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I SERVICIO DIVINO
SERVICIO DIVINO EN MONROVIA, LIBERIA
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FECHA: 13 de octubre de 2019 TEXTO BÍBLICO: Mateo 7:12 HIMNO: Llévame de mis manos y guíame (194) ACOMPAÑANTES: los Apóstoles de Distrito Michael Ehrich y Joseph Ekhuya, los Apóstoles Martial Bangoura, Hans-Jürgen Bauer, Jules Beavogui, Albert Garber, Thaimu Kargbo, Konan Kouadio, Saa Marc Leno, Braima Saffa, Sanpha Sesay y Seudié Firmin Zran
Texto bíblico: Mateo 7:12
Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas.
¿Cómo trato a mi prójimo?
Mis amados hermanos y hermanas: Primero quisiera dirigirme a los hermanos y hermanas que están sentados afuera, delante de la iglesia: Por favor, no estén tristes por no te ner un lugar dentro de la iglesia. Les quiero decir que afuera serán igual de bendecidos que aquí adentro. Para Dios no existen estas paredes y a ustedes les ofrecerá la misma fuerza, la misma paz y la misma gracia que a no sotros aquí adentro.
Escuché que es la primera visita de un Apóstol Mayor en Liberia y estoy contento y agradecido de que nuestro Padre celestial la haya hecho posible. La primera visita de un Apóstol Mayor es para mí una oportunidad para decirles gracias.
La Obra del Señor tuvo su comienzo aquí hace muchos años. En todo este tiempo los portadores de ministerio y los hermanos trabajaron duro para que se pudiese desa rrollar y sirvieron al Señor con amor y agradecimiento. Fueron traídas muchas ofrendas y sacrificios, pronuncia das muchas oraciones. Les quisiera agradecer por todo eso. ¡Gracias, queridos hermanos, queridas hermanas, por vuestra fidelidad, por vuestras oraciones! ¡Gracias por vuestro servir, por vuestra ofrenda! ¡Gracias, queri
dos siervos, por vuestro servir y vuestro trabajo! Dios lo conoce todo. Nada de lo que hicieron en la fe por amor quedará sin efecto. Dios los bendecirá y yo les digo: ¡Dios los ama! Y más de lo que se pue den imaginar. De la profundidad de mi corazón les transmito mi agradecimiento.
Ahora tenemos un texto bíblico que es muy conocido: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres ha gan con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. Se podría pensar que esto es un bien universal y no algo que destaca especialmente a la fe cristiana. Es simple mente una regla para la convivencia en la sociedad. Esto es correcto. Esta frase es válida en todas las sociedades y culturas, pero aquí es una palabra de Jesucristo. Es por eso que es algo más que una creencia común, pues Jesús agregó: “Porque esto es la ley y los profetas”.
Reflexionemos sobre esto. Pues significa más que cuando alguien dice: “Si no quieres que te roben, tú tampoco debes robar; si no quieres ser asesinado, tú tampoco debes asesinar a nadie”. No: “Esto es la ley y los profetas”. La ley dice cómo hay que comportarse correc tamente delante de Dios. Si quería tener una relación con Dios, un judío creyente tenía que obedecer a la ley. Por eso es mucho más que una norma de conducta que regula la relación de los hombres entre sí. Aquí se trata de la relación del hombre con Dios.
Si uno quiere tener una relación con Dios, debe obe decer a la ley de Dios. Esta ley fue sintetizada por Jesús. La llevó simplemente al punto central: “Amarás al Se ñor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande manda miento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:37-40). ¿Qué significa amar a Dios? Como cristianos sabemos que Dios es el amor. Es su naturaleza. Creemos en Jesucristo, el Hijo de Dios. Su amor fue tan grande que aceptó morir por causa de nuestra redención. Esta es nuestra fe.
No siempre entendemos lo que Dios hace. Pero con fiamos en Él, pues sabemos que Él nos ama. Él es amor y porque nos ama así, retribuimos su amor: Yo amo a Dios, yo amo a Jesús, quiero ser uno con ellos.
El que ama a Jesús, quiere tener comunión con Él. Si amo a mi esposa no puedo decir: “Yo me voy a
Como amo a Dios, también amo a mi prójimo
América, tú te quedas en Europa. Sabes que te amo”. No, uno quiere hablar con el otro, estar juntos, tener comu nión con el que ama.
Nosotros amamos a Dios, amamos a Jesús. Esto sig nifica que quisiéramos vivir nuestra vida con Dios y con Jesús, quisiéramos ser semejantes a Jesús, quisiéramos amar así como Él ama. Por eso funciona.
“Yo amo a Jesús” significa que quiero tener la mis ma fuerza que Él, quiero ser como Él, quiero seguirlo y quiero amar, así como Él ama. Quiero ser uno con Él y quiero estar con Él. Como amo a Dios, también amo a mi prójimo.
En realidad, es muy fácil de entender. Por eso dice en la Biblia: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su herma no a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Juan 4:20).
El amor, también dice la Sagrada Escritura, es el vín culo perfecto (Colosenses 3:14). Si nuestra relación con Dios es perfecta es algo que se puede medir en nuestro amor a nuestro prójimo. Como amamos a Dios, ame mos también a nuestro prójimo.
Pero hay un problema, pues Dios es perfecto y su amor es perfecto, pero nosotros somos pecadores débiles e im perfectos. No podemos amar como ama Dios. Su amor va mucho más allá de nuestro entendimiento, no lo po demos entender. Pero Jesús nos ayuda, Él nos da una indicación de cómo puede funcionar. Él dijo: Si quieres amar, ama a tu prójimo como a ti mismo. Tan simple es. Para nosotros mismos siempre deseamos lo mejor. Mu chas veces no existe nada lo suficientemente bueno.
¿Qué es lo mejor para nosotros, cuál es nuestro teso ro más grande? Lo mejor, lo más grande, lo más valioso que podemos tener es el amor de Jesucristo. Poder experimentar el amor de Jesús es lo más hermoso que nos puede pasar. Experimentar que Jesús me ama incon dicionalmente supera todo lo demás. No hay nada más grande.
Tú quieres lo mejor para ti, ¡entonces permíteselo también a tu prójimo! Amar al prójimo como a sí mis
Amar al prójimo también significa tratarlo así como me trata Jesús.
mo significa que quiero que le suceda lo mejor que pueda obtener: el amor de Jesús. También significa que trato a mi prójimo así como me trata Jesús.
Amar a Dios significa amar al prójimo. Amar al pró jimo significa desearle que pueda experimentar el amor de Dios, así como nosotros mismos lo experimentamos. Este es el contenido de las palabras de Jesús: “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos”.
No quisiéramos que otros fuesen indiferentes cuando nosotros sufrimos. Esto duele mucho. Uno está triste y sufre, pero nadie se fija. Todos miran para otro lado. Na die demuestra interés, uno se siente solo, nadie se preocupa por nosotros. Eso duele. Somos ricos porque tenemos a Jesucristo. Pase lo que pase, Él toma parte, comparte con nosotros el sufri miento, nos quiere ayudar, está cerca de nosotros. Esto consuela tanto y hace tan bien saber que Jesús se interesa por mí. Él sabe que sufro. Me quiere ayudar. Me quiere consolar. Esta es una riqueza que queremos compartir con los demás.
Cuando nuestro vecino sufre, cuando es desdichado, cuando está triste, queremos que sea consolado. Le de seamos que experimente compasión. No nos quedamos indiferentes, no miramos para otro lado cuando alguien sufre. No decimos: “Te tienes que ocupar tú mismo, es asunto tuyo. Te lo debes procurar tu mismo”. ¡No! Es tamos llenos de compasión por nuestro prójimo, pues
sabemos cuánto duele cuando nadie se fija en nosotros y qué bueno es experimentar la dedicación de Jesús.
Otro ejemplo: Nos duele cuando experimentamos que otros no nos aceptan. Ya les sucede a los niños. A veces, otros niños le dicen a un pequeño: “¡No queremos jugar contigo, vete!”. Y el pobre niño se queda solo. ¡Eso duele!
Sufrimos cuando se nos hace sentir rechazo porque venimos de otra aldea, porque pertenecemos a otra tri bu o a una determinada familia. “Nadie me presta atención porque soy pobre, porque soy anciano. Los jóvenes no se fijan en mí. Nadie se fija en mí porque soy disca pacitado”.
Uno sufre cuando no es tenido en cuenta, cuando no es respetado. ¡Qué bueno es que Jesús no haga diferen cias! Él ama a todos con el mismo amor.
Cuando estaba en la tierra, no le preocupaba si alguien era rico o pobre. Ayudó a los judíos y a los samaritanos, incluso ayudó al centurión romano. No le interesaba de dónde venían, no hacía diferencias entre hombres, mu jeres y niños. A los devotos y a los pecadores los amaba por igual.
¡Es una bendición saber que Jesús me ama, así como soy! Él no hace diferencias.
Lo que nosotros queremos también se lo deseamos a nuestro prójimo. Respetemos a todos, no hagamos dife rencias por más distintas que sean las personas. Si uno es rico o pobre, enfermo o sano, joven o anciano, dis capacitado o no, si viene de una aldea o de aquel país, nosotros lo respetamos y le deseamos que pueda experi mentar la salvación a través de Jesús.
Jesús no miraba al hombre, la mujer o el niño, no mi raba a la samaritana, el judío, el pobre, el rico, Él miraba el alma a la que quería ayudar.
Cuando miramos a nuestro prójimo, sabemos que Je sús murió por Él para que su alma pueda recibir la salvación. Respetamos a nuestro prójimo porque Jesús entregó su vida por él, para salvarlo. No hacemos diferencias. Otra cosa que duele mucho. Lo tengo que abordar porque también a mí me cuesta mucho: Cuando de
pronto nos damos cuenta de que nos mintieron. Alguien nos contó algo, le creímos y de repente nos damos cuenta de que era una mentira. Alguien se abusó de nuestra confianza. Eso es algo malo. Uno realmente confió en esa persona y tiene que comprobar que lo trató de tonto. ¡Todo era mentira! ¡Nada era verdad! Abusar de la confianza de alguien es algo muy malo.
¡Qué bendición es conocer a Jesucristo! Él es la ver dad. Él hace exactamente aquello que dice. Él dice exactamente aquello que hace. Puedes confiar en Él incondicionalmente. Él siempre dice la verdad. ¡Qué bendición, qué certeza tan reconfortante! Sabes que Él nunca te traicionará. Lo que dice, es así. Compartamos esta rique za con nuestro prójimo. Si amamos a nuestro prójimo, le deseamos que también pueda hacer esa experiencia. Seamos confiables. Digamos la verdad. No defraudemos al prójimo. No abusemos de su confianza. Esto hace la vida mucho más fácil. La verdad más importante que le podemos decir es el Evangelio de Jesucristo. Cada vez que le puedo decir a mi prójimo: “Jesús te ama, Jesús
te quiere dar la salvación”, sé que no es otra cosa que la verdad. Le podemos decir: “Confía en mí, Jesús te ama”. Amar al prójimo significa decirle la verdad, ser con fiables. Esto es válido también para los portadores de ministerio: ¡Sed confiables! ¡Sed veraces!
Hermanos, es terrible cuando nuestros hermanos y hermanas tienen que ver que el Pastor, el Evangelista, el Anciano de Distrito no hace lo que dice. Los herma nos y hermanas sufren mucho si tienen que comprobar que entre lo que decimos y lo que hacemos hay una gran discrepancia. Lo mismo también vale en el matrimonio y en la familia. Queremos que nuestros hijos crezcan en un hogar con fe. Les explicamos el Evangelio. Los edu camos en la fe. Y de pronto nos damos cuenta de que el padre, la madre, no lo toman tan en serio. Su conducta no se adapta a lo que dicen. ¡Los niños sufren mucho por ello! Ahorrémosles este sufrimiento, ahorrémoslo también a nuestro prójimo.
¡Seamos veraces! ¡Digamos la verdad! ¡Anunciemos el Evangelio en forma creíble!
Como amamos al prójimo, le deseamos que también alcance la salvación.
Otro punto que hace sufrir: Cuando nos damos cuenta de que se nos manipula: ¡Ah, aquel es tan ama ble contigo porque quiere algo de ti! “¡Oh, lo quiero, lo admiro! ¡Me alegra poder estar con usted!”. Pero solo están interesados en tu dinero. Solo quieren algo de ti. Cuando ya no te necesitan, pasó todo y simplemente te dejan caer. Este es el final de tales historias. Su amor no era sincero.
Hemos experimentado el amor de Jesucristo. Jesús nos da todo gratuitamente. Él no necesita nuestro di nero. Él no necesita nuestra ayuda. Lo que nos da, es solo por gracia. Nos da todo porque nos ama. Incluso cuando no hacemos nada por Él, nos ama igual. Nos da su amor incondicionalmente.
Amados hermanos y hermanas, esta bendición tam bién se la deseamos a nuestro prójimo. Le deseamos que encuentre la Iglesia, que alcance la salvación, porque lo amamos y no porque con ello tengamos un propósito. No anunciamos el Evangelio y no invitamos a la Iglesia porque queremos el dinero de la gente. No queremos que crezca la cantidad de miembros en Liberia porque los Apóstoles necesitan dinero. Pienso que entienden lo que quiero decir. Queremos que nuestro prójimo en cuentre la salvación porque lo amamos. No invitamos a alguien al Servicio Divino para ser bien vistos en la comunidad: “¡Oh, aquel trajo diez invitados!”. Los in vitamos porque los amamos. No invitamos a las personas porque pensamos: “Si invitamos una cantidad suficiente de gente, entonces nosotros mismos seremos salvados”. No, les damos testimonio de nuestra fe por que los amamos. La gente no es tonta. Se darían cuenta rápidamente si se los invitase por motivos impropios. Hagámosles sentir nuestro amor. No porque queremos algo de ellos, no porque se trata de ser bien vistos en la comunidad, no por interés propio, sino simplemente por amor.
Un último punto: Todos somos pecadores. Una y otra vez hacemos algo que no deberíamos hacer. ¡También yo! Es terrible cuando después, diez años más tarde, las personas hablan sobre lo que hiciste mal diez años an tes. Tú hace mucho que te has arrepentido y lo lamentas, pero te siguen señalando con el dedo y te condenan: “¡Aquel es el que esa vez hizo tal cosa!”. ¡Eso duele mucho! No se lo disculpa, no se lo perdona, después de diez años se lo sigue condenando. Tú dices: “¡Por favor, hago lo mejor que puedo, ya no hablen sobre eso! ¿No pueden dejar las cosas como están?”. No hay gracia, no hay perdón. Uno no se lo desea ni a su peor enemigo. Simplemente es terrible.
Qué grandioso es entonces acercarse a Jesús. Él per dona y el pecado nunca más es sacado a la luz. Pedro hizo algo malo. Negó al Señor. Jesús lo perdonó y nunca más lo mencionó. ¿Se pueden imaginar como se habrá sentido Pedro? Jesús no habla sobre mi pecado, sobre mi error, sobre mi culpa. ¡Qué bendición que perdone y nunca más condene!
Tratemos a nuestro prójimo así como nos trata Jesús. Nosotros perdonamos. Es cierto que no se puede olvidar
lo que alguien hizo. Somos seres humanos y las cosas no se pueden olvidar así nomás, como si nunca hubiesen sucedido. Pero se pueden dejar las cosas como están y no hablar más sobre ellas.
Ven, todo esto está contenido en este texto bíblico. Dios quiere que retribuyamos su amor. Amar a Dios significa querer ser un sentir, un espíritu con Él, querer tener comunión con Él. Cuando uno quiere ser una cosa con Dios, hay que amar como ama Él. Él ama a nuestro prójimo, por eso nosotros también lo amamos. Nuestro amor no puede ser tan perfecto como el amor de Dios. Pero Jesús nos muestra cómo tenemos que hacer: ¡Ama a tu prójimo como a ti mismo! Trata a tu prójimo como te trata Jesús. Ten compasión, acéptalo y respétalo y ve en él a un alma a la que Jesús quiere ofrecerle la salva ción. Sé veraz, di la verdad. Ámalo sin falsedad, sin interés propio, perdónalo y ya no hables sobre sus equivocaciones. La gracia de Jesucristo nos capacita para hacerlo. La regla: “Todas las cosas que queráis que los hom bres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” es considerada en la sociedad como algo para débiles, pues el fuerte, el poderoso, el rico, puede hacer
y dejar de hacer lo que quiere. No arriesga nada cuando hace sufrir al otro, pues tiene el dinero y el poder. Así es en la sociedad humana: Las reglas rigen siempre solo para los débiles, a los demás no les importan. Pero las reglas que da Jesús también rigen para los fuertes.
Hemos experimentado el amor de Jesús y eso nos hace fuertes. Nos da una fuerte motivación para amar a nuestro prójimo. El amor de Dios fue derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que hemos re cibido en el Santo Sellamiento (Romanos 5:5). ¡Eso nos hace fuertes!
Mi deseo para el pueblo de Dios en Liberia es: Ame mos a Dios. Amemos a nuestro prójimo y tratémoslo, así como nos trata Jesús. Entonces seremos bendecidos. Después de los aportes a la prédica del Apóstol de Dis trito y el Apóstol, mencionó el Apóstol Mayor: Amados hermanos y hermanas, pienso que se ha predicado lo suficiente. No hay que usar más palabras que las nece sarias. Por mi parte, tengo suficiente para hacer y estoy seguro de que en los próximos días estaré ocupado en llevar a la práctica lo que hoy he predicado. Déjenme ser totalmente sincero: En algunos puntos será duro porque
APÓSTOL DE DISTRITO JOSEPH EKHUYA
El Apóstol de Distrito Ekhuya (África del Este) hizo referencia a una imagen de la vida cotidiana, que refirió a lo que se vive en el Servicio Divino, en realidad hizo un contraposición: Cuando el padre de una familia numerosa llama a sus hijos a reunirse, por lo general vienen con pensamientos mezclados, porque a cada uno se le ocurren sus “pecados”, de los que tiene que rendir cuenta. Es distinto con el Padre celestial. Él también llama a sus hijos a reunirse, pero no para pedirles que rindan cuenta de lo que hicieron, sino para asegurarles: Todavía te sigo amando. Él hasta sabe si alguno de los hermanos viene con temor a un Servicio Divino porque no tiene motivo para estar orgulloso de sí mismo o de su vida. Algunos también piensan: En realidad no merezco la gracia. “Pero Dios te dice: No te preocupes, eres mi hijo amado. Tú me perteneces y te comprendo. Ya te he perdonado”.
APÓSTOL SANPHA SESAY
El Apóstol Sesay (Sierra Leona) hizo referencia a la palabra que para él es tan hermosa y profunda: “Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él” (1 Juan 4:16). “¿No es esta promesa un gran consuelo para nosotros, para los que la comunión con Dios significa tanto y los que queremos quedar en esta comunión?”, mencionó el Apóstol, que terminó su aporte a la prédica con el pensamiento: “¡Nuestro Señor viene! Y hoy ya somos tan ricos en Cristo, ricos por su amor, por su palabra, por su promesa”.
va en contra de la naturaleza. Pero yo también haré lo que he predicado, pues no viene de mí, sino de Él.
Ahora nos preparamos para la Santa Cena y esto es algo bastante sencillo. Pensemos cómo nos trata Jesús. Él tiene compasión con nosotros. No dice: “Está bien que te pase, te lo ganaste”. No, Él sufre con nosotros. Cuando un niño está triste porque perdió un juguete, Jesús sufre con él. Se podría decir: “Pero esto es exagera do”. ¡No, así es Jesús! Él comparte todo con aquellos que lo aman. No hace diferencias. Estoy tan agradecido por ello. Él me ama igual que ama a los demás. Y ellos, pue do decir, muchas veces son mucho mejores que yo. No digan ahora: “¡Pero si él es el Apóstol Mayor!”. Cuando veo lo que hacen algunos hermanos y hermanas, lo que logran hacer con su fe, me siento muy pequeño. Enton ces me avergüenzo de que Dios me ame tanto como a ellos y no haga diferencias. ¡Se habrían ganado mucho, mucho más! Estoy realmente agradecido de que Dios ame a sus hijos en Liberia, así como los ama en Francia y como los ama en Australia. Que ama a los analfabetos que ni siquiera saben leer, igual que a los que tienen una educación. Él no hace diferencias.
Estoy tan agradecido de que puedo confiar en Jesús. Cada palabra que Él habla es verdad. Consuela tanto sa ber que Él nunca te va a traicionar. Es tan hermoso saber que me ama y me ofrece todo ¡gratuitamente! Su amor no depende de mi conducta.
Pero si quiero su salvación, tengo que obedecer a su ley. Esta es otra historia.
Estoy tan agradecido de que me perdone y borre mi culpa. Si reflexionamos sobre cómo nos trata Je sús encontraremos muchos motivos para agradecerle. ¡Celebremos esta Santa Cena como una fiesta de agra decimiento! Alabamos el amor de Jesús. Es hermoso expresar nuestro agradecimiento en palabras y con el canto, pero la mejor manera de agradecerle es hacer aquello que Él quiere: amar a nuestro prójimo.
Sería grandioso que cada uno esta mañana haya to mado la decisión: Quiero perdonar a mi prójimo. Ya no lo condenaré ni le haré reproches. No esperes que él dé el primer paso. Dalo tú. Jesús tampoco esperó que hicieras algo bueno. Él te hizo algo bueno primero. n
PENSAMIENTOS CENTRALES
Amamos a nuestro prójimo porque queremos tener comunión con Dios. Tratamos a otros, así como Jesús nos trata a nosotros y contribuimos para su salvación. Le damos testimonio de nuestro interés y nuestro respeto por él, somos veraces, altruistas y estamos dispuestos a perdonar.