Los cristianos nuevoapostólicos y su fe en el más allá

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Los cristianos nuevoapostรณlicos y su fe en el mรกs allรก


Prólogo

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Introducción

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2. 2.1

1. 1.1

1.2

1.3

1.4

La fe en el más allá

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La parábola del hombre rico y Lázaro 8 Jesucristo – la primicia de la resurrección Exposiciones fundamentales sobre el ser en el hombre El hombre y la inmortalidad del alma

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La continuidad de la vida

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La vida de las almas en el más allá

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El más allá

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El más allá según la interpretación del Antiguo Testamento

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El más allá según la interpretación del Nuevo Testamento

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El estado de las almas en el más allá

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El estado de los muertos en Cristo

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El estado de las almas que no murieron en Cristo

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El estado de las almas en el mundo del más allá se puede cambiar

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2

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La gracia de Cristo para los vivos y los muertos

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2.2

Testimonios bíblicos

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2.3

La intercesión de los vivientes

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La participación de los difuntos redimidos

39

El servicio de los ángeles

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El ministerio de gracia sobre la tierra

40

La donación de los Sacramentos

42

2.4

2.5

2.6

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La muerte

La ayuda para los muertos

2.7


3. 3.1

3.2

4.

Los Servicios Divinos La Santa Cena para los difuntos Los Servicios Divinos para los difuntos

La fe en el más allá y su significado para la vida

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54

44

Anexo 45

Registro de textos bíblicos

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Registro de expresiones claves

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4.1

El morir

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4.2

El consuelo para el moribundo

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El consuelo para los deudos

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El consuelo en el momento de la despedida

50

Las honras fúnebres en la iglesia

53

4.3

5.

Perspectiva: Nuestra esperanza en el futuro

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Impresión: Editor: Iglesia Nueva Apostólica Internacional, Zurich/Suiza Elaboración: Grupo de proyecto «Cuestiones de fe» © Verlag Friedrich Bischoff GmbH, Francfort/Meno Layout e imprenta: Friedrich Bischoff Druckerei GmbH, Francfort/Meno Reservados todos los derechos incluidos los de traducción. N° de artículo: 7632 1a edición 2005 Impreso en Argentina - Mayo de 2006 New Press Grupo Impresor S.A. Buenos Aires Tirada: 2.000 ejemplares 4


Prólogo Amados hermanos y hermanas: El folleto «Rayos de luz hacia el reino de los muertos» de Hermann Niehaus y el libro «La vida después de la muerte» de Friedrich Linde, fueron por décadas las únicas recopilaciones de enunciados doctrinarios de nuestra Iglesia sobre el tema «La vida después de la muerte» con que contábamos como cristianos nuevoapostólicos. Hace ya mucho tiempo de la edición de ambas publicaciones, lo que hizo plantear la pregunta si sus enunciados aún responden al estado actual de nuestro reconocimiento. Sobre este tema que nos es tan importante, surgieron además otras preguntas que requerían ser respondidas. Éste es el motivo por el cual se elaboró este folleto, que refleja el estado actual de nuestro reconocimiento en relación a nuestra fe en el más allá. Que este folleto pueda constituir para todos los lectores una fuente de esperanza que brinde seguridad y certeza en su camino de fe, como asimismo consuelo en las horas de la despedida. En este sentido os deseo una lectura bendecida. Vuestro

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Introducción «El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá, y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente» (parte de Juan 11:25-26). Estas palabras que Jesús dirigió a Marta en camino a Betania después de haber fallecido el hermano de ella, Lázaro, son parte de lo esencial de la fe cristiana. Si como cristianos nuevoapostólicos nos adherimos a la «confesión» de Marta al responder a la pregunta que agregó el Señor: «¿Crees esto?» y con ello también decimos sí a las palabras del Señor arriba mencionadas, ponemos de manifiesto nuestra fe inamovible en Cristo y su resurrección. Tomamos la vida y la muerte con fe de manos de Dios. Por la fe en Cristo tenemos la esperanza viviente: «Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos» (Romanos 14:8).

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El presente trabajo hace referencia a los cristianos nuevoapostólicos y su fe en el más allá. Su contenido se fundamenta en enunciados de la Sagrada Escritura y las respectivas revelaciones del Espíritu Santo. Se han dejado de lado los informes sobre vivencias y la reproducción de sueños relacionados con los difuntos. A pesar de existir tales testimonios, pero debido a su escaso valor informativo, resulta difícil utilizarlos para la enseñanza general vigente. Mayormente se relacionan con una situación particular y tienen un carácter personal. El objetivo de este documento es hablar a favor de la fe tomando como base la fe. No pretende dar respuestas exhaustivas a todas las preguntas sobre el más allá o transmitir reconocimientos definitivos. Tampoco pretende abrir una discusión sobre literatura científica médica, de la naturaleza o religiosa, como tampoco respecto a la literatura de Iglesias cristianas u otras religiones.


Los enunciados de la Sagrada Escritura, combinados con revelaciones del Espíritu Santo, permiten obtener una imagen del más allá, la cual – aunque de manera incompleta y provisoria – sí nos permite ver coherencias y hechos importantes. Pero por sobre todo queremos ser conscientes de que conocemos en parte (compárese con 1 Corintios 13:9-10). El punto central lo constituyen los enunciados de fe sobre nuestro futuro personal después de la muerte. Estrechamente unida a ello, se encuentra nuestra esperanza en el futuro, la cual se fundamenta en las promesas de Jesucristo dadas a sus discípulos, que también relacionamos con nosotros, por ejemplo:

Juan 14:19: «Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis». Juan 17:24: «Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo».

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La fe en el más allá 1.1 La parábola del hombre rico y Lázaro Los enunciados sobre la resurrección y la vida eterna forman parte del mensaje central de la Sagrada Escritura. En ella también se atestigua sobre una vida después de la muerte. No obstante, los testimonios sobre la existencia concreta en el más allá no son muchos. Entre lo poco que podemos deducir de la Biblia, se cuenta la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro. En ella encontramos información importante, que posee una autoridad particular porque fue proporcionada por Jesús mismo. En consideración a su divinidad y procedencia del Padre, Él conoce todo lo relacionado con los mundos de aquende y allende. Al interpretar esta parábola, se mostrarán coherencias que se relacionan con la vida después de la muerte.

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Para entender la parábola se debe aclarar, que las palabras alegóricas de Jesús se refieren a los creyentes al final del Antiguo Testamento. Al mismo tiempo el Señor ya dejaba ver la tarea que Él mismo debía cumplir por voluntad de su Padre. Él había sido enviado para vencer a la muerte y preparar el camino a la resurrección. Con su muerte en sacrificio, el Hijo de Dios venció la «sima» mencionada en la parábola. De aquí en adelante la parábola será interpretada versículo por versículo. Lucas 16:19: «Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez». Jesús presentó un cuadro, que evidentemente no sólo era entendible para los fariseos a los cuales estaba dirigido, sino también lo es para nosotros en la actualidad.


El hombre rico no es mencionado por su nombre. Es descrito como un hombre que sólo piensa en su existencia opulenta. Su modo de vestir demuestra su posición destacada con respecto a los demás. Lucas 16:20: «Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas». Jesús menciona el nombre del mendigo: «Lázaro», que significa «Dios ayuda». Teniendo en cuenta las costumbres de aquel entonces, podemos partir del hecho de que Jesús, al mencionar su nombre, hace alusión a la estrecha relación que tiene el mendigo con Dios. En su vida terrena Lázaro sufría mucho. Lucas 16:21: «Y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas».

1.

Lucas 16:22: «Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado».

La fe en el más allá

Jesús cuenta que murieron ambos. Lázaro llega al «seno de Abraham». Este cuadro implica imaginar un lugar de protección. Jesús resalta la gracia especial de Dios que toca a Lázaro después de su muerte física bajo el servicio angelical. Pero Jesús no dice de qué manera llegó el rico al lugar destinado a él en el reino de los muertos. El Señor menciona expresamente que el rico fue sepultado, del mendigo no dice nada. Lucas 16:23: «Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno».

Lázaro es olvidado por los hombres. Ni siquiera se puede liberar de los molestos perros.

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El rico se encuentra en un lugar de tormentos. Es interesante saber que los muertos se reconocieron en el reino de los muertos. Así el rico ve al Padre de la fe, Abraham y en su seno reconoce a Lázaro. Ve a ambos lejos, alejados de él. Lucas 16:24: «Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama». El rico siente que su estado es un tormento. Ansía ayuda y se conforma con lo mínimo. Desea lo que en vida él no hizo a Lázaro. Lucas 16:25: «Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado».

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Con las palabras de Abraham, Jesús pone en claro que Dios juzga al hombre: lo que se hace en la vida terrena tiene consecuencias para la vida en el más allá. El rico recibió lo bueno durante su vida, pero había obviado su deber de hacer el bien con su fortuna (compárese con Levítico 19:18). Su culpa no residía en su fortuna, sino en el hecho de que había desestimado la ley del amor. Tendría que haber ayudado al mendigo. Lo que se podía elogiar en Lázaro no era su pobreza, sino que soportaba lo impuesto por Dios. Lucas 16:26: «Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá». Jesús resalta muy claramente que ambos ámbitos, el lugar de protección y el lugar de tormento, están separados de manera infranqueable. La alegoría de la sima expresa que el juicio de Dios con los hombres no se puede cambiar.


Lucas 16:27: «Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre». Cuando el rico reconoce que se debe inclinar ante la justicia divina, intercede por sus hermanos. Lucas 16:28: «Porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento». Piensa en un camino de ayuda. Lucas 16:29: «Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos». Aquí Jesús hace alusión a que es decisivo para los vivientes escuchar las revelaciones de Dios y obrar conforme a ellas, para poder evitar, de esa manera, llegar al lugar de tormentos en el reino de los muertos.

No se debe pasar por alto que al aludir a aquellos que Dios envió para proclamar su voluntad, el Hijo de Dios al mismo tiempo llama la atención de manera indirecta sobre sí mismo y su envío. Lucas 16:30: «Él entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán». El rico se anima a contradecir a Abraham. Con ello Jesús resalta lo reacio que era al arrepentimiento. Además, el deseo del rico es contrario a la voluntad de Dios: para no llegar al lugar de tormento, es necesario atenerse a la palabra de Dios. Exigir demostraciones sobrenaturales no da beneficios para la vida eterna. Lucas 16:31: «Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos». La respuesta de Abraham es al mismo tiempo la del Señor.

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1. La fe en el más allá


Al lugar de protección sólo llega aquel que oye y obra la palabra de Dios. Hasta aquí acerca del enunciado de la parábola. Con sus parábolas, el Señor explicaba coherencias difíciles de entender y las hacía accesibles a los hombres mediante alegorías sencillas. No se trataba de representar los hechos en toda su extensión, sino señalar los aspectos esenciales. ¿Qué se puede deducir ahora de los resultados de la interpretación de la parábola del hombre rico y Lázaro para las ideas sobre el más allá que tenían los creyentes al final del Antiguo Testamento? – Hay una vida después de la muerte en el reino de los muertos. – En el reino de los muertos hay un lugar de protección y un lugar de tormento, marcadamente separados entre sí.

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– La adjudicación a la respectiva esfera y la permanencia allí, depende de cómo procedió el hombre en su tiempo de vida frente a la voluntad de Dios: Quien vive conforme a los mandamientos de Dios y cumple con lo que Dios revela conforme al tiempo, podrá esperar lo bueno, protección. Quien no lo hace, vivirá en un estado de tormento. – Los difuntos son conscientes de su estado. Los que sufren tormentos esperan ayuda. – No existe ayuda para los difuntos, dado que entre ambos ámbitos hay una sima, es decir, un abismo infranqueable. La justicia de Dios es irrevocable. La parábola aún no contiene una alusión a la muerte en sacrificio de Cristo ni a la posibilidad de redención. Con relación a esto, es sumamente importante lo que dijo el Hijo de Dios poco antes.


Lucas 16:16: «La ley y los profetas eran hasta Juan; desde entonces el reino de Dios es anunciado, y todos se esfuerzan por entrar en él». Con Él, el Redentor, y su alegre mensaje sobre la vida eterna, lo viejo, lo que estaba vigente hasta Juan el Bautista, sufrió un grandioso cambio hacia lo nuevo. La «primicia de la resurrección» (compárese con 1 Corintios 15:23) venció con su mérito a la muerte y al diablo (compárese con 1 Corintios 15:55; Hebreos 2:14). Con su muerte en sacrificio se franqueó la «sima». De allí en adelante pueden recibir ayuda tanto los difuntos como los vivientes. Las condiciones para recibir esa ayuda son la gracia del Señor y la fe del hombre en Él.

1.

Resumiendo, podemos decir en relación con la parábola, que el Señor ya hacía alusión a su envío. Él es Señor sobre la muerte y el infierno. Esto también se desprende de

La fe en el más allá

Apocalipsis 1:17-18: «Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amen. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades».

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1.2 Jesucristo – la primicia de la resurrección La fe en el más allá y la esperanza en el futuro de los cristianos nuevoapostólicos están ligadas de manera inseparable a la fe en la resurrección de Cristo. El milagro de la resurrección de Cristo es una parte esencial del evangelio. El Apóstol Pablo se refiere al tema de la resurrección en todo el capítulo 15 de la 1ª epístola a los Corintios. 1 Corintios 15:3-5: «Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce». Pablo confiesa su fe en la resurrección de Cristo y que ésta en verdad ocurrió. Como testimonio nombra las «Escrituras» y a aquellos que lo vieron resucitado.

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En los versículos 12 a 22 de este capítulo resalta dos pensamientos: – Sin la resurrección de Cristo, la fe es vana (compárese con versículo 14). – La resurrección de Cristo es la causa de la resurrección de todos los hombres (compárese con versículos 21 y 22). En los versículos siguientes, el Apóstol Pablo describe el orden, en el cual ya ocurrió y aún seguirá ocurriendo la resurrección para vida eterna en el sentido de una correlación. 1 Corintios 15:23-26: «Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte».


Cristo resucitó primero. Lo que sucedió en Él como el primero, también les sucederá a aquellos que le pertenecen, cuando Él retorne.

La resurrección de los hombres es el resultado de su grandiosa victoria sobre Satanás y el poder de la muerte.

La última resurrección tendrá lugar en el juicio final.

La resurrección de aquellos que son de Cristo, está en estrecha relación con su venida.

Por lo tanto, el Apóstol Pablo habla aquí de un determinado orden en la resurrección, como una sucesión de hechos: – La resurrección de Jesucristo – La resurrección de aquellos que le pertenecen, cuando Él venga – La resurrección de todos los demás seres humanos en el juicio final. El Apóstol profundiza la interpretación de la resurrección comparándola con procesos de la naturaleza. También allí se manifiesta en forma múltiple la resurrección (compárese con versículos 36–39).

Aquí es importante reconocer que Jesucristo no sólo vendrá una vez, sino que vendrá para dos acontecimientos diferentes, una vez para buscar a la novia y otra vez con la comunidad nupcial consumada para establecer el reino de paz. El Apóstol Pablo describe de manera impresionante cómo será cuando el Señor venga a buscar a los suyos en 1 Corintios 15:51-52 y en 1 Tesalonicenses 4:15-17. Este proceso está fuera de la experiencia humana; es un misterio.

¿Qué conclusión resulta de lo manifestado por el Apóstol Pablo? Jesucristo –como primicia en la resurrección– es el motivo de la resurrección de todos los seres humanos.

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1 Corintios 15:51-52: «He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados». 1 Tesalonicenses 4: 15-17: «Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor».

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En la venida de Cristo para buscar a los suyos, tendrá lugar una resurrección de los muertos en Cristo y una transfiguración de los vivientes fieles. Ambos grupos vivirán el arrebatamiento. Con relación al segundo acontecimiento del retorno de Cristo, la venida para establecer el reino de paz, tendrá lugar la resurrección de las almas descritas en Apocalipsis 20:4-6: «Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años. Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Ésta es la primera resurrección.


Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años». Estas almas estuvieron de parte del Señor en el tiempo de gran tribulación, el cual según nuestro actual estado de reconocimiento comienza con la venida para buscar a la comunidad nupcial y llevarla a casa. Murieron por Él con fe como mártires. En el tiempo de tribulación se negaron a seguir al espíritu satánico, por lo cual tampoco llevan la marca de la bestia. De este grupo, los mártires, dice: «Y vivieron (volvieron a vivir) y reinaron con Cristo mil años». Por lo tanto, aquí se dice que estas almas también resucitarán. Junto a aquellos que fueron arrebatados en la venida de Cristo para llevar a casa a los suyos, se les deja entrever que reinarán al lado del Señor. Esta participación en el reinado se hace realidad en el reino de Cristo, durante el milenario reino de paz.

Por lo tanto, la bienaventuranza mencionada en Apocalipsis 20:6 vale para ambos grupos: la novia y los mártires resucitados. Ambos participan de la «Primera Resurrección». La «primera» resurrección se diferencia claramente de la resurrección de los muertos, la resurrección de los otros muertos en relación con el juicio final (segunda resurrección). Esto se desprende de: Apocalipsis 20:5,12-13: «Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Ésta es la primera resurrección. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras».

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1.3 A esto hace alusión también el Apóstol Pablo cuando en 1 Corintios 15:24 se refiere al «fin». La resurrección de Jesucristo fundamenta la esperanza de una vida bienaventurada más allá de la muerte. Esta esperanza remite al futuro reino de Dios, en el cual se posibilita una vida nueva, imperecedera. Ella hace desaparecer el miedo a la muerte y le da verdadero sentido a la vida. Resulta llamativo que el Apóstol Pablo concluye su perspectiva sobre el arrebatamiento, en relación con la venida del Señor para llevar a casa a su novia, con la indicación: 1 Tesalonicenses 4:18: «Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras».

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Exposiciones fundamentales sobre el ser en el hombre El hombre y la inmortalidad del alma El hombre fue creado por Dios a su imagen y es un milagro. Así como el Creador mismo es inescudriñable en su ser y siempre será un misterio para el espíritu humano, así también su criatura más distinguida, el hombre, es en definitiva para sí mismo un misterio. Tenemos que ser conscientes de esto, sean cuantos fueren los reconocimientos que se puedan adquirir sobre él. No se tiene la intención de efectuar con este documento un examen amplio y concluyente sobre el ser del hombre. Más bien se debe fijar la mirada en el destino del hombre, es decir, la comunión eterna con Dios.


En la Sagrada Escritura leemos sobre la creación del hombre: Génesis 2:7: «Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente». Génesis 1:27: «Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó». Salmos 8:4-6: «¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies».

De esto se desprende, que Dios concedió al hombre una dignidad especial y una posición sobresaliente entre todas las criaturas. La representación del hombre en la Sagrada Escritura parte del hecho de que el hombre, como el ser creado por Dios a su imagen, tiene alma. Los enunciados previos lo ponen de manifiesto: Dios no sólo confirió al hombre una existencia material (vida biológica), sino lo distinguió en un acto creador único, de todas las demás criaturas, confiriéndole el ser eterno. Este ser espiritual inmortal (el alma inmortal, el principio divino en el hombre) capacita al hombre para participar también del mundo espiritual, reconocer a Dios, como asimismo procurar permanecer vinculado a Dios. En la Sagrada Escritura, el hombre se entiende como unidad. La Biblia menciona partes diferentes: cuerpo, alma y espíritu.

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1. La fe en el más allá


Es difícil explicar puntualmente las partes mencionadas y limitarlas conceptualmente entre sí. Tampoco la Sagrada Escritura brinda para ellas explicaciones inequívocas. Cuerpo, alma y espíritu no deben ser entendidos como partes independientes, autónomas. Están ligadas en estrecha interacción entre sí. La parte material del hombre, el cuerpo, está sujeta a lo perecedero. El cuerpo fue tomado de la tierra y se transforma nuevamente en tierra. Génesis 3:19: «Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás». Con ello se ponen en claro la fragilidad y lo efímero de la materia en el hombre (compárese con Job 10:9). El alma es el principio divino en el hombre y permanece eternamente; es inmortal.

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En la Sagrada Escritura no se menciona expresamente la inmortalidad del alma. Pero sí se atestigua sobre la existencia eterna del alma (compárese con Mateo 25:46; Apocalipsis 20:11-15), a la que llamamos inmortalidad. Ésta guarda estrecha relación con la fe en la resurrección. – La resurrección sólo es posible si hay una existencia después de la muerte. – La identidad del hombre no desaparece con la muerte. El alma, como la expresión del «yo», permanece después de la muerte. Tiene un destino eterno. Cuando en lo sucesivo se hable del «alma», será en el sentido del alma inmortal.


La muerte El concepto «muerte» tiene varios significados en la Sagrada Escritura. Esta palabra describe en primer lugar el fin de la vida terrena del hombre. Se habla entonces de la muerte «física». Esto sucede cuando desaparecen las funciones vitales del organismo. «Morir» se llama el proceso que lleva a este estado. Salmos 103:15-16: «El hombre, como la hierba son sus días; florece como la flor del campo, que pasó el viento por ella, y pereció, y su lugar no la conocerá más». Llamamos muerte «espiritual» al estado del hombre que vive en sus pecados y por lo tanto, está separado de la «vida de Dios».

La consecuencia del pecado es la muerte, tanto la «física» como también la «espiritual». El pecado produce la separación del hombre de Dios. Romanos 5:12: «Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron». Romanos 6:23: «Porque la paga del pecado es la muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro». Efesios 2:5: «Aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)».

El pecado irrumpió en el mundo con la desobediencia de los primeros seres humanos. Tuvieron que experimentar que la inobservancia del mandamiento divino tuvo por consecuencia la muerte.

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Sobre la »segunda» muerte dice en la Sagrada Escritura en: Apocalipsis 20:6: «Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años». Apocalipsis 21:8: «Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre que es la muerte segunda». La »segunda» muerte implica estar separado eternamente de Dios, separación que se producirá después del juicio final. La Sagrada Escritura también habla de la muerte como un poder contrario a Dios, que pone en peligro la vida tanto material como espiritual y las quiere destruir. De vez en cuando este poder es presentado como una persona. Un ejemplo significativo está dado en:

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Apocalipsis 6:8: «Miré, y he aquí un caballo amarillo, y el que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades le seguía; y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad, y con las fieras de la tierra». Jesucristo venció a la muerte y con ello posibilitó a los hombres el acceso a la vida eterna. Juan 11:25: «Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá». 2 Timoteo 1:9-10: «Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio».


Ya en el tiempo del cristianismo del principio, el punto central del anuncio del evangelio era la fe en la resurrección del Señor. Esto se puede deducir, por ejemplo, de la prédica de Pentecostés del Apóstol Pedro (compárese con Hechos 2:24-32). Con su resurrección, Cristo demostró su poder sobre la muerte (compárese con 1 Corintios 15:54-55). Finalmente, la muerte será eliminada de forma definitiva. 1 Corintios 15:26: «Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte». El conocer acerca de la destrucción de la muerte, pero aún más la certeza de la vida eterna por la resurrección de Jesucristo, constituyen el fundamento de fe de todos los que creen en Cristo, toman fuerzas de su sacrificio y le siguen en fidelidad.

La continuidad de la vida La continuidad de la vida después de la muerte física está plenamente atestiguada en la Sagrada Escritura. Remitirse por ejemplo a lo acontecido a Saúl y la mujer de Endor (1 Samuel 28: 7-19). Además han de ser mencionados: Daniel 12:2: «Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua». Lucas 9:30-31: «Y he aquí dos varones que hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías; quienes aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén». 1 Pedro 3:19-20: «En el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua». 23

1. La fe en el más allá


Apocalipsis 6:9-11: «Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos». Apocalipsis 20:11-15: «Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; 24

y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Ésta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego». La fe en la continuidad de la vida después de la muerte física, confluye en el importante mensaje del evangelio: la resurrección para vida eterna. Juan 8:51: «De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte». Juan 11:25: «Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá». 1 Pedro 4:6: «Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios».


De los enunciados de la Sagrada Escritura se desprende que es de vital importancia la posición que se tiene respecto al Señor, quien dijo de sí: «Yo soy la resurrección y la vida».

1.

1.4 La vida de las almas en el más allá

Para aquellos que son del Señor, las palabras del Apóstol Pablo constituyen una certeza que trae abundante consuelo: 2 Corintios 5:1-2: «Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial».

En lo anteriormente expuesto se ilustraron algunos contenidos de fe fundamentales con relación a la continuidad de la vida después de la muerte física: – La fe en una vida después de la muerte. – La fe en la resurrección de Cristo y su efecto para la resurrección del hombre. Con la muerte física, el hombre accede al más allá en el mismo estado interior con que deja este mundo. La muerte no produce en él un cambio repentino, ni hacia lo bueno ni hacia lo malo. Al morir, los sentimientos del hombre como imposibilidad de reconciliación, envidia y odio o también amor a Dios y al prójimo, lo acompañan al mundo del más allá. Las obras buenas y malas están escritas ante Dios. También lo que Dios hizo mediante la palabra y los Sacramentos en el ser interior, repercute más allá de la muerte.

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La fe en el más allá


Así como en la vida terrena los hombres están en diferente medida más cerca o más lejos del omnipotente Dios, también después de la muerte se develan en el más allá los estados de su alma como expresión de diferentes niveles de cercanía o lejanía de Dios. Con la muerte física, los hombres no enfrentan un juicio divino definitivo.

El más allá En la Biblia no se utiliza el término «más allá»; éste comprende todos los ámbitos, sucesos y estados fuera del mundo material. En sentido más limitado, se alude con él al reino de los muertos. Pero el más allá también abarca el reino en el cual gobierna el trino Dios y habitan los ángeles. Y, en definitiva, también forma parte del mismo, el reino de Satanás y su séquito. A continuación se utilizará el término «más allá» en sentido más limitado, haciendo referencia al reino de los muertos.

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El más allá según la interpretación del Antiguo Testamento En el tiempo del Antiguo Testamento, el pueblo de Israel creía que el alma seguía viviendo después de la muerte física, y precisamente en un determinado reino o lugar de los muertos (hebreo: «Seol« griego: «Hades»; Martín Lutero tradujo: «infierno« a veces también «abismo»). El más allá no estaba unificadamente definido. Los escritos del Antiguo Testamento atestiguan en primer lugar, que se pensaba que el reino de los muertos era un lugar tenebroso, un lugar oscuro en las profundidades. Job 3:11,13-16 y 19: «¿Por qué no morí yo en la matriz, o expiré al salir del vientre?… Pues ahora estaría yo muerto, y reposaría; dormiría, y entonces tendría descanso, con los reyes y con los consejeros de la tierra, que reedifican para sí ruinas; o con los príncipes que poseían el oro, que llenaban de plata sus casas.


¿Por qué no fui escondido como abortivo, como los pequeñitos que nunca vieron la luz?… Allí están el chico y el grande, y el siervo libre de su señor». Job 10:21-22: «Antes que vaya para no volver, a la tierra de tinieblas y de sombra de muerte; tierra de oscuridad, lóbrega, como sombra de muerte y sin orden, y cuya luz es como densas tinieblas». Hermann Menge tradujo Job 10:21-22 como sigue: «… antes que vaya sin retorno a la tierra de tinieblas y de sombra de muerte, a la tierra tan oscura como la noche profunda, a la tierra de la sombra de muerte y de inmundicia, donde el despuntar (del día) es tan luminoso como la oscuridad». Isaías 14:15: «Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo».

Mucha gente del pueblo del antiguo pacto imaginaba en ese entonces, que las almas existían, privadas de toda alegría en un lugar de silencio donde no se tenía memoria de nada, donde hasta los creyentes ya no alababan ni agradecían a Dios, como tampoco se acordaban de Él. Salmos 6:5: «Porque en la muerte no hay memoria de ti; en el Seol, ¿quién te alabará?» Salmos 88:10-12: «¿Manifestarás tus maravillas a los muertos? ¿Se levantarán los muertos para alabarte? ¿Será contada en el sepulcro tu misericordia, o tu verdad en el Abadón? ¿Serán reconocidas en las tinieblas tus maravillas, y tu justicia en la tierra del olvido?» Salmos 115:17: «No alabarán los muertos a JAH , ni cuantos descienden al silencio.»

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1. La fe en el más allá


Los Salmos que tanto conmueven, permiten imaginar lo terrible y difícil que es la muerte sin la fe en la resurrección.

Salmos 49:15: «Pero Dios redimirá mi vida del poder del Seol, porque él me tomará consigo».

Estas ideas del reino de los muertos constituían una gran carga para los devotos del Antiguo Testamento. Por eso el autor de la epístola a los Hebreos escribió acertadamente de ellos, que por temor a la muerte tenían que estar durante toda la vida sujetos a servidumbre, es decir, privados de libertad y alegría (compárese con Hebreos 2:15).

Isaías 26:19: «Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán. ¡Despertad y cantad, moradores del polvo! porque tu rocío es cual rocío de hortalizas, y la tierra dará sus muertos».

No obstante lo sombrío de las ideas del Antiguo Testamento sobre el reino de los muertos, se trasluce, por ejemplo en el libro de Job y en algunos pasajes de los Salmos y los profetas, la esperanza de redención para poder ser rescatados de ese oscuro reino. Job 19:25-26: «Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios».

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Daniel 12:2: «Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua». Esta esperanza quedó latente en el pueblo del antiguo pacto, incluso en los tiempos de persecución. Un ejemplo de ello es un hecho ocurrido bajo el dominio de Antíoco Epífanes (176-164 a.C.): Una madre con sus siete hijos debían renunciar a su fe y comer carne de cerdo. Cuando se rehusaron a hacerlo, fueron salvajemente martirizados. Soportaron todo con valor y no actuaron contra el mandamiento de Dios.


Ya al borde de la muerte hicieron una confesión que demostró su firme fe en una resurrección. 2 Macabeos 7:9, 14,23 y 36: «Entonces lo tomaron y lo torturaron igual que al primero. Estando agonizando dijo: Tú, infame, nos quitas la vida temporal, pero el Señor de todo el mundo nos resucitará a una vida eterna a los que morimos por causa de su ley… Cerca ya del fin dijo: Es un gran consuelo que tenemos la esperanza de que cuando los hombres nos matan, Dios nos resucitará de nuevo, pero tú no serás resucitado a la vida… Por lo tanto, el Creador del mundo y de todos los hombres os devolverá el aliento y la vida misericordiosamente, tal como ahora los arriesgáis y los entregáis por causa de su ley…

Mis hermanos, que se dejaron martirizar un breve tiempo, esperan ahora la vida eterna según la promesa de Dios. Mas tú serás castigado con el juicio de Dios, como lo has merecido con tu soberbia». Con una fe inamovible en la resurrección, los siete hermanos y finalmente la madre, fueron a la muerte. De esto se desprende que esta fe estaba profundamente arraigada en los creyentes en esos tiempos difíciles. Hacia fines del tiempo del Antiguo Testamento surgió, como también lo confirman fuentes judías no bíblicas, el reconocimiento de que en el más allá, además del lugar tenebroso, también había un lugar de reposo.

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1. La fe en el más allá


El más allá según la interpretación del Nuevo Testamento Con la parábola del hombre rico y Lázaro, Jesús dio a entender el estado de reconocimiento de los judíos de su tiempo; al mismo tiempo corroboraba el aspecto positivo de la esperanza por redención, como lo deja entrever el Antiguo Testamento. Esta esperanza por redención, llegó a justificarse con el sacrificio de Cristo. El Señor franqueó la «sima» mencionada en la parábola del hombre rico y Lázaro. De allí en más adelante, todas las almas podían acercarse más a Dios. Estos pensamientos se vuelven a encontrar en los conceptos «paraíso» y «tercer cielo». Lucas 23:43: «Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso». 2 Corintios 12:4: «Que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar».

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2 Corintios 12:2: «Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo». Con ello no desapareció la oscuridad del reino de los muertos. Esta forma de existencia llena de tormentos la describe el Señor también como «infierno de fuego» (en hebreo: «Gehenna»). Marcos 9:43: «Si tu mano te fuere ocasión de caer, córtala; mejor te es entrar en la vida manco, que teniendo dos manos ir al infierno, al fuego que no puede ser apagado». Mateo 23:15: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros».


Si evaluamos los enunciados del Antiguo y Nuevo Testamento para resumirlos, se puede establecer lo siguiente: Son múltiples los estados de las almas en el más allá como expresión de cercanía o lejanía de Dios. Por lo cual, en ambas partes del reino de los muertos también hay diferentes ámbitos. Una alusión a ello la encontramos en Juan 14:2. Cuál será el lugar respectivo de cada uno de los difuntos, esto lo sabe únicamente el Señor.

1.

El estado de los muertos en Cristo Los muertos en Cristo son almas renacidas por agua y Espíritu que se esforzaron formalmente para vivir conforme a la fe. La comunión con el Señor, que han alcanzado los que murieron en la fe durante el período de su vida y que cuidaron mediante la Santa Cena, no se quiebra por la muerte. Conjuntamente con los creyentes de la tierra conforman la comunidad del Señor. Los muertos en Cristo se encuentran en un estado:

El estado de las almas en el más allá Nosotros estamos convencidos por fe, que el estado de las almas de los difuntos puede ser cambiado para bien. Esto presupone la gracia proveniente del sacrificio de Jesús y la firme voluntad de aceptar esta gracia. El aceptar la gracia con fe, conduce a un ámbito de mayor cercanía con Dios.

– que pone de manifiesto ante Dios la justificación lograda por la gracia y la fe, – que permite reconocer características del ser de Jesucristo, – que ostenta en sus almas los efectos del trabajo de consumación realizado por el Espíritu Santo.

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La fe en el más allá


Para estas almas, la preparación para el retorno de Cristo fue el sentido de su vida. En el más allá también ansían que llegue ese instante. Por ello se encuentran en un estado de espera bienaventurada. Partimos del hecho de que para estas almas ya no puede haber un «empeoramiento» de su estado (compárese con Sabiduría 3: 1-3; 4:11). Como integrantes de la comunidad del Señor, los muertos en Cristo tienen acceso a la palabra de Dios en el activar de los Apóstoles y de los portadores de ministerio por ellos designados. La palabra impulsada por el Espíritu y la Santa Cena también son para ellos el alimento de su alma, tan necesario para seguir desarrollando la vida divina. De esta manera crecen en el ser de Cristo bajo su gracia hasta el día de su venida. Para los muertos en Cristo también vale, que por lo general no puedan ser vistos en su estado, por los que viven en la tierra.

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Entre los que viven en Cristo y los que murieron en Cristo, existe una estrecha relación espiritual. Conforman, como ya fue mencionado, una comunidad del Señor que espera su venida. Pero también van al más allá los renacidos que no vivieron su fe. Nadie puede decir cómo evalúa Dios el estado de su alma. Seguramente tendrán que reconocer las deficiencias en su estado del alma. Si quieren liberarse de estas deficiencias, necesitan de la gracia del Señor.

El estado de las almas que no murieron en Cristo Como ya fuera mencionado, un alma llega al más allá – expresado de manera simple – de la misma manera en que fue conformada e influenciada en la tierra. Aquí es válido el principio: nada de lo que colmó el espíritu y el alma, muere. Cada poder espiritual quiere dominar y conformar al hombre que le sirve. Por lo tanto, depende de la voluntad del hombre a qué espíritu le permite que lo influencie.


El estado del alma en el más allá de los que no están en Cristo, es el resultado de las obras, los actos y pensamientos durante toda la vida en la tierra, ya que no recibieron el perdón de sus pecados. El Apóstol Pablo lo aclaraba a los Efesios, como leemos en los capítulos 4 y 5, donde les dice «vestíos del nuevo hombre» y «andad como hijos de luz», si querían evitar las consecuencias del pecado y con ello, de las tinieblas. También decía «no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas», porque todo aquel que lo hace, participa de la esencia de la oscuridad.

El estado de las almas en el mundo del más allá se puede cambiar

1.

Después de su muerte en sacrificio, el Hijo de Dios mismo fue al reino de los muertos y «predicó a los espíritus encarcelados». 1 Pedro 3:19-20: «En el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua». Por la prédica de Jesús en el reino de los muertos, el anuncio de su evangelio en el más allá, también a los difuntos les fue ofrecida la salvación en Cristo. Este ofrecimiento les abrió el camino para cambiar el estado de su alma. Una vez más se hace evidente que la ayuda reside únicamente en la gracia de Cristo.

En la parábola del hombre rico y Lázaro, Jesús ponía en claro que dos partes del reino de los muertos, el lugar de tormento y el lugar de protección, estaban separados entre sí por una sima (compárese con Lucas 16:26). Pero después de realizar el Hijo de Dios el sacrificio en la cruz, franqueó esta sima dando lugar al camino hacia la redención.

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La fe en el más allá


La ayuda para los muertos 2.1 La gracia de Cristo para los vivos y los muertos El estado de un alma no redimida del más allá –como ya fuera mencionado– puede ser cambiado para bien. La ayuda para ello reside únicamente en la gracia proveniente del sacrificio de Cristo y el mérito implícito en él. La gracia del Señor es para todos los hombres. El Apóstol Pablo lo atestigua en: 1 Timoteo 2:4-6: «El cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo». y en: 1 Timoteo 4:10: «Que por esto mismo trabajamos y sufrimos oprobios, porque esperamos en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen». 34

En relación con esto son muy importantes las palabras pronunciadas por Jesús: Juan 3:16: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna». Si el Señor dice aquí «al mundo», entonces es indudable que con ello se refiere a todos los hombres de la tierra y del más allá. Por lo tanto, el ofrecimiento de gracia proveniente del sacrificio de Cristo no sólo puede estar limitado a los vivientes. El Apóstol Pedro atestigua este reconocimiento en su primera epístola (compárese con 1 Pedro 3:19-20). Con el anuncio del evangelio en el reino de los muertos, Jesucristo hizo realidad la voluntad declarada de su Padre, de ayudar a todos los hombres –y aquí precisamente también a los muertos–.


1 Pedro 4:6: «Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios». Pero no todos los hombres aceptan el ofrecimiento de gracia de Dios. Al igual que en la tierra, también en el más allá la aceptación de la gracia depende de la libre voluntad de las almas.

2.2 Testimonios bíblicos En la Sagrada Escritura hay muy pocas indicaciones sobre la clase de ayuda que se brinda a los difuntos, pero tienen tanto valor informativo como para que a partir de ellas se puedan justificar las respectivas conclusiones para la doctrina. En relación con esto se debe poner de relieve que la doctrina de una Iglesia o bien costumbres y actos, que por lo general eran vistos como válidos y reconocidos, muchas veces no eran mencionados de manera especial en las Escrituras de la Iglesia del principio y tampoco era era necesario mencionarlos.

Por lo general, sólo se mencionaban en las Escrituras cuando se los infringía o se hacía mal uso de ellos por parte de los que doctrinaban erróneamente o bien por desconocimiento. Por ejemplo, sabríamos relativamente poco sobre la celebración de la Santa Cena en la primera Iglesia apostólica, si en Corinto no se hubiesen cometido abusos (compárese con 1 Corintios 11:17-34). El testimonio que sigue brinda un ejemplo de que ya en el tiempo del antiguo pacto se creía en la ayuda para los difuntos. 2 Macabeos 12:39-46: «Al día siguiente fueron en busca de Judas para recoger los cadáveres de los que habían caído y depositarlos con sus parientes en los sepulcros de sus padres. Entonces encontraron bajo las túnicas de cada uno de los muertos objetos consagrados a los ídolos de Yamnia, que la ley prohíbe a los judíos. Fue entonces evidente para todos por qué motivo habían sucumbido aquellos hombres.

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2. La ayuda para los muertos


Agradecieron entonces a Dios, el juez justo, que había puesto de tal manera de manifiesto las cosas ocultas y pasaron a la súplica, implorándole que, por causa de ese pecado, no los exterminara a todos. El valeroso Judas exhortó a las tropas que en el futuro se mantuviesen libres de pecados, teniendo a la vista que aquéllos habían sido muertos por causa de sus pecados. Después de haber reunido entre sus hombres cerca de dos mil dracmas, las mandó a Jerusalén para ofrecer un sacrificio por el pecado, obrando muy hermosa y noblemente, pensando en la resurrección. Pues de no esperar que los soldados caídos resucitarían, habría sido superfluo y necio rogar por los muertos; mas si consideraba que gozo y bienaventuranza están reservados a los que mueren en la fe verdadera, era un pensamiento santo y piadoso. Por eso oró también por los muertos, para que les fuesen perdonados los pecados». En primer plano estaba la oración. El dinero reunido estaba destinado a un sacrificio expiatorio que se debía realizar en el templo de Jerusalén. 36

Según la ley del antiguo pacto, un sacrificio expiatorio se debía realizar con sangre. Por lo tanto, con ese dinero se compraron animales para el sacrificio. La consumación del sacrificio expiatorio cubría los pecados. El modo de proceder de Judas Macabeo deja al descubierto la fe de que por oración y sacrificio se puede hacer un bien a los muertos, colaborando para hacer más llevadero su destino en el mundo del más allá. Sin esta convicción de fe, el proceder de Judas Macabeo no se entendería. El Apóstol Pedro dice en el Nuevo Testamento –como ya fuera mencionado varias veces (compárese con 1 Pedro 3:19-20; 4:6)–, que después de su muerte en la cruz, Jesucristo predicó el evangelio a los muertos. El anuncio del evangelio siempre se hace con la intención de acercar a los hombres la salvación en Cristo. Al aceptar con fe la palabra y la gracia, se obtiene la ayuda de Dios para acceder a la redención.


También en el tiempo de los primeros Apóstoles se intercedía por los difuntos. 2 Timoteo 1:16-18: «Tenga el Señor misericordia de la casa de Onesíforo, porque muchas veces me confortó, y no se avergonzó de mis cadenas, sino que cuando estuvo en Roma, me buscó solícitamente y me halló. Concédale el Señor que halle misericordia cerca del Señor en aquel día. Y cuánto nos ayudó en Éfeso, tú lo sabes mejor». El Apóstol Pablo pide misericordia para la casa, es decir, la familia y los parientes de Onesíforo. Llama la atención que el Apóstol no menciona a Onesíforo conjuntamente con su casa, sino que se refiere a él de manera separada. De esto podemos deducir que Onesíforo ya no se contaba entre los vivientes. El Apóstol intercede por él, un difunto, para que el Señor tenga misericordia de él.

Al respecto escribió el Apóstol Pablo en 1 Corintios 15:29. Con estas palabras y su respectivo contexto, defiende la fe en la continuidad de la vida después de la muerte, muestra el camino para la salvación en Cristo y remite a la esperanza de resurrección que se fundamenta en ello: 1 Corintios 15:29: «De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? ¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos?» Aquí el Apóstol Pablo hace alusión a la costumbre de dejarse bautizar en lugar de los difuntos que durante su vida no se habían bautizado. Este bautismo redundaba en beneficio de los difuntos en el más allá.

Pero no solamente el anuncio de la palabra y la oración debían favorecer a los difuntos, sino también la donación del bautismo.

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2. La ayuda para los muertos


2.3 La intercesión de los vivientes Los testimonios bíblicos mencionados justifican la suposición de que en el tiempo del antiguo pacto y en el tiempo de los primeros cristianos se intercedía por los difuntos. También nosotros como cristianos nuevoapostólicos incluimos a los difuntos en nuestras oraciones. Buscamos la estrecha comunión con aquellos que nos antecedieron en la fe e intercedemos por los que fueron al más allá sin haber sido redimidos. Con ello seguimos el ejemplo de Jesucristo, el intercesor que está junto al Padre. El fundamento para toda reconciliación con Dios es el sacrificio del Señor. Para que nuestra intercesión sea eficaz, tiene que estar sustentada por el amor a Dios y por la fe en el mérito de Cristo. Aquí actuamos a partir de la convicción de que la oración del justo puede mucho (compárese con Santiago 5:16). El poder de la intercesión está atestiguado de manera contundente en el testimonio sobre la liberación del Apóstol Pedro de la cárcel (compárese con Hechos 12:3–11).

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Forma parte de nuestra convicción de fe, saber que las oraciones de los hijos de Dios liberan fuerzas celestiales que también son efectivas en el reino de los muertos. No sabemos en detalle cómo sucede esto. Pero nuestra fe nos da la certeza de que la omnipotencia de Dios encuentra medios y caminos milagrosos para que el evangelio de gracia y redención de Cristo también llegue a las almas del reino de los muertos. Nuestras intercesiones por las almas del más allá las dirigimos a nuestro Padre celestial. Le rogamos por gracia para aquellos por los cuales intercedemos. Las oraciones para los difuntos tienen los siguientes puntos importantes: El eterno Dios en su amor quiera: – despertar en ellos el deseo por el ofrecimiento de gracia de Cristo, – prepararles el camino hacia la gracia, proveniente del sacrificio del Hijo de Dios, – utilizar los medios por Él preparados para su redención.


El tener conocimiento de la posibilidad de ayuda para los muertos y el tener una idea de los «dolores del alma» en su estado de no redención, nos impulsan a una misericordia particular. Por lo tanto, nuestras oraciones están sustentadas por profunda compasión, comprensión y amor. Toda otra ayuda para los no redimidos reside únicamente, como ya fuera mencionado, en manos del Señor. Su gracia y misericordia son las fuentes para su redención. Dios, en su majestuosidad y en su voluntad inescrutable, es y será la autoridad de la cual proviene toda ayuda para las almas inmortales.

2.4 La participación de los difuntos redimidos Como cristianos nuevoapostólicos, tenemos la convicción de fe, que las almas redimidas están activas en los ámbitos del más allá. Se dejarán encontrar en intercesión y darán testimonio de su fe. ¿Qué justifica nuestra fe en ello? – En primer lugar tenemos la certeza de que los que murieron con fe conforman una comunidad en Cristo y que, por lo tanto, activan conjuntamente en el sentir del Señor.

– En el Monte de la Transfiguración se presentaron Moisés y Elías, los representantes del mundo del más allá y testigos de las revelaciones de Dios. El Señor habló con ellos «de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén» (compárese con Lucas 9:31). Los tres discípulos Pedro, Jacobo y Juan, que el Señor había llevado al monte, reconocieron a los varones del antiguo pacto por sus características. El Padre dirigió sus palabras a los vivos y a los muertos: parte de Lucas 9:35: «Éste es mi Hijo amado; a él oíd». De manera similar como Moisés y Elías, también las almas redimidas darán testimonio del Señor Jesucristo en el mundo del más allá; el Espíritu Santo las utiliza como herramientas. Ante todo fue el Señor mismo, quien predicó a las almas en el más allá después de su muerte en la cruz. De estos testimonios bíblicos deducimos que reside en la voluntad del Señor que el alegre mensaje de la redención de los hombres sea anunciado tanto a las almas de este mundo, como también a las del más allá.

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2. La ayuda para los muertos


2.5 El servicio de los ángeles Respecto al servicio de los ángeles, habrá que recordar una vez más que en la parábola del Señor, Lázaro fue llevado por ángeles al lugar de protección (compárese con Lucas 16:22). Según Hebreos 1:14, los ángeles son seres espirituales creados por Dios para servirle a Él y a los hombres. Participan en lo que hacen los hombres, a veces transmiten revelaciones divinas y ejecutan lo que Dios dispone. Son enviados para ayudar a aquellos a los cuales Dios quiere brindar gracia y salvación. Acompañan sirviendo a Cristo en su activar de gracia y ayudan al cumplimiento de las intercesiones de los creyentes según la voluntad del Padre celestial.

2.6 El ministerio de gracia sobre la tierra Si observamos las siguientes preguntas: ¿Cómo pueden recibir ayuda los difuntos? ¿Cómo pueden acceder a la gracia y la redención?, la respuesta sólo puede ser: únicamente por el plenamente válido sacrificio y mérito de Cristo.

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Al igual que para todos los vivientes, también para los muertos la ayuda reside en disposiciones y medios de gracia que se hicieron efectivos por el sacrificio de Cristo. En la sangre de Cristo reside el rescate por los pecados de todos los hombres a partir de Adán. El autor de la epístola a los Hebreos reconoce a Jesucristo como el sumo sacerdote del nuevo pacto y hace un llamamiento para allegarse al trono de gracia: Hebreos 4:14-16: «Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro». Del mismo modo también hoy están activos los Apóstoles de Jesús.


Como embajadores en nombre de Cristo portan el ministerio que predica la reconciliación: 2 Corintios 5:18-20: «Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios». De estas palabras del Apóstol se puede deducir: – Dios reconcilió a los hombres consigo mismo a través de Jesucristo. – Dios dio el ministerio que predica la reconciliación, y estableció la palabra de la reconciliación entre nosotros.

Lo expresado autoriza a ver en el ministerio de Apóstol que activa en la tierra, el servicio establecido para la reconciliación no solamente de los vivientes, sino tambien de los difuntos. A este ministerio también lo llamamos «ministerio de gracia», lo cual está respaldado por Efesios 3:2: «Si es que habéis oído de la administración de la gracia de Dios que me fue dada para con vosotros». El Señor colocó en el ministerio de Apóstol el poder para perdonar los pecados, que también es efectivo en el mundo del más allá. Juan 20:23: «A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos». A través de los Apóstoles, que no solamente activaron en el tiempo del cristianismo primitivo, sino también lo hacen en nuestro tiempo, Cristo proporciona a los vivos y a los muertos el acceso a la gracia de Dios.

– Pablo se reconoce a sí mismo como embajador en nombre de Cristo. Ve en su ministerio el compromiso de advertir y anunciar, el deseo de Dios de que haya reconciliación. 41

2. La ayuda para los muertos


2.7 La donación de los Sacramentos En la sección «testimonios bíblicos» fue mencionada la costumbre de los cristianos primitivos de los primeros tiempos de realizar el bautismo para los difuntos tomando como sus representantes, a los vivientes. El respectivo pasaje de la Sagrada Escritura era: 1 Corintios 15:29: «De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? ¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos?» Basándose en este enunciado bíblico y a partir del pensamiento central de que la reconciliación es posible por las obras de gracia de Cristo, se puede deducir la autorización para que sean donados a los difuntos no solamente el Santo Bautismo con Agua, sino consecuentemente también los Sacramentos del Santo Sellamiento y de la Santa Cena. Pero aquí no se trata únicamente de la justificación de una práctica que se realiza en la Iglesia, sino también de una necesidad de gracia que incumbe a los difuntos.

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Según 1 Tesalonicenses 4:15-17, los muertos en Cristo y los vivientes fieles cuando venga el Señor, conformarán en el arrebatamiento una sola comunidad. De esto se deduce que ambos grupos, como la comunidad nupcial consumada, recibieron el mismo llamamiento y la misma preparación para la venida de Cristo. Así como está establecido que los vivientes tienen que recibir los Sacramentos, esta disposición divina también es válida para los difuntos. Tito 3:4-7: «Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna».


Juan 6:53-54 y 57: «Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero… Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí».

Como los Apóstoles de Jesucristo deben activar como administradores de los misterios de Dios conforme a 1 Corintios 4:1, tienen la misión de donar los Sacramentos también para los difuntos.

2. La ayuda para los muertos

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Los Servicios Divinos Los mencionados enunciados de fe sobre la vida de las almas en el más allá y sobre la ayuda para los difuntos, se destacan como características en la realización de los Servicios Divinos en la Iglesia Nueva Apostólica. Aquí no es el lugar para detallar su desarrollo histórico.

3.1 La Santa Cena para los difuntos El punto central de la fe nuevoapostólica en la práctica, es el Servicio Divino. Por la palabra impulsada por el Espíritu Santo y la Santa Cena, recibimos el alimento para el alma que nos mantiene en comunión con el Señor. Esto no sólo vale para nosotros, sino, prioritariamente, también para los muertos en Cristo, quienes conjuntamente con nosotros conforman la comunidad nupcial. La invitación para acceder a la palabra y la gracia, también está dirigida a aquellas almas del más allá que no se cuentan entre la comunidad nupcial, pero a las cuales el amor atrayente de Dios posibilita recibir la

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salvación proveniente de la Santa Cena que ellas tanto ansían. Tomar la Santa Cena también promueve el desarrollo de las almas del más allá; permite a los bautizados con Espíritu alcanzar la dignidad para ser tomados por el Señor en su retorno y participar de las bodas del Cordero (compárese con Efesios 4:11-13). A esto hace alusión el Apóstol Pablo en 2 Tesalonicenses 1: 11-12: «Por lo cual asimismo oramos siempre por vosotros, para que nuestro Dios os tenga por dignos de su llamamiento, y cumpla todo propósito de bondad y toda obra de fe con su poder, para que el nombre de nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en vosotros, y vosotros en él, por la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo». En días domingo, o bien, en festividades de la Iglesia, el Apóstol Mayor, los Apóstoles de Distrito o en algunos casos el Apóstol que recibió el encargo, donan la Santa Cena para los difuntos.


A tal efecto el Apóstol determina a dos portadores de ministerio para recibir el cuerpo y la sangre del Señor en representación de los difuntos. El perdón de los pecados anunciado durante el Servicio Divino, es válido de igual manera para los vivientes y los difuntos, por lo cual no se repite en particular para los difuntos.

3.2 Los Servicios Divinos para los difuntos Los Servicios Divinos en ayuda para los difuntos constituyen puntos culminantes en la vida de la comunidad nuevoapostólica. Éstos se realizan tres veces por año. El Apóstol Mayor, el Apóstol de Distrito o el Apóstol que recibió el encargo para ello, dona en esos días los Sacramentos a los que conforme a su fe ansían salvación: a algunos el Santo Bautismo con Agua, a algunos el Santo Sellamiento y a todos la Santa Cena. Los actos se consuman en dos portadores de ministerio en representación de los difuntos.

En las demás comunidades, los Servicios Divinos para los difuntos son realizados por portadores de ministerios sacerdotales. Después de tomar la comunidad la Santa Cena, se pronuncia una oración especial por los difuntos. Esta oración incluye el agradecimiento por la gracia de Cristo y la petición por la ayuda divina para las almas a las cuales está dirigido de manera particular este Servicio Divino. Las intercesiones de los creyentes por los difuntos llegan en este Servicio Divino especial a su punto culminante. Sus oraciones se hallan sustentadas por el esfuerzo para ser misericordiosos y conciliadores, compasivos y comprensivos, incluyendo a todas las almas de manera ilimitada. El domingo previo al Servicio Divino en ayuda para los difuntos, la comunidad es preparada para esa celebración festiva e invitada al recogimiento interior. Como cristianos nuevoapostólicos no sólo recordamos a los difuntos en los Servicios Divinos especiales. En nuestras oraciones cotidianas nos vinculamos gustosos con aquellos que nos antecedieron en la fe y también intercedemos por las almas no redimidas.

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3. Los Servicios Divinos


La fe en el más allá y su significado para la vida 4.1 Nuestra fe en el más allá y nuestra esperanza en el futuro se deben, por un lado, a la interpretación de las formulaciones de la Sagrada Escritura. Por otro lado, bajo los efectos del Espíritu Santo en el sentido de una revelación progresiva, son más que sólo contenidos doctrinarios. Ambos son componentes de una fe viviente.

El morir Todos los hombres saben que tarde o temprano tendrán que morir. Sin embargo, se preparan para ello de diferente manera. Más de uno siente que la muerte es una fatalidad y le teme. Otros no quieren pensar en ella y cierran los ojos ante la realidad. El salmista dijo:

Como cristianos nuevoapostólicos somos conscientes de nuestra infancia divina. Vivimos lo grandioso de nuestra fe en la feliz certeza, de estar en la más estrecha vinculación espiritual también con aquellos que vivieron antes que nosotros y que pertenecen al Señor. La fe en la vida eterna da a la vida terrena su verdadero y profundo sentido, impulsando además fuerzas espirituales para poder superar situaciones difíciles, particularmente en tiempos de sufrimiento y de duelo.

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Salmos 90:12: „Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría». Este ruego lleva a autoevaluarse en forma correcta y beneficiosa, permitiendo al creyente aprovechar el tiempo de gracia dispuesto por Dios. Vivir conforme a la fe, es la mejor preparación para el momento de morir. Justamente en el momento de la despedida, el moribundo puede obtener fuerzas especiales de su fe en una vida eterna en Cristo.


El Espíritu Santo con el cual fuimos sellados, nos transmite la convicción de la resurrección. Así se manifiesta como el verdadero Consolador.

El Apóstol Pablo hace ver que para aquellos que viven en Cristo, la muerte es «una ganancia»: Filipenses 1:21: «Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia». El Apóstol Pablo también pone en claro que a través de la gracia de Cristo uno es salvado de la muerte, lo cual hoy nos transmite consuelo.

4.2 El consuelo para el moribundo

2 Corintios 5:1-5: «Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos. Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu».

La muerte constituye un punto angular en la vida humana. Produce dolor y miedo, por lo cual el apoyo y el consuelo tienen un significado especial. Así como los hombres son diferentes en la vida, de igual modo cada uno enfrentará el momento de la muerte a su manera. Constituye una situación única y además abarca fases totalmente distintas. Esto se debe tener en cuenta en el acompañamiento de un moribundo. El momento de morir y la muerte producen miedo a la mayoría de las personas, debido a que ningún difunto ha podido comunicar sus experiencias sobre la muerte, por lo cual existe incertidumbre sobre lo que está por delante. A ello se pueden agregar otros miedos, como miedo al sufrimiento, al dolor y a la angustia de la agonía o también de llegar a ser una carga para el entorno o la familia.

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4. La fe en el más allá y su significado para la vida


El cristiano nuevoapostólico que vive su fe, no llega a la muerte sin preparación. Pero tampoco él está libre de sufrir los miedos mencionados, los cuales de ningún modo deben ser minimizados. El moribundo tiene que ser aceptado con todos sus miedos. Estos miedos hasta pueden hacer tambalear su fe y su esperanza. De ningún modo deben ser interpretados como señal de falta de fe. La firmeza y la maduración del alma de un moribundo no siempre se muestran en una postura exterior tildada, por lo general, como «digna». Los dolores pueden llegar a ser tan fuertes, que el moribundo no puede dominar su reacción, a pesar de que en su interior está totalmente entregado a Dios. En los instantes de la agonía, la fe en la vida eterna requiere ser reforzada. Es necesario transmitir el consuelo implícito en nuestra fe con mucho tacto y con enorme convicción de fe. Para ello, en primer lugar es necesario tratar al moribundo con mucho amor y esforzándose por colocarse en su situación.

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Para un moribundo muchas veces es muy importante estar acompañado en los últimos instantes de su vida y no tener que morir en soledad y abandono. Acompañar paciente y silenciosamente, sosteniendo la mano del moribundo, da más tranquilidad y paz, que muchas palabras. El amor también puede llegar al moribundo sin palabras. No obstante, también la conversación es importante, principalmente cuando el moribundo lo desea. A menudo los enfermos terminales preguntan si van a morir pronto. En estos casos la compasión de quienes son interrogados puede llevarlos a no querer revelarles el estado en que se encuentran. Se dejan guiar por la idea de no querer lastimar los sentimientos del moribundo y así mantener latente la esperanza por una mejoría. Sin embargo el moribundo, que en su confianza a los que lo rodean pregunta sobre la posibilidad de morir, espera que le sea dicha la verdad. Si el moribundo de ningún modo quiere hablar sobre su situación, sería inoportuno decirle la verdad a toda costa.


En todos los casos es importante la conversación que transmite convicción sobre la fe y paz. La vida de todos nosotros está en manos de Dios, y es bueno rogar al Padre celestial que quiera ser propicio, dado que no es nuestra, sino su voluntad, la que se ha de cumplir. Aquí resulta eficaz lo que Jeremías volcó en las palabras: Jeremías 29:11: «Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice El Señor, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis». Este pensamiento se profundiza por el reconocimiento de Job: Job 19:25: «Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo». También fortalece la convicción de encontrarse cobijado en las manos de Dios: Sabiduría 3:1: «Las almas justas están en la mano de Dios y ningún tormento las alcanzará».

Una fuente especial de consuelo se le puede abrir al moribundo si se le habla sobre el futuro, que nos traerá al Señor y su galardón, y el reencuentro con nuestros seres amados en el mundo del más allá. Muchas fuerzas se transmiten a un moribundo, cuando se ora con él y puede constatar que se está orando por él. Colocar todo en manos de Dios, confiere una gran confianza y la sensación de estar protegido. Celebrar la Santa Cena con el moribundo tiene máximo valor. Es para su alma un alimento para la vida eterna y le da la seguridad de permanecer en estrecha comunión de vida con Cristo, como también Cristo quiere permanecer en él (compárese con Juan 6:54-58). La gracia y el perdón confieren paz al moribundo y le permiten acceder confiado al mundo del más allá. Podría suceder que un moribundo expresase el deseo de confesarse. En esta situación excepcional, todo ministerio sacerdotal de la Iglesia Nueva Apostólica puede tomar esa confesión y anunciar, en nombre del Apóstol, la gracia y el perdón.

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4. La fe en el más allá y su significado para la vida


Procediendo con amor y consuelo, por la oración y la Santa Cena, se puede ayudar al moribundo. No se sentirá solo, sino cobijado con fe en el amor de nuestro Salvador y Redentor.

4.3 El consuelo para los deudos El consuelo en el momento de la despedida La pérdida de un ser amado, sean padres, el compañero en la vida, un hijo o un buen amigo, deja consternación y tristeza en el corazón de los que quedan. Entonces es comprensible que se derramen lágrimas. Muchos deudos llevan su dolor con la entereza proporcionada por la fe, pero a veces se pueden manifestar diferentes sentimientos, como por ejemplo desesperación, pérdida de la esperanza, falta de ánimo para seguir viviendo o hasta rebelarse interiormente; pero tales posturas no tienen que ser tomadas de inmediato como una señal de falta de fe. Más bien hay que considerar que con la muerte de un ser querido, se ha creado una situación de vida totalmente distinta.

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Alguien que enfrenta este sufrimiento y está inmerso en el proceso de duelo, ve y vive muchas cosas desde una perspectiva diferente que alguien desde afuera. Los que quedan necesitan, en todos los casos, un especial trato de amor y mucha comprensión. Tienen que ser consolados. Dios, nuestro Padre, es para nosotros una fuente de verdadero consuelo en el duelo. El Hijo de Dios prometió en el Sermón del Monte: Mateo 5:4: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación». El eterno Dios prodiga su consuelo de manera maravillosa. Brinda fuerzas para poder soportar lo que hay que sobrellevar. Da paz para que más allá de toda preocupación y dolor haya tranquilidad en el corazón. Consuela haciendo tomar conciencia de su cercanía y haciéndola sentir. También nuestra fe es un sostén importante. «Donde llora el amor, consuela la fe».


La persona que está de duelo toma fuerzas especialmente de la fe en el pronto reencuentro. Estas fuerzas le posibilitan que a pesar de la gran pérdida, pueda aceptar la voluntad de Dios y amoldarse a la situación nada fácil. La convicción del reencuentro tiene su fundamento en la promesa del Hijo de Dios de volver para buscar a los suyos. En su retorno resucitarán primero los muertos en Cristo y luego serán transfigurados los vivientes. Después el Señor unificará a ambos grupos. Vivirán un reencuentro y estarán con el Señor para siempre. En esta esperanza sobre el futuro reside el consuelo verdadero. Nuestra fe nos transmite la certeza de encontrarnos cobijados en el amor y la gracia del eterno Dios, quien no tiene pensamientos de mal, sino pensamientos de paz, para con nosotros. El cántico de Paul Gerhardt «Si dejas tus caminos...» (himnario, Nº 146) ya ha ayudado a muchos deudos, a tomar su dolor de manos de Dios, pero también a ponerse en manos de Él con todo el sufrimiento:

«Si dejas tus caminos en manos del Señor, al fiel amparo de Él que obra en potestad. Aquel que rige el cielo, las nubes y el mar, en Él encontrarás descanso, gozo y paz». Otro consuelo reside en saber que el fallecido se hizo acreedor de la misericordia de Dios a través de la gracia de Cristo y que después de haber ganado la batalla, le espera la corona de justicia (compárese con 2 Timoteo 4:8). Qué consuelo transmite cuando se le pueden dedicar las palabras del Apóstol Pablo: parte de 1 Corintios 15:10: «Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo». Destaquemos una vez más: el verdadero consuelo viene de Dios y de la fe. En cuanto a la transmisión de consuelo, le cabe gran importancia a la asistencia espiritual. Y por último, el mandamiento del amor al prójimo convoca a todos a hacerse eco del dolor y la tristeza de los deudos y a colaborar trayendo consolación.

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4. La fe en el más allá y su significado para la vida


El que está de duelo espera que se le hable y se le visite. En el trato con los deudos no es importante hablar mucho o dar buenos consejos, sino transmitir el sentimiento de querer compartir el dolor y ser una ayuda de la mejor manera posible. El que consuela requiere de una gran capacidad de comprensión para poder atender al que está de duelo. Puede llorar con el que llora y así demostrar sus sentimientos, pero no debería sucumbir ante el dolor, las lágrimas o hasta la desesperación de aquel a quien está consolando. Si se mantiene tranquilo, reflejará confianza en Dios. Con ello ayuda al necesitado de consuelo a mirar confiado al futuro. Puede ser de gran ayuda para transmitir consuelo y, en definitiva, para superar el dolor, demostrar al que está de duelo la disposición de hablar abiertamente sobre la pérdida sufrida. Quien consuela demuestra el amor proveniente de su alma, intercediendo de corazón por el que está de duelo.

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Orar juntos contribuye a que el que está triste sienta paz y fuerzas para poder llevar lo impuesto de la mejor manera. Lo que a veces no puede una palabra, lo puede una oración entrañable. Quien utiliza la potencia de la intercesión de esta manera, no manifestará pensamientos de juicio. Esto es válido en especial cuando se está frente a situaciones lamentables, por ejemplo cuando una persona se quitó la vida por propia decisión. No sabemos en qué estado de ánimo se encontraba y cuáles fueron los motivos que lo impulsaron a dar este paso de tan graves consecuencias. Por eso no lo condenamos, sino hacemos hincapié en la gracia de Dios. El camino doloroso del duelo, no lo puede transitar nadie por el que está en esa situación. Pero es una gran ayuda para él, si en su dolor puede tomar fuerzas de una fe fortalecida; cuando es acompañado por hijos de Dios dispuestos a ser partícipes en su dolor con paciencia, rogando por él, como asimismo si se le transmite el sentimiento de sincera comprensión y cercanía.


Las honras fúnebres en la iglesia El objetivo de las honras fúnebres en la iglesia es contribuir al consuelo de los allegados y de la comunidad en su dolor. Se recuerda al fallecido y se expresa con agradecimiento lo que Dios pudo hacer en él y a través de él. Además, mediante las palabras correspondientes, se debe entregar a su destino al cuerpo ya sin vida.

Como cristianos nuevoapostólicos, tenemos fe en que los muertos resucitarán. No es importante para nosotros la manera en que son sepultados los restos. Por lo tanto, la cremación, que implica sepultar las cenizas, también se ajusta a nuestra fe en la resurrección. Al realizar las honras fúnebres tenemos en cuenta las circunstancias y costumbres del lugar.

El alma y el espíritu del fallecido son encomendados a la gracia y la misericordia de nuestro Redentor Jesucristo. Esto se hace con la fe y la esperanza puestas en la pronta resurrección. Con el conocimiento de que el fallecido accede al ámbito que le está destinado, nuestra fe nos permite saber que participa de las honras fúnebres que se le brindan.

4. La fe en el más allá y su significado para la vida

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Perspectiva: Nuestra esperanza en el futuro En Colosenses 1:27, el Apóstol Pablo menciona la riqueza de un misterio, «que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria». Y el Apóstol Pedro alaba y glorifica al eterno Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, «que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible…» (1 Pedro 1:3-4). Jesucristo, cuya muerte en sacrificio y resurrección son el fundamento de nuestra fe en el más allá, es también la luz de nuestra esperanza en toda la oscuridad de la vida humana. De Él tomamos la esperanza en un futuro bienaventurado, el cual está prometido a la totalidad de la comunidad de Cristo, es decir, también a cada hijo de Dios que cree en Él y persevera en el seguimiento.

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En los capítulos anteriores nos hemos ocupado de nuestra fe en el más allá y tratamos de dar respuesta a preguntas que se hace cada creyente sobre la continuidad de la vida después de la muerte. Las respuestas estriban, como ya fuera dicho, en enunciados de la Sagrada Escritura en conjunción con revelaciones del Espíritu Santo. Esto lleva a un reconocimiento sobre nuestro futuro personal después de la muerte, caracterizado por la confianza y la esperanza. Las exposiciones en relación con nuestra fe en el más allá y su significado lleno de esperanza para nuestra vida, han mostrado dos cosas: – como cristianos nuevoapostólicos sabemos que nuestra vida está en manos de Dios. Ésta adquiere su profundo sentido por la cercanía de Dios, plena de gracia, en el presente y el futuro;


– Nuestra fe guía nuestra mirada más allá de la muerte. Ponemos nuestra esperanza personal en la fuerza de resurrección proveniente del sacrificio y mérito de Cristo. Unido a ello, está la confianza y la esperanza en nuestra resurreción para vida eterna y la alegría por una comunión eterna con Dios y su Hijo. En este sentido habrá que hacer revivir una vez más las palabras del Apóstol Pablo: 1 Tesalonicenses 4:13-18: «Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precedereremos a los que durmieron.

Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras». ¡La venida de Cristo para llevar a casa a su novia, es hoy nuestra esperanza máxima! «Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado» (1 Pedro 1:13).

5. Perspectiva: Nuestra esperanza en el futuro 55


Registro de textos bíblicos Génesis 1:27 Génesis 2:7 Génesis 3:19 Levítico 19:18 1 Samuel 28:7-19 Job 3:11,13-16 y 19 Job 10:21-22 Job 10:9 Job 19:25 Job 19:25-26 Salmos 6:5 Salmos 8:4-6 Salmos 49:15 Salmos 88:10-12 Salmos 90:12 Salmos 103:15-16 Salmos 115:17 Isaías 14:15 Isaías 26:19 Jeremías 29:11 Daniel 12:2 Sabiduría 3:1 Sabiduría 3:1-3; 4:11 2 Macabeos 7:9,14,23 y 36 2 Macabeos 12:39-46 Mateo 5:4 Mateo 23:15 Mateo 25:46 Marcos 9:43 Lucas 9:30-31 Lucas 9:31 Lucas 9:35 Lucas 16:16 Lucas 16:19 Lucas 16:20 Lucas 16:21 Lucas 16:22 Lucas 16:23 Lucas 16:24 Lucas 16:25 Lucas 16:26 Lucas 16:27 Lucas 16:28 56

19 19 20 10 23 26 27 20 49 28 27 19 28 27 46 21 27 27 28 49 23, 28 49 32 29 35 50 30 20 30 23 39 39 13 8 9 9 9, 40 9 10 10 10, 33 11 11

Lucas 16:29 Lucas 16:30 Lucas 16:31 Lucas 23:43 Juan 3:16 Juan 6:53-54 y 57 Juan 8:51 Juan 11:25 Juan 11:25-26 Juan 14:2 Juan 14:19 Juan 17:24 Juan 20:23 Hechos 2:24-32 Hechos 12:3-11 Romanos 5:12 Romanos 6:23 Romanos 14:8 1 Corintios 4:1 1 Corintios 11:17-34 1 Corintios 13:9-10 1 Corintios 15:3-5 1 Corintios 15:10 1 Corintios 15:23 1 Corintios 15:23-26 1 Corintios 15:24 1 Corintios 15:26 1 Corintios 15:29 1 Corintios 15:51-52 1 Corintios 15:54-55 1 Corintios 15:55 2 Corintios 5:1-2 2 Corintios 5:1-5 2 Corintios 5:18-20 2 Corintios 12:2 2 Corintios 12:4 Efesios 2:5 Efesios 3:2 Efesios 4:11-13 Filipenses 1:21 Colosenses 1:27 1 Tesalonicenses 4:13-18 1 Tesalonicenses 4:15-17

22,

37, 15,

15, 16,

11 11 11 30 34 43 24 24 6 31 7 7 41 23 38 21 21 6 43 35 7 14 51 13 14 18 23 42 16 23 13 25 47 41 30 30 21 41 44 47 54 55 42


1 Tesalonicenses 4:18 2 Tesalonicenses 1:11-12 1 Timoteo 2:4-6 1 Timoteo 4:10 2 Timoteo 1:16-18 2 Timoteo 1:9-10 2 Timoteo 4:8 Tito 3:4-7 1 Pedro 1:3-4 1 Pedro 1:13 1 Pedro 3:19-20 1 Pedro 4:6 Hebreos 1:14 Hebreos 2:14 Hebreos 2:15 Hebreos 4:14-16 Santiago 5:16 Apocalipsis 1:17-18 Apocalipsis 6:8 Apocalipsis 6:9-11 Apocalipsis 20:11-15 Apocalipsis 20:4-6 Apocalipsis 20:5,12-13 Apocalipsis 20:6 Apocalipsis 21:8

23, 33, 34, 24, 35,

20,

17,

18 44 34 34 37 22 51 42 54 55 36 36 40 13 28 40 38 13 22 24 24 16 17 22 22

57


Registro de expresiones claves Abismo 12,26,27 Administradores de los misterios de Dios 43 Alma 18-20,26,32-34,39,44,48,49,52,53 Amor 10,25,38,39,42,44,48,50-52 Ángeles 9,19,26,40 Angustia de la agonía 47 Apóstol de Distrito 44,45 Apóstol Mayor 44,45 Apóstol 32,40,41, 43-45,49 Asistencia espiritual 51 Ayuda 9-13,33-36,39,40,44,52 13,33,34, 45,52 Ayuda para los difuntos 12,44,45 Bautismo 37 Bautismo para los difuntos 42 Bodas del Cordero 44 Capacidad de comprensión 51 Cenizas 53 Compasión 39 Comprensión 39 Comunión eterna con Dios 18 Confianza 54 Consuelo 25,29, 48,50,53 Consuelo para el moribundo 47 Consuelo para los deudos 50 Conversación 49 Corona de justicia 51 Cremación 53 Cuerpo 19,20 Desesperación 50

58

Despedida Diablo Dolor Duelo Esperanza Esperanza en el futuro Espíritu Falta da ánimo Fe en la resurrección Fe en el más allá Gracia Gracia de Cristo Gracia de Dios Gracia del Señor Hades Hijos de luz Honras fúnebres Infierno Infierno de fuego Inmortalidad del alma Intercesión Intercesión de los vivientes Juicio de Dios Juicio final Justicia divina Juzgar Lugar de protección Lugar de tormentos Mandamiento divino Mandamientos de Dios Más allá Miedo Milenario reino de paz Ministerio de gracia Misericordia

5,46,50 13 47 50 6,54 7,14 19,20,32 50 25 5,8 31-35, 40,49 51 41 13 9,17,22,24,26 33 53 13,26 30 18,20 39 38 10 15,17,22 11,12 10,17,35 10,12,40 10,11 21,28 12 26 47,48 17 40,41 10,37,39


Monte de la Transfiguración Morir Muerte Muerte en sacrificio de Cristo Muerte espiritual Ofrecimiento de gracia de Cristo Orar juntos Parábola del hombre rico y Lázaro Paraíso Participación de los difuntos redimidos Pecado Pérdida de la esperanza Perdón Perdón de los pecados Poder de la muerte Primera resurrección Primicia de la resurrección Reconciliación Redención Reencuentro Reino de Dios Reino de los muertos

Reino de paz Reino de Satanás Resurrección Resurrección de Cristo Retorno de Cristo Revelaciones de Dios Revelaciones del Espíritu Santo

Sacramentos 39 21 21,22,23 12 21

25,42, 43,45 12,34,40 36 40,44 33,36,37 31,32, 35,42, 44,45, 49,50

Sacrificio de Cristo Sacrificio expiatorio Salvación Salvación en Cristo Santa Cena

38 52 8,30 30 39 21 50 49 33,45 15 16,17 13,14 41 12,36,40 51 13,18 10,11, 12,16,26, 34 15,16 26 6,8,15 14,18 16,32 11 7

Santa Cena para los difuntos Santo Bautismo con Agua Santo Sellamiento Satanás Segunda muerte Segunda resurrección Seno de Abraham Seol Sermón del Monte Servicio angelical Servicio de los ángeles Servicio Divino Servicio divino para los difuntos Sima

44 42,45 42,45 15 22,24 17 9,10 26,27,28 50 9 40 44,45 45 8,10,12, 13,30,33 52 52 30 51

Suicidio Superar el dolor Tercer cielo Transfiguración Transfiguración de los vivientes Transformados Venida de Cristo Venida del Señor

16 16 12,16,17, 42,55 18,55

59


Vida despuĂŠs de la muerte Vida eterna Voluntad de Dios

60

12 8 11,12,39, 40,51


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