Herman tomó la pulpería… castigó con un 40 y 75% todas las mercaderías de consumo” (El Mercurio de Antofagasta, 1006-1913). Para comprobar la efectividad de la denuncia, se solicitaba que se compararan esos precios con los que se cobraban en el comercio de Antofagasta.

El cine funcionaba 3 veces a la semana y los precios, en 1918, eran: $1 la platea y $ 0.60 las localidades más baratas.

De acuerdo con las quejas, el causante de estas medidas arbitrarias, era el concesionario que la empresa había instalado en la pulpería, porque cuando las ventas se hacían directamente, sin un intermediario, esas alzas desmesuradas no

El cuartel de policía se ubicaba al sur del conjunto habitacional de los trabajadores y muy cerca del establecimiento educacional. Era un local pequeño. La guarnición estaba formada por 4 carabineros que custodiaban a una población de más de mil habitantes.


COLOSO Ayer y hoy

En general la población de Coloso constituía una comunidad tranquila y ordenada. Quizás esta característica se puede explicar por la ausencia de cantinas y prostíbulos. Los medios de locomoción facilitaban el acceso a Antofagasta donde concurrían los trabajadores jóvenes para encontrar la diversión que requerían. Otro edificio destinado al servicio de la población era ocupado por un almacén que estaba instalado entre la fundición y la bodega. Entregaremos textualmente las impresiones de los contemporáneos que visitaron la caleta o las de los cronistas de diarios locales y nacionales. Cuando recién comenzaba la construcción del complejo portuario ferroviario, el periódico El Ferrocarril de Santiago escribía: “la impresión que recibe el viajero de los asombrosos adelantos efectuados de un año a esta parte, no pueden ser más favorables; pues en aquel tiempo no existía ni un mal rancho de totora y en la actualidad cuenta con una veintena de edificios, algunos de gran magnitud, entre ellos un galpón que está por terminarse y

que será destinado a guardar medio millón de quintales de salitre… la población cuyas calles ya se delinean está formada sobre una gran planicie artificial que tendrá gran extensión… en la actualidad se ejecutan trabajos… hasta hacer desaparecer las rocas que forman la punta sur de la rada… la planicie de la población ha sido también formada por los derrumbes que se han hecho de los cerros y colinas interiores” (El Ferrocarril de Santiago, 28-09-1902).

la esmerada limpieza que se nota en toda la localidad…la vista abarca un amplio y hermoso horizonte por el lado del mar y por el otro hacia el oriente, las numerosas moles de los cerros que bordean la caleta… Por el lado norte se divisan las puntas de claros y oscuros colores de las naves a vapor y a vela surtas en la bahía… en el fondo y hacia el oeste se eleva majestuoso el macizo de Cerro Moreno” (El Mercurio de Antofagasta, 18-04-1916).

Ocho años después El Mercurio de Antofagasta escribía: “por la estrechez de los sitios que ocupan los edificios destinados a empleados y obreros, se construyeron jardincillos escalonados de limpieza admirable… (y que) les dan un aspecto encantador a la caleta. Los servicios en general están bien atendidos… el alumbrado está bien servido… el hotel es bueno…la fonda es amplia y confortable… la recova es bastante surtida” (El Mercurio de Antofagasta, 11-03-1910).

“Las diversas avenidas y pasajes…ostentan bien cuidados jardines, cuyos dueños se muestran complacidos con la empresa proveedora de agua porque no escatima este elemento entre sus habitantes…es raro que uno se acerque a una puerta, o en el fondo de cada vivienda sin que encuentre aunque más no sea un par de maceteros… llama la atención el espíritu de orden y limpieza que predomina en cada una de esas habitaciones…aire sano, aire puro, mezcla de brisa marina con ráfagas impregnadas de aroma fugada de los jardines… este es el ambiente de la caleta Coloso, todo limpieza, higiene y tranquilidad” (El Mercurio de Antofagasta, 18-04-1916).

El mismo medio de comunicación describía así la caleta Coloso: “en verdad, desde el primer momento hace impresión al viajero,

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El cuidado de la salud

C

oloso no tuvo hospital porque estaba muy cerca del establecimiento de Antofagasta. Existía una posta que atendía los primeros auxilios a cargo de un practicante. En reemplazo la empresa contrataba un médico para atender a la población: Ricardo Chirgwin permaneció en el cargo hasta 1910. Lo reemplazó Ignacio Quedo que residió en la caleta hasta 1913. Aunque no conocemos otros profesionales de la salud estables, pero es seguro que los hubo.

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Desde su nacimiento hasta su desaparición, Coloso careció de un cementerio. Para la sepultación había que recorrer 10 kilómetros hasta el camposanto de Antofagasta. Si en éste se recorren los antiguos nichos, se podrá constatar que muchos figuran como fallecidos en la caleta. La población reclamó permanentemente por la construcción de un lugar para sus difuntos. El 24 de abril de 1913 una carta enviada al administrador retrata la constante protesta de la comunidad: “… los habitantes de caleta Coloso en conjunto ruegan a usted… nos ayude…en la creación de un cementerio…no hay pueblo ni oficina en la pampa que no tenga un cementerio y por qué se podría negar a caleta Coloso un beneficio igual…” (Recabarren, 1981:157). En 1907 todo el norte del país se vio afectado por la peste bubónica. 1902 y 1908 fueron los más críticos. Lamentablemente en Coloso, no se tomaron las medidas

adecuadas para combatirla. El problema no solamente era de la caleta sino también de Antofagasta. La prensa denunció que la carencia del serum de Jeosin, remedio para combatir la enfermedad, permitió que la peste se extendiera por todo el poblado. Se denunciaba que en las boticas (farmacias) las comercializaban a un alto precio lo que naturalmente afectaba a los sectores más modestos donde la enfermedad se presentaba con mayor violencia. El Mercurio de Antofagasta se refirió específicamente y denunció a la empresa propietaria de Coloso por la carencia de medidas para contrarrestar el avance del flagelo: “…la acción de la Casa Granja que tiene radicado en esa caleta tan cuantiosos intereses, debe hacerse sentir eficazmente en este caso por humanidad y hasta por propia conveniencia, pero no es menos cierto que la autoridad no puede mantenerse indiferente ante tal situación” (El Mercurio de Antofagasta, 25-04-1907). Para denunciar la despreocupación de la empresa es necesario agregar que no tenía un lazareto donde aislar y atender a los enfermos, situación que agobiaba aún más a Antofagasta, puesto que debía compartir el suyo con los enfermos de Coloso. La Junta de Beneficencia anotó que de 26 enfermos asilados, 8 eran de Coloso. La Junta también criticó la forma cómo eran trasladados los enfermos ya que,

comentaba, “los hace atravesar esas 4 leguas, en carretas o carretones…todos ellos abiertos de tal modo que los enfermos van expuestos a la acción del frío…enfermos que están con alta fiebre…son condenados a una muerte segura y llegan al lazareto en estado agónicos…en…coches públicos, carretas o carretones…todos ellos abiertos de tal modo que los enfermos van expuestos a la acción del frío…enfermos que están con alta fiebre…son condenados a una muerte segura y llegan al lazareto en estado agónico en coches públicos”. La Junta de Beneficencia insistió en la necesidad de abrir un lazareto en Coloso. Así se lo representó al administrador Ried; al tiempo que le exigió el uso de carros especiales para el traslado de los enfermos y evitar así el peligro de que fallecieran en el camino. Incluía también la necesidad de un aseo en habitaciones y calles. La peste bubónica era trasmitida por la pulga de las ratas que llegaban de los diferentes puertos del norte en los barcos que cargaban salitre. Aunque en la mayoría de las radas los barcos anclaban distantes de la playa, los roedores se lanzaban al agua y nadando llegaban a la población. Pese a los requerimientos de la autoridad sanitaria, la administración se negó siempre a construir el lazareto. Lo mismo ocurrió con la necesidad de establecer un cementerio.


COLOSO Ayer y hoy

En 1907 todo el norte del país se vio afectado por la peste bubónica.

Hospital El Salvador (Inaugurado en 1872)

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Precario transporte de enfermos de Coloso al lazareto de Antofagasta. Traslado en coches públicos, carretas o carretones.

Falta de cementerio en Coloso Para la sepultación había que recorrer

10 km. hasta el camposanto de Antofagasta.


La sociedad e instituciones

L

a más importante de todas fue el Cuerpo de Bomberos, que poseía un cuartel para guardar el material contra incendio. Se ubicó en la calle Antofagasta. Fue construido y entregado a los bomberos en marzo de 1908.

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Bomberos de Coloso luciendo su nuevo material llegado de Alemania. Al costado derecho de la fotografía se alcanza apreciar parte de la Casa del Administrador de la empresa. 1909. Gran parte de la edificación de Coloso era de madera, material combustible. En esas circunstancias la empresa se vio obligada a facilitar la formación del Cuerpo de Bomberos de Coloso. El mismo temor impulsó la construcción de una red de agua contra incendios que hemos descrito en páginas anteriores. La empresa adquirió en Europa todo el material necesario para combatir siniestros. Cuarenta voluntarios daban forma a esta

organización. El gerente Arnoldo Ried asumió el cargo de director. Los otros directivos: Hernán Hansen, capitán; Rafael Sotomayor, teniente primero; Arturo Pirad, teniente segundo; Juan Ossandón, teniente tercero; Juan Echeverría, secretario; Víctor Potes, inspector de grifos y Francisco Jouneaux, inspector de estanques (El Mercurio de Antofagasta, 02-05-1900). Cuando Ried dejó el cargo de gerente asumió como nueva autoridad Juan Davagnino. En Coloso no se registraron grandes incendios. Los más dañinos fueron provocados: uno por la inflamación de un tambor de película en el teatro que sólo destruyó la caseta; otro que quemó gran parte de la Escuela de Hombres, un edificio de dos pisos y que también abarcó una parte del teatro. Los ejercicios que realizaban los bomberos constituían una gran atracción para los habitantes del pueblo de Coloso.


COLOSO Ayer y hoy

Educación

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especto a la enseñanza es preciso advertir que tuvo épocas buenas con buen nivel de instrucción y otras muy malas. Lo último ocurrió al término de la existencia de la caleta. Las escuelas estaban separadas por género, una de niñas y otra de varones. En una época ocuparon un local ubicado cerca del cuartel de policía y al sur de la población de los trabajadores. La escuela de mujeres era de carácter rural y se le asignaba el N° 16. La profesora Virginia Cañete de Escorsa, fue su directora por un largo período. El recinto de hombres también tenía carácter de rural y le correspondió el N° 21. Fue dirigida por Filomena Varela, educadora de profesión. Ambos establecimientos funcionaron irregularmente: baja asistencia media, docentes incompetentes y edificio en malas condiciones. Un Inspector de escuela informó en 1922: “la población escolar es de más o menos 200 niños de ambos sexos, en los locales vetustos e insalubres, apenas caben 30 niños en cada uno. Así no se puede cumplir con la Ley de Instrucción

Primaria Obligatoria, pues se hace imposible obligar a los padres a enviar a sus hijos a las escuelas. Así los niños vagabundean por los muelles y playas” (El Abecé de Antofagasta, 16-03-1922). Seis años antes El Industrial de Antofagasta, publicó la declaración de un inspector escolar: “en mi última inspección a las escuelas 21 y 16 de Coloso, noté una escasa asistencia de alumnos… en cambio observé, con bastante pesar, varios grupos de alumnos de 7 a 12 años vagando por las calles…” (El Industrial Antofagasta, 18-101916). La nota correspondió al inspector Arturo Escobar y fue entregada a Maximiliano Poblete, alcalde de la época. Con los años la situación empeoró. El 15 de abril de 1919 se incendió el local. El alcalde pidió a la empresa que pusiera a disposición el edificio desocupado de la gerencia. Casi al final de la existencia de Coloso en 1927, la escuela de niñas y la de hombres se convirtieron en un establecimiento mixto con una matrícula de 99 alumnos. Y según se advertía, la directora Zoila Zamora tenía escasa preparación, lo que dañaba aún

más el proceso educativo. Además faltaban bancos, estantes y pizarras. La población de Coloso se confesaba católica. Una iglesia era indispensable para la práctica de su culto. A través de la prensa se publicitó una propuesta para lo que en esos tiempos se llamaba “la fábrica del templo”. Esta obra se entregó a la comunidad en mayo de 1910 y fue impulsada por monseñor Luis Silva Lezaeta. Entre esa fecha hasta la destrucción del pueblo estuvo a cargo de 8 sacerdotes y tomó el nombre de la vice parroquia de San Luis de Gonzaga. Por orden cronológico los párrocos fueron: Manuel Ortiz (1906), Jaime Pro (1907), Tomás Orst (1909), Pedro Véjar (1911), Nicolás Aludan (1913), Félix Díaz (1914), Agustín Dierich (1920) y León Strube (1925) (González, 2002: 299). El templo se ubicó en la parte más alta de manera que era visible desde cualquier punto. Según El Mercurio de Antofagasta, “la iglesia era de construcción sencilla y elegante” (El Mercurio de Antofagasta, 17-11-1910).

39


La sociedad de Coloso

E

l desarrollo demográfico de Coloso marchó en consonancia con la actividad exportadora del salitre. La primera cifra confiable se desprende del censo de 1907. Antes de esta fecha no existen antecedentes estadísticos. Formulada esta advertencia veamos cuál fue ese comportamiento:

40

Años

1907

1920

1930

1940

1952

Habitantes

879

757

205

261

124

En el censo demográfico de 1907 registró, además, la existencia de una población flotante de 701 personas, de las cuales 689 eran hombres y 12 mujeres, que correspondían a los barcos anclados en la bahía en aquel día. Posteriormente, en pleno auge de Coloso como puerto salitrero, su población alcanzó los 5.000 habitantes, aproximadamente. Téngase presente que la violenta baja que se produce en 1920 se debe al hecho de que ese año forma parte de una etapa de crisis que se origina al término de la Primera Guerra Mundial y que en 1921 llegó a su máxima expresión. En cuanto a la distribución por género, hemos podido rescatar las siguientes cifras: AÑOS

1907

1920

127 Hombres 752 Mujeres

436 Hombres 331 Mujeres

No se han encontrado otros antecedentes que señalen la diferencia entre hombres y mujeres en los años 30 y 40.

además, planteaban asuntos de jornales, rehusando que la firma Granja les descontase el 10% de ello.

De igual manera ha sido difícil señalar un número correcto referente a la cantidad de personas que trabajaban en el puerto y ferrocarril. Sin embargo, señalamos una cifra que puede reflejar lo ocurrido en los diferentes años. Entre los trabajadores con sueldo fijo 350. Además, otros 150 lo hacían con un pago diario y conforme al trabajo que ejecutaban.

El Comercio de Antofagasta en su publicación del 28 de septiembre de 1905, detalló que “como respuesta recibieron el envío, desde Antofagasta, de 10 soldados del Regimiento Esmeralda para custodiar el pueblo y mantener el orden. Así terminó la huelga”.

Problemas sociales Respecto a la actividad gremial y sindical, es necesario advertir que la cercanía con Antofagasta, donde ésta tenía más fuerza, influía fuertemente en los movimientos sociales de Coloso. Así cuando se formó la Mancomunal Obrera de Antofagasta, tuvo también su réplica en la caleta. Los diarios obreros de la ciudad circularon profusamente en la ensenada. Algunas huelgas se produjeron en Coloso, sin reflejar lo que había ocurrido en Antofagasta, pero la de 1906 se generalizó por toda la región y naturalmente por la caleta salitrera. En septiembre de 1905 aconteció una huelga de jornaleros. Exigían que se repusieran en su cargo al capataz. Pero también, aprovechando las circunstancias, hicieron circular una hoja impresa donde,

En mayo de 1906 se produjo otro conflicto a cargo de los jornaleros del muelle, “los que pedían un aumento del 100% por el trabajo de horas extraordinarias y los días domingo. A éstos se les agregaron los obreros de la maestranza pidiendo un horario de trabajo de 8 horas” (El Comercio de Antofagasta, 21-05-1906). Los huelguistas impidieron las labores de los obreros de la resacadora de agua y amenazaron con la paralización de las locomotoras. Para sofocar el conflicto, se enviaron 20 hombres del Batallón Granaderos al mando de un oficial. Dos días después el corresponsal del Comercio de Antofagasta señaló que había errores en la información. Lo que solicitaban eran un aumento de sueldo y terminar su trabajo los sábado a las 15:00 horas. Informaba también que los jornaleros les habían expresado que la Casa Granja les pagaba $10 por mil quintales españoles por descargar


COLOSO Ayer y hoy

los carros hasta las lanchas y $16 por depositar los carros desde la bodega. Alegaban que en Iquique se pagaba $25 por igual operación.

Por supuesto que existieron dos instituciones propias de esos tiempos en los centros de trabajo: la Filarmónica y la Sociedad de Socorros Mutuos.

Tampoco estaban contentos con el trabajo nocturno, puesto que no habiendo luz eléctrica, sino una que otra lámpara a parafina; estaban expuestos a muchas desgracias, como caer al mar.

¿Cómo vivían los colosinos y cuáles eran sus momentos de esparcimiento? En caleta Coloso el trabajo era permanentemente, de tal manera que había siempre una agitación humana en torno a la carga y descarga de las naves. Lo mismo ocurría con el movimiento de trenes. Era una vida agitada, especialmente cuando se concentraba una cantidad importante de naves en busca de salitre. Así el 28 de mayo de 1907, trece navíos esperaban en el puerto. Ese año fue uno de los más activos en la historia del puerto.

Por su parte Arnoldo Ried, administrador de la Casa Granja, señaló que los jornaleros eran muy exigentes, por cuanto “Granja les daba casa y agua gratis, cosa que no se hacía ni en Iquique ni en Antofagasta” (El Comercio de Antofagasta, 21-051906). Como hemos señalado en páginas anteriores, el reclamo constante de los trabajadores era por las malas condiciones habitacionales. El viento levantaba el polvo rojo que se metía por todos los intersticios de las viviendas. Otro de los reclamos era por existencia de la puerta que cerraba el paso a los vendedores ambulantes que viajaban desde Antofagasta. Pedían la eliminación de ella.

El cine y el deporte concitaban el interés de los pobladores, aunque el personal directivo se inclinaba más por el tenis. El fútbol apasionaba a grandes y chicos y contaban con una cancha de juegos, al sur, frente a caleta “El Lenguado”. Dos instituciones deportivas cobijaban a los más apasionados. El Mercurio de Antofagasta relataba así el interés de los habitantes por el deporte: “Coloso, ese pequeño rincón habitado que

eligen a veces los turistas y los vecinos como sitio de momentáneo pasatiempo tiene, no obstante, la ‘abruptosidad’ de su terreno, instituciones sociales cuya finalidad es la práctica del deporte. Entre estas instituciones ponemos, en primera línea, al Club de Tenis, organismo social que cuenta con 4 años de existencia y durante los cuales sus dirigentes han hecho una labor efectiva. Cuenta la institución con una bien tenida cancha de tenis, un polígono de tiro al blanco de salón para señoritas y una bien acomodada cancha de rayuela, el deporte nacional que hoy está de moda en Antofagasta. Todos estos trabajos son las obras constantes del caballeroso sportsman, Mr. Sídney B. Chauntler, que desde el día de su fundación está frente al Club” (El Mercurio de Antofagasta, 1101-1931). El domingo 11 de enero de 1931 el mismo medio anunciaba un encuentro futbolístico entre Chacarita Junior y el Maipú de Coloso. Era también común que la prensa informara de competencias futbolísticas entre tripulantes de los barcos y los futbolistas de la caleta.

41


Viajes entre Coloso y Antofagasta

S 42

in embargo, gran parte de los pobladores optaban por divertirse en la capital comunal. No bien iniciado la construcción del puerto, comenzaron a circular diligencias al Carrizo y Coloso. En un aviso se informaba: “que el 17 de enero próximo, el que suscribe (José Santos Arancibia) establecerá el siguiente servicio diario de coches: de Antofagasta a Coloso, de Coloso a Antofagasta, de Antofagasta a Carrizo, de Carrizo a Antofagasta”. Horarios 08:00 Horas Salidas

17:00 Horas 07:00 Horas y 16:00 Horas 08:30 Horas y 17:00 Horas

“En Antofagasta los coches saldrán de la calle Colón frente a la bodega de la Casa Granja y Cía. Se cobrarán los siguientes precios por cada pasajero: Antofagasta a Coloso o vice-versa: $3. Por cada bulto de equipaje de hasta 23 kilos, $0.50” (El Comercio de Antofagasta, 21-01-1903).

El Industrial de Antofagasta de 1904 también avisaba del recorrido de coches entre los dos pueblos. “El itinerario comenzaba a las 8:00 de la mañana. El dueño de esta empresa era el concesionario del Hotel de Coloso puesto que en su aviso anotaba que esperaba ‘a los antofagastinos que deseaban almorzar en Coloso’”, destacaba el otrora medio de comunicación. “Tres años después aparecieron las ‘carretas de posta’ con itinerario diario. Partían a las 15:00 horas. Y regresaban a las 19:30 horas” (El Industrial de Antofagasta, 26-09-1907). En la segunda década del siglo XX, el sistema de transporte se modernizó. El automóvil se incorporó en el servicio a los pasajeros entre ambos puertos. El precio era de $8 y $10 la hora para los días ordinarios y festivos respectivamente. El aumento y mejoramiento de los medios de transporte y el arreglo del camino de Coloso a Antofagasta, facilitó el traslado de pasajeros de uno a otro lugar.


COLOSO Ayer y hoy

Descripción del viaje de Antofagasta a Coloso Haremos la reseña partiendo desde Antofagasta hacia Coloso. En el viaje el pasajero se encontraba con la primera población del complejo portuario ferroviario. En efecto, en la caleta del Way (quebrada) a 2 kilómetros del puerto, se levantaba una pequeña población formada por 20 casas para trabajadores. Una, ocupada por la persona encargada de hacer los cambios de vía y las otras, destinadas a obreros que desembarcaban madera para la construcción. Avanzando un kilómetro más al sur se hallaba la población Matías Granja. Allí

estaban la casa de máquina, la tornamesa y un galpón para guardar locomotoras. Estaban, también, la maestranza auxiliar y una bodega para depositar lubricantes. Adosada al cerro, el staff destinado a los empleados, la pulpería, la fonda y la cocina. Esta área ocupaba alrededor de 5.900 m2. Poco antes de ingresar a Coloso, existían dos vías separadas. Allí se instaló una puerta de control, que motivó grandes controversias entre los trabajadores y la administración. Los primeros reclamaban porque impedía el libre tránsito de personas y especialmente el ingreso de comerciantes que ofertaban mercaderías a precios más convenientes de los cotizados en pulpería. La administración sostenía que la puerta estaba destinada a impedir la entrada de

ladrones y contrabandistas. El debate llegó hasta la municipalidad. En sesión municipal el alcalde, Maximiliano Poblete, terció en el debate, dando cuenta que él estaba preocupado del conflicto y que había hecho la presentación correspondiente a la empresa, la que le respondió que la puerta se había construido por expresa petición del Gobernador Marítimo y el Teniente Administrador de Aduana, con el propósito de evitar el contrabando y los robos de mercaderías. El debate terminó sin solución. En Coloso siguió girando la puerta para permitir la entrada solo de las personas autorizadas por la empresa. 43

Pasajeros anuales transportados por el ferrocarril 123.585

1400 116.667

141

93.333

70

99.905

144

90.830

44.687

46.667

33.327

21.753

23.333 0

93.167

74.472

70.000

123.583

19.097

6.310 1903

1904

1905

1906

1909

1910

1911

1912

1913

1914

1915


Coloso en el ojo del huracán

M 44

atías Granja Negel murió en julio de 1906. Antes de fallecer hizo su testamento repartiendo sus bienes: el 30% para sus hijas Laura y Zarina; 5% a su sobrino Moisés Astoreca Granja; 5% para su sobrina Carmen Mario Granja; 7% para su sobrino Matías Mario Granja; 10% para repartir en partes iguales entre José, Antonio, Isidro y Estanislao Mario Granja; 1% para el sobrino Enrique Mario Granja; 2% para los hospitales de Iquique y Valparaíso; el 5% para Rafael Sotomayor y el 3% para Juan Dastrés. Con el reparto de la herencia de Matías Granja, Coloso entraba en el centro del escándalo. La partición la hizo tomando en cuenta el 50% de sus bienes ya que la otra mitad correspondía legalmente a su esposa Laura Mounier. El 28 de marzo de 1907 la comunidad acordó: 1- proceder a liquidar la sociedad conyugal, 2- partir los bienes heredados y 3- nombrar como liquidadores a Enrique Mac Iver y Guillermo Rivera, dos destacados políticos de la época.

8. Vial, G. (1983). “Historia de Chile”, volumen I, tomo II, pag. 608.

Al momento de fallecer el creador de tan monumental fortuna, ¿cuál era la situación económica de sus negocios? El historiador Gonzalo Vial dice que Matías Granja murió en mal momento ya que “había extendido sus bienes sin suficiente capital tomando créditos a corto plazo y financiando con esto inversiones de lenta recuperación… sus herederos no tenían la habilidad ni el prestigio de don Matías, se enemistaron entre sí y se repartieron sumas cuantiosas descapitalizando aún más la Casa” (Vial, 1983:608)(8). Súmase a esta situación el hecho de que, en Europa, Granja se encontraba comercialmente desacreditado por morosidad de sus deudas. Vial agrega que “algunas fuentes hacen subir el pasivo global hasta 1.800.000 libras esterlinas”. En 1907 la Casa Granja tenía que cancelar letras por la suma de 3.995 libras y 500.000 por cuotas adicionales. La cesación de pago se traduciría en una inevitable quiebra provocando una catástrofe económica para la firma y el país. Fue en estas circunstancias que el gobierno decidió ayudar a la Casa


COLOSO Ayer y hoy

practicando el siguiente sistema: depositar en el Banco de Chile 500.000 libras para que esta institución bancaria lo entregase a la Casa Granja en calidad de préstamo, por un plazo fijo de 6 meses y un interés del 8.5% anual. Una cláusula especial entre el banco y el gobierno fue la siguiente: “si la Casa Granja no cumplía su compromiso, debía transferir el ferrocarril y puerto de Coloso con todos sus equipos al banco y este debería integrarlo al Estado”. Como el pago no se cumplió, se pusieron los bienes de la Casa a disposición del fisco. Esta discutible negociación se trasladó al congreso provocando agrios debates entre el gobierno y oposición. El affaire fue motejado como escandaloso. La Cámara acordó interpelar al gobierno. Se sostenía que para firmar la transacción, el gobierno debió contar primeramente con acuerdo del parlamento. La estrategia puesta en práctica para ayudar a la Casa Granja fue tildada como “una pantalla”. Claramente el gobierno había hecho un préstamo para salvar a la empresa. Cuando se esgrimía como justificación que

9.Recabarren, F. (1981). “Historia de Coloso”

de no haberlo hecho, no sólo provocaría una catástrofe para la firma sino también para la economía del país, se le respondía que para ser consecuente se debió también haber respaldado a otras empresas que también estaban con tanta dificultad económica como la sociedad Granja. Los críticos apuntaron sus dardos contra Rafael Sotomayor por la cercanía que había entre él y la Casa Granja y se recordaba, además, que en el testamento, Granja le había asignado un porcentaje importante. Pero como dijo un diputado interpelante, “de no haber estado, el ministro ahí, el préstamo a la Casa no hubiese corrido”. Se refería a la influencia del jefe de la cartera de Interior, Rafael Sotomayor (Vial, 1983). El suceso político - económico, trajo nefastas consecuencias para el país, “las poderosas firmas del comercio de importación, en el secreto de lo que pasaba, adoptaron un plan común… vender sólo en oro y aconsejar a sus clientes que no liquidaran sus facturas en esa moneda sino que fueran abonadas en papel para hacer más tarde, cuando se normalizara el mercado, la cancelación definitiva” (Figueroa, 1929: 112 -113).

La especulación tomó un ritmo frenético. Recabarren (1981: 110)(9) recalca que “así lograron que el comercio de segunda mano compre en oro de 18 quilates mercaderías por valor de decenas de millones que el vende a tipo corriente, pero como ese tipo descendía continuamente, se encontraba también continuamente en descubierto. Mercaderías que había comprado…con un recargo del 100% la colocaba en un 110 a 120%, para luego el recargo del oro subía a 140 o 200% y el comerciante encontraba con una pérdida que amenazaba su ruina… hubo comerciantes que debían $100.000 en oro, habían abonado $200.000 en papel que era lo que ellos habían obtenido en las ventas de las mercadería, pero quedaban debiendo siempre otros $100.000 que constituía un saldo en contra y una ruina segura”. El affaire Granja removió la conciencia del país y conmovió a los políticos mostrando una nación invadida por una lacra de corrupción y manchó a una obra monumental realizada por Matías Granja, que ya muerto, no sufrió ninguna decepción. Tampoco sería espectador del abandono en que se sumía su creación, en manos extrañas.

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“La muerte de Coloso”

E 46

n la década del 20’, el cielo económico de Chile se oscureció. La Guerra Mundial había terminado. Como se estimaba que el conflicto sería más prolongado, los empresarios salitreros habían producido una mayor cuota de la sal y casi de igual manera habían procedidos los países en guerra. Así pues, hubo una superabundancia de nitrato, lo que paralizó el comercio entre Chile y las naciones compradoras. No tardó demasiado en cubrirnos de una crisis muy desesperante para los trabajadores y el gobierno, ya que las oficinas comenzaron a cerrar y el Estado vio difícil financiar el presupuesto de la nación.

Sorprendió a los ingleses con un extenso artículo periodístico referente al desarme de Coloso. La publicación del Liverpool Post del 2 de febrero de 1933, que aparece en Recabarren (1983: 218 – 219)(10), expresaba lo siguiente: “Un inglés mr. Robert Bell ha comprado un pueblo de cinco mil habitantes. Se propone destruirlo y ha pagado un millón de pesos por el privilegio. Caleta Coloso el pueblo al cual Mr. Bell desea borrar de la tierra, es un puerto salitrero”. “Mr. Bell será el único árbitro de los destinos de cientos de hogares, dos escuelas, oficina postal y telegráfica, una vieja iglesia, una estación de policía, ferrocarril y buenas

estaciones, muelles, embarcaderos, dos hoteles y numerosos almacenes. Pero lo destruirá todo ¡como un hongo creció en el desierto y como un hongo morirá!”. Mr. Bell que vive en Santiago, dijo: “Estoy totalmente retirado, pero tuve noticias de la intención de las autoridades de vender el pueblo en lotes, pertenecía a la Cía. Salitrera Aguas Blancas de Londres, pero ahora la concesión fiscal ha expirado y nadie tiene, hoy en día, suficiente interés en el salitre como para renovarla. Olfateé una ganancia. Fui donde los vendedores y ofrecí comprar el pueblo completo, tal como estaba. Espero tener una ganancia de otro millón”. “Mr. Bell tiene más de 70 años, pero aún está activo y vigoroso. Su retiro parece incomodarlo, porque ha batallado desde que era un niño en la quemante pampa salitrera durante 40 años”. “Ya se ha dirigido a Caleta Coloso para ponerse él mismo a la cabeza de sus cuadrillas de demolición. Las vías férreas están siendo arrancadas y las estaciones demolidas, las cañerías de agua están siendo sacadas de la tierra. Las últimas tuercas y pernos serán llevadas al sur, a Chile central, donde hay una seria escasez… de buenas cosas importadas”.

10. Recacarren, F; Obilinovic, A; Panadés, J. (1983). “Coloso, una aventura histórica”. Antofagasta, Chile: Universidad de Antofagasta, Departamento de Ciencias Sociales.


COLOSO Ayer y hoy

Adiós al Ferrocarril Nacional

V

olvamos a la empresa. Como ya se dijo en diciembre de 1907 los herederos acordaron vender el ferrocarril y puerto de Coloso a los señores Destres, Mario Astoreca, Mounier de Saridakis, Granja de Larraín y Granja de Ramírez. Estos, en julio de 1908, la transfirieron a W. R. Grace y Cía., de Valparaíso. En verdad, Grace compró no para sí, sino para una empresa que aspiraba a adquirirlo. El 17 de octubre se protocolizó la venta. El precio se fijó en 680.000 libras esterlinas ($17.000.000 de la época). Grace se hizo cargo del ferrocarril, sus concesiones, dependencias y la existencia de carbón. Se acordó también que Astoreca debía dejar limpios todos los títulos que correspondían a la empresa en el plazo de 30 días. Además debía hacer concurrir al Banco de Chile y al gobierno para realizar la transferencia del ferrocarril. Así, ladinamente el de Aguas Blancas, pasaba al monopolio del Ferrocarril de Antofagasta a Bolivia, de capitales británicos. Personajes importantes de la política abogaron por la nacionalización del ferrocarril. Así lo hizo el historiador Gonzalo Bulnes, que argumentó: “Yo vería con satisfacción como

patriota y como financista, que el gobierno adquiriera el ferrocarril de Aguas Blancas y el Puerto de Coloso con sus dependencias… el monopolio ejercitado en mayor escala por el Ferrocarril de Antofagasta, haciéndolo extensivo al Puerto de Coloso y Aguas Blancas… es algo que debe evitarse a costa de cualquier sacrificio por parte del Estado. Este monopolio significa el aniquilamiento y absorción de todos los capitales chilenos empleados en la industria salitrera”. Por otra parte el ex ministro de Industria, Comercio y Obras Públicas, Carlos J. Ávalos expresaba: “un ferrocarril particular no se construye ni se maneja para fomentar una riqueza o hacerla nacer, sino principalmente… para explotarla. Si mira para después, es solo cuando lo satisface ampliamente el presente. Lógicamente nada más se le puede exigir. Distinto puede y debe ser el papel del Estado dueño de un ferrocarril”. En la misma dirección hacían campaña El Mercurio de Valparaíso, el de Antofagasta y El Industrial. Las letras de pago eran a 90 días y debían de cancelarse en Londres. El negocio de la firma se conoció rápidamente en Antofagasta. El

Mercurio de Antofagasta, en su edición del 14 de octubre de 1908, informó que un sindicato inglés la había adquirido por intermedio de Grace y Cía. Se refirió también sobre el precio de venta y su distribución: 500.000 libras para cancelar el préstamo. El dinero restante -180.000 libras- también lo recibiría el fisco de Chile para cancelar parte de las 300.000 libras que la empresa adeudaba por concepto de exportación de salitre. El saldo de la deuda por impuestos se cancelaría con la venta de otros bienes de la Casa Granja. Si eso no fuese posible, abonando mensualmente la suma de 25.000 libras. A mediados de octubre de 1909 el fisco aceptó la venta del Ferrocarril de Coloso a Aguas Blancas. Al mismo tiempo autorizó a la firma para retener del precio de venta 19.000 libras esterlinas de las 680.000. El monto restante de 661.000 libras, ingresaría a las arcas fiscales. Según antecedentes entregados por Moisés Astoreca, los bienes de la firma -tomando en cuenta las tres oficinas salitreras de Tarapacá y las propiedades urbanas- sumaban un total de 430.000 libras. Esto sin tomar en cuenta la empresa de Coloso y Aguas Blancas.

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E 48

n un primaveral día, en la mañana del 27 de noviembre de 1908, después del deceso del creador del complejo, Matías Granja, la caleta Coloso era recibida por W.R. Grace y Cía. en representación del sindicato inglés que realmente la había adquirido. Se estableció en este acto de entrega que el gerente administrador, Arnoldo Ried, continuaba a cargo de la empresa en representación del sindicato comprador. Se fijó que en los días siguientes, los vendedores recibirían la suma de 680.000 libras esterlinas. Mientras ocurrían estos acontecimientos se producían otros, movidos por otras personas para dar forma a una nueva empresa que asumiría la propiedad del puerto y ferrocarril de Aguas Blancas. De esta manera el 19 de diciembre de 1908, ante el notario público, mostraron la tenencia de las acciones Luis Valverde, por Grace y Cía., tenedor de 90.000 acciones; Adolfo Guerrero, suscribiendo por sí 2.000 acciones; David S. Iglehart, 2.000 acciones; James W. Grace, 2.000 acciones; Federico Wightman, 1.000 acciones; Carlos Brett,1.000 acciones y Carlos Aldunate Solar con 2.000 acciones. Estos tenedores confirmaron que eran para la Sociedad Anónima denominada Ferrocarril de Aguas Blancas. En los estatutos de la sociedad se convino: 1-

una duración de la empresa por 90 años y 2- la adquisición de la antigua empresa con todos los bienes que poseía (Libro de Títulos del FCAB N°4, pág.22). El Presidente Pedro Montt Montt, por decreto del 11 de enero de 1909, autorizó la existencia legal de la Sociedad Anónima Ferrocarril de Aguas Blancas y aprobó sus estatutos. El plazo para iniciar las operaciones de la empresa se fijó en 60 días. En esa misma fecha renunció como director David Iglehart. Justificó su acto por el hecho de haber traspasado sus acciones a Robert Harvey. Lo siguió con el mismo procedimiento el director Adolfo Guerrero. Finalmente lo hizo Carlos Aldunate aduciendo similar excusa. Así, Coloso quedaba bajo la administración del capital inglés. Cumplida una serie de operaciones para producir cambios legales, terminó el proceso de adquisición de la empresa del Ferrocarril de Aguas Blancas. Los nuevos propietarios tenían su residencia en Londres. Se trataba de: Charles N. Lawrence, David Simpson, Richard H. Glyn, Robert Harvey y Bernard E. Greenwell, cada uno era poseedor de 19 mil novecientas acciones. Con el dinero recibido por la compra, los herederos cancelaron el préstamo del

Banco de Chile, 500 mil libras esterlinas. De este modo se levantó la hipoteca. Las personas que hemos señalado se quedaron definitivamente con la empresa. La verdad sea dicha: todos los vericuetos legales y administrativos señalados, tenían por fin perfeccionar el proceso de compra. Sin embargo había un asunto más profundo. Con este tan poco y elegante traspaso, el ferrocarril y puerto de Coloso, construido con dineros nacionales, pasó a propiedad de la empresa de ferrocarril inglesa y sus disposiciones legales fueron redactadas también conforme a la legalidad de ese país. Pero la operación no terminó allí. En febrero de 1911 se firmó un contrato entre el Ferrocarril de Aguas Blancas y el Ferrocarril de Antofagasta a Bolivia que disponía que el primero le arriende todos los bienes y concesiones de la empresa, por el plazo de 33 años. El convenio se firmó en Londres. En esta forma el único ferrocarril nacional desapareció en la zona salitrera. El capitalismo inglés lo desplazó. El imperio económico de los ingleses cerraba su cerco en el norte de Chile.


COLOSO Ayer y hoy

Agonía y muerte de Coloso

C

omo los grandes terremotos, llegó sin anunciarse. Todo estaba tranquilo. Las esperanzas brotaban como árboles en primavera. Había en el aire una sensación de tranquilidad y seguridad. No había signos de que el mundo estaba a las puertas de una gran catástrofe. Pero ocurrió. Era el 24 de noviembre de 1929. En Chile se aproximaba el verano y en el continente del norte el otoño. Era un jueves. De improviso el New York Stock Exchange (Bolsa de Comercio de Nueva York), se precipitó a la baja y los papeles accionarios se vinieron al suelo. El terremoto económico hizo sentir los primeros remezones, síntoma de una gran tragedia. La extensión del sismo abarcó los mercados europeos. Las Bolsas de Londres, París y Berlín anotaron a la baja. Era un jueves que se vestía de negro. La caída económica fue estruendosa: colapsaron los bancos y las industrias. Un ejército de cesantes apareció en el horizonte laboral, millones en el orbe. Los precios de los bienes de consumo, también cayeron. Igual ocurrió en el comercio internacional: descendieron las exportaciones y las importaciones. La alarma comenzó en Nueva York y se sintió en todo el mundo. También atacó al crédito. En poco tiempo se puso término a las ofertas que se

hacían en el mercado internacional. Había llegado el momento que cada cual “se rascara con sus propias uñas”. Chile recibió los efectos de la recesión mundial. El país había vivido en un mundo de fantasía, donde los préstamos eran la varita mágica. Los gastos del Estado estaban más allá de las posibilidades, tanto así que se solicitaban para servir la deuda. Como la economía nacional descansaba en las exportaciones mineras, los efectos de la crisis del mercado internacional provocaron serias dificultades: menor compra del exterior y menores préstamos a la nación. En un mundo económicamente paralizado, Chile no resistió. Un informe de la Liga de las Naciones aseguró que el país fue uno de los más golpeados por la crisis. Dio interesantes referencias numéricas que avalaron la afirmación: el comercio mundial cayó en un 70%. La producción de salitre entre 1929 y 1932 descendió un 95% y las exportaciones de la sustancia, en un 91,7%. De 2.898.000 toneladas en 1929, la producción descendió a 250.000 en 1932. El impacto fue brutal: la decisión de salvar el déficit fiscal echando mano a las reservas de oro del Banco Central, contrajeron los medios de pago disponibles de $1.106 millones en 1929, a $805 en 1930 y a $641 en 1931.

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50


COLOSO Ayer y hoy

El movimiento portuario da cuenta de la decadencia y muerte de Coloso: Año

Número de naves

1925

65

1926

38

1927

53

1928

40

1929

49

1930

13

En los últimos 6 años, en promedio, anclaron 43 naves salitreras. Frente a este panorama la economía nacional flotó como una hoja de papel. El país fue golpeado hasta quedar semiagónico. El salitre, la “fuente de la eterna prosperidad” recibió el mayor golpe. Nadie lo pudo salvar. El Presidente Carlos Ibáñez del Campo, creó la Compañía de Salitre de Chile, Cosach, que no fue capaz de mantener a flote al ahogado. Al contrario, lo hundió en las aguas del fracaso. En estas circunstancias, la sobrevivencia de Coloso, fue tarea imposible. En Aguas Blancas paralizaron casi todas las oficinas salitreras, de tal forma que se cerró el mercado exportador. La escasa producción y las reservas en bodega fueron suficientes para un mercado en franca retirada. Esa fue una vertiente de la estrepitosa caída de la Empresa Ferrocarril y Puerto de Coloso, la otra ya advertida por el avance de la construcción del puerto artificial de Antofagasta, con capacidad suficiente para

resistir cualquier demanda. Si el desastre del salitre no se hubiese producido, de todas maneras el puerto de Coloso tenía los “dados echados”, porque la rada de Antofagasta ya no era un proyecto sino una realidad. De este modo sobre Coloso cayó la muerte anunciada. En 1918 el ministro de Hacienda ordenó, que las concesiones de playas y muelles otorgadas sin plazo definido caducarían el 31 de diciembre de 1919. Aparentemente era la fatídica fecha del deceso, sin embargo la muerte no llegó. El jefe de la cartera de Hacienda, Guillermo Subercaseaux, por decreto, decidió que los permisos para construir esas obras estaban vigentes, pues se habían incorporado como “casos de excepción”, establecidos en el decreto de 1918. Alentado por esta ocurrencia, el nuevo administrador de la empresa, Arturo C. Hunt, solicitó al gobierno la autorización para prolongar el muelle en 36 metros. El administrador estaba entusiasmado por la recuperación del negocio salitrero que se produjo después de la crisis económica de 1921, año que incluso demostró su caída con la huelga y muerte de trabajadores en la salitrera San Gregorio. El intendente de Antofagasta, Daniel Espejo, mató el optimismo de Hunt, puesto que respondió negativamente porque “las obras de mejoramiento del puerto de Antofagasta demandan del Estado cuantiosas sumas… que deben financiarse con las entradas que produzca el movimiento por dicho puerto”. Además, la cercanía de caleta Coloso no justifica la autorización para ejecutar obras a particulares que conduzcan a mejorar los actuales medios de embarque.

Dos años más tarde caducaron las concesiones del muelle, el malecón y el varadero. Un decreto expedido el 10 octubre de ese año declaró caducadas dichos permisos. No obstante en julio de 1930, el ministro de Marina concedió en arrendamiento a la Sociedad Anónima del Ferrocarril de Aguas Blancas, los terrenos en la playa de Coloso. El otorgamiento fue por 20 años. Peticiones y decretos, accediendo y negando, eran sólo la forma de revivir a un moribundo que, en ocasiones, parece escapar de su agonía y otras, estar a las puertas de la muerte. Lo cierto es que nada correspondía al capricho de los protagonistas. Había una situación más profunda y al parecer irreversible: el salitre sintético que había aparecido como un fantasma en el horizonte del mercado de abonos. Se había convertido en un ser con cuerpo y alma para poner fin al ciclo salitrero nacional. Las compras fueron cada vez más escasas y Aguas Blancas, proveedora del bien comerciable, había ido lentamente apagando los fuegos de las oficinas salitreras. En 1931 el Sub Delegado de Aguas Blancas, Moisés Espinoza, informaba que: “esta subdelegación ha experimentado los efectos de la aguda crisis salitrera, habiendo paralizado totalmente la elaboración de todas las oficinas que estaban en trabajo, viniendo, por consecuencia, la despoblación casi completa del Cantón. El sub delegado adjuntaba la fecha de la paralización y las cantidades de salitre que había quedado en cancha” (Archivo de Intendencia de Antofagasta, volumen 91).

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n el informe que el mismo delegado emitió para dar cuenta del tercer trimestre de ese año, indicó que: “las oficinas siguen paralizadas”. Dice además que la Cosach se ha hecho cargo de las oficinas Rosario, Castillo y Eugenia y que se estaba reactivando Bonasort. También se refirió al panorama que había en Yungay: “pueblo que ya no cuenta con Registro Civil porque suspendió sus funciones el 31 de julio de 1931” (Archivo de Intendencia de Antofagasta, 1930-31, vol.91).

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El análisis resulta claro, simple y objetivo: no obstante la buena voluntad de los personeros de gobierno y el aparente interés de la empresa por seguir trabajando, la realidad salitrera era más fuerte y decisiva; terminaba sin vuelta el ciclo salitrero. El voluntarismo no resucita muertos. El Ferrocarril de Aguas Blancas y Puerto de Coloso llegaban al fin de sus días. Los decretos fueron sucediéndose rápidamente y estaban destinados a darle a la empresa una muerte sin dolores. El 3 de mayo de 1932, a petición de la misma empresa, el gobierno por Decreto N°689, autorizó a la Compañía de Ferrocarril de Aguas Blancas para levantar las líneas y las instalaciones comprendidas entre caleta Coloso y Carrizo. El mismo mandato declaró la caducidad del permiso que disfrutaba la empresa para ocupar terrenos fiscales, utilizados en las vías férreas, estaciones y demás instalaciones de la línea que se levantará (Libro de Títulos Ferrocarril Antofagasta a Bolivia, N° 1).

Otra petición de Arturo Heskett, administrador del FCAB y del Ferrocarril de Aguas Blancas, fue la forma de darle a Coloso una muerte tranquila y digna: pedía dar por terminada la concesión del muelle, del malecón y varadero. El decreto dio plazo hasta el 31 de diciembre para que “retire las mejoras e instalaciones que posee en el recinto de la concesión, debiendo entregar a la subdelegación marítima, completamente despejados los terrenos de las playas y parte del mar que ocupaban”. Finalmente señalaba que de no cumplirse la orden, las mejoras e instalaciones que no se retiren, dentro del plazo señalado, se dejan a beneficio fiscal. El decreto lo firmaron el Presidente Provisional, General Bartolomé Blanche y J. M. Montalvo (Libro de Títulos Ferrocarril Antofagasta a Bolivia, N° 1:104 A). El citado decreto de gobierno definitivamente cerró los ojos de la agónica caleta Coloso. Terminaba así lo que, en un libro anterior, se tituló como Coloso: una aventura histórica. Un pueblo donde hombres y mujeres formaron hogares, nacieron sus hijos y, a lo mejor, sus nietos. Un pueblo donde se expresó la vida en sentimientos de amor, rencores y hasta odios. Un pueblo donde muchos soñaron una vida mejor; donde creció la esperanza y también se anidó el pesimismo. Un pueblo donde cada atardecer estallaba el sol en una sinfonía de colores y cada mañana amanecía preñado de ilusiones. Un pueblo donde los seres humanos rieron y lloraron. Terminaba por el mandato de un decreto y la decisión de sus propietarios. Un pueblo que nació bajo el diseño de planes, estrategias y

recursos económicos de dos empresarios salitreros de Tarapacá: Baltazar Domínguez y Matías Granja. En enero de 1932 Alberto Díaz Gutiérrez, Julio Fritis Arriaza y Carlos de la Fuente, dieron cuenta al intendente provincial “que tienen conocimiento que la Sociedad Anónima de Aguas Blancas tiene en venta la existencia de caleta Coloso. Existen 300 personas que reciben casi todo de la empresa y en qué situación quedarán si se lleva a cabo el proyecto de la venta. Cuál sería la situación de esas familias que viven en casa de la compañía” (Archivo de la Intendencia de Antofagasta ,1932). El intendente, Hipólito Serruyz Gana, escribió a la administración indicando que la gente soportaba la situación en que se encontraba la empresa, pero no deseaban abandonar Coloso. La respuesta de la empresa no se hizo esperar: “el Estado por decreto le permitió (a la empresa) levantar los rieles entre Carrizo y Coloso. El ministerio de Marina declaró terminada la concesión del muelle, malecón y varadero. De acuerdo con esas disposiciones, procedimos a levantar las instalaciones existentes”. La nota al intendente terminó sarcásticamente: “si el Gobierno se interesa en esas casas para establecer una colonia de cesantes, con el mayor gusto podría hacer la gestión con la empresa” (Archivo intendencia de Antofagasta, 1932).


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Creció como un hongo en el desierto

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ese a la petición de los últimos habitantes de Coloso, la empresa vendió, al mejor postor, todos los bienes existentes. Comprarla era un buen negocio. Casi en todas las construcciones habían usado pino oregón, madera muy apreciada para hacer muebles y de alto precio. Además las últimas oficinas salitreras, tenían interés en comprar algunas de las maquinarias. Todos los bienes fueron adquiridos por un millón de pesos por la firma Barceló y Peillard. Sin embargo, fue Roberto Bell quien fue el protagonista del desarme.

Bell llegó a Chile después de la Guerra del Pacífico. Vino para ocupar el cargo de administrador general de la compañía de salitre. Luego se independizó y se estableció en Antofagasta como empresario vendedor de maderas de su barraca. Cansado y envejecido se fue a Santiago y allí fijó su residencia. Falleció en la capital de Chile el 5 de mayo de 1940. Los que lo conocieron dijeron de él, que era un hombre reposado, sonriente y que siempre le gustaba hablar en broma. Roberto Bell fue el hombre que protagonizó la destrucción de la caleta Coloso.

En un destacado aviso daba cuenta que: “¿Quién era Roberto Bell Mac Aullando? Don Roberto era un antiguo vecino de la ciudad de Antofagasta. Oriundo de Inglaterra nació en 1860. Viajó a Chile en 1886 cuando tenía 26 años. Antes vivió en Perú. En Antofagasta se casó con Cristina Huwoieson. Uno de los hijos del matrimonio se fue a Inglaterra para ingresar al ejército de ese país. Desgraciadamente, como muchos hijos de hogares ingleses que acudieron al llamado de reclutamiento para participar en la guerra de la cual algunos regresaron y otros murieron en el combate, el hijo de Bell murió luchando”.

La reacción del Liverpool Post, motivada por la venta de Coloso, no fue la única en prensa. En un artículo obtenido por El Mercurio de Santiago del 7 de julio de 1934, reproduce al corresponsal del Chicago Tribune en Santiago de Cuba. Según el representante del medio “Bell y otros compatriotas han alquilado el volcán Tres Puntas que se eleva a 5.838 metros sobre el nivel del Pacífico y se halla a alguna distancia de Caleta Coloso, tierra adentro y separada de ella…por las áridas tierras conocidas con el nombre de Desierto del Nitrato…proyectan extraer el azufre…que se halla depositado en el interior del cono, a modo de graderías, con el objeto de enviarlo al Sur de Chile, donde las grandes

extensiones de viñedos que allí se cultivan hacen necesarias muchas toneladas de azufre”. Dejando de lado la fantasía del corresponsal, es interesante conocer qué referencia hacían sobre Coloso. La información dice: “la ciudad de caleta Coloso fue comprada por Bell para su empresa del nitrato, con el objeto de vender sus demoliciones para construcciones en las regiones del sur, donde las restricciones impuestas a las importaciones de materiales son tales, que representa un negocio la destrucción de una ciudad para edificar en otras… Así pues, Bell contrató un verdadero ejército de obreros que metódicamente desmontaron todas las casas… calles… vías ferroviarias, almacenes, etc.… y empaquetaron hasta los clavos y cristales de las ventanas para su transporte a los mercados del sur”. “Este hombre de empresa a pesar de su avanzada edad, ha declarado que para él la crisis económica actual no tiene gravedad, pues, aún ahora mismo está buscando nuevas aventuras comerciales”.

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a respuesta a la fantasiosa información entregada por el Chicago Tribune y reproducida por El Mercurio de Santiago, fue respondida por un extraordinario periodista de la ciudad, Santiago La Rosa, quien escribió una columna en El Mercurio de Antofagasta, bajo el título de “El inglés que apagó un volcán”. La columna expresa que :

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“Una operación comercial que no tiene nada de extraordinario en el norte, efectuada por el conocido comerciante británico, ha servido para que el corresponsal del Chicago Tribune… haya tejido una historia curiosa, para que al señor Bell se le llame ahora por los mismos diarios yanquis, el inglés que compró una ciudad”.

Santiago La Rosa en su opinión rechazaba la información del inglés que se compra un volcán y que destruyó una ciudad. El profesional sigue diciendo que: “lo que nosotros sabíamos hasta ahora es que Mr. Bell es un pacífico, aunque emprendedor comerciante, a quien cualquier hijo de vecino… le puede ver a cualquiera hora del día en su oficina… no debemos quedarnos calladitos y aceptar la importante historia de la ciudad y del volcán”. “Con un vecino como Bell, no tenemos necesidad de esforzarnos en… propaganda turística para que vengan muchos americanos e ingleses… a dejarnos sus dólares y sus libras. Nuestro porvenir está asegurado. Porque no habrá ningún reclame mayor para

agencias de turismo extranjeras que poner en sus programas: Antofagasta la ciudad donde habita el hombre que compró una ciudad y apagó un volcán” (El Mercurio de Antofagasta, 09-031934). Al iniciarse la lectura de este trabajo hemos tratado de recrear la escena del desarme de caleta Coloso. Mucho más vívido que eso son las informaciones aparecidas en estos dos diarios, uno inglés y otro americano sobre el desarme del puerto.


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Epílogo romántico y trágico

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n 1874, el empresario salitrero Matías Granja visitaba Valparaíso. El destino quiso que, en el mismo tiempo, lo hiciera un grupo de variedades con artistas franceses que actuaba en teatros locales. El mismo destino, determinó que Matías se prendara de una joven dama, la francesa Laura Mounier: cantante, bailarina y llamada a transformarse como una artista de nota. Matías, en esa época con 37 años, fue flechado por Laura y como hombre de empresa decidió proponerle matrimonio, aceptado por ella. Retornaron a Iquique y un sacerdote bendijo el matrimonio en representación de la Iglesia y el Estado chileno. Es necesario recordar que, en esos años, el Estado se declaraba católico, de tal modo que la presencia de sacerdotes en los matrimonios, actuaban como ministros de ambas instituciones. Laura vivió unos años en Iquique, ya que, en el libro de bautizos, certifica la colocación de óleos al hijo de Moisés Astoreca y Felisa Granja, donde se señala a Laura Mounier como madrina. La ocurrencia de este hecho corresponde a 1877, es decir, dos años después del casamiento. Antes de sus nupcias, Laura confesó que en Paris la esperaba un hijo, aceptado por Matías y con el compromiso de reconocerlo como propio.

El hijo de Laura se conoció con el nombre de Rafael Granja Mounier. Con la ayuda de Matías, el niño estudió en el Colegio Saint Barbe des Champs, de orientación católica. Quizás la existencia del hijo de Laura en París, fue motivo para separar el matrimonio. Laura volvería a Francia y Matías continuaría en Iquique, mientras finiquitaba sus negocios salitreros, pero luego se trasladaría a Europa para reunirse con Laura. No hemos ubicado le fecha de la separación, sólo conocemos que Laura retornó a Chile a comienzos del siglo XX. Mientras tanto, Matías, no olvidaba a su esposa. Se asegura que mantuvieron una copiosa correspondencia epistolar y le enviaba dinero con una empresa chilena española. No nos fue posible conocer esas cartas. La larga separación del matrimonio, fue la oportunidad de Matías para trabar amistad amorosa con la viuda Paula Navarro cuyo fruto fueron sus hijas: Zarina y Paula. Cuando nació la última, confesó a su esposa la relación con la artista. Al parecer fue esa época en que Laura resolvió retornar. Le informaron la legalidad de su matrimonio. Además, estaba al tanto de la riqueza de su cónyuge. En 1901 Laura estaba en Chile y denunció ante la justicia a su esposo por el delito de

concubinato. El juicio se mantuvo hasta 1902, fallando a favor de Laura, reconociendo la legalidad de su casamiento. Matías murió de un ataque en 1906 y Paula falleció en el terremoto de Valparaíso del mismo año. Laura heredó, por disposición legal, la mitad de los bienes de Matías Granja.

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Palacio de Marivent, prodigio del salitre

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ueña de una fabulosa fortuna, la viuda de Granja se casó con uno de los ingenieros de la oficina salitrera, Juan de Saridakis, amor que brotó antes del fallecimiento de Matías. Saridakis nació en Alejandría en 1877 y murió en 1963, en su Palacio, construido en Palma de Mallorca con la fortuna proveniente del salitre. La pareja se instaló en Santiago viviendo de las rentas. Laura Mounier se dedicó a pintar y esculpir en su taller-residencia; incluso participó en el Salón de la Pintura de 1929 y fue premiada. La pareja se estableció, alrededor de 1935, en el núcleo turístico de Cala Major, en Palma de Mallorca, España, donde construyeron el Palacio de Marivent. Saridakis daba monumentales fiestas con numerosos invitados. Se recuerda que él se presentaba con un gran sombrero de paja y un silbato en el cuello a cuyo sonido ordenaba la participación de sus invitados. Laura enfermó gravemente; Saridakis contrató una enfermera, Anunciación Marconi Tiffardi, que la cuidó hasta su fallecimiento, con 81 años de edad. El viudo, tempranamente se casó con Anunciación. Años después del fallecimiento de Saridakis, su viuda, cedió la construcción y sus terrenos a la Diputación Provincial de Baleares en 1966, a condición de que

se crease un museo que llevase el nombre de Juan de Saridakis y que permaneciese abierto al público. La Diputación, en 1973, cedió la propiedad a la Corona Española y hoy es la residencia estival de la Familia Real Española, y el palacio preferido de Su Majestad la Reina Doña Sofía, quien reside gran parte del año en este palacio y desde donde acude a sus actos oficiales en el resto de España. Pareciera que este relato estuviese fuera de la investigación sobre Coloso. Sin embargo, existe una explicación: así como los pueblos fantasmas fueron importantes para que sus habitantes desarrollaran una vida democrática, así también, demostramos como la explotación del salitre y las ganancias que se obtuvieron, se invirtieron para satisfacer el deseo de magnificencia, lujo, despilfarro y derroche. El Palacio de Marivent era una verdadera pinacoteca. Saridakis poseía una vocación artística y recibió su primera formación de Pedro Lira. Mil cuadros de artistas de todos los tiempos, adornan sus paredes junto a otras colecciones de porcelana. La información turística menciona que sus propietarios eran coleccionistas de bienes culturales y además disponían de una gran fortuna que procedía del salitre chileno (Últimas Noticias, 20-07-1914).


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El poeta y médico antofagastino, Antonio Rendic Ivanovic, “Ivo Serge”, escribió poesías, como ésta, dedicadas a Caleta Coloso: “Coloso ya no estás. Y en los heridos, donde hogares sus muros levantaron, acuna el mar sus lágrimas salobres y ensaya el viento su oración de réquiem. Mira a tu alrededor: herrumbre y polvo, la angustia entre las ruinas atisbando y el tiempo en tus despojos detenido. Nada queda de ti, de tu pasado. Nada que imponga al sentimiento herido de tus glorias de ayer. Y tu muelle, tus canchas y bodegas, recuerdos son que gimen en la brisa para morir después en las quebradas. Coloso, aquí estoy, vengo en puntillas para no perturbarte en este sueño que sabe a eternidad. Tú meciste las noches de mi infancia y tus playas dejé cantando alegre, sin pensar que, a los años volvería para llorar aquí junto a tus olas, con sincero dolor, esta tragedia que oprime el corazón y lo anonada. Fuiste alegre y feliz en tu grandeza De todo tu esplendor, ¿qué queda?... ¡Nada!” (Antonio Rendic. Ivo Serge: OBRAS ESCOGIDAS. Prólogo y selección de Osvaldo Maya. Antofagasta, 1990. P. 224.)

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Las palabras intentan contener la vida tan llena de historias de Coloso, intentan transmitir la emoción de los relatos de los colosinos, intentan con la mayor humanidad posible internarnos en la intimidad que con tanta humildad y orgullo nos ha expuesto su gente, y no podemos sino llenarnos de esperanza, tener la certeza que un futuro mejor es posible y que está allí, en nuestra gente, en su tenacidad por desarrollarse, en su profundo sentido de identidad, en ese arraigo que los vinculó a estos cerros, a este mar, a esta caleta. Pamela Ramírez

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La soledad Coloso, caminé por tus arenas, bajo la magia del silencio. Convoqué a las estrellas y agradecí a la tierra y a los mares, mientras me fue atrapando el ritmo acompasado de tu marea. Coloso, me permití extraviarme en ti, exploré tus pendientes abruptas, tus cóncavos y tus planicies, mientras el terracota de tus pigmentos se impregnó en mi piel y en mis pensamientos, mientras la soledad curtió mi alma, el sol dibujó la historia en mi rostro y el mar estampó la libertad en mi mirada. Pamela Ramírez Figueroa, 2016.

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La soledad

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ué secreto entraña Coloso que atrae, que como imán captura el alma y arraiga, pese al sacrifico que impera en lo desértico y la distancia.

Su historia no es reciente, se remonta a más de un siglo, en plena epopeya del salitre, para luego extinguirse en el silencio del abandono, décadas de soledad en las que apenas algún ermitaño peregrino deambuló por estos tierrales. Qué secreto esconden estos cerros, este mar, estas arenas, que la historia vuelve a erguirse orgullosa desde la nada, hasta domar la salinidad y la aridez, para emerger victoriosa. No ha sido fácil poblar el descampado; el sustento, el trabajo y la familia han sido los pilares que han levantado el poblado. Cuentan las leyendas, historias de siglo en siglo: que aquí los antepasados indígenas

ofrendaban a la madre tierra, convocados por la majestuosidad de su cerro. Que en las proximidades deambulaban los soñadores en busca del derrotero de Naranjo, un enclave de oro perdido en los anaqueles de la historia y en cuya búsqueda más de algún aventurero perdió la vida. Que la naturaleza fue prodigiosa y la fecundidad de su mar atraía a oleadas de changos errantes, quienes extraían la riqueza viva en toda su costa. Como sea, la verdad más absoluta es su magnífica geografía, su estratégica bahía fue uno de los puertos más importantes durante la época del salitre y hoy lo es en la exportación del cobre. Es esta característica geográfica la que ha impulsado la vida, una y otra vez, la belleza de su entorno, lo magnífico de sus cerros, su bahía absorta en el oleaje, el aroma de su brisa y la impagable sensación de libertad.


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Los primeros hombres

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l poblamiento del actual Coloso se remonta a fines de la década de los 60’ cuando comienzan a instalarse en el sector los mariscadores y buzos; Marcial Campos Maureira ‘el Tranca’, ‘el Chilila’ y ‘el Taita’, son personajes latentes en el imaginario de los colosinos, y es que fueron muchos los hombres que quisieron radicarse en la bahía, pero pocos tuvieron el tesón para lograrlo.

de nombre José Codoceo; y los Herrera: Omar ‘el Cangurito’ y Rubén ‘el Colorado’; de muchos otros se perdió su rastro entre la costa y el oleaje.

Es ‘el Negro Luis’ quien finalmente se asienta en estos lares, reconocido como el primer buzo avezado en el sector de Coloso por la comunidad actual, fue él, Ramón Luis Tapia, quien acogió a los primeros hombres que llegaron hasta la incipiente caleta en busca de sustento para sus familias.

Omar Herrera, nativo de Quilamarí, tras múltiples oficios en el área de la construcción se decide por la independencia que le brinda el buceo. A los 33 años se instala en Coloso; como él mismo recuerda: “Trabajé en construcción hasta 1959, en Caldera aprendí de pesca y buceo, y como ganaba más, me dediqué a esto. Llegué a Coloso el 20 de septiembre de 1968, me vine a trabajar en los erizos”.

Podemos nombrar a siete de los buzos nómades originales, quienes, tras haber recorrido las costas del norte chileno desde Punta Arenas hasta Arica, fueron seducidos por Coloso y tras un tiempo de ir y volver, deambulando en pos de trabajo, se asentaron en estas tierras comenzando a dar vida a la Caleta. Son los hermanos Tapia: Erwin, Rubén y Fernando; Manuel Villalobos, alias ‘el Mañungo’; ‘el Pelusa’,

Hoy, de estos iniciales habitantes del sector, aún viven en Coloso Omar Herrera, José Codoceo y Manuel Villalobos. Dos de ellos compartieron el porqué de su destino anclado al mar y su arribo a la bahía, por allá por fines de los años 60’.

Omar es el más antiguo de los sobrevivientes que aún habita en Coloso, conocido como ‘el Cangurito’, su historia de vida es un libro pendiente. Él deambuló entre La Chimba, Michilla y Coloso, hasta que se instaló definitivamente aquí, a mediados de los años 70’.


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n tanto, Manuel Villalobos, apenas viene incursionando en la adultez cuando arriba a Coloso, su historia se escribe en el litoral, siempre recorriendo el borde costero, oriundo de Los Vilos, Manuel empezó su vida en el mar, desde la infancia sus recuerdos tienen como telón de fondo alguna caleta y su tendencia al relato en tercera persona plural, bien deja entrever su visión de comunidad: “De niños íbamos a trabajar, a ayudar en esos años, acarrear todo lo que era material de buceo, nos bañábamos en la misma caleta, aprendimos a nadar, a zambullirnos, y después trabajábamos sacando caracoles, no usábamos trajes, nos llamábamos pelados”. “Sólo usábamos una fogata, en esos años no se compraba el huiro, entonces el huiro se secaba, lo amontonábamos, le prendíamos fuego y nos abrigábamos un poco, después nos metíamos al agua nuevamente, a bucear para sacar caracoles, que era lo que más se vendía en esa parte. Ya como a los 14 o 15 años, empezamos a trabajar como asistentes de buzo, ahí ya nosotros comenzamos, nos

mandaban a desempozar los locos para venderlos, nos pasaban trajes, el regulador y la manguera para trabajar con aire, ahí nosotros comenzamos aprender a usar el aire y trabajar desempozando estos locos y erizos. Así fue como yo comencé aprender el oficio de buceo”. Eran otros tiempos, una pobreza dura arreciaba el país, y como tantos otros, Manuel con 16 años partió “a buscarse la vida”, inició su periplo el año 1968, estuvo un tiempo en Punta de Choros, tal como relata: “Ahí ya aprendí a bucear y a sacar el marisco igual que los demás buzos, y después que llegué acá, al Norte, me especialicé. Comenzamos a venir para acá porque en la IV Región en esos años estaba malo, no se sacaban más de 150 locos, había escasez. En esta área, ya había gente de Los Vilos explotando el erizo. Se trabajaba en el relleno, en la bomba, que le llamábamos nosotros”. Corría el año 1971 cuando Manuel al fin recala en las cercanías de Coloso, contaba con 19 años, cuando empieza a enraizar sin apenas darse cuenta.

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Nace Coloso Coloso, eres el fin de mi búsqueda, mi libertad, mi calma, mi último andén, mi cobijo y mi puerto al fin. La mixtura de tu silencio y de tu oleaje ha capturado mi alma errante. Pamela Ramírez Figueroa, 2016.


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stablecerse en Coloso fue una decisión guiada por la necesidad de generar el sustento. Durante, al menos, la primera década fue un proyecto de vida transitorio que les permitía autogenerarse el trabajo, en parte ello explica la precariedad en la que subsistían. Fueron años difíciles, de gran esfuerzo y sacrificio, las familias estaban lejos en Caldera o Los Vilos, los padres envejecían, las mujeres quedaban solas a cargo de los hijos, todos los afectos subsistían a la distancia. El relato del cómo intentaban mantener el vínculo familiar es recurrente en todos, Herminia Herrera, hija de Rubén vive su infancia en Coquimbo y rememora las estadías de su padre en casa, “Primero iba cada 15 días, luego una vez al mes y después sólo para las fiestas. Como mi papá era súper estricto nos iba a joder la fiesta”.

Así, las distancias se agigantaban con las prolongadas ausencias. Finalmente, la vida de los hombres se transformó en tres a cuatro meses de trabajo, interrumpido con un par de semanas de descanso para las fiestas familiares, tal como señala Manuel: “Viajábamos para el 21 de mayo, Fiestas Patrias y Navidad, estábamos de 20 días a un mes, dependiendo de la fecha y regresábamos a trabajar”. Arranchados en la mar vivían los colonos de la caleta. ‘El Torito’ un falucho de la IV Región los albergaba, allí preparaban el material de trabajo, cocinaban y dormían como recuerda Manuel: “Vivíamos ahí, cocinábamos, y andábamos con dos botes remolques que eran los que ocupábamos para el buceo”. Era tanto el marisco que lograban recolectar, que lo apozaban para mantenerlo fresco, “Lo sacábamos el fin de semana para venderlo, todo Antofagasta venía a comprarnos locos, erizos y lapas”.

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orrían los años setenta, el mar era pródigo, los hermanos Tapia eran personajes de renombre, destacaban en las competencias deportivas de la especialidad y Erwin incluso llegó a ser Premio Nacional de caza submarina. Muchos aprendieron de los Tapia, como recuerda Manuel: “Ellos nos trajeron a trabajar a Coloso, yo llegué como ayudante, y cuando ellos no buceaban, me daban la oportunidad para que yo buceara, entonces me fui especializando más acá en el norte”.

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Además de los buzos, recorrían el litoral los changos, mariscadores de orilla, quienes vivían en la ciudad y desde allí emprendían rumbo al amanecer para recolectar todo tipo de mariscos bordeando la costa, aprovechando la baja marea. “Andaban con unos cachuchos a la espalda, unos canastos, llegaban por la mañana y en la tarde se iban de vuelta a Antofagasta”, rememora Manuel. Los changos comenzaron a desaparecer con el paso del tiempo y las mejores condiciones económicas del país, pero en aquellos años era un oficio que permitió la subsistencia de muchas familias. Así nace Coloso, como espacio de tránsito para los cosechadores del océano Pacífico. Recién hacia el sur, en playa El Lenguado era posible encontrar una familia eran: Enrique Medina, Luisa Espejo y sus hijos pequeños, de los que sólo se recuerda a Kike. El resto era todo territorio de hombres.


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Coloso en ti vertí mi sangre, mis anhelos y mis lágrimas, en ti me hice fuerte, valiente. En ti volqué la vida desde mis propias entrañas y me levanté al futuro orgullosa. Pamela Ramírez Figueroa, 2016.


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ueron largos años de soledad y destierro, en los que sólo se veían hombres en la costa de Coloso, recién en 1977 arriba la primera mujer y con ella el primer niño, dando inicio a la vida en familia. Violeta Guerra Torrejón, pampina, nacida en la Oficina Salitrera Flor de Chile, es mujer de pescador y con él ha recorrido desde Tongoy hasta Aysén en busca de sustento. Es 2 de febrero de 1977, su primer día en Coloso, bien lo recuerda Violeta, quien llega cargando en sus brazos a su hijo René, de apenas meses de vida. La familia se instaló en una meseta heredada del Coloso salitrero, al poco tiempo, Violeta ya había emplazado un huerto en el que cultivaba tomates, cilantro, orégano, romero, ruda y palque. La calidad de vida de la que hablamos hoy era un concepto desconocido, el contigo

pan y cebolla, sin duda era la consigna. Violeta levanta su hogar en forma de ruco, con cañas traídas desde el sur y con sacos harineros arma su cobijo y en invierno el consabido plástico es la mejor protección contra las lluvias. La meseta era irregular y con peligrosos bordes sin resguardo, allí empezó a aprender a gatear René y, en vista del riesgo, Violeta decide cambiar de terreno. “Cuando mi hijo ya gateaba bajé a los baños”, recuerda. Los baños era el nombre que le daban a la playa los más antiguos. Esa movilidad de acuerdo al clima o las circunstancias se mantiene por décadas en la caleta. Era una vida de gran sacrificio para una mujer, más aún con un bebé de meses, pero la vida ya había curtido el carácter de Violeta como ella relata: “Era la única mujer, quedé huérfana a los 14 años, me hice fuerte, era media bruta”. Eso bien lo sabía

su marido: “si quiere bien, sino se va”, era la frase con que marcaba sus límites. Y era sumamente necesario marcar los límites, la vida de una mujer en una caleta rural no era precisamente fácil, por lo mismo entre ellas fue formándose una cofradía de afectos y cuidados. Así lo ejemplifica la llegada de Elba a la Caleta. Elba llega en busca de su marido, con su hijo de apenas meses en brazos, el desamparo y la necesidad de dignidad la instaron a movilizarse y emprender una jornada de extensa caminata, para al fin llegar a Coloso. Su marido llevaba más de dos semanas fuera de casa y la situación era insostenible, expresa: “No tenía un peso, me vine en busca de él. Llegué a pie acá, salí como a las 07:30 de la mañana desde la Prat B y llegué acá cerca de las 5 de la tarde”.


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l camino resultó eterno, en esos años la locomoción pública llegaba hasta la Universidad de Chile, actual Campus Coloso de la Universidad de Antofagasta, traspasar esa frontera era toda una odisea, era apenas una ruta de tierra la que conectaba la ciudad con la caleta. Elba que no conocía Coloso, al llegar al Huáscar creyó encontrar su destino, aún recuerda la frase que le indico su error, mientras ella bebía algo de agua. “¡No! Le queda como la mitad, allá a la vuelta de ese cerro queda Coloso. Queda mucho para caminar”, sentenció el hombre que le convidó agua en el Huáscar de aquella época, pero ella ya no estaba dispuesta a dar marcha atrás, así que continúo su caminata hasta llegar a su destino. Era 8 de junio de 1978, el sol grabó esa fecha indeleble en su memoria, mientras descendía al costado oeste de la bahía, a la distancia se aproximaba Elba del Carmen Herrera Codoceo, de 20 años.

El marido no estaba en la caleta, y en esa precaria situación de abandono, Violeta fue quien la cobijó, el hambre y el frío sucumbieron al amparo de un humilde ruco de sacos harineros, rememora con afecto Elba.

“La señora Violeta me convidó un ladito, ahí en el suelo para dormir, él no llegó y yo no podía regresar, no tenía plata ni nada ¡para qué me iba a devolver! … y ahí ella me hizo leche para la guagua, su hijo René también estaba chiquito”. Las mujeres de Coloso llegaron marcadas por la vida y esta fuerza que les imprimió el destino fue el impulso requerido para hacer de Coloso un hogar, la necesidad de subsistir, de construir un futuro para los hijos comenzó a ser un sentimiento compartido. Así tras los primeros años de crianza, las mujeres tomaron vuelo, Violeta comenzó a preparar ceviche, como seguramente recordarán los más antiguos de Antofagasta; en aquellos años no se conocían los envases de plástico desechable y Violeta servía su ceviche en el caparazón de un loco y con cuchara de cholga. Estos fueron los primeros emprendimientos de las mujeres de la caleta, de aquel montoncito de rucos que desafiaba al clima, flameando en libertad, trasladándose de un espacio a otro de acuerdo al clima o el impulso del espíritu.

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De campesino a chango

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orría el año 1977 y en la costa de Coloso destacaban dos casas de veraneo, ‘los chaleces’ como recuerdan los más antiguos, una de éstas pertenecía a reconocidos empresarios panaderos, los Paterakis, Kútulas y Castillo. La otra era propiedad de José Papic, hombre muy recordado por su cercanía con las familias de Coloso.

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Uno de estos chalets, estaba al cuidado de Haydee Miranda y Pedro Valderrama, más conocido como ‘el Paisano’, quienes llegaron como trabajadores para realizar unas mejoras y terminaron quedándose como cuidadores. Pedro comenta: “Llegamos a arreglar la piscina, porque el mar la había destruido”. ‘El Paisano’ llegó como maestro carpintero y terminó transformándose en chango. Oriundo de Huatulame, un pequeño distrito al interior de la comuna de Monte Patria en la provincia de Limarí, él señala como mejor punto de referencia a Ovalle, su ciudad capital. Su oficio era el sembradío, tal como efusivamente relata: ”Yo no sabía remar, no sabía nada de botes; si la pega mía en el sur, en la Cuarta Región, era de campesino no más”. Valderrama recuerda con aprecio como se enganchó al mar la primera vez, ya en la adultez: ”Salí a la mar y ya era hombre,

tenía 27 años, no sabía nada de la vida en el mar, fue un niño el que me enseñó a remar, él se crío en Los Vilos, conocía el mar, le llamaban el primo Pato y era uno de los tres niños que cuidaba ‘el Negro Luis’”. Gracias a la ayuda de este niño, ‘el Paisano’ se mantuvo en Coloso luego de finalizados sus trabajos de carpintería en la casa de veraneo. Primero se desempeñó como remador, luego como ayudante de buzo, en medio aprendió a mariscar y a trabajar el huiro, hasta que se hizo chango, aprendiendo a cosechar las riquezas del borde costero. Hasta el día de hoy, a sus 68 años, cuando requiere de recursos económicos, acude a la costa para recoger sus frutos. En sus travesías, siempre son dos, él y su mujer Haydee, los Valderrama Miranda, el complemento que ambos han logrado y el orgullo de haber sacado adelante a sus hijos, a costa de trabajo duro, son hoy la fuente de la placidez que los acompaña, el haber hecho tan bien la vida, pese a todas las dificultades y las escasas oportunidades que les brindó el destino. En algún momento emigraron en busca de mejor futuro para educar a los hijos, retornaron a Antofagasta, luego se mudaron a La Serena, pero finalmente la vida los devolvió a Coloso, y es aquí donde construyeron su hogar.


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Los rucos HabitĂŠ en ti, recorriendo tus laderas, tus planicies, hurgando en tus recovecos para guarecerme de las inclemencias del invierno, con mi libertad a cuestas y mis pocas pertenencias recorrĂ­ tus senderos para erguir mi ruco acorde al clima, al viento y al instinto. Pamela RamĂ­rez Figueroa, 2016.

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Los rucos

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os rucos, aquellos primeros remedos de vivienda que para muchos pueden simbolizar una gran precariedad, para el colosino fundador tienen una significación muy distinta, implica su vinculación con la libertad, con la naturaleza, esa que les permitió mantener viva su esencia nómade en el periodo de asentamiento que se extendió por casi una década. En esa etapa, cuando la mayoría de los hombres aún vivían solos y las familias estaban a la distancia, eran las vacaciones el tiempo de compartir en familia y a Coloso arribaban los hijos desde Taltal, Coquimbo, Antofagasta. Los más jóvenes, aquellos que eran niños a fines de los 70 e inicios de los 80, recuerdan con alegría sus veranos

de aventura en Coloso, un lugar que les proveía de una libertad inimaginable en sus vidas citadinas cotidianas. Herminia Herrera Zamora pertenece a esa generación, nace el 1962 en Coquimbo, su padre Rubén Herrera, recordado como ‘el Colorado’ es de los primeros buzos de la caleta y Herminia recuerda el disfrute que era pasar las vacaciones de invierno y verano en Coloso, cuando los años setenta enfilaban la retirada. Una carpa de juncos y sacos, más un cercado de rocas eran todo el cobijo que necesitan para sentirse felices, entusiasta rememora: “Yo tenía 14 o 15 años y venía por las vacaciones, después era mi madre quien venía con mis hijos, y así fue por años, hasta que finalmente nos vinimos a vivir aquí”.


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Nilda Ibáñez Herrera, colosina de toda la vida bien recuerda cómo se las ingeniaban para construir su ruquito: “Uno buscaba cartón y pedacitos de calaminas, bolsas nylon, hacíamos los muros de piedras”. La simplicidad era la forma de vida y el contacto con la naturaleza el bien más preciado. La vida era una aventura para los niños desde la cuna, unas improvisadas cajas de cartón en donde los arropaban durante las noches, tal como recuerda Nilda: “Acá no había cunas, nos acostaban en cajas de cartón”, incluso así, en la precariedad de aquellos años, la felicidad era plena. Lo más importante de aquellos años para Nilda, era la confianza con la que compartían la vida. “Éramos más unidos, no había peligro, no existía droga, para mí fueron los años más bonitos, más naturaleza, era súper libre, era bonito, tenía su parte rústica”, relata y deja entrever que la simplicidad con la que suplían las necesidades cotidianas les brindaba una impagable libertad para disfrutar la vida. “Había mucho marisco, daba gusto llegar e ir a sacar un loco y comérselo ahí mismo, ahora es distinto, hay que tener otras

cosas, antes no era necesario comprar de todo, si no había verduras no importaba, tampoco la ropa era prioridad, se vivía más simple, ahora puros lujos, se ha perdido mucho la sencillez, Coloso ha cambiado mucho”. Esa simplicidad tan íntimamente vinculada a la libertad fue vital para las primeras familias, los colonos de Coloso, en su mayoría provenientes de una herencia de buzos nómades, quienes deambulaban por la costa del todo interminable y kilométrico Chile, como quien se pasea por su barrio, tan flexibles al destino como esos rucos que instalaban a libre arbitrio. Incluso tras el arribo de las mujeres, cuando comenzaron a asentarse las familias y empezaron a nacer los primeros niños colosinos, el construir cimientos era algo impensado. Ellos comenzaron por sentirse colonos, pero esa figura no estaba establecida legalmente, transcurrió mucho tiempo, hasta que las circunstancias se dieron de manera de tal de poder imaginar la idea de propiedad como algo tangible.

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La infancia Coloso en tu solaz paisaje extendí mi inocencia, multipliqué los juegos de infancia, 88

en tus arenas corrí descalzo, ajeno al tiempo, a las urgencias y a los miedos, en ti mis risas retumbaron en ecos que aún atesoro en la memoria, en ti mi piel se fundió con los mares, en ti mi alma se impregnó de altivez y humildad, en ti crecí en la plenitud de la libertad. Pamela Ramírez Figueroa, 2016.


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La infancia

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s en esa libertad que crecen los primeros niños colosinos, criados en lo duro de la intemperie y lo maravilloso de la naturaleza. Atesorando como todos lo más dulce de la infancia, el asombro, el descubrimiento, los afectos, e intentando obviar lo doloroso. René que llegó en brazos de Violeta, Mauricio al resguardo de Elba, y a los que con el tiempo fueron sumándose nuevos herederos del mar.

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Al comenzar los años ochenta, los niños ya eran parte de Coloso como bien lo sabe Nilda Ibáñez Herrera, quien es una de las primeras niñas colosinas, nacida en 1979, hija de Elba Herrera y hermana de Mauricio. Ella claramente enumera a sus compañeros de infancia: “De acá éramos el René, el Sergio, la Vale, la Paty, el Mauri y yo”. En los relatos asoman también quienes vivían algo más allá: Robinson que vivió en el chalet y Kike en playa El Lenguado, pero aun sumando a todos, hasta a los que sólo llegaban a veranear, la mayor carencia en esos tiempos de infancia era contar con más niños para jugar a lo que quisieran y simplemente poder completar una pichanga. Esa necesidad es una constante en las narraciones de quienes fueron los primeros niños en la caleta, y bien lo plasma Sergio Avalos Vargas, quien llegó a

Coloso en 1982 con apenas 2 años: “Crecí con adultos más que con niños, y eso es lo que echaba de menos, más niños. Era complicado, porque si había algo que me gustaba, dentro de mi niñez, era jugar a la pelota. Y a veces tenía que quedarme sin almorzar no más, allá en Antofagasta, después de clases y esperar a los partidos hasta las tres o cuatro de la tarde, a la hora que jugáramos”. Esa carencia tardó en satisfacerse y fue más de una década después que realmente los niños se hicieron multitud en Coloso, en tanto los poquitos que eran, vivían entre adultos y pasaban los días asombrándose con la sencillez de la vida. María Cisternas Alvarado, quien llegó a Coloso en 1980, recién cumplidos los 4 años de edad, bien describe lo extraordinario que eran los fines de semana cuando llegaban los antofagastinos en sus paseos de día feriado: “Era bonito, como niños chicos, para nosotros era novedoso cuando llegaba el fin de semana y llegaban vehículos, eso no se veía todos los días, se veía el sábado y domingo no más. Acá vendían ceviches, peroles, antiguamente los mariscos que la gente venía a comprar, y eso se veía los fines de semana”. Era una fiesta en las que ellos colaboraban como niños entre juegos y deberes.


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ncluso las difíciles condiciones de vida con el tiempo se han transformado en nostalgia y hoy son recordadas como parte del encanto de la infancia en la caleta, porque todo era un disfrute y un triunfo, todo se agradecía y todo se obtenía con mucho esfuerzo, tal como se desprende de las palabras de María: “Me quedaron muchas cosas bonitas de la infancia, era sacrificado, pero a mí me gustaba… porque no teníamos luz y nos iluminábamos con vela o lámpara a carburo; no teníamos agua y los militares nos traían agua y se le cambiaban por cachureos (mariscos), que les llamábamos”. Es gracias a ese vivir cotidiano, a esa sumatoria de esfuerzos, que comienza a cimentarse el concepto de comunidad en los niños de entonces, la tranquilidad que todos relatan, el conocerse, el proyectar el futuro para Coloso constituyen su gran fortaleza y son recurrentes en la conversación, tal como concluye María en sus reminiscencias de la niñez: “Era muy tranquilo, todos nos conocíamos. Bueno, se puede decir que todavía queda eso que nos conocemos, al menos los más antiguos nos conocemos todos”.

Este sentido de pertenencia es común en el recuerdo de la infancia sin importar generación. Para Manuel Cepeda Carrasco, nacido el año 1990, su infancia en Coloso está marcada por el compartir, el estar juntos. “Todos los niños salían a jugar a la calle, a jugar a las pilladas, a las escondidas, jugábamos todos ahí. A veces nos tirábamos en carro, íbamos para el cerro, nos tirábamos con cartones, luego íbamos a la playa. Apenas nos levantábamos, íbamos al muelle a tirarnos piqueros, después íbamos para arribita de la planta, donde la Escondida había puesto jardines, había muchos árboles y pasto, ese era nuestro bosque”. Para Manuel, la vida comenzó a ser una alegría cuando descubrió Coloso, una plenitud que agradece a la libertad, al placer de disfrutar del océano. Una oportunidad que se abrió para él y que se esfuerza en transmitir a las nuevas generaciones. Él, un muchacho tímido hasta el silencio, que en el bodyboard descubrió como aportar el desarrollo de su comunidad. Si hoy uno llega a la caleta y pregunta por la escuela de Coloso, una tropa de niños enfila hacia la casa de Manuel, señalando que ahí vive


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quien les ha enseñado a domar las olas y sentirse capaces de conquistar la vida.

salen a la calle y uno ya no los puede ni contar, porque son muchos”.

Su madre, María Carrasco pese a su dificultad cognitiva, con todas sus garras de mujer humilde, arrancó de una vida de miseria y maltrato y se instaló en la caleta para ser dueña de su vida y abrir una posibilidad de futuro a los suyos, Manuel sin duda es su orgullo, y ella, el orgullo de Manuel. Estos han sido los niños de Coloso, hijos del esfuerzo y de una vida de trabajo.

“Eso me da alegría, ver que hemos crecido también en población y ver las familias de mis amigos, de los niños que se criaron conmigo, que ya tienen también su familia formada”.

Hoy Coloso ha crecido y es una infinidad de niños como describe Sergio, que a sus 38 años ha asumido como nuevo presidente de la Junta de Vecinos y con justa ambición sonríe cuando hace notar como han crecido: “Yo también me crie acá y no veía tantos niños y hoy día me pone alegre ver que hay ¡Tantos niños! Si

La alegría y el orgullo de cada uno es evidente, han conquistado su territorio y no ha sido fácil, han ido venciendo un cúmulo de circunstancias como la exclusión, el transporte, la pobreza, pero también han descubierto el poder de la naturaleza y de cada uno de ellos, sus vidas son potentes y es de esperar que las nuevas generaciones puedan ser capaces de dimensionar el esfuerzo de sus antecesores para enraizar en Coloso, de éstos los niños que nacieron aquí y aquí hoy están formando sus familias.

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José Papic

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a reconocida calidad humana de José Papic quedó muy grabada en la memoria de los colosinos, vecino esporádico del sector, aún tras abandonar su casa de veraneo, vivió pendiente de brindar alegría a sus cercanos, transformándose en una figura muy querida y recordada, en especial por quienes fueron niños en el Coloso de fines de los setenta e inicios de los ochenta. Él aflora espontáneamente en la remembranza de las más lindas celebraciones de infancia, era un Chile pobre y descalzo, en el que la idea de un sistema de protección social era inexistente y la colaboración espontánea de quienes tenían una mejor fortuna constituía un real aporte en la mejora de vida. María Cisternas, que era una niña en esos años, bien recuerda a Papic. “Él se preocupaba mucho de los buzos, él venía a compartir con ellos, a veces les traían mercaderías y una cajita familiar. Siempre compartía con ellos”.

Antofagasta sufría con la carestía de la vida, lograr alimentar bien a una familia no era algo que se diera por hecho, entonces el aporte de la familia Papic era de un gran significado para los colosinos. En ese contexto, la simpleza de una taza de chocolate, un pesebre y un árbol navideño con obsequios constituyen el más atesorado recuerdo de los primeros niños de Coloso y todo eso era obra de don José Papic. Valeska lo recuerda y la sonrisa se le ilumina en los ojos. “Lo más lindo era cuando venía gente de abajo, de José Papic… ¡Uy! Los regalos... Porque él nos traía regalos, confites, y nos hacían la fiesta, traía el pesebre, traía todo él. Era una junta de vecinos, pero chiquitita, eran como cinco personas las que se juntaban, ponían las mesitas, nos hacían los chocolates a nosotros, que éramos como cinco niños o seis niños no más. Eso es lo más bonito que he tenido… fueron bien bonitos en esos tiempos”.

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ras la muerte de José Papic en 1983, sus hermanas continuaron pendientes de apoyar las celebraciones infantiles, como recuerda María Cisternas. “Después que él falleció, las hermanas siguieron viniendo y nos traían regalos, nos hacían fiesta para el día del niño, nos traían bolsitas de confites, venían a celebrarnos para la navidad, nunca dejaron de estar presentes en memoria de su hermano”.

Hoy a más de 30 años de su partida, don José Papic se conserva vivo en el recuerdo de los colosinos, Elba rememora que a inicios de los años 90’ la familia Papic aún se mantenía presente y a ellos se sumaban los párrocos de la iglesia Madre de Dios. “Hacían una fiesta para los niños en la cancha, humilde no más, pero si no teníamos ni sede, ni nada, y nos traían regalos preciosos”.

José Papic, tuvo una casa de veraneo en la bajada de donde hoy se encuentra su placa conmemoratoria, allí, al lado de San Pedro comparte honores y recibe el afecto de los colosinos.

Muchos, que incluso no alcanzaron a conocer en vida a Papic rememoran con afecto lo él significó para los colosinos, Luis Rojas cuenta: “Yo no alcance a conocer a don José Papic, pero sí conocí su familia, para las fiestas y siempre estuvieron presentes”.

María compone el relato: “Él tenía una casa de verano, cuando era Coloso antiguo. Porque después se hizo tira. Incluso el muelle, el muelle que está ahora, es parte – es base de la casa. Era como el patio de la casa. En ese sector. donde está San Pedro, al ladito hay un monumento que es él, en el recuerdo de la gente, de la comunidad de Coloso. La gente de Coloso hizo ese monolito en honor a él”.

Con el tiempo ese apoyo que los buzos y sus familias recibían se extendió y ellos también se hicieron hábiles en gestionar colaboración como relata Luis : “Nosotros mandábamos cartitas escritas a mano a domicilio y participaban harto con nosotros en ese tipo, para San Pedro, para la navidad, que eran las cosas que más se celebraban acá, los Papic, y también los Korlaet, nos cooperaban harto”.


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De nómades a colonos Coloso aquí señalé mi destino y empotré mi ruco errante, mientras que mi espíritu nómade sucumbió a tu naturaleza indómita. Entonces me mimeticé en tu paisaje, mi ruco de deshilachó al viento y el sol y mi historia se ancló a tu roca. Y yo me volví marejada en tus mares, hasta conquistar la profundidad de tu océano para emerger victorioso y próspero. Pamela Ramírez Figueroa, 2016.

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De nómades a colonos

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on el paso del tiempo las familias crecieron, llegaron más hijos y quienes por comodidad vivían en la ciudad, comenzaron a instalarse en Coloso para mantener la unión familiar. El proyecto que en un inicio fue temporal, comenzó a transformarse en una forma de vida. El alma nómade sucumbió a la belleza de Coloso. La tranquilidad, los cerros y el mar, poco a poco hechizaron a hombres, mujeres y niños. Cada año nuevas familias iban sumándose a la vida en la caleta, las aspiraciones y los sueños comenzaron a hacerse sentir como un eco en la comunidad que comenzó a organizarse en pro de una vida mejor. A mediados de la década de los 80’, ya eran casi una decena de familias las que habitaban la caleta.

Fue entonces que comenzaron a organizarse activamente tal como lo recuerda Violeta Guerra. “En los 80’ iniciamos los trámites, entre Bienes Nacionales y el Serviu”. Paralelamente, los hombres que aún vivían solos por no exponer a los suyos a las dificultades de vivir en la ruralidad, creyeron en la posibilidad de hacer de Coloso un hogar y comenzaron a traer a sus familias. Violeta lo recuerda muy bien. “Con el apoyo del Serviu, donde estaban Víctor Hugo Véliz y la señora Carmen, logramos instalarnos en 1986, éramos 8 a 9 familias y entonces los otros hombres comenzaron a traer a los suyos”. Así fue como se pobló Coloso. Llegaron los Rojas, Gastón, Toño, Luis y Claudia.

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osa Quintana Egaña fue una de las esposas que emigró a Coloso con la expectativa de un mejor futuro para su familia. Llegó desde Taltal en 1984. Su marido, Gastón Rojas Rojas, había emigrado dos años antes a recorrer el litoral norte trabajando como buzo mariscador, así lo relata ella: “Él se vino trabajando, llegó acá en 1982, se vino por un mejor bienestar. En Taltal se echó a perder la cosa, cuando salió la primera vez la ‘Corriente del Niño’, se moría la producción y por eso se vino a trabajar para acá. Y de ahí yo me vine, entonces ya éramos matrimonio y teníamos dos hijos”. Fueron dos años recorriendo las caletas hasta Tocopilla para al fin instalarse en Coloso. Rosa recuerda: “Nos instalamos aquí porque estamos más cerca de Taltal y existía la posibilidad de establecerse”. Como para muchas familias, no fue una decisión exenta de sacrificios, pero sí una apuesta por un mejor futuro, como relata Rosa. “En esos tiempos nuestros hijos eran

pequeños, Gastón tenía un año y Claudia cinco, a ella la dejé allá por los estudios y me la traje tres años después. Se quedó con las abuelas: primero con la abuela paterna y después con la materna, el problema era que acá no teníamos movilización para llevarla al colegio. La íbamos a ver todos los meses y la traje cuando ya vi que teníamos como mandarla al colegio. Después de eso ya no quise regresar más a Taltal por el hecho de que los niños estudiaban hasta cuarto medio y luego no hay universidades, institutos… nada en Taltal… Entonces yo quería que mis hijos tuvieran su profesión, estudiaran, por eso nos quedamos acá”. A Claudia y Gastón se sumó Macarena. Los tres estudiaron y hoy proyectan un futuro promisorio, mejor del que tuvieron sus padres. Ello, sumado al tranquilo ambiente y la belleza natural del entorno, fueron los factores determinantes para quedarse y hacer patria; como bien expresa Rosa: “Lo principal acá es la tranquilidad y la vista, vivimos tranquilos gracias a Dios”.


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n ambiente de seguridad que se prolongó por un par de décadas como deja entrever la mujer del mítico “el Colorado” y madre de Herminia, Pilar Zamora, quien conoce Coloso desde sus inicios como caleta. “Uno salía, quedaban las puertas abiertas, nadie andaba escondiendo las cosas, o poniéndole candado o llave a las puertas, porque no se perdía nada. Era tan bonito en ese tiempo. Y todos los que vivíamos éramos unidos. Nosotros veníamos para las vacaciones de verano, hasta que decidimos quedarnos en forma definitiva a fines de los 90’. De eso ya van más de 20 años. Poco a poco fueron surgiendo las viviendas, en sus inicios precarias construcciones de cholguán, unos ranchitos que ya no se cambiaban de lugar según el clima como los rucos, pero que permitían vivir con mayor dignidad. Sin embargo, la certeza de la propiedad propia aún estaba lejos de concretarse, todo era una ilusión, un enfrentar la vida sin perder la esperanza.

Una anécdota de María Cisternas, bien traduce el esfuerzo permanente, desde la infancia, por cumplir, por ser parte, por integrarse, pese a vivir en rucos, sin electricidad, alcantarillado ni agua potable, llegando de noche a casa tras la caminata de regreso de la escuela, las responsabilidades se asumían, las tareas escolares eran las mismas para todos. “Igual teníamos que hacer tareas, y una tarea fue hacer un medidor de luz. Y yo decía, ¿de dónde voy a sacar un medidor de luz?, porque nosotros no teníamos medidor ni luz acá. Fui a la casa de mi abuelita en la ciudad, y bueno, con esas cámaras antiguas, le saqué una foto al medidor de luz. Y era con esos tapones, así antiguo. Después llegué a la casa y lo hice, y lo llevé al colegio. Incluso, cuando llegué, había varios compañeros que no habían llevado el trabajo. Entonces la profesora llamó al director y le dijo: ‘mire, esta niña vive en Coloso, ellos no tienen luz, no tiene agua, pero mire, ella cumplió con su trabajo’, así que fui la alumna destacada del mes en el diario mural del colegio”.

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Las dificultades

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i bien fueron décadas las que los colosinos vivieron luchando por acceder a una casa propia, la dificultad más sentida que se vivió en Coloso no fue la vivienda, ni el sustento: fue el poder trasladarse al colegio, ello determinó que las familias vivieran fragmentadas, en tanto no lograsen encontrar el medio para trasladar cada día a sus hijos hasta la escuela. Violeta Guerra bien conoce la exposición y el enorme sacrificio que significaba levantarse cada día al alba para preparar la vida y emprender una caminata de dos horas hasta la Chile, que es lo que hoy conocemos como el Campus Coloso de la Universidad de Antofagasta, en donde estaba el paradero de transporte público más cercano. “Yo me iba a las 9 de la mañana con mi hijo, lo bañaba en el Mercado y almorzábamos. Él estudiaba en calle Arica, a las 18:30 volvíamos caminando desde la UA, llegábamos a las 9 de la noche, las caminatas eran un sufrimiento. Los viejitos me iban a esperar a Roca Roja por los perros salvajes. Cuando ellos, ‘el Polito’, ‘el Mamonte’ y ‘el Pericotiche’. me iban a buscar ya no se sentían los chiflidos”.

Aquellos silbidos eran de los pirquineros del sector de Roca Roja, que explotaban el mineral en el sector en los años 80’. Esta dificultad, que se prolongó largamente, se establece en cada relato de los habitantes de Coloso, pero para los niños es aún más determinante. Sergio Avalos recuerda que: “Había que hacer dedo, había que estar a la voluntad de alguien que te trajera, o si no simplemente caminar”. Una opción sólo para los varones, para las niñas era más complicada la existencia. Las niñas, siempre más protegidas por su entorno, vivían con mucho menos libertad. Con los años algunos colosinos pudieron contar con algún medio de transporte propio y ese era utilizado preferentemente para transportarlas al colegio, para evitar exponerlas al traslado a pie por las soledades y peligros del camino.Así quedó estampada en la memoria de Valeska, hermana de Sergio. Ella tenía 9 años al llegar a la caleta y rememora: “Era muy bonito acá, en ese tiempo. Nada más que lo triste era que había que ir a la escuela en moto, había un caballero que tenía una moto y nos llevaba a Patricia Marín y a mí. Había que levantarse muy temprano y todo esto era desierto, una oscuridad acá”.

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ero ese privilegio no era una constante, lo cotidiano era la caminata, como recuerda María Cisternas. “Nosotros salíamos tipo 10 de la mañana, con nuestras mamás, caminando eran como dos horas y tanto. En una bolsita llevábamos la ropa del colegio, porque llegábamos al colegio a lavarnos, cambiarnos ropa y almorzar, para estar listos, en ese tiempo no pasaban vehículos… de vuelta llegábamos de noche”. Pese a todo el esfuerzo que se requería día a día, no faltaban a clases, el anhelo tan humano de compartir con otros se imponía, como cuenta María. “Faltábamos pocas veces. Yo creo que la misma necesidad de nosotros de ser niños, de ir al colegio, pero para ir al recreo, para juntarnos a con más niños, para jugar, eso nos hacía ir igual”. La habitual problemática del transporte se transformaba en crítica en caso de requerir atención médica, Haydee Miranda relata sus idas al consultorio con su hijo mayor

Robinson para los controles médicos cotidianos. “Nos íbamos a las 5 de la mañana, caminando llegábamos a las 8 al consultorio sur, el de calle Borgoño, el pobrecito llegaba helado, helado”. La misma necesidad en caso de emergencia podía convertirse en una tragedia, Pedro Valderrama relata cómo a duras penas pudo llegar a dar aviso a carabineros para que llamaran a la ambulancia cuando su esposa Haydee estaba por dar a luz. “Iba pedaleando, llevaba una sonajera llegando al regimiento, llegué con los puros aros de la bicicleta, menos mal que alcanzó a llegar la ambulancia y no la tuvo acá, sola”. El transporte, esa era la gran dificultad de Coloso, fueron décadas con ese sufrimiento constante, hasta que la organización de la comunidad comenzó a ver frutos: primero obtuvieron el apoyo económico del municipio para subsidiar el costo del traslado en bus de los niños que estudiaban en la ciudad.


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aría Cisternas, que era aún una niña en esa época, relata: “Me acuerdo cuando don Manuel Villalobos era el presidente y fue a la municipalidad a pedir un transporte escolar, o una ayuda monetaria para ver qué podíamos hacer…Y llegó el ‘vampiribus’ que era una micro verde, de esas micros antiguos, ¡era fea! como una carroza y todos íbamos, así como vampiros, en la ventana cuando pasamos por la ciudad, porque para nosotros viajar en la ciudad y recorrer en una micro era novedoso”.

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Ese apoyo se extendió por un tiempo, luego llegó el Puerto y con él el acceso al apoyo de Minera Escondida, que en un rol de colaborador proporcionó un servicio de bus escolar que se mantiene hasta hoy, ampliándose a dos buses, transportando a la enseñanza básica, media y superior. Pero lo más trascendente lo lograron recién a inicios del nuevo milenio, cuando pudieron obtener el compromiso del Gobierno Regional, tal como explica Manuel Villalobos, presidente de la comunidad en esos años: “Por ahí por el 1999 o 2000, es que se llegó a un acuerdo con el Ministerio de Transportes y ellos nos hicieron una conexión con la línea 102, con una frecuencia de una hora. Hoy la frecuencia es de 30 minutos, la primera llega a las 7:30 horas. y la última a las 21:30 horas”.


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El Puerto

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a llegada del Puerto marcó un antes y un después en la vida de Coloso, el primer gran cambio fue la instalación del tendido eléctrico, un requerimiento vital para el funcionamiento del embarcadero que se extendió hacia la pequeña comunidad de entonces.

como cuentan los Valderrama Miranda: “Sacábamos pescado y se lo cambiábamos a un caballero que nos traía agüita y nos cargaba la batería”.

Las expresiones de Pedro Valderrama, bien retratan la importancia de este acontecimiento, significó una “Mayor esperanza de vida”. De hecho, con el Puerto llegó la electricidad. “¡Santa época! porque antes no teníamos luz”, exclama Pedro.

Para Rosa Quintana, la instalación del Puerto es lo más importante que ha sucedido, porque les mejoró las condiciones de vida a la decena de familias que se habían establecido en la caleta y eso se amplió a quienes vieron la oportunidad de acceder a un sitio propio, todos aquellos cercanos a Coloso que vivían de la costa, pero tenían a los suyos viviendo a la distancia por las precarias condiciones de vida en el Coloso de hace tres décadas.

Estamos hablando de inicios de los años 90’, hasta entonces los colosinos solamente podían ver televisión a batería, y para cargarla recurrían al trueque

A ello se sumó la posibilidad cierta de obtener la propiedad sobre los terrenos que inciertamente habitaban.

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aunque fue difícil adaptarse a un espacio definido, como bien explica Elba Herrera: “Se nos achicó el espacio, antes nosotros si queríamos teníamos toda la cuadra para nosotros”, finalmente mejoraron su calidad de vida. Tras años de esfuerzo hoy pueden mostrar con orgullo sus casas sólidas, con alcantarillado, agua y electricidad. Una frase de Elba bien describe el temple del colosino: “Nosotros nos aguantamos. Yo como mujer me aguanto esas cosas”, esas cosas fueron “El problema de la locomoción, en un caso de enfermedad salir a pie hasta Antofagasta…eso fue lo más difícil, aparte de lo demás, de no tener luz, agua, de todas esas cosas”.

El Puerto también amplió las posibilidades de desarrollo laboral para algunos colosinos, entre estos Luis Rojas, quien se desempeñó durante años como apoyo en la recolección de muestras marinas en el proceso de estudio de línea base, previo a la instalación del Puerto. Esa incursión en la vida submarina y en los estudios e investigación, abrió una puerta de conocimientos e interés que hoy puede verse reflejada en Perla, su hija mayor, quien estudió ecología marina y se perfeccionó cursando un magíster en manejo de residuos industriales. Definitivamente el mundo cambió en Coloso con la llegada del Puerto, la ruralidad comenzó a desaparecer y la modernidad se instaló definitivamente y con todos sus bemoles.


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Viviendo en comunidad

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a organización social en Coloso ha sido fundamental para su desarrollo, desde que llegaron los primeros buzos a fines de los años 60’, y aprendieron a convivir, compartir el trabajo y a apoyarse en las dificultades, desde entonces hasta hoy que son una población con cerca de 100 familias mucho ha sucedido.

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El esfuerzo de las primeras mujeres por sacar adelante a sus hijos, el tesón de cada grupo familiar por mantenerse unido pese a la distancia, todo ello es parte de un relato que aflora con orgullo de los colosinos, una narración que emociona y que es la esencia de la historia de Coloso. La organización formal comienza en los años 80’, tras el arribo de las mujeres, es en 1985 que logran formar la Unidad Vecinal N° 1 y luego, en 1988, el Sindicato de Pescadores, las luchas eran obtener terrenos definitivos, instalar sus viviendas y un espacio para la caleta. Recién en los 90’ lograron concretar el anhelo de la propiedad privada en un proceso extenso, que tardó años en darles certeza. Elba Herrera recuerda que fueron 17 familias las que recibieron los primeros sitios loteados en 1990. “Éramos poquitos,

había gente de Taltal, de Coquimbo”, sin embargo, pese a tener los loteos definidos, los títulos de propiedad no se concretaban. Recuerdan que se abrió el programa Chile Barrio, que entregaba subsidios para construcción y mejoras en la calidad de vida, intentaron postular, pero no todos contaban con los títulos de dominio por lo que no pudieron acceder al beneficio, entonces gestionaron directamente, como bien han aprendido en tantos años. Manuel Villalobos lo cuenta: “El 98 empezó Chile Barrio y nosotros le enviamos una carta al presidente, era el gobierno de Lagos”, gracias a ello se avanzó en la gestión de los certificados y la construcción de las viviendas. En una segunda etapa y tras una huelga de los vecinos el 2002, es que se logra la instalación del alcantarillado y una planta de tratamiento que empieza a operar el dos años después. En esa época también se inició la pavimentación, y se realizaron las primeras arborizaciones, la más importante se hizo con el apoyo del Rotary Club a mediados del 2000.


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oloso se urbanizó, la unión de las primeras décadas en que las necesidades eran vitales y compartidas por todos comenzó a dar frutos y las más urgentes necesidades comenzaron a resolverse. El agua que en un inicio era obtenida mediante el trueque de productos marinos, pasó a ser entregada por camiones aljibes, para luego ser dispensada mediante pilones, todo un proceso de años, hasta que el 2004 se instala un estanque, y finalmente el 2015, se extiende la red del sistema de agua potable desde Antofagasta hasta Coloso. Paralelo a todo el proceso de urbanización y crecimiento de Coloso, se comenzaron a crear agrupaciones sociales. Hoy son ocho las organizaciones, cinco comunitarias: dos bailes religiosos, una agrupación cultural, un centro de madres y una junta de vecinos. Y tres productivas: dos sindicatos de hombres y uno de mujeres del mar. La comunidad en Coloso se ha diversificado, existen las ganas de mejorar la vida para todos, pero también un potencial de desarticulación entre las numerosas entidades que se han creado en pro de levantar la voz por los colosinos. Es la junta de vecinos la que convoca a todos, con alrededor de 290 socios y considerando los integrantes activos de las casi 100 familias que habitan Coloso y es el Comité de Proyectos en donde se han acordado los proyectos más emblemáticos.

Sergio, el actual presidente de la Junta de Vecinos, claramente lo expresa: “Sí, a mí me gustaría que Coloso tuviera una identidad, que volviéramos a ser unidos, que tiremos para arriba la caleta, que crezcamos como comunidad, que mejoremos nuestra calidad de vida también”. Pero para ello es fundamental que el dirigente este íntimamente vinculado a la vida en Coloso y para Sergio eso significa que debe ser trabajador del mar. Entre sus anhelos como presidente de la Junta de Vecinos, están dos obras: la primera una sede que permita albergar a más miembros, hoy la sede da cabida a 50 personas. La segunda, espacios recreativos, comenzando con una cancha con iluminación. Sergio explica que: “Hoy los niños no están haciendo deporte arriba. Van, pagan $20.000 la hora aquí en unas canchas que están cerca”. Esas son las carencias que hoy evidencia el presidente de la comunidad: una sede que permita incrementar la convocatoria y espacios recreativos, ello sumado a los anhelos en urbanización que están desarrollando con el Comité de Proyectos en el que se representan todas las organizaciones sociales de la caleta, que ya lleva una década en ejecución, y que proyecta parte importante del futuro de Coloso.

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El mal de la descompresión

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a mayor amenaza que viven los buzos es la descompresión, es causa de un temor constante que se mantiene en la más profunda intimidad de hombres y mujeres, un fantasma que infatigablemente ahuyentan por medio del autocuidado y la fe.

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La descompresión se produce al no dar tiempo al cuerpo para que expulse el nitrógeno que se absorbe al estar bajo la presión del mar, resulta que en tierra al respirar absorbemos el oxígeno y nuestro cuerpo expulsa el nitrógeno, sin permitir que éste se acumule en el cuerpo, sin embargo al sumergirse para bucear el cuerpo está bajo la presión del mar, lo que provoca que no asimile el nitrógeno y éste tal como el oxígeno, pase a la sangre, por lo que resulta vital expulsarlo antes de llegar a la superficie. Si esto no se logra, el nitrógeno buscará formas de salir a la superficie generando burbujas en la piel, la sangre y los tejidos, éstas pueden expandirse provocando lesiones, obstruyendo los vasos sanguíneos y generando coágulos de sangre, todo ello causa debilidad en una parte del cuerpo,

mareos, dificultad para hablar y pérdida de orientación, síntomas similares a los de un accidente cerebrovascular. Las burbujas de nitrógeno además provocan inflamación, lo cual produce tumefacción y dolor en los músculos y las articulaciones. El tratamiento médico de recuperación es la cámara hiperbárica, a la que se debe tener acceso en menos de una hora de ocurrido el hecho para prevenir la muerte del buzo. Las secuelas de un accidente de descompresión son de por vida y transforman a la práctica del buceo en una acción fatal. Los testimonios del mal de descompresión se reiteran en los colosinos, Gastón Rojas -quien llegó a Coloso en 1982-, se desempeñó como buzo mariscador toda su vida hasta que la descompresión lo obligó a buscar otra forma de sustento, hoy trabaja en la construcción de casas en Coloso, son 20 años ya desde su accidente y las consecuencias continúan latentes como relata su esposa Rosa Quintana: “Tiene un daño neurológico, quedó con una cojera y sufre de constantes dolores de sus piernas”.


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a experiencia de Segundo Olivares Zambra es más reciente, el año 2015 sufrió un accidente que lo tuvo al borde de la muerte tal como recuerda su mujer, Nilda Ibáñez. “Fue fuerte y ha traído mucho dolor, recuerdo que yo sólo lo miraba por un vidrio, él había quedado en silla de ruedas, los médicos no daban noticias, porque había sido muy grave su accidente, había estado con una hipotermia de grado 4, con un paro cardiorrespiratorio, lo reanimaron con electroshock. Lograron salvarle la vida, quedó postrado en silla de ruedas”. A Nilda se le derrumbo su mundo, Segundo es su pareja de vida, juntos en 10 años han logrado levantar una casa y formar una familia, ambos venían de historias erradas y el ser pareja les cambió la vida, como expresa Nilda: “La felicidad ha golpeado la puerta, todo lo que tengo ahora es gracias

a mi esfuerzo y al de mi marido, nos hemos sacrificado por esta casa, nosotros construimos nuestra casa, esto fue una pelea que dimos de codo a codo, no nos hemos soltado los dos ahí, el día que me falte, yo creo que voy a flaquear”. Entonces el accidente ha sido un gran obstáculo a superar, meses de rehabilitación en los que Nilda tuvo que salir a la mar a ganarse la vida, meses en que los ahorros se agotaron, pero ella supo dar la batalla como mujer colosina, hoy su marido se recupera, ya camina y poco a poco vuelve a tomar las riendas del negocio familiar, la comercialización de mariscos. Estas son las consecuencias de la descompresión, una sombra latente en la vida de los buzos y sus familias, pero también parte del porqué de su coraje y tesón para enfrentar la vida.

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Las cocinerías

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as cocinerías hoy son el corazón de Coloso, allí está latente el espíritu de superación, la capacidad de trabajo y en especial la fuerza de las mujeres, su coraje para vencer la adversidad y generar un mejor futuro para su familia. Fueron naciendo en forma improvisada, espontáneamente acorde a las posibilidades y la urgencia de las necesidades. Desde las primeras conchas de locos rellenas de ceviche, pasando por cajones de tomates cubiertos con un modesto mantel a manera de mesita de exposición para ofertar los mariscos frescos, ésos que los hombres apozaban durante la semana para atraer al antofagastino los sábados y domingos. Desde que el reconocido Leandro Müller transportaba mariscos para su comercialización, en su moto de antaño; la gastronomía se ha instalado en Coloso y aún tiene mucho por crecer. Una de las primeras mujeres que comenzó a incursionar en este campo fue Violeta Guerra, como ella relata: “Los sábados y domingos, vendía mariscos, empecé a hacer ceviche y

lo vendía en concha de loco y con cuchara de cholga. El 87 ya habíamos inaugurado ‘Nuevo Amanecer’, era famosa por las empanadas y el pastel de jaiba, fue difícil; pero Floreal nos ayudó con los permisos y el alumbrado eléctrico. Yo estoy muy agradecida del señor Recabarren”. Violeta Guerra supo invertir sus primeras ganancias y lo cuenta con orgullo. “Compré un motor Yamaha, un refrigerador, un equipo de disco”, así comenzó a crecer su negocio, cocinería que hoy maneja su hija Graciela Marín y que se precia de ser una de las precursoras de la cocina en Coloso. Valeska Jorquera, también heredera del esfuerzo de su madre, hoy es la flamante propietaria de ‘La Brisa Marina’. Ella inició lo que sería el trabajo de toda una vida apoyando el emprendimiento de su mamá, Violeta Vargas: “Mi mami se dedicaba a vender los mariscos que mi papá le traía, ponían cajones de esos de tomate, los cubrían con manteles. Y ahí vendían todos los mariscos porque no había puestos, y esto era desierto, los que tenían auto solamente venían para Coloso”.

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sos fueron los incipientes inicios de las cocinerías, con el tiempo se instalarían modestos puestos como relata Valeska: “Había dos puestos, el de mi mamá y el de Juanita Alvarado. A ellas se les ocurrió cocer el marisco y servirlo con salsa verde. Hacían mariscos crudos y cocidos, locos cocidos, choritos, la gente en un platito o en la misma conchita le echaban ahí mismo y comían”.

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Era un negocio familiar, Valeska afectuosamente recuerda a su padre, el famoso ‘Negro Luis’ quien le transmitió las artes del oficio. “Mi papá me mandaba a desconchar sacos de choros, me decía ‘Si quieres bañarte, desconcha los choros y anda a bañarte’. Mi hermano y yo aprendimos toda la pega por mi papá, mi papá nos enseñó a bucear, nos enseñó todo él”. Cuando Valeska se independizó, comenzó a trabajar vendiendo mariscos crudos como recuerda: “¡Es cansador ese trabajo! trabajé harto tiempo en eso” y luego de

garzona en ‘La Brisa Marina’ de su madre, eso hasta que ella enfermó y Valeska asumió la dirección del negocio. “Tuve que agarrar las riendas y meterme acá en la cocina. Yo ya conocía el rubro, tenía como 22 años”. Y claro que conocía el rubro, se le nota, se le ilumina el rostro cuando habla de sus creaciones culinarias. “Inventé las empanadas de jaiba, empanada de jaiba con queso, la de ostión también. Un día me puse a cocer ostión, así crudo lo eché a la masa, me quedó muy aguachento y busqué la manera, hasta que aprendí: cocinó a medio punto, le echó la crema, la mantequilla, el orégano, y me pongo a hacer la empanada frita. Y así quedaron hasta el día de hoy, así que ahora vendo de pulpo, mixta, de jaiba, ostión, loco y de marisco. Todas esas. Y ahí se empezaron a dar el dato, y ahora todos venden igual. La única que no han podido imitar es la mixta, porque nadie vende mixta. Soy la única. La mixta tiene ostión, tiene loco, tiene pulpo, tiene jaiba, y el queso. Esa es la mixta. Esa me sale harto”, festeja alegre.


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El Rincón de Coloso

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eandro comenzó su relación con Coloso en el año 1982 cuando llegaba a la caleta en busca de mariscos y pescados para comercializar, luego se instaló con un kiosco como bien recuerda Valeska: “Él tenía un kiosquito así chiquitito no más, era así como el de las bebidas. Y era el único que vendía empanadas de marisco y de queso”. Así fue creciendo el negocio, hasta que en 1990 con la oportunidad que trae apañada la instalación del Puerto, Müller se instala con ‘El Rincón de Coloso’, restaurante popular que tras casi 30 años de trayectoria en el 2012 fue seleccionado entre las mejores picadas de Chile por el Consejo Nacional de Cultura y las Artes en su aporte al patrimonio inmaterial. Para Leandro, el rol que ha tenido la caleta en el desarrollo de su vida es fundamental, y así lo afirma: “Coloso me hizo madurar, me dio las fuerzas para salir adelante, cuando llegué en al año 1982, era una caleta olvidada por las autoridades, tenias que adecuarte a la falta de carretera, luz, agua y todo elemento necesario para vivir y progresar. Todo lo anterior hace que se te desarrollen las capacidades que tenías dormidas y puedas reinventarte y salir adelante, resumiendo Coloso me impulsó a sacar el espíritu emprendedor que llevaba dentro de mí”.

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Fiesta de San Pedro

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ndiscutiblemente el más bello recuerdo de la vida en Coloso es la fiesta de San Pedro, una oda a la fe llena de colorido, música, luces y emoción.

Entre los recuerdos más emotivos y que más unen a la comunidad colosina está la celebración de su santo patrono, transversalmente, desde quienes la descubren en la infancia hasta los que comienzan a vivirla en la adultez, tal como exclama Sergio Ávalos ante la pregunta ¿qué recuerdas de tu infancia en Coloso? “¡Ah, la fiesta de San Pedro! Era escuchar bongo, escuchar fiesta, era carnaval, me alegraba, era esperar lo máximo. El sonido, participar, las vueltas en bote, los bailes, todo. Todo lo que significaba la fiesta… con cooperación, con la gente motivada. Se trabajaba con tiempo, con anticipación… era con esfuerzo de los mismos pescadores y de las señoras de los pescadores”. La procesión se remonta a los inicios de la caleta, María Cisternas, ferviente devota

de su santo patrono y actual presidenta del Baile Chino recuerda aquellos primeros tiempos.“El primer altar que se hizo de la fiesta de San Pedro lo hicieron las mujeres de Coloso. Hicieron rifas, vendían dulces y sándwiches. Así juntaron dinero y compraron los materiales. Ellas empezaron, los hombres hicieron las cosas pesadas, pero las mujeres las terminaron. Las mujeres pegando bloques, pintando, para hacer la primera gruta de San Pedro. Y ellas, las recuerdo, mi mamá con la señora Elba, la señora Violeta”. Es así que nace el tabernáculo de San Pedro y el Santo también tiene su historia, como relatan los colosinos, fue Carmen Escobar, escritora cercana a Coloso, quien consiguió la sagrada imagen en la farmacia ‘San Pedro’ de calle Baquedano, tal como recuerda María: “La farmacia tenía arriba, en el segundo piso, a San Pedro. Y ese San Pedro, de esa farmacia, es el que está en el muelle. Y ese San Pedro no lo sacan, está empotrado ahí. Sacan uno más chiquitito a procesión”.

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l querido Santo de la caleta pesa más de 100 kilos y llegó a Coloso por mar en una odisea que bien recuerda María que en esos tiempos apenas tenía 8 años. “Me acuerdo que fuimos con los botes a buscarlo, y nos devolvimos en bote, nos vinimos de la caleta de Antofagasta, con la lancha de la gobernación marítima acompañándonos en caravana por mar hasta acá mismo, hasta Coloso, cuando nos regalaron el Santo”.

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La fe ha sido la gran bendición de la caleta, desde los primeros tiempos, el colosino se vincula a la fe y manifiesta expresiones de religiosidad que unifican como comunidad, María Cisternas comenta que los sacerdotes llegaban caminando, así lo recuerda:“El padre José Donoso, lo nombraron en la Universidad Católica del Norte, destacado como sacerdote, él se venía a pie desde Antofagasta, era como hobby para él salir a caminar y venir a Coloso. Le gustaba Coloso. Hasta viejito llegó acá, le gusta juntarse con los pescadores, y les hablaba de la palabra. Hacía misa, así al aire libre. Luego llegó el padre Osvaldo, él llegó de la iglesia ‘Madre de Dios’ para hacer las misas de San Pedro. Era todo al aire libre, no teníamos nada”. El desarrollo de Coloso permitió que con el tiempo las misas se realizaran en recintos cerrados, eran los restaurantes que, en pleno domingo, como relata María: “Paraba la venta y prestaban el restaurant cuando llegaba el curita a hacer misa”. Una fe que se ha hecho grande en el alma de los colosinos, que se ha transformado en parte de su arraigo y refleja fuertemente su identidad.


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Los bailes chinos

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n la caleta existen dos bailes religiosos: los Chunchos de San Pedro –este último se encuentra en receso- y el Baile Chino San Pedro de Coloso, que congrega a más de 30 integrantes entre danzarines, músicos y dirigentes.

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Los bailes chinos son hermandades de músicos que expresan su fe por intermedio de la música, la danza y el canto, con motivo de la celebración de fiestas conmemorativas, de acuerdo a la descripción de la UNESCO y son reconocidos como patrimonio inmaterial de la humanidad, dado que constituyen un instrumento de participación en la vida social, que prestigian a los que participan en ellos. Constituyen modelos de integración y cohesión sociales que cuentan con la adhesión de casi totalidad de las comunidades locales y, además, confieren un sentimiento de identidad y solidaridad a quienes los practican.(11)

El Baile Chino San Pedro de Coloso cumple 22 años, si bien, de mucho antes los colosinos celebran a su Santo Patrono invitando a bailes religiosos a saludarlo, en un momento nació la necesidad de ser ellos mismos quienes rindieran el homenaje. Así lo recuerda María Cisternas, presidenta de la agrupación, quien relata su nacimiento. “Este baile lo formó la señora Elba, ella ayudó a los chicos a organizarse, la idea era tener un baile en Coloso, que fueran los mismos pescadores que bailaran…entonces, cuando se formó el baile chino, se formó de puros hombres, y las mujeres los ayudábamos. Éramos las socias, los acompañábamos, pero los hombres bailaban. Después eso empezó desaparecer, algunos no pudieron bailar, entonces para no perder el baile empezamos a incorporar a mujeres y niños. Ahora así está constituido, entre hombres, mujeres y niños; bailamos hombre, mujeres y los chicos”.

11. Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), en referencia a este tipo de baile, tradicional de la zona norte, e inscrito el 2014 en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Consultado en https://ich.unesco.org/es/RL/el-baile-chino-00988.


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sta renovación en la hermandad del baile chino ha permitido su subsistencia en el tiempo, y hoy son reconocidos junto a otros como patrimonio vivo de la humanidad. En el norte existen tres bailes chinos el de Iquique, el de María Elena y el de Coloso nos cuenta María: “Nosotros no usamos bandas, no usamos ni cajas, bailamos con tambor y pitos en la fiesta de San Pedro, que es una celebración patronal, y bailamos en todas las fiestas relacionadas con la Virgen. Vamos a la Tirana, ahora en julio, a la fiesta de Andacollo, que se hace acá en Antofagasta. En diciembre, febrero, en agosto, en la ‘Oración por Chile’, también bailamos”. La tradición del Baile Chino interpreta la humildad de la servidumbre hacia la Virgen explica María: “La gente no conoce la tradición, piensa que es un chino por un chino oriental ¡cosas así!, y no, el chino es el sirviente, del tiempo de las colonias, cuando el sirviente era llamado chino. Entonces, de ahí viene la tradición. Nosotros somos el chino del norte, de los changos”.

El ser patrimonio de la humanidad ha sido un descubrimiento para los Chinos de Coloso, Humberto Rodríguez, esposo de María y dirigente del Baile Chino cuenta: “El 2015 fuimos a un encuentro a Mantagua. Un encuentro de todos los Bailes Chinos de Chile. Entonces en el encuentro nos llevamos la sorpresa que todos los bailes chinos somos patrimonio cultural de la humanidad. Entonces, es un gran privilegio pertenecer al baile”. Por ello el año 2016 cambiaron su traje de colores blanco y azul que les representaba el mar de Coloso, por el traje tradicional en color café, que representa su vinculación con la Pachamama y como expresa Humberto “Esta envestidura es muy significativa para nosotros”. Y por supuesto que es importante, se han consagrado a su fe y su expresión más tangible, su baile, es reconocido como patrimonio inmaterial de la humanidad.

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El futuro

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oloso escribe su historia en distintos tiempos. El de los mayores, quienes ya han forjado su legado, que lucharon por obtener lo que hoy tienen, los que levantaron a Coloso, y aquí la voz de Elba lo dice todo: “Bueno, lo más lindo es la vida que tengo ahora, porque antes no tenía. Sufrí mucho con los niños, bueno la mayoría de la gente antigua. Nosotros cocinábamos con fuego, con leña, con parafina. Yo no tenía y me voy a morir tranquila porque ahora tengo todo lo que yo deseaba, por eso le digo, yo soy feliz ahora”. El tiempo de los adultos que fueron niños en Coloso y hoy forman a sus familias y

proyectan su vida aquí: aquí están la gran mayoría, llenos de ganas, luchando cada día. El tiempo de Sergio como actual presidente de la Junta Vecinal, de Valeska, de Raquel, de Nilda, de María, de tantos que aquí crecieron. El futuro renovado, lleno de inquietudes y con una justa admiración de los más jóvenes, de Danicelly, de Manuel Cepeda, de Perla; y tiempo por venir, los niños y las nuevas expectativas. Todos ellos hoy aúnan esfuerzos, por sobre los anhelos propios proyectan lo mejor para su comunidad en un plan maestro a largo plazo que esperan les permitan cimentar el Coloso del futuro, es el 6+1, una base de

proyectos priorizados por la comunidad y establecidos en un ambicioso cronograma de trabajo que esperan concretar el durante la siguiente década, como detalla María: “La gente antigua, estamos como en el Comité de Proyectos que trabaja con Minera Escondida para mejorar Coloso. Nosotros queremos dejar Coloso bonito, para las nuevas generaciones, hermoseado, cosa que después digan, ‘Mi abuela trabajó para este proyecto’, acá hay una parte también de mi familia. Porque Coloso antes no lo teníamos así, era bonito sí, pero no teníamos las comodidades que tenemos ahora: Tenemos el agua, tenemos la luz… La locomoción – tarde, mal y nunca – pero la tenemos”.


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l plan de trabajo que empezó a diseñarse en enero 2007 ha avanzado en el mejoramiento de las casas, el cierre perimetral del muelle y el centro comunitario con el dispositivo de salud; en tanto aún quedan por desarrollar la pasarela con los muros de contención, la plaza de juegos, eventos, un anfiteatro y las áreas verdes. Todo un plan maestro de desarrollo urbano, que los colosinos aspiran a tener finalizado a inicios de la siguiente década, y en el que se puede apreciar la mirada a largo plazoque han aprendido a generar como comunidad. La educación es otro factor fundamental en el desarrollo de los colosinos. María cuenta cómo descubrió que existía la oportunidad de continuar estudiando. “Llegaba hasta acá don Floreal Recabarren, cuando yo estudiaba, él siempre se sentaba allá afuera en una sede de madera que teníamos antes y nos llamaba a nosotros. Porque él, cuando era alcalde, entregaba los juguetes, le gustaba ver que se entregaran los regalos, y nos preguntaba si nos gustaban o no nos gustaban. Y él siempre nos motivaba a estudiar, e incluso él varias veces vino al negocio de mi mamá, venía a comer en ese

tiempo ceviches, empanaditas. Y siempre él me decía: ‘Tú tienes que estudiar’, siempre nos decía, que si nosotros, alguien de Coloso, seguía estudiando, él nos iba a ayudar con el preuniversitario. Siempre nos ofreció esa oportunidad”. Una oportunidad que le abrió los ojos a nuevos horizontes, pero que dada las condiciones económicas no pudieron alcanzar, sin embargo, para sus hijos las circunstancias han sido más favorables. “Bueno, muchos no terminamos ni siquiera cuarto medio por lo mismo, porque no había los medios económicos. Ahora nuestros hijos han tenido la oportunidad, porque hemos trabajado con Minera Escondida para programas de becas para los jóvenes de enseñanza superior. Por eso los chicos han salido adelante”. Incluso los apoyos se han multiplicado y desde distintas instancias han surgido las oportunidades, como orgullosa relata María: ”Cuando estuvo Marcela Hernando, mi hija se anotó en una beca, ella tenía promedio 6,8 y le salió el 100%, ella la respaldó, en la Universidad Santo Tomás. Estudió enfermería, ahora trabaja en el Hospital Regional”.

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sí los apoyos se han multiplicado y las oportunidades son diversas y muchos colosinos hoy son los primeros profesionales de su familia. Américo, el hijo de Omar es profesor de educación física; Jessica, hija de Valeska es profesora en el colegio San Luis; Claudia, hija de Rosa Quintana es profesional administrativo de Sernatur y su hermana Macarena estudia ingeniería en administración de empresas; Manuel, el hijo de María Carrasco está terminando la carrera de diseño gráfico, y así la lista se extiende para orgullo de los colosinos.

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Bueno, y esta mayor preparación de los colosinos ha traído nuevos aires a la caleta, el turismo, la gastronomía, los deportes aventura se están tomando la bahía, como bien asume Sergio, para quien el futuro está en el turismo. “Converso con mis hijos para que vayan a fotografiar, a hacer videos submarinos, quiero que buceen, pero bajo otro concepto. Hay mucho por hacer, hay unas partes muy lindas para arriba, ¡donde no llega nadie! Anduvieron los changos no más por ahí, hemos encontrado vestigios como puntas de flechas”. El entusiasmo y el amor por Coloso vibra en la voz de Sergio cuando se explaya en sus sueños, en hacer de la caleta un punto de atractivo para los visitantes: “Hacer combos turísticos, tener lanchas, un generador”, y aprovechar los días y las noches. “Los días

son todos lindos, hermosos, el cielo, las estrellas… ver los satélites, ver cosas que pasan aquí, con los pescadores cuando estamos trabajando… si nosotros a veces estamos así, miramos, contemplando en los farellones, con muros, con cerros a los costados por las noches”. Esa experiencia con la naturaleza, esas sensaciones que le llenan el alma, eso es lo que él quiere transmitir al turista. Y esa experiencia ha capturado a más de algún visitante, Danicelly Vallejos Reyes, es el mejor ejemplo de ello, llegó a Coloso para practicar bodyboard y se enamoró del oleaje, de la calma de la bahía, de los atardeceres y del sol, era el año 2010, ella, una estudiante de periodismo de la Universidad Católica del Norte, oriunda de Huasco, comenzó su estadía en Coloso sin imaginar que aquí cimentaría su vida, aquí conoció a Manuel Cepeda, en esos tiempos incipiente instructor de bodyboard y con él señaló su destino, libre e independiente. Danicelly recuerda que cuando terminó su carrera y comenzó a trabajar formalmente en una oficina en el área de las comunicaciones, no pudo tolerar la rutina, el encierro y la falta de libertad: “Entonces, una vez que yo salí tome esa decisión, yo dije aquí tengo que decidir o quedarme trabajando en cualquier empresa o medio o dedicarme a lo que me apasiona, que es el bodyboard y con la escuela. Entonces decidí eso, lo que realmente me hacía feliz”.


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s que como ella relata: “La conexión que tuve con el mar, la tranquilidad, el mirar el horizonte, no importa que no hubiera ola, pero yo estando acá yo sé que el mar está ahí y que me queda un paso y que me siento súper bien, que me llena”.

proyectos y desarrollar un modelo de negocios sustentable, gracias a ello han ganado financiamiento mediante proyectos Sercotec y en Corfo, los que le han permitido certificarse como instructores, implementar la escuela y crear una imagen corporativa de alto nivel.

Por la suma de todo ello, es que Danicelly se siente colosina y tiene grandes expectativas para Coloso. “A mí me gustaría que nosotros, como vecinos, fuéramos más unidos, y lográramos fusionar todos los talentos que hay acá y toda la cultura, que no quiero que se pierda. Y eso es lo que me gustaría a mí, que Coloso fuera un lugar turístico, que fuera un ícono de Antofagasta. Coloso es un lugar atractivo por sí solo, por la naturaleza que tiene, pero no tiene nada turístico, en el fondo no hay ninguna empresa que se dedique a eso. Están los puestos, pero la gente, en el fondo, hizo los puestos pensando en la necesidad, no lo hizo pensando en potenciar el turismo”.

Ambos comparten el amor por el mar, se les nota en el semblante alegre y calmo. A ello se suma la admiración por su gente, los pescadores como tan bien explica Danicelly: “La visión que ellos tienen acerca del mar, la conexión que tienen con el mar. Es súper distinto a nosotros, porque nosotros esperamos las marejadas y ellos esperan que esté calmo. Me encanta escucharlos, me encanta saber cómo ven ellos el mar, cómo ven su trabajo, es toda una cultura la que tienen, y yo no, antes de venir para acá, nunca había tenido contacto con pescadores o con buzos mariscadores. Son hombres súper valientes para hacer lo que hacen. Sumergirse a tantos metros bajo el mar, no sólo lo hacen, o sea, ellos disfrutan su trabajo. Y a pesar de que es un trabajo súper riesgoso, y que pone sus vidas en peligro, les encanta y comparten esa experiencia con nosotros. Y eso me encanta porque es lo mismo que nosotros hacemos en el bodyboard, también lo disfrutamos”.

Con Manuel Cepeda forman una excelente pareja, ambos se potencian y han creado un gran emprendiendo conjunto con ‘Escuela de Coloso’, lo que nació del instinto de Manuel por devolver a Coloso parte de la felicidad que él aquí encontró, haciendo clases gratuitas a los niños de Coloso, hoy se ha transformado en el futuro de ambos. El incremento en la demanda por clases de bodyboard, proveniente de toda la ciudad, les llevo a profesionalizarse, a presentar

He ahí, el secreto de Coloso, ese que atrapa, que como imán captura el alma y arraiga, pese al sacrifico que impera en lo desértico y la distancia, Coloso nos cautiva.


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Agradecimientos

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inalmente no queda más que agradecer la confianza de todos quienes participaron en la creación de este homenaje a Coloso, a los profesionales que apoyaron y trabajaron colaborativamente para obtener el resultado que brota de la suma de esfuerzos y miradas. Y en especial a quienes abrieron sus puertas y nos recibieron en sus viviendas, en sus botes, en sus cocinerías, quienes participaron en las reuniones y entrevistas, entre quienes no podemos dejar de mencionar a: Sergio Avalos - María Carrasco - Erich Castro - Manuel Cepeda - María Cisternas - Raquel Coz – Violeta Guerra - Otilia Henríquez – Elba Herrera – Herminia Herrera - Omar Herrera - Nilda Ibáñez – Valeska Jorquera - Pablo López - Graciela Marín - Haydee Miranda - Leandro Müller - Consuelo Navarrete - Jaime Pizarro – Rosa Quintana - Humberto Rodríguez Claudia Rojas - Gastón Rojas - Luis Rojas - Pedro Valderrama - Danicelly Vallejos Manuel Villalobos - Susana Yévenes - Pilar Zamora.


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2017

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Autores: Floreal Recabarren

Pamela Ramírez

Floreal Recabarren - Pamela Ramírez


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