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El pensamiento apocalíptico en el Antiguo Testamento El artículo comienza haciendo referencia a la importancia de este tema. Le sigue una introducción en el concepto y la historia de la apocalíptica. A continuación se procura dejar en claro que la apocalíptica es una interpretación de la historia y habla de un objetivo en la historia. Luego se mencionan elementos importantes de la ideología apocalíptica: la esperanza en un mundo nuevo, la espera del Mesías o Hijo del Hombre, así como la perspectiva de una resurrección de los muertos y del juicio.
Importancia del tema En el tiempo del Antiguo Testamento el hombre ya se preguntaba por el final de la historia y qué vendría después. El pueblo de Israel, a quien Dios se reveló como Creador del mundo y Señor de la historia, vivía desde la salida de Egipto como un pueblo cuya existencia estaba dirigida al futuro. En la zona de tensión entre las promesas de salvación del tiempo final y las amenazas de juicio se encuentra en el judaísmo temprano mucho de a lo que se alude como “sombra de lo que ha de venir” (Col. 2:17), lo cual con Cristo se convirtió en certeza y para los cristianos nuevoapostólicos pertenece al fundamento de su esperanza en el futuro: el retorno de Cristo, el reino de paz, el juicio final, la nueva creación. Con qué ideas están vinculados en la apocalíptica veterotestamentaria estos contenidos de la fe, es de lo que trata este artículo. Concepto e historia de la apocalíptica El concepto “apocalíptica” proviene del griego y significa “revelación”. El término “apokalyptein”, es decir “revelar”, se encuentra en la “Revelación de Juan”, el Apocalipsis. Se expresó para definir una determinada forma de pensamiento y la literatura en la cual aparece este pensamiento. En general, la apocalíptica hace referencia a un movimiento religioso dentro del judaísmo temprano del siglo III a.C. al siglo I d.C., cuya cuna era ante todo Palestina. Para el cristianismo temprano fue de gran importancia el pensamiento apocalíptico.
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El movimiento apocalíptico surgió en un tiempo en el que el judaísmo se quería distanciar de la influencia del helenismo y liberar de la represión política. Estaba en contra de la influencia de religiones extrañas que amenazaban con ensombrecer la fe en el Dios único que se había revelado al pueblo de Israel. Al mismo tiempo quería liberarse del dominio extranjero que imponía restricciones a la práctica de la fe. Debido a la profanación del templo por Antíoco IV Epífanes, en el año 167 antes de Cristo, la población se levantó en contra de los extranjeros (los griegos), lo que se llamó el levantamiento de los Macabeos, del cual se informa en los libros de los Macabeos, en los escritos veterotestamentarios tardíos (apócrifos). Antíoco hizo levantar una estatua de Júpiter dentro del santísimo del templo de Jerusalén y que esta fuese adorada. De esa manera se profanó el santuario. En el 2º libro de los Macabeos se menciona este hecho. En el libro de Daniel (11:31; 12:11) se hace referencia a este acontecimiento cuando se habla de “abominación desoladora”. En este acto tan atroz para los judíos se debe buscar, sin duda alguna, un motivo del surgimiento de la apocalíptica.
La interpretación apocalíptica de la historia. La historia tiene un objetivo Cuando hoy en la opinión pública se habla de apocalíptica o de pensamiento apocalíptico, se entiende mayormente catástrofes de dimensiones desconocidas que se precipitan sobre la tierra y las personas. Muchos conocen películas o novelas en las cuales se describen amenazas y la destrucción de la Tierra por poderes y fuerzas extraterrestres, por la naturaleza o por acontecimientos bélicos. Todo esto tiene poco que ver con la apocalíptica original, incorporando en cierto modo sólo algunas de sus imágenes. ¿Cuál es entonces el contenido de la apocalíptica que trataremos en este artículo? La apocalíptica, así como aflora en los escritos bíblicos y extrabíblicos, es ante todo una interpretación de la historia y más precisamente, no a partir del hombre, sino a partir de Dios. La historia, como deja en claro la apocalíptica, no es lo que acontece por casualidad, independientemente de Dios, sino todo lo contrario: el desarrollo de la historia se fundamenta en un plan de Dios. Las luchas de los pueblos, los diferentes gobernantes e imperios, están incorporados en este desarrollo histórico. Vemos entonces que, aunque la apocalíptica surge en una situación difícil y aun amenazante para el pueblo judío y su fe haciéndose necesario contemplar las propias particularidades y características distintivas, no tiene en vista únicamente el propio pueblo, la propia historia, sino al mismo tiempo la historia mundial. La interpretación apocalíptica de la historia tiene, por ende, un carácter universal. En la interpretación histórica de la apocalíptica existe una oposición irreconciliable entre el bien y el mal, entre Dios y Satanás. Esta oposición se denomina dualismo. Para la apocalíptica, la historia mundial es un desarrollo hacia el mal, el cual es destruido por la intervención radical de Dios. Por lo tanto, el desarrollo de la historia es irrevocable; están enmarcados en él, el destino de los imperios, de los pueblos y también el de
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cada individuo. En Daniel 7-12, por ejemplo, la historia mundial es una sucesión de cuatro imperios que se van alternando. Con esta visión de la historia queda en claro una de las particularidades del pensamiento apocalíptico, que es la imagen lineal de la historia, dirigida a un objetivo. El pensamiento antiguo, por el contrario, tenía una idea cíclica de la historia. Esta en realidad no tiene fin sino que es un proceso permanente de devenir y desaparecer, de evolución y decadencia. En contraposición, la apocalíptica habla de que la historia persigue un objetivo. Tiene un principio y un fin, un comienzo y una meta. Justamente cuando se hace referencia a una meta también se puede hablar de un sentido o un motivo de los sucesos. ¿De qué manera la apocalíptica habla de la meta y el sentido de la historia?
Aspectos comunes en los escritos apocalípticos Si se contemplan los diferentes escritos apocalípticos se reconoce que en varios aspectos tienen similitudes. Primero hay que comprobar que estos escritos en su mayoría están provistos del nombre de una persona importante del Antiguo Testamento. El “observador”, el autor anónimo de ese escrito, se presenta bajo el seudónimo de una persona devota del pasado. Así hay escritos apocalípticos en los que se mencionan, por ej. Enoc, Moisés, Daniel, Esdras o Isaías como autores. El contenido de los escritos apocalípticos que mencionan ser de la autoría de Moisés, Esdras o Isaías, poco tiene que ver con el de los libros del mismo nombre del Antiguo Testamento. Además, provienen de una época muy posterior que los escritos canónicos que llevan por título Moisés, Esdras o Isaías. Los libros apocalípticos pretenden dar a conocer una verdad que hasta ese momento era desconocida. Es revelado el plan de Dios que Él tiene con la historia. Se afirma que por largo tiempo este libro permaneció oculto, pero en el presente –poco antes del fin de los tiempos– sale a la luz. El libro de Daniel es el único libro en el Antiguo Testamento que en grandes partes (capítulos 7-12) contiene enunciados que pertenecen al ámbito del pensamiento apocalíptico. Mientras que el libro de Daniel es vinculante para la doctrina y la fe de nuestra Iglesia, esto no se da en otros escritos apocalípticos. De todas formas, entre los enunciados apocalípticos del libro de Daniel y los de los libros apocalípticos no incluidos en la Biblia existen muchas similitudes. El tiempo en el que habla el autor de un libro apocalíptico, es el tiempo final, el tiempo previo al término del desarrollo histórico mostrado. De esa manera queda en evidencia que toda la historia es una historia de decadencia y de vuelta al mal. Aquí existe entonces una imagen sumamente pesimista de la historia, que hace ver el permanente empeoramiento de la situación histórica. El punto más bajo del desarrollo histórico es el presente para el que está pensado el escrito apocalíptico. “Presente” significa aquí el tiempo del antiguo autor y de la antigua situación histórica amenzante. Sin
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embargo, la referencia a la acentuación del dominio del mal no queda sin consuelo, pues el cambio en la historia es inminente. Es la “salvación de la mayor necesidad” y acontece gracias a la intervención de las potestades divinas en el mundo caído en el pecado. Ese cambio acontece a través de hechos maravillosos, está marcado por una sucesión de acontecimientos cuyo contenido en todos ellos es la supresión del mal y la victoria completa del bien, es decir de Dios. Antes de que esto suceda, ocurre una batalla entre las potestades del bien y las del mal. Este tiempo, como lo representan algunos autores de escritos apocalípticos, está marcado por catástrofes naturales, hambre y guerras. Es un tiempo de padecimiento y peligros, de los cuales los justos finalmente son sacados. Es esencial en la mayoría de los escritos apocalípticos la esperanza en la venida del Mesías, con la cual se produce el cambio en la historia. Mesías significa “ungido”, es decir que se trata de un título real. Con el Mesías aparece un rey superior a todos los reyes que ha habido hasta ese momento, pues su dominio tiene la impronta de la justicia y de un obrar agradable a Dios. Este Mesías no sólo es quien gobierna a Israel, sino a todo el mundo. Del contexto de la espera del Mesías también forma parte la espera del Hijo del Hombre que se evidencia primero en Daniel 7:13-14: “Y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido”. Esta figura mesiánica mencionada en Daniel, se asemeja a un hombre, pero no es hombre sino un ser divino que recibe de Dios mismo todo dominio. En la apocalíptica, este ser, apoyándose en Daniel, es llamado Hijo del Hombre. De este Hijo del Hombre también habla, en cierto modo, el libro de Enoc: “Este es el Hijo del Hombre, que posee la justicia y con quien vive la justicia y que revelará todos los tesoros ocultos, porque el Señor de los espíritus lo ha escogido y tiene como destino la mayor dignidad ante el Señor de los espíritus, justamente y por siempre” (Enoc 46:3). El libro de Enoc es un escrito apocalíptico muy expandido. No sólo contiene enunciados sobre el futuro, sino también sobre las órdenes angelicales. Ha sido transmitido en diferentes versiones, las más conocidas son la versión eslava antigua y la etíope. Con el cambio en la historia, con la destrucción de los reinos del mal, se vincula la esperanza de que se haga realidad el “reino de Dios”, un reino en el que rige la justicia divina, en el que ya no hay opresión de los débiles, en el cual se reprimen la enfermedad, el hambre y la muerte. Muchas veces este reino es relacionado con la paz completa entre el hombre y la naturaleza. El punto de partida para estas ideas es la visión de un mundo en el que no hay más muerte temprana, ni injusticia social ni enemistad entre el hombre y los animales ni entre los animales entre sí. “La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja. Y
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el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora” (Is. 11:7-8). Isaías 65:20 promete: “No habrá más allí niño que muera de pocos días, ni viejo que sus días no cumpla; porque el niño morirá de cien años”. En relación con el reino de Dios también se expresa la esperanza de nuevos cielos y una nueva tierra: “Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento” (Is. 65:17). Una esperanza significativa expresada de diversas maneras en el Antiguo Testamento, es la resurrección de los muertos. La visión del campo de la muerte que se encuentra en Ezequiel 39:1-14 explica el restablecimiento de Israel como el regreso de los muertos a la vida. Esta visión, que en primer lugar sólo estaba acuñada para el restablecimiento de Israel, se convirtió en la imagen de la resurrección de los muertos: “Y sabréis que yo soy Jehová, cuando abra vuestros sepulcros, y os saque de vuestras sepulturas, pueblo mío. Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra; y sabréis que yo Jehová hablé” (Ez. 37:13-14). En Daniel la esperanza en la resurrección se vuelve más concreta apuntando a un acontecimiento que involucrará a los muertos en general: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua” (Dn. 12:2). En el Antiguo Testamento, las ideas del juicio son de múltiple naturaleza: derrotas en la guerra se entienden como juicio, asimismo hambrunas y catástrofes de la naturaleza. Además se habla del “día del Señor” (día de Jehová), en el cual los pecadores serán castigados y los justos salvados: “Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama. Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación” (Mal. 4:1-2). En el Antiguo Testamento, el “día del Señor” es un día temor, pero al mismo tiempo un día de salvación y redención. Las ideas apocalípticas que existen dentro del judaísmo temprano, se vuelven a encontrar en los discursos de Jesús sobre el tiempo final (Mt. 25 y 26; Mc. 13; Lc. 21) y en el cristianismo temprano. El Apocalipsis de Juan se puede entender mejor si se sabe que sus imágenes y estructuras tienen mucha similitud con la literatura apocalíptica del judaísmo temprano. No obstante, todos los enunciados apocalípticos extrabíblicos se deben medir en el Apocalipsis y en los demás escritos canónicos bíblicos. Las imágenes empleadas en los escritos apocalípticos intentan transmitir una visión general de la historia de la salvación, pero en parte es muy difícil interpretar concretamente elementos bíblicos aislados y referirlos a una situación histórica real. Por eso resulta conveniente a la hora de interpretar los escritos apocalípticos, ser muy circunspecto en cuanto a nuestro presente.
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Para nuestra espera en el tiempo final es importante tener la certeza de que Dios posee un plan para redención de la humanidad y que la historia mundial se desarrolla en dirección al retorno de Jesús. El apostolado prepara a la comunidad para ese día. En la doctrina nuevoapostólica, el centro de las últimas cosas no son las catástrofes cósmicas, sino la salvación y la redención ligadas al retorno de Cristo.
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