AS_2_Interface: Un ruiseñor en la pantalla

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EL RUISEテ前R EN LA PANTALLA

Jordi Gテシell

ediciテウn del autor



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Jordi Gテシell



...a los amigos que me acompa単an.

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“En los tiempos primitivos, la ciencia, el arte y la religión, al estar interconectadas y formar una totalidad inseparable, parecen haber sido el principal medio para el funcionamiento de los procesos de asimilación.” On creativity. David Bohm. (1917-1992) Físico teórico.

“la comprensión matemática no es algo computacional, sino algo bastante diferente que depende de nuestra capacidad de ser conocedores de cosas.” The large, the small and the human mind. Roger Penrose. Físico matemático, titular de la cátedra Rouse Ball de matemáticas en la Universidad de Oxford.

“Allí donde Sócrates había proporcionado un ejemplo de “éxtasis” desligándose por el parto de las opiniones, la extática platónica despliega el esquema de una locura racional. Desde entonces la filosofía y la ilustración son también consignas para decidir ser poseídos por demonios racionales mejor que por irracionales.” Zur Welt kommen - Zur Sprache kommen. Peter Sloterdijk. Catedrático de Filosofía en la Hochschule für Gestaltung de Karlsruhe.

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INTRODUCCIÓN

Las nuevas tecnologías facilitan una nueva creación de redes de comunicación complejas, extensas, detalladas, que superan en eficacia al telégrafo, al teléfono, el fax, o incluso a la comunicación terrestre. Además, la conversión de la comunicación y del documento en productos de consumo, sin duda será fuente de renovación económica, imprescindible para completar cambios que hoy empiezan. En éste contexto deseo proponer respuestas a dudas y preguntas sobre la naturaleza, las funciones y posibilidades de interpretación de la obra de arte como entidad en red. La World Wide Web nos ofrece nuevos espacios de libertad, de acceso a información hasta hoy oculta, invisible, o puede limitar nuestros márgenes de maniobra con más presión sobre las garantías de privacidad, y más control al acceso a información contrastada y veraz. El hecho es que las funciones de observador pasivo e identidad estable han quedado obsoletas. La velocidad de la red de comunicación y su implantación en nuestra vida privada requiere de una individualidad que intervenga socialmente, para ser partícipe activamente, afectando, regulando y creando para sí mismo

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contenidos, explicaciones y respuestas, sobre aquello que hasta hoy parecía una realidad objetiva para todos. La objetividad de la realidad aparece hoy mucho más frágil, susceptible de manipulación o tergiversaciones. En el marco de una nueva organización social, dentro de la llamada web 2.0, tomando de referencia el cambio de paradigma que nos ofrece la estructura en red World Wide Web, éste ensayo poético-filosófico propone una nueva perspectiva para un observador ante la obra de arte en red. Contribuyendo a actualizar los vínculos entre la percepción de aquello que entendemos por real, y un gesto de observación activo, de un individuo social ante el mundo, capaz de interactuar con lo desconocido y replantear la información que recibe. El nombre propuesto es INTERFACE: término informático que define al intermediario visual o a la conexión física y funcional entre dos entes o sistemas independientes. Interface no puede considerarse un concepto, es una perspectiva. Se interpreta y plantea Interface como el anclaje en red, de “ventanas virtuales”, que utiliza el observador para percibir, entender y expresarse. Una telaraña de analogías y contenidos que van formando aquello que ante el individuo finalmente es visible y aprehensible. Una metáfora del método de relación entre individuo y realidad, que ofrece un nuevo enfoque y una nueva perspectiva ante el mundo y por tanto ante la obra de arte. Éste flujo de analogías hasta hoy se ha mantenido acotado y cohe-

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rente a cánones sociales, mostrándonos una realidad aparentemente objetiva. Las enormes dimensiones de la red de información proponen hoy un nuevo reto. El individuo se ve empujado a interaccionar, a dudar, a preguntarse por el valor de la información. Necesariamente debe mostrarse activo ante su percepción de realidad, y por tanto ante la obra de arte. Sin obviar que aquello ante nosotros es inestable, subjetivo, un mundo de entidades que se definen relativas. La información es aquello que nos da acceso a la percepción, al entendimiento y a la expresión. Lo que llamamos visible, que aceptamos, comprendemos y validamos, es hoy como nunca susceptible de manipulación y falsedad. Por éste motivo el individuo necesita retomar su libertad mostrándose activo, mediante una recreación constante de la información, desde nuevos espacios audaces, interactuando con la incomprensión, la duda y la invisibilidad, pues ya no queda ante nosotros nada estable o cierto. La inestabilidad de la realidad exige un nuevo individuo socialmente activo, capaz de descubrir aquello real de lo aparente. La nueva red de comunicación permite desvelar cómo cada comunidad pone límites y discrimina la verdad y la falsedad, siguiendo intereses particulares. Mientras, los contenidos y la información se estructura creando realidad con gran velocidad. Además, una vez perdida la capacidad de interactuar con la incertidumbre, todo cuanto el individuo desconoce, todo cuanto aún persiste sin observar ni comprender, queda definitivamente discriminado y oculto.

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Por éste motivo el arte debe seguir garantizando el contacto con lo desconocido, con la duda y con la incertidumbre. Nos abrimos a una nueva organización, a un nuevo paradigma social sin verdades metafísicas, donde las identidades tampoco logran sobrevivir a la impermanencia de la realidad. Interface prevé una red de analogías que nos permite incluir y definir lo desconocido, la zona incomprendida, recuperando el valor del vacío, para localizar aquello visible detrás de las apariencias de la identidad. La realidad parece comprensible, aprehensible, pero sólo en la medida que su percepción y concepción queda vinculada a una memoria individual que finalmente discrimina y elige. Por lo tanto el observador es quien crea y acepta la realidad que observa, según su subjetividad, con decisiones puntuales, inconscientes. Y una mirada crítica y creativa requiere una inevitable proximidad con la incertidumbre, un higiénico retorno al no ser. Una vez aceptado el vacío, podemos afirmar que la obra de arte queda legitimada para liberarse de todo proyecto, de todo concepto y de toda arbitrariedad. Para recuperar como otras veces su sentido en el encuentro de realidad, un encuentro desnudo, nítido. Es necesario valorar el uso de las identidades lejos del concepto. Previsualizar la Interface nos permite determinar nuestros verdaderos espacios de libertad, y nuestra cercanía con lo incierto. El sentido del misterio, de lo desconocido, de la sombra en la obra de arte, de la casualidad y aleatoriedad de los resultados, o del absur-

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do, pone en duda la integridad de las identidades, y recupera a ese logos creador de comprensión, de visibilidad y expresión, nunca sustituto de realidad. El ensayo se apoya en investigaciones actuales, del campo de la neurología, que demuestran fuertes mecanismos subjetivos de construcción de realidad. Científicamente queda demostrado como nuestro sistema nervioso está determinado a crear una visión deforme de la realidad, subjetiva y gratuita. Los escenarios resultantes, que el cerebro construye subjetivamente y aleatoriamente, dependiendo de los estímulos recibidos, de la variedad y riqueza de información recibida, forman arbitrariamente aquello de afuera llamado realidad. Hasta el momento la realidad ha estado considerada estable, objetiva y conceptualmente concreta, pero hoy se muestra erráticamente subjetiva, y por tanto manipulable. En éste sentido, éste texto pretende también referirse al uso intencionadamente mediatizado de lo real, con prácticas arbitrarias de aceptación o eliminación de la visibilidad, ocultación sistemática de la duda ante hechos, opiniones y contenidos aún por conocer. He deseado destacar como en la sociedad actual se aprueba y se da validez a unos aspectos de la realidad, y otros aún desconocidos son negados arbitrariamente. Con la duda, es posible prevenir individualmente el desconocimiento. En éste sentido el arte siempre ha sido fuente de renovación creativa para las sociedades. Hoy, arte y realidad sufren un

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secuestro, viéndose sometidos a la arbitrariedad de una estructura coherente, que mecánicamente discrimina y da validez sin integrar la diferencia, la incomprensión, la duda y la aleatoriedad propia del mismo método creativo. La aceptación previa de lo desconocido como premisa, ha sido esencial en la redacción del ensayo. Intereses económicos, políticos, sociales, se ven empujados siempre, periódicamente, a mantener el status quo y proteger lo aceptado y visible. A pesar de todo, prever la existencia de lo desconocido sigue siendo imprescindible para dudar y formular la existencia de lo aún no visto ni aprendido. Sólo integrando la casualidad y lo desconocido es posible hacerle justicia al método creativo, a la creatividad, y de ese modo enriquecer, actualizar y garantizar cierto dinamismo social. Quiero mencionar la profunda influencia recibida del libro Tao Te King, de Lao Tsé, así como otros textos de inspiración taoísta. Además, en la redacción del ensayo, me he sentido acompañado por los textos de Zhuangzi, Plotino, Ibn‘Arabi, Giordano Bruno, entre otros. Todos son textos de gran importancia, que de lugares diferentes llegan proponiendo múltiples y sorprendentes paralelismos. Todos coinciden describiendo una realidad que simplemente es, siempre lejana y cambiante, más allá de tota comprensión o planteamiento. Conclusiones por otro lado afines a las demostradas y aceptadas hoy día por la física contemporánea. Pienso que la aceptación de la incertidumbre es imprescindible para crear una sociedad dinámica y capaz de transformarse.

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En la medida que socialmente siga discriminado lo desconocido y la incomprensión, apoyando lo conocido y establecido, la pérdida social de creatividad llegará a ser endémica. Interface propone el retorno a una obra indeterminada, inacabada, abierta a múltiples interpretaciones y miradas. Y desde esta impermanencia de realidad, desde éste flujo constante de impactos racionales y emocionales, usar las nuevas tecnologías invitando al individuo a interaccionar, a dudar, a rehacer, a ser parte y a integrarse en una obra con identidad relativa. Ésta es la visión que desde un primer momento motivó mi búsqueda alrededor del término Interface. El retorno a la obra con identidad relativa. Con la metáfora Interface se crean de éste modo múltiples paralelismos que permiten dar forma a un nuevo paradigma de obra de arte y de individuo en comunidad, como también nuevas funciones y formatos que pueden satisfacer a una nueva sociedad y a un nuevo arte contemporáneo en red. Interface es por lo tanto una perspectiva, capaz de contener a esa identidad relativa, el aspecto permanente voluble de la percepción de lo real, dentro una estructura siempre cambiante. Interface puede recoger e integrar todo aquel material, conocimiento y comprensión que podemos elaborar, recrear, constatar, aceptar e integrar a partir de una obra. Para finalmente describir aquello que aún queda afuera. Participando de lo desconocido, acercándonos a la incertidumbre, con un juego de analogías y con voluntad de unirnos a la realidad. Interface a su vez, respeta toda la tradición

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del arte cuando finalmente nos separa, para definirnos como meros observadores, para finalmente reconocer qué somos, y ésta vez con un renovado método de contacto con lo incierto. La metáfora de red de analogías nos permite aceptar y prever la existencia de todo cuanto queda excluido, desconocido, al margen de sí misma, como paso previo a una imprevisible existencia de la obra. Dándonos libertad para sentirnos próximos a todo cuanto aún está oculto e incomprendido, para recrear aquello que somos, completando una estructura de analogías y relaciones íntimas, entre contenidos e identidades que aparentemente son reales aunque para siempre improbables. De éste modo, a la vez que es evidente que la objetividad y por tanto la identidad es indemostrable, la perspectiva Interface valora los desconocimientos, los vacíos, el bagaje visual o perceptivo del observador, en su conjunto como aquel fondo que legitima a una creación permanentemente desconocida e incomprendida en su totalidad. Sin discriminar la obra dependiendo de su visibilidad o invisibilidad, el avistamiento del autor y del observador es aquello que recupera sentido, más allá de la coherencia del proyecto. El misterio y lo desconocido serán las fronteras donde empezará el descubrimiento. La incomprensión llega a ser imprescindible como paso previo a la observación y existencia de la obra. Una mirada al S.XIX nos permite constatar cómo, para describir la apariencia de ese mundo externo que decimos real, el raciona-

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lismo empírico se dejó deslumbrar por la invención de la cámara fotográfica, convirtiendo todo cuanto era captado por el objetivo de la máquina en imagen de una verdad absoluta, estable, de lo llamado mundo sensible. El momento histórico, decididamente inclinado a valorar el racionalismo por encima de la emotividad, encontró en la máquina su ideal de observación. La cámara ofreció una semejanza de autenticidad y estabilidad de la percepción que no podía ofrecer la subjetividad individual. Una preeminencia del objetivo de la máquina que hasta hoy se mantiene, pero que el nuevo paradigma de sociedad en red reclama superar. Ahora, la realidad huye de nuevo de la objetividad, para volver a ser un escenario creado colectivamente y arbitrariamente. Un logos virtual que podemos usar, hacer creíble y compartir, demostrando tener suficiente conocimiento y dominio de los iconos y mitos sociales para hacerlo real, es decir, desconocido. Esta nueva sociedad en red nos abre nuevos interrogantes, contradicciones y resistencias, pero las herramientas siguen siendo las mismas: las dudas para saber quiénes somos, y delante de qué somos. La física teórica actual nos describe una realidad científica radicalmente alejada de las visiones del S.XIX. Pero la libertad para la duda y el trabajo hipotético, dentro las disciplinas humanistas, se ve limitada. El artista ve aún como su creatividad es limitada, reprimida, dentro una estructura racionalista que excluye toda referencia a la casualidad, lo incierto, o lo gratuito y lúdico. Sometido por lo tanto a todo aquello social i racionalmente aceptado. Una

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enorme y grave contradicción. La creación es un paso a un espacio sin explorar. La invisibilidad, la zona de sombra en la obra de arte, es rechazada. Éste ensayo quiere verse integrado en una voluntad clara de reconquista y reintroducción del misterio, lo desconocido, aquello inexplicable y aleatorio en la obra de arte. Des del punto de vista creativo, “El ruiseñor en la pantalla” quiere aportar argumentos y libertad para entender el hecho artístico como un proceso no-objetivable de percepción de realidad. Que legitima un trabajo capaz de provocar un contacto directo con la incertidumbre, lo desconocido. Creando evocaciones y analogías que enriquecen. Des de una vía de recepción que justifica una obra de arte inacabada, incomprensible. Siendo nítida y cierta sólo si el observador consigue contactarla, es decir, integrarla dentro de su estructura de analogías personales, de términos, conceptos o imágenes, o quedando incierta e inacabada para siempre. Es sólo el observador quién regula y da credibilidad a sus percepciones. Para el observador es indispensable conocer el valor de todo cuanto contiene, consciente o inconscientemente, en su bagaje visual. Siendo en sí la visión una creación personal, ya que “ante la impermanencia de la observación, todo aquello visible es en cuanto a un no ser”(1), la visibilidad queda sujeta a la educación visual del observador. Creo que es en esta frase última donde describo con más claridad la influencia que he recibido del taoísmo y de su aceptación del vacío. Aquello que el observador ve es siempre reflejo de cuanto él es, posee, conoce y retiene impreso.

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Flujos de analogías personales que valora i transforma consciente o inconscientemente en certidumbres. Con la metáfora Interface también se supera rotundamente la dualidad abstracto-figurativo, tan determinada por la existencia de la cámara fotográfica, y que tanto ha marcado la percepción del arte. Y regresa, en la observación directa e instantánea, el valor ancestral de visibilidad o ocultación. Además, el artista recupera la mirada del avistamiento, del encuentro. Un gesto inconsciente de irrevocable valor para entender el proceso de creación al margen de un programa previsto. Por último se recupera también la obra de arte como medio de conocimiento de realidad, de formación de realidad común, como reflejo de emociones y estados de ánimo personales, privados, creados por el observador des de un discurso profundo e íntimo. Finalmente, para la interpretación de la obra, siendo ésta el resultado de la percepción del observador, es posible el uso de conceptos no estáticos, ya que el espacio que pretende Interface es el desconocimiento. Dialogando conceptos opuestos o complementarios, lejos de asemejarse a una ventana de acceso a un mundo sólo impermanente, la percepción Interface es fuente de evocaciones y aprendizaje en cada momento y en cada caso, según cada observación, abriéndose a interpretaciones personales que pueden dar cabida a un dinamismo sin límite. Como creadores, el artista recupera espacios de libertad y ve como es lícito y practicable el uso de diferentes conceptos en una misma obra, con resultados

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que el antiguo paradigma interpretaría contradictorios. La única oposición que nos queda es entre lo comprendido y todo aquello aún sin conocer. Hoy día, mediante las teorías establecidas por la corriente cubista de principios del siglo pasado, en el mundo de la creatividad actual, creador y observador interactúan sin abandonar una postura objetiva, ante una imagen o creación artística estática. No logro evitar sentir el vínculo con la teoría del ”inframince”, de Marcel Duchamp, para aproximar el lector a una interpretación de la obra de arte inevitablemente variable, sometida a la fragilidad, siempre voluble e impermanente, conceptualmente inestable y con múltiples interpretaciones. Toda objetividad es improbable. Por lo tanto la percepción de la obra de arte puede hoy día ser integrada en una Interface variable, que provoque en el observador múltiples resultados, respuestas formando un tipo de base de datos interactiva, de interpretaciones hechas en común. El cambio de paradigma es evidente. Sistemas informáticos como Windows o Macintosh, usan aún una interacción pasiva entre el diseñador del programa y el usuario del ordenador. A pesar de todo, la llamada web 2.0 se orienta como claro ejemplo de una nueva usabilidad de la obra de arte, des del posmaterialismo y en plena era virtual.

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Siguiendo éste argumento y aproximándonos a la ciencia contemporánea, Interface nos permite diferentes paralelismos: la física cuántica ya nos demuestra que el observador es parte activa del resultado de la observación. Además, tanto la Teoría Cuántica de Campo como la Teoría de las Super Cuerdas(2), pretenden explicar la existencia de vínculos moleculares entre partículas de diferentes universos: lo que Alexander Vilenkin(3) llama Multiverso. Manteniendo evidentemente una distancia prudente con las investigaciones científicas, pero sin perder la libertad que los científicos disponen para formular hipotéticas dudas y respuestas, Interface quiere dar aliento y comparte la perspectiva de recepción múltiple de la visibilidad, ante un paradigma ya agotado de individualidades interactuando ante entidades estables, sin prever necesario aquello aún ajeno y desconocido, en un mundo de realidades estáticas y objetivas. Alejada del argumento lineal del tiempo, de la causa-efecto unidireccional propia del universo newtoniano, Interface quiere describir la sociedad formada en la web 2.0, y a su individuo, como protagonistas de la orquestación de lo visible. La sociedad web 2.0 es responsable de todo cuanto es visible, mediante múltiples analogías que permiten acotar, en la medida de lo posible, una identidad relativa de lo real. Es decir, es la comunidad y sus miembros quienes hacen posible aquello visible y por tanto, siendo posible la existencia de aquello aún invisible, la realidad se nos muestra oculta.

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De la misma manera, como el cubismo incluyó el concepto de espacio-tiempo relativo en el cuadro, Interface es expresión de un nuevo paradigma. Mediante bucles de identidades entretejidas podemos percibir relaciones fractales, explicando un espacio complejo de contenidos y universos vinculados entre ellos. Las comunidades Facebook, Twitter o Linkedin, forman parte ya de éste nuevo mundo que se forma. Como filamentos de un tejido ampliamente trenzado y extenso, vinculado el mundo visible a fragmentos desconocidos, aquello medible y observable sólo es una fotografía detenida en una porción de tiempo y espacio concreto. Por lo tanto, al relativismo del espacio-tiempo ahora debemos añadir el relativismo de la identidad. Los archivos, los contenidos, las opiniones, la percepción de la realidad llegará a ser cada vez más una elección arbitraria, subjetiva y voluntaria. Deja ya de tener sentido una obra estática, concluida, donde el observador es pasivo, sin lograr intervenir ampliando la interpretación y dando más existencia. Cada objeto mostrará múltiples identidades, del mismo modo que hoy día cada persona puede usar Internet con múltiples avatares. Socialmente, lo visible será sólo una parte de un todo invisible, como aquello invisible es parte de la visibilidad. Las nuevas relaciones sociales e interculturales ya establecen un multiverso cultural, que permite al individuo construir su mundo

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simbólico prescindiendo de una historia o verdad oficial. La supervivencia de la propia memoria histórica, individual o colectiva, es un hecho que sobrevive hoy dependiente de contenidos y vínculos creados antaño. Frente lo conocido y compartido, la presencia de aquello desconocido y oculto es incuestionable y evidente. La propuesta Interface no pretende ser una perspectiva científica. Pienso que, en su momento el descubrimiento del átomo estuvo en plena concordancia a la descripción de una realidad atomizada, individualizada, de conceptos gravitando aislados según su densidad. Y la descripción que nos ofrece la física actual para pensar la sociedad es radicalmente diferente. Una Interface dispuesta como interconexiones de visiones, una red de identidades para cada realidad, obra u objeto. En una sociedad de culturas atraídas a intercambiarse sus mundos simbólicos, y a crear su propia historia. De individuos empujados a disolverse en sus comunidades, para existir y participar directamente de la creación de realidad, de contenidos, sometidos a una inevitable no-objetividad de lo real, en un viaje perpetuo hacia aquello por conocer y realizar. Una recuperación de la libertad para interpretar, imaginar, experimentar y recrear el imaginario individual, en lucha con fuertes intereses. Teniendo en cuenta que para siempre todas las conclusiones quedarán inacabadas e inexactas. Las elecciones del individuo le permitirán circular por diferentes realidades, diferentes ámbitos sociales, comunidades. El rechazo a esta libertad para imaginar es arbitrario. El siguiente

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texto, de naturaleza poética-filosófica, ha sido para mí un medio para esclarecer dudas, permitiéndome entender y ampliar la interpretación de mi obra. Para realizar Interface: Un ruiseñor en la pantalla, he tenido en cuenta recientes estudios científicos, dentro del campo de la neurología o la física teórica. Trabajos de amplio reconocimiento internacional, de científicos como David Gross, Lee Smolin(4), Lisa Randall(5), Alexander Vilenkin, o el neurólogo Ranulfo Romo Trujillo(6), así como diferentes ensayos de ciencia teórica, sirvieron para vestir la propuesta de éste nuevo paradigma de la visibilidad.

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Nota1. Jordi Güell. “El rossinyol dins la pantalla”, 2008. Nota2. En 1984 la Teoria de les Supercordes va reforçar-se quant Michael Green i John Schwarz logràren sol·lucionar greus assimetries. Posteriorment D. Gross, J. Harvey, E. Martínec, R. Rohm i E. Witten es conten entre els brillants científics que treballaren en la teoria. Nota3.Alexander Vilenkin. Professor de física i Director del Institute of Cosmology at Tufts University. És autor de “The Many Worlds in One: The Search for Other Universes”. Nota4. Lee Smolin, físic teòric, membre fundador del Perimeter Institute de Waterloo, Ontario. Ha publicat The live of the Cosmos, Three Roads to Quantum Gravity i “The Trouble with Physics”, 2006, on fa un balanç crític dels darrers 30 anys de la Teoria de les Supercordes. Nota5. Lisa Randall, és catedràtica de física en la Universitat de Harvard, on estudia els íntims detalls de la física de partícules i la cosmologia. Els seus treballs, sobre supersimetria, teoria de la unificació i inflació còsmica, l’han convertit en la física teòrica més citada dels darrers anys. El seu últim llibre, “Warped passages”, parla de les dimensions ocultes de l’univers, un aspecte de la física que està revolucionant la nostra manera de veure el món. Nota6. Dr. Ranulfo Romo Trujillo. Neuròleg. És metge cirurgià per la Facultat de Medicina de la Universitat Nacional Autónoma de México (1978) i doctor en Ciències (doctorat d’Estat) per la Universitat de París (1985). Entre les seves nombroses distincions compten diversos reconeixements pel seu treball en neurociències, entre ells la distinció Universitat Nacional a Jóvenes Académicos de la UNAM, el Premi Miguel Alemán Valdés y el Premi de Ciencia y Tecnología Manuel Noriega Morales que ofereix la Organización de Estados Americanos (OEA). Les seves investigacions de frontera formen part dels Proyectos del Milenio, financiats pel Banc Mundial, la Fundació Howard Hughes i el Consell Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT).

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SOBRE LA DUDA EN NADA

A menudo no hay intención. Gestos irreflexivos, intuitivos, se amontonan en el rostro de lo cotidiano figurando con nitidez la realidad que nos envuelve. Decisiones inconscientes condicionan, forman ese transitar, ese camino diario, anónimo, que despacio parece vestir nuestra individualidad. Aunque celosos de libertad y autonomía, ante el mundo esgrimimos el racionalismo, la objetividad, como el más elevado y valioso trofeo que dispone el individuo para afirmarse y decirse existir. La computación de la realidad contrasta, desde esa perspectiva, una nueva dimensión encargada de transformar profundamente a la humanidad. Con ordenador se cuantifican y procesan cada vez más datos, detallando el comportamiento de lo micro, de lo macro, de lo indeterminado. Y aunque lo incomprensible es aún un espacio abrumador, la ciencia nos invita ya, cada vez con más convencimiento, a

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dudar de todo lo hasta el momento visible, de todo lo hasta el momento previsto, para aprobar la llegada de una nueva inteligencia. Nuevas conjeturas y demostraciones científicas auguran un nuevo mundo, una nueva visibilidad de lo real. Mediante la llegada de esa nueva inteligencia de la máquina, la libertad que dispone el científico para investigar es enorme, satisfactoria, generosa. A su lado, parece el humanismo anclarse en un determinismo decimonónico de lo visible, de lo aprensible, de lo comprobado; además de verse sometido, bajo sospecha de irracionalismo a una desnudez obscena de la visibilidad. A pesar que el trabajo puede desvelar argumentos imprevistos, desconocidos, inadvertidos hasta el momento. Y conducido con un impulso genuino y certero puede abrirnos al conocimiento, la máquina ensancha una profunda división entre su computación y la visibilidad oficial. Si nos referimos al proceso creativo toda intención puede, simplemente, quedar inicialmente oculta. El vagar en la duda es sólo fruto de un presentimiento, ante algo aún oculto. De ese modo empiezo, como tantas otras veces este escrito nebuloso, dubitativo, guiado por ese tipo de inquietud inicial. Una inquietud profundamente arraigada y sen-

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tida, pero alejada de lo previsible y por lo tanto indeterminada, sorprendentemente gratuita. Opuesta a esa forma de administrar la inquietud está la máquina, consecuencia y exponente máximo de la objetividad. La máquina mira, y aquello visto, fuera de sí misma es un hecho objetivo. Junto a la pantalla, junto esa cabeza que administra lo visible, el poeta y ensayista escriben gratuitamente, aún sin una intención prescrita, sin apenas conocimiento, sobre acaso una intuición mediante una palabra que sencillamente es algo sentido, vivido, y por lo tanto quizá una muestra de realidad difícilmente justificada. Sólo fiel a ese tipo de impulso el orador persiste, guiado por una duda sin motivo y sin objeto. Hacia exactamente nada escribo. Y advierto precisamente que ese tipo de duda, injustificada, como surtiendo de una grieta irreparable, es una criatura difícilmente cuantificable o computable por esas máquinas. La máquina no logra sentir esa duda, ni logra reproducirla. Y sólo el observador logra advertir ese presentimiento. Además, a pesar de ser precisamente el impulso de esa duda gratuita aquello que engendra, dicta y da humanidad a una intuición sobre nada que alumbra y crea existencia, a un presentimiento

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finalmente de exactamente nada; me asombra que ese esfuerzo simple, deliberadamente turbado, pueda parecer un acto innecesario, improcedente y marginal. Dudo, hacia exactamente nada. Y de ese modo simple, gratuito, mi descripción lenta en lo razonado, de ese presentimiento, conduce a un argumento que desconozco y se extiende despacio, tomando forma y lógica, donde precisamente sólo hay duda. Quisiera hablar del acto gratuito de esa duda, sin más. Hablemos de esa escritura hacia nada. De esa incapacidad de las máquinas para fabular por sí mismas, para desordenar de ese modo, para dudar sin objeto. De esa incapacidad por engendrar, por crear donde simplemente pudo haber una mirada hacia nada. Hablemos de nuestra habilidad para sembrar de ese modo en la superficie, en el muro, en el plasma, apenas quizá un trazo irreflexivo, o una rima irrepetible. Acaso algo hasta el momento invisible, sordo, jamás previsible, que alumbrando finalmente lo invisible llena esa nada de contenido y existencia. Esos rasgos en el muro. Sorprendentemente, cuando todo es hacia nada ocurre

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algo, aunque no hay objetividad porque no era previsible. De ese modo simple, llano, dejando que un texto fluya tejido por esa fina y delicada duda que recorre la penumbra, abriendo una ranura a un manantial de vida, tan sólo fiel a ese impulso el poeta escribe. Balanceando el lenguaje entre poesía y razón escribe y describe lo sentido, lejos de lo determinado, alejado de lo previsible, hundido en su aposento cercano al vacío. Y ahora advierto, mientras la inmensidad de los datos se almacenan buscando ese misterio, y las cifras crecen consumando esa proeza de algoritmos describiendo realidad, advierto que quizá esas máquinas, simplemente, jamás logran dudar de ese modo. Con esa aceptación simple y próxima del vacío, sin objeto no logran dudar. Y pienso en mi rotura del silencio. En este gratuito romper, enumerar palabras, breves, tormentas que me inquietan rociando apenas presagios y murmuros de nada cierto exactamente. Aunque germen para lo visible, que despacio quizá me alumbre, sorprendido, más allá de lo previsto con algo que no conocí antes de escribirlo y ya está aquí, aparecido, visible, antes oculto y visible entre nosotros.

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Intento describir ese orar la vida lejanamente, fuera un movimiento mecánico, computado, radicalmente estable y determinado. Sin objeto, lejos de premisas verdaderas, de formas ciertas, de conceptos exactos. Sin objeto, por un instante hablemos de ese descubrimiento nuestro lanzados a escribir sin más, simplemente, gratuitamente, para caerse la razón en sin razón y conceder también conocimiento. Escribo libremente en la duda, hacia exactamente nada, de un instante trivial y cotidiano, simple y natural, que inadvertido condiciona el despertar del sujeto en su existir. Intensamente, mientras pienso en su pantalla mirando sólo lo visible, determinando cierto el simulacro roto de esa escena con sus ínfimos objetos que figuran la verdad, escribo vagando en una cercanía con nada y simplemente libre. Escribo sin objeto, sobre la creatividad, sobre ese impulso nuestro irreprimible hacia nada. De esa incontinencia que siente el orador, de su acción intrusiva, trasgresora. Hablemos de la humanidad ante la intuición del vacío. De esa seda tejiendo el pensamiento con verdades inestables, dudosas, fieles a nada. Tan sólo un filo enlazando el caminito de una vida abriendo el existir, de su paso a un simple tomar respuestas atraídas hacia nada.

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Desde la razón hasta esa gruta que Perseo corrió hacia lo monstruoso, indefinidamente, interminablemente, hablemos para existir. Pues con el lenguaje la realidad es visible, y creamos la existencia. Y esa duda simple, gratuita, ante nada exactamente, es suficiente e imprescindible para darnos existencia. Hablemos al lado de esa máquina, de la humanidad levantando su espejismo, siempre en la penumbra, siempre con esa duda, siempre libremente recitando conceptos que confluyen en nada. Junto la máquina quisiera describir esa duda. Ese modo de cantar la vida para verla real. De odiseas cotidianas, de emociones vivas que son contadas, compartidas, recitadas por ese impulso gracioso y natural que describe a un ruiseñor en su despertar de luz en la penumbra. Y cantando gratuitamente quisiera escribir esos cantos. Y ese fluido musical. En esa duda buscando vaciar de sentido a lo visible. En las mentes matemáticas batiendo pausas. En el silencio palpitando ritmos, entropías, cadencias y armonía de una bestia anidada en laberintos. Hablemos de trovadores, de formas en sombra. Hablemos de pinturas emergidas de la

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zona oculta, burbujeantes. De porosidades en la superficie real, como manchas hirviendo, avistadas por una visión repentina, fijadas por el gesto limpio de la humanidad allí, rasgos en la cueva. Revisando lo visible quisiera escribir sobre esa duda, de su capacidad por acercarnos siempre a esa nada, a ese murmuro que da origen. Su atracción nos lleva a nada. Y hablemos de esa calma del orador. Junto la máquina hablemos de la creación de lo humano hacia el vacío. Con esa calma, a esa nada, a ese vacío, el orador pregunta maravillado el motivo de su intuición. Hacia nada el orador pregunta ¿porqué sigo proveyendo nada? Y entonces, con la duda encendida, ya logramos preguntar de nuevo ¿a dónde vamos?, ¿quienes somos?, ¿qué hay allí? La humanidad se crea de ese modo hacia el vacío, fabula, organiza, numera, nombra. Y aunque el vacío siempre puede sentirse presente, y evidentemente reaparece, y con la palabra apenas lo interpretamos, es el lenguaje quién de imprevisto crea la existencia de lo visible, y lo visible crea más lenguaje que naufraga finalmente con la duda, para orar después entre penumbras. Pudo no ser visible esa pantalla. Pudo contener apenas

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nada en su interior. Si viéramos aún ese río extraño allí, o un pedazo de nube azul en un cajón rectangular, laguna crepuscular derramando ungüentos coloreados en un plato delicado, fino, con grosor apenas suficiente para aislarnos, agitando una luz hundida ante un abismo, ante un misterio, ante una aparición en la caverna de esas sombras que la hoguera lanzaba sobre el muro. Pero hoy, simplemente aparece, y es visible una pantalla. Y esa definición, hasta ahora oculta de pantalla, finalmente es visible para todos. Y la vemos, allí, una pantalla próxima, doméstica, simple. La humanidad posmoderna ve esa pantalla y no logra evitarlo. A pesar de rociar esos mismos ungüentos coloreados, en esa superficie de cueva eléctrica, manchas que recortan y disponen lo visible. Es sorprendente. El medioevo no podría verla, ni el barroco, ni el renacimiento. No existía, no era visible, ni contenía lo visible. Ni jamás podría ser vista, embriagados de colores, manchas, turbulencias sin aspecto y sin forma. Pero el mundo posmoderno no logra evitar reconocerla, allí, un objeto concreto mostrando lo visible, sin tornarse de nuevo penumbra cercana a nada. Y sólo esa inquietud, ese sentimiento ante la intuición del

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vacío, es aquello que permite revisar lo visible. En el interior de la pantalla pudo sólo haber nada. Pero un simulacro hoy describe ese mundo suyo con detalle, fingiendo la verdad, alterando la mirada y percepción hasta ocultar la realidad en apariencias. La pantalla es inevitablemente el objeto de lo visible. Y tras la duda es sobrecogedor comprobar simplemente que la simulación es absoluta, y la pantalla envuelve lo invisible con un fuerte gesto que presume retener aquello cierto. ¿Qué hay allí exactamente? Esa pregunta sigue irresuelta. Y aunque dudar es imprescindible para ver, pensar y decidir con libertad, la humanidad sobrevive prisionera o desnudando sus teatros. De ese modo ocurre alzando nuevas escenas, figurando nuevas verdades. Y aunque esa intuición hacia nada se filtre de nuevo, reaparezca tras el simulacro, se derrame, vierta su pócima y polinice, el simulacro persiste. Sólo la duda alumbra en la mirada humana y de nuevo advierte que una verdad es frágil, obsoleta, inestable. Por lo tanto, todo lo visible es hacia nada. Todo lo visible en sí es, en cuanto a su nada, en cuanto a la posible ausencia de observación. Y jamás logra inhibir por completo ese va-

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cío y convencernos. Esa atracción al vacío es irresistible. La pregunta queda irresuelta siempre. Y exactamente sólo en cuanto a nada hablamos y acordamos conceptos. Y todo concepto, todo lo visible es, en sí, en cuanto a su nada. Y liberar la observación, lograr apenas un instante acercarnos con calma a esa nada, casi desnuda de simulacro y verdad, es una atracción preciosa, embriagadora, fascinante, que acaso permite una proximidad de lo invisible; la creatividad. El ruiseñor canta, de un modo natural, en ese instante con un gesto claro celebrando la vida, totalmente permeable a la primavera. Y ese hecho es nítido, simplemente un zambullido de la humanidad en la vida. Una celebración de la humanidad entre los vivos. Un acto creativo, celebración de la vida, de una creatividad abierta y permeable a esa atracción hacia nada. Y ese instinto por dudar no se detiene jamás, no logra detenerse. Como una turbulencia antigua persiste cuestionando y dudando de todo lo visible. Y la realidad emerge, sangra, espanta, embriaga una vez reaparecida la duda. O quizá pueda decirse que es la palabra del poeta quién saca la realidad de ese estanque sin voz, y el escriba es quién anota esos signos. O quizá ocurre que la realidad emerge,

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de su invisible laguna emerge, cuando el visionario invoca, advierte, y casi logra prenderla, atraparla en el conocimiento con un gesto libre, audaz, alejado de todo concepto o simulacro. Fuente de vida, finalmente, de algún modo siempre es buscada esa zona oculta, ese vacío. La murmuración de ese estómago, de ese vientre antiguo que en siglos pasados engendró la escena en una cueva, es presentida, buscada, y fuente de todo lo visible. Todo lo visible es hacia esa nada. La duda sigue hoy. Y desde la hondura no cesa de oírse, en nuestra escena esa inquietud antigua, puede oírse como un fondo turbado e impredecible, que asusta y siembra de preguntas esa vida lenta y cotidiana que recorre el simulacro. Y detrás de cada duda reside el acto heroico de la humanidad hacia el vacío. Sí, siempre buscamos ese origen. Siempre reemprendemos con calma ese camino revisando al monstruo. Y hoy, con esa mirada de máquina añadida, debemos seguir haciéndolo, para preguntar ¿qué hay allí exactamente? Y seguir vagando de la luz a la penumbra, con esa máquina alumbrando más, mucho más, para darnos existencia sin

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negar jamás la duda, hasta esa penumbra que desvela el simulacro, para acaso ver lo invisible, para ocultarlo de inmediato, aunque con ese presentimiento de nada. El cantar de la humanidad hacia nada. La computación, ese algoritmo que integra datos y almacena visiones, no logra dudar de ese modo. Hoy junto a nosotros está la objetividad de esa lente ciega, de esa nueva inteligencia artificial que alumbra más, mucho más, para lograr sólo una penumbra, un simulacro que se agrietará y desvelará con tan sólo dudar. Hablemos con ella de poesía, de ciencia, de mística. Hablemos de un nuevo convencimiento para un viaje simplemente de nuevo a lo indeterminado y oculto. Para intentar desocultarlo después, para vivir la libertad ante una intuición de esa nada, ante acaso una presencia de lo invisible asombrando, para ocultarla después quizá, aunque es improbable concluir algo estable. La atracción a ese vacío es irresistible, fascinante, fuente de libertad desconvocando lo visible, empujando todo hacia nada. Esa palabra de poeta, de orador atraído al vacío, fuente de libertad timbrando en la puerta de nada, todo

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hacia nada, desorganiza, duda de lo visible. Para acercarnos a la realidad, a esa informidad. Para desvelar ese simulacro que dicta lo verdadero, lo visible, lo válido. Para convocar y orquestar al concepto, en el interior de esa interfaz del observador con lo observado, de esa analogía indivisible de imágenes que simulan todas lo visible. La interfaz. La robustez de las apariencias casi alcanza a ocultar la realidad, pero en instantes de lucidez es posible advertir su aspecto monstruoso, impredecible. Y quizá ese presentimiento puede provocarnos temor, sí. Aunque la mística logró acomodarnos, para concluir que estamos en casa, que esa monstruosidad es nuestro hogar. Aunque con temor, a menudo, ciframos para ocultar su aspecto y predecirlo. Aunque la mística, después, advierte de nuevo que no debemos temer nada. Y entonces sobre esas cifras se eleva una nueva formulación, o un nuevo verso que germina al instante, maravillado el orador con ese cantar simple, alegre, celebrando su duda con calma, ese presentimiento de vacío que siempre advierte con la duda. La razón después quizá interpreta, cifra, calcula o responde con conceptos. Y recreamos símbolos, esa cáscara para la fonética ante el vacío. A menudo ocultando la realidad, para

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después intentar desocultarla. Aunque la mística persiste advirtiendo que el amor nos acoge si no hay temor, que no debemos temer nada. Pero ciframos, acordamos comprender. Ocultamos, numeramos, cantamos. Y después regresamos a intentar desocultar, a revisar el lecho de ese vacío. Maravillosa humanidad. Cantar la vida ante la vida. Un proceso de humanización que empezó en las sombras, en esa cueva, con esas formas animales. Y hoy nos conduce hasta el plasma, a la cueva eléctrica, aunque todo lo visible siempre es, en sí, en cuanto a su nada, una interfaz, una indivisible analogía del observador con todos sus instantes de observación, que puede convocar los conceptos a un diálogo libre entre sí. La humanidad crea hacia el vacío, y esa interfaz es todo lo necesario e imprescindible para dar visibilidad. De ese modo nos concedemos aquello necesario para reconocer y visualizar con calma. Para dotar a esos ruidos y murmuraciones bestiales de una cadencia reconocible, con una fricción armoniosa, dulce, suficiente para la supervivencia. Y ese ver hacia el vacío es probablemente la muestra de humanidad más excelente que intentemos describir.

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La humanidad es un ser precioso, vivo, cargado de colores, vestidos, cantos, formas, costumbres, credos, poesía. Que dispone y produce hacia ese presentimiento de nada. Entonces, es con una riqueza incomparable que la humanización del monstruo ocurre, diariamente, a cada instante. Con una calma natural ocurre. Aunque el temor es irreprimible, consustancial. Y queda latente, y a menudo aflora en la superficie. Y toda lucha, enfrentamiento, oposición, son fruto de esa debilidad ante el temor por lo informe, por esa intuición de nada. Pero la humanización es un enamoramiento, completamente, que vence al miedo porque vive. Y la duda, es una tensión preciosa entre el miedo y ese presentimiento de nada. Cuando en la indescifrable garganta de la superficie la mente humana escucha, atenta, duda. Y eleva quizá una nueva evidencia, una nueva certeza, una palabra, un símbolo, quizá sólo una visión. Y en la superficie de lo invisible dispone una visión. Y allí, donde pareció no haber nada, la palabra golpea, sobre la escena timbra, y finalmente reivindica propia a una nueva parcela de realidad. Ya forma parte de lo visible. Y ha ocurrido, allí. Esa imagen vectorial o esas manchas de color. Ese rostro retratado,

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o ese bisonte. O ese trazo en la cueva, allí. Y jamás antes pudo ser contemplado y ha ocurrido. Y entonces el orador señala ese gesto, ese concepto, ese número. Y advierte que ya es una visión, que ya es parte de lo visible, y por lo tanto está sujeta ya a esa tensión hacia nada. Sólo la interfaz se muestra entonces imprescindible para visualizar. Quisiera detallar esa calma del orador en ese instante, cuando está llegando la voz a golpear, a penetrar la piel de esas criaturas huérfanas, una y otra vez sin jamás callarse ante el horror advertido. Quisiera describir con calma ese proceso humanizador de la nada. Porque es con calma que el orador describe su informidad. Es con calma que el conocimiento se posa sobre el vientre de lo horroroso. Y es con calma que el poeta desea ser oído. danza de silencio la palabra en un filo al vacío, movimiento, pisadas recuerdos se aventuran, límites adentro del vacío, coreografía de gestos música de oculto golpeando piedras en la resonancia los bailes, allá ¿Quién hay, quién está ahí?

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Y es indescriptible. Porque ese modo de cantar la vida mana de la fuente de toda calma. Un celebrado convencimiento de vida sentida, que se expresa con vida en su acto creativo de tensión con nada. Mientras vagan las penumbras de la realidad. Y en esas penumbras la humanidad consuma sus sueños, esas palabras genuinas, jamás antes ocurridas. Palabras que golpean sobre el silencio y hieren a quienes confiaron sus temores a formas ya estables. Y esa herida es la hinchazón de la primavera en el ser, una germinación, amplia, fecunda, sometida a una duda persistente. Cuando todo pareció verdad y la realidad nos fertiliza. Y finalmente esas palabras conceden con un nuevo sortilegio, con un nuevo espejismo, esa parcela nueva de realidad ocurrida ante sus ojos. Y esa palabra es un llanto jamás oído antes. Y lleva consigo a una nueva criatura, que deberá formar parte del conocimiento, que a todo alumbrará con su pequeña presencia. Sobre esa hiriente sangre en el muro quiero escribir hoy mientras contemplo a mi lado esa máquina, quieta, ofreciendo lo visible. Quisiera hablar de esa dádiva, de esa duda necesaria para cantar con calma sobre el rostro de la realidad. De esa gratuidad en el acto creativo. De ese impulso

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irreprimible en todo acto creativo. Cuando a esa máquina que hoy alumbra más, mucho más, le escribo de esas penumbras que la humanidad transita, sólo dudo, simplemente dudo, mientras vagan sortilegios, colores, mientras parece esa palabra desoculta realidad.

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SOBRE LA IMAGEN EN NADA. INTERFACE

Cuando hay una mancha clara, con otra oscura, con otra más clara encima. Y un gesto suave y delicado recoge esos colores. Y se añade una sombra, pequeña, sutil, en un rincón de ese arco. Entonces ocurre que algo, hasta el momento invisible aparece, y en el muro de esa cueva logramos ver un ojo en esa forma. Y cuando el renacimiento suaviza esas sombras y matices, y después adapta el volumen a un estándar visual del espacio, logra ver de modo asombroso un ojo con volumen. Y el barroco, cuando aviva y contrasta sus tonos, y atrapa luces en su noche oscura, ve un ojo con alma, inmanente, radiando algo que nos es materia. Y las vanguardias después rompen, esa apariencia es rota y revisan el ojo, para ocultarlo, y eso es un ojo. La interfaz del observador es aquello que da visibilidad. Mediante analogías con todo aquello observado que, en sí, es en cuanto a su nada, y hacia su nada, la interfaz es aque-

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llo imprescindible para dar visibilidad. Exactamente podemos presentir que todo lo visible es hacia nada, cuando comprobamos que el observador perturba la observación. No hay objetividad. No podemos certificar la presencia de una observación inmutable al observador. Y por lo tanto son tantas las formas invisibles como aquellas que alcanzamos a ver. Ante esa lente ciega detallando lo ya visible, ante esa descripción objetiva, computada, cuando la pantalla dicta verdadero aquello que sólo es apariencia, logramos dudar. Y entonces advertimos que el simulacro de la pantalla dictamina la imagen como algo objetivo. Y en ese instante queda desvelada una aceptación reversible e innecesaria. Con la llegada de la nueva inteligencia aprobamos su apropiación de lo visible. Aunque es sólo la interfaz del observador aquello imprescindible, hay una aceptación de la objetividad de la máquina, donde pudo haber simplemente nada. Y ante esa nueva inteligencia de máquina, aunque esa cueva eléctrica argumenta, construye, y es fuente de conocimiento y creación de realidad. Y aunque sus cifras hilvanan

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armonías de algoritmos y fractales que persiguen describir la realidad como objeto. Quisiera hablarle de gestos en la sombra, de esos trazos en una cueva surcando lo invisible. De ese píxel labrando una fiel imagen. De ese presentimiento que logra advertirnos que su objetividad es simplemente un simulacro, una apropiación de lo visible, cuando exactamente todo lo visible es hacia nada. Esa cueva eléctrica es hacia nada. Y fiel a esa duda quisiera describir esa atracción hacia nada. La pantalla no logra advertirla. Entre cinco copias de una fotografía, y otras cinco fotografías a diferentes personas en diferentes instantes, la máquina nos muestra seis observaciones, la duda diez observaciones empíricas. La interfaz muchas más. Todas las observaciones quedan ligadas entre sí en la interfaz, dando ampliamente cabida a un diálogo entre conceptos y significados libremente dispuestos a cruzarse contenidos. El valor estético y racional es trasgredido. El observador enriquece la observación con esa duda empírica, para dar visibilidad a diez observaciones, posteriormente la interfaz añade un múltiple con cada analogía. La interfaz orquestra los conceptos y añade todas las analogías posibles. Y ante la impermanencia de la observación, todo lo visible es hacia

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nada. Cada observación es individual ante cada caso, y sólo es el observador quién con su duda logra ser ajeno a la máquina, y dar visibilidad a diez observaciones empíricas diferentes. La interfaz interviene acomodando la observación en otra dimensión, capaz de cruzar analogías y llenar de contenido la visibilidad. Finalmente desvelar lo invisible es fruto de la duda ante cada observación, del presentimiento de nada, de ausencia de inmutabilidad. Y por lo tanto toda observación es única. E integradas en un continuo de analogías, indivisibles entre ellas porque en sí son todas hacia nada, exactamente todas del mismo modo hacia nada, son visibles mediante la presencia imprescindible, en cualquiera de sus casos, de la interfaz. La máquina por sí misma, sin alcanzar a dudar, es hacia nada. Exactamente no logramos concretar algo cierto y verdadero. Exactamente todo lo visible es, en sí, en cuanto a su nada. Y la interfaz es aquello que da visibilidad. Y todo aquello al margen de la interfaz está oculto, es invisible y no logra existir.

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De ese modo ocurre cuando el pensamiento no aparece y mudo el observador no crea lo visible. O cuando la razón se desvanece ante un hecho incomprensible, y sin concepto no alcanzamos a ver. O cuando el conocimiento apenas imagina las formas que observa, y todo permanece invisible. Cuando simplemente la humanidad no está presente, la pantalla no puede ver, sólo computa información. La simple ausencia de observador oculta lo visible. Sin antes recibir la interfaz, lo visible simplemente es hacia nada. Del mismo modo que todo lo invisible es, en sí, en cuanto a su presencia. Siempre ocurrida con miles de apariencias, con miles de conceptos y formas, la realidad es en sí indivisible, fruto de una observación impermanente, que por lo tanto atrae su visibilidad hacia nada. Exactamente todo lo visible es hacia nada, y sólo la interfaz ordena, relaciona y establece analogías. Y ante ese prendimiento de nada, dar visibilidad es un sendero inevitablemente inacabado, siempre atraído a la penumbra, siempre agrietado por esa duda. Y mientras la humanidad exista, mientras una mano pueda rasgar un signo, el conocimiento siempre será un gesto dirigido a la obser-

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vación de ese monstruo, una expresión de vida y voluntad por existir, con un presentimiento hacia nada. Todo deseo por estar vivos, esa voluntad por arraigarnos a la vida, abrazando sin temor la realidad, tomando toda su complejidad sin despreciar lo incomprensible, es la senda de un conocimiento indivisible hacia el vacío. Porque toda forma es impermanente, y por lo tanto un enamoramiento de la realidad, una envoltura con la realidad, nuestro humilde conocimiento de la realidad. Un conocimiento que es sólo siempre un desvelo, una insinuación, una duda interminable, puro erotismo del gesto humano en la penumbra de la cueva. Hablemos para existir ante la objetividad de la pantalla. Hablemos del canto de los poetas. De un escriba de formas, en penumbras, hacia nada. Del primer número midiendo hacia nada. De una sinfonía creciendo en sus silencios, conversando murmuraciones del vacío. En un sendero que avanza el orador dudando, incapaz de dividir su mirada hacia algo sin ese presentimiento de nada.

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LA CUEVA ELÉCTRICA

Hacia nada, esa intromisión del ensueño es irreprimible. Ese instante de ensoñación, ese esfuerzo de la creación hilvanando presunciones en un rostro deforme, es irreprimible y consustancial en el ser humano. Y mientras parece alumbrarlo todo esa pantalla, hablemos de cómo hundirle la poesía, de cómo hincarle el verso en el plasma. Hablemos de cómo ese presentimiento de nada desvela su mirada. La pantalla jamás logra dudar de ese modo. La computación de datos, las complejas cifras que se integran en enormes algoritmos que describen realidad, requieren la presencia de la humanidad para ser visibles, porque sólo la humanidad duda y presiente que lo visible pudo ser hacia nada. Además la observación no es inmutable, se transforma según el observador. La simple naturaleza de observador transforma la observación. Del mismo modo que no hay

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ninguna observación del mismo objeto que pueda considerarse idéntica. No hay objetividad. Y la interfaz, creando analogías en la observación, es aquello imprescindible para dar visibilidad. Ante ese muro de cueva eléctrica, se perfila clara la diferencia entre esa inteligencia de máquina incapaz de dudar, y esa interfaz que el observador administra mediante la duda y la analogía. Sin humanidad exactamente sólo hay nada en ese plasma. Y toda información, todo lo visible, es nada sin la presencia del observador. Porque todo lo visible, impermanente, en sí es hacia nada, y toda observación es individual en su instante, e indivisible en cuanto a la analogía. Quisiera describir algo cotidiano, elemental, ocurrido constantemente, diariamente. El uso de la interfaz, la analogía de las observaciones, es algo ocurrido de modo cotidiano, simple y natural. En la calle, en un instante cotidiano. O en esa cueva eléctrica. La cueva eléctrica. Ese muro para la intromisión del orador, del poeta, de ese escriba computando en la penumbra eléctrica. Si nos referimos a la interfaz en esa escena podemos advertir una figura agarrando un cursor. O quizá una madera

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untada de carbón y grasa. Describamos finalmente a un ser capaz de presentir que todo es hacia nada. Preso como un insecto a la visión de las llamas azotadas en la piedra, del píxel centelleando en el plasma, de su incontinencia verbal en la cueva eléctrica. Delimitando sus sombras sobre el muro, describiendo algo donde sólo hay sombras y jamás podrá haber nada. Describámoslo de un modo generoso. Oyendo quizá un susurro lejano, o el crujir de las maderas en la hoguera. O ese susurrar eléctrico en sus dedos. Quizá alguna agudeza de la sangre en sus oídos bombeando formas, anotando cifras, caligrafías, numeraciones que un algoritmo integraría simulando realidad. Mientras sólo es hacia nada escucha, recita sobre la piedra, y con esa duda presiente aún que todo es hacia nada. Detallo algo simple, cotidiano, ocurrido constantemente. Con la interfaz creamos la vida cotidiana, constantemente, y creemos ver la realidad. Cuando vemos esa mancha blanca, en constante movimiento, y logramos ver la nube. Entonces quizá dudamos un instante, y una actitud lúdica, abierta a la posibilidad de nada nos permite reconocer algo, allí, cuando la nube ya parece no estar, una forma. Y

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cuando vemos esa forma ya hemos regresado a la interfaz. Cuando vemos una cara, una forma jamás detenida, siempre en transformación, envejeciendo, aunque finalmente reconocida. Podemos no ver esa cara durante años, pero finalmente en ella reconoceremos el parecido. Y con esa analogía logramos ver el mismo rostro. Entonces, en la calle vemos una persona extraña acercarse. Y repentinamente ese extraño es un amigo, tras el mismo rostro había oculta la cara de un amigo. Y entramos en la interfaz. El desvelo de la máquina es inevitable. En cualquier momento la realidad se filtra, entra, y enciende todo el escenario con una nueva primavera para el ser. Para la atracción a la nada el lenguaje dispone de una memoria antigua, de un recuerdo, de una duda ancestral. Y afortunadamente persiste abriendo la fina ranura que desvela la pantalla. Es una resonancia de las cavernas, de los ruidos en la oscuridad que advierten sutilmente y turban esa vida nuestra lenta y cotidiana. Sin la interfaz exactamente todo lo visible es hacia nada. Y por lo tanto no estamos a salvo detrás de esa objetividad que concedemos a la pantalla. No podemos escondernos en la distancia, ni en la división entre

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individuo y objeto. Toda observación es inestable, sensible al observador. No hay objetividad, no hay división. Y todo nos afecta. ¿Qué mundo permitimos día a día que sea verdad? ¿Qué hay allí exactamente? Ante cinco copias de una imagen, hay cinco visiones diferentes y todas son visibles de modo diferente. El primer contratiempo será dudar de nuevo, presentir esa nada. Recordar esa duda de las cavernas, recordar ante esa pantalla que exactamente todo es hacia nada. Recordar que esa noche llegaron los gritos a confundirse con pensamientos. Y alguien decidió que eso, ahí escrito en la piedra, era lo que se dijo. Que eso, ahí escrito sobre la piedra, era lo que representaba a lo real y merecía la intensidad de lo real. Y que eso era lo que pasó y pasaría cada vez que la humanidad contemple ese signo. Entonces ocurrió que la humanidad reconoció para siempre con calma ese signo. Y lo real es simulado bajo la apariencia de ese signo desde entonces. Y para quienes lograron darle visibilidad ese bisonte siempre ha sido un bisonte, y nunca más es posible apreciar lo informe y monstruoso que hay tras él. Aunque evidentemente la duda permite regresar a esa penumbra, y ver toda observación de esa imagen como única, análoga a

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las otras, integrada en la interfaz, pero hacia nada. Quisiera escribir sobre poemas rimando con cifras. Sobre formas vectoriales abriendo la interfaz de un universo que sugiera mundos cruzados irresueltos. Hablemos de fotogramas hilvanando escenas reunidas entorno un signo. De geometrテュas, de fractales enlazados. De conceptos opuestos dialogando en la misma interfaz. Hablemos de un ruiseテアor en la pantalla, ante un atardecer de la materia cantando, simplemente.

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LA DUDA

En la luz del plasma imaginemos esa cueva eléctrica habitada por ese individuo, asentado sobre sus piernas. Ante la luz envolvente de lo visible ya no hay sombra, ni penumbra. Todo es obvio, explícito. Vive posado sobre la piedra eléctrica en cuclillas, ya en un instante de espera irrealizable y atemporal. Sin tiempo, cuando no hay objetivos, y no hay direcciones. Y en un estado emancipado y libre de toda duda, imaginemos su reposo. Cuando todo lo que debe ocurrir ha ocurrido, y por lo tanto simplemente está en ese instante allí, en pleno ser. Imaginemos que sus movimientos son pausados, apenas balanceados, sin modificar su cuerpo, calmado. Serenamente dispuesto sobre la piedra ante ese simulacro. Libremente dispuesto ante la cueva eléctrica. Todo ha ocurrido ya, todo es ya visible, todo está conocido. Y se disuelve con su mirada perdida ante todo lo visible, con su mirada vagando

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un horizonte sin dudas, deambulando, sin dudar lo ya presente y por lo tanto sin alcanzar a ver, simplemente ya en nada, todo sin dudas, sin romperse esa escena en miles de fragmentos ni cantar su escena con sus dudas. Y no oye, no hay nada exactamente por determinar. Y su sordera intelectual le permite apenas quizá percibir un fondo, una vibración. Y en ese espacio impermeable, aséptico, la nada llega y no perturba porque no hay duda. Y quizá en cualquier instante el cuerpo descansará su peso de otro modo, involuntario, impulsivamente. Un acto irreflexivo mínimo de vida, para llegar a exactamente nada. Imaginemos ese impulso, ese nervio sin motivo rompiendo su soledad un instante. Cuando precipitan sus pies el eco simultáneo en las paredes. Y la piedra, sorprendentemente, pronuncia su movimiento, unos segundos después. Imaginemos esa pantalla murmurando en sus altavoces un breve desplazamiento, una turbulencia, una vibración imprevisible. Imaginemos un nuevo dato, una nueva información sin explicar aún. En ese algoritmo inmenso imaginemos esa duda parecida a esa radiación de fondo que captan los radares, o parecida a esa materia oscura que no alcanzamos describir. Ante ese movimiento imprevisto, en ese instante

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logra su mente escuchar ese susurro metálico, esa resonancia de esa cueva eléctrica. Y la voz de la realidad, de la vida, se posa ante ese individuo humano. Y empieza una duda, inevitable, una conversación afuera de ese presente acabado y absoluto en nada. — ¿Quién hay ahí? ¿Qué hay ahí? La humanidad. ¡Escuchas esa sombra! Esa figura sintió el balanceo de su cuerpo. Centró su mirada en ese horizonte blanco, indefinido. Alzó el rostro hacia su espacio, en la caverna eléctrica. La cueva luminosa devolvió su movimiento como una garganta lejana y honda. Volvió esa resonancia y sintió la duda. Imaginemos esa escena, esa duda. Ante la posibilidad del vacío posmoderno, de la anulación de la Historia, imaginemos una máquina sin duda, recogiendo todo lo visible, acumulando toda observación en un algoritmo infinito, definitivo, capaz de doblegar la observación hasta sin duda integrar nada. Imaginemos esa escena y veamos de qué modo, simplemente, el placer por estar allí, un mínimo enamoramiento y contacto con la vida, se manifiesta determinante para prender esa duda en nada, gratuitamente. Y de qué modo,

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definitivamente, vivir la existencia de la nada o darle un valor computable, abre dos caminos divergentes que definen la humanidad o la pantalla. Aunque todo lo visible es hacia nada, y la realidad se manifiesta ante la humanidad indivisible, impermanente, se abren hoy con la nueva inteligencia dos posturas divergentes. Aceptar ese indeterminismo, esa atracción erótica a la nada, o negarla tras el caparazón de la máquina. Hoy, partiendo de la fotografía, cuando la pantalla es ya inevitable, me refiero al momento de desvelar esa mirada de máquina y retornar la fuerza y el valor a la observación humana. En la soledad del occidente posmoderno, del náufrago, de aquél sistema acorralado tras la negación de lo indeterminado y lo incomprensible. Desde un sistema que jamás logró integrar la muerte y que ha temido, negado lo incomprensible, durante generaciones. Que figuró la presencia de un Padre Celestial a quien tampoco integró, y una vez visible destronó disminuido a simple verdad con nombre y forma. Me refiero al instante de sentir esa duda gratuita, esa atracción a la nada que condujo este relato.

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Exhausto el lenguaje en una madriguera multicolor, en la posmodernidad de la imagen y el posmaterialismo del sistema. En una pantalla que cubre el mundo y deslumbra con esa obscenidad de lo visible, imaginemos cómo la voz retumba, desde más allá, desde esa profundidad de cueva eléctrica y pregunta, aún, con un nuevo convencimiento duda ¿qué hay ahí exactamente? Sólo la duda del observador da vigencia a la observación.

Jordi Güell, 16 de enero de 2008

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Ceras, esmalte, collage infográfico y óleo sobre tela. 64cmx81cm. Año 2000.



Resinas, polvo de mármol, collage infográfico y óleo sobre tela. 130cmx162cm. Año 2001.



Resinas, tierra, collage infográfico y óleo sobre tela. 70cm O. Año 2002.



Resinas, polvo de mármol, cenizas de volcán, grattage, collage infográfico y óleo sobre tela. 65cmx81cm. Año 2003.



Imágen digital. 231,7MB. TIF. Año 2004.



Resinas, collage infográfico y óleo sobre tela. 130cmx162cm. Año 2005.



Resinas, graffiti, collage infográfico y óleo sobre tela. 100cmx200cm. Año 2008.



Resinas, polvo de mármol, collage infográfico, imágen digital y óleo sobre tela. 100cmx200cm. Año 2009.




“En los últimos 10 años he trabajado entorno la atracción que me ha provocado siempre retratar lo incerto de las imágenes. Lejos de querer nunca describir alguna intención prevista o proyectada, el resultado siempre ha sido fruto del trabajo casual y de una deseada aceptación de la incomprensión. Es una obra que de manera consciente integra y fuerza a dialogar capas visuales superpuestas, donde lenguajes conceptualmente dispares interactúan y dialogan, provocando la inquietud del observador, ante una imagen que nos quiere atraer vaciándose de sentido. Con éste ensayo he buscado responderme creativamente algunas preguntas, permitiendome también completar el perfil de mi trabajo” Jordi Güell


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