Iglesia Nueva Apostólica Internacional
La caída en el pecado El artículo que sigue se refiere a las repercusiones que tuvo la caída en el pecado para el hombre y la creación. Adán es el arquetipo del hombre que ha caído en el pecado y se ha apartado de Dios. Sin embargo, el hombre pecador sigue siendo amado por Dios. Basado en este amor, Él envió a su Hijo para redención del hombre.
El informe de la caída en el pecado La doctrina del pecado y de la necesidad de salvación del hombre se basa en el informe de la Sagrada Escritura sobre la caída en el pecado: “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: […] del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:16-17). – “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella” (Génesis 3:6).
Las consecuencias de la caída en el pecado para el hombre Como consecuencia de la caída en el pecado, el hombre es expulsado del huerto de Edén (comparar con Génesis 3:23-24). Al apartarse el hombre de Dios primero por su obrar, experimenta una nueva dimensión: la separación de Dios, la cual finalmente se exterioriza en la muerte, la paga del pecado (comparar con Génesis 2:17; Romanos 6:23).
El hombre caído en el pecado El hombre quiere elevarse por encima de los mandamientos de su Creador. Así se quiebra la relación inmutable con Dios. Esto tiene consecuencias significativas para el género humano hasta el día de hoy.
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Adán es, asimismo, el arquetipo de todos los pecadores. Lo es por los móviles que lo llevaron a pecar, por su conducta en condición de pecador y también por la imposibilidad de hallar una solución después de la caída. El pensamiento decisivo de transgredir un límite dado por Dios está contenido en la tentación: “[...] seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:5). No querer tener a un Dios por encima de uno, sino ser uno mismo (un) Dios, no respetar más los mandamientos de Dios, sino hacer lo que apetece la propia voluntad y lo que se tiene ganas, son móviles de conductas pecaminosas. La pecaminosidad de todos los hombres es presentada en el Génesis con un crecimiento vertiginoso de los pecados en el género humano: Caín, contrariando el consejo y la exhortación de Dios, se levanta contra su hermano y lo mata (Génesis 4:6-8). Más y más van aumentando con el paso del tiempo los pecados de los hombres, clamando al cielo, y Dios responde a ello con el diluvio (comparar con Génesis 6:5-7 y 17). Incluso después de ese juicio divino, la humanidad sigue en desobediencia y osadía frente a su Creador. A modo de ejemplo, la Biblia informa sobre las maquinaciones de quienes construyeron la torre de Babel (Génesis 11:1-8), a los que Dios hizo fracasar en su ambición desmedida. El Apóstol Pablo escribe sobre [...] la pecaminosidad de todos los hombres [...]: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). La caída en el pecado trae aparejados cambios en la vida de los hombres, cambios que ellos no pueden volver atrás. El miedo los distancia de su Creador, cuya proximidad ya no buscan, sino que se quieren esconder de Él (Génesis 3:8-10). Esto también trae perjuicios en la relación de los hombres entre sí (comparar con Génesis 3:12), así como en la relación de los hombres con la creación. A partir de ese momento el hombre conserva la vida penosamente, y al final quien fue tomado de la tierra volverá al polvo (Génesis 3:16-19). El hombre ya no puede regresar por su propios medios a la condición de no tener pecados.
El hombre pecador sigue siendo amado por Dios El hombre que se ha tornado pecador tendrá que cosechar lo que sembró “[...] la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). A pesar de su desobediencia y su arrogancia, el Eterno ama a sus criaturas, se ocupa de ellas y las acepta. Constituyen símbolos del desvelo divino, que Dios haga a Adán y Eva túnicas de pieles y los vista con ellas (Génesis 3:21), y que cuando Caín después del fratricidio teme la venganza, lo dote de una señal que lo protegería (comparar con Génesis 4:15).
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El amor que Dios le prodiga al hombre también después de haber caído en el pecado, se manifiesta en forma consumada en el envío de su Hijo. Jesucristo viene y triunfa sobre el pecado (comparar con 1 Juan 3:8). En Él los hombres pueden ser salvos del daño producido por el pecado (comparar con Hechos 4:12). En un impactante contraste frente al rebelarse y a la vanidad del hombre cada vez más asediado por el pecado, el Hijo de Dios deja una muestra de obediencia completa hacia su Padre (comparar con Filipenses 2:8). Con su muerte en sacrificio, Jesucristo adquiere el mérito por el cual el hombre es liberado de sus pecados y redimido hasta sus últimas consecuencias “de la esclavitud de la corrupción” (comparar con Romanos 8:21), haciéndole accesible la posibilidad de vivir en eterna comunión con Dios. El Apóstol Pablo explica esta situación: “Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Romanos 5:18-19). La justificación ante Dios no llega al hombre pecador en forma automática. Él más bien es exhortado a procurarla con toda seriedad. Dios lo dotó a tal efecto de conciencia, razón y fe. Si el hombre para su propósito se orienta en Jesucristo, le será accesible la gracia de la justificación, obtenida por el Hijo de Dios (comparar con Romanos 4:25).
Las consecuencias de la caída en el pecado para la creación La caída del hombre en el pecado también tuvo amplias repercusiones en la creación que no tuvo culpa alguna de ello. Originalmente la creación era “buena en gran manera” (comparar con Génesis 1:31). El hombre fue colocado por Dios como soberano sobre la creación visible. Así, es por un lado responsable de la creación ante Dios, y por el otro, es también responsable de la creación misma (comparar con Génesis 1:28-30). Ante una posición tan significativa del hombre dentro de la creación visible, su desobediencia a Dios también tiene repercusiones decisivas en la creación material: después de que el hombre pecó, la tierra como señal de la creación visible y la serpiente fueron malditas (comparar con Génesis 3:17-18). Espinos y cardos, esto es, los esfuerzos que debe realizar el hombre para ganarse el sustento en su vida, constituyen una señal del distanciamiento del hombre de Dios y de cuán retirado permanece Dios a partir de ese momento para la creación. En ella el hombre ya no encuentra acceso directo a Dios. La vida del hombre está ahora acompañada de inseguridad y temor.
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Como señal de enemistad y discordia se puede observar el comportamiento de los animales entre sí. Sobre la nostalgia por superar y restablecer también ese estado podemos leer en Isaías 11:6-8: “Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará...” La creación, por lo tanto, necesita ser liberada de la maldición que pesa sobre ella. En la epístola a los Romanos esto es abordado con toda claridad: “Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora” (Romanos 8:19-22).
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